lunes, 27 de junio de 2011

Keynes vs. Friedman

Es posible encontrar, en la mayoría de las etapas del desarrollo de la ciencia económica, diversas posturas en pugna. Durante gran parte del siglo XX existió una confrontación entre los seguidores de Adam Smith y los de Karl Marx. El primero describe por primera vez el proceso del mercado mientras que el segundo propone una planificación económica que lo anula. El primero da inicio a la ciencia económica mientras que el segundo adopta una postura ajena a los lineamientos básicos de la ciencia experimental.

Luego de los reiterados fracasos de las economías planificadas, va quedando en el pasado la confrontación mencionada, apareciendo otras, siendo la principal la de los seguidores de John M. Keynes, en oposición a los seguidores de Milton Friedman. Esta vez la disputa se establece dentro del ámbito de la ciencia económica.

Existen diferencias entre ambas controversias, además de la mencionada, ya que, en el caso de Smith y Marx, se podían seguir ambas propuestas de manera intuitiva. En cambio, en la controversia entre Keynes y Friedman se requiere penetrar en aspectos no tan intuitivos de las relaciones entre las distintas variables económicas.

La imagen popular nos presenta un Keynes diciendo “El Estado debe fomentar la demanda” y un Friedman respondiendo “El Estado sólo debe regular la cantidad de dinero”. Estas actitudes, aparentemente tan opuestas, no lo son tanto si se tiene presente que la propuesta de Keynes se establece para el corto plazo y como una alternativa para que una economía en crisis salga de esa situación extrema. Las discusiones aparecen principalmente cuando se considera que la propuesta keynesiana debe también aplicarse previendo el largo plazo.

En una economía de mercado, cuando la demanda es reducida, aumenta la desocupación, mientras que, cuando la demanda es excesiva, aumenta la inflación; de ahí la posibilidad de controlar la economía, desde el Estado, controlando la demanda (sería a través de una “demanda artificial”).

Desde las épocas previas a Keynes, los economistas tenían la impresión de que el sistema autorregulado, constituido por el mercado, tendía a la estabilidad (precios, oferta y demanda estables) con una ocupación plena. En cambio, en la visión keynesiana la situación de estabilidad podría establecerse aún con un nivel de desocupación apreciable, justificando en ese caso la corrección del proceso mediante la intervención del Estado.

Existen situaciones a pequeña escala que reflejan cercanamente lo que ocurre en los mercados nacionales, como es el caso relatado por el economista Paul R. Krugman. Comenta que hace algunos años, más de un centenar de matrimonios con niños pequeños resuelve formar una cooperativa para el cuidado de niños. Cuando un matrimonio tiene que ausentarse de su hogar, sin sus hijos, debe dejarlos al cuidado de otra pareja.

El matrimonio que deja sus hijos “paga” por el servicio del cuidado, con un bono, a la pareja cuidadora. Con este bono la pareja cuidadora “pagará” a otra pareja, en el futuro, cuando tenga que dejar bajo cuidado a sus propios hijos. El sistema de intercambio de servicios se inicia con una distribución igualitaria de bonos.

Según describe Krugman, ocurrió algo impensado. La actitud previsora de la mayoría de las parejas hizo que el sistema entrara en crisis por cuanto pocos requerían el servicio mencionado temiendo quedarse algún día sin esos bonos. La situación se resolvió con la “emisión” de mayor cantidad de bonos. Paul R. Krugman escribió: “Finalmente los economistas se impusieron y el suministro de cupones se incrementó. Los resultados fueron mágicos: con mayores reservas de cupones las parejas estuvieron más dispuestas a salir, lo que generó abundancia de oportunidades para cuidar niños e hizo que las parejas estuvieran aún más predispuestas a salir” (De “De vuelta a la economía de la Gran Depresión”-Grupo Editorial Norma SA-Bogotá 1999).

La propuesta de Keynes, para la salida efectiva de las situaciones recesivas, con elevadas tasas de desocupación, consiste justamente en elevar los gastos del Estado en obras públicas como una forma de inyectar dinero adicional. Este ingreso de moneda, no asociado a una mayor producción, producirá inflación, pero bajarán las tasas de desocupación.

Algunos economistas, como A.W. Phillips y R. Lipsey, establecieron estudios estadísticos de los cuales surge la denominada “curva de Phillips”. Ella indica claramente que existe una dependencia inversa entre desocupación e inflación. A mayor inflación, menor desocupación. A menor inflación, mayor desocupación. De ahí la posibilidad aparente de los gobiernos de controlar ambas variables “eligiendo”, a través de la emisión monetaria, cuánto de desocupación y cuánto de inflación se desea tener, sin la posibilidad, eso sí, de eliminar ambas a la vez. Henri Lepage escribe: “Poco a poco es perceptible que la relación entre inflación y paro no puede ser tan simple como dice la teoría. Tal y como es entendida por los gestores de la economía, la «curva de Phillips» significa simplemente que basta con aceptar una cierta tasa de paro para tener un cierto ritmo de inflación, o un cierto ritmo de inflación para tener una cierta tasa de paro”.

