lunes, 31 de agosto de 2020

La burocracia destructiva

Existe una burocracia estatal que podría denominarse “normal” cuando tiene la finalidad de combatir la corrupción asociada a una población en estado de crisis moral. Por otra parte, podría denominarse “burocracia destructiva” la que excede a la normal para constituirse en una causa importante de derroche de recursos económicos a la vez que su función real implica poner trabas de todo tipo al sector productivo, actuando como un verdadero cáncer social.

El crecimiento excesivo de puestos de trabajo estatales improductivos proviene por lo general de un sistema socialdemócrata (liberal en política, totalitario en economía) que considera que el Estado debe proveer de un “trabajo digno” a quienes no lo tienen. Y los políticos irresponsables otorgan miles de puestos de trabajo estatales cuya mayor exigencia es cumplir horarios y poner todo tipo de trabas a quienes pretendan producir alguna forma de riqueza.

Como la burocracia estatal está constituida principalmente por individuos asociados a un partido político, se sienten parte del gobierno de turno que, si muestra síntomas de soberbia y prepotencia, tal actitud será imitada por el burócrata ejerciéndola contra el ciudadano común. Quien protesta por los excesos cometidos, se arriesga a sufrir alguna forma de venganza o persecución que le impedirá lograr finalizar algún trámite urgente o necesario.

La seguridad laboral del empleado público lo estimula a hacer lo que le viene en ganas con el tiempo y la paciencia del desafortunado ciudadano común, poniendo en evidencia que el burócrata supone que tal ciudadano es quien debe estar al servicio del Estado y no el Estado en beneficio del ciudadano.

Puede decirse que una de las principales “fuentes de trabajo” en los países socialistas ha sido la burocracia destructiva. Tal es así, que algunos años después de la caída de la URSS, se mantenía gran parte de la misma. Al respecto, Héctor Muñoz, sacerdote argentino, relata una experiencia que le tocó sufrir en Rusia en la década de los 90: “A la semana de mi aterrizaje en Moscú, me llegó una valija con libros y revistas que había despachado desde Buenos Aires como «equipaje no-acompañado». Fui al aeropuerto a retirarla, con Galina Kolpakoba, una buena amiga de la comunidad. La necesitaba para que me sacara de apuros con el idioma”.

“Antes de partir al aeropuerto preguntó por teléfono el lugar exacto a donde debíamos concurrir. ¡Allí fuimos! Apenas llegamos a la oficina «Cargas», de Aeroflot, nos indicaron que teníamos que ir a otro lugar…¡a sólo 500 metros de allí! Y comenzó la odisea…En un largo pasillo, en una ventanilla vieron mi Pasaporte, hicieron un papel por triplicado, a mano, pusieron tres sellitos y una firma, mostrándome otra ventanilla, a sólo tres metros de la primera, para que fuera allí”.

“Cuando Galina vino conmigo, un fuerte ¡Niet!, la frenó: sólo yo podía ir. Le explica que no sé el idioma, que no comprendería lo que me indican, etc., etc. Entonces accedió a permitirme compañía. Toma su documento y vuelve a repetir el papelito por triplicado que me hizo a mí, con los debidos sellitos y firma. Vamos los dos a un galpón”.

“En «mesa de entradas», entregamos nuestros pasaportes, y se vuelve a realizar…¡por triplicado!, un nuevo papel al que se añade una firma. Y la empleada nos dice que debemos ir a pagar una tasa de tres dólares… ¡al primer edificio desde donde partimos, a 500 metros de distancia! No nos explicamos por qué en este periplo no ordenaban los pasos a dar, de modo que no tuviéramos que desandar camino. Regresamos y pagamos. Ahora tendríamos que volver al galpón 500 metros más adelante. Lo hicimos, con ciega obediencia (aunque mi interior bullía)”.

“En otra ventanilla, observaron cuidadosamente las etapas cumplidas y me dijeron que por una puerta traerían la valija, para proceder a revisarla en la Aduana. Mientras Galina hacía cola en el lugar de la definitiva revisión, yo esperé…¡dos horas! la valija en la mencionada puerta”.

“Finalmente llegó y me dirigí a los aduaneros. Había tres funcionarios uniformados en una mesa y, delante, no tres filas o una que después se distribuyese entre los aduaneros, sino una multitud que gritaba y agitaba sus papeles y documentos en la mano, sin que nadie pusiera un poco de orden en ese caos”.

“Materialmente, dos grandotes que estaban a mis espaldas me pasaron por encima y se pusieron delante de mí. No me quedó más remedio que protestar, en mi ruso básico de cocina, diciendo: -Iá, adín…, ¡Yo, uno…!, Vi, dvá, ¡Usted, dos!, dado que no sabía decir: -Yo estaba primero…Usted estaba en segundo lugar…”.

“Finalmente, llegamos a donde debíamos llegar: a la revisión de mi valija. Una vez abierta, el aduanero toma un libro y lo sostiene con dos dedos, preguntándome: «¿Qué es esto?» Yo miro el título y le digo a Galina, para que traduzca: «Los documentos del Concilio Vaticano II». Deja ese libro, toma otro y repite la pregunta: «¿Qué es esto?» Miro el título y digo: «El sacramento del Bautismo». Al quinto libro y con preguntas idénticas y las debidas respuestas, digo a Galina: «Te ruego vayas repitiendo lo que yo te digo». Y comencé: «Este libro trata de las relaciones a nivel inconsciente entre el Ego incomunicable y el Yo-colectivo, con motivaciones intra-causales entre el Nosotros-individual y el Yo-comunitario». Y me detuve, exhausto ante tales incongruencias”.

“El aduanero me miró, con los ojos bien abiertos. Me dijo que esperara un momento y… ¡envió otro aduanero! Este tomó con dos dedos un libro y comenzó a preguntar: «¿Qué es esto?» Yo tenía ganas de gritar, de abandonar la valija con todos los libros, de regalarlos al primero que encontrara, de renegar de mi viaje. Contesté con mi mejor cara…A la tercera pregunta, cerró la valija y pudimos partir. ¿Inspiraría o no a Kafka para un críptico cuentito?”.

“Regresamos a casa a las 20:30 horas. Habíamos partido a las 8:30 de la mañana. Fue un pequeño ejercicio de paciencia y ambientación… ¿No les parece?” (De “Un peregrino en Rusia”-Editorial San Benito-Buenos Aires 2005).

domingo, 30 de agosto de 2020

"Las diferentes escuelas de liberalismo" | Martín Krause U.FPP 2016

El periodista ecuánime

En épocas en que predomina tanto el relativismo moral como el cognitivo y el cultural, no resulta extraño observar que algunos periodistas, en lugar de adoptar como referencia la verdad, o los hechos concretos, se limitan a establecer especies de promedios entre dos opiniones opuestas. Con ello, suponen, lograrán la imparcialidad que debería caracterizar a todo periodista.

Puede ilustrarse la situación mediante un caso simbólico: Si alguien dice que 2 + 2 = 4, mientras que su opositor lo rebate diciendo que 2 + 2 = 5, el periodista "ecuánime" podrá sacar la conclusión que 2 + 2 = 4,5. Esta es la manera en que la mentira va desplazando a la verdad, con la complicidad de tales periodistas y también de los diversos ideólogos que se mantienen alejados de adoptar la realidad como referencia.

Un periodista serio debe adoptar una actitud favorable al bien y a la verdad, es decir, al bien y a la verdad adoptando como referencia la realidad junto a los efectos que en las personas producen las materializaciones concretas de las diversas ideologías. Por el contrario, quienes describen las acciones de personajes como Perón o como Stalin, en función exclusiva de sus discursos, sin atenerse a la realidad de sus actos, dan imágenes totalmente tergiversadas de tales personajes.

Como ejemplo de tal postura puede mencionarse un artículo en el cual se considera al peronismo dentro del "humanismo cristiano" cuando en realidad constituyó un nefasto totalitarismo opuesto a la ética cristiana. El odio sembrado por Perón y Eva se prolonga varias décadas más allá de sus trágicas actuaciones. Al respecto, María Eugenia Santiago escribió: "En primer lugar presentaremos las personalidades de Juan Perón y Eva Perón, que nos habilitará a comprender, en cierta forma, su postura frente a los postulados básicos del humanismo cristiano. Luego estudiaremos los personajes de la llamada vertiente socialcristiana que pueden haber influido en la conformación de lo que fue la doctrina peronista, que se presenta imbuida de estos ideales humanistas...".

"No sólo en lo discursivo de su doctrina sino en lo fáctico el peronismo llevó adelante uno de los postulados más importantes del humanismo, que es la justicia social" (De "Doscientos años del humanismo cristiano en la Argentina" de M.P. Camusso, I.A. López y M.M. Orfali Fabre-Editorial de la Universidad Católica Argentina-Buenos Aires 2012).

Desgraciadamente, la violenta tergiversación de la verdad, junto al sacrilegio y a la infamia de asociar peronismo con cristianismo, con el tiempo ha llegado a dominar a la Iglesia Católica, comandada justamente por el peronista Jorge Bergoglio.

