miércoles, 12 de agosto de 2020

El juicio a Galileo

En el accionar de la Inquisición se advierten varios aspectos que posteriormente se observarán en los totalitarismos del siglo XX y XXI. Uno de ellos es la adopción, como referencia, de un libro o de un conjunto de ideas, rechazando la realidad cuando no existe compatibilidad entre teoría y realidad. También se advierte la predisposición de condenar o castigar a quienes defienden la verdad, es decir, a quienes adoptan la realidad como referencia y no a la ideología que se pretende imponer.

En el caso de la Inquisición, se observa que sus promotores parecen olvidar que la Biblia es un libro que promueve la adopción de una actitud ética, y que no brinda información sobre otros aspectos del universo que no estén relacionados con la ética.

El juicio a Galileo es recordado frecuentemente por los sectores socialistas con la finalidad de realizar un ataque adicional hacia la religión, aunque parecen olvidar o ignorar el "caso Lysenko", ocurrido en la URSS, cuando algunos genetistas soviéticos fueron encarcelados por defender la genética científica mendeliana, mientras Trofim Lysenko, con el apoyo de Stalin y Khruschev, trataba de imponer una "genética" compatible con el materialismo dialéctico, pero incompatible con la realidad.

A continuación se menciona una descripción del juicio a Galileo Galilei:

GALILEO

Por Frédéric Pottecher

El 12 de abril de 1633, en el Palacio del Santo Oficio de Roma, un hombre de setenta años comparece ante el tribunal de la Inquisición. Se trata de Galileo Galilei, o simplemente Galileo, el sabio más grande de su tiempo.

¿De qué acusa la Iglesia a Galileo? Muy simple. Se reprocha al físico y astrónomo de Florencia el haber afirmado, durante toda su vida y más recientemente en su libro Diálogo sobre los dos principales sistemas del mundo, que la Tierra giraba sobre sí misma y alrededor del Sol, lo que es falso, puesto que la Sagrada Escritura y la Iglesia Católica afirman lo contrario.

Para los jueces de la Inquisición, la acusación es gravísima. Galileo no es un hereje de tantos que discuten tal o cual punto de la doctrina cristiana. Esta vez es el orden mismo del universo querido por Dios el que está en peligro.

Hasta el momento todo andaba bien. La Iglesia había adoptado la representación del mundo que era la de los sabios y filósofos de la antigüedad, Aristóteles y Ptolomeo, sobre todo: la Tierra es el centro del mundo. Todos los planetas, la Luna y el Sol, giran en torno de ella, desde la eternidad y hasta el fin de los tiempos. Así fue, al menos hasta 1543 en que el astrónomo polaco Copérnico afirmó que, por el contrario, es la Tierra la que gira alrededor del Sol. Afirmación agravada pronto por su discípulo Giordano Bruno, quien además pretende que ni el Sol es el centro del mundo, sino un punto entre tantos, en medio de un universo infinito, poblado de infinitos mundos.

Escándalo infinito también y por el que Giordano Bruno pagó con su vida. Fue quemado en Roma en el año de Gracia de 1600. Treinta años más tarde todos lo recuerdan, los jueces y Galileo. Durante treinta años muchos sabios recogieron la antorcha y entre ellos Galileo, que será el primero en demostrar lo que hasta entonces era sólo hipótesis.



En 1609 Galileo tiene cuarenta y cinco años y es profesor en la Universidad de Padua, en la que enseña, a la vez, matemáticas, arquitectura, mecánica y astronomía. Ese mismo año fabrica el "anteojo astronómico" que le permitirá escrutar el cielo como jamás antes pudo hacerse. Cinco años antes ha descubierto, en la constelación de Sagitario, una estrella nueva, nova, aparición que contradice la tesis oficial según la cual el mundo es inalterable y jamás puede producirse en él una novedad.

Gracias a su "anteojo", Galileo va a descubrir también los satélites de Júpiter. Nuevo golpe contra las viejas teorías según las cuales sólo el Sol y la Luna se desplazan. Poco después constata que el Sol tiene manchas: no es, por tanto, incorruptible como lo afirma la Iglesia.

Es a la Iglesia a la que Galileo intentará convencer. Acaba de ser nombrado primer matemático y filósofo del gran duque de Toscana y vive en Florencia. En marzo de 1611 se dirige a Roma con su "anteojo".

