lunes, 31 de octubre de 2011

El nuevo hombre

Tanto en el cristianismo como en el marxismo se propone como meta final el surgimiento del hombre nuevo, que en ambos casos tendrá un alcance universal. En el primero, tal objetivo se logrará como una consecuencia del mejoramiento ético individual, mientras que en el segundo caso se logrará como una consecuencia del acostumbramiento que todo individuo adquirirá en el contexto de la sociedad comunista. Debido a que el marxismo es una ideología esencialmente anti-occidental, y como el cristianismo caracteriza a occidente, el hombre nuevo marxista será una versión antagónica a la propuesta por el cristianismo.

El concepto del hombre nuevo, que aparece en el Nuevo Testamento, se lo asocia a quien acepta las prédicas de Cristo y abandona las viejas ideas para darle lugar a las nuevas, por lo que dijo: “No se echa el vino nuevo en odres viejos, porque entonces se rompen los cueros, y se pierden el vino y los cueros; sino que el vino nuevo se echa en cueros recientes, y se conservan ambas cosas” (Mt). “Te doy mi palabra que si uno no nace de nuevo no puede ver el Reino de Dios” (Juan).

La ética cristiana encuentra cada vez mayor fundamento científico en recientes descubrimientos de la neurociencia. Las neuronas espejo confirman el proceso mental de la empatía, siendo éste el aspecto psicológico básico que le da sentido al mandamiento del amor al prójimo. Tal fundamento también confirma gran parte de las afirmaciones de Baruch de Spinoza que aparecen en su libro clásico titulado “Ética”, como asimismo reciben confirmación los resultados de la psicología de las actitudes dentro del marco de la Psicología Social.

El marxismo sostiene que la conducta del hombre depende principalmente del contexto social en que se desarrolla, principalmente del modo de producción en la economía; cambiando ese contexto, cambiarán sus ideas y su conducta. De ahí que logra diseñar, no al hombre ideal en forma directa, sino a la sociedad ideal, para que luego cada individuo se acostumbre a ella. Pero el marxismo ignora las leyes psicológicas que rigen al individuo, ya que supone que tiene la plasticidad personal suficiente como para adaptarse al socialismo. Karl Marx afirmó: “Hasta ahora los filósofos han interpretado al mundo; desde ahora lo hemos de transformar”.

En épocas de Stalin, en la URSS tiene una gran influencia el biólogo Trofim Lisenko, quien sostiene la posibilidad de la herencia de los caracteres adquiridos, en contradicción con la ciencia biológica aceptada por entonces en el resto del mundo y confirmada en la actualidad. De ahí que el hombre nuevo soviético, luego de quedar influenciado por la sociedad comunista, delegaría esa información adquirida a sus descendientes, por lo que habría de afianzarse como un nuevo modelo de ser humano que predominaría en el futuro y caracterizaría a la humanidad.

Estas ideas surgen al desconocerse que el hombre no sólo actúa por la influencia social recibida, ya que también es portador de una herencia genética, que debe tenerse presente. Tampoco se tuvo en cuenta que no existe tal herencia de hábitos adquiridos. En realidad, el progreso del hombre se establece por medio de la evolución cultural, que se incrementa y se transmite de generación en generación.
La revolución de octubre, en la antigua Rusia, marca el comienzo de la búsqueda del hombre nuevo soviético. Michel Heller escribe:

“Por primera vez en la historia, los hombres hicieron una revolución con el objetivo de apoderarse del poder –de la «máquina del Estado», decía Lenin- pero también para construir la sociedad ideal, para fundar un sistema político, económico y social nunca experimentado por la humanidad”.

“Los autores del proyecto no ignoran, sin embargo, que su realización pasaba por la creación del hombre nuevo” (De “El hombre nuevo soviético”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1985).

La esencia del colectivismo es el anonimato del individuo que tiende a renunciar a proyectos personales para integrarse a los proyectos colectivos establecidos por el Estado. Michel Heller agrega:

“El objetivo es forjar el instrumento que permita edificar el mundo nuevo, que desarrolle en cada individuo el sentido de pertenecer al Estado, de no ser más que una ínfima parte de la maquinaria, un miembro del colectivo”, mientras que Andréi Platónov escribe: “El hombre no tiene tiempo para una denominada vida privada, que en lo sucesivo será reemplazada por actividades de utilidad pública y dependientes del Estado. El Estado se ha convertido en su alma” (cita en el libro mencionado).

En cuanto al aspecto “biológico” del hombre nuevo soviético, Heller prosigue:

“En la Unión Soviética, los estudiantes de medicina comienzan sus estudios de latín por esta frase: Homo sovieticus sum. Los futuros médicos aprenden, pues, que existen dos tipos humanos: el Homo sapiens y el Homo sovieticus”.

“La afirmación repetida de dicha diferencia constituye una de las grandes particularidades del sistema soviético. Si cada nación lleva en sí el sentimiento de la propia superioridad, la Unión Soviética es única en su pretensión de crear un nuevo género humano. Los nazis, que dividían la humanidad entre los arios y los demás, se fundamentaban en la noción intangible de «raza». Desde su punto de vista, se trataba de una categoría absoluta: se era ario o no se era. Los bolcheviques partieron de idéntico principio, si bien para la selección del elemento humano tuvieron como criterio no menos intangible el medio social y familiar del individuo. Los orígenes proletarios fueron así la mejor garantía para obtener una situación privilegiada de la jerarquía social instaurada después de la Revolución.”

“Al igual que el «no ario» llevaba en la Alemania nazi aquella marca de infamia durante toda su vida y la transmitía a sus hijos, en la República soviética el individuo no podía librarse de una extracción «no proletaria» (su única solución era la huída, escondiendo sus orígenes). Con el candor del fanático persuadido de su buen derecho, un responsable de la policía política, la Vecheka, explicaba en 1918 a sus subordinados: «No combatimos a los individuos; aniquilamos la burguesía como clase»”.

“La psiquiatría soviética tiene calificada oficialmente la «disidencia» de enfermedad mental: parte del principio de que la sociedad es sana, y considera como enfermas a las gentes lo bastante «locas» como para no encontrarla ideal. Este juicio resulta perfectamente lógico por parte de especialistas en el «lavado de cerebro». Los disidentes no son otra cosa que el desecho de la sociedad, «defectuosos» que han rehusado rendir sus armas, prefiriendo preservar su individualidad. No han llegado a «amar su esclavitud»”.

“El autor de la primera historia marxista de la literatura soviética formula de manera muy elocuente los criterios de «salud» y «enfermedad» que rigen el Nuevo Mundo en construcción. «La Revolución viene obligada a olvidar por largo tiempo el fin en provecho de los medios, de alejar sus sueños de libertad con objeto de no debilitar la disciplina». Es indispensable –exige el crítico- «crear un nuevo pathos para una nueva esclavitud», aprender a «amar nuestras cadenas hasta que nos parezcan los tiernos brazos de una madre»”.

La comparación de los comunistas con los nazis ha sido establecida muchas veces ya que, incluso, la cifra de asesinatos provocada por aquéllos resultaría bastante superior a la establecida por éstos. El reconocimiento de los asesinatos masivos infringidos por los comunistas chinos y soviéticos y el posterior mantenimiento de la adhesión y promoción del socialismo, es algo desconcertante. Así, Raimundo Fares escribe sobre la reforma agraria en la etapa maoísta en China:

“Todos los autores y los mismos dirigentes comunistas chinos reconocen los excesos cometidos durante los primeros tiempos de aplicación de la ley, excesos que derivaron en actos de suma violencia y asesinatos de terratenientes. Muchos de ellos fueron lapidados, atados a un arado y conducidos a latigazos, azotados hasta la muerte, puestos sumariamente en la horca, linchados. Se menciona incluso la cifra de dos millones de chinos eliminados en ese periodo de confusión y anarquía” (De “Un inmenso convento sin Dios”-Ediciones Mathepa-Buenos Aires 1964).

A pesar de tales afirmaciones, el autor citado prosigue en su libro mostrando las bondades de la ideología maoísta y de la reforma agraria respectiva. Acepta plenamente la ideología, pero no tanto las consecuencias de aplicarla. Si se sigue promoviendo la ideología, nos guste o no, se seguirán promoviendo sus consecuencias. Los ideólogos que promueven el socialismo y las reformas agrarias llevadas a cabo en la URSS y en China, asociadas a decenas de millones de víctimas que no quisieron formar parte de los experimentos de “ingeniería social”, constituyen el primer eslabón de una cadena de violencia similar a la que vivimos en la década de los setenta en muchos países de Latinoamérica. El segundo eslabón lo constituyen los jóvenes que adhieren a cualquier ideología si el agitador de masas tiene la suficiente habilidad para convencerlos.

