jueves, 5 de diciembre de 2013

Las revoluciones traicionadas

Los sectores de izquierda consideran a la revolución como un acontecimiento positivo, ya que se lo interpreta como el éxito del ideólogo que ha sido capaz de despertar en el pueblo un estado de conciencia de su situación como integrante de una clase social desfavorecida, siendo el primer paso para su liberación a partir de la dictadura del proletariado, que es la consecuencia de la revolución. Por lo general, no se produce un cambio beneficioso para la sociedad porque se suplanta un gobierno dictatorial, o incluso uno democrático, por una dictadura promovida por el odio, la mentira y la venganza.

Los ideólogos tienden a tergiversar los hechos históricos para que concuerden y confirmen sus prédicas. En realidad, los procesos revolucionarios no son otra cosa que guerras civiles, que es el peor conflicto que puede afrontar una nación. La guerra civil es la consecuencia de la prédica intensiva del odio dirigido a acentuar el antagonismo entre dos sectores bien diferenciados, considerado uno culpable y el otro inocente, mientras que, generalmente, las culpas están repartidas, aunque no equitativamente. Guy Sorman escribió:

“La Revolución Rusa de Octubre de 1917 no fue una revolución popular sino un golpe de Estado militar, fomentado en secreto por veinte personas. El Zar y toda su familia fueron asesinados en 1918 por orden directa de Lenin. Fue Lenin quien creó el Gulag a partir de 1918. Fue Lenin quien instauró el terror y la toma de rehenes desde que subió al poder, ordenando ejecuciones masivas sin ningún tipo de juicio. El culto a la personalidad comenzó con Lenin. Él no cesó de recibir dinero del gobierno alemán antes y después de la revolución de 1917. El Pradva estaba financiado antes de la revolución por la policía del Zar…..”. “He aquí algunos hechos inesperados extraídos de la obra monumental de Richard Pipes, de 800 páginas, sobre la Revolución Rusa, que acaba de publicarse en EEUU. Pipes, profesor de Harvard y reconocido como el más grande historiador de la Rusia contemporánea, dedicó 20 años a la redacción de esta obra sin parangón”.

Respecto de la Revolución Rusa de Octubre de 1917, puede afirmarse que en realidad no fue la consecuencia de una manifestación auténtica de las masas disconformes con el gobierno existente, sino más bien la consecuencia de un complot pergeñado por Vladimir Lenin que traiciona la revolución ocurrida en febrero de ese mismo año. En la revolución de febrero, el pueblo busca con la protesta un cambio en el gobierno pensando en mejorar su nivel de vida, y no en derrocar una dictadura para reemplazarla por otra mucho peor, que es lo que finalmente ocurrió. Guy Sorman escribió:

“El terror rojo es instaurado por Lenin inmediatamente después de tomar el poder, cuando no existía ninguna amenaza real contra los bolcheviques. Fue de cierta manera un terror preventivo. El temor de Lenin era perder el poder, no por vanidad personal, sino porque consideraba que encarnaba la Historia en marcha. Él era la Revolución. Ahora bien, hasta ese momento todas las revoluciones han fracasado, observaba Lenin, en particular la Comuna de Paris en 1871. Según él porque no pudieron exterminar a sus enemigos y destruir radicalmente el antiguo orden”.

“En diciembre de 1917 Lenin, apoyado por Trotsky, convence a su gobierno de que «acabe con la antigua clase dirigente»; hace restablecer la pena de muerte y crea la Checa. A partir de noviembre se proclamó el principio de la ejecución de rehenes. Kamenev, que forma parte del Comité Central, declara que hay que matar, a fin de sanear la sociedad. Lenin insiste personalmente en que las ejecuciones sean masivas, sin juicios, sin tribunales. Poco importa que mueran inocentes, dirá Lenin, si es para salvar a la Revolución. La responsabilidad directa de Lenin en ese terror masivo, tal como lo describe Pipes, es indudable, al igual que su responsabilidad directa en la decisión de asesinar la familia del Zar, para que no se convirtiera en un símbolo de la contrarrevolución”.

