viernes, 29 de mayo de 2020

Gobierno mental vs. Actitud científica

Mientras que la esclavitud implica un gobierno material del hombre sobre el hombre, existe también la posibilidad de un gobierno mental similar, que resulta más efectivo y más peligroso que el primero. Ello se debe a que los ideólogos que odian a la sociedad y tienen ilimitadas ansias de poder, pueden dirigir a voluntad a sus seguidores incondicionales, generando destrucción y sufrimiento generalizado como el promovido por los diversos totalitarismos.

Así como existe una esclavitud material forzada y también una voluntaria, que surge como un intercambio de protección por libertad, no todo gobierno mental resulta forzoso, ya que también surge la posibilidad de una aceptación voluntaria por parte de quienes, siendo mentalmente negligentes, pretenden ocupar un lugar alto en la escala del conocimiento y de la sabiduría. Esta es la base de los fanatismos, promovidos por quienes exaltan exageradamente las virtudes de las ideologías adoptadas como guías y sentidos de sus vidas.

Así como todo ser humano necesita del alimento para vivir, necesita también de una visión del mundo y de un sentido de la vida asociado a esa visión. A partir de tal necesidad, desde épocas remotas encontramos ideólogos que han ofrecido "soluciones" de todo tipo, muchas de ellas con resultados poco efectivos. Roger-Pol Droit escribió: "Estos diversos rasgos dan un aire de familia a aquellos que, en culturas y épocas muy diferentes, creyeron en un orden secreto del mundo, en el papel central de una cofradía de iniciados sometidos a una disciplina física y moral rigurosa, predicaron la amistad y reinaron con el hierro y el fuego".

"Entre los geómetras vegetarianos de la antigua Gran Grecia se encuentra la misma pendiente autoritaria que entre algunos de nuestros iluminados. Quieren el bien de todos, y la fraternidad, y la armonía. No harían daño a una mosca. Pero, en nombre de un supuesto equilibrio de la naturaleza, cuyas claves ellos poseen, están dispuestos a someter todas las voluntades. Nada puede impedir que combatan y aplasten las ambiciones humanas consideradas contrarias a la ley natural y divina que les fue revelada".

"Por respeto a la vida en general, en nombre del gran parentezco de las especies, tal vez terminen por sacrificar vidas humanas para preservar vegetales o defender insectos. Más vale desconfiar del pacifismo con rostro cósmico. Más vale no ser cautivado demasiado pronto por la piedad que engloba sin discernimiento a helechos y mosquitos. Sin duda, los miembros de tales sectas, considerados por separado, son humanos amables. Pero su convicción inquebrantable de tener por maestro a «un guía suave para gente suave y justa» y de obrar con razón para el bien de todos deja necesariamente muy poco espacio a los otros, a sus errores y sus libertades".

"En su pensamiento, no hay lugar ni para el azar ni para la indiferencia y la neutralidad. Puesto que, a su manera de ver, todo está dotado de un sentido, ya eliminaron lo incierto, lo absurdo, lo aleatorio, lo caótico, lo contingente...Eso no se ve de entrada. Pero siempre es posible, rápidamente, el pasaje de la suavidad totalitaria al terror real" (De "En compañía de los filósofos"-Fondo de Cultura Económica de Argentina SA-Buenos Aires 1999).

A la palabra "ideología" se le asoció inicialmente el significado de "estudio de las ideas", aunque con el tiempo se la entendió bajo una forma despectiva, ya que reservaba esa denominación para las ideas que sólo benefician a un sector de la sociedad perjudicando a otros. De ahí que sea conveniente seguir con el significado original y luego, en cada caso, describir los efectos que su puesta en práctica produce en la sociedad. En principio, si una ideología es verdadera (compatible con la ley natural) sus conclusiones serán beneficiosas para todos los sectores. Si la ideología es falsa (incompatible con la ley natural) sus conclusiones serán beneficiosas para algunos y perjudiciales para otros, aunque en el largo plazo será perjudicial para todos.

Karl Marx calificó despectivamente a todo conjunto de ideas rival como "ideología". Sin embargo, el socialismo resultó bastante menos eficaz que el capitalismo, mientras que el cristianismo resultó bastante mejor que el marxismo-leninismo. Mariano Grondona escribió: "La palabra «ideología» tenía un significado neutral -«ciencia de las ideas»- cuando, en el siglo XVIII, Destutt de Tracy la lanzó a rodar por el mundo. Luego, Marx le dio un sentido polémico: la ideología, dijo, es la cobertura doctrinaria de un interés. Desde el punto de vista de Marx, naturalmente, el liberalismo era una «ideología» -disfraz intelectual del apetito burgués-, pero el marxismo, no: el marxismo era «científico»".

Es oportuno aclarar que el liberalismo se basa esencialmente en una teoría económica compatible con la ley natural, o bien trata de serlo, mientras que, en el ámbito político, trata de ser compatible con el resto de las ciencias sociales, como el derecho. Por el contrario, por ser la base del marxismo la "lógica dialéctica" (tesis, antitesis, síntesis) utiliza un método filosófico que pocas veces, o nunca, se ha utilizado en el ámbito de la ciencia experimental. De ahí que resulte extraño que todavía se siga repitiendo este tipo de inexactitudes. Además, aunque una teoría aplique el método científico, nada garantiza que vaya a pasar la prueba de la experimentación, ya que existen, en cada rama de la ciencia, teorías científicas verificadas y también teorías erróneas.

Grondona agrega: "Marx, sin embargo, había abierto el camino a la crítica de «todas» las doctrinas: cualquier pensamiento, a partir de él, se hizo sospechoso de parcialidad. Y fue Karl Mannheim, por fin, quien extrajo la conclusión obvia de esta línea de interpretación: en toda posición doctrinaria hay un elemento «ideológico» en cuanto ella defiende o pretende defender una situación, un complejo de intereses concretos que afectan a un grupo social determinado. Nació así la «sociología del conocimiento», ciencia destinada a rastrear en todas las doctrinas -naturalmente, inclusive la marxista- lo que ellas tienen de «interesadas» o vinculadas a la situación y a las aspiraciones del grupo social que las difunde y las ampara" (De "La Argentina en el tiempo y en el mundo"-Editorial Primera Plana SRL-Buenos Aires 1967).

Mientras que la sociología estudia comportamientos de grupos o sectores sociales, la psicología social presta atención a los individuos y a sus actitudes básicas; de ahí su interés por la influencia de toda ideología en las mentes y comportamientos individuales.

Los conflictos existentes entre sectores, ya sean de origen religioso, político o económico, se deben a que cada uno de ellos afirma poseer toda la verdad, o gran parte de ella, y el resto muy poca o ninguna. No existen conflictos, o son menores, cuando se adopta como referencia la ley natural. Es por ello que a las diversas ideologías se las pueda clasificar según ese criterio. Mariano Grondona escribió: "Las ideologías pueden ser clasificadas en dos categorías: ideologías «excluyentes» e ideologías «concurrentes». Las primeras afirman estar «en posesión» de la verdad y se niegan a dialogar o coexistir con las ideologías contrarias. Para ellas, la vida es guerra y cruzada, y el mundo, en definitiva, se divide entre los buenos y los malos: aquellos que aceptan la única y total verdad y aquellos que la rechazan. Las ideologías «concurrentes», en cambio, si bien creen tener acceso a la razón y a la verdad, aceptan la posibilidad de colaborar, coexisten con los otros credos políticos y, explícita o implícitamente, admiten que sus adversarios pueden poseer también una parte de la verdad".

"Las ideologías «concurrentes» y «excluyentes» parten de diferentes estimaciones de la persona humana. Para los «excluyentes», las personas tienen la «obligación» de aceptar la única verdad y, por lo tanto, la sociedad debe ser «uniforme» y monolítica. Para los «concurrentes», en cambio, la persona es respetable aun en el error. La sociedad puede y debe ser «plural»: un ámbito de pacífica convivencia entre quienes no piensan igual. Y la actitud fundamental de los partidarios de las diversas ideologías debe ser el «diálogo»: recíproco sinceramiento de creencias y de ideas, intercambio sutil de evidencias y convicciones".

Las ideologías excluyentes, por lo general, adoptan como referencia la opinión, o las ideas, de un líder. Consideran como "verdadero" todo lo que el líder afirma. Por el contrario, las ideologías concurrentes adoptan como referencia las leyes naturales, mientras que las opiniones afines son adoptadas como refuerzos para un mejor aprendizaje. De ahí que resulte totalmente inútil todo intento de acuerdo entre quienes en su cerebro han reemplazado la realidad por la opinión de su ideólogo preferido, y quienes en su cerebro tratan de asociar ideas extraídas de la propia realidad con sus leyes naturales subyacentes.

Es, por lo tanto, inútil el diálogo entre subjetivistas (que adoptan como referencia la opinión de un individuo "poseedor de la verdad") y objetivistas (que adoptan como referencia la ley natural). De ahí que el paso necesario para esperar acuerdos superadores de conflictos ideológicos, implica el ascenso hacia la actitud del científico, que pone en duda a cada momento sus propias ideas con la esperanza de lograr un acuerdo más cercano con la propia realidad.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Antagonismos actuales que se proyectan hacia el pasado

Por lo general, se supone que los antagonismos entre sectores provienen del pasado, lo que es parcialmente cierto, ya que las divisiones surgen también en el presente. Incluso estas últimas se proyectan hacia el pasado generando la necesidad de "revisionismos históricos", ya que las interpretaciones de un mismo hecho pueden no coincidir cuando surgen de bandos en conflicto. Las visiones ideologizadas tienden a enturbiar la realidad. Mariano Grondona escribió al respecto: "Ninguna nación tiene una visión homogénea de su pasado. Cada sector de intereses y cada corriente de pensamiento exalta, inevitablemente, a aquellas figuras o episodios que concuerdan con su posición fundamental. Pero esta actitud, que es general y constante, puede ser llevada en los momentos de división a un verdadero enfrentamiento histórico, a una verdadera ruptura de la memoria nacional. Surgen entonces, como interpretaciones opuestas del pasado, dos historias. Y entonces existen, de alguna manera, dos naciones".

La gravedad del asunto se advierte cuando los bandos en conflicto tergiversan los hechos recurriendo al ocultamiento de todo lo que tiende a invalidar sus posturas o bien a "crear" acontecimientos que nunca han existido. Mientras que, con cierto optimismo, se piensa que la verdad está a medio camino entre dos posturas en conflicto, seguramente esa verdad estará más cerca de una de ellas que de la otra. El citado autor agrega: "Los matices que separan habitualmente las versiones del pasado común se convierten en visiones antagónicas en los momentos de crisis. Así, cuando la Reforma protestante y el liberalismo escindieron el alma europea, se llegó a dos concepciones totalmente contradictorias de la Edad Media. Para algunos, la Edad Media pasó a ser la «edad oscura», ámbito y recinto de todos los errores y de todas las mistificaciones. Para otros, en cambio, la Edad Media fue una era de juventud y es a partir del Renacimiento y la Reforma que comienza el desvío y la crisis del hombre occidental. En este debate entre anticlericales y católicos -que ya ha llegado a su fin, pero arreció entre las dos guerras- no importaba tanto la verdad que, como siempre, estaba en un punto medio, sino la proyección hacia el pasado de opuestos sistemas de valores".

"Algo similar ocurrió con la Revolución Francesa, que fue para algunos el punto de partida de la liberación del hombre y, para otros, el lugar de encuentro de todas las maldades y todas las aberraciones" (De "La Argentina en el tiempo y en el mundo"-Editorial Primera Plana SRL-Buenos Aires 1967).

