viernes, 30 de junio de 2023

Igualdad ante la ley (tanto natural como humana)

Las leyes naturales que gobiernan los comportamientos individuales, y que son descritas por la psicología y las ciencias sociales, tienen validez para todo ser humano, ya sea que creamos, o no, en su existencia. Este punto de vista tiene una gran importancia posterior por cuanto, quien lo adopta, observa luego a todo ser humano como su igual, con sus mismos derechos y con sus mismos deberes, ya que ha sido puesto en el mundo por el mismo Dios o por el mismo orden natural.

Si cada ser humano observara al resto bajo este evidente principio de "igualdad ante la ley", seguramente se reducirían los conflictos de tipo discriminatorio, de los nacionalismos y regionalismos, y de las absurdas luchas entre los cientos o miles de subgrupos que crean los seres humanos para distinguirse y separarse de los demás. La unidad entre los seres humanos proviene, justamente, de ser "hijos de un mismo Dios" (según la tradicional expresión religiosa), o bien por estar regidos por las mismas leyes naturales y por existir en este mundo por medio del orden natural y su proceso evolutivo.

Las leyes humanas, que conforman el Derecho, sólo resultan útiles cuando resultan compatibles con las leyes naturales. Así, mientras que las leyes naturales permiten la plena adaptación de los seres humanos al orden natural, las leyes humanas deben confirmar este objetivo, apuntando en una misma dirección. De ahí que la "igualdad ante les leyes humanas" (simbolizada mediante la mujer que aplica un mismo criterio sin observar sobre quién se trata) hereda el criterio de la igualdad de los seres humanos ante la ley natural.

Respecto de la igualdad ante la ley humana, Joaquín V. González escribió: "En su sentido más positivo, o sea del punto de vista de su aplicación o de los fines protectores de la sociedad, y según la ciencia y el espíritu de la Constitución, la igualdad de todas las personas ante la ley no es otra cosa que el derecho a que no se establezcan excepciones o privilegios que excluyan a unas, de lo que se concede a otros en iguales circunstancias. De aquí se sigue que la verdadera igualdad consiste en aplicar, en los casos ocurrentes, la ley según las diferencias que los constituyen y caracterizan, Cualquiera otra inteligencia o acepción de este derecho, es contraria a su propia naturaleza y al interés social" (De "Manual de la Constitución Argentina"-Ángel Estrada y Cía. SA-Buenos Aires 1971).

Ha sido principalmente la democracia el sistema político y económico que apunta a establecer la igualdad y la libertad de los seres humanos mediante el principio de la "igualdad ante la ley". Si bien tal sistema de organización social no resuelve los problemas como se espera, ello se debe a que existe una previa adaptación, que depende principalmente de la ética individual, y que no ha sido efectivizada aceptablemente. Quienes suponen que desde la política o desde la economía, o desde ambas juntas, se resolverán los graves problemas humanos y sociales, olvidan que existe una ética individual necesaria e imprescindible que debe cumplirse antes de aspirar a tales soluciones.

El error muchas veces sostenido se debe a que, se supone, que la democracia politica, y también la democracia económica (mercado) traen una "ética incorporada" que conduce a los mismos niveles morales que la ética bíblica. En cierta forma se presupone que una ética social ha de conducir a una ética individual, mientras que en realidad es la ética individual la que ha de cumplirse en primer lugar. En el caso del cristianismo no existe diferencia esencial entre ética individual y ética social por cuanto la palabra "prójimo" incluye tanto a los integrantes de la propia familia como al resto, sugiriendo una predisposición favorable, sin que sea un logro concreto a alcanzar, ya que el amor a un extraño con similar intensidad que a un familiar resultaría imposible de lograr.

La democracia, basada en la igualdad ante la ley, debe contemplar tanto a las generaciones que vendrán como a las que nos precedieron. Así, no tenemos derecho a endeudar un Estado para que tal deuda sea pagada por las generaciones que todavía no nacieron. Tampoco debemos destruir el medio ambiente pensando en forma egoísta que dentro de unas decenas de años "yo ya no estaré ahí".

La idea democrática también puede aplicarse a las generaciones que ya no están entre nosotros, observando con detenimiento sus experiencias y realizaciones para rescatar lo positivo y no cometer los mismos errores, en lugar de ignorar completamente el pasado ideando sociedades utópicas desligadas de toda tradición y de todo sentido común. G.K. Chesterton escribió: "La tradición es la única democracia que se extiende a través del tiempo".

"La tradición significa votar por la más oscura de todas las clases, la de nuestros antepasados. Es la democracia de los muertos. La tradición se niega a someterse a la pequeña y arrogante oligarquía de aquellos que meramente y por casualidad, andan caminando por aquí. Todos los demócratas objetan que se descalifique a las personas por el accidente de su nacimiento: la tradición objeta que se les descalifique por el accidente de la muerte" (Citado en "Todos los santos" de Robert Ellsberg-Grupo Editorial Lumen-Buenos Aires 2001).

jueves, 29 de junio de 2023

La religión moral como innovación cultural

De la misma manera en que el proceso de evolución biológica se produce mediante pequeños saltos evolutivos, y a veces no tan pequeños, el proceso de evolución cultural, a cargo del ser humano, permite reconocer algunos saltos concretos y de gran incidencia en tal proceso. Este es el caso de la religión moral, conocida generalmente como "monoteísmo".

Las antiguas religiones, denominadas paganas, se caracterizaban por un autosometimiento, mental y material, a la creencia surgida de imaginar el comportamiento de las fuerzas naturales. Ante la intuición, que hacía evidente la existencia de causas y efectos, para las mentalidades primitivas no había otra salida que imaginar la existencia de dioses que ordenaban el comportamiento de las diversas fuerzas, como la lluvia, el viento o el granizo.

La antigua visión del universo mantiene su vigencia, con la diferencia de que no es un grupo de dioses especializados el que comanda los procesos naturales, sino un "único Dios verdadero", pero la actitud pagana sigue siendo más o menos la misma.

La innovación monoteísta, por el contrario, imagina un Dios con atributos humanos que espera de cada ser humano cierto comportamiento ético, liberándolo de un determinismo autoinfligido. Abba Eban escribió respecto de los antiguos hebreos: "Este pueblo de pastores y labradores, en un país pequeño, en las costas del Mediterráneo oriental, desenvolvió ideas de sobrecogedora originalidad que han permanecido como meta inalcanzable para la humanidad a través de las generaciones".

"Primero, la doctrina de la elección moral. Las civilizaciones pre-judías estaban en las garras de religiones fatalistas, deterministas y resignadas. Veían la vida humana en ciclos implacables que volvían al punto de partida en oscuridad y caos. Negaban el concepto de que la voluntad y la conciencia del hombre rigieran el porvenir del mundo. Fuerzas de la naturaleza o de la supernaturaleza, misteriosas e inescrutables, disponían del destino humano mediante leyes arbitrarias y supersticiosas. El hombre era el objeto pasivo, no el agente consciente de los procesos históricos".

"Contra este determinismo y tal resignación se alzó el concepto revolucionario del judaísmo en el reino de la conciencia individual. La capacidad de elegir entre el bien y el mal podía determinar el destino de la vida humana de acuerdo con un sistema coherente de pensamiento moral. Este concepto de la fuerza de la elección moral fue la contribución auténtica del judaísmo a la cuestión de propósito en la vida individual".

"Las sociedades que precedieron a los Reinos Judíos estaban dominadas por conceptos de permisible explotación. El hombre estaba desamparado contra las fuerzas adversas de la naturaleza y contra las crueldades de su innata avaricia. Contra la doctrina de la resignación social, se alzó la idea hebrea de la justicia social. El tema primario fue: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». De esta nación de solidaridad en las relaciones humanas vino el concepto de ley moral aplicable a las sociedades, tanto como a los individuos".

"Extendiéndose a su tercer círculo de influencia, el ideal hebreo ataca el concepto predominante de la guerra como estado natural del universo, como parte de la misma naturaleza humana. Hace tres mil años, los profetas proclamaron la doctrina de la paz universal. «Una nación no debe levantar la espada contra otra nación, ninguna debe aprender más la guerra»".

"Tales fueron los triples cimientos del ideal hebreo: moral individual, justicia social, paz universal. Los historiadores han descrito su desarrollo en la experiencia de un pueblo que, creyéndose custodio responsable de tales ideales, conservó su integridad y su unión hasta contra las fuerzas dispares de la dispersión y el destierro. Conservaron esta unión e identidad no por su propia causa sino para mantener la tutela sobre estos ideales revolucionarios" (De "La voz de Israel"-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1958).

miércoles, 28 de junio de 2023

Fe y confianza

Las acciones humanas requieren de la existencia de una previa confianza en uno mismo y en el medio natural y social en donde se han de realizar. Asociamos a la palabra "confianza" una predisposición a creer en nuestra propia fortaleza, como una capacidad interior que nos ha de permitir lograr los objetivos propuestos.

Con la palabra "fe" generalmente consideramos la posibilidad de que nuestro mundo esté regido por reglas del juego (leyes naturales) invariantes, que nos garantizan que, respetando tales reglas, podremos lograr los objetivos propuestos. De ahí la creencia que un orden natural invariable sea equivalente a la existencia en un Dios que rige sobre un orden superior y que por ello resulta ser una garantía para el éxito de las acciones humanas y sus respectivas finalidades.

La confianza en uno mismo y la fe en Dios o en un orden natural benigno, son esenciales para la vida inteligente. Bernabé Tierno escribió: "Un hombre sin fe es como un coche sin motor, un cuerpo sin alma, un cerebro sin ideas. Sin fe no hay esperanza, ni es posible vivir con amor y con ilusión. Sin fe no hay presente, ni futuro ni hay nada" (De "Valores humanos"-Taller de Editores SA-Madrid 1993).

En cuanto a la confianza en uno mismo, puede decirse que es selectiva, por cuanto nadie tiene tan desarrolladas sus capacidades como para ser exitoso en cualquier actividad que se le ocurra. En ese caso, lo importante es adquirir cierta aptitud para la lucha en el sentido de esforzarse por lograr cierta capacidad para la actividad emprendida. De ahí que la confianza en uno mismo principalmente se construye. Stefan Zweig escribió: "Sólo las naturaleza débiles renuncian y olvidan, mas las fuertes no se acomodan y desafían en combate hasta el más poderoso destino".

Si bien la confianza en uno mismo depende bastante de aspectos emocionales, la fe en Dios o bien en la existencia de un orden natural depende esencialmente de aspectos cognitivos. En este caso, la visión del científico nos conduce en una forma directa hacia la evidencia de que existe un orden natural conformado por leyes naturales invariantes que rigen todo lo existente, incluso a nosotros mismos. De ahí la evidencia de que existen reglas del juego impuestas "desde arriba" a las cuales nos debemos adaptar.

