jueves, 31 de mayo de 2012

Un país dividido

Gran parte de la historia argentina se ha caracterizado por la aparición de líderes que han promovido divisiones internas en la población. Tales divisiones han impedido que la Nación haya progresado de una manera sostenida. Entre las causas inmediatas que motivaron ese comportamiento, podemos mencionar las siguientes:

1- Considerar prioritarios los intereses o las realizaciones de tipo personal en lugar de hacerlo respecto de las necesidades y las aspiraciones del conjunto de la sociedad.
2- Mostrar una irresponsable tendencia a hacer participar a toda la población de los antagonismos existentes entre individuos y grupos rivales despertando y promoviendo el odio generalizado.
Entre las figuras más importantes en cuanto a la ambición de poder personal y a la creación de divisiones internas en la sociedad, encontramos a Juan Manuel de Rosas en el siglo XIX, a Juan Domingo Perón en el siglo XX y a los Kirchner en este siglo XXI.

A medida que las divisiones y las tensiones se fueron acentuando, surgieron opositores que los derrocaron, tal el caso de Justo José de Urquiza respecto de Rosas, las Fuerzas Armadas en el caso de Perón, mientras que no se vislumbra todavía la oposición que habrá de suceder al kirchnerismo.

Refiriéndose al Bicentenario de la Patria, celebrado en 2010, Gregorio Caro Figueroa escribió: “Tendremos que admitirlo con dolor y sin rodeos: durante la mayor parte de los dos siglos que conmemoramos, la Argentina fue una casa dividida. Lo sigue siendo. Nuestras antiguas disensiones, discordias y fisuras no desaparecieron: mutaron, adquirieron nuevos rasgos y aún permanecen abiertas como llagas. No parecemos dispuestos a reconocer un pasado y un destino común ni aún en el momento en que vamos a celebrar nuestra mayoría de edad como país”.

“En momentos en el que los antagonismos deberían atemperarse para dar paso al homenaje a los sucesivos forjadores del país, algunos, armados de la dialéctica amigo-enemigo, parecen empeñados en desplegar pasión y energía en profundizar y atizar la división de las dos Argentinas, negando hacer de ella nuestro hogar común” (De “Todo es Historia”-Año XLII-Edición 511-Buenos Aires-Febrero 2010).

Cuando, en economía, se busca un criterio general para establecer una acertada descripción de los distintos inconvenientes que puedan surgir, se consideran las diversas causas que han impedido el establecimiento del proceso del mercado, o bien, una vez establecido, las causas por las que no se pudo desarrollar. En forma similar, cuando, en política, se busca un criterio general para establecer una acertada descripción de los distintos inconvenientes que puedan surgir, se consideran las diversas causas que han impedido el establecimiento del proceso democrático en toda su amplitud.

Puede decirse que la democracia apunta hacia un gobierno que, a través del Estado, contempla limitaciones en cuanto al poder otorgado por las leyes a ese gobierno. Además, con la democracia se busca la libertad y la igualdad de derechos y deberes de todo ciudadano. Uno de los requisitos necesarios para el cumplimiento de estos fines consiste en la elección periódica de autoridades mediante el voto popular, el establecimiento de leyes amparadas en una Constitución y una división de poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) que tienda a evitar la excesiva concentración de poder en una sola persona, o en un grupo, para evitar, en lo posible, el gobierno del hombre sobre el hombre, que es la peor de las desigualdades.

Las tiranías presentan varios defectos, como la tendencia a promover desigualdad, ya que se divide a la población en “nosotros y ellos”, o “amigos y enemigos”, tratando de establecer un “imperialismo interno” que, a diferencia de los imperialismos ejercidos entre países, se busca que la clase gobernante tienda a imponerse sobre la “clase enemiga”, restringiendo sus libertades individuales.

La Constitución, que lleva implícito el espíritu de la democracia, surge luego de la caída de Rosas. Los tiranos sucesivos trataron de cambiarla o bien realizaron sus gobiernos desconociéndola total o parcialmente, lo que no resulta extraño en quienes se oponen al espíritu de la democracia.

La perpetuación en el poder impone la necesidad de continuar en el mando a través de sucesivas reelecciones basadas principalmente en el clientelismo político, por el cual, con el dinero del Estado, provisto principalmente por el sector productivo (el “enemigo”), se mantiene al sector partidario, generalmente poco productivo. Este fenómeno no es nuevo, ya que se lo empleaba en épocas tan lejanas como la de los antiguos romanos. E. Trimbach y L. Derrien escriben:

“Durante las campañas electorales los candidatos, para hacerse publicidad, se dejaban ver en compañía de numerosos amigos fieles. Además repartían regalos y entradas para los espectáculos, y asistían a los necesitados. Simulaban conocer los nombres de cada uno de los electores, cuando era un esclavo el que se los iba diciendo al oído. El cortejo de clientes era uno de los elementos de la vida social de los patronos. En los últimos tiempos de la República se generalizó el uso de la mentira, la lisonja e incluso trampas para reclutar clientes” (De “Viaje por la Roma de los Césares”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1989).

Un caso sorprendente lo constituye el canal televisivo estatal denominado Televisión Pública. Por ser estatal, se espera que todos sus programas tiendan a promover la unificación de la sociedad. En cambio, es usado por el partido político gobernante para difamar públicamente a sus adversarios políticos, especialmente a aquellos que serán sus contendientes en próximas elecciones. También se burlan y degradan a algunos que desertaron de las filas del partido gobernante. Se difunde una ideología bastante similar a la castrista-soviética que constituyó el primer eslabón de la secuencia que condujo a la violencia desatada durante los años 70. Si a las mismas causas les siguen iguales efectos, podemos decir que se está promoviendo una violencia social masiva que en otras épocas se propagaba sólo mediante libros de poca circulación.

El proceso político por el cual se promueve la división de una población entre sectores, y que luego conduce a una tiranía, se conoce con el nombre de populismo. Víctor Massuh escribe al respecto: “Podemos definir al populismo como la versión muchedumbrizada del pueblo. Es la sacralización del estado de multitud convertido en absoluto, en el valor más alto y, por lo tanto, en criterio de verdad política, económica, estética y cultural”. “Siendo la mayoría una parte considerable del pueblo, el populista obra como si representara a su totalidad. El desconocimiento de este matiz lo vuelve compulsivo y soberbio. Afirma enfáticamente que las mayorías nunca se equivocan. Sabemos que esto es una falacia porque ellas se equivocan tanto como las minorías y los individuos. En primer lugar, porque no hay entes humanos infalibles y, en segundo, porque la verdad nada tiene que ver con el número ni se decide por votación o aclamación”.

“La inteligencia es como un organismo muy delicado y sensible. Cuando advierte a su alrededor un ambiente demasiado rudo y poco propicio a su desarrollo, se retrae, vegeta, o vuela hacia otras latitudes. El vacío que deja entonces es llenado por el arma intelectual del populismo –la «viveza»– que viene a ser una forma inferior de la inteligencia, una mezcla de habilidad y falta de escrúpulos. La actitud inteligente afronta los problemas, la «viveza» tiene el arte de eludirlos y de dar la impresión de haberlos resuelto. La primera no tiene otra fuerza que sí misma, inicia sus pasos con humildad metódica, no sabe cuál será su arribo. La segunda tiene la solución desde el comienzo, apela siempre al criterio de autoridad, no cree en la cultura sino en «la calle» o en la llamada «universidad de la vida»”. (De “La Argentina como sentimiento”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1982).

En la actualidad (2012) se está notando una profundización del modelo populista, tal como fue anunciado previamente a las últimas elecciones presidenciales. Con el “vamos por todo”, como lema del grupo gobernante, no ha de entenderse como un futuro dominio de la Argentina sobre algunos otros países, sino como un dominio cada vez mayor desde el sector gobernante al resto de la sociedad.

