domingo, 30 de abril de 2017

Conociendo al Anticristo

La mayor parte de las religiones paganas era moralmente neutra, ya que consistían en creencias por las cuales la relación del creyente con los dioses les servia para solucionar los casos de emergencia. La religión judeocristiana adopta una postura netamente moral tratando de orientar al hombre por la senda del bien. Finalmente, para cubrir el espectro religioso, surge la religión del inmoralismo, o religión atea, que predica todo lo opuesto al cristianismo.

Con la caída del comunismo, desaparece la iglesia visible de la religión atea, mientras queda una enorme iglesia invisible a lo largo y a lo ancho del mundo. Ello se debe a que la fe es casi indestructible y sólo las mentes razonables, que han podido observar de cerca la sociedad prometida, han podido, no sin mucho esfuerzo, poder evadirse de esa falsa creencia. Max Eastman escribió: “Nunca he tenido un momento de vacilación o remordimiento acerca de la decisión –sólo acerca de la inconcebible cantidad de tiempo que necesité para alcanzarla-. Cuando soy denunciado como un desertor por los verdaderos creyentes me ruborizo, pero sólo porque me llevó tanto tiempo desertar. Lamento con tristeza los preciosos veinte años que pasé revolviendo y haciendo embrollos con esta idea, que de haber tenido bastante claridad mental y fuerza moral podía haber comprendido cuando fui a Rusia en 1922”.

El Anticristo es una figura bíblica que simboliza la aparición y el predominio temporal de la religión de la inmoralidad. Mientras que el cristianismo afirma su sustento en la Trinidad (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo), la religión atea se sustenta en una trinidad similar: el padre (Marx), el hijo (Lenin) y el espíritu satánico (Stalin). A continuación se menciona un escrito del citado autor:

LA RELIGIÓN DEL INMORALISMO

Por Max Eastman

Desde la muerte de Stalin se ha hecho necesario encontrar un nuevo foco para nuestra hostilidad hacia el comportamiento inescrupuloso e inhumano de los comunistas. Quisiera que se enfocara la verdadera causa del mal: el marxismo. Se gastan muchos argumentos entre los intelectuales de Occidente con el deseo de eximir a Marx de la responsabilidad de este retorno a la barbarie. La Realpolitik en el sentido malo de la palabra, no nació con Marx. Pero la cosa peculiar contra la cual luchamos, el que la gente especializada en la búsqueda del ideal en las relaciones humanas deje a un lado las normas morales, sí nació con Marx. Él es la fuente de origen de las costumbres morales así como de la economía de los bolcheviques rusos y es el padrino de los liberales [izquierdistas para los EEUU] delincuentes de todos los países.

La idea de que Marx era un mediador benigno y noble de las esperanzas y tristezas de los hombres, que se «horrorizaría» de las tretas y la duplicidad de los comunistas de hoy en día, es tan falsa como difundida. Marx tenía mal carácter. Sus mejores panegiristas no pueden casi inventar una sola virtud para atribuirle salvo, es cierto, tenacidad y coraje moral. Si alguna vez tuvo un gesto de generosidad, éste no se encuentra registrado. Era un niño mimado, completamente indisciplinado, vano, dejado y egoísta. Está listo en todo momento a obrar con odio rencoroso. Podía ser tortuoso, desleal, estirado, antidemocrático, antisemita, antinegro. Era por costumbre un parásito, un intrigante, un fanático tiránico que prefería hundir su partido a verlo triunfar bajo otro jefe.

Todos estos rasgos están impresos en los registros de su vida, y por sobre todo en su correspondencia privada con su alter ego e incansable viejo pagano Friedrich Engels. Existen trozos de esta correspondencia tan repugnantes para una persona de sensibilidad democrática que tuvieron que ser suprimidos para mantener vivo el mito del bondadoso Karl Marx, campeón de los pisoteados y de la hermandad humana. Para dar un ejemplo: descubrieron que Ferdinand Lassalle, quien está eclipsando a Marx como jefe de un genuino movimiento de la clase trabajadora en Alemania, no sólo era un judío al que llamaron «el pequeño judío», «Izzy el patán»,…etc., sino también «un negro judío». «Es perfectamente obvio, escribió Marx, que por la forma de su cabeza y la manera que le crece el pelo desciende de los negros que se unieron a Moisés en el viaje a Egipto, salvo que a lo mejor su madre o su abuela tuvieran relaciones con un negro». Sólo los bolcheviques rusos, que apoyaban la religión de la inmoralidad con un candor bárbaro inimaginable en un europeo caballeresco, pudieron tener el atrevimiento de publicar estas cartas sin expurgarlas.

