En forma similar al padre dominante, que trata de imponer a sus hijos su criterio personal y sus propias ambiciones, anulando la personalidad propia de éstos y toda posible libertad de elección, el ingeniero social es el que trata de hacer algo similar con toda la sociedad y, por qué no, con toda la humanidad. Lo trágico del caso es que estos individuos, en lugar de ser considerados como simples seres humanos con algún problema mental, se los ha considerado como importantes figuras del pensamiento universal, incluso como fundadores de la sociología, actividad cognitiva que ha caído frecuentemente en este grave error. Torgni T. Segerstedt escribió: “La meta más importante de la sociología consiste en diseñar el futuro, o si uno prefiere expresarlo de esta manera, significa la creación futura de la humanidad”.
Uno de esos diseñadores fue Auguste Comte, respecto de quien Georg Ritzer escribió: “Teniendo en cuenta la exagerada concepción comtiana del positivismo, así como la posición que él mismo se atribuía en su sistema, no nos sorprende que en su obra tardía concibiera un grandioso plan para el futuro del mundo. Es en esa parte de su obra donde encontramos las ideas más ridículas y extravagantes”. “Por ejemplo, sugería la creación de un nuevo calendario positivista de trece meses, cada uno dividido en veintiocho días. Estableció numerosas fiestas para reafirmar el positivismo y sus principios básicos y venerar a sus héroes seculares. Se propuso incluso crear nuevos templos positivistas. Especificó la cantidad de sacerdotes y vicarios que necesitaba cada templo […] Todas estas figuras religiosas debían despreocuparse de la cuestión material: ¡Su subsistencia correría a cuenta de los banqueros!”.
“Aunque no los consideraba como fuerzas revolucionarias, Comte finalmente asignó a algunos miembros de la clase alta, como los banqueros e industriales, papeles cruciales en la nueva sociedad positiva. Especificaba que Europa occidental tendría «dos mil banqueros, cien mil comerciantes, doscientos mil fabricantes y cuatrocientos mil agricultores»”. “En lo que a otros temas se refiere, Comte animaba a la creación de una biblioteca positivista que incluyera cien libros (que él se ocupó de especificar). Desaconsejaba las lecturas adicionales porque obstaculizaban la meditación, lo que refleja también el aumento progresivo del antiintelectualismo de Comte” (De “Teoría Sociológica Clásica”-McGraw-Hill SA-Madrid 1993).
Si bien no se advierte “peligrosidad” alguna en las ideas de Comte, otros reformadores, que le precedieron, adoptaron actitudes beligerantes, como es el caso de algunos de los seguidores de Jean Jacques Rousseau durante la Revolución Francesa. Alberto Benegas Lynch (h) y Carlota Jackisch escribieron: “La Voluntad General adquiere en Rousseau un carácter sagrado por medio de una «religión civil» cuyos dogmas son vinculantes para todos. «Si alguno, después de reconocer públicamente estos dogmas, se comporta como si no creyese en ellos, debe ser condenado a muerte: ha cometido el más grave de todos los crímenes posibles, el de mentir ante la ley»”.
Los planificadores sociales no contemplan, por lo general, los atributos del individuo ni sus intereses personales, sino que se trata de establecer e imponer un modelo de sociedad al cual deberán adaptarse todos sus integrantes. El individuo pasa a ser sólo un medio para lograr una finalidad colectiva, que en realidad no es otra cosa que la voluntad del diseñador de la sociedad artificial. Cuando los que dirigen al Estado adquieren suficiente poder para poner en práctica alguna forma de colectivismo, se castigará severamente a quienes no lo aceptan, o no puedan adaptarse a las exigencias requeridas, siendo excluidos de alguna forma de la sociedad (y a veces eliminados). Paul Johnson escribió:
“La ingeniería social ha sido la decepción sobresaliente y la mayor calamidad de la edad moderna. En el siglo XX ha causado la muerte de millones y millones de personas inocentes en la Rusia soviética, la Alemania nazi, China comunista y otros lugares. La ingeniería social es la creación de intelectuales milenaristas que creen que pueden rehacer el universo a la luz de su sola razón” (De “Intelectuales”-Javier Vergara Editores-Buenos Aires 1990).
Por lo general, para el sociólogo no existen (o son ignoradas) las leyes psicologías individuales, mientras que sólo considera las leyes sociales de gran generalidad. De ahí que, en lugar de tratar de que todo individuo se adapte al orden natural mejorando sus atributos éticos e intelectuales descriptos previamente por la psicología individual, propone su adaptación a las leyes de la sociedad, que por lo general son conocidas sólo por el reformador social o bien son creaciones personales con poca posibilidad de verificación experimental. La creencia absoluta en las leyes de la sociedad, y la imperiosa necesidad de imponerlas a los demás, los convierte en individuos peligrosos para la paz social. Adam Smith escribió:
“El hombre del sistema está generalmente tan enamorado de la belleza de su propio plan de gobierno que considera que no puede sufrir ni la más mínima desviación de él. Apunta a lograr sus objetivos en todas sus partes sin prestar la menor atención a los intereses generales o a las oposiciones que puedan surgir; se imagina que puede arreglar las diferentes partes de la gran sociedad del mismo modo que se arreglan las diversas piezas de un tablero de ajedrez. No considera para nada que las piezas de ajedrez puedan tener otro principio motor de la mano que las mueve, pero en el gran tablero de ajedrez de la sociedad humana cada pieza tiene su propio principio motor totalmente diferente de lo que el legislador ha elegido imponer. Si los principios son opuestos, el juego se desarrollará en forma miserable y la sociedad estará en todo tiempo en un alto grado de desorden” (Citado en “El fin de las libertades” de A. Benegas Lynch (h) y C. Jackisch-Ediciones Lumiere SA-Buenos Aires 2003).