En cuanto al trabajo comunitario asociado a la reforma agraria soviética, Ante Pavelić escribe:

“Desde que la tierra fue hecha colectiva, el hogar familiar no existe tampoco en el campo, en razón de que la elaboración colectiva no sólo exige el trabajo sino también la convivencia de la masa. Se unen a las tareas agrícolas hombres y mujeres que habitan en los cuarteles de amontonamiento. En las extensas posesiones del Estado, se construyen espaciosos edificios para habitar, donde no hay lugar para apartamientos familiares, y donde hay solamente locales para alojamiento y refección en común. Se presentan, así, los nuevos edificios modelos, también en las ciudades, y en los distintos centros industriales; todos son estructurados para favorecer la promiscuidad e impedir el resurgimiento de una vida familiar. El poder bolchevique no tolera la mancomunidad, mas favorece el acorralamiento de la gente para despojarla de la individualidad, del carácter humano y cambiarla en un agrupamiento que no razona y no pide”.

En cuanto a las creencias religiosas en la sociedad soviética, Ante Pavelić escribió:

“El que no ha relegado la fe y la pertenencia a una religión, no posee plenos derechos y no puede, entonces, aspirar a alguna ocupación en el Estado, lo que significa ser condenado a muerte, pues, en la Rusia soviética, no existen empleos, profesiones, artes, oficios, que no sean del Estado. Con todo esto, los bolcheviques no han subordinado a su control el cuerpo solamente, sino también, el espíritu y la conciencia del hombre”. “Despojada la gente de la tierra, de la casa, de la familia, no le pareció, a los hegemonistas marxistas, bastante asegurado su poder y han querido, en consecuencia, privarla, también, de su bien más íntimo: la conciencia”. (De “Errores y horrores”-Ediciones Verdad-Buenos Aires 1951).

La ideología marxista tiene todavía bastante aceptación. Así como pueden aparecer epidemias debido a los virus que permanecen escondidos en alguna parte, el rebrote totalitario puede aparecer en cuanto surja algún líder que tenga la habilidad necesaria para movilizar adecuadamente al hombre masa, previo adoctrinamiento ideológico que actualmente se sigue introduciendo poco a poco en la sociedad.

jueves, 27 de octubre de 2011

La demagogia constitucional

Podemos decir que la demagogia, como una distorsión de la democracia, consiste en la búsqueda, por parte de los políticos, del apoyo incondicional de los sectores populares pero sin contemplar tanto sus beneficios como la búsqueda de popularidad por parte de aquéllos. Cuando se tiene éxito en este tipo de práctica, es posible que se llegue a una tiranía. El demagogo trata de afianzar su posición creando una división del pueblo en donde se distingue entre “nosotros” (él y sus seguidores) y “ellos” (los opositores). La división se va acentuando en la misma medida en que se acentúa la tiranía.

Como ejemplo de práctica demagógica, podemos mencionar el congelamiento del precio de los alquileres de viviendas decretado por Juan D. Perón. En épocas de inflación, al quedar fijo el monto de los alquileres, y al subir el resto de los precios, el inquilino terminaba pagando un importe irrisorio, por lo que este procedimiento podía considerarse como una expropiación virtual de la vivienda en alquiler.
Como las medidas de tipo popular van destinadas a los efectos inmediatos y a los individuos que sólo tienen, como visión de futuro, un limitado horizonte, encuentran bastante apoyo, aunque en el mediano y el largo plazo perjudiquen a toda la sociedad.

Con los alquileres muy baratos, el inquilino no tendrá apuro en tratar de adquirir su vivienda propia ni el resto de la sociedad tendrá el menor interés por construir viviendas para alquilar. De ahí que, con el tiempo, se acentuará el déficit de viviendas y cuando se pretenda normalizar la situación, habrá pocas viviendas disponibles pero a precios muy elevados. Es decir, el sector de inquilinos, al que supuestamente se quiso beneficiar, con el tiempo no conseguirá vivienda o bien deberá pagar el alquiler a un precio excesivo.

Si, por el contrario, se establecen leyes que garanticen la integridad y el derecho de propiedad de las viviendas en alquiler, seguramente habrá bastante predisposición para que se inviertan capitales en algo tan necesario. Además, se logrará en poco tiempo crear nuevas fuentes de trabajo con los subsiguientes beneficios para todos.
Debido al predominio social del hombre masa, el demagogo pasará a la historia como alguien que amaba a su pueblo, mientras que el que ve la realidad con una visión propia de los países desarrollados, será considerado un oligarca, o bien como un colaboracionista que busca mejorar el patrimonio de los ricos, o algo por el estilo.

Como en algunos países este proceso tiene mayor éxito que en otros, no resulta extraño que, en aquellos favorables a la demagogia, el resto de los políticos trate de imitar al que tiene la habilidad para conquistar gran cantidad de votos, en lugar de tratar de imitar al que logra mejorar la situación económica y social de la población.

Cierto periodista deportivo mexicano reflexionaba acerca del malestar de la afición local por cuanto su seleccionado de fútbol nunca pasaba, en los campeonatos mundiales, de los cuartos de final. Se preguntaba que, si no pasaban de ese lugar, ¿acaso no sería ése el lugar que deberían tener? En forma similar, si en nuestro país, para ganar las elecciones gubernamentales, todo político debe encuadrarse en algún populismo ¿acaso no debería ser el subdesarrollo el lugar que debemos ocupar? Es conveniente adoptar esta postura como una forma de lograr cierta tranquilidad de ánimo, pero no debe significar una renuncia definitiva a mayores aspiraciones.

El populismo no se detiene en la conquista de la mentalidad predominante en la población y de la mayor parte de los espacios políticos, sino que avanza sobre las leyes vigentes e incluso sobre la Constitución. En la Argentina, en lugar de tratar de adaptarnos a la Constitución de 1853, la que permitió que el país llegara a un puesto destacado en el orden de las naciones, se procedió a desconocerla y a enmendarla con artículos que apuntaban al establecimiento de una “demagogia constitucional”.

En las sucesivas reformas, no hubo necesidad de grandes esfuerzos para llegar a acuerdos entre los principales partidos políticos, ya que la demagogia ha pasado a ser la actitud predominante en todos ellos. Es propio de países subdesarrollados que los políticos tengan como principal objetivo figurar en el futuro en los libros de historia. Poco les importa su país ya que tampoco les interesan las penurias y las dificultades que en distinta medida padece la población. De ahí que la reforma constitucional prioritaria sea la que admite la posibilidad de futuras reelecciones.

Incluso un gobierno militar, el que derroca a Perón, incluye al Artículo 14 bis, anexado a la Constitución en 1957. La redacción del artículo fue realizada por el político radical Crisólogo Larralde. Consta de tres partes que contemplan los derechos del trabajador, de los gremios y de todos los habitantes. Entre los últimos derechos aparece “el acceso a una vivienda digna”, que es interpretado generalmente como un derecho que tiene el ciudadano a recibir desde el Estado una solución habitacional sin tener deberes como contrapartida a ese derecho. En lugar de ser el propio individuo el que deberá trabajar para acceder a su propia vivienda, ha de ser el resto de la sociedad, a través del Estado, quien deberá proveérsela.

Mientras que el artículo 14 de la Constitución menciona distintos derechos de los hombres (a trabajar, a peticionar, a moverse, a publicar sus ideas, a asociarse, etc.) contemplando implícitamente los deberes correspondientes, el anexo de 1957 implicaba derechos sin deberes asociados, o bien deberes del Estado (o del resto de la sociedad) para con cada individuo. Carlos Mira escribe al respecto:

“Debe haber pocos textos tan contradictorios, representativos de estilos de vida y de modelos de país tan diferentes conviviendo en una misma Constitución como estos dos artículos consecutivos de la nuestra”.

“La misma redacción remite a mundos completamente opuestos, uno con el señorío del individuo y el otro con el de la masa. Si bien se advierte, el articulo 14 consagra una serie de derechos que llamaremos derechos «de». El artículo 14 bis «asegura» una serie de derechos que llamaremos derechos «a»”.

“La pretensión de garantizar los derechos a los que se refiere el nuevo artículo 14 propicia la automática necesidad de un «proveedor»”.

Entre los beneficios otorgados por el artículo 14 bis aparecen las “jubilaciones y pensiones móviles”, que se ajustarían en proporción a los aumentos del trabajador en actividad. Este objetivo, indiscutible y beneficioso para todos, no resulta fácil de cumplir si no existe el medio económico que lo sustente. Incluso parte del sector opositor al gobierno kirchnerista propuso su generalizada aplicación, pero si el dinero iba a surgir de una emisión monetaria excesiva, los efectos de la inflación correspondiente habrían de producir una seria crisis económica y social. Carlos Mira escribió:

“Vamos a ponernos de acuerdo en dos cosas: 1) Muchos de estos derechos son ideales extraordinarios. 2) Nunca estuvieron menos vigentes que desde que están escritos en la Constitución”.

Así como en épocas pasadas se hacía una división entre civilización y barbarie, algunos autores liberales hacen una división entre liberalismo (democracia plena + economía de mercado) y populismo (peronismo + radicalismo + militarismo), de donde deducen que el descenso argentino del desarrollo al subdesarrollo se debería a la transición desde el liberalismo a las distintas formas de populismo que le siguieron.