Utilizo la palabra religión en un sentido preciso. Aunque descartó a Dios como un engaño y al paraíso como un señuelo, Marx no era escéptico o experimental por naturaleza. Sus hábitos de pensamiento requerían una creencia tanto en el paraíso como en un poder que seguramente nos llevaría hasta él. Ubicó el paraíso sobre la Tierra, llamándolo con nombres tan beatíficos como «El Reinado de la Libertad», la «Sociedad de los Libres e Iguales», la «Sociedad sin Clases», etc. Todo sería bienaventurado y armonioso allí, en una proporción que sobrepasaría hasta los sueños de los socialistas utópicos. No solamente desaparecerían todas las «causas de conflictos», todas las divisiones de casta y de clase, sino todas las divisiones entre ciudad y campo, entre cerebro y trabajador manual. Los hombres no estarían siquiera divididos en profesiones diferentes, como lo están en esta etapa de ascensión hacia el paraíso.

Parecería que sólo una deidad benigna podría garantizar un futuro así a la humanidad, y solamente enseñándonos una moralidad más alta podría Ella guiarnos hacia ese futuro. Pero Marx odiaba las deidades, y consideraba a las aspiraciones a alta moral como un obstáculo. El poder en el cual descansaba su fe en el paraíso que llegaría era la evolución rígida, feroz y sangrienta en un mundo «material» que, sin embargo, marcha misteriosamente «hacia arriba». Y se convenció de que, para ponernos a tono con un mundo así, debemos dejar a un lado los principios morales y embarcarnos en una guerra fraticida. Aunque sepultado en una montaña de racionalizaciones económicas que pretendían ser ciencia, esta fe mística y antimoral es la única contribución totalmente original de Karl Marx a la herencia de ideas del hombre.

Los comunistas creen en el hombre no como poder independiente, sino como parte constitutiva de un movimiento sobrehumanamente ordenado del universo. El movimiento dialéctico es su Dios, y es ese Dios que los exime de las leyes de la moralidad. La diferencia ente cristianismo y comunismo –la diferencia, quiero decir, que es vital en esta conexión- está entre una religión que enseña la salvación personal por medio de la comprensión y la amorosa bondad y una religión que predica la salvación social aplicando una moral de guerra a las relaciones pacíficas entre los hombres.

Marx estaba tan seguro de que el mundo iba a ser redimido por su propia evolución dialéctica, que no permitía a sus discípulos invocar las normas de los ideales morales. En verdad hablaba seriamente cuando dijo que los trabajadores no tenían «ningún ideal que realizar», y debían tan sólo participar de la lucha contemporánea. Expulsó gente de su partido comunista porque mencionaban en sus programas cosas como «amor», «justicia», «humanidad» y hasta la «moralidad» misma. «Delirios espirituales», «sentimentalismo pegajoso», llamaba a tales manifestaciones y purgaba a los asombrados autores como si hubieran cometido el más cobarde de los crímenes.

Esta fe mística en la evolución liberó a la mente de Marx y, ay, a su disposición natural, para que reemplazara la honesta campaña de persuasión pública por la cual otros evangelios se han propagado, con planes para engañar al público y llegar al poder por medio de artimañas. Fue Marx, y no Lenin, quien inventó la técnica de la «organización de frentes», el medio de pretender ser democrático para destruir la democracia, las despiadadas purgas de los miembros disidentes del partido, el empleo de calumnias personales en esta tarea.

Fueron Marx y Engels quienes adoptaron «la burla y el desprecio» como la principal fórmula de ataque contra los opositores al socialismo, introduciendo una literatura de vituperación que no tiene paralelo en la historia. Aun el golpe maestro de entregarles la tierra a los trabajadores «inicialmente» para sacársela cuando el poder estuviera asegurado, vino de la misma fuente. La introducción de un comportamiento tan falto de principios en un movimiento hacia fines más altos que el hombre podría alcanzar, fue enteramente trabajo de Marx y Engels. Lenin no agregó otra cosa más que la habilidad, y Stalin nada más que una instintiva y total indiferencia por las consecuencias.

Se puso en marcha una fuerza tan grande para santificar a Marx después de su muerte, y benevolizarlo, por decir así, que estas prácticas fueron en gran parte olvidadas entre los socialistas occidentales. Su religión de inmoralidad fue suavizada. Pero esta religión encontró un perfecto hogar en la mente de Lenin, ya que él se había formado bajo la influencia del ala terrorista del movimiento revolucionario ruso. Lenin era un ardiente admirador de Nechayev, un fanático furioso del 1870 que escribió el famoso documento llamado «Catecismo de un revolucionario». «El revolucionario es un hombre sentenciado…Él ha roto todo enlace con el orden social y con el mundo civilizado…Odia y desprecia la moralidad de su tiempo…Todo lo que promueva el éxito de la revolución es moral, todo lo que la estorbe es inmoral».

