lunes, 19 de junio de 2023

Del Renacimiento a la Revolución Soviética

Es interesante conocer la opinión de un pensador católico respecto del acontecer histórico de los últimos cinco siglos de la humanidad, al menos en Occidente. Al alejamiento de los seres humanos respecto de la religión se lo considera como una situación ajena a la Iglesia, sin tener en cuenta que, en muchos casos, cuando alguien está dispuesto a aceptar el cristianismo, advierte que no puede entender varios de sus incomprensibles misterios, por lo cual le resulta imposible entenderlo y mucho menos hacer que pueda existir en su mente para poder influir en su vida.

Cuando se logra entenderlo adoptando una postura compatible con la religión natural, de manera que esta vez pueda ser de utilidad como orientadora en la vida, desde la ortodoxia católica se niega y se descalifica tal posibilidad. Aún cuando se adopten los mandamientos bíblicos como meta a cumplir, se rechazará tal postura por cuanto se considera que la fe cognitiva es prioritaria a la acción ética.

A continuación se transcribe un escrito de Alfredo Sáenz en el cual describe el proceso de alejamiento de la sociedad respecto del cristianismo. Tal síntesis tiene también validez parcial desde el punto de vista de la religión natural:

HACIA UNA VISIÓN SINTÉTICA: DEL RENACIMIENTO A LA REVOLUCIÓN SOVIÉTICA

Intentemos una visión de conjunto del camino recorrido. Lo haremos recurriendo a las inteligentes observaciones que al respecto hemos encontrado en Berdiaev. Según él, tanto la Revolución Francesa del siglo XVIII como el positivismo y el socialismo del siglo XIX son las consecuencias del humanismo que comenzó a imponerse a partir del Renacimiento, al mismo tiempo que los síntomas del agotamiento de su poder creador.

En el Renacimiento, el hombre comenzó el proceso de su autoexaltación. El florecimiento de lo humano no era posible sino en el grado en que el hombre tenía conciencia, en lo más profundo de su ser, de su verdadero lugar en el cosmos, conciencia de que encima de él había instancias superiores. Su perfeccionamiento humano sólo resultaba factible mientras se mantuviese ligado a las raíces divinas.

Al comienzo del Renacimiento, el hombre tenía aún esa conciencia, reconocía todavía el sentido trascendente de su existencia. Pero poco a poco se fue deslizando hacia la ruptura. El Renacimiento pudo ser un progreso, un desemboque enriquecedor de la Edad Media. Mas no fue así, al menos si los juzgamos por el desarrollo histórico que provocó, si lo juzgamos por lo que desencadenó: "Se ofrece al hombre una inmensa libertad -escribe Berdiaev-, que es el inmenso experimento de las fuerzas de su espíritu. Dios mismo, por decirlo así, espera del hombre su acción creadora, su aportación creadora. Pero, en lugar de volver hacia Dios su imagen creadora y de entregar a Dios la libre sobreabundancia de sus fuerzas, el hombre ha gastado y destruido esas fuerzas en la afirmación de sí mismo".

La paradoja no deja de ser dolorosa. El Renacimiento se inauguró con la afirmación gozosa de la individualidad creadora del hombre pero al agotarse sus virtualidades se clausuró con la negación de esa individualidad. El hombre sin Dios deja de ser hombre: tal es para Berdiaev el sentido religioso de la dialéctica interna de la historia de los últimos cinco siglos, historia de la grandeza y decadencia de las ilusiones humanistas.

Paulatinamente el hombre se fue desvinculando de sus religaciones trascendentes, y vaciada su alma, acabó convertido en esclavo, no de las fuerzas superiores, sobrehumanas, sino de los elementos inferiores e inhumanos. La elaboración de la religión humanista, la divinización del hombre y de lo humano, constituyen precisamente el fin del humanismo, su autonegación, el agotamiento de sus fuerzas creadoras. De la autoafirmación renacentista a la autonegación moderna.

En nuestra época ya se ha extenuado el libre juego renacentista de las potencias del hombre, al cual debemos el arte italiano, Shakespeare y Goethe. En nuestra época se desarrollan fuerzas hostiles, que aplastan al hombre. Hoy no es el hombre quien está liberado, sino los elementos inhumanos o infrahumanos que él desatara y cuyas oleadas lo acosan por todas partes. Estamos de nuevo en presencia de esa verdad paradojal, es a saber, que cuando el hombre se somete a un principio superior, suprahumano, se consolida y se afirma, mientras que se pierde cuando resuelve permanecer encerrado en su pequeño mundo, lejos de lo que lo trasciende.