Una de las formas utilizadas, para denigrar opositores, adoptada por los partidarios de los movimientos izquierdistas, consiste en preguntar: "¿Tal cosa lo leíste en el diario Clarín o en La Nación?". Con ello sostienen que el lector desprevenido ha sido embaucado por el diario con el cual se informa. Debe tenerse presente que un diario que miente a sus lectores los estaría estafando. Luego, si el lector descubriese alguna mentira establecida en forma consciente, pronto dejará de informarse por tal medio de información.

Por el contrario, quienes son engañados con mentiras son los lectores de los medios de información marxistas, dirigidos por periodistas "militantes", esto es, para quienes la verdad objetiva no existe, sino que existen interpretaciones "objetivas" de la realidad, derivadas de la ideología respectiva.

Desde el liberalismo, alguien dirigió un mensaje a los marxistas: "Si siguen mintiendo sobre nosotros, seguiremos diciendo la verdad sobre ustedes". Esto resulta evidente teniendo presente la deformación histórica de la realidad que establecen los ideólogos de izquierda junto al encubrimiento de las catástrofes sociales que los comunistas han provocado a lo largo y a lo ancho del mundo. El arma efectiva contra la continuidad de tales catástrofes, es la verdad histórica de lo sucedido en la URSS, China, Corea del Norte, etc.

Mientras que, en las sociedades libres, se considera que quien tergiversa la realidad padece alguna forma de problema mental, en los países comunistas, como fue el caso de la URSS, la ideología oficial reemplazaba a la realidad, por lo que quienes rechazaban tal ideología eran encerrados en clínicas psiquiátricas.

El socialista y el liberal expresan mensajes similares de la misma forma en que lo hacen el estafador y el benevolente, ya que el primero debe encubrir sus intenciones y hacerse pasar por el segundo. Ambos, socialista y liberal, hablan de libertad, de democracia, de justicia, etc., pero el socialista ha tergiversado previamente el significado de tales palabras. Como ejemplo puede mencionarse la denominación de la antigua Alemania comunista: República Democrática Alemana, la que construyó el muro de Berlín, que poco o nada tenía que ver con la democracia republicana. Era, por el contrario, un totalitarismo antidemocrático que, al cambiar el significado de las palabras, igualaba el mensaje liberal.

Este proceso tergiversador fue descrito por Friedrich A. Hayek, quien escribió: "El camino más eficaz para que las gentes acepten unos valores a los que deben servir consiste en persuadirlas de que sean realmente los que ellas, o al menos los mejores individuos entre ellas, han sostenido siempre, pero que hasta entonces no reconocieron o entendieron rectamente".

"Se fuerza a las gentes a transferir su devoción de los viejos dioses a los nuevos so pretexto de que los nuevos dioses son en realidad los que su sano instinto les había revelado siempre, pero que hasta entonces sólo confusamente habían entrevisto. Y la más eficiente técnica para esta finalidad consiste en usar las viejas palabras, pero cambiar su significado".

"Pocos trazos de los regímenes totalitarios son a la vez tan perturbadores para el observador superficial y tan característicos de todo clima intelectual como la perversión completa del lenguaje, el cambio de significado de las palabras con las que se expresan los ideales de los nuevos regímenes".

"La que más ha sufrido a este respecto es, desde luego, la palabra libertad. Es una palabra que se usa tan desembarazadamente en los Estados totalitarios como en cualquier parte. Aun pudiera casi decirse -y ello debería servirnos como advertencia para ponernos en guardia contra todos los incitadores que nos prometen Nuevas libertades por las viejas- que allí donde se destruyó la libertad como la entendemos, casi siempre se hizo en nombre de alguna nueva libertad prometida a la gente" (De "Camino de servidumbre"-Alianza Editorial SA-Madrid 2000).

miércoles, 26 de agosto de 2020

Ultraortodoxia y sectarismo

Se asocia la palabra "ortodoxia" a la adhesión incondicional a un dogma o a un principio considerado verdadero; etimológicamente proviene de opinión (doxa) recta (orthé). Tal actitud se extiende a la adhesión incondicional a un ideólogo, lo que se establece tanto en el campo de la religión, la política, la filosofía, incluso en la propia ciencia experimental, si bien en este caso contradice totalmente sus reglas básicas.

Cuando se reemplaza a la propia realidad como referencia para valorar una opinión o un nuevo conocimiento, existe una dependencia mental respecto de otra persona, lo que resulta admisible en etapas de temprana formación intelectual. Si tal dependencia se mantiene una vez cumplida tal etapa, pueden advertirse dos situaciones posibles: el individuo dependiente renuncia a adquirir una postura intelectual propia (aun cuando pueda coincidir con otras similares), o bien pretende ubicarse en la cima de la intelectualidad endiosando al líder adoptado como referencia.

De la misma forma en que se somete intelectualmente, tal individuo denigra a quienes adoptan posturas distintas tratando de someterlos a sus propias creencias. Por lo general ignora totalmente las posturas ajenas y toma como ejemplo, para descalificarlas, a las actitudes de fanáticos que se le parecen bastante, pero pertenecientes a otras sectas. Así, quienes denigran a la religión, en lugar de ocuparse de conocer algo al respecto, la descalifican "en grupo" y adoptan como justificación la opinión de alguien con algún tipo de trastorno mental.

El conjunto de personas dependientes mentalmente de un líder, tienden a formar una secta con integrantes alienados, que han perdido o renunciado a acentuar y a construir una personalidad individual. La ideología adoptada tiende a reemplazar en su cerebro a la propia realidad. De ahí que, ante determinada situación, las respuestas de sus integrantes serán casi idénticas, no porque todos concuerden en la verdad, sino porque todos han sido "reprogramados" con una ideología similar.

Los seguidores incondicionales de Aristóteles, que negaban las evidencias experimentales de Galileo, constituyeron una especie de secta que el propio Aristóteles seguramente hubiese rechazado. En otros casos, cuando el líder ideológico es autorreferencial, e ignora o rechaza la mayor parte del conocimiento verificado por la ciencia experimental, en cierta forma predispone a la formación de una secta. Incluso cuando pregona un racionalismo extremo, parece dar por cierto que el resto de los autores no razona, y de ahí la seguridad ofrecida a sus adeptos. Resulta casi cómico observarlos, luego de rechazar toda evidencia que contradiga sus creencias, tratar de descalificar las opiniones adversas realizando un riguroso examen desde la lógica simbólica, de la misma manera en que un abogado busca alguna incorrección lógica para pedir la anulación de una sentencia que no favorece a su ocasional cliente.

El racionalismo basado en la lógica simbólica no garantiza la eficacia del método. Arthur Koestler escribió: "Silogismo y razonamiento deductivo no son el método del pensamiento creador, y sólo sirven como justificación formal del mismo después del acto (y como esquema para repetir el proceso por analogía después de la bisociación original de los dos campos en que están ubicadas respectivamente las premisas). No se «inventan» ni se «deducen», pues, las soluciones de los problemas, sino que meramente se «encuentran», «ocurren»” (De “Discernimiento y perspectiva”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1962).

El pseudo-intelectual discute, no para llegar a la verdad, sino para ganar una discusión, creyendo que cierta habilidad para negar lo que no le conviene y para utilizar palabras adecuadas, lo aproximaría a lo que él considera como "la verdad", es decir, la verdad implica para él mostrar que la opinión de su líder tiene coherencia lógica y que su rival presenta alguna forma de incoherencia lógica.

Es frecuente observar, entre los jóvenes fanatizados que apenas conocen algunos principios del liberalismo, intentar descalificar por todos los medios a quienes no "piensan" exactamente como ellos, incluso negando que también sean liberales. Quieren formar una secta ultra-ortodoxa con "verdaderos libertarios" (los demás serían falsos libertarios). En lugar de tratar de difundir principios de validez general, que sirvan al ciudadano común, utilizan gran parte de su tiempo en "purificar la secta", tratando de excluir a la mayor cantidad de gente para que sus "méritos" de obsecuencia y sometimiento luzcan con mayor esplendor.

La actitud de los ultraortodoxos; los que no buscan la verdad por cuanto suponen poseerla, puede entenderse considerando que una de las mayores motivaciones del ser humano es la búsqueda de trascendencia personal, que a veces llega a ser una búsqueda a cualquier precio. Arthur Koestler escribió: “Uno de los rasgos principales de la condición humana es la necesidad perentoria de identificarse con un grupo social o un sistema de creencias que es ajeno a la razón, a los intereses del individuo e incluso al instinto de conservación…Lo cual nos lleva a la conclusión, en contraste con la opinión preponderante, de que el problema de nuestra especie no es un exceso de agresividad defensiva, sino un afán excesivo de trascendencia”.

Rita Levi-Montalcini opina al respecto: “Este afán de trascendencia, que se pone de manifiesto en la obediencia ciega y es uno de los rasgos principales del comportamiento humano, conduce a la aceptación estúpida. Estas tendencias innatas, más que el instinto agresivo como desahogo del llamado «imperativo territorial», son las responsables de la universalidad de la guerra en todas las sociedades humanas. El mismo autor afirma que «sin lenguaje no habría poesía, pero tampoco habría guerra». Con esta breve frase resume la condición unitaria del hombre. El lenguaje ha dotado al hombre del sistema más eficaz de comunicación para unir a los miembros de las tribus primitivas y, más tarde, a los de las sociedades más avanzadas, pero al mismo tiempo ha hecho que sean sumamente receptivos a los mensajes que proceden del medio circundante” (De “Tiempo de cambios”-Ediciones Península-Barcelona 2005).