Nechayev fue denunciado hasta por su bastante violento colega, al anarquista Bakunin, como un fanático peligroso que «cuando es necesario rendir algún servicio a lo que él llama ‘la causa’…no se detiene en nada, mentiras, robos y hasta asesinatos». Pero Lenin asombró a sus primeros amigos defendiendo a este loco y honrando su memoria. Por lo tanto, antes de convertirse en marxista, Lenin había llegado por un camino emocional al rechazo de las normas morales que Marx dedujo de una pretendida ciencia de la historia. La confluencia de estos dos cursos de pensamiento resultó uno de los más grandes desastres para la humanidad.

Lenin era más crédulo y más específico que Marx y Engels al describir las bellezas de la vida en el paraíso hacia el cual su mundo dialéctico se dirigía. En su socialismo cada «hombre que empujaba una carretilla» y cada sirvienta tomarían parte de la función de gobierno. Era también más específico al describir las clases de conducta vil que deben ser empleadas para ir hacia delante. «Debemos estar listos para emplear los engaños, las mentiras, el incumplimiento de la ley, el ocultamiento de la verdad», exclamó. «Podemos y debemos escribir en un idioma que siembre entre las masas odio, reacción, burlas y cosas parecidas, hacia aquellos que no estén de acuerdo con nosotros».

Actuando de acuerdo a estos principios, Lenin utilizó mentiras calumniosas y asesinatos de caracteres; fomentó los robos de bancos y asaltos a mano armada como un medio de obtener fondos para el milenario. Sus discípulos han llevado la fe adelante, sin detenerse ante ningún crimen, desde el asesinato hasta el hambre planeada por el Estado y las masacres militares al por mayor.

Uno de los principales organizadores de los robos de bancos y asaltos fue Georgian Djugasshvili, que tomó en el partido el nombre de Stalin. La creencia marxista-leninista de que tales crímenes eran métodos de progreso hacia un milenario fue instilada en este joven desde el día de su rebelión contra la teoría cristiana. No tenía otra educación, otra concepción del mundo. Fue descrito una vez por el arzobispo Curley como «el mayor asesino de hombres de la historia», y el record, si se lo escribe calmosamente, puede confirmarlo [superado posteriormente por Mao].

Pero la verdad no dio ningún paso más allá de las implicaciones lógicas de una creencia devota en una conducta brutal y deshonrosa. Él simplemente continuó con la doctrina inventada por Karl Marx, de que para poder entrar en el «Reino de la Libertad» debemos dejar a un lado las normas morales. Debemos ubicar «el deber y el derecho…la verdad, moral y justicia», donde «no puedan hacer daño». O. según las palabras de Lenin (dirigidas a un Congreso de toda la Juventud Rusa): «Para nosotros la moralidad está subordinada completamente a los intereses de la lucha de clases del proletariado».

(Párrafos de “Reflexiones sobre el fracaso del socialismo”-Ediciones La Reja-Buenos Aires 1957).

sábado, 29 de abril de 2017

La explotación laboral en el socialismo

El ciudadano desprevenido seguramente habrá escuchado miles de veces, durante su vida, que el sistema capitalista requiere de la explotación laboral del empleado para su efectivo funcionamiento, y que el socialismo, por el contrario, anula tal tipo de injusticia social. Sin embargo, cuando se llega a establecer un mercado competitivo, con una adecuada concurrencia de empresarios, desaparece la supuesta explotación laboral mientras que en los sistemas socialistas tal tipo de injusticia resulta algo inevitable.

A las mentiras y tergiversaciones propias de los ideólogos totalitarios y populistas, se le suma la actitud pasiva de quienes conocen la realidad, si bien adoptan la postura de decir para sí mismos: “yo sé cuál es la verdad; a mí no me engañan”, con lo cual no advierten que no por ello la gran mayoría de la sociedad dejará de aceptar como verdad indiscutible lo que escucha por todas partes.

En un mercado competitivo, el capital humano es de la mayor importancia, de ahí que ninguna empresa permitirá que su mayor capital se pierda al intentar explotar a sus empleados pagándoles sueldos reducidos con el agravante de que irán luego a formar parte del capital humano de alguna empresa competidora. John M. Letiche escribió: “El profesor Schultz demuestra que la inversión en la gente y en el conocimiento constituye un factor decisivo cuando se trata de asegurar el bienestar humano. Rechaza la opinión, difundida por errónea, para la cual las limitaciones de espacio, energía, tierra cultivable y otras propiedades físicas de la tierra son restricciones decisivas impuestas al mejoramiento humano, y demuestra que las capacidades adquiridas de las personas –su educación, experiencia, habilidades y salud- son básicas en cuanto a la concreción del progreso económico”.