Cuando se hicieron críticas acerca de que la Argentina no es un país confiable ni previsible para realizar inversiones productivas, la propia presidente desestimó tales comentarios afirmando que ella es “confiable y previsible”, aceptando tácitamente que ella y el Estado son una y la misma cosa.

Es indudable que en todo país existen potenciales e inevitables desacuerdos que llevan a debates de largo alcance, aunque tales desacuerdos deberán promover mejoras y un crecimiento como Nación, en lugar de ser explotados por un sector para obtener rédito político de ellos. Uno de tales conflictos proviene de la antigua lucha entre pobres y ricos, cuya solución populista consiste en atribuir todas las virtudes a los primeros y todos los defectos a los segundos, con lo que se agudiza la tensión en lugar de disminuir las diferencias.

También se mantiene vigente el antiguo dilema nacional de apuntar hacia nuestra continuidad occidental (cristianismo, democracia, mercado) o bien orientarnos hacia el seguimiento de distintos totalitarismos que, aunque surgidos en Europa, se oponen totalmente al ideal caracterizado como la “civilización occidental”. Víctor Massuh escribió: “Una cultura cobra forma cuando los valores universales que ella genera o importa, crea o asimila, echan profundas raíces en su suelo, en las costumbres y las instituciones. Es decir, cuando imprimen su sello en la vida de un pueblo y aparecen como el fundamento espontáneo de un pensamiento, de un canto, una rebeldía o una acción social”. “Universalismo y arraigo son las condiciones ineludibles de una obra valiosa. En consecuencia, el sentido estricto de una cultura nacional se define como universalismo arraigado. No hay oposición esencial entre cultura nacional y cultura universal: sus términos son idénticos”.

De la misma forma en que podemos describir los desaciertos económicos en función del desconocimiento del mercado, y los desaciertos políticos en función del desconocimiento de la democracia, los desaciertos sociales podemos describirlos en función del desconocimiento de la ética cristiana. Los tres fundamentos de la civilización occidental han sido atacados en Europa por los movimientos totalitarios (fascismo, nazismo, comunismo). También fueron combatidos por los populismos pseudo-democráticos argentinos, como los mencionados, y que son herederos, en cierta forma, de los totalitarismos europeos. Los cimientos de la civilización occidental son compatibles con los avances de la ciencia experimental. Sin embargo, su validez debe considerarse desde el punto de vista de sus éxitos, de la misma forma en que la falsedad de los fundamentos de los movimientos totalitarios debe observarse a partir de sus fracasos.

viernes, 25 de mayo de 2012

Ideología y personalidad

Por lo general, la ideología política con la cual un individuo se identifica, ha de tener una relación directa con su personalidad. Como la actitud característica de todo individuo tiene una componente afectiva y una cognitiva, la conjunción de ambas determinará, en primera instancia, la postura política a la que tal individuo adherirá. De acuerdo a esto, no son sólo las ideas o las creencias las que determinarán nuestra conducta, sino, sobre todo, nuestros afectos, ya sean positivos o negativos.

Resulta sencillo describir, en base al criterio propuesto, las conductas políticas o religiosas de personajes reconocidos públicamente, aunque no resulta sencillo predecir futuros comportamientos a partir de una personalidad conocida en forma aproximada. De todas formas, es importante considerar la validez del criterio adoptado en forma independiente a la dificultad que presente el conocimiento concreto del vínculo entre personalidad e ideología en casos determinados.

Podemos considerar, en Psicología Social, que cada teoría propuesta respecto de las componentes de la actitud característica, es en sí misma una teoría de la personalidad. Así tenemos teorías de una, dos y tres componentes. En el primer caso, consiste en una simple respuesta, positiva o negativa, que se dará a una serie de preguntas que admitan tal tipo de respuesta. De esta forma es posible caracterizar las distintas personalidades individuales, pero tal método depende del conjunto de preguntas formuladas sin tener presente justamente los aspectos inherentes a cada individuo.

En el caso de teorías con dos componentes, es posible tener en cuenta tanto el aspecto afectivo como el cognitivo de cada individuo, por lo cual resultan suficientes para establecer descripciones satisfactorias de la mayor parte de los fenómenos sociales a partir de las actitudes individuales. Finalmente tenemos las teorías con tres componentes, las que apuntan a reflejar tanto la conducta, como lo afectivo y lo cognitivo, teniendo presente la existencia del cerebro reptiliano, el límbico y el neocórtex. W.J. McGuire escribió:

“La tricotomía de la experiencia humana en pensamiento, sentimiento y acción, aunque no rigurosa desde el punto de vista lógico, es tan generalizada en el pensamiento indoeuropeo (se la halla en la filosofía helénica, zoroastriana e hindú) que sugiere que se corresponde con algo básico de nuestra manera de conceptuar, quizás refleje las tres capas evolutivas del cerebro, corteza cerebral, sistema límbico y arquiencéfalo” (De “Psicología Social”-M.A.Hogg y G.M.Vaughan-Editorial Médica Panamericana SA-Madrid 2010).

Debido a que sólo son accesibles a nuestras decisiones los aspectos afectivos y cognitivos de nuestra personalidad y debido a que la actitud característica puede definirse mediante la relación:

Respuesta (Acción) = Actitud característica x Estimulo

resulta redundante incluir algún tipo de componente conductual. De ahí que resultan más simples las mencionadas teorías con dos componentes: afectivas y cognitivas. Para las primeras tenemos: amor, odio, egoísmo e indiferencia. Para las segundas adoptamos, como referencia para establecer el conocimiento, a la realidad, la opinión propia, la de otra persona o lo que dice la mayoría. En todos los casos se supone que difícilmente existan individuos que posean sólo una de estas componentes, sino que muestran una mezcla de todas ellas en distintas proporciones.

Podemos comenzar caracterizando a las personalidades que adhieren a las posturas extremas, democracia y totalitarismo, ya que los extremos son más fáciles de describir. Así, la componente afectiva de la actitud característica de un verdadero demócrata ha de ser el amor (por el cual tiende a compartir las penas y las alegrías de los demás, ya sea dentro o fuera de su ámbito familiar), mientras que la componente cognitiva de tal actitud ha de ser la toma de referencia en la propia realidad.

Por otra parte, la componente afectiva del totalitario ha de ser el odio, por el cual se alegra del sufrimiento ajeno, con tendencia a la burla (el vómito del alma enferma) y se entristece por la alegría ajena, con tendencia a la envidia (el autocastigo efectivo, inmediato y permanente), mientras que la componente cognitiva ha de ser la adopción, como referencia, no de la realidad, sino de la opinión de un líder, o bien de la propia opinión cuando se convierte en un líder.

Mientras que los que realizan sus vidas en función del amor carecen de enemigos y concentran sus esfuerzos en conocer mejor la propia realidad, pareciera que, quienes realizan sus vidas en función del odio, si no dispusieran de enemigos, sus discursos perderían eficacia e incluso sus vidas carecerían de sentido. Sus actitudes se parecen a las de aquellos simpatizantes de fútbol (barras bravas) que en el triunfo se burlan de sus adversarios y en la derrota insultan a los jugadores de su propio club. Las distintas facetas de su accionar pueden describirse como distintas formas de expresar o encauzar la producción diaria de malevolencia y odio.

Las tendencias populistas, que apuntan al totalitarismo, se caracterizan por un discurso que se basa, no tanto en la realidad, sino en el enemigo, el adversario político, al cual se lo difama, se lo degrada y se lo injuria públicamente. Se trata de que todos participen y compartan el odio personal del líder populista. Incluso, cuando aparece un “desertor”, alguien que no se somete a la exigida obediencia partidaria, se lo denigrará en forma similar a cómo se lo hace con los adversarios.