Otro de los cambios de la Constitución, que permite legalmente establecer tiranías, es la posibilidad de absorción, por parte del Poder Ejecutivo, tanto del Poder Legislativo como del Judicial. Carlos Mira escribió:

“Si el mandamás (con el apoyo de la masa) ha logrado invadir la esfera de poderes que teóricamente nacieron para controlarlo, imaginen ustedes hasta donde ha estirado las atribuciones propias”.

“En el caso argentino, ya vimos como la reforma de 1994 dio recepción constitucional a los decretos de necesidad y urgencia (DNU). Ese engendro ha permitido literalmente gobernar sin Congreso. Kirchner ha emitido más DNU que todos los dictados por Menem, De la Rúa y Duhalde combinados. A través de una serie de organizaciones para-policiales como la Secretaria de Comercio, la ONCCA y la AFIP, dedica parte de su tiempo a extorsionar al sector privado para alinearlo con sus necesidades, y con lo que desde su atril mayor ha dispuesto” (De “La idolatría del Estado”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2009).

Cuando José Ortega y Gasset describe al hombre masa, lo caracteriza como un “niño mimado”, siendo el populismo un fenómeno enteramente compatible con el fenómeno social denominado precisamente “la rebelión de las masas”. Carlos Mira agrega:

“Ese niño mimado llega a este mundo sólo con derechos, sin ninguna obligación. Su vida sólo debe decidir en qué modalidad del reclamo se siente más cómodo. Pero su característica esencial no cambia: se trata de un hombre despreocupado en lo absoluto por siquiera averiguar lo que necesita hacer y los mecanismos que es necesario poner en movimiento para satisfacer sus deseos de niño malcriado. A él sólo le interesa el resultado”.

“Como tal, se trata de la materia prima ideal para el demagogo populista. Desde su tribuna lo arengará para que crea que su derecho a exigir no tiene límites y que él será el Mesías que, «redistribuyendo la riqueza», le dará en la boca lo que espera. Su método será el enfrentamiento y la división, su herramienta la envidia, y su arma, el poder. A esta altura, el pobre hombre-masa hace rato que habrá dejado de tener capacidad analítica y el pensamiento crítico para descubrir a su estafador y dejarlo expuesto. Este habrá hecho ya lo suficiente para mantenerlo en la incultura y la vulgaridad, los vehículos que le asegurarán el grito dócil que endulce sus oídos y refuerce su despotismo”.

Gran parte de la historia argentina del siglo XX constituye un capitulo más de la rebelión de las masas, pero principalmente del hombre-masa ubicado en el poder y a cargo de las decisiones del Estado. José Ortega y Gasset escribe:

“Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización: la estatificación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado, es decir, la anulación de la espontaneidad histórica, que en definitiva sostiene, nutre y empuja los destinos humanos”.

viernes, 21 de octubre de 2011

Anomia e inseguridad

Las distintas normas de convivencia propuestas desde épocas primitivas han buscado establecer ordenamientos sociales que permitieran un aceptable nivel de felicidad. Estas normas tenían, en los individuos, distintos grados de aceptación, los que podrían considerarse como distintos grados de moral aceptados respecto de la ética adoptada por el grupo social.

Las éticas primitivas tenían un origen predominantemente religioso, atribuyendo su origen al Creador, o a los dioses, que de alguna manera se comunicaban con los hombres. Posteriormente surgen las éticas filosóficas y, desde épocas recientes, no se descarta la posibilidad de establecer éticas científicas.

La validez de las normas propuestas puede establecerse en base a los resultados que habrán de producir, sin importar tanto los orígenes que pudieran tener, ya que desde distintas religiones se predican éticas bastante distintas, a pesar de que, según sus difusores, todas provienen del mismo y único Dios.

El grado de validez que tiene un conjunto de normas resulta independiente de la época en que fueron promulgadas. Ello se debe a que, esencialmente, las leyes biológicas y psicológicas que gobiernan al hombre, por ser parte de las leyes naturales, no cambian con el tiempo; al menos éste es uno de los postulados básicos de la ciencia experimental.

Cuando leemos que grandes pensadores de la antigüedad, como Aristóteles, aceptan la esclavitud con cierta naturalidad, hace que muchos deduzcan que la ética tiene validez relativa, para una sociedad o para una época, por lo que no tendría sentido hablar de una ética natural y objetiva que tenga igual validez para todos los pueblos y para todos los tiempos. Sin embargo, no debemos olvidar que en épocas previas a Aristóteles, lo usual era la eliminación de los vencidos en una contienda bélica, con lo cual la esclavitud resultó ser una mejora social respecto de épocas previas. La ética adoptada por los hombres tiende a permitirnos, progresivamente, un adecuado nivel de adaptación a la ley natural.

Desde el punto de vista de la Psicología Social, existen dos tendencias generales que orientan las acciones humanas: cooperación y competencia. De ahí que hayan surgido tanto éticas cooperativas como competitivas, con distintos resultados. El mandamiento cristiano del amor al prójimo constituye una ética cooperativa e igualitaria, ya que implica compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes (todos a favor de todos).

En cuanto a las éticas competitivas, podemos mencionar la ética de Friedrich Nietzsche (de los vencedores, desigualitaria) con gran aceptación por parte de fascistas y nazis (La raza superior contra las razas inferiores) y a la ética de Karl Marx (de los perdedores, desigualitaria) con gran aceptación por parte de movimientos revolucionarios comunistas (La clase proletaria contra la burguesía).

Junto a las normas éticas propuestas vienen los premios, para favorecer su acatamiento, y los castigos, para desalentar su desacatamiento. Estos premios y castigos pueden estar implícitos en el cumplimiento o en la desobediencia a las normas, como ocurre en el caso de la ley natural, o bien pueden ser establecidos por la ley emanada de los organismos del Estado.

Se conoce como anomia “al estado en que el individuo percibe la ausencia de reglas o normas por las cuales regir su conducta”. Esa ausencia se debe a que tales normas no tienen vigencia por ser desconocidas por el grupo, o porque el individuo las conoce y finge cumplirlas para quedar bien con los demás (hipocresía) o bien trata de hacer lo contrario a tales normas para escandalizar a los demás (cinismo).

La anomia viene ligada al relativismo moral. Este relativismo parte de la idea básica de que no existe el bien ni el mal ya que ambos son conceptos subjetivos. Alexander Solyenitzin escribió:

“El comunismo nunca ocultó su negación de los conceptos morales absolutos. Se mofa de las nociones de bien y mal como categorías absolutas. Considera la moralidad como un fenómeno relativo a la clase. Según las circunstancias y el ambiente político, cualquier acción, incluyendo el asesinato, y aún el asesinato de millares de seres humanos, puede ser mala como puede ser buena. Depende de la ideología de clase que lo alimente.”

“¿Y quién determina la ideología de clase? Toda la clase no puede reunirse para decidir lo que es bueno y lo que es malo. Pero debo decir que, en este sentido, el comunismo ha progresado. Logró contagiar a todo el mundo con esta noción del bien y del mal. Ahora no sólo los comunistas están convencidos de esto. En una sociedad progresista se considera inconveniente usar seriamente las palabras bien y mal. El comunismo supo inculcarnos a todos la idea de que tales nociones son anticuadas y ridículas”.

“Pero si nos quitan la noción de bien y mal, ¿qué nos queda? Nos quedan sólo las combinaciones vitales. Descendemos al mundo animal.” (De “En la lucha por la libertad”–Emecé Editores SA–Buenos Aires 1976).

Aceptando las tendencias consideradas en la Psicología Social, es decir, cooperación y competencia, puede decirse que el bien está vinculado a la actitud cooperativa (amor), mientras que el mal está asociado a la actitud competitiva (odio) y a las actitudes de indiferencia (egoísmo y negligencia). Mediante esta clasificación es posible hablar de una ética natural y objetiva que puede encuadrarse en el ámbito de la ciencia experimental.

La idea del relativismo moral promueve, entre otros aspectos, la creciente inseguridad urbana y rural. Y ello se debe a que, se acepta tácitamente, que el culpable de las acciones delictivas no es el delincuente, sino el “sistema socioeconómico”. La Gran Enciclopedia Soviética afirma: “El crimen constituye la característica de las sociedades basadas en la propiedad privada, la explotación y la desigualdad social”. Como la explotación y la desigualdad social también forman parte de los sistemas socialistas, tal afirmación queda sin sentido y pasa a ser una simple creencia.

A partir de esta creencia, resulta poco sorprendente que los guerrilleros de los setenta, a pesar de cometer más de 20.000 atentados y unos 1.500 asesinatos, sean hoy considerados como “jóvenes idealistas que luchaban por un mundo mejor”. Los familiares de los soldados argentinos caídos bajo las balas de quienes proponían un sistema totalitario, no recibieron ningún apoyo económico por parte del Estado ni tampoco un reconocimiento por parte de gran parte de la sociedad; todo lo contrario ocurrió con los integrantes de los grupos que buscaban el ingreso forzado de nuestro país a la influencia del entonces Imperio Soviético.