“Con esclarecedora brevedad, explica por qué ni siquiera los primeros gigantes de la economía política, como Adam Smith, David Ricardo y Thomas Malthus, podían haber previsto que el desarrollo económico de las naciones industriales de Occidente dependería principalmente de la calidad de la población. En la actualidad, una parte predominante de la renta nacional (cuatro quintos en los EEUU) se deriva de los rendimientos del trabajo, y sólo una pequeña parte de la propiedad. Su argumentación, lo mismo que las pruebas que lo fundamentan, se presenta en función del aumento constante del valor del tiempo humano” (Del Prólogo de “Invirtiendo en la gente” de Theodore W. Schultz-Editorial Ariel SA-Barcelona 1985).

En las economías subdesarrolladas, con mercados casi inexistentes, predominan los monopolios, por lo cual no existe la saludable competencia entre las empresas. Al no existir competencia ni posibilidades de que los empleados puedan ir a trabajar a otras empresas, se crean las condiciones favorables para la explotación laboral. También en las economías socialistas, al no existir competencia, aparece esa posibilidad, actuando la clase dirigente como dueña del Estado quedando el resto de los habitantes como súbditos de esa clase privilegiada. Michael Voslensky escribió: “El derecho de propiedad es el derecho ilimitado del propietario a disponer a su voluntad del objeto que posee, comprendido el de transferirlo a otro propietario o de suprimirlo. Desde el punto de vista del marxismo, una clase dominante es la que posee los medios de producción”.

“Es precisamente el hecho de que los propietarios anónimos de la URSS administren su empresa por intermedio del Estado –el aparato de la clase dominante- lo que permite identificar sin error a los felices propietarios. En la Unión Soviética, las empresas pertenecen al Estado: se puede, por lo tanto, reconocer al propietario real desde el punto de vista del marxismo. El propietario no es el conjunto del pueblo, sino la clase dominante; no el «proletariado organizado como clase dominante», sino la Nomenklatura” (De “La Nomenklatura”-Editorial Crea SA-Buenos Aires 1981).

Es importante señalar que la concentración de poder político, económico y militar, en la clase dirigente de los países socialistas, es la que crea las condiciones ideales para la explotación laboral, no siendo un defecto atribuible sólo a la administración soviética, sino que es inherente a todo sistema socialista. Y ello se debe a dos factores principales: la necesidad de planificación económica y la ausencia de estímulos económicos para el trabajador.

La necesidad de planificar la producción se debe al previo rechazo del mercado, que es un sistema autoorganizado que responde a las señales que entre productores y consumidores se establecen a través de los precios, la oferta y la demanda. Una economía planificada requiere de una burocracia que establezca las decisiones productivas y los controles respectivos, por lo cual se va formando una clase dirigente que se identifica con el único partido gobernante; el poder económico se identifica con el poder político. Hedrick Smith escribió: “El Plan es exaltado por los marxistas soviéticos como la llave para la administración científica del potencial humano y de los recursos; la palanca infalible para la consecución de la máxima riqueza y de la productividad creciente”. “El Plan es casi la ley fundamental de la Tierra. «Seguir el Plan» es uno de los encantamientos más incesantes de la vida soviética. En público, el Plan es tratado con veneración casi mística, como si dotara de alguna facultad sobrehumana para elevar el esfuerzo mortal a un plano más alto, libre de las flaquezas humanas” (De “Los rusos”-Librería Editorial Argos SA-Barcelona 1977).

Si en el socialismo teórico todos han de ganar sueldos similares, independientes de sus aptitudes y eficacias (De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad), pronto se advierte que no existen estímulos materiales para trabajar con entusiasmo (y tampoco espirituales al sospechar la existencia de explotación laboral), por lo cual surge la necesidad de incorporar controles y militarizar la economía “hasta niveles inverosímiles en épocas de paz” (según la expresión de Andrei Sajarov). Como resultado, el poder económico y político se identifica con el poder militar. Las condiciones para la explotación laboral son óptimas.

Supongamos que existe una población socialista con 1.000.000 de trabajadores, que han de ganar un mismo sueldo. Si a uno de ellos se le ocurre duplicar su producción, mediante un trabajo intensivo, recibirá como recompensa la millonésima parte de ese esfuerzo adicional. Si, por el contrario, dejara de producir lo que habitualmente produce, su sueldo debería disminuir en una millonésima parte. De ahí que para el trabajador sea totalmente indiferente trabajar o no hacerlo, de donde surge la mencionada necesidad de militarizar la economía.