La lucha entre distintos bandos, en un mismo país, se debe, entre otras causas, a las proyecciones en el medio social de las actitudes individuales predominantes, como es la lucha entre el nacionalismo egoísta versus el internacionalismo liberal; lucha que predominó durante gran parte de la historia argentina. Mariano Grondona escribe al respecto: "Es forzoso admitir que la interpretación del pasado argentino se acerca mucho a estos dos ejemplos. No hay solamente perspectivas y ángulos diversos en la comprensión de nuestro pasado. Existen, en rigor, dos historias argentinas claramente determinadas y concretas y, también, simétricamente opuestas. Y éste es uno de los elementos más activos de la crisis nacional".

"Las dos historias argentinas están perfectamente estructuradas, con sus argumentos, sus villanos y sus héroes. Sólo que lo que es blanco en una, es negro en la otra. Y la verdad está aquí también, como en los debates sobre la Edad Media o la Revolución Francesa, en ese medio que sólo alcanza el desapasionamiento".

"Para la versión liberal de nuestro pasado, ésta era una colonia hundida en el atraso y en la incuria en que la suma de lo español y de lo indio la tenían sometida hasta que, trayendo consigo las ideas de renovación y de progreso propias de los países anglosajones y del liberalismo francés, un grupo de patriotas la despertó de su sueño y la echó a andar por la historia. Estos patriotas, hombres de letras y de espada, debieron luchar contra la pasividad del gaucho, contra la indocilidad del montonero y, también, contra la resistencia intermitente que los caudillos, salvajes y autoritarios, opusieron a su tarea. Y fue a partir de Caseros que la empresa comenzó a marchar hasta que los caudillos del siglo XX, Yrigoyen y Perón, la detuvieron otra vez".

"En la versión revisionista («revisionista» porque nació después, como una desmentida y una rectificación de la historia liberal que, a partir de las obras de Mitre, fue la historia oficial), las cosas sucedieron exactamente al revés. Aquí había una vigorosa colonia española que, con el resto de las posesiones hispanas del Nuevo Mundo, había formado una suerte de «mercado común» de incipiente industrialización. Un grupo de teóricos ligados a los intereses del puerto de Buenos Aires quebró entonces, con las barreras aduaneras, las posibilidades de desarrollo, mientras se alineaba cultural y económicamente con el imperialismo británico. La lucha heroica de los montoneros y, sobre todo, de Juan Manuel de Rosas fue, al fin, inútil: subordinado a los intereses brasileños, el general Urquiza abrió el país a las ideas liberales y permitió la destrucción de la cultura y las posibilidades nativas. La inmigración masiva desbordó, por fin, los esquemas tradicionales, reemplazando a la población criolla por nuevas clases ávidas de dinero y carentes de sentido nacional".

En cuanto a los artífices de ambas historias, o visiones de la Argentina, el citado autor agrega: "Estas dos historias argentinas, por efecto de su áspera polémica, se opusieron en cada detalle y en torno de cada hombre: se llegó así a la perfecta simetría de un anverso y un reverso en la explicación del pasado común. Los canales de expresión de las dos historias, sin embargo, no fueron idénticos. La corriente liberal tuvo por voceros a nuestros mejores prosistas y a nuestros escasos pensadores políticos".

"Ya Mariano Moreno, en su severa condenación del sistema de gobierno español, adelanta una cierta «leyenda negra» sobre la colonia. La cumbre de la condenación de la Argentina criolla se alcanzaría en el magistral «Facundo» de Sarmiento. Y, si bien su posición es matizada y converge hacia una unificación que nunca se alcanzó, Alberdi sueña también con la Argentina migratoria y eficiente cuya contrapartida es la Argentina heroica que debe dejarse atrás".

"El revisionismo, en cambio, sólo logró expresión ideológica en las últimas décadas, merced a la corriente nacionalista que inspiró a historiadores como Manuel Gálvez y, más recientemente, Ernesto Palacio y José María Rosa. El nacionalismo constituye un movimiento intelectual reflejo y tardío: la elegía de algunos intelectuales inspirados en pensadores europeos como Charles Maurras -igual mimetismo cultural, al fin, que los liberales- por esa Argentina criolla que no existía".

"La intelectualización del revisionismo tuvo, así, carácter póstumo. Las expresiones originales del antiliberalismo deben buscarse en otras vías que las del pensamiento político e histórico. En la poesía gauchesca -el «Martín Fierro», por encima de todo-, en los cantos tristes del folklore y en las letras quejosas de ciertos tangos. Pobre en sistematizaciones intelectuales, el revisionismo halló, en cambio, fuertes canales políticos. La trayectoria Rosas-Yrigoyen-Perón no es solamente un «slogan». Es el esfuerzo nunca abandonado para reemplazar los esquemas liberales por otros que se ajusten a la originalidad de un pueblo antiguo, doliente y relegado, al que han venido a sumarse las capas menos afortunadas de la inmigración".

Respecto a la magnitud de la inmigración, cabe destacar que, en 1914, "cuatro de cada cinco varones mayores de veinte años eran extranjeros en la ciudad de Buenos Aires. Once de cada veinticuatro, en el interior. El «pueblo» original, así, fue casi totalmente «reemplazado» por un nuevo «pueblo», a su vez fragmentado en colectividades diferentes".

La división entre nacionalismo y liberalismo fue decayendo para ser reemplazada por el antagonismo entre peronismo y anti-peronismo. En las últimas décadas predomina el conflicto ideológico entre socialismo y democracia, encolumnándose gran parte del peronismo en el primer sector y el antiperonismo en el segundo. De todas maneras, el primer paso que debe darse para intentar salir de la severa decadencia en la que estamos inmersos, ha de implicar un mejoramiento moral individual, sin el cual tiene poco sentido todo tipo de discusión ideológica. En todo caso, tales discusiones han de tener sentido una vez que se haya establecido ese primer paso.

lunes, 25 de mayo de 2020

Mentalidades individuales y sociales

A cada individuo se lo puede caracterizar mediante una actitud, o predisposición, que es adquirida por herencia genética sufriendo ciertas variaciones en conformidad con la influencia del medio familiar y social. Esta influencia se traduce en ideas y creencias predominantes, a nivel individual, que tienden también a establecer cierta "mentalidad generalizada" de la sociedad. Algunos individuos son muy influyentes mientras que otros son muy influenciables, admitiéndose un amplio espectro de casos intermedios.

La psicología social se identifica con la "psicología de las actitudes" y también con la descripción de las ideas y creencias predominantes en un individuo, o en un grupo, junto a los efectos que tales ideas y creencias han de producir. Si los efectos son negativos, seguramente que tales aspectos cognitivos serán erróneos, o incompatibles con el orden natural. A. J. Pérez Amuschategui escribió: "Llamaremos «ambiente» a la síntesis de los factores externos e internos que nos afectan. Y así, «mentalidad» equivale a conciencia del ambiente".

"La mentalidad, pues, no es nada definitivo, permanente, inmutable. Es algo que sufre cambios, rápidos o lentos, intensos o minúsculos, según cambien o se modifiquen las condiciones del ambiente en que desarrollamos nuestra acción vital. Por eso, hablaremos de «situación mental» para referirnos a una mentalidad localizada espacial y temporalmente".

"Estimamos, por consiguiente, que hay por lo menos cuatro grados o clases de «situación mental». En los extremos, dos situaciones-límite: la individual anónima y la individual del líder; la primera es susceptible de ser modificada por la vida de relación; la otra se esfuerza por modificar otras mentalidades. En el medio, hay también dos situaciones: la del grupo social y la de la elite; una y otra están en continuo choque y mutua adecuación" (De "Mentalidades argentinas 1860-1930"-EUDEBA-Buenos Aires 1984).

A manera de ejemplo, es oportuno mencionar una descripción del proceso ideológico y cultural que se establece en el siglo XV europeo; en este caso tomando como referencia a Juan Luis Vives. Su autor, José Ortega y Gasset, no sólo debe considerarse como un filósofo sino también como un psicólogo social importante. Al respecto escribió: "La arquitectura de nuestra vida tiene sus cimientos en el subsuelo; este cimiento soterraño son las creencias, no sólo religiosas, sino de cualquier orden. Son lo que nos es absolutamente incuestionable; de eso depende todo lo demás de nuestra vida. Tanto que, a veces, de tal modo nos es incuestionable eso en que creemos, nos es la realidad misma, que no reparamos, de puro creer en ello, en que se trata de una creencia nuestra. De nuestras creencias depende la figura de nuestra vida en lo fundamental. Sobre su profundo estrato se levantan los edificios ya un poco artificiales de nuestras ideas y opiniones; incluso de las que tienen rango de verdades científicas".

"Para definir al hombre Vives lo primero, pues, que sería forzoso filiar son sus creencias. Pero ahí está: las creencias, en el tiempo de Vives, son materia confusa que sólo con métodos de gran precisión se pueden definir. Vives es cristiano, pero con esta palabra se ha dicho muy poco. ¡Ha habido tantas maneras profundamente distintas de ser cristiano, es decir, de creer en el Dios de la Biblia y del Dogma! En el café o en el diario se presumirá haber dicho algo muy estricto cuando se ha dicho de alguien que es cristiano; pero en verdad, no se ha hecho más que usar una palabra equívoca que significa innúmeras cosas".

"Vives es cristiano, pero era eramista. ¿Es cristiano un eramista? ¿Un eramista es cristiano? Desde luego no lo es como lo era Santo Tomás de Aquino, ni como lo fue San Agustín, ni siquiera como lo va a ser Ignacio de Loyola".

"Pero junto a esta creencia firme, al fin y al cabo, con toda pureza cristiana, opera en el fondo de la vida de Vives otra fe contrapuesta menos compacta, menos precisa, pero, por ser más reciente, también más vivaz: la fe en la concepción del mundo que tuvieron los clásicos grecorromanos, por tanto, en el paganismo. No se olvide que Vives nace en las generaciones humanistas, y ese mundo pagano es, en verdad, un mundo sin dioses auténticos, sin orbe trascendente, es el mundo natural sin nada de sobrenatural".

"La Edad Media europea se identifica con el cristianismo; éste es la vida interpretada como vía, como viaje a la ultravida que es donde reposa y se vive en plenitud. En realidad, pues, el cristiano -en la medida en que es vigorosa y eficaz su fe- está fuera de este mundo anticipando el otro. Este mundo, el intramundo, es fantasma y alucinación para el cristiano; el otro mundo, el transmundo o ultramundo, es el auténtico".

"El Humanismo, ya preparado por el enriquecimiento de la vida en todos los órdenes, principalmente en las ciudades italianas y flamencas, introduce en los hombres -desde fines del siglo XV- esa concepción de la vida como «intramundanidad», como mundanidad, como consistiendo sólo en esta vida y no en preparación para la otra vida eterna, la cual vida eterna va esfumándose para estas generaciones, dejando de preocupar a los hombres y convirtiéndose, más que en otra vida, en lo otro que la vida" (De "Vives-Goethe"-Revista de Occidente SA-Madrid 1973).

El cambio esencial que se va estableciendo, respecto de las ideas o creencias predominantes, desde la Edad Media a la Moderna, radica en que, en el primer caso, se adopta a Dios como referencia, y al hombre en el segundo caso. Ortega agrega: "El tiempo de Dante se vive desde Dios. Este penetra toda la mundana existencia del hombre y convierte cuanto hace por su gusto y cuenta en concupiscencia y pecado. No se olvide la taxativa definición de pecado dada por San Agustín y que aún tiene plena vigencia sobre las almas en tiempo de Dante y aun posterior. Pecado -dice San Agustín- es todo aquello que el hombre hace tomándose a sí mismo como principio. Es decir, que afirmarse el hombre a sí mismo, que todo entusiasmo hacia algo humano y de este mundo es ya pecado; es lo que San Agustín llamaba «concupiscencia»".

"El hombre medieval tiene de la vida una concepción teocéntrica, como la Antigua Edad tenía una concepción cosmocéntrica, y como la Edad Moderna que en este preciso punto empieza ya formalmente con Vives, tendrá una concepción antropocéntrica. (Edad Moderna que tenemos ya, que empezamos a tener a nuestra espalda). Vives es, y en ello consiste lo más importante de su aportación al tesoro de las ideas, el primer antropólogo que ha existido, se entiende, como un primer albor de ello".