Una vez que advertimos la existencia de un orden natural, queda a la elección de cada uno confiar en que se trata de un orden favorable al desarrollo de la vida inteligente, o por el contrario resulta una trampa de la que no podemos escapar. Teniendo presente los casos en que muchas personas han revertido con éxito situaciones muy negativas, todo indica que deberíamos optar por la postura optimista (o mejor, realista).

Con una confianza en uno mismo, construida con cierto trabajo permanente, y con la fe de que estamos sumergidos en un orden natural benevolente, podremos afrontar con éxito las asperezas de la vida cotidiana enfrentando a una sociedad que nos inspira poca confianza. En este caso también debe hacerse una selección de personas con quienes podamos vincularnos con resultados positivos, ya que en toda sociedad podemos encontrar diversas posturas éticas, incluso ausencias en ese aspecto.

La fe religiosa, de tipo pagano, implica conceder una ciega confianza en Dios, o en los santos, suponiendo que los pedidos serán cumplidos con seguridad. Este intercambio entre adulaciones y favores concedidos es un proceso similar al que se establece bajo regímenes populistas y totalitarios, implicando la destrucción de la religión moral.

Bernabé Tierno muestra una serie de creencias y costumbres sociales que impiden establecer la plenitud de nuestras potencialidades, haciendo recordar la división establecida por San Agustín distinguiendo entre la ciudad de Dios y la ciudad del hombre. La fe en la sabiduría popular, en la que cree el hombre-masa, obliga al individuo pensante a adquirir confianza en sí mismo y fe en el orden natural existente para afrontar la sociedad tal como es. Al respecto escribió:

"Señalo a continuación algunos de los mensajes engañosos que se propalan hoy como seguros talismanes para el éxito personal, la felicidad y el disfrute y que, sin duda, encandilan y animan a no pocos a tomar un camino equivocado, en el que, con toda seguridad, se labran su propia desgracia. He aquí esos mensajes engañosos que para algunos son como «actos de fe»".

"Hay que hacer siempre lo que pida el cuerpo y demanden los instintos, sea o no conveniente para la salud del cuerpo o del espíritu".

"Hacerse rico es la meta más ansiada que toda persona inteligente ha de proponerse, pues quien tiene dinero no tarda en ser «alguien», en ser muy estimado y envidiado, y esto proporciona gran felicidad".

"El placer y la felicidad son caras de la misma moneda. En consecuencia, hay que rechazar de plano todo lo que conlleva sacrificios o renuncias y pueda privarnos en alguna medida del placer de los sentidos".

"La vida es para los «listos», los que saben buscarse un verdadero «chollo», ganar dinero con máxima facilidad, con el menor esfuerzo y sin apenas trabajar. No importa el procedimiento, y en esto no hay que andarse con chiquitas, todo vale y sólo los tontos andan con remilgos y actitudes de honradez. Vale la mentira, la estafa, el engaño descarado, el tráfico de influencias. Ser bueno es tanto como ser idiota, y los idiotas jamás se «comen una rosca» en este mundo".

"Por supuesto que hay que estar pendientes del «qué dirán». ¿Quiénes son los más ricos, poderosos y famosos? Aquellos de quienes se habla, escribe o critica más, sea para bien o para mal. El caso es hacerse notar.

"Además de atesorar riquezas y tener fama, para ser muy feliz es necesario ser poderoso y hasta temido para que haya mucha gente pendiente de nuestras decisiones, que nos baile el agua, queme incienso ante nosotros, que se humille y nos tema. Sin duda, buscar formas de poder y dominio sobre los demás es la fórmula más segura para llegar a sentirse dichoso y feliz. Todos se arriman y jalean al que «tiene» y al que «puede», ya que los tres «valores» más en alza en la sociedad son: dinero, poder y fama".

lunes, 26 de junio de 2023

¿Lucha de clases o envidia común y corriente?

El liberalismo es resistido por distintos sectores de la sociedad, principalmente por aquellos sectores pseudoespirituales que, presas de un sentimiento de envidia, no soportan el éxito económico de otros. Los materialistas con poco éxito, fingiendo poseer una moral elevada, no soportan que otros los superen.

Por lo general, el pequeño comerciante y el pequeño industrial, son reconocidos como personas útiles a la sociedad. Sin embargo, cuando son más útiles y se convierten en grandes comerciantes y grandes industriales, aparentemente dejarían de ser útiles a la sociedad, ya que ahora entra en juego el factor envidia, que perturba incluso a la lógica más elemental.

Este fenómeno social no es nuevo. Alfredo Sáenz escribe respecto de lo que sucedía en la Edad Media: "La actividad comercial no tiene, en sí, nada de reprensivo. Todas las sociedades han contado siempre con personas dedicadas a la compraventa de productos y mercancías. Sin embargo no deja de resultar curiosa la evolución que a lo largo de la Edad Media fue sufriendo la figura del comerciante".

"Cuando lo vemos aparecer en escena, advertimos que gozaba de general benevolencia, siendo considerado como un bienhechor de la sociedad, por cuanto viajando de aquí para allá, incluso fuera del propio país, ofrecía, a veces con detrimento de la propia seguridad, todas aquellas mercancías que eran necesarias a ricos y pobres".

"Pero a medida que se fue haciendo menos peligrosa la profesión del mercader y sus bolsos se fueron llenando con siempre mayor rapidez, comenzó a extenderse un sentimiento de antipatía en relación con ellos, coincidiendo en el ataque los caballeros, los artesanos e incluso los sacerdotes" (De "La cristiandad y su cosmovisión"-Ediciones Gladius-Buenos Aires 1992).

La antipatía generada por el éxito ajeno no es otra cosa que la envidia que surge entre la gente materialista que trata de encubrir su serio defecto aduciendo ciertos "principios morales" que los caracterizarían, negándoselos a los mercaderes exitosos. La envidia es la tristeza propia provocada por una alegría o éxito ajeno.

Por lo general, el egoismo y el materialismo reinante en las distintas sociedades se producen en todos los sectores, y no sólo entre los exitosos empresarios, por cuanto la envidia que generan no surge precisamente de personas auténticamente espirituales. Alexander Solyenitsin criticaba justamente a las sociedades occidentales por su creciente materialismo en desmedro de lo ético. Juan Manuel Prada escribió al respecto: "Nadie como él supo mostrarnos los horrores de la conciencia humana privada de su dimensión divina, no sólo los horrores del comunismo, que padeció en sus propias carnes, sino también los horrores de un Occidente que se ha infligido la más pavorosa de las mutilaciones, que es la renuncia al espíritu, en su búsqueda insaciable de bienestar y en su exaltación de una libertad sin más cortapisas que las estrictamente legales" (De "Nueva Lectura" Número 200-Buenos Aires Noviembre 2010).

No toda persona siente envidia por quienes tienen más dinero, ya que en sus vidas predominan otro tipo de valores. Sin embargo, desde Marx en adelante se habla de la "lucha de clases" como una ley de la sociedad aunque existan muchos sectores que ni siquiera se les pasa por la cabeza luchar o sentir envidia por cuestiones materiales. Al error de Marx, de confundir la vieja y tradicional envida por un fenómeno social de mayor trascendencia se le suma el imperdonable error de promoverla y de trastornar la sociedad tratando de adaptarla a los sectores envidiosos.

Se puede intentar establecer una sociedad buscando una plena adaptación al orden natural, o bien tratando de adaptarla a los mejores, éticamente hablando. La peor decisión implica establecer una sociedad tratando de que todos se adapten a los peores; los envidiosos. Justamente el socialismo apunta a liberar al envidioso de su pesada carga emocional, aunque sin conseguirlo. Helmut Schoeck escribió: "Lo realmente trágico de la ideología socialista es sólo el intento de idear toda una economía y un programa de medidas de fuerza, basados en el presunto deber de crear una sociedad de iguales que se verían redimidos de la envidia" (De "La envidia"-Club de Lectores-Buenos Aires 1969).

Cuando el sentimiento de la envidia se traduce en acciones concretas, se convierte en la mayor parte de los males sociales e individuales. Los sucesivos fracasos del socialismo no deben sorprender a nadie por cuanto ha sido promovido por Marx y sus secuaces, quienes no intentaron que la gente dejara de lado la envidia, sino que la promovieron para establecer revoluciones y asegurar la esclavitud de los sectores envidiados. Suponían que, una vez establecido el socialismo, la envidia desaparecería, objetivo nunca cumplido ya que la envidia mantiene su vigencia especialmente en las sociedades materialistas en extremo.

domingo, 25 de junio de 2023

De cómo la inflación acabó con el Imperio Romano

En la actualidad podemos observar en la Argentina un proceso similar al de la caída del Imperio Romano. A partir del derroche de recursos económicos en sucesivos gobiernos, ejercidos por políticos que pensaban solamente en ganar elecciones y aparecer en el futuro en los libros de historia, se ha llegado al extremo de que son más los pobres que las personas eximidas de tal penosa situación.

A continuación se transcribe un artículo al respecto:

DE CÓMO LA INFLACIÓN ACABÓ CON EL IMPERIO ROMANO

Existe la creencia comúnmente aceptada que carga las culpas de la caída del Imperio Romano sobre las tribus germánicas, que, bárbaras, harapientas e iletradas como eran, tomaron al asalto una sociedad refinada, culta y próspera.

Pero una de las verdaderas causas del fin de Roma como Imperio y, lo que es más importante, como civilización no fueron los bárbaros, sino los propios emperadores romanos, que dinamitaron su propio mundo aplicando recetas económicas que hoy nos resultan muy familiares.

En el invierno del año 211, el emperador Septimio Severo se encontraba en la provincia de Britania peleándose con los pictos. Entonces se puso malo y se murió; pero antes reunió a sus dos hijos, Caracalla y Geta, junto a su lecho de muerte y les dio un último consejo para gobernar el inmenso imperio que les legaba: "Vivid en armonía, enriqueced al ejército, ignorad lo demás". Caracalla prometió cumplirlos, pero pronto se olvidó del primero de los preceptos y liquidó a su hermano para poder mandar el solito.

Empieza la decadencia

Con Caracalla empieza la decadencia de Roma. Haciendo caso a su padre, subió un 50% la paga a los soldados y se metió en nuevas guerras. Para financiar la cosa dobló los impuestos sobre las herencias. Pero no fue suficiente, por lo que decidió devaluar la moneda; así, de paso, se podía permitir caprichos como las faraónicas termas que llevan su nombre y cuya sala principal es más grande que el San Pedro del Vaticano.

En el siglo III no existían el papel moneda ni la máquina de imprimir billetes, así que las devaluaciones atacaban directamente al metal. Lo que se hacía era malear el metal noble mezclándolo con otros menos valiosos. El objetivo de los gobernantes que así malgobernaban era acuñar y gastar más. Caracalla pensaba que si quitaba un poquito de plata a las monedas nadie lo notaría, y él podría multiplicar a placer el dinero existente. Se trataba, en definitiva, de algo bueno para todos.