Los totalitarismos constituyen gigantescas sectas ultra-ortodoxas, que dominan mentalmente tanto a seguidores como a extraños con hábiles eslogans repetidos miles de veces. Arthur Koestler escribió: “Fui hacia el comunismo como quien va hacia un manantial de agua fresca y dejé el comunismo como quien se arrastra fuera de las aguas emponzoñadas de un río cubiertas por los restos y desechos de ciudades inundadas y por cadáveres de ahogados. Esta es en suma mi historia desde 1931 a 1938, desde la época en que tenía veintiséis años hasta que cumplí treinta y tres. Las cañas y juncos a que me aferré, y que me salvaron de ser tragado por aquellas turbias aguas, fueron el nacimiento de una nueva fe que, teniendo sus raíces en el fango, es algo esquivo, huidizo, pero tenaz. No puedo definir de otro modo la condición de esa fe, sino diciendo que en mi juventud miraba el universo como un libro abierto, impreso en el lenguaje de ecuaciones físicas y de determinaciones sociales, en tanto que ahora se me manifiesta como un texto escrito con tinta invisible, del cual, en raros momentos de gracia, conseguimos descifrar algún pequeño fragmento”.

“El proceso de degeneración había sido gradual y continuo, pues es posible descubrir ya el germen de la corrupción en la obra de Marx: en el tono cáustico de sus polémicas, en los denuestos dirigidos a los que se le oponían y en considerar como traidores a la clase trabajadora y agentes de la burguesía a los adversarios y disidentes, Marx trató a Proudhon, Düring, Bakunin, Liebknecht, Lasalle exactamente como Stalin trató a Trotski, Bujárin, Zinóviev, Kaméniev y otros, sólo que Marx no tenía poder para hacer matar a sus víctimas”.

“Mientras fui un verdadero creyente, la fe tuvo un efecto paralizador sobre mis facultades creadoras. La doctrina marxista es una droga como el arsénico o la estricnina; droga que, ingerida en pequeñas dosis, determina un efecto estimulante, pero paralizador de las facultades creadoras cuando se la toma en grandes cantidades. La mayor parte de los escritores «con conciencia de clase» del decenio al que me refiero fueron estimulados por la doctrina marxista porque no ingresaron en el partido, sino que permanecieron como simpatizantes de él a una segura distancia. Los pocos que efectivamente tomamos una parte activa en la vida del partido –tales como Víctor Serge, Richard Wright, Ignazio Silone- nos sentimos frustrados mientras permanecimos en él y sólo volvimos a encontrar nuestras verdaderas voces después del rompimiento”.

“Es relativamente fácil explicar cómo una persona con mi historia y antecedentes pudo llegar a convertirse en comunista, pero más difícil es expresar el estado de ánimo que llevó a un joven de veintiséis años a avergonzarse de haber estado en una universidad, a maldecir su propia agilidad mental, la pureza de su dicción en el lenguaje, a considerar los gustos y hábitos civilizados adquiridos como una constante fuente de reproches, y la mutilación intelectual de su personalidad como un fin deseable. Si me hubiera sido posible extirpar esos gustos y hábitos como si se tratara de un forúnculo me habría sometido gustosamente a la operación” (De “Autobiografía” II-Editorial Debate SA-Madrid 2000).

lunes, 17 de agosto de 2020

La libertad política

Desde el liberalismo se acepta que el ser humano es bueno por naturaleza o, al menos, que puede llegar a serlo, por lo que se le debe otorgar y respetar su libertad individual, aunque adoptando algunas restricciones, como es el caso de la división del poder económico entre varias empresas que compiten en el mercado. También propone la división de poderes del Estado para evitar la tentación de posibles dictadores o tiranos.

Desde el socialismo, por el contrario, se considera que el ser humano es malo y perverso por naturaleza, por lo que se lo debe controlar y dirigir desde el Estado. Por ello se propone un sistema económico con un poder centralizado y un poder político con mando unificado. Existe, sin embargo, una contradicción en el sentido de que excluyen la posibilidad de que el Estado sea dirigido por dirigentes socialistas "malos y perversos", como los que condujeron a las catástrofes sociales en la URSS, China y otros países en el siglo XX. El planteo socialista presupone una "supremacía moral" de sus figuras representativas, algo que poco o nada tiene que ver con la realidad.

Los políticos totalitarios, para instalar su sistema político y económico, se aprovechan de las sociedades desintegradas, en las cuales predomina el egoísmo, ya que cada uno de los ciudadanos se preocupa sólo de su propia libertad personal, y poco o nada le interesa si esa libertad se le restringe al periodista, al político opositor o al docente. De esa manera, con la complicidad de los indiferentes, los sistemas totalitarios se van instalando paulatinamente.

La libertad política se establece con la independencia de los tres poderes del Estado: ejecutivo, legislativo y judicial. Cuando ello no ocurre, se está transitando por el camino que conduce al totalitarismo. Al respecto, es oportuno mencionar fragmentos de un artículo aparecido en el siglo XVIII:

EL FEDERALISTA

Por James Madison

Al pueblo del Estado de Nueva York.

La acumulación de todos los poderes, legislativos, ejecutivos y judiciales, en las mismas manos, sean éstas de uno, de pocos o de muchos, hereditarias, autonombradas o electivas, es, puede decírselo con exactitud, la definición misma de la tiranía. Por lo tanto, si la Constitución federal fuese de veras la causa de una acumulación de poderes o de una mezcla de ellos que ostentase una tendencia peligrosa a esa acumulación, sobrarían otros argumentos para infundir a todos la reprobación del sistema.

Sin embargo, estoy seguro de que a todos se les hará evidente lo infundado de este cargo, y que la máxima en que se funda se ha entendido y aplicado en forma completamente errónea. Para rectificar las ideas acerca de este importante asunto, será conveniente investigar el sentido en que la conservación de la libertad exige que los tres grandes departamentos del poder sean separados y distintos.

El oráculo que siempre se cita y consulta sobre esta cuestión es el célebre Montesquieu. Si no fue el autor de este inestimable precepto de la ciencia política, tiene, por lo menos, el mérito de haberlo expuesto y recomendado eficazmente a la atención de la humanidad. Tratemos, primero, de fijar qué quiso expresar sobre este punto.

La Constitución británica fue para Montesquieu lo que fue Homero para los críticos de la poesía épica. Así como éstos han considerado la obra del bardo inmortal como el modelo perfecto del que deben deducirse los principios y reglas de la épica, con arreglo al cual deben juzgarse todas las obras similares, así este gran crítico político parece haber estimado a la Constitución británica como la norma o, para usar su propia expresión, como el espejo de la libertad política; y por eso extrajo de ella, en la forma de verdades elementales, los diversos principios característicos de ese sistema. Para tener, pues, la certeza de no malinterpretarlo en este caso, acudamos a la fuente original de la máxima.

El examen más ligero de la Constitución británica nos obliga a percibir que los departamentos legislativo, ejecutivo y judicial de ningún modo se hallan totalmente separados y diferenciados entre sí. El magistrado ejecutivo forma parte integral de la autoridad legislativa. Sólo él posee la prerrogativa de cerrar tratados con los soberanos extranjeros, los cuales, ya firmados y con la salvedad de ciertas limitaciones, tienen la fuerza de los actos legislativos.

Todos los miembros del departamento judicial son nombrados por él, pueden ser destituidos por él con la aprobación de ambas Cámaras del Parlamento, y componen, cuando quiere consultarlos, uno de sus consejos constitucionales. Una rama del departamento legislativo forma otro gran consejo constitucional del jefe ejecutivo, así como, por otra parte, es el único depositario del poder judicial tratándose de acusaciones contra altos funcionarios, y está investido de la jurisdicción suprema en apelaciones y otros casos. Además, los jueces tienen tanta conexión con el departamento legislativo, que frecuentemente asisten a sus deliberaciones y participan de ellas, aunque no se les concede el voto legítimo.

De estos hechos, que son los que guiaron a Montesquieu, es posible inferir con claridad que al decir: "No puede haber libertad donde los poderes legislativo y ejecutivo se hallan unidos en la misma persona o en el mismo cuerpo de magistrados", o "si el poder de juzgar no está separado de los poderes legislativo y ejecutivo", no quería decir que estos departamentos no deberían tener una intervención parcial en los actos del otro o cierto dominio sobre ellos. Su idea, como lo expresan sus propias palabras, y como lo esclarece, con más poder de convicción aún, el ejemplo que tenía a la vista, no puede tener más alcance que este: donde todo el poder de un departamento es ejercido por quienes poseen todo el poder de otro departamento, los principios fundamentales de una Constitución libre se hallan subvertidos.

Este habría sido el caso dentro de la Constitución que estudió, si el rey, que es el único magistrado ejecutivo, hubiera poseído asimismo todo el poder legislativo o la administración suprema de la justicia; o si todo el cuerpo legislativo hubiera dispuesto de la autoridad judicial suprema o de la suprema autoridad ejecutiva. Sin embargo, no es éste uno de los vicios de esa Constitución. El magistrado en el cual reside todo el poder ejecutivo no puede hacer ni una ley por sí solo, aunque pueda oponer su veto a todas las leyes; ni administrar justicia en persona, si bien nombra a quienes la administran.