La persona pensante, que busca adaptarse de la mejor manera al mundo real, adopta posturas que luego advertirá como erróneas. De ahí que cambie de ideas junto al cambio de actitud, o bien mantenga su actitud pero cambie su respuesta cuando cambien las condiciones de su país, tal el caso del tres veces presidente de Bolivia, Víctor Paz Estenssoro, quien en 1952 afirmaba: “En los años 50, los intereses de las compañías eran enormes pero carecían de una función creativa, excepto en la gran industria minera, en la que la riqueza salía del país. En el campo había propietarios de tierras al estilo feudal. Por lo tanto la economía estaba estancada. En estas circunstancias era esencial que el Estado asumiera el rol principal”.

Varios años más tarde afirmaba: “Con el transcurso del tiempo el Estado creció, se tornó ineficiente y corrupto. Ya no desempeñaba su papel; se convirtió, en efecto, en una fuerza negativa. El Estado retardó el crecimiento de la economía y, mediante déficit, creó una inflación que llegó a 25.000 por ciento cuando asumí el poder en 1985. La intervención del Estado creó las condiciones para la corrupción y los sobornos” (Citado en “Ajustándonos a la realidad”-Robert Klitgaard-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1994).

Para el individuo pensante no existen enemigos, sino adversarios; de ahí que pueda reconocer lo que en ellos observa como positivo, tal el caso del filósofo Denis Diderot, poco adepto a la religión. Cuando un amigo lo observa leyendo el Catecismo católico a su propia hija, le incrimina:

“¿Cómo? ¿Tú enseñas el Catecismo a tu propia hija? ¿Te estás burlando?”, a lo que recibe como respuesta: “Si yo conociese un libro mejor para hacer de María una niña respetuosa y tierna, buena mujer y digna madre, se lo enseñaría; pero, a la verdad, que en el mundo no conozco más que el Catecismo que le pueda enseñar todo esto: ¡ojalá que para felicidad suya y mía, crea, ame y practique cuanto en él se indica!” (De “Haces de luz”-P. Bernardo Gentilini-Editorial Difusión-Buenos Aires 1952).

Por el contrario, para el marxista-leninista, el adversario es un enemigo que debe ser aniquilado. Respecto de la personalidad del asesino del Vicealmirante Hermes José Quijada, Antonio Petric escribe: “Víctor Fernández Palmeiro, alias «El Gallego», había nacido en Orense, España, en 1945”. “Roberto Santucho, jefe del ERP, lo caracteriza de este modo: «No conoce el miedo, no tiene prejuicios, no se detiene ante nada. Creo que podría matar a su hermano, sin titubear ni darle a entender la animosidad. Desde hoy y por varios años, éstos son los hombres que deben ser nuestro ejemplo en la lucha por la patria socialista»”.

“Muerto a consecuencia de los disparos del chofer de Quijada, todo el submundo subversivo, desde el cultural hasta el juvenil, se vio inundado de publicaciones que lo presentaban como si fuera un héroe”. “Proclamaba «El Combatiente»: «El Gallego ya forma parte de la historia nueva que han comenzado a forjar los pueblos. La burguesía y el imperialismo se retuercen bajo el peso del plomo revolucionario, y la patria socialista despunta entre los escombros del sistema que nos ayuda en su propia e irreversible destrucción»”.

“Pese a que acababa de cometer un alevoso y largamente preparado crimen, con probabilidades muy elevadas de salir impune de él, su final fue presentado no sólo como heroísmo, sino también como martirio” (De “Así sangraba la Argentina”-Ediciones Depalma-Buenos Aires 1980).

La gravedad de la situación actual no radica tanto en que existieron grupos terroristas en el pasado, sino en el hecho de que gran parte de la sociedad acepta la legitimidad de los asesinatos y de los atentados perpetrados en los 70 por los actualmente referidos bajo la genérica denominación de “jóvenes idealistas”. Incluso existe en la Casa de Gobierno de la Nación un retrato de Ernesto Che Guevara, quien, en su vida de guerrillero, nunca redujo a un opositor en combate, sino que asesinó con su propia arma a unas 216 personas detenidas. De ahí que cabe la siguiente pregunta: ¿Es consciente la gente acerca de lo que ocurriría en la sociedad si tales personajes fueran tomados como ejemplos por la mayor parte de la juventud, tal como lo proponen las actuales (2012) autoridades nacionales?.

Puede decirse que, así como la misión del político democrático consiste en orientar a la sociedad por la senda de la cooperación entre sus integrantes, la misión adoptada por el político populista y totalitario consiste en despertar y fomentar el odio entre sectores en beneficio del poder político de tales instigadores.

Respecto de las ideologías de origen religioso, podemos hacer un análisis similar. En este caso tendremos religiones que se fundamentan, o que con compatibles, con la ley natural, y aquellas que tienen sólo validez personal o sectorial. La religión verdadera, la que “une a los adeptos”, es, precisamente, la que no divide a los hombres. Y ello se debe a que sus enseñanzas éticas y sus consecuencias pueden verificarse en forma directa y cotidiana, pudiéndose perfeccionar con el tiempo.

Los libros sagrados debemos interpretarlos tomando como referencia la propia realidad. De esa manera podremos entender su mensaje. De lo contrario, cuando aparecen diferencias entre las simbologías utilizadas y la propia realidad, aparece la desafortunada tendencia a cambiar la realidad para compatibilizarla con la simbología, con las deformaciones y las consecuencias negativas que todos conocemos.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Los efectos de la inflación

Con la palabra inflación se designaba originalmente a la propia acción del Estado por la cual emitía dinero a un ritmo mayor al del crecimiento de la producción, de ahí que lo que se “infla” es la cantidad de circulante. Luego, el aumento de precios subsiguiente es la primera consecuencia de tal decisión. Ludwig von Mises escribió: “La inflación es el proceso mediante el cual la cantidad de moneda aumenta considerablemente a espaldas del mercado. El principal medio del que se vale la inflación en Europa continental es la emisión de billetes de curso legal no convertibles. En este país (EEUU) la inflación se nutre fundamentalmente de los préstamos que el gobierno obtiene de los bancos comerciales, como también del incremento de la cantidad de papel moneda de diferentes tipos y de monedas divisionarias. El gobierno financia su gasto deficitario a través de la inflación”.

“La inflación tiene como consecuencia una tendencia general hacia la suba de los precios. Aquellos que se benefician con el flujo adicional de moneda pueden aumentar su demanda de bienes y servicios vendibles. Si las restantes variables permanecen constantes, este aumento de la demanda debe provocar un alza de precios. Ninguna filosofía o silogismo puede evitar esta consecuencia”.

“La revolución semántica, que es uno de los rasgos característicos de nuestros días, ha oscurecido y distorsionado este hecho. El término inflación es usado con un sentido diferente. Lo que la gente llama actualmente inflación no es inflación, es decir, un aumento de la cantidad de moneda y sustitutos de moneda, sino el alza general de precios y salarios que, en realidad, es la consecuencia inevitable de la inflación. Esta innovación semántica es peligrosa y requiere nuestra atención”.

“En primer lugar, no existen más términos disponibles para referirse a la inflación, entendida ésta como lo que antes significaba. Es imposible combatir un mal que no se puede nombrar. Los estadistas y políticos ya no tienen la posibilidad de recurrir a una terminología aceptada y entendida por el público cuando quieren describir la política financiera que combaten. Deben realizar una descripción y un análisis detallados de esta política, mencionando todas sus peculiaridades y brindando explicaciones minuciosas cada vez que hacen referencia a este fenómeno. Al no poder asignar un nombre a la política que incrementa la cantidad de moneda circulante, el problema persiste indefinidamente”.

“El segundo mal es causado por aquellos que realizan intentos desesperados e inútiles para combatir las inevitables consecuencias de la inflación (es decir, el aumento de precios), ya que disfrazan sus esfuerzos de manera tal que parecen luchar contra la inflación. Mientras enfrentan los síntomas pretenden estar combatiendo las raíces del mal, y al no comprender la relación causal entre el aumento de la circulación monetaria y de la expansión de crédito por un lado, y el alza de los precios por el otro, de hecho agravan la situación”.