La moneda romana era el denario -de acá viene nuestra palabra dinero-, y en origen era de plata pura. En tiempos de Augusto, el primer emperador, cada denario estaba compuesto en un 95% por plata y en un 5% por otros metales. Un siglo más tarde, con Trajano, el porcentaje de plata era del 85%. Ochenta años más tarde, Marco Aurelio volvió a depreciar el denario, que ya sólo tenía un 75% de plata. El denario, pues, se había devaluado un 20% en dos siglos. Algo más o menos tolerable. Caracalla, muy necesitado de efectivo para sus gastos, devaluó el denario hasta dejarlo con sólo un 50% de plata; es decir, lo devaluó un 25% en un solo año.

El aúreo -de oro, lógicamente- también perdió valor por imperativo legal. Durante el reinado de Augusto, de cada libra de oro salían unas cuarenta monedas. Caracalla estiró la libra hasta sacar unas cincuenta monedas, que, naturalmente, mantenían el valor nominal; pero no el real.

Con tanto experimento monetario y sin que el emperador lo previese, los precios se dispararon. Caracalla se perdió la fiesta; estando de campaña en Asia, fue apuñalado por uno de sus guardias mientras meaba al borde de un camino. Una muerte muy propia para uno de los mayores sinvergüenzas de la Historia.

Los siguientes

Los que le sucedieron no hicieron sino empeorar las cosas. Casi todos los emperadores del siglo III fueron militares, y casi todos llegaron al poder mediante sangrientos cuartelazos. Un dato que lo dice todo: sólo uno de ellos, Hostiliano, que reinó seis meses en 251, murió en la cama por causas naturales; el resto cayó a manos de sus guardias o en el campo de batalla -por lo general contra sus sucesores- A ese periodo los historiadores lo llaman "la crisis del siglo III". En rigor, deberían hablar del fin de la civilización romana, porque a partir de ahí el mundo romano sería mucho más parecido al medieval que al clásico.

Durante ese siglo el denario no dejó de devaluarse; hasta que acabó convertido en un pedazo de bronce bañado en plata que pasaba raudo de mano en mano. Y es que la moneda mala, como dice la copla, de mano en mano va y ninguno se la queda. En cuanto al aúreo, prácticamente desapareció de la circulación y cuando aparecía era fino y maleado. La inflación superó el 1.000%, y eso con los fragmentados datos de los que disponemos; probablemente, en ciertos momentos y lugares fue mucho mayor.

Al caos político y económico del siglo III le sucedió el ajuste de Diocleciano, que, ya sin poder recurrir a la devaluación, machacó a impuestos a los habitantes del imperio y ensayó una reforma monetaria. La reforma fracasó; y su edicto de precios máximos fue totalmente ignorado por la gente, que, en menos de un siglo, había pasado de tener en sus bolsillos denarios de plata a manejar los llamados follis, pedacitos de bronce muy abundantes y sin apenas valor. Los romanos se habían empobrecido fenomenalmente en sólo unas décadas por culpa de su Gobierno; y con ellos el comercio, la industria y la agricultura del imperio.

La semilla del Estado omnipotente, siempre necesitado de fondos para sobrevivir, había arraigado. El emperador Constantino suprimió el aúreo y puso en circulación una nueva moneda de oro, el sólido, muy depreciada con respecto a su antecesor. Un aúreo de los antiguos valía, por su cantidad de metal precioso, dos sólidos. La moneda de plata, encanallada hasta la náusea, desapareció del mapa.

Vuelve el oro

Constantino consiguió la cantidad de oro necesaria para la reforma confiscándoselo a las ricas ciudades orientales y a los templos paganos, ya en retirada tras la conversión del emperador al cristianismo. Para financiar el funcionamiento del Estado se inventaron nuevos impuestos, que habían de abonarse sólo en oro, única forma de pago, por lo demás, que aceptaban los mercenarios extranjeros que servían en el ejército. Bárbaros los llamaban, aunque, a decir verdad, bárbaros serían pero no tontos, cuando sólo estaban dispuestos a jugarse la vida por dinero de verdad.

El oro se convirtió en un refugio para quien podía conseguirlo, es decir, los militares y los altos funcionarios imperiales. El resto de la población había de conformarse con el bronce de los follis y el cobre del dinero informal, acuñado de manera ilegal y que hacía las veces de dinero de bolsillo. La antaño próspera clase de pequeños propietarios y comerciantes, base misma de la grandeza romana, se arruinó sin remedio. Se produjo entonces una concentración de tierras en manos de unos pocos terratenientes, que empleaban en ellas a los hijos o nietos de antiguos campesinos libres depauperados por la inflación y los crecientes impuestos imperiales. La era feudal acababa de comenzar.

El Imperio Romano de los siglos IV y V vivió, literalmente, de saquear a sus súbditos. Los gastos imperiales crecieron porque sólo se podía sobrevivir a la sombra del Estado. El ejército duplicó sus efectivos, pero no sirvió de nada, porque los reyes germanos fueron, a partir del año 400, fundando reinos con el beneplácito de los orgullosos ciudadanos romanos.

Durante casi dos siglos, el Estado romano fue una onerosa máquina burocrática que tenía el sólo objetivo de sobrevivir y perpetuarse. Pero ni eso consiguió. Cuando el flujo de oro se secó, porque ya no quedaba un solo contribuyente a quien darlo vuelta y sacudir, Roma colapsó y se esfumó de la Historia, dejando tal caos que Occidente no volvería a ser Occidente hasta mil años después.

(De "Nueva Lectura"-Número 212-Centro de Difusión de la Buena Prensa-Buenos Aires Diciembre 2011)

(Fuente: "La Historia sin historietas")

COMENTARIO: Para mantener la analogía con la decadencia de la Argentina, debe considerarse a Perón como el Caracalla que inició el fenómeno inflacionario, antes desconocido en este país. Los sucesores pocas veces intentaron reducir el tamaño del Estado. Perón engrandeció el Estado con miles de nuevos puestos públicos, para asegurar su caudal de votos en futuras elecciones, además de otras formas de derroche de recursos.

Los mapuches y la traición peronista

El violento grupo de autodenominados mapuches, pretendiendo establecer un nuevo Estado dentro de los actuales territorios de Chile y Argentina, ha sido apoyado por los actuales funcionarios del gobierno argentino, o mejor, por el actual gobierno antiargentino. Esta no es la primera vez que los peronistas apoyan a sectores foráneos que atentan contra la nación, además de sus propias actividades destructivas, ya que en los años 70 apoyaron a la guerrilla prosoviética aunque, luego, abandonaron los pactos por una cuestión de poder.

El sur argentino ha sido abandonado por el gobierno nacional con un tácito apoyo al vandalismo mapuche (o pseudomapuche), mientras que el gobierno peronista les otorgaba tierras pertenecientes al Ejército Argentino. En Mendoza se les entregaba tierras fiscales y/o privadas en un importante sector turístico, que incluye también una zona petrolera. Debe mencionarse que tales grupos no se sienten parte de la Argentina sino que explícitamente invocan derechos de propiedad de amplias zonas territoriales para establecer un nuevo Estado, como se dijo.

A continuación se transcribe un artículo que expone aspectos históricos respecto del tema abordado:

UN NUEVO MALÓN MAPUCHE

Por Isidoro J. Ruiz Moreno

El reclamo aborigen se lleva a cabo apelando incluso a la violencia, al igual que antes, para apoderarse de las tierras que ellos indican, básicamente del sur argentino. Para mayor absurdo, se enarbola una falsificada bandera de los Incas. Algunas precisiones son útiles para conocer el problema.

En primer lugar conviene aclarar el hecho de que para avanzada la segunda mitad del siglo XIX, los indios que habitaban la República Argentina en su zona meridional no eran los originarios pobladores de la Pampa, pues la mayoría de ellos habían llegado desde Chile, desalojando a los primitivos pobladores nativos, aunque en rigor constituían una nación distinta a la República de Chile.

Estos invasores, buscando suelos más feraces que las que habitaban tras los Andes, expulsaron muchas veces sangrientamente a los aborígenes de las llanuras, los llamados "pampas" por los argentinos. El mayor causante de tal atrocidad fue el cacique Juan Calfucurá.

Este jefe indio había sido llamado por Rosas para que, dominando a los demás caciques, le permitiese tratar con uno solo y no con la diversidad de ellos. Así nació la peligrosa Confederación de Salinas Grandes, conformando un verdadero Estado dentro de la Confederación Argentina, con todos los graves perjuicios que siguieron.

El origen trasandino del poderoso Cacique General fue recordado por éste mismo en carta que dirigió al general Mitre en 1861 (transcripta en el archivo del último): "Le diré que yo no estoy en estas tierras por mi gusto, ni tampoco soy de aquí, sino que fui llamado por don Juan Manuel, porque estaba en Chile y soy chileno; y ahora hace como treinta años que estoy en estas tierras".

La Nación era heredera del antiguo Imperio Español, y con idéntico título que los conquistadores habían fundado ciudades en territorio americano, en las épocas siguientes ponían en vigencia la doctrina jurídica de la sucesión de Estados y avanzaban sobre los espacios vacíos, estableciendo nuevas poblaciones.

La ocupación resultante se producía, claro está, en parajes deshabitados, pues no hay que imaginar que dicha Pampa estaba en su totalidad ocupada por los aborígenes. Tras la guerra contra Paraguay el Ejército Argentino se dispuso a penetrarla, aunque no para aniquilar a las tribus que allí residían -como ellas habían procedido contra sus ancestrales dueños-, sino para incorporarlos a la civilización.

Que los indios no eran originarios de Argentina les era recordado con frecuencia. Un párrafo de las Memorias del coronel Manuel Baigorria refiere que en 1854 fue enviado por el presidente Urquiza para celebrar acuerdos con los ranqueles, y su cacique Calvain le espetó: "Yo no permitiré que se pueble el río Quinto ni Santa Catalina, porque allí se han hecho tierra los huesos de mis parientes". La réplica del coronel Baigorria fue inmediata: "Así será, pero habrán sido invasores. Tus abuelos nacieron en la cordillera de los Andes y no acá".

Interesa conocer la respuesta que ofreció al cacique de los ranqueles Mariano Rosas, el coronel Lucio V. Mansilla, quien lo entrevistó en 1870: "Me arguyó que la tierra era de ellos. Le expliqué que el Gobierno les compraba, no el derecho a ella, sino la posesión, reconociendo que en alguna parte habían de vivir. Me arguyó con el pasado, diciéndome que en otros tiempos los indios habían vivido entre el río Cuarto y el río Quinto, y que todos esos campos eran de ellos. Le expliqué que el hecho de vivir o haber vivido en un lugar no constituye dominio sobre él. Me arguyó que si yo fuera a establecerme entre los indios, el pedazo de tierra que ocupara sería mío; le contesté ¿si podía venderlo a quien me diera la gana? No le gustó la pregunta".

