martes, 31 de marzo de 2020

Hayek, un liberal ortodoxo

KEYNES TENDRÍA HOY CIEN AÑOS ¿SUS TEORÍAS TAMBIÉN?

Por Germán Sopeña

Fue en 1983 el centenario del nacimiento de John Maynard Keynes. Lamentablemente, el economista inglés no fue longevo y hace ya cuatro décadas que desapareció de este mundo, pese a lo cual dejó una marca enorme en la evolución económica del siglo. Un presidente norteamericano -Richard Nixon- llegó a decir una vez "hoy somos todos keynesianos" aludiendo así al triunfo absoluto de sus teorías que vulgarmente se sintetizan bajo la idea de regular la evolución económica de un país desde el Estado, gracias al instrumento básico del déficit presupuestario.

Es una lástima que Keynes no hubiera vivido al menos 20 años más. En tal caso,¿habría cambiado radicalmente su concepción teórica? ¿Se consideraría -involuntariamente desde luego- el padre de la inflación crónica que se abatió sobre el mundo como un cáncer generalizado desde la segunda mitad del siglo XX en adelante?

Su principal adversario académico de toda la vida -Friedrich von Hayek- es en cambio un alarde de longevidad. A los 80 y tantos años de edad Hayek continúa trabajando en la universidad de Friburgo (Alemania Occidental) y defendiendo una posición definida como "liberal ortodoxa" (paleoliberal según sus críticos, ante lo cual Hayek sonríe diciendo "¿y qué puedo contestar, si de todos modos yo tengo razón?"). Sólo revalorizada mundialmente en la década del 70 -Hayek fue Premio Nobel en 1974- a medida que las consecuencias de una inflación mundial generalizada desnudaron la crisis que se vive hasta hoy.

Esa longevidad le permite sin duda criticar mejor a Keynes a la luz de lo que sucedió en el mundo en los últimos 40 años. Pero en sus grandes líneas el pensamiento de Hayek sigue sosteniendo los mismos conceptos de su discusión de los años 30 con Keynes y su misma percepción crítica sobre la enorme influencia que ejerció lord Keynes en los políticos de todo el mundo. En una reciente colaboración para la revista The Economist, consagrada al centenario de Keynes, Friedrich von Hayek sostenía taxativamente que "su objetivo principal fue siempre tratar de influir en las políticas en curso para lo cual la teoría económica fue para Keynes simplemente una herramienta para tal propósito". Y continúa después: "Admiré a Keynes, que fue ciertamente uno de los hombres más notables que yo haya conocido por su cultura, su pensamiento y su capacidad de exposición. Pero por paradójico que esto pueda sonar, Keynes no era ni un economista experimentado ni siquiera estaba realmente interesado en el desarrollo de la economía como una ciencia".

Tales conceptos lapidarios son proferidos por Hayek en el tono respetuoso pero implacable de un catedrático absolutamente seguro de sus experiencias. Desde su sillón en el despacho de la universidad de Friburgo, Hayek nos lo afirma como quien lo ha repetido en infinidad de ocasiones.

"Así como se ha dicho muchas veces que, si Marx viviera, no sería marxista, yo estoy seguro de que Keynes no sería keynesiano. En rigor Keynes ya no era keynesiano en los últimos meses de su vida. Lo lamentable del caso es que Keynes murió en el momento más inoportuno posible, ya que en gran parte la influencia de sus ideas se propagó por el mundo cuando él ya desconfiaba de sus propias teorías. Yo se lo puedo asegurar, porque en varias conversaciones personales con el propio Keynes él me confiaba poco después de la Segunda Guerra Mundial -o sea poco antes de su muerte- que estaba muy preocupado por la propagación inflacionista que había ganado a la mayoría de sus alumnos. Con profunda indignación Keynes llegó a decirme textualmente lo siguiente: 'Están locos; no toman en cuenta que mis teorías fueron pensadas para combatir un periodo de deflación y no para ser aplicadas en momentos de inflación'".

Resulta sorprendente sin embargo suponer que, si Keynes había comenzado a advertir ese riesgo, ninguno de sus discípulos hubiera profundizado la brecha. “Pero es que hubo algunos que sí lo advirtieron –continúa Hayek- como la señora June Ovenson por ejemplo que hizo una famosa declaración pública en la cual afirmó que `Keynes no había comprendido enteramente sus propias teorías`. Pero la influencia de sus teorías ya había sido muy grande entre todos los políticos de la época, especialmente por su famoso informe sobre `El pleno empleo en una sociedad libre`, donde se relaciona erróneamente el nivel de empleo al nivel de demanda final, lo cual es falso por una razón muy simple: el curso de la producción es como un largo resorte que puede ser comprimido o estirado según las circunstancias. Alguna veces, el nivel de empleo puede tener resultado sobre la demanda de productos; pero otras veces no es beneficioso invertir –aun si la demanda no se ha restringido- porque el capital disponible es escaso o muy caro. La demanda no gobierna por lo tanto rígidamente al empleo. Ésa fue la base de toda mi discusión de los años 30 con Keynes y en la cual su posición resultó francamente victoriosa influyendo definitivamente sobre todos los gobiernos posteriores”.

Aquel enfrentamiento absoluto y total con Keynes le valió a Hayek el mote vulgarmente adjudicado de “pensador conservador” por cuanto Keynes pasaba por ser un hombre de ideas sociales y progresistas, generalización en la cual se confundían imperdonablemente dos cosas distintas; que Keynes poseía realmente elevados ideales sociales dignos de todo elogio pero que otra cosa muy diferente es querer interpretar fenómenos económicos simplemente bajo esa óptica.

Así, cuando Milton Friedman, el monetarismo y la llamada escuela de Chicago se erigieron en nuevos apóstoles de la crítica ortodoxa a las teorías keynesianas, numerosas opiniones académicas un poco simplistas identificaron de inmediato a Hayek y Friedman como las dos cabezas de un mismo cuerpo de pensamiento. Hayek se preocupa sin embargo de precisarnos con todo cuidado que tal apreciación es errónea: “Puesto que hablamos de Friedman y el monetarismo –nos explica- debo puntualizar lo siguiente: yo coincido en muchos aspectos con las teorías de Milton Friedman pero no coincido justamente en la política monetaria por él aconsejada. Creo que Friedman sobresimplifica el problema porque una de las peores cosas que pueden suceder económicamente es que uno supedite todo a la cantidad de dinero en circulación. Eso lo lleva a uno a un error inevitable, ya que en realidad no se puede determinar nunca con precisión cuál es la masa monetaria circulante total en una economía. Los Bancos centrales tienen así una capacidad limitada de acción para determinar la masa monetaria total, y por lo tanto confiar todas sus esperanzas a ese instrumento lo lleva a uno a intentar políticas experimentales”.

En esa respuesta de gran densidad de Friedrich von Hayek se dibuja en realidad el fondo de su filosofía económica: no es posible actuar con éxito manejando simplemente un instrumento estatal. Keynes lo propone a través del déficit. Friedman, a través de un rígido control monetario. Pero ni uno ni otro –en la visión de Hayek- debieran olvidar que la capacidad de influencia es limitada y en última instancia produce consecuencias que escapan al control de la situación que se pensaba dominar.

También allí asoma una vez más la desconfianza absoluta de Hayek hacia cualquier forma de controles estatales que pueden derivar en evoluciones hacia el totalitarismo. Lo curioso del caso es que tales preocupaciones del economista austriaco –soberbiamente resumidas en su famoso libro Camino de servidumbre en el cual explica la naturaleza económica del totalitarismo nazi o soviético- parecían también ser compartidas por Keynes, quien en una carta privada poco antes de morir le relataba a un colega que “yo me encuentro en profundo acuerdo moral y filosófico con lo que Hayek propone en Camino de servidumbre”.

Pero Keynes no parecía advertir que dicha reflexión moral y filosófica se apoyaba sobre un andamiaje económico fundamental, respetuoso de la ley del libre mercado como la única forma de control disponible contra las tentaciones del poder estatal. A su manera, Friedman también confía en demasía en las posibilidades que ofrece el control monetario ejercido desde el Banco central, lo cual inquieta a Hayek, para quien la única actitud estatal debe ser la de tratar de mantener en su forma más pura posible la vigencia de una economía de libre competencia. “Por cierto que no puede ser perfecta –agrega- pero es la mejor defensa posible contra los riesgos totalitarios”.

Asimismo, Hayek advierte un segundo punto de discordancia con Friedman. “Estoy en desacuerdo con Friedman y la escuela de Chicago en algo que me parece fundamental: yo no creo que se pueda detener la inflación despaciosamente o gradualmente como lo proponen Friedman y sus seguidores. Yo sostengo en cambio que la inflación debe ser combatida de la manera más abrupta y veloz posible por una sencilla razón que hemos verificado en estos últimos años en todo el mundo; el descenso lento y gradual de la inflación provoca inevitablemente un desempleo masivo porque las empresas se van readecuando gradualmente al proceso recesivo engendrado por políticas monetarias restrictivas y eso deriva naturalmente en reducción de empleos”.

“Si uno aplica una política radical de control de la inflación también habrá desempleo inmediato pero el restablecimiento de condiciones económicas más sanas permitirá un rápido equilibrio de la situación del empleo. Y creo firmemente que si una política de control inflacionario muy rígida puede provocar un pico de desempleo, en términos políticos es posible aguantar seis meses con un desempleo del 20% mientras que resulta políticamente muy difícil aguantar tres o cuatro años con `sólo` un 10% de desempleo permanente”.

Lo atractivo –lo embriagante casi- de la teoría keynesiana es que proponía una vía económica que prometía una estabilidad y prosperidad creciente con pleno empleo para toda la sociedad. A la inversa, lo chocante de las ideas de Friedman es que proponen austeridades, desempleo y sacrificios que por lógica no atraen a nadie. Pero aun si Hayek no se identifica con uno ni con otro, es indudable que su posición es más próxima a la de Friedman en cuanto sólo advierte un camino de austeridad y esfuerzo para solucionar años de prácticas equivocadas y de gastos descontrolados a nivel mundial.

Hayek reconoce que si bien no le satisface la política gradualista –palabra que nos suena conocida a los oídos argentinos- al menos ciertos éxitos evidentes se han logrado en los países occidentales en la lucha contra la inflación. “Es cierto, la tendencia es alentadora, especialmente en Estados Unidos, pero allí el desempleo sigue siendo muy alto y para combatirlo todo el mundo espera ansiosamente el retorno a la expansión económica que dé por terminada la (cura) inflacionaria. Pues bien; yo creo que la inflación debe ser combatida hasta llegar al 0 por ciento, a la inflación nula, porque si no corremos el riesgo de recomenzar con el mismo problema”. Y en efecto, esas palabras tienen especial vigencia en este momento en la economía mundial donde a caballo de la auténtica fase expansiva americana comenzada en 1983, ciertos índices inflacionarios parecen querer volver a trepar, especialmente en países europeos.

El resultado de diez años de crisis –desde fines de 1973, día del aumento brutal del petróleo, hasta ahora (1984)- indica ciertamente que “ya no somos todos keynesianos” como se creía en una época. Tampoco friedmanianos y mucho menos hayekianos. Pero nada satisface tanto al propio Hayek. “Lo erróneo es la adscripción ciega a una teoría. No hay que confiar en esos instrumentos mágicos, hay que convencerse de que nuestras posibilidades son limitadas y que por lo tanto nadie mejor que el mercado es capaz de regular adecuadamente el funcionamiento económico. Lo único que hay que hacer es asegurar su capacidad de acción”.

¿Qué advierte Hayek para los años próximos? “Soy relativamente optimista –concluye- ya que si bien la actual fase expansiva norteamericana puede provocar un rebrote inflacionario confío en que un incremento veloz de la producción pueda derivar incluso hacia una reducción de los precios de esos productos, lo cual ayudaría a seguir descendiendo el nivel de inflación….”.

Ya no somos todos keynesianos. Hayek no podía solicitar nada mejor para el final de su vida. ¿O es que quedan algunos keynesianos atrasados en países periféricos como la Argentina? Tal posibilidad no es de descartar. Si en la Argentina se instauró el fascismo por largos años justo cuando desaparecía del terreno en Europa, no sería raro que algunos nostálgicos neokeynesianos –alguien nos señala que el ministro Grispun sería uno de ellos, aunque preferimos esperar un poco más para juzgar- sobrevivieran en las lejanas tierras del Sud. En dicho caso, muchos tememos que la tremenda inflación endémica en que vivimos dure todavía muchos años.