Tanto el teocentrismo como el antropocentrismo resultan posturas incompletas, por lo que, para el futuro, se requiere una visión totalizadora que involucre a ambas visiones parciales. De ahí que la única alternativa posible parece ser aquella que adopta como referencia la ley natural, que corresponde a una ley superior a los hombres pero que abarca a los propios hombres. Así, el orden natural asociado a todo lo existente constituye un vínculo que une la figura simbólica de un Dios creador con la humanidad.

También podemos asociar al orden natural una especie de “actitud característica” por cuanto responde de igual manera en iguales circunstancias, dándole sentido a aquella expresión bíblica que nos dice que hemos sido creados “a imagen y semejanza de Dios”. Llegamos, de esta forma, a una postura próxima a la filosofía de Baruch de Spinoza y de la religión natural.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Libertad y supervivencia

La libertad, como ausencia de un gobierno mental y material de un ser humano sobre otro, resulta ser una condición indispensable para la supervivencia de la humanidad. Ello se debe a que, en caso de producirse ese gobierno, implica que un ser humano ha usurpado el lugar que le corresponde a la ley natural. No existe "alguien más sabio", para adoptar como referencia, que el propio proceso evolutivo, que ha conformado nuestros atributos mentales y físicos.

La principal actividad humana consiste en conocer las leyes naturales que rigen todo lo existente, ya que nuestra posterior adaptación cultural al orden natural implicará nuestra supervivencia. Tal adaptación nos facilitará, no sólo una disminución o eliminación de los conflictos existentes, sino también la posibilidad de ser capaces de lograr la generación de energía a partir de la fusión nuclear, ya que, tarde o temprano, el petróleo, el carbón y hasta el uranio existentes resultarán insuficientes para abastecer a más de 7.500 millones de habitantes.

Adviértase que la necesidad de descubrir, de describir luego y de adaptarnos a las leyes naturales, es el mismo proceso adoptado por el físico y el químico que por el científico social y el religioso. Este último trata de adaptarse a las leyes de Dios, que no son otra cosa que las leyes naturales estudiadas por el científico. La oposición a este proceso, puede observarse en las diversas ideologías que desconocen o ignoran tales leyes, siendo reemplazadas por "leyes humanas" y hasta por caprichos personales impuestos masivamente por algún líder.

La validez de toda propuesta ética ha de depender de sus resultados, es decir, de los efectos producidos en todos aquellos que la ponen en práctica. Luego, se advertirá que los mejores resultados serán aquellos producidos por las propuestas compatibles con las leyes naturales. Por el contrario, las propuestas que producen violencia, infelicidad, hambre y todo aquello no deseado por los seres humanos, derivan de ideologías de carácter subjetivo, ya que sus autores ni siquiera han intentado indagar acerca de cuáles son las leyes naturales que deben respetarse. Y esto sucede tanto en el ámbito de la filosofía, de la religión y de las ciencias sociales, ya que ninguna de ellas tiene sentido mientras se ignoren los aspectos básicos e inmediatos de nuestra naturaleza humana.

Entre los requisitos básicos que debe reunir toda propuesta ética, además de la compatibilidad mencionada, aparece la sencillez y la simplicidad de la propuesta, ya que debe ser de utilidad tanto para el instruido como para el más simple de los seres humanos. Por el contrario, las propuestas que no reúnen esta condición (ni tampoco la anterior) se caracterizan por su complejidad y por su alejamiento del pensamiento cotidiano, dando lugar a interminables batallas verbales que sólo sirven para mantener contentos y entretenidos a los "filósofos" de tipo sofista.

Si el ser humano responde a dos tendencias principales; cooperación y competencia, resulta eficaz la sugerencia de compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, ya que de esa manera se favorece la cooperación social, mientras que la competencia con uno mismo, o bien aquella orientada a establecer una mayor cooperación, permitirá resolver la mayor parte de los conflictos y problemas que aquejan a la humanidad. Tal actitud no implica una especie de respuesta automática ante cualquier ser humano, sino una predisposición que ha de surgir cuando las condiciones lo permitan.

Esta sugerencia ética, promovida por el cristianismo, lleva implícito un acatamiento a la ley natural; de ahí el concepto del Reino de Dios sobre el hombre, es decir, el gobierno de Dios a través de sus leyes en oposición a toda forma de gobierno del hombre sobre el hombre. Es por ello que las ideas predominantes del liberalismo sean esencialmente las mismas ideas bíblicas surgidas hace más de dos mil años atrás. Sin embargo, el absurdo llega al extremo cuando presuntos "liberales" atacan al cristianismo como si fuese el principal enemigo ideológico.

La tendencia hacia el logro de mayores niveles de adaptación, produce simultáneamente mayores niveles de felicidad, y ellos se alcanzan a través del acatamiento directo de una ética natural que contempla las leyes naturales accesibles e inmediatas que rigen nuestra conducta individual. El gobierno de la ley natural sobre cada ser humano es, además, un autogobierno, por cuanto se descarta todo gobierno humano no vinculado a la ley natural.

El proceso de la evolución cultural de la humanidad puede sintetizarse en el paso de la libertad de uno, a la libertad de muchos hasta llegar finalmente a la libertad de todos; etapa final que, por el momento, no ha podido lograrse. La libertad de todos provendrá no sólo de liberarnos de todo gobierno humano, sino de liberarnos de nuestros propios defectos, que limitan nuestro nivel de felicidad y hasta nos generan importantes niveles de infelicidad. Benedetto Croce escribió: "Que la historia es la historia de la libertad es dicho famoso de Hegel...Con diversa intensión y diverso contenido se pronuncia aquí aquella frase, no para asignar a la historia el tema de verse formada por una libertad que antes no existía y algún día habrá de ser, sino para afirmar a la libertad como forjadora eterna de la historia, como sujeto mismo de toda la historia".

"Es, considerada como tal, por un lado, el principio explicativo del curso de la historia y, por otro, el ideal moral de la humanidad" (De "La historia como hazaña de la libertad"-Fondo de Cultura Económica-México 1942).

La libertad, como valor cultural, tuvo sus inicios en la antigua Grecia, aunque no implicaba una libertad para todos, sino para unos pocos, ya que se aceptaba la esclavitud de muchos. Los valores griegos, adoptados por los romanos, se difunden en Occidente, recibiendo un fuerte impulso con el cristianismo, que impone la innovación de la libertad para todos. Will Durant escribió: "El derecho fue la expresión más característica y duradera del espíritu romano. Así como Grecia representa en la historia la libertad, así Roma representa el orden; y al modo como Grecia legó la democracia y la filosofía como cimientos de la libertad individual, Roma nos dejó sus leyes y sus tradiciones de administración como bases del orden social. El unir estos dos legados, al convertir esta oposición estimuladora en una armonía es la primaria tarea de los hombres de Estado" (De "César y Cristo"-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1967).

Sobre las bases greco-latinas, se instala el cristianismo perfeccionándolas para establecer los principios que darán lugar a la civilización Occidental. Orlando Paterson escribió: "En la Roma imperial ocurrió también el tercer gran desarrollo de la historia de la libertad: el surgimiento del cristianismo. La misma clase de gente que dominaba la economía y la cultura popular romanas y que había hecho de la libertad un valor secular masivo fue la que transformó la rústica secta judía en una religión mundial".

"Durante ese proceso rehicieron a su imagen la religión original de Jesús y la convirtieron en la primera, y única, religión mundial que sitúa la libertad -la libertad espiritual, la redención- en el centro mismo de su teología. De este modo iba a ser entronizada la libertad en la conciencia de todos los pueblos de occidente; allí donde el cristianismo se enraizaba proveía a los conversos no sólo la salvación en Cristo, sino el ideal de la libertad. Y en tanto cuanto sobrevivía el cristianismo también sobrevivía, al menos en forma espiritual, el profundo compromiso occidental con el ideal de libertad" (De "La libertad"-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1993).

En total oposición a los ideales occidentales, surgen en el siglo XX los totalitarismos (fascismo, nazismo, comunismo) en los que se advierte una regresión, que se opone a la libertad y la supervivencia, en la cual se advierte un sistema social en el que predomina la libertad de uno (Hitler, Stalin, Mao, etc.) y la obediencia y la esclavitud del resto.

domingo, 17 de mayo de 2020

El último teorema de Fermat

La demostración del “último teorema de Fermat” requirió del trabajo de varias generaciones de matemáticos a lo largo de 358 años, es decir, los años requeridos desde su enunciado hasta su demostración. Simon Singh escribió: “El matemático francés Pierre de Fermat, nacido en 1601, mantuvo intrigados durante 360 años a los matemáticos de todo el mundo a raíz de una nota que dejó en el margen de su ejemplar de la Arithmetica de Diofanto, un clásico de la matemática griega. En ella, Fermat afirmaba que la ecuación x (exponente n) + y (exp n) = z (exp n) no tenía soluciones en números enteros salvo el caso en que n sea igual a 2. «He encontrado una demostración maravillosa para este problema, pero el margen es muy pequeño para escribirla», anotó. Finalmente, casi cuatrocientos años después, el matemático inglés Andrew Wiles demostró, tras varios intentos fallidos, el célebre teorema de Fermat” (De “El último teorema de Fermat”-Editorial Norma SA-Bogotá 1999).

Cuando sólo contaba 10 años de edad, Wiles se entusiasmó al poder entender el planteamiento del teorema, y desde ese momento decidió dedicar su vida a demostrarlo. Tal demostración implicaba la posibilidad de generalizar el teorema de Pitágoras para exponentes enteros mayores que 2. Así, en un triángulo rectángulo de lados 3 y 4, con una hipotenusa de 5 unidades de longitud, se cumple la siguiente igualdad:

3² + 4² = 5²

Se observa que, para el exponente 2, es posible encontrar tres números enteros 3, 4 y 5 que verifican la igualdad. Fermat se preguntaba si, para otros exponentes enteros, mayores que 2, sería posible encontrar tres números enteros que en ese caso verificasen la igualdad, llegándose finalmente a la conclusión de que no existe esa posibilidad.

Fermat es considerado como el más importante matemático del siglo XVII a pesar de ser un aficionado a las matemáticas, ya que su profesión de abogado y juez constituia su labor habitual. Siendo las matemáticas un pasatiempo para sus ratos libres, fue el iniciador, con Descartes, de la geometría analítica, y con Pascal, del cálculo de probabilidades. Fue un precursor del cálculo diferencial y se le recuerda también por un principio de la óptica geométrica.

Todos los teoremas propuestos en el margen del libro mencionado, excepto uno, fueron demostrados por él mismo o por otros matemáticos posteriores. De ahí que, luego de la demostración tardía de su “último teorema”, surgen dos posibilidades (defendidas por dos sectores de matemáticos).

a) Efectivamente hizo una demostración de su teorema.
b) No lo hizo, ya que para la demostración establecida se requirió de un desarrollo matemático como el alcanzado en el siglo XX, por lo que mintió.

Diversos matemáticos demostraron la imposibilidad para el exponente 3 y algunos otros, pero se requería de una demostración general para los infinitos exponentes enteros posibles. Este tipo de problemas puede parecer una pérdida de tiempo para quienes están alejados del ámbito científico, ya que descartan la posibilidad de cierta utilidad para la vida cotidiana de los seres humanos. Sin embargo, todo el desarrollo matemático requerido para llegar a la demostración puede aportar ayuda para la resolución de aspectos prácticos de interés general.

El industrial alemán, aficionado a las matemáticas, Paul Wolfskehl, luego de ser rechazado por una mujer, decide suicidarse. Fija una hora para ese acto final, ordena sus cosas, y, mientras espera la hora, hojea un libro de su biblioteca descubriendo un error cometido por un matemático de prestigio, referido a la demostración del teorema en cuestión. Ese hecho le salva la vida, ya que decide comunicar el error observado. Simon Singh escribió: “Se sentó, exploró el segmento inadecuado de la demostración y se concentró en tratar de desarrollar una breve demostración que consolidara el trabajo de Ernst Kummer o mostrara que su suposición era equivocada, en cuyo caso todo el trabajo de Kummer carecería de valor. Al amanecer la tarea estaba completa”.