Los tiempos han cambiado un tanto. La misma Iglesia está dividida por las nuevas teorías y Galileo recibe en los medios científicos de Roma una favorable acogida. Incluso los temibles jesuitas del Colegio Romano, aun no coincidiendo con sus conclusiones, admiten la realidad de sus observaciones. Además encuentra un poderoso aliado, a la vez que a un amigo, el cardenal Maffeo Barberini, el futuro Urbano VIII.

Pero la reacción comienza enseguida. Los más famosos doctores y luego la misma Inquisición condenan definitivamente la teoría del movimiento de la Tierra. Su argumento es siempre el mismo: si se acepta el modelo copernicano se hace imposible la interpretación literal de algunos pasajes de la Biblia. A lo que Galileo responde invariablemente que las Escrituras no son un tratado del mundo físico. "La intención del Espíritu Santo -dice con una sonrisa- es enseñarnos cómo ir al cielo y no cómo marcha el cielo".

En 1616 la obra de Copérnico es puesta en el Índice. Aparentemente Galileo no es tocado por esta medida, pero es una advertencia. Y para que lo comprenda mejor, el cardenal Bellarmini informa oficialmente a Galileo que, en adelante, deberá abstenerse de enseñar, defender y aun de hablar de las teorías copernicanas. Galileo lo promete y durante varios años se calla, orientando sus investigaciones hacia otra dirección.

Pero la necesidad de decir la verdad es tan fuerte para este hombre de ciencia que, en 1624, conversa con su amigo Urbano VIII sobre la posibilidad de escribir y publicar una gran obra que llamaría Diálogo sobre los dos principales sistemas del mundo. Se trata, por supuesto, del sistema sostenido por la Iglesia y del de Copérnico. Para su sorpresa, Urbano VIII le da su acuerdo. Con una condición: Galileo deberá presentar los dos sistemas como simples hipótesis, exponer ambos con objetividad y no dejar trasuntar hacia cuál él se inclina. Aun así, es una gran concesión que le hace el Papa, sin duda por su amistad. Así pues, el sistema defendido por la Iglesia será presentado como una simple hipótesis. Por primera vez, desde 1616, permitirá volver a desarrollar las nuevas ideas.

Galileo acepta las exigencias del Papa y se pone a trabajar. El libro aparece en Leiden, Holanda, en febrero de 1632. La acusación hará hincapié en las circunstancias que rodearon esta publicación, pero el hecho es que la obra recibió el imprimatur de la Iglesia. Ampliamente difundido en toda Europa, el libro es acogido como un acontecimiento capital. Y contra este acontecimiento la Iglesia va a reaccionar y por diversas razones.

Primero, el libro está escrito en italiano, en "lengua vulgar" -lo que le permite llegar a todo público-, y eso cae mal. Pero lo que aún disgusta más es el tono mordiente e irónico de estos diálogos ya que Galileo no es sólo un sabio sino un buen polemista. Y lo peor, por supuesto, es que abiertamente toma partido a favor de Copérnico.

Urbano VIII está furioso. Tiene la impresión de que su protegido se ha burlado de él. Y como, además, se le achaca de ser demasiado indulgente frente a las nuevas ideas, el Papa se ve obligado a mostrarse severo.

El 1 de octubre de 1632, Galileo, que vive siempre en Florencia, recibe la orden de viajar a Roma para comparecer ante el Santo Oficio. El sabio procura ganar tiempo, invoca el estado de su salud que le impide emprender tan largo viaje y más cuando una epidemia de peste se abate sobre todo el centro de Italia. No hay nada que hacer. La Inquisición no acostumbra soltar sus presas y finalmente deberá responder a la convocatoria.

La posición del sabio de Florencia es tanto más delicada cuanto que ante el tribunal de la Inquisición no hay defensa. La sola libertad que se deja al acusado es la de reconocer sus faltas.

Preside el padre Vincenzo de Firenzuola, comisario general del Santo Oficio. Su primera pregunta, puramente formal, hace sonreír a Galileo:

-¿Sabe o imagina por qué se lo convoca a Roma?

Galileo aparece muy tranquilo. Como si el asunto no fuese serio. Su mismo tono es un tanto desganado cuando responde:

-Supongo que se trata de rendir cuentas por mi libro.