(De “Testimonios de nuestra época”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991)

lunes, 30 de marzo de 2020

Entrevista a Jean-François Revel

Considerado en Francia (al menos por algunos autores) el sucesor de Raymond Aron, como defensor del sistema democrático liberal y de la civilización occidental, Jean-François Revel constituye una excepción entre los intelectuales en el sentido de atenerse estrictamente a los hechos sin ser confundido por la propaganda socialista, soviética o prosoviética, lo que constituye toda una rareza en nuestra época. En el año 1989 fue consultado por un periodista de La Nación; entrevista que se transcribe a continuación:

LA LARGA MARCHA CONTRA EL TOTALITARISMO

Por Germán Sopeña

Es un arquetipo del periodista-escritor de una gran tradición francesa: la del polemista brillante, provocador casi, ansioso de la controversia para sacar luz de las chispas que origina la confrontación de ideas. Pero no es polemista quien quiere, sino quien puede, para atreverse a una lucha que llega a ser despiadada en el mundo intelectual francés.

Jean-François Revel tiene esas armas bajo el brazo. O en su mente, mejor dicho. Una sólida base cultural, el gusto por la historia, la capacidad analítica de quien ha pasado su vida tratando de separar lo esencial de lo secundario y lo verdadero de lo engañoso.

Durante muchos años transmitió esas impresiones desde las paginas de L'Express. En los últimos tiempos prefirió el puesto de tiro más pausado, pero de mayor alcance, del escritor de libros de éxito mundial. En ambos casos, sin embargo, subsiste el mismo estilo: Revel es un peleador nato, seguro de la fortaleza de sus argumentos y capaz de irritar al extremo a sus adversarios precisamente porque no suele dejar flancos débiles para la crítica.

Su enemigo principal es el totalitarismo. Con un lenguaje contundente, tanto al hablar cuanto al escribir, Revel defiende con profunda convicción la superioridad del sistema democrático pluralista, y se indigna con singular vehemencia contra los líderes occidentales que vacilan en defender la diferencia cualitativa en favor de las democracias.

En el centro del análisis, Revel entiende que la tentación totalitaria es propia de la esencia humana, como también lo es su rechazo por parte de quienes sufren los abusos del poder absoluto. "La democracia -define entonces Revel durante la entrevista mantenida con La Nación en su departamento de la Île Saint-Louis, en París- es un sistema de contrapesos al poder, capaz de limitar la expresión de esas tentaciones totalitarias".

El siglo XX ha sido fiel testigo de esa larga lucha sin cuartel en la cual Revel no admite términos medios. Su crítica -implacable, según se puede advertir al leer su último gran éxito, El conocimiento inútil- alcanza particularmente a intelectuales y periodistas del mundo occidental industrializado.

Sus agumentos son difíciles de contrastar. La esencia de esas ideas está en las respuestas desarrolladas en el diálogo con La Nación. En varias de ellas, además, surge la intuición del periodista que anticipa los hechos. La entrevista tuvo lugar a fines de noviembre, cuando aún no se habían producido los acontecimientos de Rumania y Panamá. Con sorprendente semejanza, Revel parece referirse a ellos por adelantado, al sostener que debe llegar una etapa de defensa de la democracia que permita la intervención exterior en los asuntos internos de un país para desalojar del poder a un dictador que ejerce el totalitarismo.



-Usted ha pintado, a través de los años, un cuadro más bien sombrío sobre la evolución de los regímenes políticos contemporáneos, ante el avance de los distintos socialismos y, por lo tanto, las amenazas cada vez mayores sobre la libertad del individuo. ¿Estima que hay ahora algunas razones para ser más optimista que en el pasado?

-Yo escribí en 1970 un libro que se llamaba Ni Marx ni Jesús. Allí manifestaba mi neta oposición a lo que se llama el marxismo y, a la vez, mi rechazo a una forma de religión política que se denominó la teología de la liberación. Allí desarrollaba una tesis que es la siguiente: la verdadera revolución de nuestra época tiene lugar en los países capitalistas democráticos. Yo sostenía allí que la revolución rusa había sido un fracaso, y que la revolución china también había sido un fracaso. Lo mismo vale para las diversas revoluciones tercermundistas que, en el fondo, siempre copiaron el modelo estatista del comunismo, aunque no lo adoptaron totalmente. Lo notable del caso es que esas revoluciones no modificaron las estructuras sociales de sus países, que son cada vez más atrasadas, en tanto que las democracias del capitalismo occidental produjeron transformaciones sociales enormes.

Por lo tanto, no me asombra el fracaso del socialismo. Lo que sí me sorprendió siempre es lo siguiente: ¿Por qué, si es tan evidente que el comunismo es un fracaso, hay tantos individuos de los países democráticos occidentales que quieren el totalitarismo? ¿Por qué el terrorismo que hubo en la Argentina, en Uruguay, ahora en Perú, para imponer un tipo de régimen que cualquiera sabe que es más bárbaro que cualquier democracia por imperfecta que sea? Para resumirlo, mi pregunta de fondo es siempre la misma: ¿Por qué existe la tentación totalitaria?

-¿Ha variado su respuesta con los años?

-Si lo juzgamos por los últimos acontecimientos en el Este europeo, se podría pensar que sí. Pero cabe preguntarse cómo es posible que un fracaso tan absoluto como el del comunismo haya podido durar tantos años. Eso es lo grave, y lo que nos debe preocupar.

El otro punto que siempre me ha preocupado es observar la pasividad con que reaccionan las políticas exteriores de los principales países democráticos occidentales. La verdad es que este proceso de liberación del Este sorprendió a todos los líderes occidentales y que las primeras reacciones en las cancillerías reflejan más bien el temor a una desestabilización. Hasta la señora Thatcher llegó a decir que no era el momento de plantear la reunificación de Alemania, porque se sobreentiende que no quiere irritar a Gorbachov. ¿Y qué nos importa, a nosotros, occidentales, de los problemas de Gorbachov? En lugar de felicitarnos por los acontecimientos, demostramos una falta de visión estratégica que ha sido siempre característica de las democracias occidentales.

Ideología y propaganda

-Esa falta de visión estratégica, ¿puede deberse a la propia naturaleza del sistema democrático occidental?

-Es curioso. Si hay, actualmente, una inestabilidad es la del sistema comunista que se desagrega velozmente, no la del sistema occidental. Y vemos, sin embargo, que el propio presidente francés, en lugar de mostrarse satisfecho por el triunfo definitivo de la causa democrática occidental, teme una desestabilización global, según los términos de una larga entrevista concedida recientemente a París-Match. Allí, François Mitterrand sostiene que la evolución de los últimos meses no debería modificar los grandes compromisos internacionales de la región europea central.

Eso me parece una falta de visión estratégica que no toma en cuenta lo siguiente: ¿Cómo imaginar que si esos países de Europa central eligen realmente Parlamentos libres e independientes no van a rechazar pactos políticos y militares que les habían sido impuestos por la fuerza? Yo creo que el punto fundamental de la diplomacia occidental sería el de expresarle claramente a Gorbachov que eso será inevitable en los países de Europa del Este, que sea razonable y acepte la caída de todo un sistema rechazado por las sociedades que lo sufrían.

Pero es cierto que hay algo propio de las sociedades democráticas que impide hacer el análisis correcto. El problema es que la mayor parte de los hombres de Estado y de los diplomáticos occidentales jamás han estudiado como corresponde el funcionamiento de un régimen totalitario. No saben cómo funciona. Creen, hasta ahora, que se puede reformar una economía de Estado comunista y llegar a una suerte de socialismo de mercado, algo que parece imposible si observamos que allí no hay prácticamente ningún mercado posible.

En segundo lugar, no se comprende en Occidente la fuerza de la ideología y de la propaganda que sirve de instrumento fundamental para los totalitarismos. Tomemos por caso la eterna propaganda soviética de defensa de la paz mundial, del desarme, de la vocación pacifista. Toda esa propaganda es insostenible si se advierte, con los números en la mano, que la Unión Soviética destina el 25% de su presupuesto a los gastos militares, cuando los Estados Unidos utilizan sólo un 5% y los países europeos occidentales un 2,5%; o cuando se sabe que aún permanecen en Alemania del Este divisiones de elite del ejército ruso en número muy superior al de las fuerzas de la OTAN. Sin embargo, Gorbachov es capaz de hacer creer a gran parte de la opinión pública occidental que es el gran campeón del pacifismo y del desarme. La eficacia de la propaganda de los regímenes totalitarios ha sido siempre una ventaja mayor sobre las democracias occidentales y es un gran error no advertir la magnitud de ese problema, que es el del predominio de la idelogía marxista a lo largo de todo el siglo XX.

Cambio de predominio

-¿No cree usted que el fracaso del sistema comunista en Europa marca el fin de ese predominio de la ideología marxista?

-Si, hay un cambio de ideologías dominantes. Yo estoy muy feliz de levantarme cada mañana y leer en los diarios que intelectuales o políticos que me aborrecían hace diez años dicen hoy casi lo mismo que yo sostenía entonces. Pero no lo aceptan abiertamente, sino que lo presentan como una evolución favorable de esos sistemas totalitarios sin denunciar concretamente los horrores cometidos en nombre de la naturaleza misma de esos regímenes.

Esas categorías de análisis del marxismo subsisten todavía, y será necesario combatirlas por largo tiempo. Tome usted por ejemplo el caso de países como Nicaragua o El Salvador: para la terminología occidental habitual, los sandinistas o el Frente Farabundo Martí siguen siendo gente "progresista", en tanto que sus adversarios son gente "conservadora y reaccionaria" aunque allí se encuentren, precisamente, los defensores de una democracia realmente libre y mucho más progresista que la que proponen los sandinistas o la guerrilla salvadoreña. Duarte, presidente elegido libremente, legítimamente, y de origen socialcristiano, es presentado casi como un fascista. Ése es el éxito tradicional de la propaganda comunista. Pero es cierto que eso perderá fuerza inexorablemente, aunque vemos todavía -en una comparación con la astronomía- la luz de estrellas que han muerto pero que todavía llega a la Tierra. Mientras dure, esa luz provocará penurias que debemos combatir. Ésa es mi apreciación. Particularmente, en el terreno del automatismo del vocabulario y la dimensión de las reacciones mundiales.

Si Pinochet hubiera fusilado oponentes políticos como lo hizo Fidel Castro en 1959, hubiera sido un escándalo mundial. Castro lo hizo tranquilamente y dos días después no era una noticia en los diarios. ¿Por qué? Porque Castro conserva la imagen de un héroe revolucionario aunque no sea más que un tirano comparable con Ceausescu. Eso es una buena evidencia del efecto de la propaganda, que ha sido exitosa en difundir esas imágenes que llegan a ser más fuertes que las cifras incontrastables del nivel de vida, el nivel de alfabetización, de protección social o de simple progreso individual. Y aun periodistas e intelectuales competentes y honestos, sin ser comunistas, recurren a menudo a esos cassettes grabados en sus mentes inconscientemente por años de propaganda.

Las tendencias totalitarias

-Sus libros han tratado recurrenemente ese tema, en particular El conocimiento inútil, dando a veces la sensación de que usted se siente un poco solitario en una cruzada en pos de la verdad. ¿Se siente efectivamente solo en ese combate de ideas?

-No me siento solitario a título personal. Lo que me inquieta es que el cambio tan positivo que vemos en estos tiempos no se vea fundamentado por una verdadera comprensión de lo que sucede. Hay que analizar los errores de análisis cometidos, los mecanismos que dieron origen a esta barbarie del siglo XX y no limitarse a constatar, con alegría, que ha caído el muro de Berlín. Si no profundizamos el análisis, lo más probable es que esa amenaza del totalitarismo se volverá a presentar bajo otra forma distinta.

-¿Piensa en alguna forma totalitaria en particular?

-No. Las posibilidades del totalitarismo son muy vastas, porque el hombre es un genio para fabricar sistemas falsos. Una vez que ha ideado un sistema, el hombre lo quiere aplicar a cualquier costo; y una vez que ha logrado la aplicación, aun si no marcha, el hombre rechaza la evidencia de que no marcha. En una escala más limitada y más al alcance de su país, ¿no es lo que ha pasado con el peronismo, que nunca funcionó y que sin embargo hasta hoy pretende ser aplicado por quienes se dicen peronistas? Pero, para volver al problema central, el del comunismo, hay que tener en claro que sólo es un totalitarismo entre otros, y que es imprescindible saber cómo pudo desarrollarse para impedirlo en el futuro. Y, además, porque el problema está lejos de haber terminado. Es un sistema antihumano que gobierna a casi 2000 millones de personas en el planeta, de los cuales los 1100 de la China parecen sólidamente condenados a seguir sufriendo la tiranía del partido, como también se vio en los episodios trágicos de la plaza Tienanmen en el mismo 1989 en que se liberan los países de Europa oriental.