“Wolfskehl rompió las cartas de despedida y escribió de nuevo su testamento a la luz de lo que había sucedido aquella noche. Tras su muerte en 1908 su nuevo testamento fue leído, y la familia Wolfskehl quedó sorprendida al descubrir que Paul había legado una considerable proporción de su fortuna como premio a quien pudiera demostrar el último teorema de Fermat…Era su manera de pagar su deuda con el acertijo que le había salvado la vida”.

Entre los conocimientos matemáticos previos y necesarios para la demostración final, se encuentra la conjetura de Taniyama-Shimura, dos matemáticos japoneses. Aun cuando algunas personas logran hacer aportes originales a la ciencia, algo inaccesible para la mayoría de los mortales, no logran una estabilidad emocional suficiente para superar los problemas que les presenta la vida. Este es el caso de Yutaka Taniyama, quien se suicida en plena juventud. En su carta de despedida escribe: “Hasta ayer, no tenía ninguna intención definitiva de quitarme la vida. Pero más que unos pocos han tenido que observar que últimamente he estado cansado física y mentalmente. En cuanto a la causa de mi suicidio, yo mismo no la entiendo, pero no es el resultado de ningún incidente en particular, ni de un asunto específico. Simplemente quisiera decir que estoy en un estado mental en el que he perdido la confianza en mi futuro”.

Simon Singh escribe a continuación: “Unas pocas semanas después del suicidio, irrumpió una segunda tragedia: su prometida, Misako Suzuki también se quitó la vida. Según se dijo, dejó una nota que decía: «Nos prometimos el uno al otro que no importara a dónde fuéramos, nunca nos separaríamos. Ahora que él se ha ido, yo también debo irme para estar junto a él»”.

Cada especialidad de las matemáticas requiere un estudio intensivo de todo lo realizado, o casi todo, en tal ámbito. Wiles estimaba que tendría que dedicarse totalmente unos diez años para lograr la demostración. Cuando se le preguntó a David Hilbert por qué nunca había intentado una demostración del teorema de Fermat, contestó: “Antes de comenzar tendría que dedicar tres años de estudio intensivo y no tengo tanto tiempo para gastar en un posible fracaso”.

Para la demostración, Wiles utilizó la teoría de grupos, una rama de las matemáticas creada en el siglo XIX por un joven de unos 16 años, Evariste Galois, muerto en un duelo (por cuestiones políticas) antes de cumplir los 21 años.

La actividad científica, teniendo en cuenta el necesario intercambio de información, no es una actividad individual sino colectiva. Quien pudo realizar la demostración final, Andrew Wiles, expresó respecto del método utilizado: “Era como entrar en una casa a oscuras. Se penetra a tientas en una habitación y, durante meses y hasta años, está uno dándose trompicones con los muebles. Poco a poco se va sabiendo dónde están y puede uno ocuparse de buscar el interruptor de la luz. Cuando se le encuentra y se da la luz, todo resulta claro. Entonces se pasa a la habitación siguiente y se vuelve a empezar” (De “Grandes matemáticos” en Investigación y Ciencia-Temas 1-Prensa Científica SA-Barcelona 1995).

Una vez que logra establecer la demostración, su trabajo se reparte entre seis especialistas para su verificación. Uno de ellos descubre un paso no demostrado, por lo cual deciden devolverle el trabajo hasta que salve la situación. Como el periodismo ya había publicado el éxito de la demostración antes de la verificación de los jueces, la situación de Wiles se convirtió en una verdadera pesadilla.

La demostración (con el error o laguna) no fue publicada ya que, si algún otro matemático resolvía el inconveniente, quedaría como el autor final de la famosa demostración. Luego de dos años de intenso trabajo adicional, Andrew Wiles logra finalmente establecer el resultado esperado, confirmando la negativa de que sólo la igualdad puede cumplirse para el exponente 2.

viernes, 15 de mayo de 2020

El marxista acusa, el "capitalista" otorga

Existe una expresión que indica que "el que calla, otorga", implicando que el silencio ante cierta acusación es una forma de aceptación de la misma. Actualmente se vislumbra una situación similar, ante las acusaciones marxistas al capitalismo, advirtiéndose no sólo una aceptación tácita, sino cierta confirmación por parte de uno de los sectores acusados. Así, quien aduce que el capitalismo es un "sistema inmoral" por cuanto está motivado por razones egoístas, recibe como confirmación que, efectivamente, "el egoísmo es una virtud". Tal confirmación potencia la difusión de la mentalidad anticapitalista y la aceptación de posturas socialistas.

Si el egoísmo fuese imprescindible en el mercado, tendría asidero aquella creencia de que, en todo intercambio comercial, una parte se beneficia y otra se perjudica, o bien que, en el comercio internacional, un país se beneficia mientras el otro se perjudica, y muchas conclusiones por el estilo. Debemos tener en cuenta que, para que los intercambios en el mercado sean duraderos, ambas partes interactuantes deberán beneficiarse simultáneamente. De lo contrario, pronto cesarán (que es lo que ocurre cuando predomina el egoísmo en una de las partes).

Una economía de mercado, en realidad, puede funcionar aceptablemente a pesar del egoísmo de sus actores, ya que, al existir competencia entre productores, todos se ven obligados a reducir sus cuotas de egoísmo hasta niveles normales. Así, el vendedor que eleva sus precios y baja la calidad de sus productos, actuando en forma egoísta, pronto se quedará sin clientes, ya que éstos cambiarán de proveedor. Las circunstancias del mercado lo obligarán a reducir su egoísmo hasta llegar a una situación cercana a la "cooperación social", que es el verdadero objetivo al que apunta la economía de mercado, o capitalista.

El empresario es la base material de la economía de una sociedad. Es por ello que, de la misma manera en que un edificio se mantiene gracias a las columnas que lo sustentan, y que para destruirlo sólo basta con dinamitarlas, para destruir una sociedad basta con eliminar al empresariado. De hecho, las economías subdesarrolladas se caracterizan por tener un reducido plantel de empresarios, o por un plantel de baja calidad. Luego, generalizar que el empresario ha de ser necesariamente alguien egoísta, excluyendo toda posibilidad que esté motivado por la cooperación social, es algo inadecuado. Significaría que sólo el poder y el dinero son sus metas, mientras que en realidad se observan empresas con mucha antigüedad que tienen éxito precisamente por buscar el beneficio simultáneo entre cliente y empresario.

Quienes promueven "la virtud del egoísmo" cierran las puertas a una masiva difusión del capitalismo, ya que cualquiera sabe que el egoísmo es un defecto que toda persona en proceso de mejoramiento personal trata de disminuir. Si el egoísmo fuera una virtud, sería aconsejable ser cada día más egoísta. Por el contrario, las figuras representativas del liberalismo sostienen la necesidad de existencia de una base ética adecuada para el posterior desempeño en el mercado.

Quienes se han convertido en aliados del socialismo y detractores indirectos del capitalismo, son también detractores de la ética cristiana, llegando al extremo de afirmar que "el amor al prójimo es inmoral" (lo que no resulta extraño en quien afirme que el egoísmo es una virtud). El mandamiento del amor al prójimo implica una actitud, o predisposición, por la cual se trata de compartir las penas y las alegrías ajenas como propias. Esa es justamente la ética necesaria para establecer vínculos comerciales que beneficien simultáneamente a ambas partes intervinientes en una transacción o intercambio en el mercado.

El economicismo, actitud netamente materialista, que supone que todos los aspectos sociales y culturales dependen del sistema económico vigente, como es el caso del marxismo, llega a la conclusión absurda que el vínculo que ha de unir a los seres humanos, para conformar un orden social, no han de ser los aspectos emocionales o afectivos, sino que han de ser "los medios de producción", y que por ello mismo deberán pertenecer al Estado. Pareciera que los millones de años de evolución que culminan con la vida inteligente hayan tenido como objetivo implícito lograr que los seres humanos "sean socios" en la producción de elementos para la vida cotidiana, casi el mismo objetivo de supervivencia que el asignado al resto de la vida.

El economicismo de algunos sectores capitalistas no difiere esencialmente del marxismo en cuanto a su pobre compatibilidad con los objetivos aparentes del proceso evolutivo, sino que difiere en los medios para establecer el orden social. Es por ello que algunos autores lo denominan "marxismo de mercado". No es la empatía emocional propuesta por el cristianismo el vínculo que debería conformar la sociedad humana, sino "los intercambios comerciales" orientados por el "egoísmo racional". Ayn Rand escribió: "El principio de intercambio comercial es el único principio ético racional para todas las relaciones humanas, personales y sociales, privadas y públicas, espirituales y materiales. Es el principio de justicia" (De "La virtud del egoísmo" pág.45-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2007).

Mientras que Cristo propone al "hombre nuevo", que adopta y cumple sus mandamientos, el marxismo-leninismo propone al "hombre nuevo soviético", adaptado al socialismo. En cuanto al "hombre nuevo" seguidor de Ayn Rand, podemos encontrarlo diariamente en aquellos deprimentes e insoportables individuos que no saben hablar de otra cosa que de sus éxitos económicos y de sus proyectos en el mismo sentido. Apenas uno intenta cambiar el tema, es ignorado para retomar el tema anterior.

Al relegar los aspectos emocionales a un lugar secundario, se observa un alejamiento evidente respecto de las leyes naturales. Ello se debe a que se propone que el ser humano desoiga el sentido impuesto por el proceso evolutivo. Implica reemplazar parcialmente la ley natural por objetivos personales subjetivos (a pesar de usarse el calificativo de "objetivismo"). Mientras que el liberalismo auténtico propone la libertad material y mental de todo ser humano respecto de sus semejantes, tanto el marxismo como el objetivismo se alejan de ese objetivo, ya que con sus directivas subjetivas tienden a reemplazar el gobierno de la ley natural sobre todo ser humano. Daniel Goleman escribió: "En la danza de sentimiento y pensamiento, la facultad emocional guía nuestras decisiones momentáneas, trabajando en colaboración con la mente racional y permitiendo -o imposibilitando- el pensamiento mismo. De la misma manera, el cerebro pensante desempeña un papel ejecutivo en nuestras emociones, salvo en aquellos momentos en que las emociones quedan fuera de control y el cerebro emocional pierde sus frenos".

"En cierto sentido, tenemos dos cerebros, dos mentes y dos clases diferentes de inteligencia: la racional y la emocional. Nuestro desempeño en la vida está determinado por ambas; lo que importa no es sólo el cociente intelectual sino también la inteligencia emocional. En efecto, el intelecto no puede operar de manera óptima sin la inteligencia emocional. Por lo general, la complementaridad del sistema límbico y la neocorteza, de la amígdala y los lóbulos prefrontales, significa que cada uno de ellos es un socio pleno de la vida mental. Cuando estos socios interactúan positivamente, la inteligencia emocional aumenta, lo mismo que la capacidad intelectual" (De "La inteligencia emocional"-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2000).

Tanto marxistas como objetivistas, en sus afanes destructivos contra el cristianismo, caen en el error de despreciar la empatía emocional cayendo en el absurdo de pretender reemplazar lo emocional, tanto en los individuos como en la sociedad, para ubicar en su lugar vulgares materialismos que se oponen totalmente al proceso evolutivo y a la plenitud de la vida inteligente. Pero debemos comprenderlos; por carecer de lo emocional, o por despreciarlo, sus razonamientos pueden no coincidir con la realidad.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Un Papa peronista

Autor: Loris Zanatta

El autor pone en discusión la visión de pueblo del papa Francisco con la historia del populismo en América Latina como telón de fondo. El artículo fue publicado en la edición de marzo/2016 de la revista italiana Il Mulino.

