sábado, 2 de mayo de 2020

La religión y el surgimiento del capitalismo

En toda interacción social puede aplicarse algún tipo de análisis o valoración ética, no resultando extraño que, en cuestiones económicas, hayan sido algunos religiosos quienes establecieron estudios de cierta profundidad respecto a los intercambios comerciales y otros aspectos ligados a la economía. Luis Perdices Blas escribió: “Los teólogos-juristas escribieron a ambos lados del Atlántico y algunos de ellos formaron parte de la Escuela de Salamanca, constituida por Francisco de Vitoria (1493-1546), sus colegas y sus discípulos de los siglos XVI y XVII, como Domingo de Soto (1495-1560), Martín de Azpilcueta (1492-1586) y Tomás de Mercado (1525-1575), entre otros”.

“La preocupación moral de esos doctores es la salvación espiritual del hombre y el cumplimiento de las reglas de equidad y justicia en todos sus actos. No les interesaban las cuestiones económicas por sí mismas, sino que su deseo era resolver los problemas morales que los comerciantes planteaban en el confesionario. Les interesaba responder preguntas del siguiente tipo: ¿se comete el pecado de la usura en los cambios de moneda que se realizan de una plaza a otra?”.

“Para resolver esta u otras cuestiones similares tuvieron que analizar cómo funcionaba el mundo económico, y en el curso de estas reflexiones morales los teólogos-juristas realizaron aportaciones destacadas a la teoría tributaria y a la teoría de los precios relativos, pero sobre todo a la teoría monetaria. Se deben a ellos las primeras exposiciones de la teoría cuantitativa y la teoría de la paridad del poder adquisitivo de la moneda”.

“También esos teólogos y autores formados en la corriente escolástica, como Juan de Mariana (1536-1623), Melchor de Soria (1558-1643) y Pedro de Valencia (1555-1620), descendieron a tratar asuntos cotidianos, como lo demuestra el debate sobre la tasa de trigo, el debate sobre la beneficencia y el debate sobre la moneda. El libro del jesuita Juan de Mariana titulado De Monetae Mutatione (Colonia, 1609) es un ejemplo de este tipo de literatura que se vale de algunas teorías económicas escolásticas para resolver un problema económico cotidiano. En este caso, con el conocimiento de la teoría cuantitativa, Mariana mostró cómo la alteración de la moneda por parte del monarca tiene efectos inflacionistas y, por tanto, distributivos en perjuicio de los poseedores de dinero” (De “Ensayos sobre pensamiento económico” de Jesús de la Iglesia y otros-McGraw-Hill/Interamericana de España SA-Madrid 1994).

No solo encontramos en la historia los mencionados aportes preliminares a las teorías económicas que surgirán posteriormente, sino que, en la Edad Media, se advierten tradiciones que con el tiempo favorecerán el advenimiento del capitalismo. Los opositores del cristianismo, por lo general, se encargaron de denigrar todo el periodo medieval europeo bastante más allá de lo que realmente aconteció. Harold J. Berman escribió: “Aunque muchos historiadores han mostrado que el capitalismo comercial de Occidente no se originó en los siglos XVI y XVII, como comúnmente se supone, sino en los siglos XI y XII –en el apogeo del modo señorial de producción y de las relaciones de clase feudales-, sin embargo, muchos de los mismos historiadores han seguido perpetuando la idea de que la enseñanza cristiana anterior a la Reforma siguió oponiéndose fundamentalmente al móvil del lucro”.

“De este modo, el gran historiador francés de la sociedad y la economía, Henri Pirenne, escribió que «en el vigor y la relativa rapidez de su desarrollo [el capitalismo comercial en el siglo XII] puede ser comparado, sin exageración, con la Revolución industrial del siglo XIX»; y, sin embargo, en el mismo párrafo observó que «la actitud de la Iglesia…hacia el comercio fue no sólo pasiva, sino activamente hostil». En otra página, Pirenne citó, como característica de la Baja Edad Media, esta afirmación: «El comerciante rara vez o nunca puede complacer a Dios». Las prohibiciones eclesiásticas contra la especulación y el préstamo con interés (usura) y la doctrina del precio justo han sido citadas por Pirenne y por otros para mostrar la supuesta oposición de la Iglesia al surgimiento del capitalismo”.

“Se nos ofrece así una sorprendente paradoja: se dice que el spiritus capitalisticus (como lo llamó Pirenne) se originó en una época en que el sistema prevaleciente de creencias hacia el mayor énfasis en los aspectos místico y ascético de la vida y en las recompensas y castigos en el más allá. Más aún, el sistema prevaleciente de creencias era apoyado por toda la autoridad moral y legal de una jerarquía eclesiástica omnipotente…Y, sin embargo, de hecho, el comercio floreció” (De “La formación de la tradición jurídica de Occidente”-Fondo de Cultura Económica-México 1996).

