jueves, 6 de agosto de 2020

Socialistas para dar ¿o para recibir?

De la misma manera en que Albert Einstein establecía experimentos imaginarios (como el de un hombre que puede desplazarse a la velocidad de la luz) para vislumbrar lo que habría de suceder en ese hipotético caso, podemos intentar validar las diversas actitudes políticas (como la actitud socialista), suponiendo lo que habría de ocurrir si todos los hombres del mundo fuesen socialistas. Luego, los beneficios o los perjuicios que se producirán serían proporcionales al porcentaje real de socialistas.

Podemos distinguir algunas variantes que orientan a los hombres hacia el socialismo. La primera de ellas es la de quien carece de suficiente confianza en sí mismo, o del que carece de suficiente fuerza anímica para enfrentar la dura y cotidiana lucha por la vida. En estos casos, aspira a que el Estado confisque las riquezas producidas por las empresas, o bien a las empresas mismas, previendo que de esa manera habrá de mejorar su seguridad económica.

Una gran parte de quienes anhelan el socialismo la integran los envidiosos, que no tendrían inconvenientes en vivir una vida con mayores necesidades materiales y espirituales con tal que los envidiados vayan a padecer esas mismas incomodidades o sufrimientos. Ven en el socialismo un camino rápido para liberarse del castigo auto-infligido que los persigue en forma permanente.

También simpatizan con el socialismo quienes, aun con medios económicos suficientes, odian a los empresarios. En la competencia egoísta existente en muchas sociedades, no faltan quienes no soportan ser superados ampliamente por otros, y ven en la expropiación de los medios de producción la posibilidad de sacarse de encima a varios competidores que los superan. Al no ser ellos mismos empresarios, suponen que las expropiaciones masivas no los afectarán, como es el caso de los empleados públicos con bastante jerarquía.

Finalmente encontramos a quienes aspiran al socialismo para desempeñar un cargo ejecutivo, para llegar a detentar un poder casi ilimitado que les permitirá repartir desde el Estado lo confiscado al sector productivo. Desean repartir lo de otros; nunca de lo propio. Como en todos los casos, el socialista tiene una amplia vocación por distribuir las riquezas ajenas, y de lo único que habla es de esa distribución. Pero nunca habla de distribuir sus propias riquezas y mucho menos de producirlas personalmente para redistribuirlas luego. En este caso cabe agregar que “el que parte y reparte se queda con la mejor parte”.

Si todos los hombres del mundo adhirieran al socialismo, todos tratarían de distribuir las riquezas ajenas, o las que otros producen, y nadie intentaría producirlas en forma eficiente y suficiente. El caos se adueñaría de la humanidad ante la falta de producción de bienes y servicios.

El socialista por lo general argumenta en contra de la competencia promovida por el sistema capitalista, sin advertir que la competencia en el mercado sirve para proteger al consumidor y al trabajador de los excesos que puedan cometer los empresarios, por cuanto se trata de impulsar una competencia para una mayor cooperación. El socialista, por el contrario, es competitivo preferentemente en cuestiones estrictamente materiales, como la posesión de riquezas, ignorando cualquier otro tipo de valores. Vladimir Bukovsky escribió: “El socialismo es una idea que ahora está en el candelero, pero que carece de sentido. Simplemente, la gente tiene el antojo de llamar con este nombre a todo lo bueno e inasequible. Incluso se ha llegado a decir que los primeros cristianos también fueron socialistas. ¿Cómo no, si estuvieron luchando por la igualdad?”.

“Como decía un amigo mío, el parecido es puramente superficial: porque los cristianos proponían repartir lo que tenían ellos mismos y voluntariamente, mientras los socialistas tienen sus miras puestas en lo que tienen los otros y quieren obtenerlo por la fuerza. Para hacer donaciones voluntarias, no hace falta ningún socialismo. Podría prescindirse por completo de la burocracia y el mundo sería mucho mejor”.

“En el fondo, jamás he podido entender del todo a los socialistas”. “¿Por qué esta reacción enfermiza ante la desigualdad material? ¿De dónde les viene a los socialistas tanta envidia, tanto espíritu mercantil? La mayor parte de ellos son intelectuales, se supone que viven en un mundo de ideas y no de cosas. Su teoría asombra por su incoherencia: por una parte, no dejan de criticar el consumismo, el materialismo y los intereses creados; por otra, es precisamente este aspecto de la vida el que más los emociona, es precisamente en el consumismo donde pretenden establecer la igualdad. ¿Acaso creen que si se da a todos una ración igual de pan, en el acto se convierten en hermanos? A los hombres los hacen hermanos los sufrimientos y esperanzas compartidos, la ayuda y el respeto mutuos, el reconocimiento de la personalidad del otro. ¿Pueden ser hermanos los que cuentan celosamente los ingresos de los demás, los que no apartan su envidiosa mirada de cada bocado engullido por el vecino? No, yo no quisiera tener por hermano a un socialista”.

