La producción de elementos útiles comienza con la libre elección de la actividad laboral a la que cada individuo se dedicará, lo que se conoce como la división, o especialización, del trabajo; etapa seguida por el libre intercambio de la elaboración resultante. El proceso descrito, conocido como “mercado”, puede imaginarse como el lugar adonde concurren varios oferentes y varios compradores.
Los oferentes compiten entre si para atraer a los compradores ya sea bajando los precios, mejorando la calidad de lo que venden, o ambas acciones. De esa manera aparece una presión a la baja de los precios. Por el contrario, los oferentes en competencia, al igual de lo que ocurre típicamente en un remate, tienden a presionar a los precios hacia una suba. Cuando la demanda iguala a la oferta, se llega al precio estable.
La libre elección del trabajo y el libre intercambio de la producción, no constituyen la única forma posible de establecer el funcionamiento de una economía, ya que existe un pequeño sector de la población que se atribuye cierta superioridad intelectual y ética que les hace suponer que son ellos quienes deben decidir en dónde va a trabajar cada individuo, qué va a producir y a qué precio ha de vender. El reemplazo de las decisiones de millones de seres humanos por la planificación de un pequeño grupo de burócratas a cargo del Estado, constituye el socialismo.
La producción y el intercambio libres constituyen un orden económico espontáneo, ya que es la resultante de las decisiones que adoptan los productores y consumidores del sector informal, o no regulado, mientras que la producción planificada y regulada en forma autoritaria es la forma que adopta toda asociación ilícita asociada a grupos de tipo mafioso. De ahí que pueda decirse que el libre ordenamiento resulta compatible con la naturaleza humana, mientras que el ordenamiento planificado resulta compatible con la “naturaleza delictiva” de algunos seres humanos. Guy Sorman escribió:
“¿No estaba corrientemente admitido que el comunismo había impregnado las mentes al punto de crear un «hombre nuevo» que amaba sus cadenas convertido a último momento en un homo sovieticus, una nueva raza, como si el gen de la independencia se hubiera revelado transmisible? Antes de 1989 eran numerosos los filósofos antiguos o «nuevos» persuadidos de que debía pasar por lo menos una generación antes que el espíritu de libertad se reconstituyera en Europa central. Pues bien, cinco años más tarde en Budapest, en la avenida Andrásy, que se llamaba Lenin, o en Varsovia, en las calles Juan Pablo II y Solidaridad, encontré sólo hombres libres. Eso por lo menos es seguro” (De “El capitalismo y sus enemigos”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1994).
Se podría aducir que es aceptable adoptar un método de producción que sacrifique la libertad individual si a cambio permite lograr mejores niveles de producción y de consumo, algo que, sin embargo, se ha comprobado como falso. Compárese la Corea del Norte socialista con la Corea del Sur con economía de mercado, o la China socialista de Mao-Tse-Tung con la actual China, o la República Federal Alemana productora del “milagro alemán” en la posguerra, con la República Democrática Alemana (socialista) “productora del muro de Berlín”.
A pesar de los reiterados fracasos y de las catástrofes sociales vinculadas al socialismo, la minoría con complejos de superioridad sigue convenciendo, con sus críticas reiteradas a la economía de mercado (capitalismo) acerca de las supuestas ventajas del socialismo. Ello, sin embargo, es congruente con sus ideas, ya que el marxismo sostiene que la mentalidad generalizada prevaleciente en una sociedad depende esencialmente de la forma en que se desarrolla la economía. De ahí que, si en una sociedad capitalista las cosas no andan bien, si hay pobreza, corrupción, o un bajo nivel cultural, todo ello será atribuido al sistema económico imperante; y de ahí la necesidad de cambiarlo. Guy Sorman escribe: “Cuando en 1991 una joven blanca fue violada y dejada por muerta por tres jóvenes granujas negros en el Central Park, el cardenal-arzobispo de New York, John O`Connor no condenó a los agresores, sino que declaró: «Todos somos culpables por haber aceptado que en EEUU se desarrollaran condiciones económicas tales que hicieran posible este tipo de delito»”.
En realidad, tanto el proceso económico, como el intelectual o el cultural dependen de las ideas y creencias predominantes en una sociedad, de ahí que poco se ganaría reemplazando un sistema económico eficaz por otro probadamente ineficaz. Y si la economía libre no funciona en forma adecuada, debe observarse con detenimiento si en realidad el proceso se desarrolla sin interferencias ni distorsiones; y sobre todo: si existe la predisposición de la población a lograr el porcentaje mínimo necesario de empresarios para una producción suficiente y para lograr un aceptable nivel de puestos de trabajo, ya que si pocos están dispuestos a ejercer funciones empresariales, o a establecer innovaciones productivas, o a trabajar con bastante intensidad, poco bueno será el resultado por más que todos estemos de acuerdo en que el mercado libre funciona mejor que el socialismo. El citado autor escribió:
“Mejor teólogo que economista, Leonardo Boff está convencido de que el capitalismo se basa en la depredación de los recursos naturales y de que, si hay ricos y pobres, es porque los primeros explotan a los segundos. Trato de explicarle que el capitalismo no reparte las riquezas existentes sino que crea otras. Y que el drama de los pobres en Brasil, sobre todo los treinta millones que pasan hambre, no es el resultado de que se los explote sino de que, lamentablemente, nadie los «explote» y de que ellos mismos no se encuentren en el mercado capitalista”.
