viernes, 8 de mayo de 2020

La Iglesia y el peronismo

Siendo la Iglesia Católica una institución ligada a la sociedad, es natural que sus integrantes emitan opiniones sobre cuestiones de política. También ha de ser natural que cada integrante de la sociedad, pertenezca o no a la Iglesia, tenga derecho a opinar sobre dicha institución.

La influencia de la Iglesia sobre la política debería establecerse sin renunciar a la ética cristiana evitando hacer acuerdos o pactos con ideologías incompatibles con esa ética. Este ha sido el caso del sacerdote y filósofo Jaime Balmes, quien publicaba periódicos políticos en la convulsionada España del siglo XIX. No formaba parte de ninguno de los partidos en pugna pero sus escritos permitían disponer de puntos de vista más amplios que los vigentes en esa época. Juan Ríos Sarmiento escribió: “Cada hombre tiene, en realidad, un vocabulario propio, y la palabra política en los labios de Balmes o en su pluma o en su inteligencia no significa lo mismo que en el empleo que de ella hacen los políticos”.

“Para Balmes la Política era lo que debe ser; un medio. El verdadero político se propone un fin elevado y lejano y para conseguirlo establece medios, algunos de los cuales son políticos…El defecto de la vida política está generalmente en que la política –se confiese o no se confiese- se considera como fin de ella misma. La salvación política de España llegará cuando todos los alcaldes hayan logrado el puesto no porque querían ser alcaldes, sino porque necesitaban serlo para ejecutar un plan”.

“Balmes se proponía hacer una España unida y eficaz; como medio necesitaba intervenir en la política, y como instrumento para ello necesitaba el periódico. Así nació El Pensamiento de la Nación. Para hacer Política con letra mayúscula…«Quien se interesa mucho por las formas políticas –decía- mostrándose muy entusiasta de este o aquel sistema, o es ambicioso o poco entendido», y en otro sitio: «Lo que se llaman pasiones políticas suelen ser pasiones comunes». Así era; todo eran pasiones comunes: ansia de riquezas, ansia de mando, ansia de venganza” (De “Jaime Balmes, Pbro.”-Editorial Juventud SA-Barcelona 1941).

Una forma muy distinta de influir en la política, por parte de la Iglesia, implica establecer tratados o pactos con partidos políticos buscando disponer de libertad para la difusión del mensaje católico a cambio de "no molestarlos", tal el celebrado por el, entonces, futuro Papa Pío XII con el propio Hitler. Al respecto, John Cornwell escribió: "En 1933, Eugenio Pacelli encontró en la persona de Adolf Hitler un oponente adecuado para negociar con éxito su concordato con el Reich. El tratado autorizaba al papado a imponer el nuevo Código a los católicos alemanes y garantizaba generosos privilegios a las escuelas católicas y al clero".

"A cambio, la Iglesia Católica alemana, su partido político parlamentario y sus cientos y cientos de asociaciones y periódicos se comprometían, «voluntariamente», impulsados por Pacelli, a no inmiscuirse en la actividad social y política. Esa abdicación del catolicismo político alemán en 1933, negociado e impuesto desde el Vaticano por Pacelli con el respaldo del Papa Pío XI, permitió que el nazismo pudiera asentarse sin encontrar la oposición de la más poderosa comunidad católica del mundo, justo lo contrario de lo que había sucedido sesenta años antes, cuando los católicos alemanes se enfrentaron y derrotaron a Bismarck en su Kulturkampf".

"Como alardeó el propio Hitler en la reunión del gabinete del 14 de julio de 1933, la garantía de no-intervención ofrecida por Pacelli dejaba al régimen las manos libres para resolver a su modo la «cuestión judía». Según las actas de aquella reunión, «Hitler expresó su opinión de que debe considerarse un gran triunfo. El concordato concede a Alemania una oportunidad, creando un ámbito de confianza particularmente significativo en la urgente lucha contra la judería internacional». La sensación de que el Vaticano respaldaba al nazismo contribuyó en Alemania y en el extranjero a sellar el destino de Europa" (De "El Papa de Hitler"-Editorial Planeta SA-Barcelona 2000).