En cuanto no creyente, me impresiona ver las bofetadas que resuenan en la Iglesia; como historiador, me incomoda volver a encontrar en las trincheras los ejércitos que se batían durante el Concilio: el mundo está tan cambiado desde entonces…..Después de haber estudiado durante veinte años a la Iglesia argentina, me sobresalto viendo la figura del papa Francisco utilizada por unos y otros. Por lo tanto, creo que es útil reflexionar a partir del lugar del que él proviene: el catolicismo argentino. Y hacerlo desde lejos, esquivando las disputas que agitan a la Iglesia sin la pretensión de enseñar nada, sino sólo señalar el contexto histórico y cultural donde se ubica la parábola de Bergoglio.

Antes, dos premisas. Una se refiere a la célebre etiqueta de “Papa peronista” que desde el primer momento Bergoglio carga consigo. Muchos bromearon con ello, pocos se esforzaron por comprenderlo. Será porque del peronismo los italianos tenemos nociones vagas, y suele pensarse como un fenómeno exótico de lugares remotos. Error: el peronismo es el caso más típico de populismo latinoamericano, y dado que para los italianos es el pan cotidiano, haríamos bien de tomarlo en serio. ¿Bergoglio es peronista? Absolutamente sí. Pero no tanto porque adhirió a él en su juventud. Más bien en el sentido de que el peronismo es el movimiento que determinó el triunfo de la Argentina católica frente a la liberal, que salvó los valores cristianos del pueblo frente al cosmopolitismo de las elites. Por lo tanto, para Bergoglio el peronismo encarna la saludable conjugación entre pueblo y nación en la defensa de un orden temporal basado en los valores cristianos, e inmune a los liberales. En pocas palabras, Bergoglio es hijo de una catolicidad embebida de antiliberalismo visceral, que se erigió a través del peronismo en guía de la cruzada católica contra el liberalismo protestante, cuyo ethos se proyecta como una sombra colonial en la identidad católica de América Latina.

Entonces, ¿Bergoglio es populista? Absolutamente, a condición de que ese concepto sea entendido como se debe. Llámese peronismo o de otra manera, los rasgos ideales del populismo antiliberal son siempre los mismos. En efecto, el populismo del Papa no tiene nada de original, salvo la proyección global que su cargo le confiere. Pero antes de ver sus contenidos, corresponde señalar la segunda premisa. ¿El tema? El universo terminológico del Papa: en sus grandes viajes del año pasado –Ecuador, Bolivia, Paraguay; Cuba y los EEUU; Kenia, Uganda, República Centroafricana- Francisco pronunció 356 veces la palabra pueblo. El populismo del Papa está ya en sus palabras. Menos familiaridad tiene en cambio Bergoglio con otros términos: democracia la mencionó apenas 10 veces, individuo 14 veces, y generalmente en su acepción negativa. La palabra libertad la repitió más a menudo, 73 veces, y en la mitad de los casos en los EEUU. En Cuba la pronunció sólo 2 veces.

¿Son números sin sentido? No tanto. Confirman lo que se intuía: que la noción de pueblo es el arquitrabe de su imaginario social. No tiene nada de malo: pueblo es una hermosa palabra, potente y evocadora. Pero también resbalosa y ambigua. ¿Cuál es la idea de pueblo en Francisco? Su pueblo es bueno, virtuoso, y la pobreza le confiere una innata superioridad moral. En los barrios populares, dice el Papa, se conservan la sabiduría, la solidaridad, los valores evangélicos. Allí está la sociedad cristiana, el depósito de la fe. Más aún: ese pueblo no es para él una suma de individuos sino una comunidad que los trasciende, un organismo viviente animado por una fe antigua, donde el individuo se disuelve en el Todo.

En cuanto tal, ese pueblo es el Pueblo Elegido que custodia una identidad en peligro. No por nada la identidad es otro de los pilares del populismo de Bergoglio: una identidad eterna e impermeable frente al devenir de la historia, propiedad exclusiva del pueblo; una identidad ante la cual toda institución o Constitución humana debe inclinarse para no perder la legitimidad que le confiere el pueblo. Es claro que tal noción romántica del pueblo es discutible y que también lo es la superioridad moral del pobre. No hay que ser antropólogo para saber que las comunidades populares tienen, como toda comunidad, vicios y virtudes. Y lo reconoce, contradiciéndose el mismo Pontífice, cuando establece un nexo de causa y efecto entre pobreza y terrorismo fundamentalista; un nexo por otra parte improbable.

Pero idealizar al pueblo ayuda a simplificar la complejidad del mundo, en lo cual los populismos no tienen rivales. El límite entre Bien y Mal se presentará entonces tan diáfano que puede desatar la enorme fuerza ínsita en toda cosmología maniquea. Es así como el Papa contrapone el pueblo bueno y solidario a una oligarquía depredadora y egoísta. Una oligarquía transfigurada, carente de rostro y nombre, esencia del Mal en cuanto rinde culto al dios pagano del dinero: el consumo es consumismo; el individuo, egoísta; la atención al dinero, adoración sin alma. Tal es el enemigo del pueblo para Bergoglio; sí, enemigo, como en un tiempo lo definía la “racionalidad iluminista”, la “pretensión liberal” de homogeneizar la creación.

¿Cuál es el peor daño provocado por esta oligarquía? La corrupción del pueblo. La oligarquía mina las virtudes, la homogeneidad la espontánea generosidad, como un Diablo tentador. Vistas así, las cruzadas de Bergoglio contra la oligarquía, por más que se repitan el lenguaje de la crítica post-colonial, son herederas de la cruzada antiliberal que los católicos integristas llevan adelante desde hace dos siglos.

Algo que no debe extrañar: el antiliberalismo católico que en el plano secular simpatizó con las ideologías antiliberales de turno, fascismo y comunismo in primis, es natural que hoy abrace con ardor la vulgata no global. Ciertamente hay en la historia del catolicismo una fuerte tradición católico-liberal, interesada en la laicidad política, los derechos del individuo, la libertad económica y civil. Pero no fue esa la familia que vio crecer a Francisco. Si el colegio de cardenales hubiera elegido un Papa chileno quizás hubiera podido encontrarlo en ese universo cultural. Pero la Iglesia argentina es la tumba de los católicos liberales, muertos por la ola nacional popular.

¿Tiene fundamento la visión populista del mundo propia de Bergoglio? ¿Será eficaz para volver a darle a la Iglesia y a su mensaje el relieve perdido? ¿Podrá resistir a la progresiva secularización del mundo? No está dicho. Si es cierto que el mundo sufre desigualdades crónicas, no lo es que las causas sean precisamente aquellas a las que el Papa señala con su dedo. Tampoco está tan polarizado como su esquema maniqueo pretendería. En los últimos quince años, en muchos países desarrollados ha crecido la distancia entre ricos y pobres pero también se ha dado una discreta redistribución de las riquezas entre el norte y el sur del mundo. En Asia y en América Latina decenas de millones de personas han ingresado en la clase media: son más instruidas y secularizadas que el pueblo que ama Bergoglio.

Una cronista le preguntó al Papa por qué nunca habla de la clase media. ¿Qué rol tendrá en el mundo bipolar del populismo papal? Con amabilidad, Francisco le agradeció la sugerencia y le prometió decir algo al respecto. Luego recordó que algo había dicho en el pasado. Y es verdad: la clase media es una clase colonial que contagia al pueblo con el ethos individualista. Por lo tanto nunca escondió su predilección por los movimientos políticos y sociales populares y su rechazo a las clases medias. A Cristina Kirchner le concedió cinco audiencias en un par de años, no porque la amara, sino porque es peronista, el partido del pueblo. A Mauricio Macri ni siquiera lo felicitó cuando ganó las elecciones: explicó que así lo exigía el protocolo; él, que se ríe de las formas. Es obvio: Macri representa a la clase media porteña, laica y cosmopolita, y tuvo el descaro de avalar en la Argentina el matrimonio gay. Habrá que aprender a vivir en libertad, dijo, ganándose una turbulenta reunión con Bergoglio para el cual estas leyes violan la catolicidad del pueblo, su identidad, su sentido moral. Por más que después el pueblo, el soberano que vota, haya elegido a Macri.

En esa visión de pueblo se apoya el resto de los elementos del populismo de Francisco. En primer lugar, la idea de que la democracia es un concepto social, y solamente social. Y que, por lo tanto, es democrático todo orden que respete el Evangelio realizando la Justicia Social; admitiendo que ésta exista. En ese caso, la forma que adquiera el régimen político es secundaria: una autocracia popular que distribuye la riqueza y sea respetuosa de la religiosidad del pueblo seguramente será una democracia; incluso cuando deba exagerar poniendo bajo su control a los medios periodísticos, los tribunales, el Parlamento, las finanzas públicas, etcétera.

La dimensión política e institucional de la democracia, el delicado equilibrio de los poderes del Estado de derecho, la tutela jurídica de las libertades individuales, no son temas ante los cuales Bergoglio haya sido muy sensible. En las pocas oportunidades en las que los trata, acostumbra proponer la antigua distinción entre democracia formal y sustancial. Y, sin embargo, precisamente la violenta historia latinoamericana tendría que haber enseñado que en democracia la forma es sustancia. Las “democracias participativas” latinoamericanas de nuestros tiempos son enésimas reediciones del más reaccionario patrimonialismo del Estado, con un corolario de abusos clientelares, autoritarismo político, desastres económicos. Lo recuerda el drama venezolano.

Unas pocas anécdotas de los momentos en que el Papa se aparta de los textos escritos ilustran lo dicho. En Paraguay, como se sabe, Bergoglio cometió una gaffe. Le pasa también a los papas, amén. Pero una gaffe se presta a consideración. En pocas palabras: alguien le pidió a Francisco de realizar un llamado por la liberación de un prisionero. Él dio por descontado que se trataba de un abuso del Estado y recriminó al Presidente de Paraguay. Pero después descubrió que el prisionero en cuestión estaba en manos de un grupo terrorista y que el Estado paraguayo, por defectuoso que sea, no tenía nada que ver.

Su reacción espontánea y de buena fe nos sorprende. Por lo pronto revela las predilecciones del Papa: bueno o malo, el Gobierno paraguayo no entra dentro de la calificación de gobiernos del pueblo que ama Bergoglio; a diferencia de los de Ecuador y Bolivia, donde se mostró muy cauto con las autoridades locales, de las que no puede decirse que sean inmaculadas. El episodio demuestra que el silencio mantenido luego sobre los derechos humanos en Cuba o Uganda no se debe a una precisa voluntad de evitar tensiones con las autoridades políticas. Cuando lo considera oportuno, Bergoglio no teme llamarlas al orden, tal como sucedió en Paraguay y en la República Centroafricana. La convicción de que algunos regímenes tutelan la esencia religiosa del pueblo mejor que otros sería su brújula.

A propósito de Cuba, viaje que merecería un capítulo aparte, sobresalen algunos pasajes. El primero es el discurso de Bergoglio a los jóvenes cubanos. No sólo no hay mención a la libertad y a la democracia, sino que el Papa los alertó: atención con el consumismo, les dijo a quienes apenas saben qué es el consumo; cuídense del individualismo, alertó allí donde el individuo está obligado a hacer lo que dice el Estado, arriesgando la cárcel si desobedece.

Parecerían chistes grotescos si no respondieran a su idea de pueblo: sabe bien que el castrismo es hijo legítimo de la tradición populista; que el comunismo de Castro es una desviación secular del mensaje evangélico, fenómeno difundido en toda la catolicidad latina. En efecto, lo que dice el Papa recuerda los largos discursos en los que Fidel Castro ilustraba la transformación de Cuba como una reducción jesuítica de nuestros tiempos. Lo que le preocupa a Bergoglio es mantener a Cuba en el recinto populista evitando que el pueblo pierda la religiosidad que ese régimen tan austero ha preservado, si bien bajo otro nombre. El imperativo no es liberarlo, sino salvarlo de las sirenas capitalistas, del contagio liberal.