Jorge Bosch escribió: “Uno de los argumentos favoritos de los ideólogos de la desestructuración en el ámbito de la justicia, consiste en afirmar que el delincuente no es el verdadero culpable, sino que siempre hay alguien detrás de él, alguien más poderoso y en consecuencia perteneciente a clases sociales más altas, y además detrás de éste hay otro, y finalmente se llega a la estructura social propiamente dicha. Así, la culpabilidad del delincuente se diluye en el océano de un orden social supuestamente injusto”

“Llamo contrajusticia al conjunto de normas legales, procedimientos y actuaciones que, bajo apariencia de un espíritu progresista interesado en tratar humanitariamente a los delincuentes, conduce de hecho a la sociedad a un estado de indefensión y propicia de este modo un trato antihumanitario a las personas inocentes. Muchas veces este «humanitarismo» protector de la delincuencia es una expresión de frivolidad: «queda bien» hacer gala de humanitarismo y de preocupación por los marginados que delinquen, sin mostrar el mismo celo en la defensa de las víctimas y sin siquiera preocuparse por reflexionar seriamente y profundamente sobre el tema”. (De “Cultura y contracultura”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).

El apoyo evidente y decisivo a favor de la delincuencia proviene de la misma legislación vigente, ya que se considera inimputables a los menores de edad por los delitos cometidos, aun si son de extrema gravedad. De ahí que la propia ley constituya una especie de invitación a los mismos para que delincan tranquilamente. Gran parte de la sociedad, para fingir cierto interés social, se muestra preocupada por la “reinserción social” del delincuente, mientras poco se interesa por la desdicha de las victimas, y futuras victimas. Abel Posse escribió:

“El gatillo fácil lo tienen en nuestro país los delincuentes. La recuperación social y moral del delincuente es en todas partes (salvo en la Argentina) un episodio posterior al de desactivar su peligrosidad con la energía suficiente para que el representante del Estado y los ciudadanos o bienes amenazados no corran riesgos” (De “Criminalidad y cobardía”-Diario La Nación-10/Dic/2009)

El daño irreparable que se vislumbra al apoyar a la delincuencia, se presenta también en el propio ámbito educativo. Así como el menor delincuente tiende a burlarse de los policías por cuanto la ley así lo permite, el adolescente tiende a burlarse de maestros y profesores por cuanto los castigos permitidos y limitados poco efecto le provocan. Incluso sus mismos padres actúan como cómplices cuando apoyan las actitudes irrespetuosas de sus hijos.

Mientras en épocas pasadas el alumno que recibía una amonestación se sentía avergonzado, porque incluso sentía que avergonzaba a su familia por un comportamiento indebido, en la actualidad muestra cierto cinismo ya que sólo se siente afectado ante un castigo material, abolido hoy totalmente. Incluso no falta quienes promuevan también la abolición de los castigos morales, como las amonestaciones, debido al “poco efecto que producen”. Es decir, si el alumno no siente un mínimo de vergüenza ni muestra el menor síntoma de arrepentimiento por sus acciones indebidas, entonces ya no se lo debería castigar más. La ausencia de todo tipo de sanción será entonces considerada por el alumno como una muestra de que su conducta es la aceptada por la sociedad.

La delincuencia también se ve estimulada por los medios masivos de comunicación cuando legitiman la burla y la grosería, que resultan ser otro factor de violencia. Los asesinatos no sólo son cometidos junto a robos y asaltos, ya que existe un gran porcentaje de crímenes ocurridos entre personas conocidas, o entre desconocidos y sin motivo aparente, derivados casi siempre del trato irrespetuoso entre seres humanos, y que involucra incluso al que posee un aceptable nivel económico.

En la base de todo proceso en que predomina la anomia, está vigente una ideología, o una concepción de la realidad, que la favorece. Como se supone que la hipocresía no conviene adoptarse como actitud permanente, algo que en general todos estamos de acuerdo, se cae en el extremo de adoptar la actitud cínica. Pareciera que existe consenso en nuestra sociedad de que debemos tomar como referencia a los mandamientos bíblicos, pero para realizar exactamente lo contrario.

jueves, 20 de octubre de 2011

El avance totalitario

Pareciera que muchos países, y muchos pueblos, buscaran en forma consciente el camino del subdesarrollo. Luego del éxito indiscutible que tuvieron los economistas liberales en varios países europeos y en el Japón, luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial, y luego de contemplar los fracasos indiscutibles del socialismo en otros tantos países europeos, quedaba claro cuál era el sistema económico y político que debería adoptarse y cuál el que debería rechazarse. Sin embargo, en la actualidad parece ser que los ejemplos históricos se han dejado de lado y en muchos casos se busca en forma consciente el camino del socialismo, a pesar de los rotundos fracasos que a lo largo y a lo ancho del mundo se sucedieron.

Con ello no se pretende afirmar que la Economía Social de Mercado no necesite perfeccionamientos y adaptación por parte de la sociedad que la adopte, mientras que resulta evidente que debe rechazarse el socialismo por cuanto nunca logró los objetivos mínimos deseados. Pero en vez de tratar de mejorarse el programa exitoso y abandonar el que fracasó, se busca mejorar el sistema que fracasó y se rechaza al que tuvo éxito; algo que resulta absurdo. Álvaro Alsogaray escribió:

“El Estado Benefactor o Estado-Providencia constituye una nueva versión de la idea socialista. Apareció cuando el fracaso de esta última bajo sus formas clásicas –socialismo pacifico y comunismo- se hizo evidente. El concepto de Estado Benefactor carece de un significado preciso, pero se tiende a explicarlo y justificarlo en función de vagas nociones de justicia social. En todo caso tiene un indudable atractivo para la demagogia moderna y constituye uno de los mayores problemas políticos de nuestro tiempo”.

“La «Nueva Economía» [keynesiana] y el Estado Benefactor no siempre se presentan juntos. Pero tienen muchos puntos de contacto y responden a impulsos psicológicos de un mismo orden. En los EEUU esa conjunción se está produciendo hoy de una manera por demás evidente. También en la Argentina sus cultores son numerosos. Seguramente la batalla final por la libertad ya no habrá que librarla contra el totalitarismo declarado sino contra estas híbridas pero insidiosas formas de penetración política que conducen, a través de la inflación, al colectivismo y a la masificación de la sociedad” (De “Bases para la acción política futura”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1969).

A pesar del predominio de tendencias socialistas en muchos países, como es el caso de España y Grecia, se sigue culpando al capitalismo, ya sea liberal o neoliberal, por las sucesivas crisis. En cuanto a las diferencias entre estas dos formas de liberalismo, Alsogaray escribió:

“Formas históricas del Capitalismo Liberal: la idea liberal tuvo diversas manifestaciones prácticas conocidas bajo el nombre genérico de Capitalismo Liberal. Las técnicas aplicadas inicialmente adolecieron sin duda de muchos defectos. En particular, la negativa dogmática y absoluta de aceptar la intervención del Estado en la vida económica, que se ha divulgado bajo el «slogan» «laissez faire – laissez passer» [dejar hacer, dejar pasar], hizo posibles muchos abusos y desacreditó el sistema, que se demostraba impotente para corregir esos abusos. Lo que la opinión pública ha resistido y resiste no es tanto la idea liberal sino las manifestaciones prácticas, hoy simplemente históricas, del liberalismo. El Socialismo representó la reacción contra dichas manifestaciones, pero al combatirlas atacó también los principios liberales. Actualmente, algunos liberales intentan rescatar esos principios y quieren aplicarlos en forma absoluta, creyendo que con esa intransigencia resisten mejor al Socialismo. Pretenden pasar de un solo golpe de la economía semisocialista o semiliberal en que vivimos a una economía liberal pura, conforme a un modelo elaborado sobre la base de aquellos principios. En la literatura política actual, esas formas históricas o ideales del liberalismo son conocidas como «la economía del siglo XIX», «el capitalismo manchesteriano», «la teoría del laissez faire», etc.”

“Economía Social de Mercado: la versión moderna del liberalismo tiene su exponente más representativo en la Economía Social de Mercado (Soziale marktwirtschaft) del Dr. Ludwig Erhard y sus colaboradores. Asociada a formas políticas democráticas, integra una síntesis que algunos llaman también Neoliberalismo. Esta fórmula fue la que permitió reconstruir los países de Europa Occidental y el Japón después de la Segunda Guerra Mundial. Con ciertas variantes se aplicó en Alemania, Bélgica, Austria; en Italia bajo la dirección de Einaudi; Francia, a partir de 1958, a través de Pinay y Rueff, y en otros diversos países. En todas partes condujo a la obtención de un alto grado de prosperidad y a una adecuada distribución de la riqueza. Significó en dichos países el más eficaz factor de estabilidad política y progreso social. Más tarde contribuyó a establecer las bases de la Comunidad Europea”.

Resulta evidente la actual confusión reinante por cuanto, entre los manifestantes denominados los “indignados”, aparecen críticas al neoliberalismo, siendo que, en los países en crisis, predominan tendencias socialistas que tienen como objetivo el Estado de bienestar. Los “indignados”, seguramente, votaron por alguno de los partidos de esa tendencia. Es legítimo protestar cuando se vislumbra un oscuro presente y un futuro poco prometedor, pero también es necesario tener presentes los lineamientos básicos de las políticas adoptadas por los países en crisis. Nótese que la tendencia socialista predominante en la actualidad ya se venía vislumbrando desde la década de los sesenta del siglo anterior, época en que fue redactado el libro antes citado.