En la Argentina, bajo el gobierno de una cúpula militar pro-nazi, de la cual Juan D. Perón fue una figura importante, se establece en la década de los 40 un pacto algo similar al establecido en Alemania. La Iglesia pretende imponer la educación religiosa en todas las escuelas asociándose a las decisiones del gobierno. El acuerdo se prolonga una vez que Perón asume la presidencia de la Nación imponiendo un gobierno totalitario de tipo nazi-fascista. Loris Zanatta escribió: “Junto con el movimiento obrero, los partidos políticos, los grupos nacionalistas, o las Fuerzas Armadas, la Iglesia fue la protagonista principal: su arraigo en la sociedad era tan fuerte que le hubiera bastado –por lo menos así lo esperaba- para constituirse en el basamento ideal del «nuevo orden», diferente de la declinante democracia liberal, pero también de la aborrecida solución comunista y de la derivación «pagana». Habría sido la coronación del regreso de la Argentina al núcleo de las «sociedades cristianas», la reunión entre el Estado y el «pueblo católico», entre las instituciones políticas y sociales por un lado, y la nación y su sempiterna identidad por el otro”.

“Pero el vínculo entre la Iglesia y el Ejército pasó, entre 1943 y 1946, por distintas fases, profundos ajustes, borrascosas fracturas, bruscos y precarios reajustes. La «nación católica» invocada por Perón en 1946 no fue la misma que la imaginada por el bloque clérigo-militar subido al poder tres años antes, aunque existía una inequívoca filiación. Perón fue un hijo rebelde del mito de la nación católica; poco obediente, a veces molesto, a menudo irritante, que al crecer y madurar asumió una fisonomía distinta de la deseada por quien lo engendró: pero siempre un hijo” (De “Perón y el mito de la Nación Católica”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1999).

Por otra parte, Daniel D. Lurá Villanueva expresó: "Ya que la justicia social se ha invocado como una de las razones, sino la más importante, para justificar el apoyo dado por la Iglesia o por gran parte de ella a Perón, la pregunta que el estudioso tiene que hacerse, no ya el hombre que actúa en un partido, en una entidad, o en un movimiento social, político, religioso, lo que fuere, la pregunta que uno tiene que hacerse, me parece es: ¿de qué vale una supuesta justicia en el campo laboral, cuando a la vez se cometen injusticias de otro orden y se ataca la dignidad y la libertad?".

Entre las injusticias mencionadas por el citado autor, aparecen: "La obligación de afiliarse al partido para obtener o mantener puestos públicos, por ejemplo; la destitución de la Suprema Corte de Justicia Nacional; el incendio del Jockey Club, de la Casa del Pueblo, de la Casa Radical; la clausura de los diarios; la prohibición de viajar a y de Uruguay, son hechos que muy poco se mencionan".

"Y sobre todo, hay dos aspectos que yo creo que no se pueden dejar de reconocer, y que hay que mencionar. Uno es el culto idolátrico al jefe del partido y del Estado y a su esposa, lo cual, desde el punto de vista cristiano, está en flagrante contradicción con el mandamiento: No tendrás dioses ajenos delante de mí; y otro elemento que no se puede desconocer, el odio que se pregonó contra el adversario político, que está en contra del mandamiento de Amar al prójimo como a uno mismo. Para mí, estos dos elementos son vitales, y me parece, como hecho, que la Iglesia debió haberse manifestado en forma clara, definida y constante para impedir que nuestro pueblo, y, sobre todo, en este caso particular, los miembros de esta Iglesia, pudieran mantener ese culto y permitieran ese odio" (De "La naturaleza del peronismo" de Carlos S. Fayt-Viracocha SA Editores Libreros-Buenos Aires 1967).