-¿Por qué, a su juicio, no se exploran suficientemente las causas y orígenes del totalitarismo?

-Hay muchas explicaciones posibles para esa pregunta. Pero una razón muy importante, en mi opinión, es que muchos intelectuales prefieren los regímenes totalitarios. Puedo citar a Günter Grass o a Gabriel García Márquez como casos contemporáneos representativos, aunque hubo una infinidad en el siglo XX. En muchos intelectuales existe siempre la secreta ambición de la aplicación política de sus ideas. Esto vale desde Platón hasta nuestros días, y la mejor forma de aplicación –para quienes están convencidos de que sus ideas son indiscutiblemente mejores que las de los demás- es a través de un esquema de poder total y absoluto.

En segundo lugar, para la clase política también es más cómodo moverse en una dictadura que en una democracia, donde siempre habrá alguien que los critique. Muchos dirigentes políticos han comprendido, sin embargo, las ventajas del sistema de poder limitado que se desarrolló con las democracias liberales. Pero no es el tipo de poder que quieren los supuestos revolucionarios progresistas, para quienes el poder debe ser absoluto…cuando lo detentan ellos, por supuesto.

El gran problema

-Cuando se observa el mapamundi político hay que admitir que los países democráticos son minoritarios frente a los distintos tipos de regímenes que van del autoritarismo al totalitarismo más extremo. ¿Cuál es su respuesta al dilema que planteaba Aron cuando se interrogaba sobre si la democracia liberal no era acaso una anomalía histórica, un producto casi ideal y por lo tanto naturalmente endeble frente a las amenazas totalitarias que, como usted dice, subyacen en la esencia del hombre?

-Es el gran problema. Yo mismo me he preguntado, en Cómo terminan las democracias, si el sistema democrático no es acaso un paréntesis entre siglos de totalitarismos. Para plantear correctamente el problema, sin embargo, me parece que no hay que pensar la democracia sólo en relación con el totalitarismo. En realidad, los regímenes totalitarios como los que se produjeron en el siglo XX han falseado totalmente la visión de los sistemas políticos.

Estos regímenes totalitarios han sido un producto particularmente monstruoso y perfectamente excepcional. El totalitarismo del siglo XX no es una derivación de otros absolutismos conocidos en la Edad Media o la Edad Antigua. Por el contrario, es un sistema que abolió totalmente la sociedad civil, que quiere determinar hasta los mínimos detalles de la educación o la vida familiar y que, por lo tanto, retira toda autonomía a la sociedad y al individuo, algo que nunca llegó a producirse en siglos anteriores en tal magnitud.

Esta situación extrema ha falseado en cierta forma el análisis porque nos llevó –utilizando, finalmente, el esquema de análisis totalitario- a la oposición que parece natural entre democracia o totalitarismo, cuando en realidad existen y han existido una cantidad de regímenes intermedios que, sin ser democracias, no son totalitarios en cuanto permiten un grado considerable de autonomía a la sociedad civil.

En el magnífico libro de Octavio Paz sobre Sor Juana Inés de la Cruz hay una descripción del México colonial del siglo XVII donde se explica muy bien que el virrey español de aquel entonces tenía mucho menos poder que un presidente actual de México. Es cierto que aquél no era un sistema de elección democrática pero también es cierto que los cabildos o las cortes judiciales eran verdaderos contrapesos al poder central. E incluso en la Francia de antes de la Revolución, la monarquía no era el poder absoluto que se ha caricaturizado después.

Las cortes judiciales –denominadas Parlamentos- disponían de una autonomía muy grande. Fue justamente la independencia del Parlamento de Burdeos la que originó en Montesquieu su idea de la necesaria división de poderes. De allí la tomó también Jefferson, el notable defensor norteamericano de la división de poderes, que era un gran lector de Montesquieu.

Es decir que las sociedades tradicionales también habían establecido reglas para no permitir que el gobernante pudiera hacer lo que se le ocurriera. Si dejamos de lado el oscurantismo de algunas épocas dominadas por los dogmas teológicos, en su conjunto los sistemas políticos de siglos anteriores dejaron suficiente espacio para la creación artística, intelectual o científica que se transmitió hasta nuestros días. ¿Qué fueron, si no, el Renacimiento italiano, el Siglo de Oro español, el racionalismo francés?

Para volver a la pregunta, por lo tanto, hay que plantearse que la democracia puede ser difícil de alcanzar; pero que el totalitarismo no es, de ninguna manera, una organización política natural, sino todo lo contrario. Y que el principal desafío contemporáneo es terminar alguna vez con esa deformación inhumana que asesina a la sociedad en la Unión Soviética, China, Etiopía, Angola, Cuba y muchos otros países del planeta que se organizarían en forma muy distinta si sus habitantes tuvieran la libertad de manifestar su opinión al respecto.

No hace falta que todos ellos se transformen en sociedades democráticas occidentales como las que nos gustan a nosotros, europeos o americanos. Pero, al menos, que vuelvan a una etapa pretotalitaria, para permitir que la sociedad civil evolucione espontáneamente.

-¿Lo ve posible como una perspectiva de corto plazo?

-Creo que sí, a causa del monumental fracaso del comunismo evidenciado en 1989. Lo único que me aflige realmente es ese temor de los jefes de Estado occidentales que siguen pensando en la eventual inestabilidad que surgiría de ese naufragio del comunismo en Europa oriental.

-Y desde el punto de vista de la pluma, de la acción simplemente intelectual, ¿cuál es el libro o los libros que -a su juicio- han hecho más contra el totalitarismo?

-Citaría más de uno en realidad. Pienso que la biografía de Stalin por Boris Souvarine, un libro de 1937, brindó una descripción extraordinaria del fenómeno totalitario. Evidentemente hay que citar los análisis de Karl Popper o de Raymond Aron, o las terribles descripciones de Solyenitzin. Un análisis teórico es particularmente importante para comprobar no sólo los totalitarismos existentes sino los gérmenes de totalitarismo que estaban presentes en otras obras teóricas tan importantes como las de Platón, Tomás Moro o Jean-Jacques Rousseau, por ejemplo.

Cuando nos asombramos del terror de la KGB, que no deja viajar al exterior a una familia completa, ¿cómo no recordar que en su Utopía, Tomás Moro escribe con total precisión que en el régimen perfecto, para que todos cumplan exactamente con su función, nunca hay que dejar viajar a una familia completa sino que se debe mantener a distintos miembros de ella como rehenes? La semejanza es prodigiosa, ¿verdad? Pero no hay de qué asombrarse. El germen totalitario es propio de la naturaleza humana. La democracia es, por lo tanto, el éxito de un sistema capaz de utilizar las otras tendencias del hombre, las mejores, para establecer una red de contrapesos al poder. Hay que felicitarse de una evolución favorable en América latina o, ahora, en los países del Este, pero la batalla está muy lejos de haber terminado.

(Extractos de "Testimonios de nuestra época"-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991)

viernes, 27 de marzo de 2020

La discriminación admitida y promovida

Por lo general, está mal visto por la sociedad, y penado por la ley, todo tipo de discriminación entre seres humanos, ya sea por cuestiones étnicas, religiosas, sexuales, sociales u económicas, existiendo una excepción: la "burguesía", a la que se la identifica con el sector productivo. Se la puede difamar tranquilamente hasta el extremo de admitir el asesinato de uno de sus miembros como si se hubiese matado a una hormiga o a una cucaracha. Tal es así que no existe en la Argentina listas, ni homenajes, ni indemnización alguna para los familiares de los más de mil "burgueses", y gente común, asesinados por la guerrilla marxista en los años 70. Incluso se ha liberado de culpa al sector ejecutor de tales asesinatos, como también de secuestros extorsivos y atentados terroristas a lo largo y a lo ancho del país.

Los totalitarismos han necesitado siempre de un enemigo, real o imaginario, sobre quien descargar el odio que motiva el accionar de sus promotores. De la misma manera en que los nazis discriminaron racialmente, y asesinaros a millones de víctimas inocentes, los comunistas lo hicieron con la clase social "incorrecta". En ambos casos se suponía que el mal que portaban sus enemigos, era hereditario, por lo cual creyeron oportuno eliminar incluso a sus descendientes.

A continuación se menciona un escrito en el cual se describe tal tipo de discriminación en épocas de la China maoísta:

IMÁGENES ROTAS

Por Simon Leys

La cuestión de los orígenes sociales, la necesidad de ser de "buena familia", es decir hijo de obrero, de campesino pobre o medianamente pobre, de soldado -o de cuadro influyente del Partido, que en fin de cuentas es más ventajoso- juega en China Popular un papel preponderante. Sólo en el terreno de las ciencias e industrias estratégicas (física nuclear, aeronáutica, etc.) se han permitido excepciones a la regla y los talentos de origen sospechoso pueden hacer carrera libremente. En todos los demás sectores, es prácticamente imposible para un individuo marcado por el "mal origen social" el acceso a una posición proporcionada a sus aptitudes, por dotado que esté para cualquier actividad.

La ciega aplicación de esta regla ha ocasionado un increíble desperdicio de talentos, y llevó a la República Popular a alienar la buena voluntad de una enorme cohorte de especialistas formados en el extranjero en las más variadas disciplinas, que sólo pedían volver a China para poner sus conocimientos al servicio de su patria. Y sin embargo, Dios sabe hasta qué punto esos conocimientos habrían podido ser útiles y provechosos.

Para no citar sino un ejemplo entre mil: uno de mis antiguos colegas que, educado en Inglaterra desde la edad de quince años hizo luego estudios universitarios y alcanzó el doctorado en filosofía, volvió a instalarse en China Popular. Sabía que sus diplomas de filosofía serían poco útiles allí, pero estimaba, con cierto buen sentido, que sus conocimientos del idioma inglés, que manejaba como una segunda lengua materna, le permitirían por lo menos ser útil ya como traductor, ya como intérprete, ya como profesor. (China tiene una aguda necesidad de lingüistas calificados, sobre todo en inglés, y se esfuerza por todos los medios en formar el mayor número posible). Desdichadamente, sus orígenes sociales eran "malos"; después de siete años, se le empleó como camionero en Sinkiang.

El drama de este "pecado original" es su carácter imborrable. Usted puede muy bien haber nacido después de la Liberación, en una familia burguesa despojada ya de todos sus privilegios; pero cualquiera sea su grado de lealtad al régimen, no dejará por ello de ser un burgués y de transmitir a sus descendientes esa tara infamante. En ese punto, esa noción, que ha perdido ya toda base económica o incluso ideológica, está fundada solamente en la herencia.

Ciertas categorías de individuos están muy expuestas; sobre todo los antiguos profesionales intelectuales y liberales, como los profesores y los médicos. Los médicos formados antes de la Liberación son particularmente vulnerables. En la época del Kuomintang estaban efectivamente todos obligados, al término de sus estudios, a servir cierto tiempo en el ejército, con grado de oficiales: por ese hecho cada uno tiene confeccionado un expediente donde consta ese episodio contrarrevolucionario de su carrera, que vuelve a ser revisado a cada brote periódico de fiebre depuradora.

Como tanto en el caso de los médicos como el de los profesores, se trata de carreras en las que el sentido del deber y la consagración a la comunidad no son a pesar de todo tan raras, las extremas molestias a que fueron sometidos muchos de ellos durante la "Revolución Cultural" despertaron con frecuencia la repulsa de la multitud. El espectáculo de esos hombres conocidos y respetados por todos, ridiculizados por carteles y sombreros infamantes o grotescos, obligados a ponerse en cuatro patas para lamer su alimento de una escudilla posada en el suelo, bajo la mirada de los transeúntes, era particularmente insoportable.

Como corolario de las aflicciones que se infligen a todos los elementos socialmente impuros, independientemente de la buena voluntad que hayan demostrado, los "bien nacidos" tienen derecho a todas las injusticias. Como siempre, los retoños de la "nueva clase" son los más insoportables. Su insolencia y su arrogancia no tienen límite, y por sí solos han logrado transformar en purgatorio la vida de los docentes: actualmente no existe en China una ocupación más ingrata, y maldita que la de profesor.