Permanentemente les era recordado a los indígenas su procedencia, como mediante la carta dirigida en diciembre de 1875 al cacique Manuel Namuncurá, por el teniente coronel Daniel Cerri, a propósito de los preparativos gubernamentales para avanzar la línea de la frontera: "Uds. no tienen derecho alguno a esos campos. Su padre Calfucurá no ha nacido en tierras argentinas sino en Chile, habiendo nacido en la orilla del arroyo Laima. Calfucurá y su gente se llaman Laima-che, y tienen sus relaciones y parientes en Chile".

Otro argumento corroborante con lo expuesto está ofrecido por el siguiente diálogo mantenido en 1878, cuando el doctor Estanislao S. Zeballos entrevistó al cacique Pincén cuando éste se hallaba prisionero en Buenos Aires: "¿Por qué te separaste de Calfucurá?", lo interrogó aquel, obteniendo la siguiente respuesta del cacique capturado: "Porque yo soy indio argentino, y Calfucurá es vorogano de Chile, usurpador de nuestra tierra".

Era inadmisible que dentro de la República Argentina existieran enclaves ajenos a su soberanía y jurisdicción. Desde la Constitución de 1853 se estableció como premisa "el trato pacífico con los indios", y los Gobiernos ofrecían a estos últimos someterse a las autoridades y leyes del país, otorgándoseles a cambio terrenos, útiles de labranza y dinero.

Por otra parte es menester puntualizar que las tribus radicadas en Argentina se componían de escasos individuos: no hay que creer que la Pampa estaba poblada por entero. En 1879 el general Roca informó al Gobierno, según datos necesarios para efectuar su ofensiva, que la totalidad de los aborígenes hasta río Negro por el sur, y los Andes por el oeste, se calculaba en 20.000, de los cuales 2.000 eran guerreros.

Hoy la historia se repite. ¿Sería aventurado suponer que especuladores utilizan a los indígenas para poner en conflicto al Estado, reclamando lo que no les corresponde, alentándolos incluso a obrar por medios violentos? No es arriesgado sospechar que si éstos obtuvieran su propósito, aquellos comprarían a precios bajos las tierras que se concedieran a los indígenas, para comerciarlas con mayores ganancias.

(De "Nueva Lectura" Número 196-Centro de Difusión de la Buena Prensa-Buenos Aires Julio 2010)

sábado, 24 de junio de 2023

Así nos ve Julián Marías

El problema de la Argentina no radica en la economía, ni en la política, ni en la educación, sino en los argentinos. Cuando el ser humano está en crisis moral, ello implica que entra en crisis la economia, la política, la educación y todo lo demás. De ahí que son de gran utilidad las opiniones que sobre los argentinos emiten personajes de otras nacionalidades.

En el sentido indicado, es posible que quien mejor nos definió fue aquel ex presidente uruguayo (Jorge Batlle), quien, creyendo que un micrófono, o una cámara de televisión, estaban apagados, expresó: "Los argentinos...una manga de ladrones del primero al último". En lugar de agradecer por habernos vislumbrado lo que muchos piensan de nosotros, se le exigió pedir disculpas, a lo que el político accedió.

A continuación se transcribe una opinión sobre los argentinos atribuida a Julián Marías, que conviene entenderla teniendo presente que somos nosotros mismos quienes condicionamos las opiniones que los demás tienen sobre nosotros:

ASÍ NOS VE JULIÁN MARÍAS

Una vez alguien le pidió a Julián Marías, muy conocedor del pueblo argentino y de sus costumbres y, con gran cariño hacia nosotros, que hablara de los argentinos, pero con visión desde fuera del bosque y de toda pasión...Esto fue lo que dijo:

Los argentinos están entre vosotros, pero no son como vosotros. No intentéis conocerlos, porque su alma vive en el mundo impenetrable de la dualidad.

Los argentinos beben en una misma copa la alegría y la amargura. Hacen música de su llanto -el tango- y se ríen de la música de otro, toman en serio los chistes y de todo lo serio hacen bromas.

Ellos mismos no se conocen. Creen en la interpretación de los sueños de Freud y el horóscopo chino, visitan al médico y también al curandero todo al mismo tiempo.

Tratan a Dios como "El Barba" y se mofan de los ritos religiosos, aunque rara vez los presidentes de pierden un Tedeum.

No renuncian a sus ilusiones ni aprenden de sus desilusiones. No discutáis con ellos jamás !!! Los argentinos nacen con sabiduría !!! Saben y opinan de todo !!! En una mesa de café y en programas de periodistas y políticos arreglan todo.

Cuando los argentinos viajan, todo lo comparan con Buenos Aires. Hermanos, ellos son el "Pueblo elegido"...por ellos mismos. Individualmente, se caracterizan por su simpatía y su inteligencia. En grupo son insoportables por su griterío y apasionamiento.

Cada uno es un genio y los genios no se llevan bien entre ellos; por eso es difícil reunirlos, pero unirlos...imposible. Un argentino es capaz de lograr todo en el mundo, menos el aplauso de otro argentino.

No le habléis de lógica. La lógica implica razonamiento y mesura. Los argentinos son hiperbólicos y desmesurados, van de un extremo a otro con sus opiniones y sus acciones.

Cuando discuten no dicen: «No estoy de acuerdo», sino: «Usted está absolutamente equivocado» .

Aman tanto la contradicción que llaman «bárbara» a una mujer linda; a un erudito lo bautizan «bestia»; a un mero futbolista «genio» y cuando manifiestan extrema amistad te califican de «boludo».

Y si el afecto y confianza es mucho más grande, «Eres un hijo de puta».

Cuando alguien les pide un favor no dicen simplemente «Sí», sino «Como no».

Son el único pueblo del mundo que comienza sus frases con la palabra NO. Cuando alguien les agradece, dicen: «No, de nada» o «NO»...con una sonrisa.

Los argentinos tienen dos problemas para cada solución. Pero intuyen las soluciones a todo problema. Cualquier argentino dirá que sabe cómo se debe pagar la deuda externa, enderezar a los militares, aconsejar al resto de América Latina, disminuir el hambre de África y enseñar economía en USA.

Los argentinos tienen metáforas para referirse a lo común con palabras extrañas. Por ejemplo, a un aumento de sueldo le llaman...«Rebalanceo de ingresos»; a un incremento de impuestos...«Modificación de la Base imponible»; y a una simple devaluación...«Una variación brusca del tipo de cambio».

Un Plan Económico es siempre...«Un plan de ajuste» y a una operación financiera de especulación la denominan...«Bicicleta».

Viven, como dijo Ortega y Gasset, una permanente disociación entre la imagen que tienen de sí mismos y la realidad. Tienen un altísimo número de psicólogos y psiquiatras y se ufanan de estar siempre al tanto de la última terapia. Tienen un tremendo súper ego, pero no se lo mencionen porque se desestabilizan y entran en crisis.

Tienen un espantoso temor al ridículo, pero se describen a sí mismo como liberados.

Son prejuiciosos, pero creen ser amplios, generosos y tolerantes.

Son racistas al punto de hablar de...«cabecitas negras» en un país en que no hay negros.

Los argentinos son italianos que hablan en español. Pretenden sueldos norteamericanos y vivir como ingleses. Dicen discursos franceses y votan como senegaleses.

Piensan como zurdos y viven como burgueses. Alaban el emprendimiento canadiense y tienen una organización boliviana. Admiran el orden suizo y practican un desorden tunecino.

En síntesis, son un misterio.

(De "Nueva Lectura" Número 196-Centro de Difusión de la Buena Prensa-Buenos Aires Julio 2010)

jueves, 22 de junio de 2023

¿Debería la religión adaptarse a la sociedad o la sociedad a la religión?

Cuando se transmite información desde un emisor a un receptor, como en el caso del maestro al alumno, debe existir una adaptación por ambas partes. Ello no se cumple cuando el maestro, por alguna razón, altera el contenido de lo que quiere transmitirse, o bien el alumno no respeta las reglas del establecimiento escolar, entre otros factores.

Cuando la religión deja de tener la influencia esperada en una sociedad, surgen quienes aducen que la religión debería adaptarse a la sociedad incluso cambiando los contenidos tradicionales, o adoptando nuevos contenidos aún cuando sean incompatibles con aquellos. Esto ha sucedido principalmente en la Iglesia Católica.

Para encontrar la esencia del cristianismo, o de las religiones bíblicas, conviene establecer cierta analogía con la física. Así, entre los principios que pueden abarcar toda la física aparece el "principio de la acción estacionaria" (siendo acción = energía x tiempo). A partir de tal principio puede deducirse toda la física conocida. De ahí surgen dos posibilidades para estudiar la física; el método histórico, que va desde las distintas ramas hasta el principio general, o bien el método deductivo: desde el principio general hasta las diversas ramas de la física.

En el caso de la religión bíblica tenemos el método histórico, que va desde el contenido del Antiguo Testamento hasta los mandamientos de Moisés, y luego aparece la síntesis cristiana cuando Cristo dice: "En estos dos mandamientos se contienen la Ley y los profetas", siendo tales mandamientos el amor a Dios y al prójimo, como síntesis definitiva de la ética bíblica (similar al principio general de la física).

Este principio es tan importante que, paradógicamente, pocas veces se tiene en cuenta, y aparecen largos y complejos planteamientos teológicos que lo ignoran casi totalmente. De ahí una de las causas de la pobre efectividad del cristianismo en el medio social.

Lo grave de todo esto radica en las intenciones de incorporar a las prédicas evangélicas algunas sugerencias o ideas ajenas o incompatibles con la ética sintetizada en tales mandamientos, recordando que el amor al prójimo implica compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, lo que implica el proceso de la empatía emocional, que es la ley natural más importante para establecer la supervivencia plena de la humanidad.

La gran cantidad de virtudes asociadas al ser humano no son más que derivaciones conductuales de la empatía emocional, de la misma manera que la gran cantidad de fenómenos físicos serían derivaciones del principio de la acción estacionaria.

El amor al prójimo no proviene de una revelación sino de un descubrimiento de algo accesible a la observación directa de los seres humanos. Es algo simple que requiere de cierta aptitud intelectual como para ubicarlo como fundamento de una ética natural. El orden natural exige a los seres humanos el mayor uso de sus capacidades cognitivas como precio que nos impone por nuestra supervivencia, lo que contrasta con la idea de una revelación de algo simple por parte del Creador. De ahí que pueda considerarse a la religión como una construcción humana que surge de la necesidad de adaptarnos al orden natural.