“Ahora bien, ¿qué es lo que se constata? Que la aceptación de una degradación del empleo conduce efectivamente, en periodo de inflación, a disminuir el ritmo de inflación, pero que esa inflación nunca vuelve a sus niveles anteriores. A medida que se pasa de un ciclo coyuntural a otro es necesario reconocer que la misma tasa de paro ya no se encuentra ligada a una única y exclusiva elevación de precios, sino a una tasa más elevada”.

“Este es el fenómeno de la «estagflación», descubierto al final de la década de 1960. A los mismos ritmos de inflación corresponden tasas de paro cada vez más elevadas. El simple mantenimiento de la estabilidad del empleo sólo es posible al precio de una creciente dosis inflacionista” (De “Mañana, el capitalismo”-Alianza Editorial SA-Madrid 1979).

La economía no sería entonces un sistema elástico, en el cual se puede volver a las condiciones previas a la llegada de una perturbación, sino que parece ser un sistema plástico en el cual la perturbación produce un cambio permanente. En resumen, en el corto plazo se tiene efectivamente una relación inversa entre desocupación e inflación, pero a largo plazo el nivel de empleo se hace independiente de la tasa de inflación. Se llega, justamente, a lo que Milton Friedman denomina “tasa natural de paro”, definida por Henri Lepage como: “…es la tasa de paro que prevalecería en una economía en la que, con independencia de la tasa de inflación, las decisiones de los agentes económicos serían tomadas en función de las expectativas exactas referentes a la evolución futura de los precios”.

Si bien no es posible eliminar totalmente el desempleo en una economía considerada floreciente, o expansiva, debe tenerse presente que no se trataría de un sector de desocupados marginados por siempre del trabajo, sino que se trataría de un equilibrio dinámico en el cual los trabajadores están momentáneamente desocupados hasta que encuentran otro trabajo, no siendo siempre los mismos quienes estarán en esa situación.

Teniendo presente el corto plazo, se “aceptan” las sugerencias de Keynes, quien alguna vez expresó: “En el largo plazo todos estaremos muertos”, manifestando, quizás sin proponérselo, su desinterés por el largo plazo. Teniendo en cuenta el largo plazo, aparece la propuesta de los monetaristas o Escuela de Chicago:

1) La intervención del poder público en el juego coyuntural de las fuerzas económicas no sirve para gran cosa.
2) Dichas intervenciones son más desestabilizadoras que reguladoras
3) Más vale que el Estado intervenga lo menos posible en la política económica.

Quienes sostienen que la demanda debe establecerse en forma natural, y no artificial, basan su postura en la “ley de Say”. J.B. Say sugiere elevar la oferta en los sectores productivos en los que ha quedado atrasado el crecimiento de la producción respecto de los sectores eficientes, para que éstos no se vean perjudicados por la inoperancia de aquéllos. Enrique Ballestero escribe: “En la literatura, son frecuentes las interpretaciones sesgadas de la ley de Say. La famosa frase con que se resume esta ley en los manuales («la oferta crea su propia demanda») es ambigua. Sugiere que cualquier incremento de la oferta encontrará automáticamente su mercado y que, por tanto, no habrá crisis en una economía donde se respeta el laissez-faire. Pero Say no hizo afirmaciones tan ingenuas, ni creo que la frase en cuestión haya salido nunca de sus labios. La idea de Say fue: para que aumente la demanda, las áreas (o sectores) de productividad retrasada deben aumentar su oferta”. (De “Introducción a la teoría económica”-Alianza Editorial SA-Madrid 1988).

David Ricardo escribió al respecto: “Nadie produce con otro fin que el de consumir o vender, y vende con la exclusiva intención de comprar otra mercadería que pueda serle útil, o que pueda contribuir a la producción futura. Al producir, por lo tanto, uno se convierte necesariamente o en un consumidor de sus propios bienes o en comprador y consumidor de bienes de alguna otra persona…Las producciones son siempre compradas por producciones y servicios; el dinero es sólo el medio mediante el cual se efectúa el cambio” (Citado en “Critica de la economía clásica”-J.M. Keynes y otros-Editorial Ariel SA-Madrid 1968).

Como han propuesto varios autores, los problemas económicos no se resolverán sólo a través de los factores estrictamente económicos, sino por medio de factores extraeconómicos (al menos como casi siempre se los ha considerado). En el caso de la desocupación o de la productividad, es necesario introducir variables tales como “negligencia” y “laboriosidad”, para tener una descripción algo más ajustada a la realidad.