Puede considerarse la recesión como una crisis circunstancial que sufre una nación que previamente mantuvo un aceptable desempeño económico. De esa forma podemos distinguirla del bajo nivel de actividad de los países subdesarrollados, aunque las causas de esta situación coincidan a veces con las que provocaron la recesión en aquel país. En principio podemos reconocer las siguientes causas principales, siendo posible que en toda recesión real confluyan más de una de ellas:
a) Excesiva intervención del Estado: socialismo, intervencionismo, gastos excesivos, emisión monetaria excesiva, etc.
b) Insuficiente intervención del Estado: cuando no provee un marco legal adecuado
c) Insuficiente cantidad de dinero provista al mercado o insuficiente demanda e inversión por temor a la iliquidez.
En el primer caso disponemos de varios ejemplos, siendo los gastos estatales excesivos la causa aparente y principal de la recesión en varios países europeos, como consecuencia de haber gastado, o malgastado, demasiado dinero, Así, nos llegaba información de Grecia respecto de la inusitada cantidad de empleos públicos improductivos, o de España, en la cual, en una entrevista televisiva, alguien comentaba que el Estado ayuda (o ayudaba) a los jóvenes, hasta cierta edad, a pagar el alquiler de la vivienda en que habitan, lo que resulta ser un síntoma del criterio imperante. Para salir de la crisis, se opta por la restricción de los gastos superfluos, para subsanar el erróneo criterio con que se gastó en el pasado, lo que tiende a agudizar la recesión al menos en el corto plazo.
Para terminar con la recesión económica, debe recurrirse a todo método posible. Uno de ellos es el propuesto por John M. Keynes, que implica principalmente un aumento del gasto estatal, durante un breve tiempo, a fin de poner en marcha la economía deprimida. Si existe una fuerte contracción de la demanda, por la razón que fuese, se la debe estimular desde el Estado, siendo el gasto estatal el medio para hacerlo. En caso de aplicarse durante un tiempo mayor, se caerá en un proceso inflacionario perdiéndose las ventajas del método.
Toda intervención estatal sobre el sistema autorregulado constituido por el mercado, es vista por muchos economistas como algo “sacrílego” por cuanto, aducen, toda perturbación exterior, establecida con el fin de solucionar algún aspecto indeseable de la economía, empeora por lo general su desarrollo siendo peor el remedio que la enfermedad. Sin embargo, debemos considerar sus ventajas o desventajas tan sólo en función de los resultados, que es finalmente el criterio que debe imperar en toda actividad considerada como parte de la ciencia experimental.
Podemos considerar una analogía de la economía con las leyes de tránsito. Quizás no exista peor infracción que la de transitar en contramano y a una gran velocidad. Sin embargo, cuando en un camino de dos manos, sobrepasamos a un vehículo más lento, durante un breve tiempo, la ley nos permite cometer tal infracción, que deja de ser tal si cumplimos con la condición establecida. Algo parecido ocurre en la física de partículas, en los procesos de creación y aniquilación de las mismas. En esos casos se interrumpe la validez del principio de conservación de la energía durante un tiempo compatible con el establecido por el Principio de Indeterminación de Heisenberg.
Volviendo a la economía, debemos recordar que el mercado es un sistema autorregulado que puede ser descrito en base a la variación de los precios, la oferta y la demanda. Adviértase que en los sistemas autorregulados descriptos por la Teoría del Control Automático, intervienen en la descripción las variables físicas asociadas a la información, mientras que en ella no aparece la energía que se necesita para el normal funcionamiento de los distintos dispositivos, permitiendo, o no, accionar al sistema. De ahí que, si se considera que la cantidad de circulante monetario cumple el mismo rol que la energía, podemos decir que no interviene en el comportamiento del sistema autorregulado. Recordemos que es posible quitarle a la moneda cuatro ceros (como a veces se ha hecho en la Argentina) sin que por ello existan cambios en la descripción económica, ya que en ella son relevantes los precios relativos.
Sin embargo, la forma en que el Estado inyecta circulante necesariamente ha de perturbar al mercado. De ahí que tiene importancia la magnitud y la forma de implementarlo, por lo que se recomienda hacerlo en pequeñas cantidades y en forma sostenida, en la cantidad suficiente como para acompañar al aumento de la producción. Si se inyecta a un ritmo mayor, ha de producir inflación, mientras que si se inyecta a un ritmo menor, favorece la recesión por limitación de la demanda y de la inversión.