Por lo general, en los sistemas totalitarios, que tienen como finalidad dar cumplimiento a un modelo de sociedad establecido por algún ingeniero social, se trata de anular todo atributo individual para que la adaptación al ideal colectivo se establezca sin mayor dificultad. Alberto Benegas Lynch (h) y Carlota Jackisch escribieron: “La ingeniería social pretende formar una especie de individuo comunitario, indiferenciado, una especie de masa amorfa en el que se pierden los rasgos sustanciales de humanidad. De este modo, «el hombre del sistema» ahoga y asfixia toda posibilidad de excelencia, puesto que sobresalir, distinguirse y diferenciarse es algo que le resulta chocante y ofensivo”.
Uno de los más influyentes diseñadores de sociedades artificiales ha sido el tristemente célebre Karl Marx. En realidad, pocos detalles dio acerca del socialismo que propuso, ya que estaba convencido que con sólo expropiar los medios de producción renacería una sociedad sin mayores problemas, ya que tales medios habrían de pasar desde la burguesía (los malos e imperfectos) al proletariado (los buenos y perfectos). Incluso llegó a profetizar que la dictadura del proletariado se disolvería junto con el Estado para llegar al fin a la sociedad comunista. Sin embargo, los regimenes totalitarios reales se han mantenido indemnes bajo una suficiente dosis de terror y han finalizado en cuanto tal terror disminuyó hasta valores “normales”.
Necesariamente, los planificadores sociales son individuos que se sienten superiores a los demás, tanto ética como intelectualmente. Sus conocimientos son inaccesibles al común de los mortales, actitud que puede observarse también en la religión cuando se enfatiza que hay conocimientos que son inaccesibles a la razón y al hombre común. De ahí que la soberbia religiosa no se distinga esencialmente de la del planificador social. La pobre eficacia del cristianismo actual se debe, entre otros aspectos, a que la clara sugerencia del amor al prójimo se la ha revestido de misterios inaccesibles al hombre común; misterios que han convertido al cristianismo en una religión para sacerdotes, en lugar de estar dirigida a todo habitante del planeta.
No solo los planificadores sociales se caracterizan por su soberbia, sino también sus seguidores, que se consideran receptores únicos de la “verdad objetiva”. Guy Sorman, en una entrevista a Octavio Paz, escribió: “Los dictadores no tiene la ambición de controlar los pensamientos del pueblo. «Son autoritarios, pero no son totalitarios»”. “Pero el castrismo es de naturaleza diferente, más diabólico. Castro pretende rehacer al hombre, cambiar la naturaleza humana” (De “Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo”-Editorial Seix Barral SA-Barcelona 1991).
En la Argentina tuvimos la oportunidad de observar el accionar de los Montoneros, seguidores de Lenin y de Fidel Castro, que impusieron como “ritual de iniciación guerrillera” el asesinato a traición de cualquier policía que estuviese en la vía pública, llegando a contabilizarse en todo el país, hasta el año 1977, la cifra de 372 asesinatos de ese tipo, lo que da una idea del desprecio que sentían por las vidas ajenas. Pablo Giussani escribió: “Una genuina acción revolucionaria jamás plantea formas de lucha que excedan la combatividad posible del hombre común, de la masa. Si la lucha emprendida al nivel de masa fracasa, se asume la derrota, se medita sobre ella y se utilizan las enseñanzas extraídas de esta meditación para encarar con mayor acierto las acciones siguientes. En esta paciente tarea de recoger y aplicar experiencias sin rebasar el nivel de la combatividad popular se resume toda la historia del movimiento obrero mundial”.
“Pero los Montoneros, cultores de una revolución hecha a medida para superhombres, estaban constitutivamente impedidos de actuar en este cuadro de protagonismo multitudinario. Sus vías de inserción en la masa eran, a la vez, maneras de distinguirse de ellas. De alguna forma había allí una clase media vergonzante, pero aún apegada a sí misma, que utilizaba como inconfesable subterfugio para preservar su diferenciación social aquella heroicidad selecta de las operaciones de comando, en las que el papel reservado a la masa era el de trasfondo o de acompañamiento coral” (De “Montoneros. La soberbia armada”-Editorial Sudamericana-Planeta SA-Buenos Aires 1984).
Los sociólogos que no tienen en cuenta al individuo, y mucho menos a las leyes naturales que lo rigen, se parecen un tanto a aquellos arquitectos que realizan sus proyectos desconociendo totalmente la estática gráfica, la resistencia de materiales y el cálculo antisísmico. Sus proyectos son “gigantes con pies de barro”. De ahí que, así como el arquitecto debe recurrir al ingeniero calculista para hacer factible sus proyectos, o para cambiarlos oportunamente, el sociólogo debería recurrir al psicólogo social para encontrar fundamentos que sustenten sus proyectos descriptivos. Quizás de esa manera advierta que la ciencia social debe limitarse a hacer descripciones para, luego, aconsejar a los individuos acerca de cómo optimizar su comportamiento individual. Para ello, todo hombre deberá tratar de adaptarse al orden natural, que es en definitiva la acción que nos orientará hacia la mejor sociedad posible, pero una vez que hayamos podido definir al mejor hombre posible.
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