Tanto Grecia como Roma, iniciadoras de la cultura occidental, encuentran en el cristianismo el complemento adecuado para su posterior consolidación. Ello se debió a que existieron coincidencias básicas entre la mentalidad dominante en el Imperio Romano y la entonces nueva religión proveniente del Asia. Los romanos, que habían aceptado previamente algunas de las filosofías griegas, incorporan también a la religión con ellas compatible. Ello no implica que el pensamiento cristiano haya cambiado esencialmente la forma de vida romana, sino que la fusión se estableció por las coincidencias previas. Fustel de Coulanges escribió:
“Es imposible leer algunas páginas de Tito Livio sin que impresione la absoluta dependencia en que los hombres estaban con relación a sus dioses. Ni los romanos ni los griegos han conocido esos tristes conflictos, tan comunes en otras sociedades, entre la Iglesia y el Estado. Pero esto consiste únicamente en que en Roma, como en Esparta y Atenas, el Estado vivía dependiente de la Religión. No se trataba de un cuerpo sacerdotal que hubiera impuesto su dominación. El Estado antiguo no obedecía a un sacerdote; era a su religión misma a la que estaba sometido. Este Estado y esta Religión estaban tan perfectamente compenetrados, que no sólo era imposible concebir la idea de un conflicto entre ambos, sino hasta distinguir uno de otra” (De “La Ciudad Antigua”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1966).
Los filósofos más influyentes en Roma fueron los estoicos, considerados como la “filosofía oficial del Imperio Romano”. Montesquieu escribió al respecto: “Los estoicos miraban como cosas vanas las riquezas, las grandezas humanas, el dolor, las penas y los placeres, no ocupándose más que en laborar por el bien de los hombres y en cumplir con los deberes sociales: podría decirse que consideraban aquel espíritu sagrado que creían residir en ellos, como una providencia bienhechora que velaba por el género humano. Pensaban todos que, nacidos para la sociedad, su destino era trabajar por ella sin serle nada gravoso, puesto que hallaban su recompensa en sí mismos, su felicidad la hallaban en su filosofía, puesto que solamente podía aumentar la suya la felicidad de los demás” (De “Del espíritu de las leyes”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1993).
En los escritos de Marco Tulio Cicerón se manifiesta la idea de la existencia de un orden natural inmutable al cual nos debemos adaptar, además de cierta justicia divina que premia nuestros aciertos éticos y castiga nuestros desaciertos. Respecto a la ley natural, escribió: “El universo entero ha sido sometido a un solo amo, a un solo rey supremo, al Dios todopoderoso que ha concebido, meditado y sancionado esta ley. Desconocerla es huirse a sí mismo, renegar de su naturaleza y por ello mismo padecer los castigos más crueles aunque escapara a los suplicios impuestos por los hombres”.
El cristianismo, por otra parte, considera al Reino de Dios como el Gobierno de Dios sobre el hombre a través de la ley natural, una vez que éste se decide a acatarla, observándose una coincidencia importante entre ambas posturas. Incluso, para Cristo, no es un Dios personal quien decide por nosotros desde el exterior, dirigiéndonos como si fuésemos títeres sometidos a su voluntad, y de ahí su expresión: “El Reino de Dios está dentro de vosotros” (Regnum Dei intra vos est).
El posible castigo que proviene de Dios en realidad resulta ser un castigo que proviene de cada uno de nosotros al no adaptarnos a dichas leyes. Cuando el hombre pierde todo temor, puede perder también las limitaciones que impone a su accionar, llegando incluso a perjudicar a los demás. Miguel de Cervantes dijo, a través de uno de sus personajes: “Primeramente has de temer a Dios, porque en el temerle está toda sabiduría, y siendo sabio, no podrás errar en nada”.
El cristianismo quedó constituido como una religión con validez universal ya que se basa en las leyes naturales que rigen a todos y a cada uno de los hombres. También el Imperio Romano buscó abarcar al mundo conocido, y de ahí que ambos universalismos coinciden y se fusionan. Paul Tillich escribió:
“La situación concreta a la cual llegó el acontecimiento del Nuevo Testamento fue el universalismo del Imperio Romano. Esto implicaba a la vez, algo positivo y algo negativo. Lo negativo era que significaba la caída de las religiones y las culturas nacionales. El aspecto positivo era que en ese momento se podía concebir la idea de la humanidad como un todo. El Imperio Romano produjo una conciencia clara de la historia universal por oposición a las historias nacionales aleatorias. La historia universal ya no es un mero propósito que se actualizará en la historia, en el sentido que le daban los profetas: se ha convertido en una realidad empírica”.