En las sociedades capitalistas desarrolladas, se trata de evitar la explotación laboral, no sólo para evitar la pérdida de capital humano, sino por la simple razón de que el trabajo esclavo, o el mal remunerado, resulta ineficaz. Existe un dicho obrero soviético de los años 70: “Mientras los jefes simulen pagarnos un salario decente, nosotros simularemos que estamos trabajando”.

La clase dirigente socialista no sólo es dueña de los medios de producción sino también de las decisiones laborales que afectan a los distintos individuos. Tal el caso cubano, donde se “alquila” a los médicos que van a trabajar al exterior mientras que las “plusvalía” queda en manos de los dirigentes comunistas. La médica cubana Hilda Molina escribió: “Mi primera jornada en el hospital de Mostaganem resultó esclarecedora. Al firmar mi contrato comprobé que el gobierno cubano cobraba muchas divisas por mi trabajo, tantas que la cifra final ascendió a más de un cuarto de millón de dólares. Yo, al igual que el resto de mis compatriotas, recibía sólo un pequeño estipendio en dinares argelinos que apenas garantizaba la supervivencia, al tiempo que en Cuba entregaban a mi madre mi modesto salario en pesos cubanos”.

“Supe también que mi presencia en Argelia no obedecía a una situación de catástrofe. El verdadero motivo era que los neurocirujanos de ese país se negaban a trabajar en Mostaganem y preferían hacerlo en ciudades más importantes con vistas a satisfacer sus intereses lucrativos. Conocí además que a los galenos cubanos nos obligaban a residir cual becarios adolescentes, varios en un mismo apartamento. Y confirmé que, tanto para las autoridades de la isla como para sus representantes en Argelia, los especialistas de la salud no éramos más que una dotación de esclavos ingenuos, obedientes, abnegados y excelentes productores de dólares”.

“….Y yo, una indefensa mujer, viajaba sola junta al chofer hasta el hospital donde en horario nocturno únicamente trabajaban hombres argelinos. El peligro que esto implicaba para mi seguridad y para mi salud no importaba ni a los diplomáticos ni a los funcionarios cubanos. A ellos solamente les interesaban las divisas que el régimen recaudaba por cada una de mis guardias, los dólares que fluían a partir de mi riesgoso trabajo y de mis inolvidables dolorosos sacrificios” (De “Mi verdad”–Grupo Editorial Planeta SAIC–Buenos Aires 2010).

Para Marx, el trabajo es el principal y casi exclusivo factor de la producción, por lo que el precio de una mercancía dependería del trabajo que demandó su realización, algo que poco tiene que ver con la realidad. Denomina plusvalía al trabajo del obrero, que no ha sido remunerado, y que el empresario se apropia en forma injusta. Como se mencionó antes, esto puede ocurrir en economías no desarrolladas y en el socialismo, en cuyo caso es el Estado (la clase dirigente) que se queda con gran parte de lo que debiera corresponder a los trabajadores.

El socialismo solo se justifica como un corrector del capitalismo. Sin embargo, trata de corregir un error que no es tal e incluso enfatiza el supuesto error que quiso corregir. Voslensky agrega: “Engels elogiaba la concepción materialista de la historia y la noción teórica de plusvalía como los más grandes descubrimientos de Marx. Es decir, otorgaba a la plusvalía la misma importancia que al materialismo histórico. Lenin designaba a esta doctrina como «la piedra angular de la teoría económica de Marx»”.

“Como la plusvalía pasa, en primer término, por el pozo común del Estado de la Nomenklatura, es imposible establecer qué miembro de la Nomenklatura explota a qué trabajador. Pero la imposibilidad de nombrar a tal o cual no cambia en nada el hecho de que, como miembro de la Nomenklatura, explota a personas físicas apropiándose de la plusvalía que éstas producen”. “El nomenklaturista las explota tal como los esclavistas explotaban a los esclavos, como el señor feudal explotaba a sus siervos. La diferencia no reside más que en la forma de la explotación. En la URSS existe explotación del hombre por el hombre. Y éste es un hecho que los ciudadanos de los países del «socialismo real» comienzan a comprender”.