Pero la manera en que el Papa mira a Cuba se manifestó con candor cuando un periodista le preguntó por qué no había recibido a los disidentes. ¿Sabe que muchos fueron arrestados para que no se encontraran con usted? No sé nada, respondió Francisco, y de todas maneras no concedió entrevistas privadas a nadie. “No sólo los disidentes pidieron audiencias, incluso un jefe de Estado lo hizo”. Así, puso en el mismo plano la foto con el Papa que un dignatario esperaba llevar a su país y los familiares de los prisioneros políticos en busca de consuelo. ¿Cómo es posible? Él mismo nos ayuda a entenderlo: poco antes había dicho que los derechos humanos no se respetan en muchos países del mundo. Para luego agregar: hay países europeos que por diferentes motivos no te permiten siquiera llevar signos religiosos. Por lo tanto, las leyes laicas francesas, ya que a ellas aludía Bergoglio, violarían los derechos humanos no menos que la sistemática negación cubana de todo derecho civil y político. ¿Una enormidad? Claro que sí. Pero así son las cosas para el Papa: la medida de la legitimidad del orden social es su fidelidad o no a la identidad religiosa del pueblo, entendido como lo entiende el populismo. De laicidad ni siquiera el sabor.

A esta altura, no sorprende que Francisco repita a menudo uno de sus mantras más amado: el Todo es superior a la Parte. Es una manera de decir que el pueblo, entidad mítica y divina, trasciende al individuo. Aún menos sorprende que tal condena del individualismo haya servido históricamente para legitimar numerosas tiranías ejercidas en nombre del pueblo, prontas a sacrificar los derechos individuales en el altar de una justicia social de la que nunca se vio huella: peronismos, castrismos, chavismos y otros. Otro momento de un viaje pontificio ilustra este punto: al menos dos veces en África el Papa avaló la subordinación de la parte al todo, del individuo al pueblo, de los derechos de una minoría a la supuesta identidad del pueblo.

Si este es el prisma ideal a través del cual el Papa interpreta el mundo, tiene razón quien señala su línea apocalíptica, cuya otra cara es la redentora….Pero el análisis apocalíptico del mundo induce al Papa a evocar una consigna redentora: “hagan lío”, les dice a los jóvenes; sigan grandes valores, imiten a los mártires, luchen por la utopía evangélica. Se dirá que ese es su oficio. Es verdad, pero el terreno de las utopías redentoras es uno de los más delicados. Por más que se diga, los hombres tienden a legitimar la violencia y a entablar guerras en nombre de tales utopías, más que meros intereses económicos. En lo que se refiere a los tremendos efectos de las utopías redentoras, tan amadas por los movimientos sociales ante los que el Papa lanza encendidos discursos, la historia argentina viene en ayuda: ese país sufrió sus efectos como pocos. Militares, peronistas, Iglesia y guerrilleros se enfrentaron violentamente en nombre de la nación católica y de la catolicidad del pueblo, con desprecio por la democracia burguesa y el Estado de derecho. El resultado es conocido por el mundo……Los Montoneros, grupo armado peronista que veía reflejado el Evangelio en el socialismo, y que en su nombre mataba sin vacilaciones, se habían formado en las parroquias. Eran jóvenes que “habían hecho lío”.

Esto sucede donde se impone el populismo: la defensa de la identidad del pueblo, especie de ave fénix, oscurece el Estado de derecho, cuyos principios son considerados inapropiados instrumentos de las clases coloniales contra la virtud del pueblo. El populismo vuelca así su impulso maniqueo en la arena política. Resultado: la dialéctica política se transforma en guerra entre pueblo y anti-pueblo; el Apocalipsis es una profecía auto-cumplida; la redención sigue siendo un sueño insatisfecho. Lo cual impide, sin embargo, que Francisco, afligido por la idea de que la globalización infecta y mata las identidades del pueblo, diversas entre ellas pero todas signadas por la religiosidad, invoca una defensa a ultranza.

A ello apunta cuando se rebela contra la uniformidad que el capital impondría al mundo; cuando reclama pluralismo, un concepto que Bergoglio conjuga de manera personal: nuevamente como pluralidad de pueblos y no de individuos; por más que muchos pueblos no admitan pluralismo en su interior. No obstante es obvio que las identidades no son inmunes al cambio, que están sujetas a mezclarse entre sí. La imputación del Papa que acusa a la globalización de colonizar la identidad del pueblo fue antes dirigida a la cristiandad, cuando se plasmaron las identidades populares que hoy Francisco defiende como si fueran eternas y estáticas.

Pero cuántas charlatanerías abstrusas, se me dirá: la sustancia es que el Papa defiende a los pobres y denuncia a los poderosos. El resto es artificio intelectual, actividad que Francisco ama tan poco que a menudo repite que la Realidad es superior a las Ideas. La tradición populista es, por otra parte, anti-intelectual por definición. El argumento es tan fuerte, tan definitivo al poner a quien lo afirma en una posición de superioridad moral, que no deja mucho margen a las objeciones. Al laico, enfermo de dudas, a quien el estudio de la historia le ha enseñado que a menudo las mejores intenciones hacen más daño que el granizo y alejan los objetivos que se querían alcanzar, algunas preguntas le surgen espontáneamente.

La primera es si las imprecisas ideas que el Papa expone sobre economía son las más adecuadas para reducir las desigualdades sociales y la pobreza. Lo dudo. Y sé que muchos también lo hacen. El Papa no es un economista y no está obligado a dar recetas. Me parece justo. Pero dado que es sacrosanto y se manifiesta sobre tales materias, también será lícito expresarse sobre si están fundados o no sus diagnósticos y las terapias a las que alude: en síntesis, mucho menos mercado, mucho más Estado; la economía tendría que basarse en principios morales y no en la lógica de los beneficios. Lo cual, digámoslo, no constituye una gran novedad. El hecho es que los modelos económicos populistas a los que alude Francisco nunca dieron buenos resultados: ni en términos de creación de riqueza para distribuir, ni en la reducción estructural de las desigualdades. Las economías populistas fabricaron pobreza en nombre del pobre y su herencia suele pesar sobre las generaciones futuras. ¿No será excesiva la hostilidad del Papa por el mercado?

El más intrigante nudo del pensamiento social de Francisco nos lleva a su reflexión sobre los pobres, entendidos como categoría sociológica, y al Pobre, en el sentido espiritual. El dilema es claro: por un lado, el Papa lanza dardos contra el injusto sistema económico, causa de la difundida pobreza en el mundo; pero, por otro lado, señala al Pobre como la quintaesencia de las virtudes que hay que preservar. ¿Francisco suscribiría la famosa frase de Olof Palme, “Nuestro enemigo no es la riqueza, sino la pobreza”?

Frente al riesgo de que con la pobreza desaparezcan las virtudes cristianas del Pobre, ¿prefiere entonces un mundo de pobres? Esto se desprende de su explícita postura frente a la pobreza. No queda claro. Bergoglio se expresa algunas veces contra la pobreza, y en otras, en defensa del Pobre. Quizás piense, como Fidel Castro, que cuando la riqueza comienza a corromper y a contaminar al pueblo, entonces hay que preservar algo más potente que el dinero: la conciencia. Lástima que esto presuponga la existencia de un Estado ético que se arrogue el derecho de plasmar la “conciencia” del pueblo y de establecer lo que está bien o mal para él: un Estado totalitario, heredero del antiguo ideal del Estado confesional, por el cual no excluyo que Francisco sienta nostalgia.

Mientras tanto, suceden muchas cosas y se plantean enormes interrogantes sobre los fundamentos de su visión del mundo y sobre la noción de pueblo que lo inspira; y, por ende, sobre la eficacia de que la Iglesia restituya su relevancia perdida. Las sociedades modernas, también en el sur del mundo, siempre son más articuladas y plurales. Hablar de un pueblo que protege identidades puras e intrínsecas de religiosidad es a menudo un mito que no se corresponde con la realidad.

No tiene sentido seguir considerando a las clases medias, que han crecido enormemente y están ansiosas por poder consumir más y tener mejores oportunidades, como clases enemigas del pueblo. Muchos pobres de ayer forman parte de las clases medias. El mercado religioso se encuentra en una rápida evolución y la secularización avanza a pasos agigantados. Incluso en el plano político, los populismos con los que el Papa comparte muchas afinidades, sufrieron muchos golpes, especialmente en América Latina, tanto que lleva a sospechar si no están quedando huérfanas del pueblo que invocan.

Traducción: José María Poirier

El autor es profesor de Historia de América Latina en la Universidad de Bologna, autor de numerosos trabajos sobre el peronismo y la Iglesia argentina.

domingo, 10 de mayo de 2020

De la civilización de la fe, a la de la razón y a la de la empatía

Es posible establecer una analogía entre las distintas formas de civilización surgidas a lo largo de la historia, con la “ley de los tres estados” (por los que transitaría cada rama del conocimiento) establecida por Auguste Comte. Estas etapas son: teológica, metafísica o filosófica, y positiva o científica. La analogía implica asociar la fe como motor de la teología, la razón como motor de la filosofía y la actitud empática como producto del conocimiento científico alcanzado en el presente. En realidad, la ciencia experimental se caracteriza justamente por la verificación empírica de toda hipótesis, sin embargo, si hemos de asociar alguna actitud predominante para la civilización del futuro, bien podría ser la predisposición empática. Al menos ésta ha sido la manera de describir la historia empleada por Jeremy Rifkin, quien escribió: “La edad de la razón está siendo eclipsada por la edad de la empatía”.

“La ansiedad empática es tan antigua como nuestra especie y se remonta a nuestro pasado ancestral, a los lazos con nuestros parientes primates y, antes aún, con nuestros antepasados mamíferos. No hace mucho que los científicos cognitivos y los biólogos han empezado a descubrir manifestaciones conductuales primitivas de la empatía en toda la clase de los mamíferos –los animales que cuidan de sus crías- y señalan que los primates, y sobre todo el ser humano con su neocórtex más desarrollado, están «cableados» especialmente para la empatía” (De “La civilización empática”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2010).

Es oportuno mencionar el hecho de que la futura era de espiritualidad plena, vislumbrada por Teilhard de Chardin, en la cual no se menciona en forma explícita cuál debería ser la actitud predominante en cada ser humano, se implementaría seguramente con la actitud empática. Incluso la profecía bíblica de la Parusía, o Segunda Venida, que habría de fortalecer la ética cristiana, implica a la empatía, ya que el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, interpretado como “compartirás las penas y las alegrías ajenas como propias”, no es otra cosa que el proceso empático del cual hablan los científicos cognitivos y los neurocientíficos de la actualidad.

Esta confluencia entre religión, filosofía y ciencia no es algo que deba llamar demasiado la atención, ya que el proceso empático está presente en cada momento de nuestra vida y, tarde o temprano, debería elevarse a un nivel consciente. Rifkin escribió: “Nuestros cronistas oficiales –los historiadores- han desestimado de plano la empatía como fuerza motriz en el desarrollo de la historia humana. En general, los historiadores escriben sobre guerras y otros conflictos sociales, sobre grandes héroes y grandes malvados, sobre el progreso tecnológico y el ejercicio del poder, sobre injusticias económicas y sociales. Cuando mencionan la filosofía, suelen hacerlo en relación al poder. Muy rara vez los oímos hablar de la otra cara de la experiencia humana, la que se refiere a nuestra naturaleza profundamente social, a la evolución y la extensión del afecto humano y a su impacto en la cultura y en la sociedad”.

Puede advertirse que toda ética compatible con la naturaleza humana debe contemplar la existencia de nuestros principales atributos, como lo es nuestra capacidad empática. Rifkin escribió: "Lo que la disciplina por inducción realmente enseña al niño es la base de la moralidad humana: responsabilidad por los propios actos, compasión, voluntad de ayudar y confortar a los demás, y un sentido adecuado de la justicia y el juego limpio. En el fondo, el desarrollo de un sentido moral y el desarrollo de la empatía son lo mismo".