“Los subsidios son el mejor ejemplo. Como ha sido señalado, los precios máximos reducen la oferta porque los productores marginales incurren en pérdidas si continúan produciendo. Para evitar esta consecuencia, los gobiernos ofrecen frecuentemente subsidios a los granjeros que operan con costos más elevados. Estos subsidios se financian con una expansión del crédito adicional. De este modo, la presión inflacionaria se ve incrementada. Si los consumidores tuvieran que pagar precios más altos por los productos en cuestión no existiría ningún efecto inflacionario. Los consumidores podrían utilizar sólo el dinero que ya había sido puesto en circulación, para efectuar esos pagos adicionales. Por eso la supuestamente brillante idea de combatir la inflación a través de subsidios provoca, en los hechos, más inflación”.

“El peligro real no reside en lo ya acontecido, sino en las falsas doctrinas provenientes de estos hechos. La superstición según la cual el gobierno puede prevenir las inevitables consecuencias de la inflación a través del control de precios constituye el principal peligro. Esto se debe a que dicha doctrina distrae la atención pública del fondo del problema. Mientras las autoridades están empeñadas en una lucha inútil contra el fenómeno que acompaña a la inflación, sólo unas pocas personas están atacando el origen del mal, es decir, los métodos que el tesoro emplea para solventar los enormes gastos. Mientras la burocracia ocupa las primeras planas de los periódicos con sus actividades, los datos estadísticos referidos al aumento de la circulación monetaria de la nación son relegados a un espacio secundario en las páginas financieras de los periódicos” (De “Planificación para la libertad”-Centro de Estudios Sobre la Libertad-Buenos Aires 1986).

Recordemos que el “modelo económico” vigente en la Argentina, luego de la severa crisis del 2001, se basa esencialmente en los excesivos gastos del Estado (que favorece el consumo y no tanto la inversión) y que disimula los aumentos de precios falseando los índices estadísticos oficiales publicados (algo “novedoso”, que no fue citado por von Mises). Lo que llama la atención es que la ayuda masiva a los sectores necesitados, que en todas partes se tomaría como un síntoma de la existencia de una persistente pobreza generalizada, es interpretada como una virtud de la política económica vigente. Por el contrario, si no se necesitara tanto de tal ayuda, por disponer la población de empleo efectivo, sería un indicio de que la economía va por un buen camino. Si bien tal modelo ha recibido un gran apoyo por parte del electorado nacional, es conveniente tener presente las opiniones de importantes economistas, basadas, sobre todo, en experiencias históricas producidas a lo largo y a lo ancho del mundo.

Es indudable que el proceso inflacionario presenta un gran atractivo para el ciudadano común por cuanto asocia el dinero con la riqueza, por lo cual, imprimir billetes sería, para él, algo similar a producir riquezas. Henry Hazlitt escribió: “La inflación cubre cualquier proceso económico con un velo de ilusión. Confunde y engaña a la inmensa mayoría, e incluso a quienes sufren sus consecuencias. Estamos todos acostumbrados a medir nuestros ingresos y riqueza en términos monetarios. Este hábito mental es tan poderoso que incluso economistas y estadísticos profesionales no pueden deshacerse de él. Es difícil estar atentos siempre en las relaciones económicas a los bienes y bienestar reales que las suscitan”.

“¿Quién de nosotros no se siente más rico y satisfecho cuando oye decir que la renta nacional se ha duplicado (en dólares, por supuesto), en comparación con la de algún periodo preinflacionario? Incluso el empleado que percibía 25 dólares y ahora gana 35, cree que ha mejorado de situación, aunque ahora todo le cueste el doble que cuando ganaba 25 dólares”.

“No es que permanezca ciego al alza experimentada en el costo de la vida. Pero no advierte tan claramente su situación real actual como lo hubiera hecho si, permaneciendo inalterado el actual costo de vida, le hubiera sido reducido el salario al objeto de asignarle el mismo poder adquisitivo más reducido que ahora posee como consecuencia del alza en los precios y aun a pesar del aumento conseguido en términos monetarios. La inflación es la autosugestión, la hipnosis o anestesia que amortigua el dolor de la operación. Es el opio del pueblo” (De “La economía en una lección”-Union Editorial SA-Madrid 1981).

Si algún funcionario propone, como un gesto patriótico hacia el mejoramiento de la economía nacional y la reducción del desempleo, que los trabajadores admitan una reducción de sus salarios, ello significará, seguramente, el fin de su carrera política. Pero, si la efectiva reducción del poder adquisitivo de los salarios, se debe a la “noble intención del redistribuidor de riquezas” (a través de emisión monetaria), tal político será aclamado por el pueblo. En cuanto al proceso de la elevación de precios, podemos citar un ejemplo dado por Ludwig von Mises:

“El gobernante que quiere hacer algo que estima beneficioso para el bien general –construir un hospital, por ejemplo- lo primero de que debe preocuparse es de conseguir los oportunos medios financieros a través de las consecuentes cargas fiscales. Si así procede, no provoca «problema de precios» alguno, pues, al haber sido forzadas las gentes, por la carga tributaria, a restringir las propias adquisiciones, el Estado puede permitirse esos dispendios que tan útiles considera. La administración, con sus compras, simplemente desplaza al particular. El ente público gasta más; el contribuyente, menos. Tal vez el gobierno compre cosas que las gentes no adquirirían. Pero, en el conjunto, la variación es mínima y los precios sustancialmente no cambian”.

“He tocado el tema del hospital por salir al paso de quienes argumentan diciendo que el gobierno puede hacer inversiones malas, pero también buenas. Prefiero suponer, para simplificar el planteamiento, que los proyectos y decisiones de quien se halla en el poder son siempre excelentes, pues lo que me interesa destacar es que, a efectos inflacionarios -precisamente lo que a las gentes tanto aterra- para nada cuenta en qué se invierte el dinero, sino en cómo el correspondiente numerario llega a las manos del sujeto gastador”.

“Cuando la administración, para pagar los gastos de construcción del hospital, en lugar de acudir a la vía fiscal, crea moneda, quienes la reciben, efectivamente gastan más, pero sin que se haya reducido la capacidad de compra de los contribuyentes. Quienes reciben los nuevos medios de pago se lanzan al mercado donde compiten por las existentes mercancías con los anteriores adquirientes de las mismas que conservan suficiente dinero para seguir comprando. Ahora bien, como quiera que la cuantía de mercancías no ha crecido por el simple aumento de la masa dineraria, la presión compradora sobre los diferentes bienes y servicios se refuerza, lo que desata una tendencia alcista de los precios. Y esto no se evita por bueno o encomiable que pueda juzgarse el destino que se dé a los nuevos medios de pago” (De “Seis lecciones sobre el capitalismo”-Unión Editorial SA-Madrid 1981).

Quienes reciben el dinero extra, producido por la emisión de billetes, como es el caso de los constructores de ese hospital, no sufrirán las consecuencias de la suba de precios que ocurrirá en el futuro. Si ellos gastan, por ejemplo, en alimentos, en tal sector del mercado, al aumentar la demanda sin hacerlo la oferta, aparecerá una tendencia alcista. La suba se irá generalizando a otros sectores del mercado, mientras que los últimos en recibir el aumento de sus salarios, serán los que verán reducido su nivel de vida por la suba de precios.