Entre los promotores de incorporar propuestas ajenas a la esencia del cristianismo, aparece Jacques Maritain, escribiendo Alfredo Saénz al respecto:

REHACER LA CRISTIANDAD

Frente al secular proceso del mundo moderno, o mejor, de la Revolución Moderna, caben diversas actitudes. Algunos se contentan con ser meros espectadores de los hechos, pensando que la historia tiene un curso poco menos que ineluctable, y que si se quiere ser "moderno" hay que aceptar el devenir de la historia, o dejarse llevar por lo que De Gaulle diera en llamar "le vent de l'historie". Cosa evidentemente nefasta, y que pareciera presuponer la idea de que la historia es una especie de engranaje que se mueve por sí mismo, independientemente de los hombres, cuando en realidad la historia es algo humano, la hacemos los hombres, y su curso depende de la libertad humana, propuesta, claro está, la Providencia de Dios.

Otros piensan que hay que aceptar las grandes ideas del mundo moderno, si bien complementándolas con elementos de la espiritualidad cristiana. Tal sería, en líneas generales, por supuesto, el proyecto de la "Nueva Cristiandad" esbozado por J. Maritain. Resumamos su posición, que ha tenido gran influjo en amplios sectores de la Iglesia.

Para Maritain, la civilización cristiana medieval fue una verdadera civilización cristiana, concebida, dice, sobre "el mito de la fuerza al servicio de Dios"; la futura que él imagina, también es verdadera civilización cristiana, pero en base al "mito de la realización de la libertad". La cristiandad que él sueña no brotará tanto del encuentro armonioso de la autoridad espiritual y del poder temporal, jerárquicamente asociados, sino de un futuro Estado laico o profano, al que la Iglesia le hace llegar algunas influencias.

Aquella unión, la del Medioevo, es para Maritain algo meramente teórico, irrealizable en la historia, una doctrina que vale como principio especulativo pero no práctico, no factible en la realidad. Ha expuesto tales ideas principalmente en sus obras Religión y cultura, El régimen temporal, Humanismo integral, Primacía de lo espiritual.

La tesis propugnada por Maritain se basa en un presupuesto fundamental, a saber, la valoración positiva de la Revolución moderna. Para el filósofo francés, el gran proceso histórico que va del Renacimiento al Marxismo implica un auténtico progreso en una dirección determinada, y si bien dicho progreso no es automático y necesario, en cuanto puede ser contrariado momentáneamente, lo es en cuanto que hay que creer, si no se quiere virar hacia la barbarie, en la marcha hacia adelante de la Humanidad.

Se trata, pues, de asumir el proceso de los últimos siglos. ¿Cómo hacerlo? A juicio de Maritain, junto al cristianismo entendido como credo religioso, hay un cristianismo que es fermento de vida social y política, portador de esperanza temporal, que actúa en las profundidades de la conciencia profana, e incluso anticristiana. Y así escribe: "No fue dado a los creyentes íntegramente fieles al dogma católico, sino a los racionalistas proclamar en Francia los derechos del hombre y del ciudadano; a los puritanos en América dar el último golpe a la esclavitud; a los comunistas ateos abolir en Rusia el absolutismo del provecho propio". Con ello quiere afirmar que la obra realizada por la Revolución Francesa y la Revolución soviética, al menos en algunos de sus principales logros, si bien ha sido llevada a cabo por racionalistas y comunistas, es en el fondo una obra "de inspiración cristiana".

Maritain piensa que la ciudad futura, la "Nueva Cristiandad", será una síntesis de la ciudad libertaria americana y de la ciudad comunista soviética. EEUU aportará su amor a la libertad, que ya existía en el espíritu de los Pilgrim Fathers , si bien corrigiendo su peligro de libertinaje y búsqueda de lucro, y Rusia aportará su comunitarismo y su mística del trabajo, si bien deberá corregir su totalitarismo colectivista. ¿No se parece esto al Nuevo Orden Mundial de que hablamos poco ha?.

Un cristianismo como fermento y no como credo: tal parecería ser la fórmula de Maritain en lo que hace al influjo de la Iglesia en la sociedad. Y ello entendido no como "tolerancia" de algo a lo mejor inevitable, sino como "bendición" de un mundo llegado por fin a su mayoría de edad. Su "Nueva Cristiandad" es esencialmente distinta de la Cristiandad medieval.

Huelga decir que no podemos compartir la posición de Maritain. A nuestro juicio, el gran proceso de la Revolución Moderna, que más allá de sus distintos jalones constituye una unidad, una sola gran Revolución, en diversas y sucesivas etapas, debe ser considerado en su conjunto como un proceso de decadencia, no de maduración. No se trata de un proceso dialéctico de negaciones sucesivas, sino de un desarrollo progresivo y sustancialmente en la misma dirección.

(De "La cristiandad y su cosmovisión" de Alfredo Sáenz S.J.-Ediciones Gladius-Buenos Aires 1992).

miércoles, 21 de junio de 2023

Advertencias de Juan Bautista Alberdi

Alberto Benegas Lynch (h) sintetiza algunas advertencias que Juan Bautista Alberdi dirige a sus contemporáneos del siglo XIX, que también sirven para los argentinos de hoy, que todavía transitamos por una etapa de subdesarrollo mental y moral:

Primero, su crítica al positivismo legal: «Saber leyes, pues, no es saber derecho».

Segundo, su aversión al estatismo: «El ladrón privado es el más débil de los enemigos que la propiedad reconozca. Ella puede ser atacada por el Estado, en nombre de la utilidad pública».

Tercero, su advertencia respecto a las cargas fiscales: «Después de ser máquinas del fisco español, hemos pasado a serlo del fisco nacional, he aquí todo la diferencia. Después de ser colonos de España, lo hemos sido de nuestros gobiernos patrios».

Cuarto, su arenga a la energía creadora en libertad: «¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro, que no le haga sombra».

Quinto, su alarma frente a la inflación: «Mientras el gobierno tenga el poder de fabricar moneda con simples tiras de papel que nada prometen, ni obligan a reembolso alguno, el “poder omnímodo” vivirá inalterable como un gusano roedor en el corazón de la Constitución».

Y sexto, los límites del poder para que centre su atención en la seguridad y la justicia: «Si los derechos civiles del hombre pudiesen mantenerse por sí mismos al abrigo de todo ataque, es decir, si nadie atentara contra nuestra vida, persona, propiedad, libre acción, el gobierno del Estado sería inútil, su institución no tendría razón de existir».

(De https://panampost.com)

martes, 20 de junio de 2023

Del autogobierno individual al gobierno universal supranacional

Debido a que, a nivel planetario, siguen vigentes los conflictos de todo tipo, existe la necesidad de un gobierno de amplios alcances para que garantice el orden y la seguridad. Si bien existen muchas propuestas al respecto, en realidad sólo se advierten dos direcciones principales: el autogobierno individual, por una parte, y un gobierno mundial supranacional, por otra parte.

El autogobierno, asociado a la existencia de leyes naturales que rigen nuestras conductas individuales, implica un gobierno natural que resulta coincidente con la idea del Reino de Dios bíblico, ya que implicaría un gobierno directo del orden natural, o de Dios, a través de las leyes naturales ya establecidas. Esta postura también es propuesta por sectores identificados con el liberalismo.

En el otro extremo encontramos los frecuentes intentos imperialistas promovidos por excesivas ansias de poder surgidas de nacionalismos extremos. En este caso serían gobiernos de hombres sobre hombres, excluyendo toda idea de igualdad al existir gobernantes y gobernados. Cercanos a este tipo de gobierno han sido la Unión Soviética y otros gobiernos totalitarios.

La conquista de un gobierno universal ha sido, posiblemente, el "deporte" más practicado a lo largo de la historia. De ahí aquella expresión en el Antiguo Testamento: "Gigantes con pies de barro", haciendo referencia a poderosos imperios no sustentados en una adecuada ética de gobernantes, del pueblo o de ambos. El profeta Daniel expresó: "Los pies en parte de hierro y en parte de arcilla, constituyen un reino que estará dividido...porque será en parte fuerte y en parte débil...porque el hierro no se mezcla con la arcilla".

Alguien podría considerar la posibilidad que surja un gobierno mundial que respete las leyes naturales, o que sea compatible con ellas. Sin embargo, ello tiene poco sentido práctico por cuanto es imprescindible el autogobierno individual, ya que ello significa que todo individuo ha de lograr un base moral aceptable, necesaria para conformar toda sociedad exitosa. Además, los líderes ambiciosos, sin limitaciones, poseen tal defecto precisamente por ignoran las más elementales normas éticas que conducen a un nivel moral aceptable.

Al respecto, se menciona un escrito de Alfredo Sáenz:

UN ÚLTIMO PROYECTO: EL NUEVO ORDEN MUNDIAL

Hoy se ha lanzado un último grito de esperanza. Tras el derrumbre del coloso soviético, que resultó un gigante con pies de barro, hay quienes piensan que hemos llegado al umbral de los tiempos paradisiacos. Tanto los occidentales como los soviéticos "convertidos", sueñan con un presente poco menos que idílico. Baker, secretario de Estado de los EEUU, ha hablado de una "comunidad euroatlántica que se extiende de Vancouver a Vladisvostok".

El dirigente político alemán Strauss ha dicho: "Podríamos encontrarnos de hecho en el umbral de una nueva era política, que ya no está dominada por Marte, el dios de la guerra, sino por Mercurio, el dios del comercio y la economía". El nuevo ideal que reunirá a la humanidad, la preocupación primordial del hombre y de las naciones, serán las riquezas, naturales o producidas.

Tal parece ser el punto de encuentro del ex-comunismo y del capitalismo: el hedonismo, el bienestar generalizado, por virtud del mercado, y de la ideología que ha vencido y que domina el mundo a través del influjo del espectáculo y de la propaganda de alcance satelital. Lo que contará, en suma, para la unificación de Europa y del mundo, será la economía a secas, la prevalencia de lo económico, un principio que es bien visto en Occidente y hace eco a la doctrina marxista del primado de la economía, o de la infraestructura, como había dicho Marx.

¿No será por eso que la unión de Europa comenzó por la economía común, el Mercado Común Europeo? Escribía hace unos años Elías de Tejada: "Esta Europa moderna, liberal, marxistizante, capitalista, burguesa, fraguada por revolucionarios de opereta reunidos en logias masónicas o supuestamente católicas, atea o agnóstica, es la antítesis de la Cristiandad...Ni sus instituciones ni su espíritu tienen nada de común con la Cristiandad".

Recientemente un consejero del Departamento de Estado de los EEUU, Francis Fukuyama, ha dado forma a estas ideas en su famoso ensayo ¿El fin de la historia? , donde señala el arribo del mundo a una época terminal, el fin de la historia, no en el sentido cristiano y escatológico, sino en un sentido inmanentístico: el fin de la historia pero dentro de la historia. Y señala cómo ya Hegel había anunciado ya dicho término con motivo de la victoria de las huestes napoleónicas -y con ella, del espíritu de la Revolución Francesa- sobre los imperios centrales.