Las ambiciones de Perón por el control y dominio total de la sociedad, lo conducen a la ruptura con la Iglesia Católica, antiguos socios por conveniencia mutua. Así se llega a los incendios de templos católicos ante la indiferencia cómplice del líder totalitario. Pero no todos los sacerdotes reconocen hoy el error de la antigua sociedad, ya que algunos, a pesar de los incendios peronistas y del odio generalizado, mantienen su fidelidad a Perón e, incluso, llegan a ocupar sitios de mando de la Iglesia Católica. Este hecho significativo muestra que dicha institución, como ocurriera otras veces en el pasado, ha dejado de predicar el cristianismo, volcándose a favor de ideologías totalmente opuestas a los Evangelios.

Que un adolescente sostenga en la actualidad que “Perón fue un santo”, puede disculparse por cuanto sólo repite lo que ha escuchado muchas veces. Por el contrario, quien haya vivido la época totalitaria del peronismo, y acepte todos los ataques emitidos por el líder contra la gente decente, es alguien de dudosa moral, tal el caso de Jorge M. Bergoglio.

El actual Papa se opone a la economía de mercado, por lo cual sus preferencias se orientan hacia las economías de tipo socialista, de probada ineficacia en todo el mundo. Culpa al reducido porcentaje de empresarios por la pobreza generalizada del país sin criticar a quienes no aspiran a ser empresarios, sino empleados públicos con la principal tarea de cumplir un horario y descansar mentalmente durante gran parte de su vida. Tampoco critica el derroche de recursos por parte del Estado, que excede ampliamente la capacidad productiva del limitado sector empresarial. Ignacio Zuleta escribió: “Bergoglio asume como propia la hipótesis de que la desocupación y la exclusión no son un efecto colateral de la economía de mercado del capitalismo del siglo XXI. Son, por el contrario, según el Papa, un ingrediente sistémico. Por eso la tarea hacia delante es asumir esa realidad y construir caminos para contener y auxiliar a los excluidos de la «sociedad del descarte»” (De “El Papa peronista”-Ariel-Buenos Aires 2019).

Bergoglio iguala al pobre con el incapacitado mientras critica al empresario por no ser capaz de mantenerlo. Con las ayudas sociales para el pobre-discapacitado se lo excluye de la sociedad casi definitivamente ya que se le quita toda dignidad humana y toda posible voluntad de trabajo. Zuleta se refiere a unas reuniones propuestas por el Vaticano (la última en 2016) para promover su economía popular: “El producto más importante de ese encuentro, al que asistió como observador el presidente del bloque del PRO –partido oficialista en la Argentina- Nicolás Massot, fue la sanción inmediata y sin discusión de una Ley de Emergencia Social que redactó Grabois sobre la base de la hipótesis bergogliana de la economía popular. No hay mucho misterio en la sanción sorpresiva y casi sin debate de la letra de ese proyecto, que es el programa de asistencia a las organizaciones de la economía popular para asegurar el pago de un «salario social solidario» que le costaría al Tesoro la friolera de 30.000 millones de pesos en tres años. Lo pidió el Papa y así se vota, fue la orden de Olivos”.

1 comentario:

agente t dijo...

Yo creo que antes de los necesarios análisis históricos o ideológicos de las relaciones de la Iglesia con el Poder conviene no perder de vista que estamos ante una organización que acumula mucha información tanto por su veteranía como por la red de capilaridad social que despliega en su implantación en las sociedades donde se halla presente, y todo ello le pone en situación privilegiada para atisbar los inmediatos cambios que vayan a producirse en lo referente a los detentadores del poder y así poder situarse con ventaja y sacar rendimiento de ese hecho. Circunstancia que unida a su probada versatilidad hace que podamos deducir que su principal preocupación es precisamente el tener una supervivencia y continuidad lo mejor posible desde un punto de vista sustancialmente material.