Si bien los sistemas socialistas actuales no apuntan a la expropiación de los medios de producción, apuntan a la confiscación progresiva de sus ganancias. Además, debido a los gastos excesivos del Estado en ayudas sociales, se emiten billetes que favorecen la aparición de procesos inflacionarios, que terminan produciendo mayores problemas que los que se pretendieron solucionar. Esas ayudas generalizadas terminan, en su mayor parte, en personas que no las necesitan y en el propio sistema burocrático de distribución.

Si el capital productivo, que una empresa necesita para desarrollarse, se lo distribuye, previa confiscación, entre individuos que no lo obtienen a través del trabajo, la tendencia adoptada favorece la vagancia y desalienta la producción. Pero la principal forma de expropiación proviene de la emisión monetaria excesiva, siendo la inflación subsiguiente una forma indirecta de confiscación que afecta principalmente a los sectores de menores recursos.

El avance totalitario se hace evidente en países como Venezuela, Ecuador y Argentina en donde, a través de la televisión estatal, se difunden programas en los cuales se degrada, mediante la burla y la difamación sistemática, a todo aquel que opine a favor del neoliberalismo, o bien que haga críticas al gobierno de turno. Es decir, si alguien quiere para su país un tipo de política (democrática) y un tipo de economía (mercado) que produzca resultados similares a los que se produjeron en la Europa de posguerra, y se opone al socialismo, que incluso fue abandonado por los países precursores en esa tendencia (URSS, China), entonces deberá padecer todo tipo de descalificación pública y que, además, tiene el aval de las autoridades gubernamentales.

El ideal socialista sigue, sin embargo, vigente, y mantiene sus objetivos, a pesar de sus fracasos. Debido a la exaltación de la igualdad, en los sistemas colectivistas, se prohíben las actividades productivas individuales. Si alguien pretende establecer una innovación o un nuevo emprendimiento productivo, deberá realizarlo dentro del Estado. También, si una empresa estatal produce un excedente sobre la producción previamente planificada, tal excedente será para el Estado. Ante la imposibilidad de mejoras económicas individuales, es habitual la aparición de mercados paralelos, o mercado negro, cuya fuente de aprovisionamiento lo constituye el robo generalizado a las empresas estatales, de las cuales todos son empleados. En lugar de considerar que el Estado es de todos, se considera que pertenece a la clase gobernante, y parece no existir cargos de conciencia cuando alguien se apodera de aquello que al pueblo no le pertenece.

La corrupción generalizada surge de la imposibilidad legal de realizar actividades productivas fuera del Estado. Incluso, quienes lo dirigen, tienen la posibilidad de explotar laboralmente al ciudadano común, tal el caso de la médica cubana Hilda Molina, quien fuera enviada a Argelia a realizar trabajos de su especialidad, bastante mal pagos por parte del Estado, aunque este Estado cubano (o quienes lo dirigen) recibieron importes monetarios importantes por el trabajo de la médica. Puede decirse que el socialismo, o capitalismo estatal, es un monopolio que tiene todos los defectos que los marxistas atribuyen al capitalismo privado, pero bastante más acentuados.

La acción de delatar, incluso a sus propios familiares, es promovida por el Estado, de donde se llega al “aislamiento socialista”, algo totalmente opuesto a lo que dice la teoría. Hace algunos años, un sacerdote católico de origen checo, que estaba en la Argentina, vuelve a su país de origen una vez terminada la etapa comunista. Tenia la esperanza de predicar el cristianismo en su propio pueblo, pero recibe la sorpresa de que la gente escuchaba todo lo que les decía, pero nadie le contestaba nada. El antiguo temor a ser delatados estaba todavía presente en el recuerdo de esas personas. Finalmente el sacerdote decide volver a la Argentina.

Lo importante, y preocupante, es que a pesar de los sucesivos fracasos y catástrofes sociales promovidas por el marxismo, la ideología está intacta y se mantiene en vigencia la guerra ideológica. Alexander Solyenitzin escribió:

“En mi anterior discurso hablé bastante acerca del sistema estatal soviético, cómo se formó y cómo es actualmente. Pero quizá es más importante hablar de la ideología que le dio base, lo creó y lo conduce. Mucho más importante es comprender la esencia de esta ideología y, lo que es más importante, su acción constante, que no se modificó, en absoluto, durante ciento veinticinco años. Quedó tal como nació”.

“El comunismo es un intento tan torpe de explicar la sociedad y el hombre, como si un cirujano se valiera del hacha del carnicero para una delicada operación. Todo lo que hay de delicado y agudo en la psicología individual y en la organización de la sociedad –un organismo todavía más complicado- lo reducen a un grosero proceso económico. Toda esta creación –«el hombre»- se reduce a materia.”

“¿Y qué es la guerra ideológica? Un cúmulo de odio, la repetición del juramento: el mundo occidental debe ser aniquilado.” (De “En la lucha por la libertad”–Emecé Editores SA–Buenos Aires 1976)

lunes, 10 de octubre de 2011

Pragmatismo, ideologías y poder



Las actitudes mostradas por los políticos pueden sintetizarse bajo las tres orientaciones siguientes: pragmatismo, ideologismo y poder. Los votantes aceptarán o rechazarán estas actitudes estableciéndose una relación de simpatía, o bien de antipatía, como casos extremos que pueden darse.

En primer lugar tenemos la actitud pragmática en la cual el político toma como referencia la realidad social teniendo presentes los efectos que pueden ocasionar las posibles decisiones, pero dejando un tanto de lado las ideologías, ya sean propias o ajenas. L. Madelin escribió: “No profesaba el culto a los principios: éstos sólo le parecían apreciables por los resultados que podían tener; nuestra época le hubiese considerado por ello como un pragmatista” (Del “Diccionario del lenguaje filosófico”-P. Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

Un ejemplo en el cual predomina lo pragmático sobre lo ideológico es el caso de la China, que adopta la economía de mercado aunque sea incompatible con la ideología marxista predominante durante mucho tiempo. Se atribuye a Deng-Xiaoping, jefe del Partido Comunista chino, haber expresado: “No me importa el color del gato con tal que se coma los ratones”. En esta frase se vislumbra la tendencia a aceptar lo que la realidad muestra que mejor funciona, en lugar de atenerse con una fe ciega a dogmas y modelos económicos que nunca funcionaron bien.

Desde un punto de vista pragmático, se ha llegado a una nueva clasificación de las tendencias políticas que tiende a reemplazar a la antigua caracterización ideológica de derecha o izquierda. En este caso resulta mejor hablar de países que “aceptan capitales” y países que “ahuyentan capitales”. Andrés Oppenheimer escribió:

“A grandes rasgos, en la nueva geografía política mundial hay dos tipos de naciones: las que atraen capitales y las que espantan capitales. Si un país logra captar capitales productivos, casi todo lo demás es aleatorio. En el siglo XXI, la ideología de las naciones es un detalle cada vez más irrelevante: hay gobiernos comunistas, socialistas, progresistas, capitalistas y supercapitalistas que están logrando un enorme crecimiento económico con una gran reducción de la pobreza, y hay otros que se embanderan en las mismas ideologías que están fracasando miserablemente. Lo que distingue a unos de otros es su capacidad para atraer inversiones que generan riqueza y empleos, y –en la mayoría de los casos, por lo menos en Occidente- sus libertades políticas” (De “Cuentos chinos”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).

En segundo lugar tenemos a quienes priorizan las ideologías políticas o filosóficas previamente aceptadas, rechazando las ideologías adversarias, y teniendo muy poco en cuenta los resultados concretos obtenidos por unas y otras. Se observa la realidad bajo el punto de vista previamente adoptado incluso tratando de “cambiar la realidad en lugar de la teoría” cuando ésta resulta incompatible con aquélla, de donde surge la mentira sistemática para tratar de establecer la compatibilidad que no se establecería de otra forma.

Las ideologías deben irse conformando ante la necesidad de vincular nuestras descripciones con el mundo real, ya que es necesario formar un criterio orientador. Tanto una actitud pragmática sin ideología, o una actitud teórica sin pragmatismo, resultan ser, por lo general, ineficaces. El error radica principalmente en no tener la capacidad intelectual y la honradez necesaria para mejorar la ideología en función de los resultados concretos.

En uno de los extremos tenemos a quienes suponen que el mercado, por si sólo, todo lo resuelve; algo que no es real y que tiende a promover su descalificación por parte de los opositores. El mercado es un escenario favorable para el progreso y el bienestar general, pero debe existir un previo nivel de adaptación por parte de la sociedad. Sin el hábito del trabajo y del ahorro, el éxito a lograr es limitado.
En el otro extremo tenemos la actitud socialista que pretende seguir haciendo sucesivas pruebas, con distintos pueblos, esperando tener el éxito nunca antes logrado. Ante Pavelić escribió:

“¿Quién, entonces, puede sentirse autorizado a brindar a la fatigada humanidad semejantes catecismos, y, peor aún, quién puede pedirle que se deje comprimir en la retorta de la alquimia marxista en la que oprimen, ya, a millones de vidas humanas? ¿Y quién puede morir para dar a alguien la satisfacción de ver si tendrá éxito el experimento del resurgimiento?”.