Es cierto que luego aparecieron algunas excrescencias, agrega, como el fascismo y el nazismo, que fueron derrotados en la segunda guerra mundial, y también el comunismo, que ahora cae hecho pedazos. En realidad, más que a Hegel, habría que remontarse a Kant, quien se refirió a este tema en diversas obras suyas como La paz perpetua y sobre todo La idea de una historia universal desde el punto de vista cosmopolita. El ideal del cosmopolitismo, en el sentido moderno de la palabra, apareció por primera vez en el siglo XVIII, impregnando el espíritu de las dos revoluciones de dicho siglo, la norteamericana y la francesa.

La idea prosiguió su curso en el siglo XIX y fue retomada por Teodoro Roosevelt, especialmente en El destino manifiesto, donde se dice con toda claridad "La americanización del mundo es nuestro destino". La tendencia a la mundialización se manifestó también en el filón socialista, esta vez sobre la base del proletariado: "Proletarios del mundo, uníos". Lenin esperaba que el capitalismo se suicidaría en brazos del socialismo. No sucedió así sino al revés. Lo que Dostoievski había predicho: de padres liberales, hijos socialistas, hoy se revierte: los hijos vuelven a sus padres.

Las perspectivas no han por ello mejorado. En uno de sus últimos libros, el Cardenal Ratzinger escribe: "El derrumbe del marxismo no produce de por sí un estado libre y una sociedad sana. La palabra de Jesús según la cual al puesto de un espíritu inmundo echado vienen otros siete mucho peores..., se verifica siempre de nuevo en la historia". Y en un reciente discurso pronunciado en Praga (21/04/1991) el Santo Padre se encarga de aventar falsas ilusiones, como si el Espíritu Santo hubiese vencido juntamente con el capitalismo liberal. Lo único que ha pasado es que "un enemigo" ha caído como "una de las tantas torres de Babel de la historia".

El actual intento apunta a una sociedad mundializada, a una nueva ecumene, una réplica de lo que fue la Cristiandad en la Edad Media, pero desacralizada. En la cumbre, los EEUU, un poco más abajo, Japón y Alemania, y luego los demás. El mundo se irá convirtiendo en una periferia planetaria de Nueva York, dividida en una minoría que goza del "american way of life" y una mayoría que hace cola esperando un paquetito de bienestar.

Y entonces, con pocos años de retardo sobre su "1984", he aquí cumplida la predicción de Orwell. Tendremos finalmente el Superestado, con su gobierno mundial: el ministerio de Economía en alguna parte, entre Berlín y Tokio; el de Cultura en otro lugar, entre París y Los Angeles; el del Interior, quizás en Washington. Ya no habrá más ejércitos, ni soberanías nacionales; ya no habrá más guerras sino operaciones de policía, al estilo de la intervención norteamericana en Panamá.

"En un Estado homogéneo universal -escribe Fukuyama en su ensayo- todas las contradicciones son resueltas y todas las necesidades humanas son satisfechas. No hay lucha o conflicto sobre 'grandes' asuntos y, consecuentemente, no hay necesidad de generales y estadistas: lo que queda es, principalmente, la actividad económica".

Podríamos preguntarnos cuál será la sustancia filosófica del Nuevo Orden Mundial. Pensamos que el ideal del paraíso en la tierra. No deja de resultar notable que cuando Gramsci intentó definir la esencia del marxismo, no la hizo residir en su concepción económica, política o social, sino en una suerte de cosmovisión en torno a un fundamento que sirve de pedestal para todo lo demás: el principio de la inmanencia. Pues bien, pensamos que en este principio podrían comulgar tanto los ex-marxistas como la burguesía occidental. Al fin y al cabo Marx predicó "el paraíso en la tierra" y Occidente lo trató de traducir en los hechos con su teoria del consumismo hedonístico.

Si es cierto que, como afirman diversos autores, no pueden existir hombres o pueblos sin religión, cabe preguntar cuál será la religión del Nuevo Orden Mundial. Hay quienes creen que será la llamada "New Age", Nueva Era. Refiérese dicha denominación a la llamada Era de Acuario, que comenzaría en el próximo milenio, sustituyendo a la Era de Piscis. No podrá haber un gobierno mundial sin una religión mundial.

A ese propósito opina el politicólogo francés Gilbert Siroc: "Esta religión no puede ser ninguna de las religiones existentes, sino alguna secta o movimiento que no tenga por centro a Dios, sino al hombre. Al hombre con facultades mentales extraordinarias, unido a los Hermanos del Espacio, y nunca a Dios ni a las potestades espirituales". La New Age es una religión esencialmente ecléctica, con un poco de cada religión tradicional, incluida la católica. Pero no "teocéntrica", sino "antropocéntrica", como al mundo que quiere dar alma.

Un Superestado, una sola religión, un totalitarismo de nuevo estilo, quizás con guantes blancos. Lo profetizaron no sólo Orwell, sino también Benson, Soloviev, y más recientemente Del Noce en su gran obra Il suicidio della Rivoluzione. Frente a este nuevo totalitarismo, el enemigo ya no será el fascista, ni el burgués, ni el comunista, sino el hombre de la trascendencia, es decir, todos aquellos que piensen que este mundo no es el definitivo, que el ser humano no es la realidad suprema, que la historia no es la metahistoria. A este hombre -aguafiesta en el festín de la inmanencia- quizás no se lo mande a ningún nuevo Gulag. Pero será marginado, o internado en un hospital psiquiátrico.

El Santo Padre está altamente preocupado por este tema. Precisamente convocó hace poco un Sínodo de los Obispos de Europa, en buena parte para encarar el futuro de dicho continente, y a través de él, de todo el mundo. A raíz del conflicto del Golfo y de la alineación de las naciones europeas detrás de los EEUU, decía un obispo holandés: "Sin alma, Europa estará condenada a hacer de comparsa".

La sociedad que patrocina el Nuevo Orden Mundial, lo confiesa Fukuyama, no será una sociedad feliz. "El fin de la historia -escribe en su ensayo- será un tiempo muy triste. La lucha por el reconocimiento, la voluntad de arriesgar la vida de uno por un fin puramente abstracto, la lucha ideológica mundial que pone de manifiesto bravura, coraje, imaginación o idealismo, serán reemplazados por cálculos económicos, la eterna solución de problemas técnicos, las preocupaciones sobre el medio ambiente y la satisfacción de las demandas refinadas de los consumidores. En el periodo post-histórico no habrá arte ni filosofía: simplemente la perpetua vigilancia del museo de la historia humana".

Se acabará la patria y la religión (a lo más restringida esta última al seno de la familia); no habrá filosofía, ni coraje ni idealismo alguno..."Una gran infelicidad dentro de la impersonalidad y vacuidad espiritual de las sociedades consumistas liberales", agrega el pensador japonés. ¡Qué acertado estuvo Dostoievski cuando profundizó que la humanidad perecería no por guerras sino de aburrimiento y de hastío! De un bostezo, grande como el mundo, saldrá el Anticristo.

(De "La cristiandad y su cosmovisión" de Alfredo Sáenz S.J.-Ediciones Gladius-Buenos Aires 1992)

COMENTARIO: cristiano es el que cumple con los mandamientos bíblicos y no el que rechaza una posible felicidad en esta vida suponiendo que tal felicidad sólo existe en el más allá. Implica una contradicción creer en un Dios sabio y justo a la vez que se rechaza parte de su obra, lo que implica justamente rechazar "el paraíso en la Tierra". Se pueden rechazar los caminos propuestos sin son incompatibles con la ley natural, pero, en principio, no debería rechazarse suponiendo que el mundo está mal hecho, o que no hay esperanzas en esta vida.

Muchos son los que admiten la existencia de un mundo inmanente y que, sin embargo, pueden cumplir muy bien con los mandamientos bíblicos, por lo cual no se los debería marginar ni rechazar, a menos que se considere a la religión moral como un festival de misterios y de incoherencias lógicas y cuyos premios por la adhesión respectiva serían sólo accesibles a una minoría de creyentes (y negados a los cumplidores de mandamientos).

lunes, 19 de junio de 2023

Del Renacimiento a la Revolución Soviética

Es interesante conocer la opinión de un pensador católico respecto del acontecer histórico de los últimos cinco siglos de la humanidad, al menos en Occidente. Al alejamiento de los seres humanos respecto de la religión se lo considera como una situación ajena a la Iglesia, sin tener en cuenta que, en muchos casos, cuando alguien está dispuesto a aceptar el cristianismo, advierte que no puede entender varios de sus incomprensibles misterios, por lo cual le resulta imposible entenderlo y mucho menos hacer que pueda existir en su mente para poder influir en su vida.

Cuando se logra entenderlo adoptando una postura compatible con la religión natural, de manera que esta vez pueda ser de utilidad como orientadora en la vida, desde la ortodoxia católica se niega y se descalifica tal posibilidad. Aún cuando se adopten los mandamientos bíblicos como meta a cumplir, se rechazará tal postura por cuanto se considera que la fe cognitiva es prioritaria a la acción ética.

A continuación se transcribe un escrito de Alfredo Sáenz en el cual describe el proceso de alejamiento de la sociedad respecto del cristianismo. Tal síntesis tiene también validez parcial desde el punto de vista de la religión natural:

HACIA UNA VISIÓN SINTÉTICA: DEL RENACIMIENTO A LA REVOLUCIÓN SOVIÉTICA

Intentemos una visión de conjunto del camino recorrido. Lo haremos recurriendo a las inteligentes observaciones que al respecto hemos encontrado en Berdiaev. Según él, tanto la Revolución Francesa del siglo XVIII como el positivismo y el socialismo del siglo XIX son las consecuencias del humanismo que comenzó a imponerse a partir del Renacimiento, al mismo tiempo que los síntomas del agotamiento de su poder creador.

En el Renacimiento, el hombre comenzó el proceso de su autoexaltación. El florecimiento de lo humano no era posible sino en el grado en que el hombre tenía conciencia, en lo más profundo de su ser, de su verdadero lugar en el cosmos, conciencia de que encima de él había instancias superiores. Su perfeccionamiento humano sólo resultaba factible mientras se mantuviese ligado a las raíces divinas.

Al comienzo del Renacimiento, el hombre tenía aún esa conciencia, reconocía todavía el sentido trascendente de su existencia. Pero poco a poco se fue deslizando hacia la ruptura. El Renacimiento pudo ser un progreso, un desemboque enriquecedor de la Edad Media. Mas no fue así, al menos si los juzgamos por el desarrollo histórico que provocó, si lo juzgamos por lo que desencadenó: "Se ofrece al hombre una inmensa libertad -escribe Berdiaev-, que es el inmenso experimento de las fuerzas de su espíritu. Dios mismo, por decirlo así, espera del hombre su acción creadora, su aportación creadora. Pero, en lugar de volver hacia Dios su imagen creadora y de entregar a Dios la libre sobreabundancia de sus fuerzas, el hombre ha gastado y destruido esas fuerzas en la afirmación de sí mismo".