Esta contradicción hace recordar la persistente denigración histórica del capitalismo, durante la Revolución Industrial, denostada por “generar mucha miseria”, mientras que, en realidad, el importante aumento de la población indicaba que las condiciones económicas y sociales de la población mejoraban significativamente. Es muy probable que en el futuro se diga que “a comienzos del siglo XXI, EEUU tuvo la mayor cantidad de pobres de Occidente”. Esta media verdad no tiene en cuenta que a ese país concurre la mayor parte de los pobres del mundo que intentan mejorar sus condiciones de vida. Mientras van solucionando sus problemas, están en condiciones de pobreza circunstancial.

En cuanto a las posibles causas de la contradicción existente entre la economía medieval y la Iglesia, Harold J. Berman agrega: “Se han dado varias explicaciones que podrían resolver esta paradoja. Primero, se ha dicho que la insistencia de la Iglesia en una filosofía moral anti-comercial fue un reflejo de su propia posición económica de gran terrateniente feudal y su propia identificación con una civilización agrícola conservadora. En segundo lugar, se ha dicho (sin notar siempre la contradicción) que la Iglesia no trató seriamente de poner en práctica su doctrina del pecado del móvil de lucro, sino que, por el contrario, introdujo toda una vasta gama de excepciones o, simplemente, cerró los ojos ante las violaciones. Esto permitió a la Iglesia obtener los beneficios de su propia actividad comercial, y también justificó muchas de las prácticas de la clase mercantil”.

“Estas explicaciones y otras similares dejan sin respuesta la pregunta de cómo fue posible crear un sistema económico cuyas premisas fundamentales contradecían la ideología prevaleciente, y cómo fue posible mantener durante más de cuatrocientos años el predominio de una ideología cuyas premisas fundamentales entraban en conflicto con el sistema económico. Otra manera más de presentar las cosas consiste en preguntar cómo fue posible que dos sistemas económicos en conflicto –feudalismo y capitalismo- coexistieran en una sociedad cuyos jefes se dedicaban a la perpetuación de un solo sistema de creencias que tenía total congruencia interna”.

“A pesar de todo, estas preguntas surgen de un concepto de la relación de la doctrina cristiana con el desarrollo del capitalismo comercial, que está basado en una deformación no sólo del pensamiento católico romano entre el periodo transcurrido entre finales del siglo XI y el XV, sino también del pensamiento protestante en los siglos XVI y XVII, la teología católica rompió con el ideal predominantemente ascético y centrado en el otro mundo que antes había prevalecido, y que aún prevalece en gran parte de la ortodoxia de Oriente”.

“Desde el punto de vista de la teoría social cristiana que prevaleció en el periodo formativo de las instituciones comerciales de Occidente, las actividades económicas de los mercaderes, como otras actividades seculares, ya no serían necesariamente vistas como un «peligro para la salvación». Por el contrario, se las consideraría como un camino a la salvación si se efectuaban de acuerdo con los principios establecidos por la Iglesia. Y estos principios se encontraban detallados en el derecho canónico. Desde el punto de vista de la Iglesia, se suponía que el derecho creado por los comerciantes para regular sus propias interrelaciones, la lex mercatoria, reflejaba y no contradecía el derecho canónico. Los comerciantes no siempre estuvieron de acuerdo. Sin embargo, no negaban que la salvación de sus almas dependía de que conformaran sus prácticas a un sistema de derecho basado en la voluntad de Dios tal como se manifestaba en la razón y la conciencia”.

1 comentario:

agente t dijo...

Aunque la doctrina oficial de la Iglesia respecto del comercio fue durante siglos la de la condena por suponerlo una actividad que buscaba directamente el lucro, no soliendo conocer éste límite en su monto, no podía ser muy rigurosa en su práctica censora porque de lo contrario corría serio riesgo de llamar la atención respecto de su incoherencia al respecto ya que ella misma tenía grandes riquezas y privilegios de todo tipo que obtenía por su relación con personas notables y poderosas, ganancias a las que tampoco ponía ningún tipo de límite siquiera teórico.
Por ello, y también por la creciente importancia del fenómeno en la vida social y por la utilidad que proporcionaba al conjunto de la sociedad mediante el suministro de especias y todo tipo de víveres con independencia de las estaciones meteorológicas, así como con el aumento del dinero circulante y su beneficio económico general mediante el aumento del empleo y el préstamo, la Iglesia se fue amoldando a la nueva realidad, acabando por justificar la actividad comercial.