Sí y no. Lo que ante todo desean saber sus jueces es por qué él ha desafiado las directivas que, en 1616, le habían sido impartidas por medio del cardenal Bellarmini de no enseñar ni sostener las teorías de Copérnico. A los ojos de la Inquisición esto lo convierte en un renegado.

Galileo presiente la trampa y procura zafarse.

-En 1616 -explica- vine a Roma espontáneamente y discutí estos problemas con algunos cardenales que deseaban estar informados; en particular con el cardenal Bellarmini.

-¿Y qué se decidió entonces? -pregunta arteramente el padre Maculano.

Galileo titubea. Sabe que quiere recordarle la prohibición a la que ha desobececido.

-El cardenal Bellarmini -dice, al fin- me notificó que las opiniones de Copérnico eran contrarias a las Sagradas Escrituras y que no podían ser defendidas sino como hipótesis de trabajo.

-¿El cardenal no le prohibió también, ante testigos, defender o enseñar la doctrina en cuestión?

La respuesta de Galileo es lo suficientemente vaga como para que uno dude si provoca delicadamente a los jueces o si comienza a perder seguridad.

-No recuerdo que esa orden me haya sido intimada ante otras personas fuera del cardenal. Puede ser, sí, que haya dicho "no enseñe más" y aun "de cualquier manera que sea"...

El padre Maculano aparenta aceptar la respuesta. Tiene otra pregunta que hacerle:

-¿Después que se le hizo esta interdicción, cómo obtuvo el permiso para escribir el libro?

Ese es el punto en que todo se complica para Galileo. El libro fue escrito con permiso del Papa, quien siempre protegió a Galileo, pero éste fue más lejos de lo convenido con Urbano VIII. Galileo se había comprometido a mantenerse neutral ante los dos sistemas. Lo menos que se puede decir es que no cumplió su compromiso. La pasión de la verdad lo hizo saltar sobre la prudencia y la palabra empeñada. Hay algo peor: Galileo hace todo lo posible para que su texto no sea mutilado por la censura. Ello le trajo no pocos disgustos con el Santo Oficio.

En 1629, hace cuatro años de esto, Galileo fue a Roma para someter su libro a la censura del Santo Oficio en la persona del Maestro del Sacro Palacio. Este, después de leerlo, lo autorizó para que lo publicara únicamente en Roma, haciéndole algunas correcciones y con la condición que presentara las pruebas antes de la edición definitiva. Galileo, por supuesto, había aceptado, tras lo cual regresó a Florencia.

Una vez allí escribe al Maestro del Sagrado Palacio que, debido a su mala salud y a la peste, le es imposible ir a Roma para mostrar el texto definitivo. Por lo tanto, solicita que se sirva designar a alguien, en Florencia, que proceda a esa última revisión.

Aquí se esconde el ardid de Galileo. Primer matemático y filósofo de la corte del Gran Duque, en Florencia está en su terreno. Además, allí las autoridades eclesiásticas son más elásticas que las de Roma. Propone para esta última lectura al padre Jacinto Stefani, predicador del Gran Duque, miembro del Santo Oficio y amigo personal.

Pero donde Galileo se va a apurar -y ése es su plan- es al entregar el manuscrito al padre Stefani sin esperar la respuesta de Roma. La Inquisición de Florencia lee el libro con ojos favorables, tal como esperaba Galileo. Por precaución lo somete a otro eclesiástico, también benévolo, el padre Nicolás de la Antella y es éste quien otorga la autorización final al impresor Landini.

Los eclesiásticos de Florencia no tenían competencia para este tipo de autorización, exclusiva del Maestro del Sacro Palacio. Este, por cierto, había otorgado el permiso, pero sólo para Roma, donde él podía supervisar las cosas, y bajo la reserva de releer el texto definitivo. No lo hizo así.

Quizá haya algo peor. ¿Y si Galileo abusó de la Iglesia ocultando, desde el comienzo, al Maestro, la interdicción que se le había hecho en 1616, tanto de tratar este tema cuanto de escribit sobre él? Por supuesto, en el entretiempo hubo un acuerdo del Papa. Pero después Galileo y el Papa se disgustaron. Y hoy es el Papa -aunque indirectamente- su principal acusador. Además, el Papa es el Papa y no hay por qué mezclarlo en esta historia. Toda la cuestión se resume en si Galileo comunicó o no esta interdicción al Maestro del Sacro Palacio.