En cuanto a las causas de la crisis ocurrida en los EEUU en el 2008, no existen coincidencias. Mientras algunos culpan al Gobierno, por no establecer suficientes reglas previsoras, otros culpan a los bancos, empresarios y ciudadanos comunes por sus apetencias excesivas e irresponsabilidad, que se reflejan en el grado de endeudamiento contraído. En una gráfica en la cual aparece la deuda familiar de los estadounidenses, como porcentaje del PBI, se advierten dos picos máximos, que coinciden justamente con los años en que se produjeron las crisis de 1929 y la del 2008.
Si bien las desregulaciones del Estado, para facilitar la libre iniciativa privada, deben apuntar a favorecer la producción, no se debe ignorar que existe una tendencia generalizada a optimizar ganancias en forma independiente de la producción, sino a costa de la especulación. De ahí que el exceso de desregulación bancaria haya favorecido la crisis reciente, al menos es lo que afirma Paul Krugman, quien escribió:
“El moderno conservadurismo se entrega a la idea de que las claves de la prosperidad son los mercados sin restricciones y la búsqueda sin trabas del beneficio económico y personal; y también defiende que la expansión de las funciones gubernamentales, posterior a la Gran Depresión, solo nos ha supuesto perjuicios. Sin embargo, lo que en verdad vemos es una historia en la que los conservadores se hicieron con el poder, se pusieron a desmantelar muchas de aquellas protecciones de los tiempos de la Depresión …y la economía se hundió en una segunda depresión, no tan mala como la primera, pero notablemente negativa. Así, los conservadores necesitaban desesperadamente alejar de las mentes esta historia incómoda y narrar otro relato que convirtiera al gobierno –y no a la falta de gobierno- en el origen del mal” (De “¡Acabemos ya con esta crisis!”-Crítica-Barcelona 2012).
Si uno se atiene a lo que afirman los economistas más representativos del liberalismo, se observa que nunca desestiman la importancia del Estado, especialmente respecto de la sanción de leyes que establezcan un orden legal adecuado para la libre acción individual y empresarial. Solamente afirman que la intervención estatal resulta perjudicial para la economía en cuanto tal ingerencia distorsiona de alguna manera al proceso del mercado. La existencia de leyes que regulan la actividad económica, y que protegen a toda la población de futuras depresiones económicas, no deberían ser criticadas aun cuando limiten parcialmente la libertad para producir, y menos si limitan la libertad para especular. Liberalismo no es lo mismo que libertinaje. La evidencia de la crisis reciente, y actual, muestra que las leyes vigentes resultaron insuficientes para evitarla, si bien tampoco deben descartarse las fallas del gobierno cuando dispuso, por ley, de cierto porcentaje de créditos a ser otorgados por los bancos a los sectores de menores recursos con pocas posibilidades de poder pagarlos puntualmente.
La intervención keynesiana resulta ser una solución que contempla las causas atribuidas por Keynes como motivadoras de la recesión. Paul Krugman escribió: “Imaginemos por un momento el caso de una economía que avanza felizmente en el nivel de pleno empleo. Todas las fábricas funcionan a pleno rendimiento, todos los trabajadores tienen empleo….”. “Pero supongamos ahora que todas y cada una de las economías domésticas y de las empresas llegaran por alguna razón a la conclusión de que les gustaría tener algo más de dinero en metálico”. “Keynes sostenía, en concreto, que eso ocurría cuando los empresarios perdían confianza y comenzaban a considerar arriesgado realizar inversiones, lo cual los llevaba a dudar y a acumular dinero en efectivo; actualmente, cabría añadir el problema de las inquietas economías domésticas, que temen por su empleo y que reducen sus compras de artículos de consumo que exigen un elevado desembolso”.
“¿Qué ocurre, pues, cuando todo el mundo intenta acumular efectivo simultáneamente? La respuesta se halla en que disminuye la renta junto con el gasto. Tratamos de acumular efectivo reduciendo las compras que realizamos a los demás y los demás tratan de acumular efectivo reduciendo las compras que nos realizan a nosotros, por lo que tanto nuestras rentas como las suyas disminuyen junto con el gasto y ninguno de nosotros consigue aumentar sus tenencias de efectivo”. “El proceso sólo llega a un límite cuando las rentas se reducen tanto que la demanda de efectivo disminuye hasta ser igual a la oferta existente”. “Ésa es la explicación de Keynes. Es bastante sencilla y, sin embargo, ha provocado un asombroso grado de confusión, por alguna razón, incluso las personas inteligentes parecen encontrarla difícil y abstracta” (De “Vendiendo prosperidad”-Ariel Economía-Barcelona 2013).
Adviértase que la recesión resulta ser una situación inducida por el miedo a la pobreza, o a la iliquidez, de la misma forma en que la inflación se acentúa por el miedo a la inflación. El citado autor agrega: “La primera medida y la más evidente es permitir que los individuos satisfagan su demanda de más efectivo sin reducir su gasto, evitando así la espiral descendente de reducción del gasto y de la renta”.