La sensación y la materialización de la igualdad entre las personas se establece una vez que podemos compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, algo deducible desde el mandamiento cristiano y también desde la psicología social. "La extensión empática es la única expresión humana que crea verdadera igualdad entre las personas. Cuando una persona siente empatía con otra, las distinciones se empiezan a desvanecer. El acto mismo de identificación con la lucha de otra persona como si fuera nuestra es la expresión suprema del sentido de igualdad".

"No podemos sentir verdadera empatía con una persona si no nos situamos en el mismo plano emocional que ella. Si alguien se cree superior o inferior a otro y, en consecuencia, diferente de él, es difícil que sienta su tristeza o su alegría como propia. Podemos sentir lástima o compasión por otros, pero para experimentar verdadera empatía debemos sentir y responder como si fuéramos ellos".

"Esto no significa que los momentos empáticos eliminen las distinciones. Sólo significa que, cuando extendemos el abrazo empático, las restantes barreras sociales -riqueza, educación, profesión- se suspenden temporalmente en el acto de sentir, consolar y apoyar al otro como si su lucha fuera nuestra. La sensación de igualdad que se expresa no tiene nada que ver con la igualdad de derechos legales o económicos, sino con la idea de que el otro ser es tan único y mortal como nosotros y merece el mismo derecho a prosperar".

La ética individual tiende a expandirse como una ética social a partir de la igualdad derivada del proceso empático. Es por ello que la ética empática del cristianismo adquiere un alcance universal. El citado autor agrega: "La capacidad de reconocernos en el otro y de reconocer al otro en nosotros es profundamente democratizadora. La empatía es el alma de la democracia. Es el reconocimiento de que cada vida es única y digna de la misma consideración que la esfera pública. La evolución de la empatía y de la democracia han ido de la mano a lo largo de la historia. Cuanto más empática es una cultura, más democráticos son sus valores y sus instituciones de gobierno".

Si se considerara al cristianismo como una religión natural, que prescindiera de las intervenciones de Dios (sobrenaturalismo) y se centrara en las decisiones accesibles a cada uno de nosotros, tendría una eficacia superlativa. Para ello habría que superar la etapa de la fe, sin rechazarla, entrando en una etapa de la razón y del sentido común. De lo contrario, si sigue manteniendo el conjunto inabordable de misterios inaccesibles al sentido común, se prolongará su ineficacia y seguirá alejado de satisfacer la imperiosa necesidad de orientación en una época de severa crisis moral. George Santayana escribió respecto de las posibles intervenciones de Dios: "Si Dios se ajustase a la moral humana, ¿podría ser bueno? Si estuviera obligado, por ejemplo, a obrar en toda ocasión como el buen samaritano, ningún hombre ni animal alguno sufriría jamás desgracia ninguna, con lo que quedaría abolido totalmente el orden de la Naturaleza y las presuposiciones de la moral humana. Al abolir así al mundo bajo la presión de su supuesta conciencia humana, Dios aboliría sus propias funciones de creador, gobernador y padre, dejando de ser, por tanto, el objeto ideal de la religión" (De "La idea de Cristo en los Evangelios"-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1966).

Una vez que se logra el fundamento científico que pone en evidencia al proceso empático, se establece una especie de síntesis entre ciencia y religión moral, lo que no es otra cosa que la religión natural. Respecto al fundamento encontrado por los neurocientíficos, Jeremy Rifkin escribió: "Los biólogos hablan con entusiasmo del descubrimiento de las neuronas espejo -también llamadas neuronas de la empatía-, que establecen la predisposición genética a la respuesta empática en algunos mamíferos. La existencia de las neuronas espejo ha suscitado un debate muy intenso en la comunidad académica en torno a antiguos supuestos sobre la naturaleza de la evolución biológica y, especialmente, de la evolución humana".

Por poseer también los mamíferos la capacidad empática, se vislumbra la existencia de la empatía como el principal proceso natural que permite nuestra adaptación al orden natural tanto como nuestra supervivencia. El amor al prójimo constituye la base de la adaptación cultural al orden natural y no es otra cosa que una prolongación de una ley existente en el ámbito de lo biológico. Quien duda que resulte posible la unificación de ciencia y religión, debe tener presente que las leyes naturales que describe el científico son las mismas leyes de Dios que trata de respetar la religión moral.

viernes, 8 de mayo de 2020

La Iglesia y el peronismo

Siendo la Iglesia Católica una institución ligada a la sociedad, es natural que sus integrantes emitan opiniones sobre cuestiones de política. También ha de ser natural que cada integrante de la sociedad, pertenezca o no a la Iglesia, tenga derecho a opinar sobre dicha institución.

La influencia de la Iglesia sobre la política debería establecerse sin renunciar a la ética cristiana evitando hacer acuerdos o pactos con ideologías incompatibles con esa ética. Este ha sido el caso del sacerdote y filósofo Jaime Balmes, quien publicaba periódicos políticos en la convulsionada España del siglo XIX. No formaba parte de ninguno de los partidos en pugna pero sus escritos permitían disponer de puntos de vista más amplios que los vigentes en esa época. Juan Ríos Sarmiento escribió: “Cada hombre tiene, en realidad, un vocabulario propio, y la palabra política en los labios de Balmes o en su pluma o en su inteligencia no significa lo mismo que en el empleo que de ella hacen los políticos”.

“Para Balmes la Política era lo que debe ser; un medio. El verdadero político se propone un fin elevado y lejano y para conseguirlo establece medios, algunos de los cuales son políticos…El defecto de la vida política está generalmente en que la política –se confiese o no se confiese- se considera como fin de ella misma. La salvación política de España llegará cuando todos los alcaldes hayan logrado el puesto no porque querían ser alcaldes, sino porque necesitaban serlo para ejecutar un plan”.

“Balmes se proponía hacer una España unida y eficaz; como medio necesitaba intervenir en la política, y como instrumento para ello necesitaba el periódico. Así nació El Pensamiento de la Nación. Para hacer Política con letra mayúscula…«Quien se interesa mucho por las formas políticas –decía- mostrándose muy entusiasta de este o aquel sistema, o es ambicioso o poco entendido», y en otro sitio: «Lo que se llaman pasiones políticas suelen ser pasiones comunes». Así era; todo eran pasiones comunes: ansia de riquezas, ansia de mando, ansia de venganza” (De “Jaime Balmes, Pbro.”-Editorial Juventud SA-Barcelona 1941).

Una forma muy distinta de influir en la política, por parte de la Iglesia, implica establecer tratados o pactos con partidos políticos buscando disponer de libertad para la difusión del mensaje católico a cambio de "no molestarlos", tal el celebrado por el, entonces, futuro Papa Pío XII con el propio Hitler. Al respecto, John Cornwell escribió: "En 1933, Eugenio Pacelli encontró en la persona de Adolf Hitler un oponente adecuado para negociar con éxito su concordato con el Reich. El tratado autorizaba al papado a imponer el nuevo Código a los católicos alemanes y garantizaba generosos privilegios a las escuelas católicas y al clero".

"A cambio, la Iglesia Católica alemana, su partido político parlamentario y sus cientos y cientos de asociaciones y periódicos se comprometían, «voluntariamente», impulsados por Pacelli, a no inmiscuirse en la actividad social y política. Esa abdicación del catolicismo político alemán en 1933, negociado e impuesto desde el Vaticano por Pacelli con el respaldo del Papa Pío XI, permitió que el nazismo pudiera asentarse sin encontrar la oposición de la más poderosa comunidad católica del mundo, justo lo contrario de lo que había sucedido sesenta años antes, cuando los católicos alemanes se enfrentaron y derrotaron a Bismarck en su Kulturkampf".

"Como alardeó el propio Hitler en la reunión del gabinete del 14 de julio de 1933, la garantía de no-intervención ofrecida por Pacelli dejaba al régimen las manos libres para resolver a su modo la «cuestión judía». Según las actas de aquella reunión, «Hitler expresó su opinión de que debe considerarse un gran triunfo. El concordato concede a Alemania una oportunidad, creando un ámbito de confianza particularmente significativo en la urgente lucha contra la judería internacional». La sensación de que el Vaticano respaldaba al nazismo contribuyó en Alemania y en el extranjero a sellar el destino de Europa" (De "El Papa de Hitler"-Editorial Planeta SA-Barcelona 2000).

En la Argentina, bajo el gobierno de una cúpula militar pro-nazi, de la cual Juan D. Perón fue una figura importante, se establece en la década de los 40 un pacto algo similar al establecido en Alemania. La Iglesia pretende imponer la educación religiosa en todas las escuelas asociándose a las decisiones del gobierno. El acuerdo se prolonga una vez que Perón asume la presidencia de la Nación imponiendo un gobierno totalitario de tipo nazi-fascista. Loris Zanatta escribió: “Junto con el movimiento obrero, los partidos políticos, los grupos nacionalistas, o las Fuerzas Armadas, la Iglesia fue la protagonista principal: su arraigo en la sociedad era tan fuerte que le hubiera bastado –por lo menos así lo esperaba- para constituirse en el basamento ideal del «nuevo orden», diferente de la declinante democracia liberal, pero también de la aborrecida solución comunista y de la derivación «pagana». Habría sido la coronación del regreso de la Argentina al núcleo de las «sociedades cristianas», la reunión entre el Estado y el «pueblo católico», entre las instituciones políticas y sociales por un lado, y la nación y su sempiterna identidad por el otro”.

“Pero el vínculo entre la Iglesia y el Ejército pasó, entre 1943 y 1946, por distintas fases, profundos ajustes, borrascosas fracturas, bruscos y precarios reajustes. La «nación católica» invocada por Perón en 1946 no fue la misma que la imaginada por el bloque clérigo-militar subido al poder tres años antes, aunque existía una inequívoca filiación. Perón fue un hijo rebelde del mito de la nación católica; poco obediente, a veces molesto, a menudo irritante, que al crecer y madurar asumió una fisonomía distinta de la deseada por quien lo engendró: pero siempre un hijo” (De “Perón y el mito de la Nación Católica”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1999).

Por otra parte, Daniel D. Lurá Villanueva expresó: "Ya que la justicia social se ha invocado como una de las razones, sino la más importante, para justificar el apoyo dado por la Iglesia o por gran parte de ella a Perón, la pregunta que el estudioso tiene que hacerse, no ya el hombre que actúa en un partido, en una entidad, o en un movimiento social, político, religioso, lo que fuere, la pregunta que uno tiene que hacerse, me parece es: ¿de qué vale una supuesta justicia en el campo laboral, cuando a la vez se cometen injusticias de otro orden y se ataca la dignidad y la libertad?".

Entre las injusticias mencionadas por el citado autor, aparecen: "La obligación de afiliarse al partido para obtener o mantener puestos públicos, por ejemplo; la destitución de la Suprema Corte de Justicia Nacional; el incendio del Jockey Club, de la Casa del Pueblo, de la Casa Radical; la clausura de los diarios; la prohibición de viajar a y de Uruguay, son hechos que muy poco se mencionan".

"Y sobre todo, hay dos aspectos que yo creo que no se pueden dejar de reconocer, y que hay que mencionar. Uno es el culto idolátrico al jefe del partido y del Estado y a su esposa, lo cual, desde el punto de vista cristiano, está en flagrante contradicción con el mandamiento: No tendrás dioses ajenos delante de mí; y otro elemento que no se puede desconocer, el odio que se pregonó contra el adversario político, que está en contra del mandamiento de Amar al prójimo como a uno mismo. Para mí, estos dos elementos son vitales, y me parece, como hecho, que la Iglesia debió haberse manifestado en forma clara, definida y constante para impedir que nuestro pueblo, y, sobre todo, en este caso particular, los miembros de esta Iglesia, pudieran mantener ese culto y permitieran ese odio" (De "La naturaleza del peronismo" de Carlos S. Fayt-Viracocha SA Editores Libreros-Buenos Aires 1967).