“Al final de su vida, en 1891, Engels reconocía: «Éste es, sin duda, el punto sensible. Mientras las clases poseedoras tengan las riendas en sus manos, toda estatización no constituirá la abolición de la explotación, sino un cambio en sus formas»”.

jueves, 27 de abril de 2017

Los curas tercermundistas

Unas décadas atrás, los analistas políticos dividían al mundo en tres sectores: el Primer mundo (EEUU, Europa, Japón, principalmente), el Segundo mundo (URSS, China y demás países socialistas) y el Tercer mundo (Latinoamérica, África, Asia, principalmente). Adoptando esta división convencional, los sacerdotes tercermundistas proponían que sus países ascendieran un peldaño para arribar al Segundo mundo, sin tener en cuenta que varios países desvastados por la Segunda Guerra Mundial (como Alemania, Italia, Japón) pudieron ascender en pocos años desde una pobreza y destrucción extremas hasta convertirse en potencias económicas del Primer mundo. Si bien la laboriosidad y la idiosincrasia de los distintos pueblos son diferentes, al menos debe buscarse la mejor orientación política y económica posible aun sin pensar en llegar a los primeros puestos en la escala de los países.

Siendo el cristianismo completamente distinto del marxismo-leninismo, ya que produce resultados muy diferentes, puede decirse que quienes los ven semejantes están equivocados, o bien se han decidido a usar al cristianismo para fines ajenos a los propuestos por su fundador. Quienes consideran que la fe está sobre la razón y que ambas están sobre la verificación experimental, tienden a ignorar la realidad y a observarla según sus creencias, sin apenas molestarse por interiorizarse de los conocimientos aportados por la ciencia económica, por ejemplo, a la cual desprecian por cuanto la atribuyen al sector “explotador de los pobres” ya que “la ha creado para ejercer mejor su poder”. Sin embargo, cuando en la Alemania Occidental se produjo el “milagro alemán”, esa ciencia económica permitió alcanzar beneficios para todo el pueblo, previa adaptación mental y predisposición para el trabajo.

No solo parecen desconocer al milagro alemán sino que también parecen desconocer las catástrofes sociales producidas en la URSS debido al terror impuesto por Lenin y Stalin, y en la China bajo la revolución cultural de Mao-Tse-Tung. En esto se advierte la primera diferencia esencial entre cristianismo y marxismo-leninismo; mientras que los cristianos llegan al extremo de dar su vida por el triunfo de su religión, los marxistas-leninistas destruyen las vidas de decenas de millones de seres humanos para imponer el socialismo. En la lista macabra de los mayores asesinos masivos de toda la historia aparecen, por orden de “mérito”, Mao, Stalin y Hitler. Lo que extraña es que a los nazis nunca se les ha ocurrido comparar nazismo con cristianismo, ya que tal comparación tendría la misma lógica y validez que la comparación entre cristianismo y marxismo.

En la Argentina, algunos curas adhirieron al peronismo, que fue en su época de apogeo una imitación parcial del fascismo y del nazismo. Tal adhesión se debió al aparente apoyo a los sectores pobres cuando en realidad perjudicó a todo el país. Repartir dinero a diestra y siniestra, desde el Estado, resulta positivo y virtuoso si existe una generación de riquezas suficiente para sustentar tal redistribución, de lo contrario implica una especie de lento suicidio económico. Al menos no se conoce en el mundo algún caso en que el populismo haya sacado a un país de la pobreza o del subdesarrollo.

El pensamiento liberal, por el contrario, al tener en cuenta la ciencia económica, trata de impedir el suicidio económico al que se llega mediante el otorgamiento casi ilimitado de puestos de trabajo estatales, innecesarios e improductivos, jubilaciones sin aportes, y otras ventajas sociales cuando no existe el desarrollo suficiente para sustentar tales ayudas. Por el contrario, en lugar de que el pobre dependa de la ayuda solidaria del sector que trabaja, desde el liberalismo se sugiere a todo individuo que aprenda un oficio, que estudie, que trate de independizarse laboralmente para no depender de los demás.

Los países subdesarrollados se caracterizan por disponer de una insuficiente cantidad de empresarios, lo que impide la formación de mercados competitivos. Supongamos el caso de una sociedad en la que, debido a la idiosincrasia de sus integrantes, existe poca predisposición e iniciativa como emprendedores económicos (generalmente por esperar un empleo estatal). Si en esa sociedad se requiere un mínimo de 200 empresarios para establecer un mercado competitivo y si sólo concurren 30, entonces se establecerán varios monopolios por lo cual podrá existir explotación laboral, desocupación y pobreza. Luego, desde los sectores de izquierda criticarán la situación a la que denominarán como “capitalista” (aun cuando ni siquiera se ha formado un mercado) y culparán de todos los males a esos pocos (y malos posiblemente) empresarios en lugar de culpar a todos aquellos que huyeron de la responsabilidad de utilizar todos sus medios y capacidades para llevar adelante la economía de la sociedad.