Los jueces no pueden ejercer prerrogativa alguna de carácter ejecutivo, a pesar de brotar del tronco ejecutivo; ni ninguna función legislativa, no obstante que las asambleas legislativas pueden oír su parecer. La legislatura entera no ha de desempeñar ningún acto judicial, pero por resolución conjunta de dos de sus ramas, los jueces pueden ser separados de sus cargos, y una de ellas goza de la jurisdicción en última instancia. La legislatura no puede tampoco ejercer prerrogativas ejecutivas, no obstante lo cual una de sus ramas constituye la magistratura ejecutiva suprema, y la otra, una vez que la restante haya declarado procedente la acusación, puede procesar y condenar a todos los funcionarios subordinados del departamento ejecutivo.

Las razones en que Montesquieu funda su máxima constituyen una demostración más de su intención. "Cuando los poderes legislativo y ejecutivo reúnen en la misma persona o entidad -dice él-, no puede haber libertad, porque pueden surgir temores de que el mismo monarca o senado decrete leyes tiránicas con objeto de ejecutarlas de modo tiránico también". Y luego: "Si el poder de juzgar estuviera unido al poder legislativo, la vida y la libertad del súbdito se verían expuestas a un mando arbitrario, pues entonces el juez sería el legislador. Si estuviera unido al poder ejecutivo, el juez se conduciría probablemente con toda la violencia de un opresor".

Algunos de estos argumentos están explicados más ampliamente en otros pasajes; pero aunque sólo se enuncien brevemente aquí, bastan para comprobar el sentido que hemos atribuido a esta célebre máxima de este célebre autor.

(De "Antología del pensamiento político" de Joseph S. Roucek-Editorial Fraterna SA-Buenos Aires 1984)

domingo, 16 de agosto de 2020

Analogía entre mercado e investigación científica

Existen ciertas similitudes entre el proceso de la economía de mercado y el desarrollo de algunas ramas de la ciencia, como es el caso de las matemáticas. Así, el mercado implica un proceso en el cual productores y consumidores realizan intercambios, libres y voluntarios, de bienes y servicios, mientras que, a los congresos de matemáticas, concurren investigadores que realizan intercambios, libres y voluntarios, de información especializada.

En estos casos surge la duda acerca de cómo se benefician todos los participantes, motivados muchos de ellos por un evidente espíritu competitivo, ya que tanto el empresario como el investigador pretenden arribar a los lugares más altos en sus respectivas actividades. Puede decirse que, en estos casos, ocurre algo similar a lo que sucede en el fútbol, o en cualquier deporte, es decir, no todos pueden llegar al primer puesto, por lo que siempre habrá ganadores y perdedores. Sin embargo, si se aplica el lema olímpico, que indica: "Lo importante no es triunfar sino competir", todos los participantes se sienten orgullosos por haber aportado algo personal en el desarrollo de la actividad a la que dedican sus vidas.

No todos los participantes en estos procesos adhieren al "lema olímpico", ya que algunos tratan de arribar al primer lugar a costa de lo que sea necesario realizar. Sin embargo, las reglas internas de tales procesos impiden el accionar egoísta de muchos, atenuando las ambiciones personales hasta "valores normales". Sin embargo, nunca estos procesos son inmunes a las prácticas desleales o incorrectas, en relación a las reglas establecidas y a la moral elemental, ya que se ha de necesitar una base moral adecuada, que no todos poseen, para el óptimo desarrollo de actividades en las que se trata de armonizar los egoísmos individuales con el beneficio de todos.

La afirmación que no resulta verídica, es la que establece que "para triunfar en la economía (o en las matemáticas) es necesario e imprescindible ser egoísta", lo que implica que el éxito está vedado para quienes se orientan en la vida por un espíritu de cooperación social. Para graficar la situación podemos considerar el caso de un jugador de fútbol que le interesa más su éxito personal que el de su equipo; que busca hacer goles incluso en situaciones en que otro compañero está mejor ubicado. En este caso, es fácil advertir que tal tipo de jugador no es el que estamos habituados a observar entre los mejores del mundo.

En el caso de la economía de mercado, cuando un empresario pretende elevar los precios excesivamente, intentando además reducir los sueldos de sus empleados, perderá ventas y clientes como también perderá parte del capital humano, constituido por sus empleados. Al existir una competencia efectiva, necesariamente deberá renunciar a su excesivo egoísmo si quiere tener éxito como empresario. Sólo en las economías en las que no existe competencia, ni mercados desarrollados, es posible que tal empresario logre el éxito que persigue.

Si un investigador pretende guardar para sí mismo un hallazgo de cierta importancia, para jactarse interiormente por su superioridad intelectual, correrá el riesgo de que otros investigadores lleguen por su cuenta al mismo resultado. De ahí que, para no perder la prioridad por el descubrimiento, se verá obligado a publicarlo, aún cuando posibilitará que otros científicos se conviertan en competidores en el futuro desarrollo de las investigaciones en ese tema.

También el productor, que ofrece sus bienes o servicios, se expone constantemente a favorecer la aparición de competidores. De ahí que algunos empresarios exitosos eviten hacer algún tipo de ostentación de riquezas para no despertar el interés de otros productores que puedan realizar una actividad similar.

En el ámbito de la ciencia, existen revistas (y también páginas de Internet) en las que un jurado aprueba, o no, la publicación de cierto artículo de investigación original. Incluso en matemáticas se publican conjeturas, para una demostración posterior, por lo cual la prioridad estará asegurada para su autor, al menos hasta esa etapa. En el pasado, cuando no existían tales medios de información, el científico recurría a los anagramas, que consistían en escribir el enunciado de una innovación contando la cantidad de letras "a", la cantidad de letras "b", etc., procediendo luego a enviar tal "jeroglífico" por correo a los principales integrantes de la comunidad científica. Luego de unos meses, procedía a enviar el informe explícito y concreto de su hallazgo. Si lo hubiese hecho en un primer momento, se hubiera arriesgado a que alguno de sus receptores se atribuyera el hallazgo y el autor original hubiese perdido la prioridad.

Un caso bastante lamentable fue el que tuvo como protagonista a Daniel Bernoulli y a su padre, Jean Bernoulli. Cuando Daniel establece la ecuación de la hidrodinámica, su padre, para amargarle la vida, establece un pacto con el impresor de un libro sobre el mismo tema, para que le coloque una fecha de impresión anterior a la real. De esa forma fraudulenta convence, al menos por un tiempo, que la prioridad correspondía al padre ultra-competitivo. Paul F. Schurmann escribió al respecto: "Jean Bernoulli era envidioso y orgulloso y tuvo muy graves disputas con su hermano Jacques y aún con su propio hijo Daniel (1700-1782), que trató muchas veces en rival, pues éste compartió su gloria".

El hijo hereda del padre su genialidad científica pero no su egoísmo. Schurmann agrega: "Daniel Bernoulli fue contemporáneo, conciudadano y condiscípulo de Leonhard Euler y ambos se dedicaron a la misma especialidad. No es de extrañar pues que hayan tenido frecuentes discusiones científicas, de las cuales algunas fueron ásperas y prolongadas...Pero es admirable poder afirmar que esta rivalidad científica entre Euler y Daniel Bernoulli no perjudicó jamás la gran amistad que unía a los dos sabios. Es que Euler era de una bondad y una nobleza extraordinarias y Daniel Bernoulli, contrariamente a su padre, era de tal modestia que, pese a los triunfos de su obra extensa, acostumbraba firmar sus publicaciones con el simple nombre de «el hijo de Jean Bernoulli»" (De "Historia de la Física"-Editorial Nova SA-Buenos Aires 1946).

Daniel Bernoulli comentaba que el mayor elogio que recibió en toda su carrera fue en ocasión de un encuentro circunstancial con un desconocido. Cuando se presenta, mencionando su nombre y apellido, el desconocido pensó que lo estaba engañando y le contestó con cierta ironía: "Y yo soy Isaac Newton".

Como consecuencia de la necesidad de publicar y compartir información, el conjunto de los matemáticos establece un progreso constante en cada una de las ramas de las matemáticas. Sólo tienen que respetar prioridades, mencionando al autor, o a los autores, cada vez que utilizan artículos para establecer desarrollos posteriores.

En el ámbito de la economía, los derechos de patentes de invención, actúan en forma semejante a los derechos de prioridad del matemático. De esa forma, se posibilita que la información asociada a cada innovación tecnológica sea difundida entre el resto de los participantes de la producción industrial. Quien no registra la correspondiente patente de invención de cierta innovación, corre el riesgo de plagio o de una posterior reinvención por parte de otros innovadores.

Estos procesos autorregulados no son infalibles, ya que no está excluida la posibilidad de que un participante egoísta haga trampa para beneficiarse unilateralmente. Al respecto, pueden mencionarse los casos en que un fabricante inicia un juicio por la supuesta e indebida utilización de una patente, que le pertenece al denunciante, con la intención de paralizar por un tiempo la producción del competidor. Thomas A. Edison se lamentaba de que gran parte de sus ganancias debían ser destinadas al pago de abogados.