Alguien que hizo varios años de interinato en diversas escuelas de Kwangehow, describe esa experiencia como un verdadero calvario. Cuánto más impecable es el pedigree del alumno, menos atención presta a lo que se intenta enseñarle. Seguros de su impunidad, se burlan del profesor, que por cierto no osa reprenderlos por miedo a represalias; quien tratase de imponer su autoridad se vería inmediatamente acusado de "poner trabas a la espontaneidad de las masas revolucionarias".

En cuanto pierden pie en su trabajo escolar, denuncian al profesor por "mandarinismo esotérico"; por otra parte, cuando las notas de examen de esa bella juventud son demasiado mediocres, el desdichado profesor se ve reprendido por el director de la escuela: "¿Qué le ocurre por perseguir así a hijos de obreros? A causa de su educación burguesa, usted se cree autorizado para...", etc. Durante cierto tiempo, el docente referido se impuso benévolamente hacer horas suplementarias, yendo a buscar a los pequeños bandidos a sus domicilios, haciéndoles repasar para mantenerlos a flote o hacerlos progresar a pesar de todo. Al fin de cuentas, tuvo que rendirse al consejo cínico y sabio que le había dado un colega de más experiencia: "Para terminar con los problemas, haga lo más simple: eleve automáticamente las notas de todos los alumnos de 'buena familia'".

En opinión de los dirigentes, la eliminación metódica y total de la burguesía se justifica por la necesidad de consolidar la autoridad de la "nueva clase" y prevenir todo peligro de restauración de la vieja sociedad. Lo patético de esta empresa es que el fantasma de una burguesía desaparecida constituye para el régimen un adversario mucho más temible todavía, y amenaza, si hay que creer en los primeros y seguros síntomas que se manifiestan ya en el terreno de las letras, de las artes, de la cultura y del gusto, con permanecer finalmente como sardónico dueño del campo de batalla.

Es pueril creer que, colocando sistemáticamente proletarios en todos los puestos de mando, se conjura definitivamente la influencia de la burguesía: de hecho se produce el efecto inverso; los valores burgueses conquistan sus más celosos y conmovedores adictos precisamente entre quienes estuvieron privados durante toda su vida de los fetiches y fruslerías de esa clase, mientras que los auténticos burgueses se sentirían más bien inclinados a ver con ojo crítico el acervo de sus padres.

Este fenómeno no es nada nuevo; también aquí la experiencia soviética ha sido profética: en la lectura de una perpicaz descripción de Moscú en los años 30, como la que da Malcom Muggeridge en su fascinante autobiografía, es llamativo el hecho de que prácticamente todas sus observaciones podrían ser retomadas y aplicadas palabra por palabra a las realidades pekinesas; por ejemplo, "...un día, mientras estaba sentado con Mirsky en el salón del hotel Nacional, hice una reflexión acerca del atroz mal gusto manifestado allí. 'Sí -concedió- efectivamente, era abominable, pero al mismo tiempo expresaba lo que se imaginaba como hotel de lujo el pobre diablo que sólo había podido contemplarlo desde el exterior, a través de vidrios espejeantes, desde la calle fría e inhóspita'".

Esto, según él, podía darnos la clave de todas las otras producciones artísticas del régimen: las novelas con su ostentación abrumadora, las pinturas al óleo con su tiesura almidonada, la macabra arquitectura del Pueblo en estilo neogótico, los conciertos del conservatorio, pesados como plomo, y la rutina chillona de los ballets. Culturalmente todo está emparentado. No hay medio más seguro, para preservar los peores aspectos del estilo burgués, que liquidar a la burguesía. Sea lo que fuere lo que Stalin pudo o no haber hecho, seguramente preparó a Rusia para la Forsyte Saga.

(De "Imágenes rotas"-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1979).

miércoles, 25 de marzo de 2020

El liberalismo light

Por liberalismo light, o superficial, se entiende aquella postura ideológica que prioriza la libertad y los derechos sobre la responsabilidad y los deberes individuales. Es la actitud típica del joven posmoderno a quien se le ha inculcado cierta predisposición a exigir infinidad de derechos para disponer de una ilimitada libertad. Se cree que ese es el camino, previa abolición del Estado, para solucionar los graves problemas económicos o sociales que afectan a la mayoría de las sociedades actuales. Enrique Rojas escribió respecto a tal tipo de sociedad: "Es una sociedad, en cierta medida, que está enferma, de la cual emerge el hombre light, un sujeto que lleva por bandera una tetralogía nihilista: hedonismo-consumismo-permisividad-relatividad. Todos ellos enhebrados por el materialismo".

Por lo general, nuestros derechos individuales serán satisfechos mediante los deberes de los demás. De ahí que el cumplimiento de los deberes deberá ser prioritario a la existencia de los derechos. Por lo tanto, una sociedad bien conformada ha de estar constituida por integrantes que apunten a cumplir ciertos deberes básicos hacia el resto de la sociedad. De lo contrario, se cae en la actitud del "noble déspota", que exige el cumplimiento de deberes de sus potenciales súbditos mientras piensa solamente en la satisfacción de sus derechos. Tal postura se identifica con "la virtud del egoísmo", que parece ser el lema orientador de muchos jóvenes. El citado autor escribió: "Hay dos notas descriptivas que envuelven este clima:

1- La apabullante frivolidad por la que todo se convierte en epidérmico, superficial, tópico; lo importante es seducir, provocar y ser divertido. La consecuencia de esto es una mediocridad pública, una especie de socialización de la trivialidad y de lo mediocre.

2- El ascenso del egoísmo humano hasta cotas demasiado altas, que constituye uno de los males de nuestro tiempo: la insolidaridad, el preocuparse sólo por uno mismo, porque cuando se trata de dos personas surgen demasiados problemas. Como ejemplo de lo anterior tenemos la inestabilidad conyugal de los últimos tiempos. ¿Cómo puede ser esto tan complicado? La respuesta reside en la ausencia de grandes ideales y en la caída de los valores humanos" (De "El hombre light"-Booket-Buenos Aires 2012).

Las figuras representativas del liberalismo auténtico, o tradicional, advierten por el contrario que la libertad promovida debe fundamentarse en un nivel moral adecuado, que sólo se establece con una previa predisposición a cumplir ciertos deberes, mientras que los derechos respectivos serán satisfechos cuando los demás integrantes de la sociedad también apunten al cumplimiento de deberes. Rodolfo Antonio Iribarne escribió: "En una aguda crítica del racionalismo, siguiendo a Burke, von Hayek plantea la necesidad de hondas creencias morales como sustento de la libertad, reclamando responsabilidad y reivindicando la igualdad de los preceptos legales y de las normas de conducta social como la única clase de igualdad que conduce a la libertad y que cabe implantar sin destruir la propia libertad" (Del “Diccionario de pensadores contemporáneos” de Patricio Lóizaga-Emecé Editores España SA-Barcelona 1996).

Puede decirse que las "hondas creencias morales", sugeridas por Hayek, seguramente se identificarán con el cumplimiento de deberes, o mandamientos, de carácter ético, materializando la "responsabilidad" que ha de conducir a la posterior y auténtica libertad. La palabra "responsabilidad", por el contrario, casi nunca se encontrará entre los escritos que promueven al liberalismo light.

La negación evidente de que solamente con la libertad pueden lograrse buenos resultados, lo tenemos en el caso de la libertad de prensa, ya que es posible advertir que, amparados en esa libertad, existe la posibilidad de difundir mentiras y promover odio a un nivel masivo, por lo que, necesariamente se requiere del contrapeso de la responsabilidad individual. La libertad de prensa sólo consigue resultados positivos cuando está asociada a la responsabilidad de sus participantes.

El proceso de maduración y de adquisición de una actitud responsable puede ejemplificarse en el caso de un padre y de su hijo adolescente, que pretende que le preste el automóvil. Cuando el padre advierte que su hijo todavía no tiene la suficiente responsabilidad para conducirlo, restringirá ese derecho ejerciendo cierto gobierno sobre su hijo, quien así ve limitada su libertad. La responsabilidad que deberá lograr implica poseer cierta empatía emocional que, mediante el razonamiento, le permitirá advertir los efectos que sus acciones podrán ocasionar a los demás. Cuando adquiere la responsabilidad esperada, podrá conducir el automóvil de su padre con el temor de perjudicar a alguien, o a él mismo, por lo que su conducción será aceptable. Desde ese momento, adquiere mayor libertad por cuanto su padre reconoce que ha adquirido suficiente responsabilidad personal.

El proceso que lleva a actuar en libertad implica haber previamente logrado el autogobierno, que coincide esencialmente en adoptar el gobierno de las leyes naturales sobre cada uno de nosotros. En ese caso, ya no resulta necesaria ninguna forma de gobierno del hombre sobre el hombre (tal la libertad entendida por los ideólogos liberales). Si bien esta condición puede no ser del todo accesible a ciertos sectores de la población, al menos en el corto plazo, implica un gran progreso por cuanto queda definido un objetivo orientador a lograr en el futuro.

Por lo general, términos como "voluntad" o "responsabilidad", tienden a confundirse. De ahí que lo importante radica en describir el proceso emotivo-racional elemental que les ha de dar un sentido pleno. La base de este proceso es la empatía emocional por la cual adoptamos una actitud o predisposición a compartir las penas y alegrías ajenas como propias. En ese caso, al tener presente el efecto de nuestras acciones sobre los demás, surge del razonamiento un freno para la acción que produce malos efectos y un estímulo para la acción que produce buenos efectos (conciencia moral). De este proceso ha de surgir la responsabilidad como también el autogobierno y, luego, o conjuntamente, la libertad personal.

El sentido objetivo de la vida está asociado a esta doble adaptación: a las leyes naturales (o al orden natural) y también al orden social. Puede decirse que, por lo general, estamos igualmente adaptados, o desadaptados, simultáneamente, tanto a uno como al otro orden mencionado (lo que no implica que uno vaya a estar del todo de acuerdo con lo que predomina en la sociedad en que vive). Enrique Rojas escribió: "El orden afecta al proyecto de vida, ya que éste no puede ser improvisado, hay que diseñarlo, ponerle cotas, vallas protectoras, pequeños objetivos y metas a mediano y largo plazo. La realidad zigzagueante de la existencia se encarga después de cambiar muchas cosas, darle la vuelta, con la aparición de imprevistos y problemas o asuntos inesperados. La necesidad de tener una flexibilidad dentro de este esquema personal es, simplemente, algo práctico, fundamental, que no debemos olvidar".

"Cualquier orden que se precie surge de una estructura mental bien sistematizada. Tener orden por dentro no es cualquier cosa; es más, desde él empieza uno a saber qué hacer ante ese sinfín de vaivenes y altibajos de la vida humana. Sería una pretensión inútil querer tener estructurados todos los aspectos de la existencia. El orden establece unos mínimos para desenvolvernos bien, para perseguir nuestros propósitos, a pesar de las ineludibles desviaciones que no pueden evitarse" (De "La conquista de la voluntad"-Booket-Buenos Aires 2007).

Los aspectos cognitivos y los emocionales definen las personalidades individuales. Lo esencial de estos aspectos es que estén vinculados y complementados adecuadamente. De ahí que todo progreso interior (individual primero y colectivo después) deberá darse como un acrecentamiento de ambos aspectos. Enrique Rojas escribió al respecto: "La afectividad constituye uno de los capítulos más importantes de la psicología y la psiquiatría. Las dos funciones psíquicas principales en el comportamiento humano son la inteligencia y la afectividad. Según predomine la una o la otra se derivarán dos tipologías humanas: el individuo cerebral por un lado, y el hombre esencialmente afectivo por otro; y entre ambos se encuentran estilos y formas de ser intermedios" (De "La conquista de la voluntad").

Quienes, desde la economía, suponen que el egoísmo es imprescindible para el buen funcionamiento del mercado, ignoran por lo general que las actitudes humanas, o predisposiciones, son abarcativas de todas las acciones, intercambios e interacciones entre individuo y sociedad. Por ello, cuando se promueve el egoísmo para las acciones de tipo económico, se lo está promoviendo para todo el resto de los vínculos sociales.

lunes, 23 de marzo de 2020

Economías totalitarias vs. Economías democráticas

Para establecer una clasificación de los distintos sistemas económicos, o sistemas de producción y distribución, es necesario tener en cuenta el contexto histórico en el cual se desarrolla determinada economía nacional. Más aún, conviene tener presente el objetivo de quienes dirigen al Estado para encontrarle sentido al tipo de sistema económico adoptado.