Cristo propuso amar al prójimo como a uno mismo; el liberal entiende ese amor como una sugerencia a que cada persona se capacite para ser alguien que pueda producir lo suficiente para mantenerse junto a su familia, y que no dependa de la redistribución de recursos que el Estado extrae del sector productivo. Otros interpretan al amor al prójimo como la actitud de darle una limosna y una ayuda al necesitado, pero no en forma circunstancial, sino permanente. De esa forma se tiende a anular las capacidades individuales por cuanto la comodidad de la protección estatal le impide desarrollar sus potencialidades de lucha ante la adversidad anulando las consiguientes satisfacciones morales a las que lleva esa capacidad.

El abate Pierre recomendaba: “Antes que hablarle de Dios al hombre sin techo hay que darle primero un techo, y darle un techo ya es hablarle de Dios”. Por el contrario, Cristo recomendaba: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”. En consonancia con la postura del abate, en algunas ocasiones se pudo ver algunos jóvenes que, mediante pancartas, pedían que el Estado les diera “una casa digna”, es decir, quienes deberían trabajar y luchar para hacerse su propia casa y permitir que otros las hagan, reclamaban a la sociedad que les dieran un techo. Un cura tercermundista, en lugar de indignarse contra esta desfachatez se indigna contra la sociedad egoísta que “no fue capaz de ayudar a quien no tiene techo”.

Llevará luego esa indignación contra el reducido sector de empresarios y contra el sistema “capitalista” (mercantilista debería decirse), colocando a los pobres en el lugar de victimas inocentes carentes de todo defecto. El sacerdote Carlos Mugica expresó: “Pío IX decía en el siglo pasado [se refiere al XIX] que era totalmente imposible ser socialista y cristiano. Sin hacer una mistificación del socialismo podemos afirmar hoy, con los obispos del Tercer Mundo, que «el socialismo es un sistema menos alejado del Evangelio y de los Profetas que el capitalismo opresor», y que muchos jóvenes están dispuestos a dar sus vidas, no sé si por el socialismo pero sí por la revolución, y que además van a identificar su compromiso revolucionario con su fidelidad a Cristo”.

“Después de la gran influencia de Teilhard de Chardin, del marxismo, de los grandes profetas de la Iglesia contemporánea y de los grandes profetas de nuestro tiempo como Camilo Torres, Helder Cámara, el «Che» Guevara, Marx, Freud, es decir de todos aquellos hombres que se han preocupado por el hombre y por la ventura humana…” (De “Una vida para el pueblo”-Pequén Ediciones-Buenos Aires 1984).

Es oportuno mencionar que, de los “profetas” mencionados, se conocen textos antirreligiosos y/o anticristianos, como son los casos de Guevara, Marx y Freud, por lo que resulta llamativa tal actitud. Recordemos que el Che Guevara asesinó a unas 216 personas con su propia arma, ninguna de ellas en combate, por lo que resulta sorprendente el guevarismo de alguien que se considera “cristiano”. Los curas tercermundistas tienen el triste privilegio de haber inducido a muchos jóvenes a ingresar en las filas del terrorismo de los años 70, siendo, como intelectuales, el primer eslabón de la cadena de la violencia.

El citado autor adhería al peronismo, al que interpretaba como un socialismo nacional. Incluso apoyaba el socialismo de Mao, llegando a confundir al hombre nuevo propuesto por Cristo con hombre nuevo soviético, al que se llega mediante la violencia: “Ninguna revolución social y económica podrá crear el hombre nuevo que todos buscamos, si simultáneamente no se da la revolución interior. Lo que los cristianos llamamos la conversión personal que es absolutamente irremplazable”. “Eso es lo que dice Mao cuando preconiza la revolución cultural proletaria, dice: no basta cambiar las estructuras. Mao tiene conciencia de la tremenda experiencia soviética donde es evidente que se hizo una revolución económica social, pero no una revolución cultural no una revolución política. El pueblo no accedió al poder, hay una burocracia parasitaria que se impone entre ambos”.

La “burocracia parasitaria” señalada es una consecuencia inevitable de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y del surgimiento de una planificación estatal y de un control de los trabajadores cuando se les quitan los incentivos materiales para realizar sus actividades como también gran parte de sus responsabilidades. En los años cincuenta, a los peronistas les daba vergüenza manifestar su adhesión al tirano, aceptando tácitamente que se trataba de algo indecente. Jorge Luis Borges escribió: “Ahora hay gente que afirma abiertamente: soy peronista. En los años de oprobio nadie se atrevía a formular en el diálogo algo semejante, declaración que lo hubiera puesto en ridículo. Quienes lo eran abiertamente se apresuraban a explicar que se habían afiliado al régimen porque les convenía, no porque lo pensaran en serio” (Del Diario “Los Andes”).