Puede decirse que el proceso del mercado es menos malo que el del mercado intervenido (intervencionismo) o que el del mercado abolido (socialismo). Si tuviésemos que sintetizar el pensamiento liberal, en cuanto a la economía, podríamos reducirlo a la siguiente expresión: Toda decisión gubernamental que distorsione el proceso del mercado tiende, en el largo plazo, a producir peores resultados que aquellos que se hubiesen alcanzado a través del libre desarrollo del tal proceso.

lunes, 7 de mayo de 2012

La inclusión social

Estar incluido en una sociedad implica sentirse parte de ella y, a la vez, sentir que los demás integrantes admiten esa pertenencia. Es necesario destacar que muchas veces existe una autoexclusión de la sociedad y por ello mismo es injusto que se busquen culpables (los discriminadores) en el resto de la sociedad sin siquiera contemplar la posibilidad de que el excluido sea el principal responsable por la situación. Los grupos e individuos que se jactan de mostrar una actitud de rebeldía permanente, adoptan posturas antisociales por convicciones personales propias.

Es indudable que el principal grupo del que debemos sentirnos incluidos es el de la humanidad. Debemos sentirnos ciudadanos del mundo considerando a todo ser humano como miembro del grupo de la especie humana. Sin embargo, y por lo general, la gente busca sentirse integrante de algún subgrupo de la humanidad, Los principales subgrupos aparecen bajo argumentos de nacionalidad, política, religión, clase social, etnia, etc. La mayor parte de los conflictos humanos se deben a la lucha entre tales subgrupos, por cuanto se desinteresan por formar parte del grupo único de la humanidad.

Podemos hablar, por lo tanto, de fuerzas de unión, que favorecen la inclusión del individuo como integrante de la humanidad y también fuerzas de antagonismo y desunión, que se caracterizan por favorecer el predominio de ciertos subgrupos sobre los demás. Las fuerzas de unión son la de cooperación, mientras que las de antagonismo son las originadas por la competencia. La actitud del amor favorece a las primeras, mientras que el egoísmo y el odio favorecen a las segundas.

El primer grupo está caracterizado por tener como referencia las leyes naturales, de carácter universal, descriptas por la ciencia y también por la religión y la filosofía “verdaderas”, es decir, que contemplan y son compatibles con dichas leyes. Quienes forman parte de los subgrupos desconocen generalmente tales leyes adoptando “leyes” de validez sectorial, que son desconocidas e inexistentes para los restantes grupos.

El ciudadano del mundo trata de acentuar sus atributos personales respondiendo de manera efectiva a la finalidad implícita en las leyes de la genética, mientras que los lideres de los subgrupos tratan de promover la obediencia del hombre masa, que en tales dirigentes ha delegado su capacidad de decisión y de pensamiento.

Mientras que la actitud cooperativa tiende a favorecer la inclusión social, la tendencia discriminatoria tiende a impedirla. Esta tendencia surge de individuos que pertenecen a algún subgrupo, y que han perdido su individualidad a cambio de sentirse alguien, justamente como integrantes del mismo. Ello se debe a que dudan de sus propios valores, sintiéndose incapaces de lograrlos. El fenómeno de la masificación implica la pérdida de la individualidad de quienes han decidido integrarse a una multitud.

Para favorecer la inclusión social, debe imperar una actitud cooperativa tal como la impulsada por el cristianismo. El “amarás al prójimo como a ti mismo” implica compartir las penas y las alegrías ajenas como si fuesen propias. Sin embargo, quienes tienen como objetivo aparente impulsar la igualdad y la inclusión social, por lo general rechazan, o ignoran, todo lo que proviene del cristianismo.

Si bien los seguidores de Cristo, estrictamente hablando, constituyen un subgrupo de la humanidad, debe tenerse presente que la actitud ética asociada al mandamiento mencionado tiene una validez universal, es decir, válido para todo tiempo y para todo pueblo. Incluso, desde el punto de vista científico, los efectos de su cumplimiento determinan su “validez experimental”, y de ahí que debamos considerarlo especialmente por su grado de adaptación a la realidad antes que por su aceptación debida a cuestiones estrictamente religiosas. Por ello llama la atención que el cristianismo haya dejado de estar presente en algunas recientes constituciones, como es el caso de la Unión Europea. Jeremy Rifkin escribió al respecto:

“Mi primera impresión al leer la Constitución Europea fue que importantes secciones de la misma no resultarían nunca aceptables para la mayoría de los estadounidenses, si alguna vez les fuera propuesta para su ratificación”. “Para empezar, no hay una sola referencia a Dios, y sólo una referencia velada a la «herencia religiosa» de Europa. Dios está ausente”. “El Papa Juan Pablo II y el Vaticano hicieron presión públicamente para que hubiera una «clara referencia a Dios y a la fe cristiana» en el preámbulo. Otros argumentaron que no mencionar el cristianismo, cuando ha desempeñado un papel crucial en la historia de Europa, era imperdonable” (De “El sueño europeo”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2004).

En el caso del liberalismo, igualdad e inclusión de todo individuo implica una igualdad de oportunidades para sentirse plenamente integrado al grupo social. En el caso del socialismo, igualdad e inclusión implica una igualdad económica que sólo se conseguiría en la hipotética sociedad comunista, de ahí que, en toda sociedad democrática, el socialista supone que todo integrante de la misma, que trabaje en relación de dependencia, ha de ser necesariamente un explotado laboralmente y que sólo se integrará a la sociedad bajo el socialismo.

Así como la esclavitud resultó ser una mejora social respecto de la muerte de los vencidos en una contienda bélica, la explotación laboral resulta ser una mejora social ante la ausencia de empresarios que ofrezcan trabajo al desocupado. De ahí que debamos primeramente considerar como culpables de las malas condiciones laborales a quienes no son capaces de ofrecer ningún empleo y que son, muchas veces, los que luego culpan a quienes sí lo hacen, al menos brindando algún tipo de empleo rudimentario. Si en la sociedad hubiese sólo adherentes al socialismo (que sólo tratan de repartir lo que producen los demás), y no empresarios, la sociedad se debilitaría cayendo en la pobreza y la miseria.

Como en las sociedades actuales predomina la visión socialista del mundo, se culpa a la economía de mercado, o capitalismo, de todos los problemas sociales existentes. Incluso se supone que el delincuente adopta tal comportamiento ilegal por haber sido previamente excluido de la sociedad y que el sistema capitalista es el culpable, en última instancia, de esa conducta. Luego, promoviendo su inclusión social, se permite la libertad de delincuentes de alta peligrosidad, que generalmente vuelven a delinquir sin interesarles en lo más mínimo la vida de personas inocentes.

Por el contrario, puede decirse que se logra una segura exclusión social a través de leyes que permitan delinquir a los menores, incluidos los asesinatos, considerándolos inimputables por esos delitos, mientras que a la vez, otras leyes les impiden trabajar. Una vez iniciados en el camino de la delincuencia, y alejados del trabajo, será bastante difícil orientarlos nuevamente por la buena senda. Nadie duda de las ventajas y de la necesidad de que los menores estudien en lugar de trabajar, pero tampoco debe olvidarse que hay un porcentaje considerable que no concurre a las escuelas porque no les gusta ir y, al no tener posibilidades de trabajar, se encuentran en condiciones favorables para la delincuencia.

La inclusión social considerada como la más importante es la inclusión económica, por lo cual se dice que quienes no poseen un nivel económico mínimo y aceptable, están marginados de la sociedad. Todos estamos de acuerdo en esto, sin embargo, resulta contradictorio que en algunos países subdesarrollados se promueva la inclusión social y simultáneamente se combata a los empresarios, a las empresas, al capital, etc. siendo justamente los principales factores de producción de riquezas.

Los políticos populistas predican tácitamente que su misión en el mundo es proteger al ciudadano de la maldad y de la explotación empresarial. El ciudadano común piensa que todas las personas en la sociedad son inocentes hasta que se demuestre lo contrario, mientras que considera culpable al empresario hasta que demuestre lo contrario. De ahí que el subdesarrollo económico consiguiente no resulte nada sorprendente. Luego, bajo el temor de la expropiación estatal, muchos son los capitales, nacionales y extranjeros, que son llevados al exterior, principalmente a los países “imperialistas”. Ayn Rand escribió:

“Si este grupo fuera penalizado, no por sus fallas, sino por sus virtudes, no por su incompetencia, sino por su habilidad, no por sus fracasos, sino por sus logros y mientras mayor el logro, mayor la penalidad, ¿llamaría a eso persecución? Si su respuesta es «sí», entonces pregúntese qué clase de injusticia monstruosa usted disculpa, soporta o está perpetrando. Ese grupo es el de los empresarios” (De “Capitalismo”-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2008).