La paradoja no deja de ser dolorosa. El Renacimiento se inauguró con la afirmación gozosa de la individualidad creadora del hombre pero al agotarse sus virtualidades se clausuró con la negación de esa individualidad. El hombre sin Dios deja de ser hombre: tal es para Berdiaev el sentido religioso de la dialéctica interna de la historia de los últimos cinco siglos, historia de la grandeza y decadencia de las ilusiones humanistas.

Paulatinamente el hombre se fue desvinculando de sus religaciones trascendentes, y vaciada su alma, acabó convertido en esclavo, no de las fuerzas superiores, sobrehumanas, sino de los elementos inferiores e inhumanos. La elaboración de la religión humanista, la divinización del hombre y de lo humano, constituyen precisamente el fin del humanismo, su autonegación, el agotamiento de sus fuerzas creadoras. De la autoafirmación renacentista a la autonegación moderna.

En nuestra época ya se ha extenuado el libre juego renacentista de las potencias del hombre, al cual debemos el arte italiano, Shakespeare y Goethe. En nuestra época se desarrollan fuerzas hostiles, que aplastan al hombre. Hoy no es el hombre quien está liberado, sino los elementos inhumanos o infrahumanos que él desatara y cuyas oleadas lo acosan por todas partes. Estamos de nuevo en presencia de esa verdad paradojal, es a saber, que cuando el hombre se somete a un principio superior, suprahumano, se consolida y se afirma, mientras que se pierde cuando resuelve permanecer encerrado en su pequeño mundo, lejos de lo que lo trasciende.

El pensador ruso ha encontrado otra formulación para explicar lo mismo. Se ha llegado a considerar el proceso de la historia moderna, afirma, como el de una progresiva y creciente emancipación. "Pero ¿emancipación de qué, emancipación para qué? Los tiempos modernos no lo han sabido. Se hubieran visto en definitiva muy apurados para decir en nombre de quién, en nombre de qué. ¿En nombre del hombre, en nombre del humanismo, en nombre de la libertad y de la felicidad de la humanidad? No se ve ahí nada que sea una respuesta. No se puede liberar al hombre en nombre de la libertad del hombre, por no poder el hombre ser la finalidad del hombre. Así nos apoyamos sobre un vacío total. Si el hombre no tiene hacia qué elevarse, queda privado de sustancia. La libertad humana aparece en este caso como una simple fórmula sin consistencia" (De "Una nueva Edad Media").

Berdiaev creyó encontrar la mejor prueba de su aserto considerando lo acaecido en el campo del arte. El Renacimiento exaltó la imagen del hombre, su rostro clarividente, su torso musculoso, pero las corrientes estéticas del siglo XX han sometido la forma humana a un profundo quebranto, la han desvencijado. El hombre, imagen de Dios, tema obligado y excelso del arte, desaparece al fin, descompuesto en fragmentos, como se puede ver en Picasso, sobre todo en el Picasso del periodo cubista.

El mismo proceso es advertible en el campo del conocimiento. Hemos visto en qué grado la Revolución Francesa exaltó la razón del hombre, hasta llegar a endiosarla. Y recientes escuelas filosóficas no trepitaron en negar la posibilidad de que la razón humana fuese capaz de acceder a la verdad. Berdiaev compara el proceso gnoseológico con el proceso seguido en el arte: en la gnoseología crítica hay algo que recuerda al cubismo. A fuerza de atribuir suficiencia al conocimiento no sólo para autodefinirse y autoafirmarse, sino también para develar la totalidad de los problemas, llega el hombre a la negación y a la autodestrucción de su propia capacidad de inteligir. Perdido su centro espiritual y negado el origen trascendente de su inteligencia, reflejo del Logos divino, el hombre se pierde a sí mismo y renuncia a su capacidad de entender.

Dos hombres dominan el pensamiento de los tiempos modernos, Nietzsche y Marx, que ilustran con genial acuidad las dos formas concretas de la autonegación y autodestrucción del humanismo. En Nietzsche, el humanismo abdica de sí mismo y se desmorona bajo la forma individualista; en Marx, bajo la forma colectivista. Ambas formas han sido engendradas por una sola y misma causa: la sustracción del hombre a las raíces trascendentes y divinas de la vida. Tanto en Marx como en Nietzsche se consuma el fin del Renacimiento, aunque en formas diversas. Pero en ninguno de los dos casos se ha consumado con el triunfo del hombre. Despúes de ellos, ya no es posible ver en el humanismo moderno un ideal esplendoroso, ya no es posible la fe ingenua en lo pruramente humano.

Berdiaev ha caracterizado de dos maneras el largo proceso de los últimos siglos. En primer lugar, dice, se ha producido un gigantesco desplazamiento del centro a la periferia. Cuando el hombre rompió con el centro espiritual de la vida, se fue deslizando lentamente desde el fondo hacia la superficie, se fue haciendo cada vez más superficial, viviendo cada vez más en la periferia de su ser. Pero como el hombre ni puede vivir sin un centro, pronto comenzaron a surgir en la superficie misma de su vida, nuevos y engañosos centros.

Emancipados sus órganos y sus potencias de toda subordinación jerárquica, se proclamaron a sí mismos centros vitales, avanzando el hombre, siempre más, hacia la epidermis de su existencia. En nuestro siglo, el hombre occidental se encuentra en un estado de vacuidad terrible. Ya no sabe dónde está el centro de la vida. Ni siente profundidad bajo sus pies. Entre el principio y el fin de la era humanista, la distancia es formidable y la contradicción aterradora.

Asimismo Berdiaev considera este transcurrir de la modernidad como un trágico y secular desplazamiento de lo orgánico a lo mecánico. El fin histórico del Renacimiento trajo consigo la disgregación de todo cuanto era orgánico, la Cristiandad, las corporaciones, el orden político...Al comienzo de sus primeras fases, dicha dispersión fue considerada como si se tratase de una liberación de las potencias creadores del hombre, expeditas ahora para llevar adelante un juego autónomo. Mas no fue así, ya que dichas potencias se vieron constreñidas a subordinarse a nuevos engranajes sociales, cuyo símbolo fue la máquina, a la que debieron someterse. No es ello de extrañar ya que "cuando las potencias humanas salen del estado orgánico, quedan inevitablemente sujetas al estado mecánico".

En relación con este tema señala Thibon que, a diferencia del hombre de la cristiandad, impregnado de las corrientes que proceden de los otros dos mundos, es decir, asentado sobre lo elemental y coronado con lo espiritual, el hombre moderno no sólo ha perdido sus conexiones con el orden sobrenatural, sino también, en buena parte, con la naturaleza misma: "La sociedad feudal tenía echada sus raíces en la naturaleza y en la vida por el primado de la fuerza y del coraje físico, por la pertenencia a la tierra, por la herencia y el respeto a la ley de la sangre, y recibía el influjo espiritual y religioso por el juramento, la fidelidad, el espíritu caballeresco y todas las formas de sacralización del pacto social... La parte más ostensible de la sociedad actual, con sus jerarquías, basadas en el dinero anónimo y en el Estado abstracto; sus celebridades, agigantadas por la propaganda; sus autoridades, brotadas del azar y de la intriga, corresponde exactamente al segundo tipo. Vacíos de la savia de la tierra y de la savia del cielo...¿Cómo extrañarse, en estas condiciones, de la proliferación de flores artificiales? Son las únicas que no necesitan raíces ni savia".

El complejo proceso de la Revolución Moderna adquiere inteligibilidad si se lo considera a la luz de la parábola del hijo pródigo. Los hombres del Renacimiento pidieron a Dios la parte de su herencia, le pidieron el libre uso de su inteligencia, de su voluntad, de sus pasiones, para usarlas a su arbitrio. Al principio se sentían felices, pletóricos de impulso creador. Pero con el tiempo esa herencia se fue dilapidando, malbaratando, y los hombres comenzaron a sentirse vacíos, a experimentar hambre, y los que se habían negado a reconocer a su Señor divino buscaban ahora amos extraños con los cuales conchavarse. Acabaron apacentando cerdos.

La parábola de Cristo es dura e irónica. El hombre quiso hacerse como Dios, según se lo insinuara la tentación paradisiaca, y acabó reduciéndose al nivel de los animales. Bien afirma Thibon que "el hombre no escapa a la autoridad de las cosas de arriba, que lo alimentan, más que para caer en la tiranía de las cosas de abajo, que lo devoran". Es lo que dijo San Agustín: "El que cae de Dios, cae de sí mismo".

Casaubón lo expresa a su modo: "Resulta evidente que el hombre, para exaltarse a sí mismo ante Dios, Cristo, la Iglesia y el orden cósmico, ha ido negando 'progresivamente' a la Iglesia primero, a Cristo luego, a Dios enseguida, a la verdad especulativa, a la moral y a la belleza por último, autonegándose y empobreciéndose por lo mismo, para ponerse como epifenómeno de la economía, o de la líbido, o de la raza. Por tanto, buscándose, se ha perdido, como ya lo preveía Cristo".

(De "La cristiandad y su cosmovisión" de Alfredo Sáenz S.J.-Ediciones Gladius-Buenos Aires 1992)

COMENTARIO:

Si en el escrito anterior cambiamos la palabra Dios por Ley natural u Orden natural, el artículo tiene vigencia también desde el punto de vista de la religión natural, en la cual se propone la adaptación del hombre al orden natural.

domingo, 18 de junio de 2023

Cooperación y competencia en la familia, la sociedad y las naciones

Tanto a nivel familiar como social y como internacional, se establecen vínculos y conflictos que pueden ser descriptos en función de las dos tendencias básicas del comportamiento humano, que son la cooperación (asociada a la empatía emocional y a la competencia constructiva) y a la competencia destructiva (asociada al odio y al egoísmo). En todos los casos, son individuos quienes toman decisiones y, por lo tanto, dejan impresas las huellas de sus propias actitudes predominantes.

Las distintas opiniones que surgen desde la religión, de la filosofía y de las ciencias sociales pueden ser optimistas, realistas o pesimistas, si ven a los seres humanos mejor, igual o peor de lo que en realidad son, respectivamente. Así, el optimista dirá que la familia, como institución social, garantiza el éxito de sus integrantes debido a la bondad natural de cada uno. El realista dirá que existen tanto familias exitosas como familias fracasadas, mientras que el pesimista asegura que en la familia tradicional impera el egoísmo y la explotación patriarcal, por lo que debería desaparecer como célula básica de la sociedad.

Las propuestas que surgen desde la educación, la política o la economía derivan necesariamente de la orientación básica mencionada, es decir, optimista, realista o pesimista. De ahí que, desde un punto de vista lógico, pueden ser todas coherentes, pero, como surgen de creencias distintas sobre la única realidad, conllevan a desacuerdos con pocas posibilidades de llegar a coincidencias definitivas.