El pensador ruso ha encontrado otra formulación para explicar lo mismo. Se ha llegado a considerar el proceso de la historia moderna, afirma, como el de una progresiva y creciente emancipación. "Pero ¿emancipación de qué, emancipación para qué? Los tiempos modernos no lo han sabido. Se hubieran visto en definitiva muy apurados para decir en nombre de quién, en nombre de qué. ¿En nombre del hombre, en nombre del humanismo, en nombre de la libertad y de la felicidad de la humanidad? No se ve ahí nada que sea una respuesta. No se puede liberar al hombre en nombre de la libertad del hombre, por no poder el hombre ser la finalidad del hombre. Así nos apoyamos sobre un vacío total. Si el hombre no tiene hacia qué elevarse, queda privado de sustancia. La libertad humana aparece en este caso como una simple fórmula sin consistencia" (De "Una nueva Edad Media").

Berdiaev creyó encontrar la mejor prueba de su aserto considerando lo acaecido en el campo del arte. El Renacimiento exaltó la imagen del hombre, su rostro clarividente, su torso musculoso, pero las corrientes estéticas del siglo XX han sometido la forma humana a un profundo quebranto, la han desvencijado. El hombre, imagen de Dios, tema obligado y excelso del arte, desaparece al fin, descompuesto en fragmentos, como se puede ver en Picasso, sobre todo en el Picasso del periodo cubista.

El mismo proceso es advertible en el campo del conocimiento. Hemos visto en qué grado la Revolución Francesa exaltó la razón del hombre, hasta llegar a endiosarla. Y recientes escuelas filosóficas no trepitaron en negar la posibilidad de que la razón humana fuese capaz de acceder a la verdad. Berdiaev compara el proceso gnoseológico con el proceso seguido en el arte: en la gnoseología crítica hay algo que recuerda al cubismo. A fuerza de atribuir suficiencia al conocimiento no sólo para autodefinirse y autoafirmarse, sino también para develar la totalidad de los problemas, llega el hombre a la negación y a la autodestrucción de su propia capacidad de inteligir. Perdido su centro espiritual y negado el origen trascendente de su inteligencia, reflejo del Logos divino, el hombre se pierde a sí mismo y renuncia a su capacidad de entender.

Dos hombres dominan el pensamiento de los tiempos modernos, Nietzsche y Marx, que ilustran con genial acuidad las dos formas concretas de la autonegación y autodestrucción del humanismo. En Nietzsche, el humanismo abdica de sí mismo y se desmorona bajo la forma individualista; en Marx, bajo la forma colectivista. Ambas formas han sido engendradas por una sola y misma causa: la sustracción del hombre a las raíces trascendentes y divinas de la vida. Tanto en Marx como en Nietzsche se consuma el fin del Renacimiento, aunque en formas diversas. Pero en ninguno de los dos casos se ha consumado con el triunfo del hombre. Despúes de ellos, ya no es posible ver en el humanismo moderno un ideal esplendoroso, ya no es posible la fe ingenua en lo pruramente humano.

Berdiaev ha caracterizado de dos maneras el largo proceso de los últimos siglos. En primer lugar, dice, se ha producido un gigantesco desplazamiento del centro a la periferia. Cuando el hombre rompió con el centro espiritual de la vida, se fue deslizando lentamente desde el fondo hacia la superficie, se fue haciendo cada vez más superficial, viviendo cada vez más en la periferia de su ser. Pero como el hombre ni puede vivir sin un centro, pronto comenzaron a surgir en la superficie misma de su vida, nuevos y engañosos centros.

Emancipados sus órganos y sus potencias de toda subordinación jerárquica, se proclamaron a sí mismos centros vitales, avanzando el hombre, siempre más, hacia la epidermis de su existencia. En nuestro siglo, el hombre occidental se encuentra en un estado de vacuidad terrible. Ya no sabe dónde está el centro de la vida. Ni siente profundidad bajo sus pies. Entre el principio y el fin de la era humanista, la distancia es formidable y la contradicción aterradora.