“La manera de conseguirlo consiste, simplemente, en imprimir más dinero y en ponerlo de alguna manera en circulación. Keynes hizo la extravagante sugerencia de esconder botellas llenas de dinero en efectivo en lugares en los que pudieran encontrarlo los niños aventureros; Milton Friedman ofreció más tarde el símil del dinero cayendo aleatoriamente de helicópteros. Afortunadamente, para la dignidad de la política monetaria, existe un método más respetable: en una llamada operación de mercado abierto, la Reserva Federal compra deuda pública de EEUU, pagándola con dinero recién creado, que se inyecta de esa manera en la economía y se pone en circulación”.
La solución keynesiana debe aplicarse en las primeras etapas de la recesión: “Una vez que la economía está profundamente deprimida, las economías domésticas, y especialmente las empresas, pueden no estar dispuestas a aumentar su gasto independientemente del dinero en efectivo que tengan, es posible que se limiten a acumular más. Este tipo de situación, en la cual la política monetaria ha perdido su eficacia, se ha dado a conocer con el nombre de «trampa de la liquidez»”. “La respuesta keynesiana a la trampa de la liquidez consiste en que el Estado haga lo que no hace el sector privado: gastar. Cuando una expansión monetaria es ineficaz, debe sustituirse por una expansión fiscal, como los programas de obras públicas financiadas con endeudamiento. Esta expansión fiscal puede romper el círculo vicioso de bajo gasto y bajas rentas, «accionando la bomba» y volviendo a poner en marcha la economía. Pero recuérdese que no se trata, en modo alguno, en una recomendación que valga para todo; se trata, esencialmente, de una estrategia extrema, una peligrosa medicina que sólo debe prescribirse cuando ha fracasado el remedio general habitual de la política monetaria”.
Si la cantidad de dinero emitido resulta insuficiente, se producirá un efecto similar al de la autolimitación de la demanda y de la inversión sostenida por Keynes. Paul Krugman agrega: “Si las recesiones económicas comienzan cuando la gente decide espontáneamente aumentar sus tenencias de dinero, las autoridades monetarias deben vigilar la economía e inyectar dinero cuando observan que es inminente la aparición de una recesión. Si las recesiones siempre son el resultado de una disminución de la cantidad de dinero, las autoridades monetarias no necesitan vigilar la economía; sólo necesitan asegurarse de que la cantidad de dinero no disminuye. En otras palabras, basta una sencilla regla -«manténgase constante la oferta monetaria» suficientemente buena como para que no sea necesario adoptar una política «discrecional» del tipo «inyéctese dinero cuando los asesores económicos piensen que es inminente la aparición de una recesión»”.
“Y Friedman continuaba afirmando que la discreción hace más daño que bien”. “Utilizando una frase que llegó a ser famosa entre los economistas […] mantenía que la política monetaria funciona con «retardos largos y variables». Y como consecuencia de esos retardos largos y variables, la política monetaria que trataba de allanar el ciclo económico, en realidad, acababa empeorándolo”.
Adviértase que, si existe dinero suficiente y dinero inmovilizado, una vez que se pone en marcha la economía con la intervención monetaria estatal, como proponía Keynes, el dinero que estaba inmovilizado se suma al ya circulante y al inyectado, por lo que resulta ahora una cantidad excesiva de dinero, que tenderá a producir inflación. Sin embargo, en situación de recesión profunda, tal fenómeno no aparece. Paul Krugman escribió al respecto: “Cuando un país no se halla inmerso en una trampa de liquidez, entonces imprimir mucho dinero resulta en efecto un factor inflacionario. Pero cuando uno está en la trampa, no lo es; de hecho, la cantidad de dinero que imprime la Reserva Federal resulta prácticamente irrelevante”.
El citado autor sugiere la intervención keynesiana para la actual depresión de la economía de los EEUU, incluso sosteniendo que la suba de la inflación hasta un 4 o 5% resultaría un mal menor respecto de la desocupación existente. Toda depresión económica parece provenir de una previa depresión anímica de la población que ha perdido la confianza necesaria para continuar con una normal actividad. Jean-Claude Trichet expresó: “En estas circunstancias, todo lo que ayude a incrementar la confianza de las familias, empresas e inversores en la sostenibilidad de las finanzas públicas es bueno para la consolidación del crecimiento y la creación de empleo. Estoy del todo convencido de que, en las circunstancias actuales, las políticas que inspiren confianza favorecerán, y no perjudicarán, la recuperación económica, porque hoy en día el factor clave es la confianza” (Citado en “¡Acabemos ya con esta crisis!”)
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