Las ambiciones de Perón por el control y dominio total de la sociedad, lo conducen a la ruptura con la Iglesia Católica, antiguos socios por conveniencia mutua. Así se llega a los incendios de templos católicos ante la indiferencia cómplice del líder totalitario. Pero no todos los sacerdotes reconocen hoy el error de la antigua sociedad, ya que algunos, a pesar de los incendios peronistas y del odio generalizado, mantienen su fidelidad a Perón e, incluso, llegan a ocupar sitios de mando de la Iglesia Católica. Este hecho significativo muestra que dicha institución, como ocurriera otras veces en el pasado, ha dejado de predicar el cristianismo, volcándose a favor de ideologías totalmente opuestas a los Evangelios.

Que un adolescente sostenga en la actualidad que “Perón fue un santo”, puede disculparse por cuanto sólo repite lo que ha escuchado muchas veces. Por el contrario, quien haya vivido la época totalitaria del peronismo, y acepte todos los ataques emitidos por el líder contra la gente decente, es alguien de dudosa moral, tal el caso de Jorge M. Bergoglio.

El actual Papa se opone a la economía de mercado, por lo cual sus preferencias se orientan hacia las economías de tipo socialista, de probada ineficacia en todo el mundo. Culpa al reducido porcentaje de empresarios por la pobreza generalizada del país sin criticar a quienes no aspiran a ser empresarios, sino empleados públicos con la principal tarea de cumplir un horario y descansar mentalmente durante gran parte de su vida. Tampoco critica el derroche de recursos por parte del Estado, que excede ampliamente la capacidad productiva del limitado sector empresarial. Ignacio Zuleta escribió: “Bergoglio asume como propia la hipótesis de que la desocupación y la exclusión no son un efecto colateral de la economía de mercado del capitalismo del siglo XXI. Son, por el contrario, según el Papa, un ingrediente sistémico. Por eso la tarea hacia delante es asumir esa realidad y construir caminos para contener y auxiliar a los excluidos de la «sociedad del descarte»” (De “El Papa peronista”-Ariel-Buenos Aires 2019).

Bergoglio iguala al pobre con el incapacitado mientras critica al empresario por no ser capaz de mantenerlo. Con las ayudas sociales para el pobre-discapacitado se lo excluye de la sociedad casi definitivamente ya que se le quita toda dignidad humana y toda posible voluntad de trabajo. Zuleta se refiere a unas reuniones propuestas por el Vaticano (la última en 2016) para promover su economía popular: “El producto más importante de ese encuentro, al que asistió como observador el presidente del bloque del PRO –partido oficialista en la Argentina- Nicolás Massot, fue la sanción inmediata y sin discusión de una Ley de Emergencia Social que redactó Grabois sobre la base de la hipótesis bergogliana de la economía popular. No hay mucho misterio en la sanción sorpresiva y casi sin debate de la letra de ese proyecto, que es el programa de asistencia a las organizaciones de la economía popular para asegurar el pago de un «salario social solidario» que le costaría al Tesoro la friolera de 30.000 millones de pesos en tres años. Lo pidió el Papa y así se vota, fue la orden de Olivos”.

domingo, 3 de mayo de 2020

Los existencialismos

Para quienes tienen posturas filosóficas definidas, resulta a veces dificultoso comprender posturas distintas, excepto, posiblemente, para el historiador de la filosofía. El caso de los existencialismos no es una excepción. Sin embargo, algunos autores han podido sintetizarlos, encontrando los aspectos comunes que presentan. Un amigo de Kant escribió sobre el filósofo: “Precisamente en una época de mayor madurez y fuerza intelectual, cuando estaba trabajando en la filosofía crítica, nada le era más difícil que pensar en el sistema de otro. Le costaba supremos esfuerzos comprender los escritos siquiera de sus oponentes, pues le era imposible apartarse, por poco tiempo que fuera, de su sistema original de pensamiento” (Citado en “Los filósofos y sus vidas” de Ben-Ami Scharfstein-Ediciones Cátedra SA-Madrid 1984).

Una de las características de los existencialismos es la “primacía de la existencia sobre la esencia”. Así, en el caso del ser humano, la esencia sería nuestra naturaleza humana, consistente en el conjunto de atributos adquiridos en el proceso evolutivo. La existencia sería el conjunto de seres humanos con sus atributos particulares que constituyen nuestra individualidad y nuestra personalidad única. Jacques Maritain escribió: “Digamos en seguida que hay dos maneras diferentes de entender la palabra existencialismo. En un caso se afirma la supremacía de la existencia, pero como encerrando y salvando las esencias y naturalezas, y como manifestando una suprema victoria de la inteligencia y de la inteligibilidad; éste es el existencialismo que yo considero auténtico”.

“En el otro caso se afirma la supremacía de la existencia, pero como destruyendo o suprimiendo las esencias o naturalezas, y manifestando un supremo desprecio por la inteligencia y por la inteligibilidad; éste es el existencialismo que yo considero apócrifo: el mismo de hoy y que «no significa absolutamente nada». ¡Ya lo creo! Pues suprimid la esencia o lo que supone el esse, suprimid de la misma forma la existencia o el esse, estas dos nociones correlativas e inseparables, y el tal existencialismo se devorará a sí mismo” (Citado en “El existencialismo” de Tristán D'Athayde-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1949).

Otra característica es la “primacía de lo concreto sobre lo abstracto”. En el caso anterior, se advierte que resulta más sencillo describir individuos que entrar en un análisis acerca del sentido de la vida asociado al orden natural, o a la voluntad de Dios, o cosas semejantes. Tristán D'Athayde escribió: “La marcha normal de la tradición filosófica consistía en el ascenso de lo concreto a lo abstracto. La filosofía era la ciencia de las realidades abstractas. Pero ¿de qué se abstraían? De lo concreto. Lo concreto era el punto de partida. Lo que se llamaba empirismo era precisamente este primer contacto con las cosas”.

“Algunos filósofos no pasaron de ahí. Pero la verdadera actitud filosófica consistía en el ascenso a planos superiores, o, de una manera más precisa, a grados superiores de abstracción que nos transportan del plano físico al plano matemático, y del plano matemático al metafísico. El filósofo ha sido siempre aquel que especula con abstracciones. Es justamente por haber especulado demasiado con ellas que nos encontramos hoy en presencia de la insurrección existencialista. El existencialismo es la rebelión contra el abuso del esencialismo. Pero es la rebelión de un sentimiento que no ha sabido contenerse y que se ha dejado ir al extremo opuesto”.

La tercera supremacía (advertida por Tristán D'Athayde) es la “de lo particular sobre lo general”. El mencionado autor escribe al respecto: “La existencia es la particularización de lo general. Es su encarnación en un ser particular. Es el pasaje de la mesa a esta mesa. Si la existencia prima sobre la esencia, lo particular debe primar necesariamente sobre lo general”.

La cuarta es “la primacía de la acción sobre el pensamiento”. Al relegar la naturaleza humana (esencia), como también lo general y lo abstracto, no resulta extraño que los existencialistas prioricen la acción sobre el pensamiento. “Para el existencialismo, el hombre ha sido lanzado en la vida sin saber de dónde viene ni a qué fin va. El sentimiento que lo oprime es, por consiguiente, la angustia, la desesperación, y la náusea. El hombre se encuentra en plena corriente. No puede remontarla. No sabe dónde concluye”.

Para el existencialista, “el pensamiento obedece a la acción y no la acción al pensamiento. El siglo de la técnica tiene necesidad de una filosofía del homo faber y no del homo sapiens”. Al inventarse tantos problemas, los distintos filósofos existencialistas promueven distintas formas de solucionarlos.

La quinta supremacía es la “de la presencia sobre la ausencia”. Tristán D'Athayde escribe al respecto: “El existencialismo es la filosofía del eterno presente. Lo que debe pensarse es la existencia. Lo que debe cultivarse es la acción. Lo que debe poseerse es el presente. El pasado y el porvenir son ausencias, y no puntos de partida y puntos de llegada”.

La sexta supremacía es la “del temperamento sobre la razón”. Esta supremacía es una consecuencia inmediata de la cuarta, ya que el temperamento está ligado a una predisposición a la acción mientras que la razón está ligada al pensamiento. “El subjetivismo existencialista rechaza el culto de la razón, pero cae en el culto del instinto”. La séptima es la “primacía de lo indefinido sobre lo definido”. “Para el existencialismo, la definición, lejos de ser un medio para mejor conocer, es una forma de oscurecer. Conocer, para él, es lo contrario. Es volverse indefinido. Para Kierkegaard «el pensamiento existencial no se deja comunicar»”.

La octava es la “primacía del arte sobre la ciencia y la filosofía”. Es típico de los existencialistas el rechazo de todo tipo de “sistema descriptivo”, ya sea científico o filosófico. “La ciencia y la filosofía nos presentan la imagen de lo general. Las leyes que tratan de descubrir en la realidad, los principios que tratan de establecer, son siempre generalidades”.

“De ahí que los existencialistas se expresen más a menudo mediante obras de arte –novelas o piezas de teatro, diarios íntimos o crónicas- que mediante tratados sistemáticos”.

“El existencialismo quiere ser un subjetivismo absoluto, y no un individualismo opinante o escéptico. Es un dogmatismo a la inversa”.

“Es un hecho que todos los existencialistas se rehúsan a presentar su filosofía bajo la forma de un sistema coherente. La más grande fobia de Kierkegaard eran los profesores. Él temía, por sobre todo, ser reducido a un sistema por esos profesores, después de su muerte”.

La novena es la “primacía del absurdo sobre la lógica”. “El mundo es irracional. Irracional antológicamente, dice Sartre. Irracional en sus relaciones con nuestro pensamiento, dice Camus. Todos los existencialistas están de acuerdo sobre esta perspectiva del mundo. El mundo se nos escapa. El mundo no tiene sentido. Lo real es lo contradictorio. La vida es una fuerza ciega que nos lleva a la nada. El hombre no puede vencer al mundo. El mundo se burla del hombre. Entre el hombre y el mundo hay una barrera infranqueable”.

La décima es la “primacía de lo temporal sobre lo eterno”. “Este axioma, evidentemente, no puede ser tomado en el mismo sentido por los existencialistas ateos que por los existencialistas cristianos. Para estos últimos, la angustia ante esta condenación a lo temporal se desvanece en presencia de las perspectivas sobrenaturales que nos abre la fe”.

La décimo-primera es la “primacía de la angustia sobre la paz”. “Lo existente se caracteriza por la desesperación y la angustia; por tanto, por una profunda incompatibilidad con el universo creado. Existir es, necesariamente, sufrir la desesperación y la angustia. Para Kierkegaard, hay dos clases de desesperación: la que nos pierde y la que nos salva. La desesperación que nos pierde es la desesperación de lo infinito. La que nos salva es la de lo finito”.

La décimo-segunda es la “primacía de lo contingente sobre lo necesario”. Tristán D'Athayde escribe al respecto: “El hombre no puede liberarse de la contingencia. Está ligado a la contingencia. Luego, él es necesidad para ella”. “Todo está librado al azar. La libertad se pierde en el fatum. La contingencia es «lo absoluto»”.

Finalmente, se presenta el listado de las primacías mencionadas:

1- Primacía de la existencia sobre la esencia.
2- de lo concreto sobre lo abstracto.
3- de lo particular sobre lo general.
4- de la acción sobre el pensamiento.
5- de la presencia sobre la ausencia.
6- del temperamento sobre la razón.
7- de lo indefinido sobre lo definido.
8- del arte sobre la ciencia y la filosofía.
9- del absurdo sobre la lógica.
10- de lo temporal sobre lo eterno.
11- de la angustia sobre la paz.
12- de lo contingente sobre lo necesario.