No. Y Galileo dará una respuesta sorprendente. Sorprendente y ambigua, a menos que no haya simplemente querido burlarse de sus jueces.

-No dije nada de esto al Maestro del Sacro Palacio porque, en mi libro, no sostengo ni defiendo la teoría de la movilidad de la Tierra. Al contrario, demuestro que las razones expuestas por Copérnico no son valederas ni concluyentes.

Por supuesto, esto es falso. Incluso es una mentira descarada y una provocación. A los jueces de la Inquisición no les agrada que se les tome por imbéciles.



A partir del segundo interrogatorio, el 30 de abril, el sabio va a mostrarse consciente de haberse manejado mal.

-Reflexionando sobre el interrogatorio del 12 de abril, se me ocurrió releer mi Diálogo para asegurarme si, contra mi intención y por inadvertencia, no había salido de mi pluma algo que pudiera hacer creer al lector que yo era un desobediente. Confieso que en más de un momento el lector desprevenido podría pensar que mi refutación no es suficientemente eficaz.

Los jueces inclinan la cabeza. Eso ya es algo más positivo, pero no basta. Se dan cuenta que Galileo se retracta de labios afuera. Aún no ha dicho que la teoría de Copérnico es falsa.

Por eso, el 21 de junio se lo someterá a un último interrogatorio, calificado como "examen severo" por los jueces, quienes no le han ocultado que, de no cooperar, podría sufrir torturas. No va a ser necesario. Ese día Galileo va a ceder en casi todos los puntos.

Pregunta: ¿Ha sostenido el acusado -y desde cuándo- que el Sol está en el centro y que la Tierra gira alrededor?

Respuesta: Desde hace mucho tiempo, es decir bastante antes que el Santo Oficio me lo prohibiera, yo profesaba indiferentemente las dos opiniones, la de Ptolomeo y la de Copérnico como igualmente posibles en la naturaleza. Pero después de la decisión de 1616, persuadido de la sabiduría de la Iglesia, renuncié a toda ambigüedad y he afirmado como verdaderas e inmutables la estabilidad de la Tierra y el movimiento del Sol.

Eso no es cierto y los jueces le hacen notar que su libro sostiene abiertamente las teorías de Copérnico.

-No -dice el anciano sabio con tono fatigado-, no me expresé como si tuviera por verdadera la opinión de Copérnico. Simplemente pensé que era de interés general explicar las razones naturales y astronómicas que militan a favor de una y otra teoría y me ingenié para clarificar que ni una ni otra poseían fuerza demostrativa.

Mala respuesta. No necesitaba decir que la tesis de la Iglesia sobre la movilidad de la Tierra carecía de "fuerza demostrativa". Lo que es cierto es que tiene fuerza de ley y se lo hacen notar secamente a Galileo. Si no se decide a decir toda la verdad, obligará a que se le apliquen los remedios jurídicos adecuados.

Decir toda la verdad -lo que los jueces llaman la verdad- es renegar por completo de sí mismo, y los "remedios jurídicos adecuados" significa la tortura.

Galileo baja la cabeza, duda un momento y finalmente dice:

-Estoy aquí para obedecer. Afirmo con todo mi corazón y conciencia no haber sostenido de ningún modo la opinión condenada después que las autoridades me lo prohibieron.

Ya está hecho. Galileo no será entregado al torturador. El primer hombre que demostró que la Tierra gira alrededor del Sol acaba de jurar que ella es inmóvil.

Sólo le queda aguardar la sentencia. Sesión interminable y dolorosa en la enorme sala del monasterio dominicano de Minerva, ante el tribunal completo de la Inquisición.

La lectura de los considerandos se hace interminable. Galileo parece perdido en sus pensamientos. Sólo emerge cuando se llega al meollo del problema.