Otra "víctima" de maniobras perversas fue Erwin Armstrong, quien perfecciona el receptor de amplitud modulada (AM) e inventa la transmisión por frecuencia modulada (FM), dando fin a su vida suicidándose.

Varios son los que admiten los competidores de mala gana, como es el caso del empresario que busca acceder al "monopolio" propio. Sin embargo, la competencia estimula la necesidad de mejoras permanentes. Los sistemas auto-organizados. como los mencionados, atenúan los egoísmos individuales y los orientan a la cooperación social, ya sea voluntaria o bien exigida por las circunstancias.

El mayor enemigo de tales sistemas es el político populista o el totalitario, que pretende dirigir todo proceso económico o social, sin ni siquiera haber hecho algún aporte personal y tampoco haber intentado ser parte de algún conjunto de individuos que realizan aportes positivos a la sociedad. El político totalitario, o socialista, no es otra cosa que un parásito que busca, no sólo vivir del trabajo ajeno, sino de dirigirlo.

miércoles, 12 de agosto de 2020

El juicio a Galileo

En el accionar de la Inquisición se advierten varios aspectos que posteriormente se observarán en los totalitarismos del siglo XX y XXI. Uno de ellos es la adopción, como referencia, de un libro o de un conjunto de ideas, rechazando la realidad cuando no existe compatibilidad entre teoría y realidad. También se advierte la predisposición de condenar o castigar a quienes defienden la verdad, es decir, a quienes adoptan la realidad como referencia y no a la ideología que se pretende imponer.

En el caso de la Inquisición, se observa que sus promotores parecen olvidar que la Biblia es un libro que promueve la adopción de una actitud ética, y que no brinda información sobre otros aspectos del universo que no estén relacionados con la ética.

El juicio a Galileo es recordado frecuentemente por los sectores socialistas con la finalidad de realizar un ataque adicional hacia la religión, aunque parecen olvidar o ignorar el "caso Lysenko", ocurrido en la URSS, cuando algunos genetistas soviéticos fueron encarcelados por defender la genética científica mendeliana, mientras Trofim Lysenko, con el apoyo de Stalin y Khruschev, trataba de imponer una "genética" compatible con el materialismo dialéctico, pero incompatible con la realidad.

A continuación se menciona una descripción del juicio a Galileo Galilei:

GALILEO

Por Frédéric Pottecher

El 12 de abril de 1633, en el Palacio del Santo Oficio de Roma, un hombre de setenta años comparece ante el tribunal de la Inquisición. Se trata de Galileo Galilei, o simplemente Galileo, el sabio más grande de su tiempo.

¿De qué acusa la Iglesia a Galileo? Muy simple. Se reprocha al físico y astrónomo de Florencia el haber afirmado, durante toda su vida y más recientemente en su libro Diálogo sobre los dos principales sistemas del mundo, que la Tierra giraba sobre sí misma y alrededor del Sol, lo que es falso, puesto que la Sagrada Escritura y la Iglesia Católica afirman lo contrario.

Para los jueces de la Inquisición, la acusación es gravísima. Galileo no es un hereje de tantos que discuten tal o cual punto de la doctrina cristiana. Esta vez es el orden mismo del universo querido por Dios el que está en peligro.

Hasta el momento todo andaba bien. La Iglesia había adoptado la representación del mundo que era la de los sabios y filósofos de la antigüedad, Aristóteles y Ptolomeo, sobre todo: la Tierra es el centro del mundo. Todos los planetas, la Luna y el Sol, giran en torno de ella, desde la eternidad y hasta el fin de los tiempos. Así fue, al menos hasta 1543 en que el astrónomo polaco Copérnico afirmó que, por el contrario, es la Tierra la que gira alrededor del Sol. Afirmación agravada pronto por su discípulo Giordano Bruno, quien además pretende que ni el Sol es el centro del mundo, sino un punto entre tantos, en medio de un universo infinito, poblado de infinitos mundos.

Escándalo infinito también y por el que Giordano Bruno pagó con su vida. Fue quemado en Roma en el año de Gracia de 1600. Treinta años más tarde todos lo recuerdan, los jueces y Galileo. Durante treinta años muchos sabios recogieron la antorcha y entre ellos Galileo, que será el primero en demostrar lo que hasta entonces era sólo hipótesis.



En 1609 Galileo tiene cuarenta y cinco años y es profesor en la Universidad de Padua, en la que enseña, a la vez, matemáticas, arquitectura, mecánica y astronomía. Ese mismo año fabrica el "anteojo astronómico" que le permitirá escrutar el cielo como jamás antes pudo hacerse. Cinco años antes ha descubierto, en la constelación de Sagitario, una estrella nueva, nova, aparición que contradice la tesis oficial según la cual el mundo es inalterable y jamás puede producirse en él una novedad.

Gracias a su "anteojo", Galileo va a descubrir también los satélites de Júpiter. Nuevo golpe contra las viejas teorías según las cuales sólo el Sol y la Luna se desplazan. Poco después constata que el Sol tiene manchas: no es, por tanto, incorruptible como lo afirma la Iglesia.

Es a la Iglesia a la que Galileo intentará convencer. Acaba de ser nombrado primer matemático y filósofo del gran duque de Toscana y vive en Florencia. En marzo de 1611 se dirige a Roma con su "anteojo".

Los tiempos han cambiado un tanto. La misma Iglesia está dividida por las nuevas teorías y Galileo recibe en los medios científicos de Roma una favorable acogida. Incluso los temibles jesuitas del Colegio Romano, aun no coincidiendo con sus conclusiones, admiten la realidad de sus observaciones. Además encuentra un poderoso aliado, a la vez que a un amigo, el cardenal Maffeo Barberini, el futuro Urbano VIII.

Pero la reacción comienza enseguida. Los más famosos doctores y luego la misma Inquisición condenan definitivamente la teoría del movimiento de la Tierra. Su argumento es siempre el mismo: si se acepta el modelo copernicano se hace imposible la interpretación literal de algunos pasajes de la Biblia. A lo que Galileo responde invariablemente que las Escrituras no son un tratado del mundo físico. "La intención del Espíritu Santo -dice con una sonrisa- es enseñarnos cómo ir al cielo y no cómo marcha el cielo".

En 1616 la obra de Copérnico es puesta en el Índice. Aparentemente Galileo no es tocado por esta medida, pero es una advertencia. Y para que lo comprenda mejor, el cardenal Bellarmini informa oficialmente a Galileo que, en adelante, deberá abstenerse de enseñar, defender y aun de hablar de las teorías copernicanas. Galileo lo promete y durante varios años se calla, orientando sus investigaciones hacia otra dirección.

Pero la necesidad de decir la verdad es tan fuerte para este hombre de ciencia que, en 1624, conversa con su amigo Urbano VIII sobre la posibilidad de escribir y publicar una gran obra que llamaría Diálogo sobre los dos principales sistemas del mundo. Se trata, por supuesto, del sistema sostenido por la Iglesia y del de Copérnico. Para su sorpresa, Urbano VIII le da su acuerdo. Con una condición: Galileo deberá presentar los dos sistemas como simples hipótesis, exponer ambos con objetividad y no dejar trasuntar hacia cuál él se inclina. Aun así, es una gran concesión que le hace el Papa, sin duda por su amistad. Así pues, el sistema defendido por la Iglesia será presentado como una simple hipótesis. Por primera vez, desde 1616, permitirá volver a desarrollar las nuevas ideas.

Galileo acepta las exigencias del Papa y se pone a trabajar. El libro aparece en Leiden, Holanda, en febrero de 1632. La acusación hará hincapié en las circunstancias que rodearon esta publicación, pero el hecho es que la obra recibió el imprimatur de la Iglesia. Ampliamente difundido en toda Europa, el libro es acogido como un acontecimiento capital. Y contra este acontecimiento la Iglesia va a reaccionar y por diversas razones.

Primero, el libro está escrito en italiano, en "lengua vulgar" -lo que le permite llegar a todo público-, y eso cae mal. Pero lo que aún disgusta más es el tono mordiente e irónico de estos diálogos ya que Galileo no es sólo un sabio sino un buen polemista. Y lo peor, por supuesto, es que abiertamente toma partido a favor de Copérnico.

Urbano VIII está furioso. Tiene la impresión de que su protegido se ha burlado de él. Y como, además, se le achaca de ser demasiado indulgente frente a las nuevas ideas, el Papa se ve obligado a mostrarse severo.

El 1 de octubre de 1632, Galileo, que vive siempre en Florencia, recibe la orden de viajar a Roma para comparecer ante el Santo Oficio. El sabio procura ganar tiempo, invoca el estado de su salud que le impide emprender tan largo viaje y más cuando una epidemia de peste se abate sobre todo el centro de Italia. No hay nada que hacer. La Inquisición no acostumbra soltar sus presas y finalmente deberá responder a la convocatoria.

La posición del sabio de Florencia es tanto más delicada cuanto que ante el tribunal de la Inquisición no hay defensa. La sola libertad que se deja al acusado es la de reconocer sus faltas.

Preside el padre Vincenzo de Firenzuola, comisario general del Santo Oficio. Su primera pregunta, puramente formal, hace sonreír a Galileo:

-¿Sabe o imagina por qué se lo convoca a Roma?