“Naturalmente, cada uno quiere experimentar según el criterio o el capricho personal, y como nadie se halla dispuesto a adaptarse a la voluntad ajena, decide el pelotón. No hay otra vía de escape”. “El monstruoso método no se puede aplicar sin evitar que, en un momento dado, el proletariado se erija en su juez, y desde que, en Rusia, el pueblo no logra hacer oír su propia voz, éste resulta únicamente «el objeto» del experimento” (De “Errores y horrores”-Ediciones Verdad-Buenos Aires 1951).

En la Argentina existe una mayoritaria aceptación del modelo económico “exportador de capitales”, ya que, durante la etapa kirchnerista, han salido al exterior unos 75.000 millones de dólares (con 1 millón de dólares se pueden construir unas 20 viviendas, de distinta calidad según el país). Además, es posible que una cantidad apreciable de capitales hubiesen podido llegar al país en ese periodo. Parece ser que la prédica anticapitalista ha sido tan eficaz que ha llegado a convencer a una parte significativa de la población, y a los propios inversores, de que es mejor que los capitales vayan a crear trabajo y prosperidad a otras naciones. La ideología y la propaganda predominan incluso sobre lo que le conviene al votante que rechaza al capital.

En tercer lugar podemos mencionar el caso de políticos que no son pragmáticos ni idealistas sino que simplemente buscan el poder personal por encima de todo y simularán ser pragmáticos o de poseer una ideología según se presenten las circunstancias. Incluso no tendrán ningún inconveniente en pasarse al partido político contrario a “sus ideales” cuando lo consideren oportuno.

La mayor parte de los aspectos asociados al comportamiento social del hombre pueden describirse a partir de las dos tendencias básicas del hombre: cooperación y competencia. Ambas tendencias forman parte de nuestra naturaleza humana, y debemos armonizarlas de manera de que no signifiquen un impedimento para el crecimiento individual. La búsqueda prioritaria del poder va asociada al predominio del aspecto competitivo sobre el cooperativo; algo que produce resultados indeseados tanto en el individuo como en la sociedad. Ruth Schwarz escribió:

“Todos somos ciudadanos de dos mundos. Nuestra relación con nosotros mismos y con los demás, y hasta nuestra actitud hacia la realidad, se establece según dos modalidades profundamente contradictorias que se alternan, se mezclan, se confunden, dejándonos perplejos y sin posibilidad de comprender nuestra ambivalencia. En uno de ellos –llamado «mundo del reconocimiento»- se expresa nuestra capacidad de confiar, de entregarnos a la vida y a los vínculos con la seguridad de encontrar nuestro lugar sin tener que imponer nuestro derecho a la individualidad en forma agresiva. El otro –llamado «idolatría del poder»- arraiga en sentimientos muy profundos de desconfianza e inseguridad que nos impulsan a la fantasía de que todo en la vida se define por la fuerza, la capacidad de dominio, la confrontación competitiva”.

“En el mundo del reconocimiento nos aceptamos como somos, y estamos abiertos a la realidad como un campo para nuestra acción y nuestros afectos. Somos capaces de reciprocidad y amor, porque su fórmula es «Si tu creces, yo crezco contigo»/«Si yo crezco, tu creces conmigo». En el mundo de la idolatría del poder no toleramos nuestra vulnerabilidad humana, ni el hecho de no ser perfectos, ni nuestra incapacidad de «dominar cualquier situación». Nos encierra en el rechazo de todo lo que no se amolda a nuestros deseos. Es un mundo cerrado, donde parecería que hay lugar para uno solo; por ello su fórmula es «Si tu creces, yo me achico»/«Si yo crezco, tu te achicas»” (De “Idolatría del poder o reconocimiento”-Grupo Editor Latinoamericano-Buenos Aires 1989).

La descripción anterior de los dos mundos, realizada mediante denominaciones distintas a las empleadas en Psicología Social, como cooperación y competencia, tiene un significado muy similar. Pero en este caso, la psicóloga citada afirma que la búsqueda prioritaria del poder (de un individuo sobre otros seres humanos) responde a conflictos psicológicos personales, lo cual no debería asombrarnos demasiado. De ahí que el que logra poder, en el sentido indicado, no es en realidad alguien “superior y triunfador” sino alguien que padece trastornos en su personalidad. Ruth Schwarz escribió:

“Los otros no se conciben como iguales, están para ser usados, explotados o seducidos para que pongan su poder a nuestra disposición: son percibidos como una amenaza a este Yo que se pretende único. Se les niega el derecho a la autonomía, no se acepta darse cuenta de sus necesidades, de sus sufrimientos. Sólo se busca comprender al otro para poder manejarlo libremente, nunca para reconocerlo en su singularidad”.

“El mundo de la idolatría del poder nace de la otra experiencia fundamental ineludible que cada uno hace en la primera infancia”. “Las situaciones de hambre, dolor, desamparo, impotencia y miedo al abandono que sufre hasta el infante mejor cuidado despiertan en su mente primitiva una sensación de «desconfianza básica» cuya fantasía central puede resumirse en las frases siguientes: «Me están dañando, podrían destruirme, no puedo confiar en nada ni en nadie….»”.

“La respuesta a este cúmulo de emociones insoportables toma múltiples formas, pero tiene un solo contenido: la búsqueda frenética de recuperar la seguridad perdida a través de un poder absoluto sobre la realidad”.

“A partir de estas experiencias se va estructurando en el individuo el estilo particular de relación con los padres y el mundo que llamamos idolatría del poder. Se caracteriza ya sea por el egocentrismo agresivo, ya sea por el sometimiento total”.

Generalmente se considera que el que obtiene mucho dinero es el hombre competitivo, pero no debemos olvidar que también es competitivo el que logra poco dinero y vive amargado por la envidia. No debemos considerar bajo una misma categoría ética al que realiza todo tipo de maniobras financieras tratando de lograr mucho dinero aun a costa de infringir reglas éticas elementales, que a un empresario exitoso, como el desaparecido Steve Jobs, cuyo éxito económico resulta ser una consecuencia de haber sido útil a la sociedad. De ahí que no todo empresario tiene como objetivo lograr el poder sobre los demás, ya que el autentico empresario adopta como objetivo beneficiar a los demás a través de los servicios que ofrece.

La lucha ideológica contra el capitalismo surge, por lo general, de la prédica de quienes, motivados por una enfermiza búsqueda de poder, anhelan lograr el control político, o el económico, o ambos, de toda la sociedad, utilizando al Estado como medio para llegar a ese inaceptable objetivo.

jueves, 6 de octubre de 2011

Acerca del catolicismo

Se asocia a la palabra “católico” el significado de “universal”, ya que la Iglesia que lleva esa denominación ha tenido como objetivo difundir el cristianismo en todo el planeta. En nuestra época, parece ser que tan sólo la ciencia experimental es la que ha logrado difundirse por todos los países del mundo con una similar aceptación, debido seguramente a la validez universal de sus resultados. De ahí que la Iglesia de Cristo debería contemplar la posibilidad de fortalecer sus fundamentos teniendo presentes los conocimientos aportados por la ciencia, especialmente observando los desarrollos de las ciencias sociales y humanas.

La crisis actual de la Iglesia Católica puede sintetizarse en los siguientes aspectos:

a) Predominancia de la actitud filosófica a la actitud ética.
b) Denuncias a sacerdotes por abusos de menores con aparente encubrimiento institucional.
c) Proliferación de herejías como la “teología marxista de la liberación”.

Si bien corresponde que las críticas a una institución religiosa surjan desde sus integrantes más representativos, no debe olvidarse que toda institución de trascendencia social influye de alguna manera en todos y en cada uno de los integrantes de una sociedad. Y como integrante de una sociedad surge el derecho individual a opinar sobre todo lo que a uno lo pueda afectar, tanto en forma positiva como negativa.

El primer aspecto considerado se refiere a la prioritaria valoración de la creencia, o postura filosófica respecto al mundo, sobre la respuesta ética del individuo ante la sociedad. Como el “Amarás al prójimo como a ti mismo” es bastante difícil de cumplir, se considera que el mérito del creyente recae en algo más sencillo; creer que el mundo funciona de cierta manera y no de otras posibles. Gerhard Szezesny escribió:

“Debe superarse el antiguo prejuicio, según el cual, el hombre «sin Dios» sólo sería un sujeto de segunda fila, que sólo puede vivir una existencia nihilista, destructora de todo el orden humano; en síntesis, que sería una especie de aparición diabólica que traiciona la verdad, la humanidad y la cristiandad” (Citado en “Psicoanálisis del ateísmo moderno”-Ignace Leep-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1963).

Una prueba evidente de este criterio lo tenemos en el caso de algunos sacerdotes que, aunque conozcan la Biblia de memoria o crean con sinceridad en los preceptos de la Iglesia, aún así realizan acciones perversas como es el caso del abuso de menores, incumpliendo totalmente el mandamiento de Cristo del amor al prójimo. Incluso es posible que muy pocos católicos hayan indagado, en la psicología social, por ejemplo, el significado de la actitud del amor, algo simple y práctico que generalmente queda oscurecido por definiciones derivadas de incomprensibles misterios.