La exclusión social de importantes sectores es promovida por los ideólogos populistas. Para ellos, inclusión social implica “inclusión en el grupo de obedientes al partido gobernante” (y exclusión de los opositores). Como ejemplo puede mencionarse al actual (2012) Vicepresidente de la Nación, en la Argentina, quien calificó de “hijos de p….” al ex Secretario de Energía, Alieto Guadagni (UCR) (junto a otros ex Secretarios de Energía) por diferencias en los criterios sostenidos en la materia. Tal caso fue mencionado públicamente por dicho ex funcionario en un programa televisivo (TN).

¿Podrá salir del subdesarrollo un país dividido en sectores antagónicos en el cual uno de ellos es degradado, insultado y calumniado por los medios masivos de difusión estatales y desde niveles muy cercanos al presidencial? Gunnar Myrdal escribió: “La conciencia de una comunidad nacional de intereses y aspiraciones, la voluntad común de hacer sacrificios para otros propósitos que un beneficio económico inmediato, y el desarrollo de instituciones y reglas adecuadas para esos fines son el resultado histórico de haber vivido estrechamente unidos mucho tiempo bajo una política unificada y de haber participado activamente en el proceso público de determinar dicha política. Si esta base psicológica llegara a faltar, el Estado se desintegraría. Pero en el progreso hacia la integración económica, y en condiciones de constante desarrollo económico, lo probable es que se vuelva más firme” (De “Solidaridad o desintegración”-Fondo de Cultura Económica-México 1956).

Cuando la ayuda social otorgada por el Estado a un grupo familiar, y extraída del sector productivo, cuyo monto sea comparable al obtenido por otro grupo familiar mediante el trabajo, se está en cierta forma excluyendo de la sociedad al primer grupo, por cuanto pasa a ser un grupo parasitario (si tal ayuda se prolonga en el tiempo) desanimando al que realiza su trabajo cotidiano. También esta exclusión se establece con la nomina del personal del Estado que, simulando trabajar, y tan sólo cumpliendo horarios, se caracteriza por el triste atributo de vivir a costa de los demás. Y en épocas de populismo, puede vivir mejor que los demás, por lo que, entonces, el excluido pasa a ser el ciudadano decente que trabaja productivamente.

viernes, 4 de mayo de 2012

El control de precios

Para evitar que los precios aumenten excesivamente, especialmente en el caso de los artículos de primera necesidad, se recomienda algún tipo de control de precios, que puede ser de dos tipos:

1- En economías de mercado, sin intervención estatal: autorregulación
2- En economías de mercado, con intervención estatal: precios máximos

En el primer caso, si alguien eleva el precio de sus productos sin tomar sus costos como referencia, obtendrá momentáneamente elevadas ganancias. Ello pronto despertará la atención de posibles competidores que, aun reduciendo sustancialmente tales precios, se quedarán con un margen de ganancias bastante razonable. De ahí que, con dos o más comerciantes que compitan en un mismo sector del mercado, se conseguirá un efectivo control, o autocontrol, provisto por el mismo proceso del mercado.

En el segundo caso, cuando la elevación de precios se produce bajo un proceso inflacionario, desde el Estado se imponen precios máximos. Con ello se trata de solucionar un problema (la inflación) favorecida por el propio Estado al gastar dinero más allá de sus reales posibilidades, generalmente mediante una excesiva emisión monetaria. Acerca de las consecuencias de tal decisión estatal, Ludwig von Mises escribió:

“La administración romana, a mediados del siglo III, para financiar la carga estatal que, por demagógicas causas, se hallaba extraordinariamente hinchada, no tuvo más remedio que apelar a la inflación, envileciendo la ley de la moneda”. “Tal envilecimiento de los medios de intercambio y el correspondiente aumento de los mismos, como era inevitable, provocó el alza de los precios, alza que el emperador Diocleciano quiso frenar mediante la imposición de tasas oficiales, no andándose con bromas: pena capital a quienquiera contraviniera su ordenación. Las autoridades imperiales, por tal camino, como la historia nos ilustra, acabaron destruyendo aquella grandiosa organización que un día fuera el Imperio Romano, originariamente basado en la libre división del trabajo en el orbe a la sazón conocido por los occidentales”.

“Los revolucionarios franceses, mil quinientos años después, también se lanzaron a envilecer la moneda, apelando ahora a más perfeccionadas técnicas. Como quiera que disponían de buenas máquinas impresoras, no tuvieron ya necesidad de rebajar el valor de la moneda metálica, limitándose a imprimir papel moneda a placer, con lo que la espiral de los precios se les escapó. Los franceses recurrieron a la misma pena sancionadora de los romanos, si bien la aplicaron con mayor refinamiento que lo hicieran las pertinaces espadas pretorianas; para ajusticiar a los infractores de las tasas, apelaron a un instrumento más científico, digamos más moderno: la famosa guillotina”.

“Pese a tantas enseñanzas históricas, la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos siguen pensando que si las tasaciones oficiales fracasan, ello se debe exclusivamente a la falta de energía por parte de las autoridades, quienes debieran haber actuado con mayor rigor, dando su merecido a esa ralea de acaparadores, traficantes y especuladores, que no piensan sino en enriquecerse. Pero la verdad es que ni Diocleciano ni la Revolución pecaron de lenidad; no lograron, sin embargo, triunfar en sus propósitos”.

“Destacado lo anterior, pasemos a examinar las causas de tan lamentados reveses”. “El precio de la leche está subiendo; las gentes se quejan, pues necesitan adquirirla para sus tiernos infantes. El gobierno, siempre bueno y paternal, pero dispuesto a ser enérgico esta vez, impone un precio máximo, inferior desde luego al que, en otro caso regiría. Los funcionarios tranquilizan así sus conciencias; han resuelto un problema que no tenía solución; las gentes humildes estarán mejor; podrán, en adelante, adquirir cuanta leche precisen a precios asequibles”.

“Tan bellas imágenes, sin embargo, pronto se desvanecen. Porque sucede que la baja del precio de inmediato incrementa la demanda y gentes que a los antiguos precios no compraban, ahora, a los nuevos, se muestran dispuestas a hacerlo. A esto se agrega una retracción de la oferta, pues los productores con mayores costos –los marginales, los que sólo a los más elevados precios de venta pueden sobrevivir- abandonan sus instalaciones. Este fenómeno se reproduce invariablemente en cualquier sector del mercado”.

“La interferencia estatal, en conclusión, ha hecho disminuir la oferta de leche, incrementado en cambio la demanda de la misma. Habrá ahora gentes que al precio oficial no podrán adquirir cuanta desean. Se formarán las tristemente célebres colas ante los establecimientos expendedores. Esa imagen patética de pobres mujeres, aguantando pacientemente en fila las inclemencias del tiempo ante la tienda de clausuradas puertas, es típica de cuantas poblaciones «disfrutan» de precios coactivamente rebajados por las siempre benévolas autoridades”.

“La leche, antes de la intervención, resultaba costosa, pero se podía comprar en mayor cantidad; ahora resulta insuficiente, habiéndose congruamente reducido el consumo; ya no la ingieren muchos niños que sólo ayer la disfrutaban. ¿Cómo resolver la situación?”.