Galileo aparece muy tranquilo. Como si el asunto no fuese serio. Su mismo tono es un tanto desganado cuando responde:

-Supongo que se trata de rendir cuentas por mi libro.

Sí y no. Lo que ante todo desean saber sus jueces es por qué él ha desafiado las directivas que, en 1616, le habían sido impartidas por medio del cardenal Bellarmini de no enseñar ni sostener las teorías de Copérnico. A los ojos de la Inquisición esto lo convierte en un renegado.

Galileo presiente la trampa y procura zafarse.

-En 1616 -explica- vine a Roma espontáneamente y discutí estos problemas con algunos cardenales que deseaban estar informados; en particular con el cardenal Bellarmini.

-¿Y qué se decidió entonces? -pregunta arteramente el padre Maculano.

Galileo titubea. Sabe que quiere recordarle la prohibición a la que ha desobececido.

-El cardenal Bellarmini -dice, al fin- me notificó que las opiniones de Copérnico eran contrarias a las Sagradas Escrituras y que no podían ser defendidas sino como hipótesis de trabajo.

-¿El cardenal no le prohibió también, ante testigos, defender o enseñar la doctrina en cuestión?

La respuesta de Galileo es lo suficientemente vaga como para que uno dude si provoca delicadamente a los jueces o si comienza a perder seguridad.

-No recuerdo que esa orden me haya sido intimada ante otras personas fuera del cardenal. Puede ser, sí, que haya dicho "no enseñe más" y aun "de cualquier manera que sea"...

El padre Maculano aparenta aceptar la respuesta. Tiene otra pregunta que hacerle:

-¿Después que se le hizo esta interdicción, cómo obtuvo el permiso para escribir el libro?

Ese es el punto en que todo se complica para Galileo. El libro fue escrito con permiso del Papa, quien siempre protegió a Galileo, pero éste fue más lejos de lo convenido con Urbano VIII. Galileo se había comprometido a mantenerse neutral ante los dos sistemas. Lo menos que se puede decir es que no cumplió su compromiso. La pasión de la verdad lo hizo saltar sobre la prudencia y la palabra empeñada. Hay algo peor: Galileo hace todo lo posible para que su texto no sea mutilado por la censura. Ello le trajo no pocos disgustos con el Santo Oficio.

En 1629, hace cuatro años de esto, Galileo fue a Roma para someter su libro a la censura del Santo Oficio en la persona del Maestro del Sacro Palacio. Este, después de leerlo, lo autorizó para que lo publicara únicamente en Roma, haciéndole algunas correcciones y con la condición que presentara las pruebas antes de la edición definitiva. Galileo, por supuesto, había aceptado, tras lo cual regresó a Florencia.

Una vez allí escribe al Maestro del Sagrado Palacio que, debido a su mala salud y a la peste, le es imposible ir a Roma para mostrar el texto definitivo. Por lo tanto, solicita que se sirva designar a alguien, en Florencia, que proceda a esa última revisión.

Aquí se esconde el ardid de Galileo. Primer matemático y filósofo de la corte del Gran Duque, en Florencia está en su terreno. Además, allí las autoridades eclesiásticas son más elásticas que las de Roma. Propone para esta última lectura al padre Jacinto Stefani, predicador del Gran Duque, miembro del Santo Oficio y amigo personal.

Pero donde Galileo se va a apurar -y ése es su plan- es al entregar el manuscrito al padre Stefani sin esperar la respuesta de Roma. La Inquisición de Florencia lee el libro con ojos favorables, tal como esperaba Galileo. Por precaución lo somete a otro eclesiástico, también benévolo, el padre Nicolás de la Antella y es éste quien otorga la autorización final al impresor Landini.

Los eclesiásticos de Florencia no tenían competencia para este tipo de autorización, exclusiva del Maestro del Sacro Palacio. Este, por cierto, había otorgado el permiso, pero sólo para Roma, donde él podía supervisar las cosas, y bajo la reserva de releer el texto definitivo. No lo hizo así.

Quizá haya algo peor. ¿Y si Galileo abusó de la Iglesia ocultando, desde el comienzo, al Maestro, la interdicción que se le había hecho en 1616, tanto de tratar este tema cuanto de escribit sobre él? Por supuesto, en el entretiempo hubo un acuerdo del Papa. Pero después Galileo y el Papa se disgustaron. Y hoy es el Papa -aunque indirectamente- su principal acusador. Además, el Papa es el Papa y no hay por qué mezclarlo en esta historia. Toda la cuestión se resume en si Galileo comunicó o no esta interdicción al Maestro del Sacro Palacio.

No. Y Galileo dará una respuesta sorprendente. Sorprendente y ambigua, a menos que no haya simplemente querido burlarse de sus jueces.

-No dije nada de esto al Maestro del Sacro Palacio porque, en mi libro, no sostengo ni defiendo la teoría de la movilidad de la Tierra. Al contrario, demuestro que las razones expuestas por Copérnico no son valederas ni concluyentes.

Por supuesto, esto es falso. Incluso es una mentira descarada y una provocación. A los jueces de la Inquisición no les agrada que se les tome por imbéciles.



A partir del segundo interrogatorio, el 30 de abril, el sabio va a mostrarse consciente de haberse manejado mal.

-Reflexionando sobre el interrogatorio del 12 de abril, se me ocurrió releer mi Diálogo para asegurarme si, contra mi intención y por inadvertencia, no había salido de mi pluma algo que pudiera hacer creer al lector que yo era un desobediente. Confieso que en más de un momento el lector desprevenido podría pensar que mi refutación no es suficientemente eficaz.

Los jueces inclinan la cabeza. Eso ya es algo más positivo, pero no basta. Se dan cuenta que Galileo se retracta de labios afuera. Aún no ha dicho que la teoría de Copérnico es falsa.

Por eso, el 21 de junio se lo someterá a un último interrogatorio, calificado como "examen severo" por los jueces, quienes no le han ocultado que, de no cooperar, podría sufrir torturas. No va a ser necesario. Ese día Galileo va a ceder en casi todos los puntos.

Pregunta: ¿Ha sostenido el acusado -y desde cuándo- que el Sol está en el centro y que la Tierra gira alrededor?

Respuesta: Desde hace mucho tiempo, es decir bastante antes que el Santo Oficio me lo prohibiera, yo profesaba indiferentemente las dos opiniones, la de Ptolomeo y la de Copérnico como igualmente posibles en la naturaleza. Pero después de la decisión de 1616, persuadido de la sabiduría de la Iglesia, renuncié a toda ambigüedad y he afirmado como verdaderas e inmutables la estabilidad de la Tierra y el movimiento del Sol.

Eso no es cierto y los jueces le hacen notar que su libro sostiene abiertamente las teorías de Copérnico.

-No -dice el anciano sabio con tono fatigado-, no me expresé como si tuviera por verdadera la opinión de Copérnico. Simplemente pensé que era de interés general explicar las razones naturales y astronómicas que militan a favor de una y otra teoría y me ingenié para clarificar que ni una ni otra poseían fuerza demostrativa.

Mala respuesta. No necesitaba decir que la tesis de la Iglesia sobre la movilidad de la Tierra carecía de "fuerza demostrativa". Lo que es cierto es que tiene fuerza de ley y se lo hacen notar secamente a Galileo. Si no se decide a decir toda la verdad, obligará a que se le apliquen los remedios jurídicos adecuados.

Decir toda la verdad -lo que los jueces llaman la verdad- es renegar por completo de sí mismo, y los "remedios jurídicos adecuados" significa la tortura.

Galileo baja la cabeza, duda un momento y finalmente dice:

-Estoy aquí para obedecer. Afirmo con todo mi corazón y conciencia no haber sostenido de ningún modo la opinión condenada después que las autoridades me lo prohibieron.

Ya está hecho. Galileo no será entregado al torturador. El primer hombre que demostró que la Tierra gira alrededor del Sol acaba de jurar que ella es inmóvil.

Sólo le queda aguardar la sentencia. Sesión interminable y dolorosa en la enorme sala del monasterio dominicano de Minerva, ante el tribunal completo de la Inquisición.

La lectura de los considerandos se hace interminable. Galileo parece perdido en sus pensamientos. Sólo emerge cuando se llega al meollo del problema.

-"Considerando -dice el juez- que la proposición de que el Sol está en el centro del mundo y es inmóvil es absurda, falsa en filosofía y formalmente herética porque es expresamente contraria a las Sagradas Escrituras:
"Considerando que la proposición de que la Tierra no está en el centro del mundo y es inmóvil, sino que gira alrededor del Sol es absurda y falsa en filosofía y considerada, al menos errónea, según la fe:
"Considerando que en tu libro, por diversos caminos, insinúas que la cuestión del movimiento de la Tierra sigue sin establecerse, aunque es muy probable -lo que constituye una falta gravísima, pues no puede ser considerada probable una opinión una vez que ha sido declarada contraria a las Sagradas Escrituras:
"En consecuencia, que has incurrido en todas las penas y censuras promulgadas por los Sagrados Cánones contra tales delitos...

El juez hace una pausa. La asistencia casi ni respira. La sombra del filósofo Giordano Bruno, quemado en Roma en 1600 por los mismos motivos, planea un instante sobre la sala, si bien es cierto que Bruno no había renegado de sus ideas.