Aceptando la existencia de un orden superior, la idea de igualdad se presenta junto a la idea de libertad, derivándose como consecuencias inmediatas. Así, si existe una ley natural, y un orden natural, descrito simbólicamente como un Dios personal único, todos los hombres estamos subordinados a dicha ley, y decimos que somos iguales ante Dios en forma semejante a cómo los hijos lo son ante sus padres. Luego, al existir el Gobierno de Dios sobre el hombre, deja de ser lícito todo gobierno del hombre sobre el hombre. El citado autor agrega:
“En sus orígenes, los estoicos eran griegos, luego fueron romanos. Algunos de los más famosos fueron emperadores romanos, tal el caso de Marco Aurelio. Aplicaban el concepto de Logos a la situación política de la cual eran responsables. El significado de la ley natural era que todos los hombres participan de la razón en virtud del hecho de que son seres humanos. A partir de esta idea básica elaboraron leyes muy superiores a muchas de las que hallamos en la Edad Media cristiana. Otorgaron la ciudadanía universal a todo ser humano porque, potencialmente, todos los hombres participan de la razón. Demás está decir que no creían que la gente empleaba la razón correctamente, pero consideraban que podían llegar a hacerlo mediante una buena educación. El hecho de otorgar la ciudadanía romana a todos los ciudadanos de los países conquistados fue un paso enorme hacia la igualdad. Las mujeres, los esclavos y los niños, considerados seres inferiores por la antigua ley romana, quedaron en pie de igualdad gracias a las leyes de los emperadores romanos. Esto no fue obra del cristianismo sino de los estoicos, quienes derivaron esta idea de su creencia en el Logos universal del cual participan todos los seres humanos”.
“Con frecuencia los pensadores romanos eran a la vez políticos y hombres de Estado. En tanto eclécticos no creaban sistemas nuevos. Se limitaban a elegir (tal el caso de Cicerón, por ejemplo) los conceptos más importantes de los sistemas clásicos griegos que consideraban pragmáticamente útiles para los ciudadanos romanos. A partir de una posición pragmática elegían lo que podía resultar de mayor provecho para la vida del ciudadano romano, en tanto ciudadano de un Estado universal. Las principales ideas que eligieron, y las volveremos a encontrar en la Ilustración del siglo XVIII, fueron las siguientes: la idea de la providencia, que proporciona un sentimiento de seguridad para la vida de la gente; la idea de Dios como innata en todos los seres humanos lo cual incita el temor de Dios y la disciplina; la idea de la libertad y la responsabilidad moral que permite educar a la gente y hacerla responsable por el fracaso moral y por último la idea de la inmortalidad, que amenaza con otro mundo a quienes mueren sin haber pagado sus culpas en este. Todas estas ideas fueron, de alguna manera, una preparación para la misión cristiana” (De “Pensamiento cristiano y cultura en Occidente”-Editorial La Aurora-Buenos Aires 1976).
El mandamiento cristiano del amor al prójimo implica compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes como si fuesen propias. Con ello fortalece la tendencia hacia la igualdad de los hombres ya que considera que debe ser tan importante lo que nos ocurre a cada uno de nosotros como lo que les ocurre a los demás. Fortalece también la tendencia hacia la libertad por cuanto elimina toda posibilidad de ambicionar el gobierno de un hombre sobre otro para beneficio material de uno y perjuicio del restante. En su sugerencia descarta tanto el odio como el egoísmo proponiendo una ética individual que coincide con la ética social; indica un camino para todo individuo, dándole un sentido a su vida, como también indica el camino a seguir por todo grupo social. Muestra la inexistencia de antagonismo entre los fines e intereses individuales respecto de los sociales.
Podemos decir que da la última palabra en cuanto a la orientación que debe adoptar todo ser humano y todo grupo social que habita el planeta. Sin embargo, no sólo su sugerencia ha sido cubierta con misterios, o ha sido simplemente ignorada e incomprendida, sino también que ha sido combatida junto a sus predicadores y seguidores.
Lo opuesto a la cultura occidental no es, ciertamente, la cultura oriental, sino las tendencias socialistas que tienen como principal misión su destrucción. Toda expresión occidental es considerada por el marxismo-leninismo como un simple medio dispuesto por una clase social para dominar y explotar laboralmente a otra. Asignada esa culpabilidad, tergiversan, difaman y destruyen todo lo que caracteriza a Occidente. Adviértase que el marxismo no es una vía distinta para llegar a un mismo objetivo, sino que su misión principal radica en la mencionada destrucción.
Mientras que el cristianismo trata de que en los hombres predomine su capacidad para amar, el marxismo propone el odio hacia toda una clase social. De ahí que predique la discriminación y la desigualdad inherente a esa actitud, aunque considere que luego ese camino ha de llevar al hombre a la “igualdad”. En su combate a la democracia económica (mercado) y a la democracia política, el marxismo se opone a la libertad individual considerando legítimo el gobierno del hombre sobre el hombre, a partir del Estado. Para profundizar su dominio, estatiza los medios de producción y establece una “democracia” de un solo partido, sosteniendo que el interés individual se opone al interés colectivo, de donde sugiere que el individuo, a través del altruismo, sacrifique su bienestar individual a favor de la colectividad. En realidad, la mayor parte de las propuestas del marxismo (socialismo teórico), es un disfraz para ocultar sus verdaderas intenciones destructivas, lo que constituye el “socialismo real”. El éxito parcial de su gestión se debe principalmente a que resulta siempre bastante más fácil destruir que construir.
Tanto la libertad como la igualdad, consecuencias necesarias del amor al prójimo, son las condiciones que convienen a todo habitante del planeta. Sin embargo, a través de la mentira y la difamación, el marxismo ha convencido a un gran sector de la población que debe rechazar tales valores y tal actitud, y que, en realidad, no es del odio y de la mentira de lo que debe protegerse, sino de quienes predican el amor y la verdad.
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