“Hay un remedio: el racionamiento. Lo malo es que entonces ciertas gentes conseguirán leche, mientras que otras habrán de pasarse sin ella. Quienes concretamente hayan de conseguirla dependerán, en adelante, de las siempre arbitrarias decisiones del poder. Los niños de menos de cuatro años, por ejemplo, tendrán derecho a una ración completa; los mayores a sólo media. Hágase lo que se quiera, sigue en pie el hecho básico incontrovertible de que hay menos leche, lo que perjudica evidentemente a las masas consumidoras”.

“Las autoridades seguramente se dirigirán entonces a los productores para averiguar –pues ellas son incapaces de despejar la incógnita- por qué dejó de producirse y traerse al mercado, por lo menos, la misma cantidad anterior de leche. Los interesados harán ver al señor Ministro que el precio oficial no cubre los costos de producción de muchos, pues el grano y el forraje están muy caros. El funcionario, ante tal aserto, verá el cielo abierto; la solución la tiene ya al alcance de la mano. Lo que procede es tasar el precio de los piensos, al igual que se hizo con el de la leche. Los costos descenderán, los ganaderos producirán más barato y podrán, consecuentemente, vender la mercancía al bajo precio por todos deseado”.

“¿Qué sucede entonces? Pues lo mismo, y por idénticas razones. Se reduce la producción de piensos y los gobernantes, otra vez, tienen que enfrentarse con el ya conocido problema. Nuevas reuniones con el señor Ministro; vuelve éste oír lo que poco antes escuchara. Pero sucede que, como el gobierno no quiere abandonar su política de precios, tiene que seguir adelante e ir sucesivamente fijando nuevas tasas máximas. La historia, inexorable, se repite”.

“Consideraba el gobierno tales mercancías [las de primera necesidad] de tanta trascendencia, que por eso intervino coactivamente. Deseaban las autoridades incrementar las disponibilidades de las mismas; aumentar el número de quienes pudieran disfrutarlas. El efecto, por desgracia, resultó diametralmente contrario y, al proseguir la intervención, las cosas fueron complicándose cada vez más. Las autoridades, al final, se ven obligadas a regular todos los precios, todos los salarios, todas las tasas de interés; o sea, en definitiva, que han de instaurar el socialismo”.

“Cuanto más interviene el gobierno, más cerca estamos del socialismo. Esto debieran ponderar todas esas personas que con tanta frecuencia nos aseguran no ser socialistas, ni desear que el gobierno lo controle todo, pues eso –dicen- «no puede ser bueno», si bien, a renglón seguido, aseguran enfáticamente que el Estado no puede «desinteresarse», que debe intervenir en un cierto grado e impedir la «pura» operación del mercado cuando ésta provoca indeseables consecuencias” (De “Seis lecciones sobre el capitalismo”-Unión Editorial SA-Madrid 1981).

En esta descripción se destacan notoriamente “las buenas intenciones y el humanitarismo” de quienes provocan, desde el Estado, la inflación, el control de precios y las demás consecuencias negativas, lo que se considera generalmente como la “superioridad ética del socialista”, siempre empecinado en distribuir lo que otros producen. También se nota la “deshumana actitud de los liberales” que, esencialmente, buscan el respeto de las leyes del mercado y de la ciencia económica. Ello está motivado, no por una verdadera superioridad ética del que adhiere al liberalismo, sino simplemente porque conoce los efectos que, desde épocas remotas, causan ciertas decisiones gubernamentales.

A pesar de los efectos negativos que el intervencionismo produce en el libre desarrollo del proceso del mercado, sigue teniendo gran cantidad de adeptos. Una de las razones es que, la gran mayoría de la población, a partir de la palabra “socialismo” imagina una sociedad de amor y de cooperación entre todos sus integrantes. Por el contrario, asocia a la palabra “capitalismo” la imagen de un empresario egoísta que trata de optimizar sus ganancias por cualquier medio. También asocia a la palabra “liberalismo” una especie de libertinaje económico y social. Sin embargo, detrás de tales palabras, de las que algunos hábilmente favorecieron la severa distorsión de su significado, se esconden las verdaderas intenciones de los socialistas, es decir, establecer un sistema totalitario en el cual un líder, o un reducido grupo, dirigen toda la actividad económica, política, cultural, educativa, familiar, etc.

Desde el liberalismo, en cambio, se propone utilizar todo el conocimiento disponible desde la ciencia económica, permitiendo que el mercado siga ofreciendo a la sociedad el mejor sistema de producción y de distribución posible. Con ello no quiere decirse que, al adoptarse la economía de mercado, se vayan a solucionarse todos los problemas económicos y sociales de una vez y para siempre, sino que se trata de la adopción del mejor sistema, o del menos malo, si se quiere (el otro es el totalitarismo ya mencionado).

El mercado, como se dijo, por si sólo no resuelve problemas sino que permite que la sociedad, adaptada al mismo, consiga encuadrarse en un marco de probada eficacia a lo largo de la historia. Tampoco el mercado ha de ser una guía para nuestra vida, lo que sería absurdo, ya que sólo es un proceso que se da en forma espontánea cuando el hombre actúa con libertad de decisión. Desgraciadamente, los procesos realimentados no son accesibles a la mayor parte de la población, ya que son estudiados en facultades de ingeniería y en algunas escuelas técnicas, por lo que resulta más sencillo considerarlos, junto al mercado, como una invención perversa de las “clases dominantes”.

miércoles, 2 de mayo de 2012

El castigo económico

Cuando en la Edad Media se producía una epidemia, que diezmaba algunas poblaciones europeas, se interpretaba tal acontecimiento como un castigo enviado desde Dios a la humanidad por desobedecer su voluntad. En realidad tan sólo se trataba de los efectos que seguían necesariamente al bajo nivel de higiene predominante como también al desconocimiento de muchos procesos que fueron aclarados posteriormente con el desarrollo de la biología y la medicina.

La palabra “desastre” proviene de “dis-astra”, asociada al irregular movimiento de los cometas, que aparecían y desaparecían de la vista de los hombres, interpretándose como señales del cielo que anunciaban futuros castigos a la humanidad. Con el descubrimiento de Edmund Halley, quien supo describir el comportamiento del cometa que hoy lleva su nombre, y por el cual se supo que los cometas se desplazan con movimientos periódicos, se fue dejando de lado tal interpretación.

Lo que tienen en común tanto la descripción científica como la proveniente de la religión, o de la superstición, es que los acontecimientos negativos siguen a las conductas erróneas del hombre, y el “castigo” llega, ya sea en forma de autocastigo, debido a la existencia de leyes naturales poco evidentes, o bien por los designios superiores antes mencionados.

Podemos decir que en la actualidad, como también ocurrió en otras épocas, luego del materialismo reinante, llega el “castigo económico”, o la crisis y posterior recesión según el lenguaje de la ciencia respectiva. Cuando el hombre centra su interés en los bienes materiales y deja de lado totalmente los valores afectivos e intelectuales, se producirán, a la corta o a la larga, los deterioros económicos correspondientes. Respecto de la mentalidad predominante en nuestra época, Alexander Solyenitsin dijo:

“Un detalle psicológico se ha pasado por alto, sin embargo, en el proceso: el afán constante de tener aún más cosas y una vida todavía mejor, y el trajín por obtenerlas imprime en la cara de muchos occidentales signos de preocupación y aun de depresión, aunque tales sentimientos suelen ocultarse. La competencia activa y tensa trasciende todo el pensamiento humano sin dejar resquicio al libre desenvolvimiento del espíritu”.

“La sociedad occidental se ha dado la organización que mejor cuadra a sus objetivos, basada, diría yo, en la letra de la ley. Si uno se porta bien de acuerdo con un punto de vista legal, no necesita más, y nadie puede reprocharle el hecho de no ser todavía mejor, ni pedirle que se contenga o que espontáneamente renuncie a dichos beneficios legales, con sacrificio y riesgo desinteresado. Se le antojaría sencillamente absurdo”.