-De estas penas y censuras -prosigue el juez- aceptamos que seas liberado con tal de que, primero, con corazón sincero y fe no fingida, abjures, maldigas y detestes ante nosotros, de los antedichos errores y herejías y de todo otro error contra la Iglesia Católica, bajo la forma que te será prescripta.

Nuevo silencio. Ahora Galileo deberá elegir. ¿Persistirá el anciano en reafirmar la obra de su vida y morir? ¿Se doblegará y firmará la abjuración, devolviendo la Tierra a su inmovilidad?

Se doblega. Es una voz baja y lenta, la voz de un muerto, la que resuena bajo las bóvedas de la sala de los domínicos.

-Con corazón sincero y fe no fingida abjuro, maldigo y detesto todo error y herejía contrario a la Santa Iglesia. Y juro que, en el futuro, no diré ni afirmaré jamás, ni de palabra ni por escrito, cosas que puedan hacerme sospechoso. Yo, Galileo, he abjurado como se dice más arriba y he firmado con mi propia mano.

Todo ha terminado. Esas fueron sus últimas palabras en público. Se lo va a enviar a Florencia, a su villa de Arcetri, donde vigilado, pasará los últimos años de su vida. Sin embargo, en 1638, conseguirá publicar un último libro que resume su obra y su pensamiento. Después, la enfermedad y la ceguera se apoderarán del primer hombre que vio realmente las estrellas y muere en 1642, a los setenta y ocho años de edad.

Contrariamente a lo que se ha repetido con frecuencia, Galileo jamás dijo, después de su condena y refiriéndose a la Tierra: "Y sin embargo, se mueve". Ello hubiera bastado para enviarlo a la hoguera. Jamás lo dijo, pero es evidente que nunca dejó de pensarlo, puesto que lo había demostrado. Y es verdad, la Tierra gira....

(De "Los grandes procesos de la historia"-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1983)

jueves, 6 de agosto de 2020

Socialistas para dar ¿o para recibir?

De la misma manera en que Albert Einstein establecía experimentos imaginarios (como el de un hombre que puede desplazarse a la velocidad de la luz) para vislumbrar lo que habría de suceder en ese hipotético caso, podemos intentar validar las diversas actitudes políticas (como la actitud socialista), suponiendo lo que habría de ocurrir si todos los hombres del mundo fuesen socialistas. Luego, los beneficios o los perjuicios que se producirán serían proporcionales al porcentaje real de socialistas.

Podemos distinguir algunas variantes que orientan a los hombres hacia el socialismo. La primera de ellas es la de quien carece de suficiente confianza en sí mismo, o del que carece de suficiente fuerza anímica para enfrentar la dura y cotidiana lucha por la vida. En estos casos, aspira a que el Estado confisque las riquezas producidas por las empresas, o bien a las empresas mismas, previendo que de esa manera habrá de mejorar su seguridad económica.

Una gran parte de quienes anhelan el socialismo la integran los envidiosos, que no tendrían inconvenientes en vivir una vida con mayores necesidades materiales y espirituales con tal que los envidiados vayan a padecer esas mismas incomodidades o sufrimientos. Ven en el socialismo un camino rápido para liberarse del castigo auto-infligido que los persigue en forma permanente.

También simpatizan con el socialismo quienes, aun con medios económicos suficientes, odian a los empresarios. En la competencia egoísta existente en muchas sociedades, no faltan quienes no soportan ser superados ampliamente por otros, y ven en la expropiación de los medios de producción la posibilidad de sacarse de encima a varios competidores que los superan. Al no ser ellos mismos empresarios, suponen que las expropiaciones masivas no los afectarán, como es el caso de los empleados públicos con bastante jerarquía.

Finalmente encontramos a quienes aspiran al socialismo para desempeñar un cargo ejecutivo, para llegar a detentar un poder casi ilimitado que les permitirá repartir desde el Estado lo confiscado al sector productivo. Desean repartir lo de otros; nunca de lo propio. Como en todos los casos, el socialista tiene una amplia vocación por distribuir las riquezas ajenas, y de lo único que habla es de esa distribución. Pero nunca habla de distribuir sus propias riquezas y mucho menos de producirlas personalmente para redistribuirlas luego. En este caso cabe agregar que “el que parte y reparte se queda con la mejor parte”.

Si todos los hombres del mundo adhirieran al socialismo, todos tratarían de distribuir las riquezas ajenas, o las que otros producen, y nadie intentaría producirlas en forma eficiente y suficiente. El caos se adueñaría de la humanidad ante la falta de producción de bienes y servicios.

El socialista por lo general argumenta en contra de la competencia promovida por el sistema capitalista, sin advertir que la competencia en el mercado sirve para proteger al consumidor y al trabajador de los excesos que puedan cometer los empresarios, por cuanto se trata de impulsar una competencia para una mayor cooperación. El socialista, por el contrario, es competitivo preferentemente en cuestiones estrictamente materiales, como la posesión de riquezas, ignorando cualquier otro tipo de valores. Vladimir Bukovsky escribió: “El socialismo es una idea que ahora está en el candelero, pero que carece de sentido. Simplemente, la gente tiene el antojo de llamar con este nombre a todo lo bueno e inasequible. Incluso se ha llegado a decir que los primeros cristianos también fueron socialistas. ¿Cómo no, si estuvieron luchando por la igualdad?”.

“Como decía un amigo mío, el parecido es puramente superficial: porque los cristianos proponían repartir lo que tenían ellos mismos y voluntariamente, mientras los socialistas tienen sus miras puestas en lo que tienen los otros y quieren obtenerlo por la fuerza. Para hacer donaciones voluntarias, no hace falta ningún socialismo. Podría prescindirse por completo de la burocracia y el mundo sería mucho mejor”.

“En el fondo, jamás he podido entender del todo a los socialistas”. “¿Por qué esta reacción enfermiza ante la desigualdad material? ¿De dónde les viene a los socialistas tanta envidia, tanto espíritu mercantil? La mayor parte de ellos son intelectuales, se supone que viven en un mundo de ideas y no de cosas. Su teoría asombra por su incoherencia: por una parte, no dejan de criticar el consumismo, el materialismo y los intereses creados; por otra, es precisamente este aspecto de la vida el que más los emociona, es precisamente en el consumismo donde pretenden establecer la igualdad. ¿Acaso creen que si se da a todos una ración igual de pan, en el acto se convierten en hermanos? A los hombres los hacen hermanos los sufrimientos y esperanzas compartidos, la ayuda y el respeto mutuos, el reconocimiento de la personalidad del otro. ¿Pueden ser hermanos los que cuentan celosamente los ingresos de los demás, los que no apartan su envidiosa mirada de cada bocado engullido por el vecino? No, yo no quisiera tener por hermano a un socialista”.

“Ésta es la igualdad social que, por algún motivo, siempre se ha de conseguir al precio de destruir lo bueno sin mejorar lo malo. No sé porqué será así. Por lo visto, es más fácil. Destruir no es lo mismo que construir. Si usted tiene una buena casa y la de su vecino es mala, para ser iguales es más fácil destruir la casa de usted que reformar la de su vecino. Si usted tiene más dinero que su prójimo, es más fácil quitárselo a usted que dar más al otro. ¿Dirá que estoy exagerando? En absoluto. Por ejemplo, en Inglaterra hay educación privada que es considerada como buena, y la estatal, que tiene la fama de ser mala. ¿Qué nos proponen los socialistas? Claro, suprimir la buena. Mejor si no es para nadie que sólo para unos cuantos. Esto también es igualdad. Al fin y al cabo, de esta forma se estableció la igualdad en todos los países socialistas, a costa de una penuria total y uniforme” (De “El dolor de la libertad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).

El avance del socialismo se vislumbra también en el predominio absoluto de la promoción de los derechos, de todo tipo, y la casi inexistente promoción de los deberes individuales. Imaginemos una sociedad en la cual todos esperan que el Estado protector satisfaga los derechos de cada uno, mientras que ninguno tenga la predisposición para cumplir con sus deberes. Se advierte que, en el caso considerado, el Estado no dispondrá de recursos suficientes para satisfacer los derechos de todos. La sociedad tenderá hacia su autodestrucción. El citado autor escribió al respecto: “Una de sus consecuencias más negativas [de transferir los deberes al Estado] es, sin duda, la virtual entrega de las responsabilidades personales en las manos del Estado, lo cual equivale a renunciar a toda responsabilidad y a la libertad, a la vez. Porque las dos cosas están profundamente vinculadas. Por ejemplo, una persona normal entiende que debe socorrer a los que están peor que ella. Pero en nuestra ansia por una igualdad institucional remitimos esta función al Estado, de forma que ahora es éste el que se compromete a socorrer a los necesitados. Si pago impuestos por ello, deja de ser asunto mío. Como resultado, la obligación moral de ayudar se ha convertido en una obligación jurídica, y yo he perdido el derecho a decidir si quiero o no ayudar a alguien”.