De mayor gravedad aún ha sido la intromisión, en la Iglesia Católica, de la “teología de la liberación”, ya que la propia Iglesia, a través de tal ideología, se encargó de promover a guerrilleros y terroristas que produjeron miles de víctimas en muchos países, especialmente latinoamericanos. La incompatibilidad entre cristianismo y marxismo no se debe tanto a la oposición entre creyente y ateo, sino entre el amor cristiano y el odio marxista. Al respecto, P. A. Mendoza, C. A. Montaner y A. Vargas Llosa escriben:

“Es que la guerrilla nunca ha sido solución de nada en ninguna parte. En cambio, su capacidad destructiva en todos los campos: económico, moral, ecológico, jurídico; sus enormes costos de vidas, en dinero, en recursos, la ubican en un puesto de primera línea entre nuestros fabricantes de miseria, por encima del propio Estado burocrático y dirigista que hemos padecido, de las oligarquías sindicales, de los empresarios mercantilistas, de los anquilosados partidos y de la pauperización académica, aunque sí muy cerca de los eclesiásticos que le dan su apoyo en nombre de la Teología de la Liberación” (De “Fabricantes de miseria”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1998).

En cierta forma, la caridad cristiana es interpretada por muchos como una actitud de lástima hacia el inferior (el pobre) al que hay que darle una limosna. Luego, para ser virtuoso, es necesario que siempre haya pobres. Esto contrasta con la actitud del amor igualitario propuesto por Cristo. La valoración económica de las personas, asociada a una valoración ética, hace que se vea al pobre como virtuoso y al rico como inescrupuloso. Este podría ser un vínculo entre marxismo y catolicismo, pero es un vínculo en el error, ya que esta asociación de virtudes y defectos en función de una aptitud laboral no se corresponde con la realidad. J. Paternot y G. Veraldi escriben:

“La preocupación por la pobreza que se apoya en la ignorancia y el error económico aumenta la pobreza en vez de reducirla. Sería trágico que la opción de la Iglesia por los pobres sea de hecho una opción por la pobreza”. “A grandes rasgos, la Iglesia pasó de su posición original, «el capitalismo debe reformarse mientras que el comunismo es intrínsecamente perverso», a la convicción inversa”. (De “¿Está Dios contra la economía?”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1991).

La utilización de la Iglesia para el desarrollo del marxismo en Latinoamérica fue descrito por Pablo Richard, quien escribió:

“Los movimientos cristianos eran como un gran cuerpo sin cabeza y los movimientos marxistas eran como una cabeza sin cuerpo. En América Latina se han reunido ambas corrientes: el cristianismo revolucionario y el marxismo revolucionario” (Citado en “¿Está Dios contra la economía?”).

En la historia del cristianismo, aparece la figura del Anticristo simbolizando el conjunto de personas y grupos que favorecen al odio y se oponen, por lo tanto, a las prédicas cristianas. Mientras el cristianismo propone el Reino de Dios, los grupos opositores proponen el Reino del Hombre, ejercido a través del Estado. Alberto Caturelli escribe sobre tales personas y grupos:

“Se caracterizan por una abolición paulatina o violenta de las individualidades originales que «hacen» la cultura, lo que lleva a la misma destrucción de la cultura auténtica y a la minimización y prostitución de lo universitario que fue creación del espíritu cristiano; la estatolatría tiende también a desarrollar al máximo el amor mundi pues el Estado se presenta como la realidad absolutamente final, sin un allende el Estado”.

“Esto lleva a los tiranos del siglo XX a la práctica de cierto «futurismo» más o menos absurdo y más o menos mesiánico como la «democracia universal», los «mil años» del nacionalsocialismo, o el «paraíso» soviético, o la «maravillosa realidad» de todas las realizaciones del peronismo «jamás superadas», etc.”

“Pero se engaña quien cree que esta violencia es de orden físico; es una violencia moral e interna contrapuesta al amor y por medio de la cual el tirano atraerá todo hacia sí mismo; exigirá entonces la adhesión íntima y completa que normalmente el hombre pone en Dios hasta convencer que fuera de él y sin él no hay «salvación» posible. El tirano viene en su propio nombre y todo ha de hacerse en su nombre. Él dará siempre la última palabra como signo de su «sabiduría» porque más allá de ella no hay apelación posible; él es «justo» y da la medida de la justicia de donde se sigue que la justicia es la arbitrariedad misma simiescamente vestida de justicia; es uno en el sentido de que es «único» y, por fin, es «omnipotente» por medio de todos los instrumentos de que dispone el Estado moderno”.

Mientras que el que acepta el camino indicado por Cristo, no teme la verdad y va siempre con ella, el que odia, porque se siente inferior y necesita destruir a su enemigo, nunca va a mostrar sus verdaderas intenciones y se cubrirá detrás de la mentira. De ahí que no tendrá inconvenientes en utilizar el disfraz de cristiano cuando ello convenga a sus planes. Alberto Caturelli escribió:

“Pero lo más grave, porque pone en evidencia el satanismo intrínseco, es la utilización de la mentira como sistema; la mentira que, es tendencia a la aniquilación del ser, se irá dosificando hasta rebalsar los bordes de capacidad de un pueblo” (De “El hombre y la historia”-Editorial Guadalupe-Córdoba-1956).

En cuanto al marxista auténtico, sin disfraces, resulta ser opositor al cristianismo. Ignace Leep, recordando sus etapas juveniles en el marxismo, antes de hacerse cristiano, escribe:

“Yo tenia plena fe en los escritos polémicos de autores marxistas, en particular de Lenin, y así estaba firmemente convencido de que los sacerdotes, pastores y todos los representantes oficiales de la religión, eran mentirosos e impostores conscientes, pagados por los capitalistas, para que consolasen al pueblo con la promesa de felicidades celestiales y éste no se rebelara contra el orden establecido y exigiera su parte de los bienes terrenales” (De “Psicoanálisis del ateísmo moderno”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1963)

En cuanto a Cuba, el centro de adoctrinamiento de grupos guerrilleros que atacaron varios países latinoamericanos, escribe la médica Hilda Molina:

“El gobierno de Fidel Castro no tardó en mostrar su intolerancia religiosa. Ya en 1963 los colegios religiosos habían sido clausurados, miles de sacerdotes y religiosas expulsados del país, y yo me iba alejando de mi Iglesia” (De “Mi verdad”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2010)

Parece ser que no sólo la guerrilla marxista en Latinoamérica tuvo el apoyo de sacerdotes católicos, sino también la organización vasca ETA, según lo afirma Álvaro Baeza, quien titula un libro de su autoría como “ETA nació en un seminario” (ABC Press-Madrid 1997).

Recordemos que el amor está asociado al fenómeno psicológico de la empatía, por el cual nos ubicamos en el lugar de otra persona para compartir sus penas y sus alegrías. Esto contrasta notablemente con el odio, que se manifiesta a través de la burla y de la envidia. Mediante el amor al prójimo, se trata de establecer una verdadera igualdad entre los hombres, ya que involucra a todo ser humano, cualquiera sea su origen, nacionalidad u otros atributos. Mediante el odio, se establece una discriminación social que excluye principalmente al que tiene éxito económico, ya sea un individuo, un grupo o una nación. La “dictadura del proletariado” no es otra cosa que la barbarie orientada al robo de la propiedad y al asesinato de los integrantes de la “burguesía”, que en la actualidad es el empresariado.

La Iglesia Católica ha descendido a un lugar muy bajo en cuanto admite en su seno a personajes siniestros que impulsan ideologías del odio y la discriminación. Pero basta que quienes la usurpen digan que son “creyentes” para ser admitidos, mientras que si alguien sugiere que la Iglesia adopte una postura netamente ética, antes que filosófica, se responderá de una manera negativa por cuanto parece ser que la tradición y los símbolos resultan más importantes que la propia supervivencia del hombre como tal.

domingo, 2 de octubre de 2011

Enfermedad inducida socialmente



Para tener presente la forma en que la sociedad puede afectar la salud individual de algunos de sus integrantes, podemos partir de una relación matemática, propuesta por William James, asociada a la descripción de la autoestima:

Autoestima = Éxitos / Pretensiones

Esto implica que mayor será nuestra autoestima en cuanto mayores sean los logros personales obtenidos, y se reducirá en cuanto mayores sean nuestras pretensiones, ambiciones o deseos.

Tanto las pretensiones, como la valoración de nuestros logros, dependerán bastante de cierta escala de valores predominante en la sociedad; de ahí un indicio de que nuestra autoestima dependerá indirectamente del medio social. Luego, la reducida autoestima será una posible causa de conflictos psicológicos, que significarán también enfermedades del propio cuerpo.

Con la fórmula anterior podemos describir también la modestia de muchos científicos, suponiendo que han tenido elevadas pretensiones o ambiciones de lograr nuevos conocimientos, obteniendo éxitos reducidos. Además, hay muchos que sienten una excesiva autoestima por cuanto se imponen metas intrascendentes desconociendo totalmente los grandes planteos del pensamiento humano. De ahí que la soberbia vaya asociada generalmente a la ignorancia.