“Me he pasado la vida bajo un régimen comunista y puedo asegurarles que una sociedad sin la balanza objetiva de la ley es algo terrible, verdaderamente. Pero una sociedad sin otra escala que la escala legal, tampoco es del todo digna del hombre. Dondequiera que el tejido de la vida se teje de relaciones legalistas impera una atmósfera de mediocridad moral que paraliza los instintos más nobles del hombre”.

“Hemos vuelto la espalda a lo espiritual y abrazado cuanto hay de material con afán desenfrenado. Esta nueva manera de pensar, que ha impuesto sobre nosotros su tutela, no admite la existencia de mal intrínseco en el hombre ni cifra empresa más alta que la de conseguir la felicidad en la Tierra”.

“Coloca los cimientos de la civilización moderna en la peligrosa tendencia hacia el culto del hombre y de sus necesidades materiales. Todos los demás requerimientos humanos y características de más elevada y sutil naturaleza han quedado al margen del área de atención del Estado y de los sistemas sociales. Eso ha dejado abierto el camino al mal, de que en nuestros días hay abundantes ejemplos. La libertad por sí sola no resuelve en lo más mínimo los problemas de la vida humana. E inclusive agrega algunos más”.

“No puede haber un goce irrestricto de todos los días de la vida. No puede reducirse todo a la búsqueda de los mejores modos de obtener los bienes materiales para dedicarse enseguida alegremente a sacar de ellos el partido más placentero. Tiene que haber algo así como el cumplimiento de un deber permanente y entusiasta, de modo que nuestra diaria vivencia sea una experiencia de edificación moral, y para que así pueda uno abandonar esta vida como un ser mejor que cuando la comenzó” (De “El espíritu y la voluntad”-Diario La Nación–Buenos Aires-30/7/1978).

Uno de los primeros síntomas que se observan en la conducta económica de pueblos y gobiernos, es el logro de metas de corto plazo. El individuo prefiere sacrificar el futuro en beneficio del consumo inmediato por medio de créditos, mientras que, a su vez, se desinteresa por el ahorro por cuanto éste implica sacrificar algo del presente en beneficio del futuro. Los políticos, por otra parte, y teniendo presente tal comportamiento generalizado, buscan lograr votos favoreciendo el consumo irrestricto, desatendiendo la inversión y el futuro de la nación.

Se advierte una tendencia a vivir y a gobernar gastando bastante más de las reales posibilidades económicas disponibles. Así como el individuo logra ventajas monetarias inmediatas a través de créditos y préstamos (e incluso de estafas al no poder cumplir con los pactos contraídos), los gobiernos incurren en pedir préstamos bancarios, emitir bonos e incluso “estirar” el circulante monetario, que luego habrá de ser la principal causante de inflación. Resulta sencillo advertir que tal tendencia ha de llevar a la quiebra económica tanto al individuo como al Estado, con los adicionales perjuicios para sus acreedores. Sin embargo, cuando llega el incumplimiento del deudor y las presiones de los bancos acreedores, u otras instituciones de préstamos, se culpa a éstos de ser los únicos responsables por las crisis resultantes.

En cuanto a la emisión de moneda, con una velocidad mayor a la del incremento de la producción, se la considera como un medio ideal para la “distribución de la riqueza” por parte del Estado benefactor en la búsqueda de la “inclusión social”. Si aparece la inflación, se hablará de un “reacomodamiento de precios” y también de las “turbias maniobras de las corporaciones” que se oponen a las bienintencionadas decisiones del gobierno. Luis Pazos escribió: “La creación de demanda efectiva, que es la solución del desempleo y la forma de salir de una crisis económica, según Keynes, puede hacerse:

1- Mediante el aumento del gasto público y la creación de un déficit presupuestario.
2- La política monetaria de aumentar el circulante. Según Keynes, al ver la gente que baja el poder adquisitivo del dinero, prefiere invertir que ahorrar.
3- Mediante el dinero barato: bajar las tasas de interés.

Al invertir y gastar dinero, el gobierno va a aumentar la demanda efectiva y los fabricantes tendrán a quien vender. Al ver aumentadas sus ventas, los fabricantes aumentarán la producción, lo que traerá como consecuencia una ocupación mayor y una solución al problema del desempleo. Parece como si Keynes hubiera descubierto una solución muy sencilla que acaba con todos los problemas de la economía. Si eso fuera cierto, ya se hubiera acabado con la pobreza en los países subdesarrollados; pues la solución seria que el gobierno emitiera billetes, los repartieran y todos ejercieran su poder de compra, y al ver los productores la rápida venta de sus productos, produjeran más, con el consiguiente aumento en la ocupación de mano de obra” (De “Ciencia y teoría económica”-Editorial Diana SA-México 1976).

Como cuesta bastante establecer empresas eficaces, que produzcan riquezas y otorguen muchos puestos de trabajo, la solución keynesiana goza de bastante adhesión en algunos sectores políticos. Este tipo de planteo, que presenta cierta coherencia lógica, hace surgir interrogantes inmediatos: ¿Puede ser tan simple la solución económica para los países subdesarrollados? ¿Puede ser tan simple la solución para países que han caído en severas crisis económicas? De ahí que debamos agregar, como otro “castigo” económico, el hecho de aplicar teorías económicas inadecuadas. Recordemos que John M. Keynes propuso su solución para economías en recesión y para un corto plazo, como un método para “ponerlas en marcha”. Su aplicación en plazos mayores resulta poco recomendable.

Cuando un gobierno dirige la economía de un país, distorsionando el mercado, e incluso avanzando sobre los poderes legislativo y judicial bajo el lema “vamos por todo”, sólo necesita, para perpetuarse en el poder, satisfacer al 30% de la población otorgándole aumentos de sueldos iguales o mayores a la inflación existente (debido a que ese sector ha de estar protegido por la máquina de imprimir billetes). Luego, mediante el uso partidario de los medios de comunicación estatales, puede obtener un 10% adicional del electorado, con lo cual conforma una base electoral bastante difícil de derrotar (estimada en unos 10 millones de votos en el caso argentino). Si le agregamos la colaboración que a este esquema realiza la oposición dividiéndose en varios partidos políticos, podemos esperar un prolongado “keynesianismo de largo plazo”.

En la Argentina, debido al creciente antagonismo entre sectores, resulta poco esperable un cambio de rumbo, excepto que sea obligado por algún deterioro económico adicional. Si no se llega a una crisis, nada ha de cambiar. Roberto Cachanosky escribió:

“Si se acepta la tesis de los 10 millones de votantes conformes, entonces, lo que cabe esperar es que, ante la creciente escasez de recursos para mantener contentos a esos 10 millones de electores, en el futuro veamos nuevas confiscaciones y avances sobre los derechos de propiedad. Los que producimos todos los días en base a nuestro esfuerzo sin privilegios ni subsidios, tendremos que redoblar nuestro esfuerzo para sostener a esos 10 millones de personas. Y creo que la tarea va a ser agotadora porque al esfuerzo diario se le agregará las trabas que impone el Estado con su intervencionismo y creciente apriete fiscal” (De www.economiaparatodos.com.ar).............. Cuando se prohibió casi totalmente la exportación de carne vacuna, para que bajara el precio interno, se produjo una importante caída del stock ganadero, con el subsiguiente aumento de los precios internos. Por lo general, distorsionando el mercado, se logra un peor resultado que el que se pretendió mejorar.

La severa crisis energética se debió al estimulo del consumo de energía subsidiada y a bajo precio, mientras que el bajo precio resultó ser un pobre incentivo para la inversión, además de la ausencia de control estatal en un sector clave de la economía.

Cuando se reconocen los errores, se procede de una manera democrática. Cuando existe silencio oficial o se argumenta que en otros países también hay inflación, inseguridad y muchos empleados públicos, se recurre a un conformismo poco alentador. Cuando se culpa a los demás por las consecuencias que siguen a las decisiones adoptadas, se procede en una forma totalitaria.