“Pipes reproduce los innumerables telegramas dirigidos por Moscú a los bolcheviques de provincia sospechosos de blanduras; se espera de ellos expresamente ejecuciones en masa. En agosto de 1918, «Ejecuten inmediatamente, escribe Lenin a las autoridades de Ninji Novgorod, a centenares de prostitutas, soldados ebrios, oficiales, etc….». Terrible este «etcétera», que da carta blanca a las matanzas. Y los testimonios abundan; bastaba con exhumarlos como lo hizo Pipes para ver desfilar las columnas de prisioneros productos de las razzias: «burgueses, intelectuales, propietarios, contrarrevolucionarios». Las ejecuciones en masa tienen lugar por la noche en el patio de las prisiones; los prisioneros, totalmente desnudos, son muertos de un disparo en la nuca, los cuerpos apilados en camiones y arrojados en enormes fosas, por ejemplo en el emplazamiento del actual estadio Dynamo de Moscú”.

“«No debemos ejecutar solamente a los culpables –declarará el ministro Krylenko-la ejecución de inocentes impresionará aún más a las masas». En esto se funda el terror leninista. Provocar tal clima de odio, de sospechas, que nadie se atreverá a levantarse contra el régimen bolchevique que no tiene ninguna base popular. «El terror –dice Pipes- es el sustituto de una legitimidad inexistente»”.

“Stalin se limitó a desarrollar los principios establecidos por Lenin. Pero Stalin innova en un punto: ¡mata también a los comunistas! Lenin siempre había protegido a sus camaradas bolcheviques, junto con los cuales consideraba que formaban un orden aristocrático. Stalin, presa del delirio de persecución, los eliminará a todos. Por otra parte, observa Pipes, en el gran juicio que Kruschev entablará contra Stalin en 1956, ¿cuál será la principal inculpación? ¡No el Gulag, no el pacto con Hitler, sino el asesinato de los bolcheviques!” (De “Hacia un nuevo mundo”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991).

Cuatro décadas más tarde, en 1959, y en continente americano, Fidel Castro accede al poder luego de derrocar al dictador Fulgencio Batista. También traiciona la revolución por cuanto la mayor parte del pueblo cubano esperaba una transición desde una dictadura a una democracia, y no al reemplazo por otra mucho peor. Incluso Castro no sólo traiciona al pueblo sino a muchos de los combatientes revolucionarios por cuanto la lucha se había iniciado para derrocar a Batista, aunque secretamente Castro sabia que, una vez en el poder, la transformaría en una lucha para implantar el comunismo. Brian Latell escribió respecto de Castro: “En abril de 1961 anunció por primera vez el carácter socialista de la revolución, y en diciembre de ese mismo año se declaró marxista-leninista. Algunos, entre ellos su hermana Juanita, han dicho sin embargo que ya era un devoto pero secreto marxista en 1956 en México”. “Para Fidel, Lenin era un revolucionario de carne y hueso, un hombre de acción, no un intelectual de bibliotecas como Marx. Fue así como Lenin se convirtió en guía y modelo de Fidel, ejemplo de un destino personal institucionalizado” (De “Después de Fidel”-Grupo Editorial Norma SA-Bogotá 2006).

En cuanto al terror y a los fusilamientos, utiliza el “terrorismo preventivo”, al igual que Lenin, sólo que la cantidad de víctimas necesarias para el sometimiento del pueblo fue mucho menor. Armando Valladares escribió: “Ya en 1963 los condenados a muerte bajaban al paredón amordazados. Los carceleros temían a esos gritos. No toleraban en los que iban a morir ni siquiera una última exclamación viril. Aquel gesto de rebeldía, de desafío, en los instantes supremos; aquella demostración de valor y entereza de quienes morían gritando sus ideales, podía ser un mal ejemplo para los soldados: podía hacerles meditar”.