“Primero, las desdichas humanas me resultan indiferentes, pues he pagado por ellas un rescate. Segundo, ahora el necesitado no espera ayuda, sino exige lo que se le debe, y que es algo que pertenece a todos, es decir, a nadie. De esta forma, el número de los necesitados va en alza. Tercero, mi participación en la vida de la sociedad se convierte en mera formalidad, porque no soy yo quien controla la distribución del dinero procedente de los impuestos. Cuarto, lo peor, es que la burocracia crece en forma monstruosa, se fortalece el papel del Estado y ello absorbe una parte considerable del dinero (y como consecuencia, los impuestos suben)”.

“En general, un rasgo inevitable del socialismo es el crecimiento de la burocracia. Parece que dejamos de tener confianza en nosotros mismos, en nuestro sentido del deber, en la justicia, en nuestra capacidad para resolver nuestros problemas. El Estado, personificado en la burocracia, se convierte en nuestro árbitro, en nuestro controlador y, por fin, en nuestro opresor”.

“La burocracia tiene la propiedad de tender a un crecimiento en proporciones geométricas. Es el Frankenstein de nuestro tiempo que empieza a cobrar una existencia independiente, obedeciendo a unas leyes que desconocemos y proponiéndose unos objetivos que desconocemos también. El funcionario es igual en todas partes. No se interesa por el trabajo que debería hacer. Su interés se centra en su propia existencia. De ahí vienen la ineficacia y la corrupción”.

Como resulta casi imposible convencer, acerca de los defectos inherentes al socialismo, tanto al deprimido, al envidioso o al aspirante al poder absoluto, ya que tienen una gran urgencia por destruir la sociedad capitalista que se opone a sus planes y esperanzas, sólo queda la alternativa de concientizar a las personas responsables de que el socialismo es el camino seguro hacia la destrucción social e individual de toda nación.

sábado, 1 de agosto de 2020

El racionalismo sectario

Por lo general se cree que el fanatismo de los ultraortodoxos surge solamente en el ámbito de la religión y que ello ocurre porque no se ha utilizado suficientemente la razón. Sin embargo, la actitud del seguidor incondicional de un líder se establece también en otros ámbitos, como el de la filosofía racionalista. Ello se debe a que se supone erróneamente que sólo el razonamiento que respeta las reglas de la lógica simbólica es el que permite llegar a la verdad, ignorando el razonamiento de tipo científico, vinculado al proceso de "prueba y error". Así, mientras el científico trata de verificar la descripción realizada comparándola con lo que trata de describir, el racionalista trata siempre sólo de verificar la coherencia lógica de toda expresión integrada por palabras.

Tal limitación del pensamiento fue advertido por José Ortega y Gasset, quien escribió: "Otra masa ocultadora del auténtico Pensamiento es la Lógica. En ella la ocultación consiste en una esquematización. La Lógica suplanta la infinita morfología del Pensamiento por una sola de sus formas: el pensamiento lógico; es decir, el pensamiento en que se dan ciertos caracteres: ser idéntico a sí mismo, evitar la contradicción y excluir un tercer término entre lo «verdadero» y lo «falso».

"Todo pensar que no ostente estos atributos será un pensar fallido, que no consigue ser lo que constitutivamente pretende y que, por tanto, no es auténtico pensar. Es incalculable el poder de ocultación que durante dos milenios ha ejercido este imperativo casi religioso de «logicidad». Ha escindido todo el inmenso panorama intelectual de la humanidad en dos territorios de muy diferente extensión: de un lado, el mundo de lo lógico, que era muy reducido; de otro, el orbe negativo de lo ilógico, al cual no se prestaba atención, con el cual no se sabía cómo habérselas".

"Se identificó a lo lógico con lo racional hasta hacer sinónimos lógica y razón. Todo esto era inevitable y estaba justificado porque se creía que hay, en efecto, un pensamiento que es lógico plenamente y sin reservas. El hombre occidental estaba convencido de poseer con él un edificio de aristas rigorosas que contrastaba con la selva confusa de todos los demás modos de pensar. Pero he aquí que hoy empezamos a caer en la cuenta de que no hay tal pensamiento lógico".

"Mientras bastó la tosca teoría que desde hace veintitrés siglos se llama Lógica pudo vivirse en la susodicha ilusión. Pero desde hace tres generaciones ha acontecido con la logicidad lo que con otros grandes temas de la ciencia: que se les ha ido, de verdad, al cuerpo. Y cuando se ha querido en serio construir lógicamente la Lógica -en la logística, la lógica simbólica y la lógica matemática- se ha visto que era imposible, se ha decubierto, con espanto, que no hay concepto última y rigorosamente idéntico, que no hay juicio del que se pueda asegurar que no implica contradicción, que hay juicios los cuales no son ni verdaderos ni falsos, que hay verdades de las cuales se puede demostrar que son indemostrables; por tanto, que hay verdades ilógicas".

"Ipso facto varía por completo la perspectiva. Al aparecer lo lógico penetrado de ilogicidad pierde la patética distancia a que se hallaba de las otras formas de pensamiento. Ahora resulta que el pensamiento lógico no era tal pensamiento -puesto que no lo hay-, sino sólo la idea de un pensar imaginario, esto es, un mero ideal y una utopía que se desconocía a sí misma. Creación al fin de Grecia, la Lógica de Aristóteles es tan irreal -y por análogas razones- como la República de Platón" (De "Apuntes sobre el pensamiento"-Revista de Occidente-Madrid 1966).

Como ejemplo de racionalismo sectario puede mencionarse al objetivismo de Ayn Rand, varios de cuyos seguidores responden con burlas cada vez que alguien procede a criticarlos. Francisco Capella escribió: "Los seguidores del objetivismo suelen considerarlo un sistema verdadero, correcto, completo y cerrado, al cual no ven ningún problema: así es inmune a críticas, y se convierte en un dogma estático incapaz de corregir posibles errores, crecer, enriquecerse, adaptarse y mejorar. La incapacidad crítica puede deberse a sesgos cognitivos (como el sesgo de confirmación) o a dinámicas sectarias en los grupos objetivistas".

"Sobre la utilidad práctica, es cierto que a nivel económico, político y social el capitalismo o liberalismo es el único sistema ético (compatible con la libertad individual) y que más prosperidad consigue; sin embargo la promoción del egoísmo para la consecución individual de la felicidad puede implicar problemas de integración social y relaciones públicas, y además requiere un apoyo empírico y científico del cual el objetivismo carece (teorías y datos)".

"Suele hacer afirmaciones erróneas como que los animales solo tienen instintos innatos automáticos (esto es falso porque tienen cierta capacidad para aprender y desarrollar cultura), mientras que el ser humano tendría una mente que comienza como una tabula rasa y que solo dispone de la razón como herramienta esencial de supervivencia: esto es falso porque existen múltiples capacidades instintivas y habilidades esenciales como las emociones (que no son caprichos irracionales y que son la fuente de las preferencias o afectos) y los sentimientos morales (la moral no es solamente racionalidad), la capacidad de imitar (copiar cultura), la capacidad innovadora o creativa, la capacidad de pensamiento analógico (metáforas, traspaso de conocimiento entre diferentes dominios), y las habilidades sociales para la acción en grupos cooperativos".

"El objetivismo pone tanto peso y énfasis en lo racional, no solo como algo descriptivo sino también prescriptivo, que ignora o desprecia el ámbito de lo emocional (afectos, sentimientos): insiste en que el individuo debe pensar, que es una obligación moral, en lugar de una posibilidad. Si decide no pensar entonces simplemente se deja dominar por sus emociones o sentimientos: ignora el papel esencial y el valor adaptativo de las emociones y los sentimientos como procesadores de información y generadores de conducta exitosa; la razón es un instrumento que no puede operar solo, sin motivaciones, sin mecanismos generadores de preferencias, sin reacciones emocionales".

"El objetivismo habla de interés racional, como si la razón determinara objetivamente o fuera juez último de los intereses; no entiende que razón y emoción no son contradictorias o enemigas sino que son complementarias, ambas son necesarias y ninguna es suficiente; las emociones no son arbitrarias, y en último término la razón es sierva o instrumento de las emociones o valoraciones (porque razonar o pensar reflexivamente es un tipo de acción intencional, y toda acción intencional requiere una motivación que la impulse y dirija). La razón es muy importante y distintiva de los seres humanos, pero no lo es todo ni es el único rasgo fundamental de la humanidad".

"Los objetivistas sufren de un hiperliderazgo de una sola persona carismática y persuasiva, una líder venerada, infalible, incapaz de equivocarse, a quien consideran la persona más brillante y genial de la humanidad. Los seguidores deben mostrar lealtad y admiración al líder y a sus ideas: hay una ortodoxia, un dogma presuntamente racional sobre el que no se admiten dudas, y el que no está plenamente de acuerdo es un hereje, un enemigo, alguien a quien excomulgar. Como ideología basada en una sola persona ególatra y con escasa capacidad autocrítica, el objetivismo comparte los sesgos y miserias de su creadora".

"Según el objetivismo, con grave desconocimiento de la psicología humana, las emociones son resultado de las ideas: las emociones inadecuadas son causadas por ideas incorrectas, irracionales; siendo así, las críticas y las valoraciones negativas contra el objetivismo de algún enemigo o de algún seguidor potencial con crisis de fe pueden calificarse como errores de individuos no racionales, y por lo tanto intelectualmente incompetentes, que deben ser ignorados o corregidos" (De www.juandemariana.org).