En todos los casos, por supuesto, un sistema real se aproximará, en mayor o menor grado, a algunos de los dos casos extremos: economía planificada centralmente o bien economía de intercambios en el mercado. Roberto T. Alemann escribió: "La economía con dirección central total se caracteriza por no estar permitido en ella ningún intercambio, en absoluto, y porque el empleo de las fuerzas productivas, la distribución de los bienes y el consumo, tienen lugar a base de una dirección central. La dirección central se efectúa de un modo tan absoluto, que al individuo le está prohibido cambiar por otros los bienes de consumo recibidos. En la caracterización pura de esta forma, la orden central rige hasta en el último rincón y sobre todas las acciones económicas. Toda la vida cotidiana de la comunidad está subordinada a ella de modo inmediato. La economía con dirección central total representa un caso límite".

"La «economía de tráfico» es una forma básica pura, constitutiva y de tipo ideal, al igual que la de «economía con dirección central», que se encuentra en todas las épocas de la historia de la humanidad. Esta economía de tráfico se compone de explotaciones y economías de consumo que mantienen un tráfico o intercambio entre sí. Las explotaciones se consideran como unidades económicas, no técnicas. En ellas se efectúa, mediante la compra y combinación de prestaciones de trabajo y medios reales productivos, la producción de mercancías o prestaciones vendibles" (De "Sistemas Económicos"-Librería Editorial Depalma SACI-Buenos Aires 1953).

Cuando un político propone para su nación un nacionalismo extremo, seguido de una expansión territorial imperialista, generalmente a través de una guerra, o cuando propone una igualdad económica y social a ultranza, seguramente pretenderá adoptar una economía con dirección central, ya que, de esa forma, los objetivos del Estado predominarán sobre los objetivos individuales, los cuales incluso serán abolidos totalmente. En estas circunstancias podrá denominarse "sistema político totalitario" con su respectiva "economía totalitaria".

Mientras que, en las economías totalitarias, es el Estado (o quienes lo dirigen) quien decide qué, cómo y cuánto se ha de producir de cada bien económico, en las sociedades democráticas ha de ser el conjunto de individuos el que decide u orienta la producción. Los objetivos individuales (generalmente en un marco de paz y seguridad) presionan al gobierno a adoptar una "economía democrática" (o de intercambios en el mercado).

Para ilustrar los efectos producidos por ambos sistemas económicos, debemos retrotraernos a los años 46, 47 y 48, del siglo XX, cuando se producen en Argentina y en Alemania Occidental dos procesos opuestos. En el caso argentino, cuya economía se mantenía desde finales del siglo XIX entre las 10 mejores del mundo, con la llegada del peronismo y la adopción de una economía totalitaria, inicia la decadencia hasta entrar finalmente en pleno subdesarrollo. En el caso alemán, país destruído por efectos de la Segunda Guerra Mundial, adoptando una economía democrática, inicia una etapa de reconstrucción que la lleva a ubicarse entre las mejores economías del mundo.

El peronismo adopta una economía totalitaria por cuanto fue un sistema político totalitario, y no sólo un "populismo" más o menos inofensivo. Las simpatías de Perón por el fascismo y el nazismo le hacen cambiar el rumbo económico que traía el país adoptando una economía similar a la establecida por Hitler. Al respecto, Álvaro C. Alsogaray escribió: "Conviene tomar como punto de partida el cambio drástico iniciado por el Dr. Frondizi el 29 de Diciembre de 1958. Ese día se davaluó la moneda y se liberó la economía. Teóricamente al menos se inició entonces un gran ensayo que consistía en aplicar una política diametralmente opuesta a la que había regido en el país durante más de diez años".

"Esta última, que en la práctica no era otra cosa que una versión de la economía nacionalsocialista con su habitual dosis de estatismo, nacionalismo agresivo, controles e inflación reprimida, se mantuvo durante la mayor parte del periodo peronista, fue continuada por la Revolución Libertadora y tuvo siempre en el doctor Frondizi uno de sus más conspicuos defensores. La abjuración que este último hizo más tarde de esas ideas significó una gran oportunidad, justificó que hombres que representábamos un pensamiento opuesto al suyo integráramos su gobierno y permitió concebir la esperanza de que por fin la República habría de liberarse de las trabas que la habían hecho retroceder a una oscura posición entre las naciones evolucionadas de Occidente" (De "Política y economía en Latinoamérica"-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1969).

Mientras que la economía totalitaria se caracteriza por "atar las manos" al sector productivo, la "economía social de mercado" se caracterizó por "desatar las manos" de ese sector. La única manera en que cada individuo trabaje "a toda máquina" implica que lo haga en circunstancias de libertad, preparándose para ello. Por el contrario, cuando se ve limitado por circunstancias adversas, tiende a limitar su potencial activo y creativo.

Conviene tener presente el punto de partida del denominado "milagro alemán". Ludwig Erhard escribió: "Era la época en que la mayoría de la gente se negaba a creer que aquel experimento de la Reforma Económica y Monetaria pudiese salir bien. Era la época en que se calculaba en Alemania que cada alemán podía comprar un plato cada cinco años, un par de zapatos cada doce, y sólo cada cincuenta años un traje; que de cada cinco niños de pecho sólo uno tenía pañales propios y de cada tres alemanes uno solo tendría probabilidades de ser enterrado en su propio ataúd".

"Y en verdad que esta parecía la única probabilidad que nos quedara. Testimonio del enorme ilusionismo y de la ceguera del criterio económico planificador era el creer, apoyándose en el balance de primeras materias u otras bases estadísticas, que podía determinarse de antemano, para largo tiempo, el destino de un pueblo. Aquellos mecanicistas y dirigistas no tenían la más remota idea de la fuerza dinámica que se enciende en un pueblo tan pronto como éste puede recobrar la conciencia del valor y dignidad de la libertad" (De "Bienestar para todos"-Ediciones Omega SA-Barcelona 1959).

El efecto de "desatar las manos" al sector productivo fue descripto por Jacques Rueff y André Piettre: "El mercado negro desapareció súbitamente. Los escaparates rebosaban de artículos, humeaban las chimeneas de las fábricas, y por las carreteras hormigueaban los camiones. Por doquiera, en lugar del silencio mortal de las ruinas, estruendo y rechinar de máquinas de construcción. Pero sí sorprendente era ya el amplio alcance de ese levantamiento, más sorprendente era todavía su carácter subitáneo. En todos los campos de la vida económica dio comienzo, como a toque de campana, con el día de la Reforma Monetaria".

"Sólo testigos presenciales pueden dar una idea del efecto literalmente instantáneo que tuvo la reforma monetaria en el rellenamiento de los almacenes y en el abundante surtido de los escaparates. De un día para otro llenáronse los comercios de toda clase de mercancías, y las fábricas empezaron de nuevo a funcionar. Todavía la víspera corrían los alemanes por las calles de las ciudades, de un lado a otro, tratando de proporcionarse unos pocos medios más de subsistencia con que salir adelante. Al día siguiente ya no pensaban más que en producir. Todavía la víspera pintábase en sus rostros la desesperanza. Al día siguiente, toda una nación miraba esperanzada hacia el futuro" (Citado en "Bienestar para todos").

La esencia envidiosa de los pueblos subdesarrollados (o de varios de ellos) hace que sientan cierta adversión hacia el sector productivo (ya que éste genera "desigualdad económica"), mientras muestran simpatías hacia los políticos que los "protegen" de dicho sector.

sábado, 21 de marzo de 2020

Cuando las ideologías son más importantes que sus efectos

Las ideologías, como conjuntos de ideas, a veces sólo sirven para desplazar de la mente a la cotidiana e inmediata realidad. El enajenamiento mental va mucho más allá por cuanto, quien así procede, tiende a destinar su vida a la promoción o a la imposición de tal ideología sin contemplar los efectos que ha de producir en los demás. Por el contrario, cuando existe una pequeña dosis de sentido común y de dignidad humana, se procede a observar objetivamente los efectos que la ideología en cuestión produce, modificándola y adaptándola en función de esos efectos, o bien rechazándola si tales efectos son negativos para la sociedad.

Los comportamientos mencionados involucran tanto a la religión como a la filosofía, ya que las ideologías científicas (si en realidad lo son) adoptan el método de prueba y error corrigiendo las descripciones realizadas si no resultan compatibles con la realidad, o si generan malos efectos. Puede decirse que ello no ocurre, generalmente, en las "ciencias sociales", a lo que puede responderse diciendo que tales "ciencias", en ese caso, transitan por etapas precientíficas.

Puede mencionarse, como ejemplo, la postura socialista por la cual alguien defendía el "derecho" del Estado soviético de prohibir la salida de personas; algo que, por lo general, perjudicaba a sus habitantes. Benito Marianetti escribía: "Con respecto al derecho a entrar o salir del territorio, este asunto ha sido planteado en las Naciones Unidas y el representante soviético ha contestado las acusaciones. No creo que yo pueda hacerlo mejor que el señor Vishinsky. Sólo quiero decir que si en la Unión Soviética existe una disposición que establece que las mujeres soviéticas que se casan con extranjeros no podrán salir del país, evidentemente que si sabiéndolo ellas y sus novios, se casan, ya saben que tienen que quedarse allá".

"Y si este país ha resuelto el asunto de esa forma, me parece que tiene derecho de hacerlo: es una cuestión de soberanía nacional. Pero aparte de eso,creo que han hecho muy bien, tratándose de un régimen socialista, porque una persona que sale de la Unión Soviética, sale por dos motivos: o para convertirse en un especulador capitalista o para convertirse en un asalariado del capitalismo. Si sale para convertirse en capitalista se convierte en enemigo de la Unión Soviética y de toda la clase obrera y si sale para convertirse en explotado, es un soldado que deserta de la economía socialista para incorporarse a la economía capitalista" (De "Nosotros y la Constitución"-D'Accurzio Impresor-Mendoza 1950).

El encarcelamiento socialista es rechazado por la gente decente (a pesar del auge socialista en importantes sectores de la sociedad). Mientras que el socialista contempla el "derecho", de quienes dirigen al Estado, de decidir la vida de los ciudadanos, el ciudadano tiende a contemplar sus propios derechos. Andrei Sajarov escribía: "Sobre el derecho de escoger el país de residencia: Este importante derecho es de gran significación para toda la sociedad como garantía de otros derechos fundamentales del individuo y de la mutua confianza entre los países y de la posibilidad de una sociedad abierta". "El derecho a elegir el país de residencia es, en cierta manera, la piedra de toque de toda la política de acercamiento, el terreno en que se define su verdadero carácter" (De "Mi país y el mundo"-Editorial Noguer SA-Barcelona 1976).

En el ámbito de la religión sucede algo similar por cuanto los ultra-ortodoxos se oponen a toda postura ajena a sus creencias sectoriales, a pesar del distanciamiento que tal actitud provoca entre religión moral y sociedad. En el caso del cristianismo, se advierte un casi total reemplazo de la religión moral por un conjunto de dogmas y creencias, de tipo filosófico, que mantiene entretenidos a quienes disfrutan de participar en discusiones ajenas a la realidad sin nunca convencer a sus opositores.

La propuesta básica del ultra-ortodoxo implica que la virtud y la vida eterna se logran a partir de la creencia y adhesión total hacia los dogmas de la Iglesia Católica, y no tanto en el cumplimiento de los mandamientos de Cristo. Esto se advierte en cuanto rechaza a los "herejes", "naturalistas", "paganos" y "ateos" que, aún cumpliendo con tales mandamientos éticos, no "creen" en aquellos dogmas.

Para ilustrar esta situación puede mencionarse a Julio Meinvielle, un ultra-ortodoxo que se opone a Jacques Maritain, un "hereje" que propone una apertura religiosa que contemple como cristianos a quienes adhieren a la ética cristiana aun cuando estén desvinculados de la Iglesia Católica. Julio Meinvielle escribió: "Maritain, que se profesa fervoroso filósofo católico, ha forjado una teoría «práctica», esto es, ordenada a regular las acciones morales de los católicos en el orden social, que se llama la «nueva cristiandad», o el «humanismo integral», o, la «ciudad fraterna»; ahora bien, lo que está en discusión es esta su «nueva cristiandad»".