“En un momento del proceso, el abogado defensor se acercó al fiscal Flores Ibarra, a quien todo el pueblo conocía con el apodo de «Charco de sangre», pidiéndole que modificara sus conclusiones provisionales, pues era evidente que no había podido probarse la culpabilidad de los acusados. Flores le respondió: «He recibido órdenes de fusilar de todas maneras, como una medida de profilaxis social. Si no lo hiciéramos, otros contrarrevolucionarios envalentonados desatarían una ola de atentados contra los dirigentes de la revolución»”. “Jesús Carreras era uno de los jefes de las guerrillas contra la dictadura de Batista. Operaba en el Escambray, cordillera montañosa de la zona central de la isla. Su valor personal en los combates lo había convertido en un héroe legendario de aquellos lugares. Pero el comandante Carreras tampoco había combatido para la instauración de una dictadura mil veces más feroz que la que ayudó a derrocar. Y Castro lo envió a la cárcel, como a tantos otros oficiales; pero hacia los de alta graduación había un odio especial, como un ensañamiento”. “Jesús Carreras fue fusilado…” (De “Contra toda esperanza”-Editorial Intermundo SA-Buenos Aires 1985).

Así como en la ciencia, o en la filosofía, se reconocen vínculos intelectuales en los que se distingue un maestro y su discípulo, en el ámbito revolucionario pasa algo similar. Así como Fidel Castro fue un seguidor de Lenin, los Montoneros lo fueron respecto de Castro. De ahí que podamos hablar de los “Montoneros de Lenin” que suena tan “autóctono y nacional” como los “cosacos de Facundo Quiroga”.

Fidel Castro nunca reconoció el apoyo recibido en las primeras etapas de la Revolución, incluso proveniente de sectores de los EEUU, por cuanto simulaba ser un liberador de su pueblo. Luego, hizo creer a los combatientes de todo el mundo que solo bastaba el heroísmo revolucionario para “mover montañas”. Pablo Giussani escribió: “La primera propuesta de enviar armas a esos valientes jóvenes que se batían en Sierra Maestra contra la dictadura de Batista no provino de grupo alguno que pudiera calificarse de revolucionario, izquierdista o siquiera popular, sino al almirante Isaac Rojas, un conservador considerado arquetípico del «gorilismo» [antiperonismo]”. “Sobre este telón de fondo, que incluía consentidos campos de entrenamiento en México, consentidos centros de reclutamiento en los EEUU, el activo apoyo de Venezuela y una favorable campaña continental de prensa encabezada por el caluroso procastrismo del New York Times, es más que legítimo preguntar si el ascenso de Castro al poder fue realmente una victoria exclusiva de la guerrilla”.

“Tras la toma del poder, sin embargo, la soberbia revolucionaria impuso su lógica en la formación de la autoconciencia castrista, rescatando sólo aquel componente menor del proceso para convertirlo en factor único y autosuficiente del triunfo revolucionario, y borrando de la historia todo aquel poderosísimo y decisivo conjunto de factores extraños a la guerra”. “El desenfrenado sobredimensionamiento de la guerrilla como factor de la revolución llevaba forzosamente implícita la promoción del guerrillero a una naturaleza sobrehumana y selecta, discriminada de la humanidad corriente y moliente, la humanidad de la muchedumbre”.

“La revolución cubana, ya deformada, estilizada y descontextualizada de su historia real por obra de la soberbia revolucionaria, fue proyectada luego como modelo sobre el resto de Latinoamérica. Con lo que el castrismo cometió dos pecados en uno: el de querer exportar la revolución cubana, y el de querer exportar, a título de «revolución cubana» una cosa que nunca había ocurrido en Cuba”.

“«La Revolución Cubana ha demostrado que la guerrilla puede destruir un poderoso ejército profesional. ¡Si lo pudimos hacer nosotros, también ustedes pueden hacerlo!». ¿Quién no recuerda este cliché argumental, mil veces reiterado en discursos y declaraciones castristas a lo largo de los años 60`. Tal fue el mensaje específico del castrismo a la América Latina, la fórmula del llamamiento cubano a la insurrección continental. Toda una generación fue convocada a luchar y morir en la instrumentación de un modelo operativo que era una lisa y llana falsedad”.

“Millares, digo millares, de jóvenes latinoamericanos fueron arrojados a la muerte durante los últimos veinte años al servicio de esta monumental distorsión, como un tributo pagado en sangre al narcisismo revolucionario de La Habana”. “Con este rito sacrificial empalma la religión montonera del heroísmo, de la violencia sacramentalizada, de la muerte purificadora, ingredientes de un elitismo militar convertido en fuente de una conducción política estratificante” (De “Montoneros. La soberbia armada”-Editorial Sudamericana-Planeta SA-Buenos Aires 1984).

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