“Ésta es la igualdad social que, por algún motivo, siempre se ha de conseguir al precio de destruir lo bueno sin mejorar lo malo. No sé porqué será así. Por lo visto, es más fácil. Destruir no es lo mismo que construir. Si usted tiene una buena casa y la de su vecino es mala, para ser iguales es más fácil destruir la casa de usted que reformar la de su vecino. Si usted tiene más dinero que su prójimo, es más fácil quitárselo a usted que dar más al otro. ¿Dirá que estoy exagerando? En absoluto. Por ejemplo, en Inglaterra hay educación privada que es considerada como buena, y la estatal, que tiene la fama de ser mala. ¿Qué nos proponen los socialistas? Claro, suprimir la buena. Mejor si no es para nadie que sólo para unos cuantos. Esto también es igualdad. Al fin y al cabo, de esta forma se estableció la igualdad en todos los países socialistas, a costa de una penuria total y uniforme” (De “El dolor de la libertad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).

El avance del socialismo se vislumbra también en el predominio absoluto de la promoción de los derechos, de todo tipo, y la casi inexistente promoción de los deberes individuales. Imaginemos una sociedad en la cual todos esperan que el Estado protector satisfaga los derechos de cada uno, mientras que ninguno tenga la predisposición para cumplir con sus deberes. Se advierte que, en el caso considerado, el Estado no dispondrá de recursos suficientes para satisfacer los derechos de todos. La sociedad tenderá hacia su autodestrucción. El citado autor escribió al respecto: “Una de sus consecuencias más negativas [de transferir los deberes al Estado] es, sin duda, la virtual entrega de las responsabilidades personales en las manos del Estado, lo cual equivale a renunciar a toda responsabilidad y a la libertad, a la vez. Porque las dos cosas están profundamente vinculadas. Por ejemplo, una persona normal entiende que debe socorrer a los que están peor que ella. Pero en nuestra ansia por una igualdad institucional remitimos esta función al Estado, de forma que ahora es éste el que se compromete a socorrer a los necesitados. Si pago impuestos por ello, deja de ser asunto mío. Como resultado, la obligación moral de ayudar se ha convertido en una obligación jurídica, y yo he perdido el derecho a decidir si quiero o no ayudar a alguien”.

“Primero, las desdichas humanas me resultan indiferentes, pues he pagado por ellas un rescate. Segundo, ahora el necesitado no espera ayuda, sino exige lo que se le debe, y que es algo que pertenece a todos, es decir, a nadie. De esta forma, el número de los necesitados va en alza. Tercero, mi participación en la vida de la sociedad se convierte en mera formalidad, porque no soy yo quien controla la distribución del dinero procedente de los impuestos. Cuarto, lo peor, es que la burocracia crece en forma monstruosa, se fortalece el papel del Estado y ello absorbe una parte considerable del dinero (y como consecuencia, los impuestos suben)”.

“En general, un rasgo inevitable del socialismo es el crecimiento de la burocracia. Parece que dejamos de tener confianza en nosotros mismos, en nuestro sentido del deber, en la justicia, en nuestra capacidad para resolver nuestros problemas. El Estado, personificado en la burocracia, se convierte en nuestro árbitro, en nuestro controlador y, por fin, en nuestro opresor”.

“La burocracia tiene la propiedad de tender a un crecimiento en proporciones geométricas. Es el Frankenstein de nuestro tiempo que empieza a cobrar una existencia independiente, obedeciendo a unas leyes que desconocemos y proponiéndose unos objetivos que desconocemos también. El funcionario es igual en todas partes. No se interesa por el trabajo que debería hacer. Su interés se centra en su propia existencia. De ahí vienen la ineficacia y la corrupción”.

Como resulta casi imposible convencer, acerca de los defectos inherentes al socialismo, tanto al deprimido, al envidioso o al aspirante al poder absoluto, ya que tienen una gran urgencia por destruir la sociedad capitalista que se opone a sus planes y esperanzas, sólo queda la alternativa de concientizar a las personas responsables de que el socialismo es el camino seguro hacia la destrucción social e individual de toda nación.

1 comentario:

agente t dijo...

Todas las características morales, sociales y económicas citadas como acompañantes del socialismo, quizá con la excepción de la aspiración al poder absoluto, pueden predicarse de los actuales Estados intervencionistas, también llamados del bienestar.