Es necesario mencionar un aspecto importante del proceso del mercado, tal el de ser un sistema autorregulado que hace innecesaria la planificación económica estatal respecto de qué cantidad se ha producir de cierta mercadería y a qué precio, ya que el sistema tiende a lograr, luego de cierto tiempo, el precio estable conjuntamente con la cantidad de mercadería necesaria para igualar oferta con demanda.
Este proceso puede describirse como un sistema autorregulado de realimentación negativa. Como objetivo del sistema tenemos lo que se ha de lograr (Precio estable) mientras que, como resultado, tenemos lo que en realidad se logra (Precio variable). Como lazo de realimentación actuará la diferencia entre oferta y demanda (Oferta – Demanda). Así, cuando la oferta predomina sobre la demanda, el precio tiende a bajar. Luego, al reducirse la ganancia de los productores, algunos de ellos reducirán su producción, por lo cual la oferta tenderá a bajar. Por el contrario, cuando la demanda supera a la oferta, el precio tiende a subir, produciéndose el proceso inverso al anterior. Cuando la oferta iguala a la demanda, el lazo de realimentación deja de actuar y el precio se estabiliza.
Incluso cuando algún empresario logra momentáneamente ganancias excepcionales, al enterarse de esta situación los posibles competidores, tales ganancias tenderán a disminuir debido precisamente a la competencia entre productores. También los salarios, los créditos y todo lo que admita una situación en la que concurren oferentes y demandantes, responde al mismo proceso, lo que constituye una importante guía para el desarrollo de la economía.
Los precios orientan a los productores indicando si deben aumentar sus inversiones o, por el contrario, si les conviene limitarlas, o retirarse de cierto sector de la producción. Cuando el Estado tiende a emitir papel moneda a un ritmo mayor al del crecimiento de la producción, comienza el proceso inflacionario que tiende a distorsionar la información asociada al precio de mercado. También tiende a producir similares efectos la reducción, fuera de lo que indica el mercado, de las tasas de créditos, por lo que toda perturbación exterior al sistema autorregulado tiende a deformarlo empeorando la situación que se quiso corregir. José María Dagnino Pastore escribió: “La primera forma de presentar la función de los precios es indicar que constituyen un vasto sistema de señales que guía la acción de productores y de los factores productivos en general en el sentido de obtener la máxima satisfacción de las necesidades de la comunidad libremente expresada en el mercado” (De “Economía Política”-Editorial Crespillo-Buenos Aires 1971).
En las economías socialistas, al no emplearse el mercado, no existirá justamente el “precio de mercado” para ser utilizado para el cálculo económico. De ahí que tengan que pedir información acerca de los precios relativos en algún otro país, lo que constituye sólo una orientación. La ausencia del cálculo, como la falta de incentivos, hace que las economías socialistas sean ineficientes.
En cuanto a la pregunta inicial, debe decirse que no tiene sentido hablar de la inocencia o de la culpabilidad de un sistema de producción, sino de la conveniencia de uno u otro sistema y de la adaptación al mismo por parte de la sociedad. De ahí que pueda afirmarse que el mercado, en el mediano y el largo plazo, produce mejores resultados que la planificación centralizada, o que es el menos malo de los sistemas. Respecto del corto plazo, debe analizarse el caso de los países que estuvieron largo tiempo bajo sistemas socialistas, o intervencionistas, y que confiaron en las bondades del mercado sin antes intentar una adaptación gradual, por lo que los resultados no fueron los esperados. En ese caso se “culpó” al mercado (o a sus promotores) quienes no advirtieron que tal sistema no produce espontáneamente “un cambio de mentalidad acelerado” sino que previamente debe establecerse tal cambio, que requiere de bastante tiempo. Guy Sorman expone el caso de una empresa húngara, luego de finalizada la etapa socialista:
“A comienzos de 1994, la fábrica de Kisvárda producía dos veces más de lámparas eléctricas que en 1990, con un personal tres veces menos importante. Esas lámparas se venden en el mundo entero, en tanto que la producción anterior, de calidad mediocre, estaba reservada al tercer mundo y a la Unión Soviética. Kisvárda, aldea industrial globalizada, figura ahora en el mapa del capitalismo universal”.
Los empleados que perdieron su trabajo, recibieron subsidios que pagaron los contribuyentes húngaros, impidiendo que tales recursos fueran a la inversión productiva. En un capitalismo avanzado, los trabajadores cesantes logran entrar a otros trabajos sin necesidad de ser mantenidos por el resto de la sociedad. De todas formas, los culpables de tal situación no son los empresarios que permitieron una productividad superior junto con desocupación, sino también los trabajadores ineficaces que no pudieron adaptarse a otras actividades en un tiempo prudencial y la sociedad en general que fue incapaz de lograr un plantel adecuado de empresarios que posibilitara el trabajo productivo de toda la población. De ahí que deben tenerse en cuenta, no sólo las acciones de los hombres que producen, sino también la de quienes no producen, y que por lo general son excluidos de toda posible crítica.
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