Cuando el optimista opina sobre la sociedad, posiblemente dirá que todo funciona bien, ya que las distintas clases sociales se complementan y colaboran entre ellas, como ocurría en épocas feudales y posteriores. Asi, Jacob Burckhardt escribía: "El arte y la magnificencia de que hizo alarde la Italia del Renacimiento en tales materias sólo fue posible gracias a la libre convivencia de todas las clases sociales que constituyeron el fundamento de la sociedad italiana" (Citado en "Maquiavelo" de Fernando Lucero Figueroa-UNR Editora-Rosario 2001).

Cuando el realista opina de la sociedad, propondrá la división de poderes del Estado, la economía de mercado en donde las empresas compiten evitando la formación de monopolios y las elecciones periódicas que permite el cambio de quienes gobiernan, además de la igualdad ante la ley. Como la sociedad está compuesta por personas que llevan encima actitudes cooperativas y también egoístas y destructivas, propone limitar la posibilidad de toda concentración de poder, ya sea político, económico o ideológico.

Cuando el pesismista opina sobre la sociedad, aduce que existe una básica lucha de clases, es decir, entre una poderosa y perversa clase dominante contra una débil y honesta clase dominada y explotada, por lo cual necesariamente se debería abolir la propiedad privada de los medios de producción (y a veces de toda forma de propiedad privada) para llegar así al colectivismo y el totalitarismo.

Cuando se hace referencia al orden internacional, también se vislumbran las diferencias advertidas. El optimista propondrá la formación de un gobierno mundial para evitar desvíos de la buena voluntad que muestran la mayoría de los países. El realista verá en el mercado libre mundial la posible cooperación entre naciones que afianzará el bienestar general y anulará las posibilidades de guerras y conflictos. El pesimista verá una dominación imperialista ejercida desde los países exitosos sobre los más débiles, inocentes de toda culpabilidad, por lo cual propone la abolición del sistema capitalista encubriendo el íntimo deseo de instaurar un imperialimo mundial de tipo socialista, o bien un gobierno supranacional que imponga sobre la humanidad un orden artificial distante del orden natural inherente al universo que conocemos.

El anterior análisis puede tener el inconveniente de ser incompleto, dejando de lado otras opiniones distintas, consistiendo seguramente en una simplificación excesiva. Sin embargo, es importante advertir las tendencias básicas mencionadas que están presentes en las personalidades de los seres humanos reales y concretos.

sábado, 17 de junio de 2023

La visión del universo de Giordano Bruno

Uno de los personajes de más renombre, que padeció el castigo de la inquisición, fue el sacerdote y filósofo Giordano Bruno, quemado vivo en el año 1600. Nacido en Nola (Napoli), se refiere a sí mismo como el Nolano. De espíritu discutidor, se enfrentó con la ortodoxia católica de su tiempo, sin advertir que resultaba casi imposible revertir o cambiar una ideología elaborada con cierto rigor lógico.

Entre los escritos de Bruno, aparece el siguiente: "Id a Oxford y haced que os cuenten lo que le pasó al Nolano cuando disputó en público con esos doctores en teología en presencia del príncipe polaco Alberto Laski y de otras personas de la noblesa inglesa. Que os digan cómo se supo responder a los argumentos, cómo quedó en quince ocasiones y por quince silogismos completamente mudo sin saber qué decir ese pobre doctor que en calidad de corifeo de la Academia enfrentaron al Nolano en esa importante ocasión. Que os digan con cuánta descortesía y mala educación se comportaba ese cerdo y con cuanta paciencia actuó el Nolano, mostrando ser realmente napolitano de nacimiento y educado bajo más benigno cielo" (Citado por Miguel A. Granada en la Introducción a la "Expulsión de la bestia triunfante" de Giordano Bruno-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1997).

En cuanto a su visión del universo, llama la atención que ya en el siglo XVI pudo advertir lo que biólogos, geólogos y astrónomos descubrieron algunos siglos después. Al respecto escribió: "El proceso de la evolución es lento y está lleno de obstáculos. Así como la tierra se ha venido formando y perfeccionando poco a poco por medio de cataclismos, terremotos, inundaciones y erupcions volcánicas, etc., asimismo el alma humana se ha venido perfeccionando por medio del sufrimiento y de las dificultades que tiene que vencer".

"Sin el sufrimiento, nuestro espíritu permanecería siempre atrasado... De ahí se sigue que lo que llamamos mal, es un bien que no podemos comprender. Individualmente nada es perfecto en la naturaleza, pues todo se encuentra en estado de evolución. Pero colectivamente, el Todo, sí es perfecto. Para el que tiene en cuenta siempre el Todo y no sus partes, no existe el mal".

"Comprender la necesidad del sufrimiento inevitable es comprender el destino, y comprender el destino es haber alcanzado la sabiduría, esto es, la libertad, la redención, nuestra unión con Dios. No existe sino una sola religión verdadera, y es la religión del amor universal..." (Citado en "Spinoza y el panteísmo" de Carlos Brandt-Editorial Kier-Buenos Aires 1941).

Aquello del "sufrimiento inevitable" como medio para una mejora posterior, hace acordar a nazis y comunistas. En el caso de los primeros, Adolf Hitler expresaba: "cuando lucho contra del judío, combato a favor de la obra del Señor", mientras todavía hoy varios comunistas aducen que las matanzas de Stalin "eran necesarias" para establecer la supuesta sociedad ideal sin clases. Seguramente que Giordano Bruno escribía sobre el sufrimiento involuntario de seres humanos pacíficos, y no de un sufrimiento premeditado aplicado por delincuentes a otros seres humanos, y en gran escala, con los peores resultados posibles.

Crisis social y sufrimiento individual

El sufrimiento que podemos padecer tiene tres orígenes principales. El primero está asociado a nuestros propios errores ante una limitada adaptación a las leyes naturales que rigen nuestras conductas individuales. El segundo origen se debe al medio social muy poco adaptado a dichas leyes mientras que el tercero implica la propia naturaleza con sus accidentes climáticos asociados a tragedias que, en general, resultan poco evitables por las acciones o las prevenciones humanas.

El sufrimiento debido a nuestros errores no siempre resulta negativo por cuanto es el medio que disponemos para una mejora personal. Recordemos que la evolución biológica procede en base a "prueba y error", es decir, el mismo proceso que nos conduce a adquirir conocimientos que favorecen nuestra propia supervivencia. Como, por lo general, los errores personales se traducen en alguna forma de incomodidad o de sufrimiento, muchas veces se interpreta que, para lograr la felicidad, o incluso la vida eterna, el camino es el sufrimiento previo. Ello implica exagerar las cosas por cuanto es el error el que favorece nuestro crecimiento y no el sufrimiento en sí mismo.

Asociado a lo anterior, Carlos Brandt escribió: "Spinoza, cual verdadero sabio, reconoce que el derecho está en la fuerza, y que la fuerza no está hoy en manos de los sabios, precisamente para hacernos sufrir, ya que el sufrimiento es el medio más eficaz para obligar a progresar a una humanidad que sin el auxilio del sufrimiento, permanecería estacionaria, sin adelantar. Por eso desea el filósofo holandés que algún día los hombres lleguen a ser suficientemente sabios, a fin de que no requieran más del sufrimiento, y sin necesidad de éste, poder continuar progresando" (De "Spinoza y el panteísmo"-Editorial Kier-Buenos Aires 1941).

También la ciencia experimental logra sus importantes resultados en base a "prueba y error". Así, en épocas de Johannes Kepler, predominaba la teoría copernicana asociada a las órbitas circulares de los planetas en sus movimientos alrededor del Sol. Tycho Brahe, el mayor astrónomo experimental previo a la invención del telescopio, había efectuado mediciones en las cuales surgía una pequeña diferencia de 8 minutos en determinado ángulo medido. Cualquiera hubiera pensado que tal diferencia implicaba un simple error de observación. Sin embargo, Kepler pensaba que no era tal tipo de error sino que en realidad las órbitas reales no eran circulares sino elípticas. Ello lo condujo a enunciar sus leyes astronómicas que le sirvieron luego a Isaac Newton para establecer la gran síntesis de la astronomía y la mecánica.

En cuanto al sufrimiento debido a otros factores deberíamos adoptar una postura similar a la adoptada frente a nuestros propios errores, considerándola como una causa previa a una mejora personal asociada a la adquisición de valores morales antes ignorados o despreciados. Baruch de Spinoza escribió: "La emoción, que constituye sufrimiento, deja de serlo tan pronto como nos formamos una idea clara y precisa del mismo" (De "Ética demostrada según el orden geométrico"-Fondo de Cultura Económica-México 1985).

Respecto al "sentido del sufrimiento", Viktor Frankl escribió: "Así pues, desde la perspectiva médica, o por mejor decir, desde la perspectiva del enfermo, el problema central gira en torno a la actitud con que uno se enfrenta con la enfermedad, la disposición o talante con que se contempla esta enfermedad. En una palabra: se trata de la actitud adecuada, del adecuado y sincero sufrimiento de un auténtico destino. Del modo de soportar un padecimiento necesario depende que se esconda en él un posible sentido".

"Lo que importa es cómo se soporta el destino, cuando ya no se tiene poder para evitarlo. Dicho de otra forma: cuando ya no existe ninguna posibilidad de cambiar el destino, entonces es necesario salir al encuentro de este destino con la actitud acertada" (De "Ante el vacío existencial"-Editorial Herder SA-Barcelona 1986).

El propio Viktor Frankl tuvo que padecer un encierro en un campo de exterminio nazi, advirtiendo que quienes tenían un sentido de la vida definido podían soportar la situación adversa en mucha mejor forma que quienes carecían de tal sentido. Gordon W. Allport escribió al respecto: “En esta obra, el Dr. Frankl explica la experiencia que le llevó al descubrimiento de la logoterapia. Prisionero, durante mucho tiempo, en los bestiales campos de concentración, él mismo sintió en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda. Sus padres, su hermano, incluso su esposa, murieron en los campos de concentración o fueron enviados a las cámaras de gas, de tal suerte que, salvo una hermana, todos perecieron. ¿Cómo pudo él –que todo lo había perdido, que había visto destruir todo lo que valía la pena, que padeció hambre, frío, brutalidades sin fin, que tantas veces estuvo a punto del exterminio-, cómo pudo aceptar que la vida fuera digna de vivirla?”.

“El psiquiatra que personalmente ha tenido que enfrentarse a tales rigores merece que se le escuche, pues nadie como él para juzgar nuestra condición humana sabia y compasivamente” (Del prefacio de “El hombre en busca de sentido”).

En el relato de su vida en Auschwitz, Víktor Frankl escribió: “Un pensamiento me petrificó: por primera vez en mi vida comprendí la verdad vertida en las canciones de tantos poetas y proclamada en la sabiduría definitiva de tantos pensadores. La verdad de que el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar un hombre”.

“Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad –aunque sea sólo momentáneamente- si contempla al ser querido. Cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando su único objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos correctamente –con dignidad- ese hombre puede, en fin, realizarse en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido” (De "El hombre en busca de sentido"-Editorial Herder SA-Barclona 1986).