-"Considerando -dice el juez- que la proposición de que el Sol está en el centro del mundo y es inmóvil es absurda, falsa en filosofía y formalmente herética porque es expresamente contraria a las Sagradas Escrituras:
"Considerando que la proposición de que la Tierra no está en el centro del mundo y es inmóvil, sino que gira alrededor del Sol es absurda y falsa en filosofía y considerada, al menos errónea, según la fe:
"Considerando que en tu libro, por diversos caminos, insinúas que la cuestión del movimiento de la Tierra sigue sin establecerse, aunque es muy probable -lo que constituye una falta gravísima, pues no puede ser considerada probable una opinión una vez que ha sido declarada contraria a las Sagradas Escrituras:
"En consecuencia, que has incurrido en todas las penas y censuras promulgadas por los Sagrados Cánones contra tales delitos...

El juez hace una pausa. La asistencia casi ni respira. La sombra del filósofo Giordano Bruno, quemado en Roma en 1600 por los mismos motivos, planea un instante sobre la sala, si bien es cierto que Bruno no había renegado de sus ideas.

-De estas penas y censuras -prosigue el juez- aceptamos que seas liberado con tal de que, primero, con corazón sincero y fe no fingida, abjures, maldigas y detestes ante nosotros, de los antedichos errores y herejías y de todo otro error contra la Iglesia Católica, bajo la forma que te será prescripta.

Nuevo silencio. Ahora Galileo deberá elegir. ¿Persistirá el anciano en reafirmar la obra de su vida y morir? ¿Se doblegará y firmará la abjuración, devolviendo la Tierra a su inmovilidad?

Se doblega. Es una voz baja y lenta, la voz de un muerto, la que resuena bajo las bóvedas de la sala de los domínicos.

-Con corazón sincero y fe no fingida abjuro, maldigo y detesto todo error y herejía contrario a la Santa Iglesia. Y juro que, en el futuro, no diré ni afirmaré jamás, ni de palabra ni por escrito, cosas que puedan hacerme sospechoso. Yo, Galileo, he abjurado como se dice más arriba y he firmado con mi propia mano.

Todo ha terminado. Esas fueron sus últimas palabras en público. Se lo va a enviar a Florencia, a su villa de Arcetri, donde vigilado, pasará los últimos años de su vida. Sin embargo, en 1638, conseguirá publicar un último libro que resume su obra y su pensamiento. Después, la enfermedad y la ceguera se apoderarán del primer hombre que vio realmente las estrellas y muere en 1642, a los setenta y ocho años de edad.

Contrariamente a lo que se ha repetido con frecuencia, Galileo jamás dijo, después de su condena y refiriéndose a la Tierra: "Y sin embargo, se mueve". Ello hubiera bastado para enviarlo a la hoguera. Jamás lo dijo, pero es evidente que nunca dejó de pensarlo, puesto que lo había demostrado. Y es verdad, la Tierra gira....

(De "Los grandes procesos de la historia"-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1983)

2 comentarios:

agente t dijo...

Hizo lo que cualquiera no enajenado habría hecho en su lugar. Salvar la integridad física. La integridad moral se la ha devuelto la historia, y después de todo, el libro quedó ahí para ser difundido, primero a escondidas, y cuando las circunstancias lo permitieron, de forma franca y legal, contribuyendo eficazmente a la ilustración de la humanidad. Estamos en deuda con él.

Por otra parte, en muchas ciudades existe una calle Galileo pero no recuerdo ninguna que tenga una con el nombre del Papa que lo quiso castigar y humillar, aunque alguna debe de haber, claro.

Bdsp dijo...

Galileo fundamentó la teoría heliocéntrica de Copérnico mediante sus observaciones con el telescopio. Pero su obra más importante implica haber comenzado con el método experimental, con haber aplicado las matemáticas en la descripción del movimiento, uniforme y acelerado, vislumbrar el principio de inercía, etc. Es decir, al encerrarlo la Inquisición en su casa, le hizo un favor ya que tuvo el tiempo suficiente para publicar su obra en mecánica, especialmente. Este es el libro que aparece publicado en Holanda (del anterior no estoy seguro de lo que dice el autor del artículo).
La casa de Arcetri es una cercana a un convento en donde estaban dos hijas monjas, que, como hijas extramatrimoniales, no les era permitida casarse, y la adopción de los hábitos era una salida frecuente para esa época. Una de ellas muere joven, estando Galileo en vida.....Utilizaba el pseudónimo de Celeste, en honor a su padre, que investigaba el cielo...