También podemos optimizar la autoestima de una persona sugiriéndole “hacer pequeño el denominador”. Ello implica que no debe establecer proyectos inalcanzables, o difíciles de alcanzar. Tan sólo debemos elegir una dirección a seguir sin imponernos metas concretas. De ahí que Cristo dijo: “A cada día le baste su propio afán”. Si tenemos en la mente la imagen del hombre como un ser inteligente, que es capaz de indagar la información asociada a todo el universo, posiblemente veamos a los todos los seres humanos como individuos importantes y trascendentes, y así mejorará nuestra propia valoración.

Quien quiera reducir nuestra autoestima, no nos preguntará por los éxitos que hemos logrado, sino por aquellos que no hemos alcanzado. Esto pasa también cuando alguien desea hacernos sentir fracasados por no lograr los éxitos ambicionados por la mayor parte de la sociedad, o por no lograrlos en el tiempo impuesto por los demás. La notoria reducción de la autoestima lleva a muchas personas a estados depresivos. Hay quienes tienen “habilidad”, a partir de ironías y de burlas encubiertas, de hacer que otros comiencen a agredirse internamente, buscando que la “destrucción” sea más efectiva.

La depresión tiene entre sus posibles causas la existencia de una reducida autoestima del individuo. Lars Fredén escribió:

“Todas las clases de depresión tienen sus raíces en la pérdida de la autoestima, que puede llevar a que los impulsos agresivos se vuelvan hacia adentro”.

“La depresión es la expresión emocional del ego, de su desamparo y su impotencia. Es el resultado de la brecha entre un intenso deseo de ser valorado y amado, de ser fuerte, seguro y bueno, y el percatarse, de manera real o imaginaria de que estas metas son inalcanzables. La depresión ocurre cuando somos incapaces de vivir a la altura de nuestros propios ideales del ego. Esto sucede porque hemos puesto esas metas demasiado alto y en ocasiones porque la situación social ha cambiado” (De “Aspectos psicosociales de la depresión”-Fondo de Cultura Económica-México 1986).

En cuanto a la persona que tiene defensas adecuadas contra la depresión, Lars Fredén agrega:

“La autoestima se engendra con un sentimiento de dominio sobre nuestras acciones: el propio valor adquirido así, no se tambalea fácilmente por alteraciones temporales. Sin embargo, si la autoestima de un individuo está radicalmente reducida, le resultará difícil actuar, se volverá pasivo. Una conciencia fuerte y estable del propio valor es un elemento poderoso en la defensa contra la depresión”.

Además de la dosis de autoestima necesaria para la acción cotidiana, el individuo debe disponer de un adecuado sentido de la vida, que orientará sus pensamientos y sus acciones. Ambos aspectos del comportamiento individual están relacionados, por lo que Lars Fredén escribe: “En las raíces de la mayor parte de las depresiones está una sensación de que la vida carece de significado”. Si no se tiene un definido sentido de la vida, tampoco será fácil definir objetivos o metas, y tampoco será posible lograr éxito “cumpliendo” metas inexistentes.

Respecto de la ausencia de un sentido de la vida, o vacío existencial, Víktor E. Frankl escribió:

“Cuando se me pregunta cómo explico la génesis de este vacío existencial, suelo ofrecer la siguiente fórmula abreviada: Contrariamente al animal, el hombre carece de instintos que le digan lo que tiene que hacer y, a diferencia de los hombres del pasado, el hombre actual ya no tiene tradiciones que le digan lo que debe ser. Entonces, ignorando lo que tiene que hacer e ignorando también lo que debe ser, parece que muchas veces ya no sabe tampoco lo que quiere en el fondo. Y entonces sólo quiere lo que los demás hacen (¡conformismo!), o bien, sólo hacer lo que los otros quieren, lo que quieren de él (totalitarismo)” (De “Ante el vacío existencial”-Editorial Herder SA-Barcelona 1986).

Entre las causas que promueven los estados depresivos tenemos la promoción de la competencia contra los demás en lugar de “competir” con uno mismo a través de la superación cotidiana en cualquier actividad. Ello se debe a que no sólo debemos estar preparados para el éxito sino también para el fracaso. Lars Fredén escribió:

“La gente a la que se ha inculcado durante la infancia la importancia del triunfo, de apuntar alto en términos de trabajo, está más propensa de deprimirse en un marco social que proporciona medios deficientes de llenar esas aspiraciones”.

Como en otros casos, llegamos a la conclusión de que el individuo debe abandonar su actitud competitiva, para no perjudicarse ante el fracaso y para no perjudicar a otros en el éxito. Debe tratar de fundirse en lo social tratando de destinar sus pensamientos a los demás y no tanto a él mismo. Víktor E. Frankl escribió:

“En el servicio a una causa o en el amor a una persona, se realiza el hombre a sí mismo. Cuanto más sale al encuentro de su tarea, cuanto más se entrega a su compañero, tanto más es él mismo hombre, y tanto más es sí mismo. Así pues, propiamente hablando sólo puede realizarse a sí mismo en la medida en que se olvida a sí mismo, en que se pasa por alto a sí mismo”.

Podemos decir que el propio orden natural nos impone un sentido óptimo de la vida y que ese sentido aparente nos induce a establecer una actitud cooperativa respecto de los demás integrantes de la sociedad. Toda desviación, personal o colectiva, a ese sentido objetivo impuesto, se traducirá en sufrimiento, siendo éste una medida de nuestra desadaptación al orden natural. Víktor E. Frankl escribió:

“El sentido no sólo debe sino que también puede encontrarse, y a su búsqueda guía al hombre la conciencia. En una palabra, la conciencia es un órgano del sentido. Podría definírsela como la capacidad de rastrear el sentido único y singular oculto en cada situación”.

Para sentirnos bien y para hacer sentir bien a los demás, debemos tener presente la sugerencia de Wolfgang Goethe: “Si tomamos a los hombres tal y como son, los haremos peores de lo que son. En cambio, si los tratamos como si fuesen lo que debieran ser, los llevaremos allí donde tienen que ser llevados”.

No debemos olvidar que el proceso de adaptación social implica prueba y error, o intento y fracaso, al que siempre estará asociado algún tipo de sufrimiento o decepción. Si se trata que el niño, o el adolescente, no sufran en ninguna ocasión, se los perjudicará por cuanto se les quitará uno de los medios que posibilitará el crecimiento personal. Si, además, se les inculca cierto espíritu competitivo, en lugar de cooperativo, como hábito para sus vidas, se completa un tipo de educación bastante deficitario.

El premio o el castigo social, implican dos formas extremas de favorecer o impedir ciertas conductas individuales. Si la sociedad premia, o es indiferente, a las actitudes que provocarán resultados indeseados, la sociedad estará perjudicando al individuo que posee tales actitudes. Una de las causas de la creciente violencia urbana proviene del estímulo que la sociedad, a través de las leyes, produce sobre los menores delincuentes al otorgarles la no imputabilidad por los delitos que cometen.

Donde puede observarse notoriamente la influencia que la sociedad proyecta sobre el individuo, está en el caso del suicidio. Tal hecho, que parece ser algo estrictamente personal e individual, tiene también una importante influencia del medio social. Emile Durkheim escribió:

“Cada grupo social tiene realmente por este acto una inclinación colectiva que le es propia y de la que proceden las inclinaciones individuales; de ningún modo nacen de éstas. Lo que la constituye son esas corrientes de egoísmo, de altruismo y de anomia que influyen en la sociedad….Son estas tendencias de la sociedad las que, penetrando en los individuos, los impulsan a matarse”.

“La religión protege al hombre contra el deseo de destruirse,…lo que constituye la religión es la existencia de un cierto número de creencias y de prácticas comunes a todos los fieles, tradicionales y, en consecuencia, obligatorias. Cuanto más numerosos y fuertes son estos estados colectivos, más fuertemente integrada está la comunidad religiosa y más virtud preservativa tiene” (De “El suicidio”-Schapire Editor-Buenos Aires 1971).

Resulta evidente que la sociedad presenta una especie de actitud característica colectiva que, en caso de etapas de crisis moral, influirá negativamente en todo individuo. George Ritzer escribió:

“Las «actitudes» colectivas, o corrientes sociales, varían de una colectividad a otra y en consecuencia producen variaciones en las tasas de ciertos comportamientos, entre ellos el suicidio. Igualmente, si estas «actitudes» colectivas cambian, se producen variaciones también en las tasas de suicidio” (De “Teoría Sociológica Clásica”-McGraw-Hill de España SA-Madrid 1995).

Todo parece indicar que la mejora sustancial de la sociedad provendrá finalmente de una mejora en la mentalidad generalizada de la misma, cuando las actitudes individuales de los mejores y más influyentes logren mejorarla y así ese cambio producido mejorará las actitudes de los peores y de los menos influyentes. En las etapas de crisis severas, parece ser que los peores son los más influyentes. Al menos el principio del camino hacia una solución parece estar claro.