Asimismo Berdiaev considera este transcurrir de la modernidad como un trágico y secular desplazamiento de lo orgánico a lo mecánico. El fin histórico del Renacimiento trajo consigo la disgregación de todo cuanto era orgánico, la Cristiandad, las corporaciones, el orden político...Al comienzo de sus primeras fases, dicha dispersión fue considerada como si se tratase de una liberación de las potencias creadores del hombre, expeditas ahora para llevar adelante un juego autónomo. Mas no fue así, ya que dichas potencias se vieron constreñidas a subordinarse a nuevos engranajes sociales, cuyo símbolo fue la máquina, a la que debieron someterse. No es ello de extrañar ya que "cuando las potencias humanas salen del estado orgánico, quedan inevitablemente sujetas al estado mecánico".

En relación con este tema señala Thibon que, a diferencia del hombre de la cristiandad, impregnado de las corrientes que proceden de los otros dos mundos, es decir, asentado sobre lo elemental y coronado con lo espiritual, el hombre moderno no sólo ha perdido sus conexiones con el orden sobrenatural, sino también, en buena parte, con la naturaleza misma: "La sociedad feudal tenía echada sus raíces en la naturaleza y en la vida por el primado de la fuerza y del coraje físico, por la pertenencia a la tierra, por la herencia y el respeto a la ley de la sangre, y recibía el influjo espiritual y religioso por el juramento, la fidelidad, el espíritu caballeresco y todas las formas de sacralización del pacto social... La parte más ostensible de la sociedad actual, con sus jerarquías, basadas en el dinero anónimo y en el Estado abstracto; sus celebridades, agigantadas por la propaganda; sus autoridades, brotadas del azar y de la intriga, corresponde exactamente al segundo tipo. Vacíos de la savia de la tierra y de la savia del cielo...¿Cómo extrañarse, en estas condiciones, de la proliferación de flores artificiales? Son las únicas que no necesitan raíces ni savia".

El complejo proceso de la Revolución Moderna adquiere inteligibilidad si se lo considera a la luz de la parábola del hijo pródigo. Los hombres del Renacimiento pidieron a Dios la parte de su herencia, le pidieron el libre uso de su inteligencia, de su voluntad, de sus pasiones, para usarlas a su arbitrio. Al principio se sentían felices, pletóricos de impulso creador. Pero con el tiempo esa herencia se fue dilapidando, malbaratando, y los hombres comenzaron a sentirse vacíos, a experimentar hambre, y los que se habían negado a reconocer a su Señor divino buscaban ahora amos extraños con los cuales conchavarse. Acabaron apacentando cerdos.

La parábola de Cristo es dura e irónica. El hombre quiso hacerse como Dios, según se lo insinuara la tentación paradisiaca, y acabó reduciéndose al nivel de los animales. Bien afirma Thibon que "el hombre no escapa a la autoridad de las cosas de arriba, que lo alimentan, más que para caer en la tiranía de las cosas de abajo, que lo devoran". Es lo que dijo San Agustín: "El que cae de Dios, cae de sí mismo".

Casaubón lo expresa a su modo: "Resulta evidente que el hombre, para exaltarse a sí mismo ante Dios, Cristo, la Iglesia y el orden cósmico, ha ido negando 'progresivamente' a la Iglesia primero, a Cristo luego, a Dios enseguida, a la verdad especulativa, a la moral y a la belleza por último, autonegándose y empobreciéndose por lo mismo, para ponerse como epifenómeno de la economía, o de la líbido, o de la raza. Por tanto, buscándose, se ha perdido, como ya lo preveía Cristo".

(De "La cristiandad y su cosmovisión" de Alfredo Sáenz S.J.-Ediciones Gladius-Buenos Aires 1992)

COMENTARIO:

Si en el escrito anterior cambiamos la palabra Dios por Ley natural u Orden natural, el artículo tiene vigencia también desde el punto de vista de la religión natural, en la cual se propone la adaptación del hombre al orden natural.

1 comentario:

agente t dijo...

A la vista de lo acontecido nunca debió de considerarse al Hombre como imagen de Dios. Son dos cosas o conceptos distintos. Quizá de esa forma se habría conservado un punto de vista con la suficiente distancia realista, sin caer en la soberbia o el nihilismo racionalistas y ateniéndose a los puros datos en busca únicamente de la perfección posible, no de la hipotética.