"¿Acepta esta su ciudad fraterna aquellas verdades fundamentales que constituyen la esencia de la Fe Católica? Porque, si no las aceptara o si no se les diera la cabida que les corresponde, podrá Maritain ser personalmente católico, pero no lo será la ciudad que imagina en su «nueva cristiandad». Y en este caso, dejando a resguardo los méritos e intenciones del filósofo católico, habría que impugnar una norma de vida social que, al ser propuesta como término orientador de la acción social de los católicos, contribuiría a producir confusión y ruina".

"Porque en el fin último o supremo y únicamente en él depende que una ciudad sea o no cristiana. No estamos hablando de los individuos que integran la ciudad, hablamos de la ciudad como tal. ¿Esa ciudad que se propone como fin la «amistad fraterna evangélica» adora al Dios verdadero y a su Hijo, Jesucristo, o no lo adora? ¿Esa ciudad pone en su cúspide, como primera Verdad orientadora, el amor y la gloria de Dios, de manera que con respecto a ella y en la medida que a ella conduce acepta la amistad fraterna evangélica, o en cambio, ésta es su primera y suprema verdad, a la que todo ha de acomodarse? Porque si no adora a Jesucristo y reconoce la divinidad de la Santa Iglesia, será teísta, pero no cristiano; y si, en cuanto ciudad, no adora a Dios, será simplemente neutra y atea" (De "De Lamennais a Maritain"-Ediciones Theoria SRL-Buenos Aires 1967).

Se les podría decir a los ultra-ortodoxos católicos (que priorizan lo sobrenatural a lo natural) que la ética cristiana, basada en el amor al prójimo, se fundamenta a su vez en la principal ley natural de supervivencia y adaptación al orden natural: la empatía emocional (regulada o limitada por el razonamiento). Esta ley es accesible al entedimiento y a las decisiones individuales de cualquier habitante del planeta (no así los misterios y los dogmas sectoriales).

El sobrenaturalismo católico ha favorecido el alejamiento de la gente respecto de la religión junto al ingreso a la sociedad de las "religiones de la posmodernidad", como la New Age (Nueva Era), que tienden a adaptarse a la mentalidad prevaleciente en las sociedades actuales, como lo es la actitud narcisista. Por el contrario, toda religión auténtica (que "une a los adeptos") debe apuntar a la adaptación del ser humano al orden natural. Roberto Bosca escribió: "No parece que el despliegue individualista signifique un crecimiento de la libertad humana. «El narcisismo -precisa Lipovetsky apuntando a la naturaleza del subjetivismo New Age- se define no tanto por la explosión libre de las emociones como por el encierro sobre sí mismo»; es el replegarse sobre sí lo que en definitiva lo caracteriza".

"Narciso, demasiado absorto sobre sí mismo, renuncia a las militancias (palabra que caracteriza la actitud de los 60) y abandona las ortodoxias. En este contexto, ni siquiera los cismas y las herejías tienen sentido, porque se ha producido una desustancialización de las doctrinas, y un consiguiente relajamiento ideológico".

"De ahí que pueda decirse también que la New Age constituye un hedonismo espiritual, en cuanto no existe en sentido estricto una alteridad, sino la búsqueda de unas técnicas, o más precisamente: de un estilo de vida en el que se privilegia una maximización del bienestar de cuerpo y alma -material y espiritual- con prescindencia del otro" (De "New Age"-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1993).

domingo, 15 de marzo de 2020

El pensamiento de Friedrich A. von Hayek

Por Rodolfo Antonio Iribarne

Friedrich A. von Hayek (1899-1994) nació en el seno de una familia de académicos. De una formación polifacética, cursó estudios en derecho, economía, filosofía y psicología en Wieser y en Viena, doctorándose en derecho y ciencia política en la universidad de su ciudad natal.

Una de las características más notables de la obra de von Hayek es justamente su multidimensionalidad. Desde el complejo análisis económico-matemático hasta la filosofía jurídica, política y social, la psicología, la pedagogía y la metodología de las ciencias, los más diversos temas de la realidad contemporánea han sido abordados por este autor con notable rigor y profundidad.

Desde esta perspectiva nos encontramos frente a una personalidad que bien podríamos calificar de renacentista, en un mundo como el contemporáneo en el que es inusual tal abordaje multidisciplinario. Este enfoque singular le permitió hacer aportes de gran valor metodológico, como señalar la importancia de la interrelación entre el derecho y la economía y la necesidad de formación económica en los juristas y jurídica en los economistas, habiendo sido sus análisis en este campo precursores de los de Postner y Coase. Completando este perfil renacentista sus últimas obras no escapan a las tentaciones de la utopía.

Pensamiento económico

El concepto de mercado difiere en von Hayek del modelo neoclásico de competencia perfecta. Observa por el contrario que la competencia es imperfecta o monopolística, ya que cada producto es diferente de los otros y lo que existe en realidad son múltiples sustitutos parecidos, donde lo importante es la lucha constante por la ventaja competitiva, acercándose en este terreno a la versión más moderna y práctica de la competencia generada en la escuela de Harvard por Porter.

Para von Hayek la estructura de producción está organizada conforme a la relación existente entre la demanda de bienes de consumo y la demanda de bienes de producción, respondiendo la oferta –la organización de la producción- en sus diversas etapas, a esa estructura de demanda. De este modo los cambios en el ahorro motivan cambios frecuentes en la estructura de producción.

En el modelo de von Hayek el dinero es neutral en cuanto a sus efectos macroeconómicos, ya que la cantidad de dinero no modifica los precios relativos, el nivel de producción o el tipo de interés real. Por ello parte de su análisis de una cantidad de dinero –oferta monetaria- constante. A su vez, existiendo el dinero neutral, el ahorro voluntario –es decir el ahorro como función de la voluntad de los agentes económicos- encuentra una forma de expresión natural.

En su modelo el ahorro se define como el flujo de recursos que se destinan a las industrias de bienes de producción, mientras que el consumo es el flujo destinado a las industrias de bienes de consumo. Cuanto mayor sea el primer flujo más se alarga el proceso productivo, generando una mayor acumulación de capital. Este proceso voluntario de ahorro da lugar a un aumento de la relación capital/trabajo, por lo que el producto aumenta.

Si el ahorro fuese forzoso y no voluntario, creado por ejemplo por una inyección de crédito adicional de los bancos u otra política monetaria equivocada, el proceso se agotaría rápidamente ya que se produciría un aumento de precios, se forzaría una reducción del consumo y un alargamiento inicial del proceso de producción –mayor intensidad en la producción de bienes de producción- tras el que se exigiría un aumento de los salarios monetarios, retornándose con ello a la primitiva relación entre ahorro y consumo que la sociedad había determinado voluntariamente.

En el centro de este proyecto quedarían sin financiamiento un cúmulo de proyectos que deberían suspenderse al interrumpirse el flujo de crédito. De aquí el famoso efecto acordeón de von Hayek, esto es, el ciclo de mayor uso de capital en periodos de sobreinversión y la desinversión posterior (crecimiento y crisis). Por ello recomienda mantener constante la oferta monetaria, de manera tal que la baja de precios obedezca exclusivamente al aumento de la productividad. De este modo, sólo en equilibrio se llegará a un aprovechamiento integral de los recursos, siendo aquél la relación adecuada entre oferta y demanda.

Existe un excedente en la producción dado por la diferencia entre el precio y el costo de las materias primas y del trabajo. Este excedente es básicamente absorbido por el interés. La tasa natural de interés -concepto de Wicksell, otro destacado miembro de la escuela austriaca- es la que iguala la oferta y la demanda para el ahorro voluntario existente, pero a su vez el tipo de interés de equilibrio, al provenir del ahorro voluntario, iguala la tasa intemporal, esto es el valor presente de un bien en el estadio de producción en el que se encuentre, con el valor del bien terminado en el futuro. Este premio a la espera –a la preferencia temporal negativa, a la elección a consumir mañana- iguala la productividad marginal del capital con el beneficio.

Una baja en los precios de los bienes de consumo, en relación con los de producción, es equivalente en el modelo de von Hayek a una baja en la tasa de interés (menor rendimiento intemporal) y este fenómeno favorece la inversión, el alargamiento del proceso productivo de la sociedad. Con este razonamiento general el sistema bancario –lo que incluye la banca central- es el generador de desequilibrios al establecer tasas de interés diferentes de la tasa natural.

Von Hayek propuso privatizar la emisión monetaria, creyendo que los mecanismos de mercado harían que sólo permaneciera la moneda estable, evitando así los frecuentes desajustes provocados por las políticas expansivas de los gobiernos. Al respecto Milton Friedman, su colega de la Universidad de Chicago y también Premio Nobel de Economía, calificó esta propuesta de “refrescante pero impracticable”.

La mayor contribución de von Hayek a la teoría económica actual surge de The Pure Theory of Capital, donde critica el concepto de capital como fondo o stock, incorporando la idea moderna de un flujo que aparece en el proceso productivo. De este modo posibilitó el análisis de los efectos de los precios relativos sobre la selección de la tecnología –dando lugar a procesos más o menos capital intensivos- frente al concepto del capitalismo post Revolución Industrial que suponía que las técnicas de producción eran fijas, variando sólo en la cantidad de capital pero no en las relaciones capital/producto, o particularmente capital/mano de obra.

Pensamiento jurídico-político

En Camino de servidumbre, von Hayek advierte, antes de concluida la Segunda Guerra Mundial, sobre los peligros totalitarios del socialismo y el estatismo. Las especiales condiciones históricas en que fue escrita esta obra le otorgaron singular importancia en el proceso de la reconstrucción europea.

Los fundamentos de la libertad es la obra central de su pensamiento político. En ella se reconoce tributario, entre sus contemporáneos, de L. von Mises, F. H. Knight, E. Cannan, W. Eucken, H. C. Simons, W. Röpke, L. C. Robbins, K. R. Popper, M. Polanyi y Bertrand de Jouvenel.

Define la libertad como ausencia de coacción y privilegia la libertad civil sobre la libertad política, advirtiendo sobre los excesos de ésta sobre aquélla. Su redefinición del liberalismo, si bien es continuadora del pensamiento de Locke, Smith y Acton, admite y valora la actividad estatal del Estado de Derecho.

En su explicación del mercado y la sociedad, pone el acento en la ignorancia de los individuos y su incapacidad para juzgar las consecuencias de sus actos. Se vincula así al utilitarismo, pero también anticipa en cierto modo la formulación de las ciencias del caos.

En una aguda crítica del racionalismo, siguiendo a Burke, von Hayek plantea la necesidad de hondas creencias morales como sustento de la libertad, reclamando responsabilidad y reivindicando la igualdad de los preceptos legales y de las normas de conducta social como la única clase de igualdad que conduce a la libertad y que cabe implantar sin destruir la propia libertad.

Condena al positivismo jurídico como generador de las posibilidades para engendrar las dictaduras ilimitadas y tras advertir la decadencia del socialismo, critica los elementos de lo que describe como Estado providencia: la tendencia expansionista, la coacción sindical, la expansión del aparato de seguridad social, el progresismo tributario, etc., para concluir definiéndose con un rotundo: Por qué no soy conservador666667o.

Los dos primeros de los tres volúmenes de Derecho, Legislación y Libertad constituyen la cabal expresión del pensamiento jurídico de von Hayek, destacándose la valoración preeminente del derecho privado como base de la libertad, en tanto que producto del orden espontáneo de la sociedad, por sobre las normas de organización constitucionales y administrativas del derecho público, deformadoras de ese orden espontáneo, además de su crítica al positivismo jurídico, al concepto de justicia distributiva y a los llamados derechos sociales y económicos.

En el último volumen, referido al Orden político de una sociedad libre, define su utopía: una constitución ideal con una asamblea legislativa de hombres y mujeres mayores de cuarenta y cinco años, elegidos durante quince; una asamblea gubernamental –sobre el modelo de los actuales parlamentos europeos- que elegiría el órgano de gobierno; un tribunal constitucional y un jefe de Estado con funciones, en condiciones normales, “meramente protocolares”. El objetivo de esta estructura sería contener el poder y derribar la política de su pedestal, para lo cual espera que la humanidad sea capaz de comprender sus postulados.

(Extractos del “Diccionario de pensadores contemporáneos” de Patricio Lóizaga-Emecé Editores España SA-Barcelona 1996).

sábado, 14 de marzo de 2020

Culpabilidad heredada

Cuando una persona teme no poder alcanzar una posición destacada dentro de la sociedad, y tampoco en el conjunto de la humanidad, trata de formar parte de un subgrupo buscando compartir los éxitos o la trascendencia que tal grupo ha de lograr. Luego, la valoración individual y corriente de las personas estará asociada a su clase social, nivel intelectual, etnia o creencia. En forma injustificada se tiende a asociar virtudes y defectos de los que generalmente carecen sus integrantes. Por ello resulta desaconsejable establecer generalizaciones fáciles, ya que conducen a importantes errores de apreciación.

La anterior forma de integrarse a la sociedad, que podríamos denominar "voluntaria", tiende a que cada integrante comparta las "ganancias" como también las "pérdidas", como si fuese una asociación comercial. También existe una integración natural, o involuntaria, que es la pertenencia a una familia y a una nación.

Una de las consecuencias de estas adhesiones radica en que las culpas recaerán en cada uno de sus miembros en cuanto alguna de las figuras representativas del subgrupo cometa errores o acciones poco éticas. Esta culpabilidad recaerá también en las generaciones anteriores y en las que les seguirán. También algunos individuos se sentirán culpables por los errores de sus ancestros, adoptando posturas negativas hacia su propia familia o hacia su propia nación.

Como ejemplo puede citarse el caso de un sector de los cristianos actuales, que siguen culpando a los judíos por cuanto, hace unos 2.000 años, "mataron a Cristo". Es absurdo asignar culpas por hechos cometidos por otras personas en tiempos previos a haber nacido.

Asociado a este tipo de proceso, surge la culpabilidad propia vinculada a actos cometidos por antepasados pertenecientes al grupo étnico, religioso o cultural al que se pertenece. Este es el caso de quienes deploran a su propia nación por haber dado maltratos a los habitantes originarios en el continente americano. Tal culpabilidad heredada, tan absurda como la anterior, tiende a potenciar el antagonismo de los descendientes de aquellos pueblos, ya que tienden a su vez a ejercer una "justa venganza" contra los "herederos de los opresores". Estos procesos tienden a mantener encendido el fuego del odio y de la discordia.

Es oportuno mencionar un diálogo entre Eugéne Ionesco y un norteamericano "antinorteamericano" que insiste en mantener una culpabilidad heredada respecto de los pueblos originarios. Lo grave es que, en estos casos, al atacar a una supuesta discriminación sectorial, en el pasado, se promueve una discriminación sectorial de sentido opuesto en el presente. El citado autor escribió: "Para los antinorteamericanos de izquierda, nada bueno puede venir de los Estados Unidos, incluso hoy. Hay que decir que son nazis, que son todos racistas y que la sociedad de consumo es peor que todas las sociedades de la pobreza. Calumniarlos, injuriarlos, eso los alivia".

"Ahora están como hechizados por el daño que les han hecho a los indios, a los pieles rojas. Más precisamente, no se trata del daño que han podido hacerles, cuanto del mal que continúan haciéndoles. He oído, en Nueva York, tres testimonios sobre el estado actual de los pieles rojas, sobre las reservas. La mayoría de los pieles rojas no quiere trabajar. «Están en su derecho», me dice un abogado...Los indios estaban pagados dentro del mínimo sindical, y tenían, desde luego, automóvil y televisión a su disposición. «No es verdad», afirmaba el abogado, «viven en chozas, en la miseria, viven en ghettos»".

"Yo pregunto: ¿Les está prohibido que salgan de su reserva y que se asimilen a la sociedad norteamericana?. «Son ellos los que no lo quieren, porque quieren conservar sus tradiciones culturales. Si una de sus hijas se casa con un blanco, es echada de la comunidad»".

"«Es porque están condicionados», replica el abogado, «después de haber vivido en su reserva hasta once años y medio...no pueden ya integrarse a otra sociedad. Entonces viven en sus chozas, al margen de todo»".

"Pero es por culpa de ellos, le digo,...entonces deben salir de su reserva. Si continúan casándose entre ellos van a decaer, o bien conservan su cultura y decaen, o bien salen de sus ghettos y se integran a la sociedad norteamericana".

"«No es cierto», replica el abogado, «nosotros somos racistas y los perseguimos»".

"Pero entonces ellos también son racistas, incluso admitiendo que sea un racismo justificado".

"«No quieren salir de sus ghettos, no tenemos el derecho de obligarlos»".

"Entonces habrán de perecer, y ustedes se encuentran en la más absoluta contradicción: o deben salir, o no deben: no hay otra alternativa. ¿Qué solución propone usted?, le pregunté al abogado".

"«Somos culpables, somos culpables», repetía el abogado, en vez de proponer una solución, por lo demás imposible" (De "El hombre cuestionado"-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1981).

El típico izquierdista dice defender a los indios, a los pobres, a los marginados, mientras estas "defensas" son pretextos para atacar a la odiada sociedad a la que pertenece. Toda defensa implica, simultáneamente, la existencia de un agresor. De ahí que sea ésta una forma disimulada de encauzar el odio hacia los supuestos agresores que existirían en toda sociedad.

Quien ataca a una nación, busca ayuda en su tarea despertando culpabilidades en sus integrantes. El antipatriotismo es una promoción típica del marxista. Ser patriota no implica observar sólo virtudes en su nación, sino también defectos. Por el contrario, ser un traidor implica observar sólo defectos asociándose a la izquierda política buscando su destrucción.

No son pocos los descendientes de pueblos originarios, en Latinoamérica, que no se conforman con no trabajar y ser mantenidos por el resto de la sociedad, sino que reclaman "la devolución de sus tierras", preferentemente las que están en plena producción, para luego venderlas y seguir viviendo en el ocio y la desidia.

Quienes pretenden destruir la cultura occidental encuentran en la culpabilidad heredada de los ingenuos un importante aliado para llevar adelante sus planes destructivos. De ahí la proliferación de norteamericanos antinorteamericanos y de europeos antieuropeos. Ionesco escribió: "Es curioso que ese antinorteamericanismo haya comenzado en 1945, en Francia, justo después de la liberación de Francia por los norteamericanos o con la ayuda poderosa de los norteamericanos. Desde 1945, en efecto, las piezas de teatro de Sartre, novelas como La hora veinticinco, etc., manifestaban un odio fuera de lugar contra Norteamérica, pero nunca la menor palabra contra los rusos que habían firmado un pacto con Hitler en 1939, permitiéndole lanzarse contra Occidente. Cuando personas como Kravchenko o el asombroso Arthur Koestler, y muchos otros, trataban de poner las cosas en su sitio, afirmando que los Estados Unidos no eran los enemigos de Francia ni de Europa, se los injuriaba".

También Sartre promovía la violencia contra Europa, ya que el odio marxista siempre mostró ser un odio universal. Al respecto escribió: "Matar a un europeo es matar dos pájaros de un tiro: quedan un hombre muerto y un hombre libre" (Citado en "Sobre la violencia" de Hannah Arendt-Editorial Joaquín Mortiz SA-México 1970).

sábado, 7 de marzo de 2020

¿Es el conocimiento científico "provisorio", "relativo" e "incierto"?

Tanto la ciencia experimental como la ética cristiana, por ser los fundamentos de la civilización occidental, son sometidos a ataques por parte de sectores de la izquierda política, principalmente. A ello se le agrega la campaña de descalificación, por parte de ciertos "intelectuales" que, al denigrarlas, se sienten eximidos de tener que conocerlas en profundidad.

En el caso de la ciencia, se aduce que se trata de un conocimiento provisorio, ya que toda teoría sería reemplazada por otra superior, por lo que no valdría la pena conocerla (ni tampoco la que ha de ser superada en el futuro). Si consideramos el caso de la física, quienes así opinan, suponen que Einstein "tiró abajo" la física newtoniana que pasó a ser una reliquia inútil o una curiosidad del pasado.

La mecánica de Newton, junto a las versiones posteriores de Lagrange y de Hamilton, se sigue estudiando en las diversas universidades y los ingenieros la siguen aplicando en sus cálculos y proyectos. Incluso la mecánica cuántica utiliza el "lagrangiano" y el "hamiltoniano" por cuanto la física del micromundo constituye una especie de correción cuántica de la mecánica de Newton-Lagrange-Hamilton, con validez para cantidades de acción comparables a la constante de Planck. Lo que en realidad se "tiró abajo", con la teoría de la relatividad, fue la visión newtoniana del espacio y del tiempo, mientras se mantiene la validez de la teoría de la mecánica, y se mantendrá en el futuro.

El conocimiento provisorio existe en realidad en el caso de las fronteras de la física, como ocurre en la actualidad con las teorías de gran unificación, que buscan establecer una reformulación de todas las fuerzas de la naturaleza en una sola teoría. Debido a que, por el momento, existen una diez, o más, "candidatas" a tener éxito, en el caso en que alguna de ellas sea confirmada por la experimentación correspondiente, quedarán fuera de competencia las restantes.

La experimentación, asociada al conocimiento científico, constituye una especie de "control de calidad" del conocimiento, denotando una responsable intención de conocer la verdad acerca de los fenómenos naturales descriptos. Tal control no se halla en otros campos de la indagación cognitiva. Ello no significa, sin embargo, que todo conocimiento que no provenga de la ciencia, como es el que proviene de la religión y de la filosofía, sea necesariamente falso, como algunos erróneamente suponen.

El supuesto "relativismo" del conocimiento científico, implicaría la existencia de "varias posibles verdades" para un mismo fenómeno. Esta situación se la asocia a la teoría de la relatividad de Einstein. Sin embargo, el principio de relatividad, en física, implica que existe una equivalencia entre el estado de reposo y el movimiento rectilíneo uniforme, por lo que las ecuaciones de la física deben tener la misma forma matemática en ambos casos. Se advierte en ello que tal principio no tiene ninguna vinculación con el relativismo cognitivo.

Cuando Heisenberg enuncia su "principio de incertidumbre" (o indeterminación), se reaviva la esperanza de los "intelectuales" de que todo conocimiento sea "incierto", abriéndole las puertas de par en par a las más insólitas y descabelladas propuestas cognitivas. Sin embargo, tal principio, de validez en el mundo atómico y nuclear, aparece también en procesos ondulatorios en la escala humana, como es la indeterminación en radiolocalización (radar). En este caso, mientras más breve sea el pulso de energía enviado al espacio, mejorando la definición del proceso, mayor deberá ser el ancho de banda de los amplificadores que procesarán el rebote de dicho pulso con el objeto a localizar. Aparece en este caso una ecuación matemáticamente similar a la enunciada por Heisenberg. I. S. Gonorovski escribió: "La compresión del impulso en el tiempo, a fin de elevar, por ejemplo, la precisión al medir el instante en que éste aparece, va acompañada inevitablemente del ensanche del espectro del impulso, lo que obliga a ampliar la banda pasante del dispositivo de medición".

"Análogamente, la compresión del espectro del impulso, a fin de elevar la precisión de la medición de frecuencia, va acompañada por la expansión de la señal en el tiempo, lo que exige el alargamiento del tiempo de observación (medición). La imposibilidad de encontrar simultáneamente la señal en una banda de frecuencias estrecha y en un intervalo de tiempo breve, es una de las manifestaciones del principio de indeterminación conocido en física" (De "Señales y circuitos radiotécnicos"-Editorial Mir-Moscú 1972).

La palabra "incertidumbre" nos sugiere una limitación impuesta por la naturaleza a la experimentación, mientras que la palabra "indeterminación" nos sugiere una propiedad objetiva de los fenómenos naturales existente aún cuando el hombre no la describa. John Gribbin escribió: "La incertidumbre cuántica es intrínseca a la propia naturaleza de las entidades del mundo cuántico. Una entidad como un electrón no tiene literalmente un momento preciso y una posición precisa al mismo tiempo; él mismo no «sabe» exactamente dónde está y exactamente dónde va al mismo tiempo" (Del "Diccionario del Cosmos"-Crítica-Barcelona 1997).

La descalificación de la ciencia experimental no termina con su desprestigio ante la sociedad, ya que a veces le sigue una etapa de reemplazo, especialmente en las ciencias sociales. Este es el caso del marxismo que se presenta como un socialismo "científico". Sin embargo, mientras la ciencia experimental se basa en el método de prueba y error, o de hipótesis-verificación experimental, el marxismo se basa en el "método dialéctico", que en realidad es un método filosófico antes que científico.

La dialéctica, similar al yin-yan de los chinos, supone que los fenómenos naturales, tanto como los procesos sociales, se rigen por una confluencia de opuestos seguida por una síntesis superadora; proceso que poco o nada tienen que ver con la ciencia experimental. Al respecto, Mario Bunge escribió: "Entre los sociólogos del Tercer Mundo está de moda hablar del método dialéctico, pero nadie parece saber en qué consiste: cuáles son sus reglas, a qué y cómo se aplica, ni cómo se controla su aplicación".

"Existe ciertamente una ontología o metafísica dialéctica, o más bien dos, la una idealista y la otra materialista (en la medida en que el materialismo es compatible con la dialéctica, lo que es dudoso). Pero se trata de un conjunto de hipótesis muy generales, llamadas «leyes de la dialéctica», acerca del devenir, en particular del desarrollo sociohistórico. Estas hipótesis más o menos precisas no constituyen un método, esto es, un procedimiento para hacer o estudiar algo. Constituyen una doctrina".

"No hay pues método dialéctico sino más bien un enfoque dialéctico de problemas, sea teóricos, sea prácticos, consistente en proponer la ontología dialéctica e intentar encajar en ella los objetos de interés. Tal enfoque se caracteriza por la búsqueda de polaridades y por la exageración de la importancia de los conflictos (en la naturaleza, en la sociedad o en el pensamiento) a expensas de la cooperación y de cualesquiera otros mecanismos de cambio...Este enfoque es típico de una etapa primitiva del pensamiento. La ciencia no se limita a buscar polaridades sino que se esfuerza por encontrar pautas objetivas (leyes), las que rara vez son polares. Y, aun en el caso en que el conflicto es real, es de complejidad tal que desborda el marco polar".

"Los historiadores de las ideas han mostrado que es característica del pensamiento arcaico y aun antiguo el reducirlo todo a pares de opuestos. día y noche, mortal-inmortal, comestible-incomible, móvil-inmóvil, etc. Esta característica se conserva en la primera fase del tratamiento científico de un problema: así como el neurofisiólogo de principios de siglo intentaba reducirlo todo a un juego de excitaciones e inhibiciones, el sociólogo del subdesarrollo cae en la tentación de explicarlo todo en términos de dependencia e independencia y de pares opuestos similares".

"La frecuencia con que aparecen los términos 'proceso dialéctico' y 'método dialéctico' en un campo de estudios es un buen indicador del bajo grado de desarrollo de éste. Los físicos, químicos, biólogos, psicólogos y sociólogos matemáticos no hablan de objetos dialécticos ni dicen emplear el método dialéctico: emplean el método científico, que les permite formular concepciones precisas y comprobables. Si lo que se proponen los pensadores dialécticos es tan sólo subrayar el carácter cambiante de todas las cosas y la naturaleza conflictiva de algunos procesos, no necesitan salirse de la ciencia, ya que ésta estudia las leyes del cambio y, en particular, de la competencia. La dialéctica es dinamicista pero no científica; la ciencia no es dialéctica pero es dinamicista y, además, clara y a veces verdadera" (De "Epistemología"-Editorial Ariel SA-Barcelona 1985).

domingo, 1 de marzo de 2020

El camino hacia la paz

En grupos en que prevalece el egoísmo o la indisciplina, los conflictos se atenúan bajo la presencia y el mando de un líder que impone una fuerte personalidad. En el caso de las naciones, en forma similar, el nacionalismo (o egoísmo colectivo) tiende a hacer perdurar los conflictos y las guerras, encontrando en un imperialismo la solución provisoria de tales conflictos. Como los imperialismos son conducidos generalmente por líderes nacionalistas, ambiciosos de poder, la solución no resulta tan eficaz. Fernando Savater escribió: "Quienes menos debieran proclamarse adversarios del Imperio son sin duda los pacifistas a ultranza. Después de todo, la principal función de los imperios ha sido asegurar la paz -entiéndase, la «no guerra entre comunidades o facciones»- en grandes extensiones de territorio".

"Todos los imperios han comenzado de un modo expansivo y conquistador, agresivamente justificado con razones poco limpias (Gibbon aseguraba que «leyendo a Tito Livio, uno diría que Roma conquistó el mundo en defensa propia»), pero luego han sometido sus posesiones a una ley común y a un desarme forzoso de los enfrentamientos particulares. El auge imperial de Roma, China o Inglaterra fue siempre un periodo de baja conflictividad bélica dentro del territorio bajo su hegemonía, por dominio avasallador de una potencia que no permitía discordias subversivas".

"El final de los imperios, en cambio, ha solido venir señalado por desórdenes guerreros. Incluso hoy, pese a la poca afición imperial de la mayoría de los politólogos, hay quien expresa nostalgia en la Europa postcomunista por el Imperio austrohúngaro y hasta por el Imperio ruso, que sofocaron tantas querellas interétnicas, mientras que los partidarios de una solución exclusivamente regional de los problemas de Oriente Medio suspiran disimuladamente al acordarse del Imperio Otomano...Si de lo que se trata es suspender la discordia suprema, la guerra abierta civil o internacional, los imperios fueron soluciones transitorias y conflictivas, pero no totalmente nefastas"(De "Sin contemplaciones"-Ariel-Buenos Aires 1994).

Las reacciones democráticas y nacionalistas contra los imperios nunca terminaron, debido principalmente a las naturales ambiciones de libertad que cada pueblo mantiene. Savater agrega: "Contra la centralización imperial ha militado en la modernidad la tradición republicana democrática y nacionalista, el pueblo en armas alzado para defender libertades y derechos igualitarios. Los imperios han pretendido pacificar a fuerza de unificar las diferencias bajo una hegemonía indiscutible, las repúblicas nacionales han afirmado belicosamente unas contra otras sus identidades diversas para de ese modo saberse libres. ¿Puede unirse de algún modo la pacificación imperial con el respeto a la pluralidad democrática? Hasta ahora ambos objetivos han sido incompatibles".

Mientras que gran parte de los pueblos europeos, desde varios siglos atrás, debieron padecer los efectos de la concentración de poder en manos de monarquías absolutas, clamando por el surgimiento de monarquías constitucionales y, luego, por democracias, en gran parte de Latinoamérica, acostumbrados a un pasado anárquico, se aspira por el contrario a promover gobiernos liderados por caudillos que concentrarán el poder en sus manos. Mariano Grondona escribió: "Aunque a veces no los necesitemos, nosotros queremos caudillos. Es que nuestro temor ancestral no es la opresión; es la anarquía, que es lo que hemos conocido por más tiempo. Todos los países latinoamericanos retienen en la memoria de sus viejos el recuerdo de alguna anarquía. El hispanoamericano teme la anarquía porque es peor que la tiranía, porque en ella todos son tiranos. El hispanoamericano es discípulo de Hobbes aun sin saberlo. En cambio los anglosajones, más disciplinados, temen la opresión pues no tienen noción de la anarquía. Lucharon contra el absolutismo. Son dos culturas muy distintas y sobre ellas se ha reflejado con opuestas tonalidades la institución presidencial" (De "Los pensadores de la libertad"-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).

Luego de arrojadas las dos bombas nucleares durante la Segunda Guerra Mundial, y se vislumbraba el peligro de futuras guerras nucleares entre naciones, surgen algunas propuestas para asegurar la paz en el mundo. Una de ellas es la de Albert Einstein, quien sugiere la creación de una especie de "organismo internacional armado" para ser respetado por todos los países y acatada sus decisiones. Tal propuesta no tuvo eco por cuanto, si los diversos sectores no pueden ponerse de acuerdo fuera de tal organismo, tampoco lo harían dentro del mismo. Tanto la Liga de las Naciones como posteriormente las Naciones Unidas cumplieron parcialmente esa función, sin que se hayan terminado las guerras sobre el planeta. Al respecto escribió: "En vista de estos hechos evidentes sólo hay, en mi opinión, una única salida".

"Es necesario que se establezcan condiciones que garanticen a los Estados el derecho de resolver sus conflictos con otros Estados sobre una base legal y bajo una jurisdicción internacional".

"Es necesario que una organización supranacional, apoyada por un poder militar que se halle bajo su exclusivo control, prohiba a los Estados hacer la guerra".

"Sólo el establecimiento total de estas dos condiciones pueden asegurarnos que el día menos pensado no nos volatilizaremos en la atmósfera, desintegrados en átomos" (De "Un mundo o ninguno"- D. Masters y K. Way (Ed.)-American Books-Buenos Aires 1946).

La restante alternativa, seguramente definitiva, implicará esta vez una concientización masiva de la humanidad acerca del lugar que ocupamos en el universo y de las ventajas individuales y colectivas que presenta adoptar una predisposición favorable hacia la cooperación social. En otras palabras, significa adoptar una actitud que vaya más allá de las leyes humanas y de las creencias subjetivas buscando regirnos por las leyes naturales que regulan nuestras conductas. El gobierno de tales leyes equivale a un autogobierno que deja sin efecto, y sin necesidad de otros gobiernos, como es el ejercido por otros seres humanos. Sería una teocracia directa, distinta de las teocracias indirectas que están lejos de resolver y de limitar los propios conflictos que crean.

La vinculación mental del hombre, respecto del orden natural, no es otra cosa que la religión del futuro. Tal religión universal, si bien no necesariamente ha de resolver todos los problemas humanos, es la mejor opción que disponemos para asegurar la supervivencia de la humanidad con niveles aceptables de felicidad. Tampoco sería imposible limitar el sufrimiento a niveles mínimos.

El sentido de la religión natural no es distinto del proceso de adaptación cultural del hombre al orden natural. Cuando el hombre ignora tal proceso y se aleja de tales leyes, el sufrimiento es inevitable. Christopher Dawson escribió: "Esta desviación espiritual de sus más grandes espíritus es el precio que debe pagar toda civilización cuando pierde sus bases religiosas, y se contenta con un éxito puramente material. Estamos apenas comenzando a comprender cuán mínima y profundamente está ligada la vitalidad de una sociedad con su religión".

"El impulso religioso es el que proporciona la fuerza cohesiva que unifica una sociedad y una cultura. Las grandes civilizaciones del mundo no producen las grandes religiones como una especie de subproducto cultural; en un sentido muy real, las grandes religiones son los cimientos sobre los cuales descansan las grandes civilizaciones. Una sociedad que ha perdido su religión se convierte más tarde o más temprano en una sociedad que ha perdido su cultura" (De "Progreso y religión"-La Espiga de Oro-Buenos Aires 1943).

El párrafo mencionado adquiere toda su significación si tenemos presente que todo constructor de viviendas, por ejemplo, debe conocer antes las leyes de la estática y de la resistencia de materiales; que todo proveedor de energía eléctrica debe antes conocer las leyes del electromagnetismo, etc. De la misma forma, no podemos sustentar una sociedad y una humanidad que se adapte a las leyes naturales que nos rigen sin antes haberlas conocido y, a veces, sin ni siquiera tener en cuenta que existen.

Como, desde hace tiempo, lo señalan varios autores, el camino hacia la paz provendrá de la unión definitiva entre ciencia y religión, ya que la ciencia describe las leyes naturales mientras que la religión moral se basa en las leyes de Dios, que no son otra cosa que aquellas leyes que describe la ciencia experimental (o las ciencias sociales, en el caso indicado). Sin embargo, el cristianismo debería abandonar parcialmente su "aspecto exterior", de los misterios y las intervenciones de Dios, para que la atención recayera en las leyes mencionadas, que tienen un carácter objetivo siendo sus efectos evidenciados con cierta facilidad. Dawson escribió: "La Europa occidental fue incorporada primeramente a una unidad cultural con el advenimiento del cristianismo, y solamente como consecuencia de ese desarrollo el Occidente estuvo en condiciones de heredar también la tradición intelectual de la cultura helénica".

"Sin embargo, puesto que las dos tradiciones tienen distinto origen, aun queda la posibilidad de que no teniendo consistencia por sí mismas, pudiera lograrse una síntesis más completa si una doctrina religiosa más racional y naturalista substituyera al sobrenaturalismo cristiano. En este sentido, no repugna a la lógica la idea de una religión de la ciencia, siempre que se reconozca claramente que pertenece al dominio de la religión y no al de la ciencia".

"Antiguamente, lejos de ser excepción, la regla general es que la religión esté vinculada al conocimiento de la naturaleza. Los orígenes mismos de la ciencia se hallan entre los hombres dedicados a la medicina y los sacerdotes de los pueblos primitivos, y en una etapa superior de la civilización la especulación cosmológica ocupa un lugar considerable en el desarrollo de las grandes religiones".

Mientras Albert Einstein se preguntaba acerca de las ideas que tuvo el Creador para hacer el mundo, el religioso se pregunta por los deseos del Creador respecto del comportamiento humano. Tales preguntas, un tanto simbólicas, hacen referencia a lo que "existe detrás" del conjunto de leyes naturales que gobiernan todo lo existente.