El colmo del cinismo es que un pseudo-cristiano, peronista, disfrazado de sacerdote, que fue uno de los ideólogos del terrorismo de los 70, que diga que una persona decente, o antiperonista, no puede ser cristiano. Mugica expresó: “¿Cuál es la medida que tengo para darme cuenta de que hoy el peronismo es el movimiento histórico al que yo pienso, debe acceder naturalmente un cristiano para mirar las cosas del lado de los pobres? Y esto no significa que no se puede ser cristiano y no peronista. Lo que sí me parece más difícil es ser cristiano y antiperonista”.

La falta de empresarios y de una mentalidad favorable a la formación de empresas son las principales causas de la pobreza de los pueblos del Tercer mundo, ya que, habiendo necesidades y desocupados, lo que falta es el vínculo que los reúna, aunque el citado autor piense lo contrario: “Una sociedad en la que se realicen plenamente los valores cristianos, será una sociedad sin empresarios”.

La baja productividad de las economías socialistas se debe, entre otros aspectos, a la ausencia de incentivos materiales para el trabajador, Sin embargo, Mugica apoyaba esa causa de baja productividad: “Las famosas leyes económicas, de las cuales se ha hablado tanto, son leyes que a lo mejor hay que criticar desde las bases, porque el principio que las fundamenta es falso, porque es el principio del lucro”.

miércoles, 26 de abril de 2017

Del complejo de persecución a la guerra justa

Es inherente al marxismo-leninismo, como a toda ideología totalitaria, que sus líderes sufran cierto complejo de persecución por el cual constantemente están en alerta ante las acciones del enemigo (los capitalistas o el imperialismo yanqui), o bien que esos líderes establezcan, a nivel masivo, un comportamiento similar al de quienes padecen ese complejo. Mediante este expediente “unen” al pueblo en el miedo y en el odio hacia el enemigo, a la vez que justifican su generosa protección.

Surge de esta actitud una consecuencia inmediata, y es que el pueblo se siente asediado y atacado por un enemigo real o imaginario, y de ahí que resulte lícita una defensa, y hasta una guerra, que ha de ser justa, ya que se considera que a nadie se le puede negar el derecho a la defensa cuando es atacado. De esa forma se justifica toda la violencia que han de desplegar previo convencimiento de que se trata de una acción defensiva. La victimización permanente de los adeptos es otra de las consecuencias.

El militante, una vez instruido y fanatizado, mantiene vigentes por mucho tiempo sus creencias. Prueba de ello la dan algunos intelectuales que necesitaron algunos años de intensos debates mentales y personales para advertir los errores de sus razonamientos. Max Eastman, quien viajó a la URSS en la década de los veinte, escribió: “Sólo una cosa me parecía calamitosamente mala. Esta era el fanatismo y escolasticismo bizantino que se había desarrollado alrededor de las sagradas escrituras del marxismo. Hegel, Marx, Engels, Plekhanov, Lenin –los libros de estos hombres contenían para los bolcheviques la última palabra de la sabiduría humana. No eran ciencia, eran revelación. A los pensadores vivos no les quedaba otra cosa por hacer que aplicarlos, glosarlos, discutir acerca de ellos, difundirlos, encontrar en ellos el germen de todo pensamiento o cosa nueva que llegara al mundo”.

“En lugar de liberar la mente del hombre, la Revolución Bolchevique la encerró en una prisión del Estado más hermética que cualquier otra anterior. Ninguna evasión del pensamiento era concebible, ni siquiera un paseo poético, ninguna salida o mirada a hurtadillas fuera de ese calabozo predarwiniano llamado Materialismo Dialéctico. Nadie en el mundo occidental tiene idea del grado en que las mentes soviéticas están cerradas y fuertemente selladas contra cualquier idea que no sean las premisas y conclusiones de este antiguo sistema de conformar los pensamientos a los deseos. En lo que concierne al avance del entendimiento humano la Unión Soviética es un gigantesco adoquín, armado, fortificado y defendido por autómatas adoctrinados hechos de carne, sangre y cerebros en las fábricas de robots que ellos llaman escuelas”.

“Yo percibí este hecho bárbaro más agudamente que cualquier otra desilusión en la tierra de mis sueños. Estaba seguro de que contenía las semillas del gobierno dejado en manos de los sacerdotes y policías. Cualquier religión del Estado, como han señalado todos los grandes liberales, es la muerte de la libertad humana. La separación entre la iglesia y el Estado es una de las principales medidas de protección contra la tiranía. Pero la religión marxista hace esta separación imposible, porque su credo es la política; su iglesia es el Estado. No hay, dentro de sus dogmas, ninguna esperanza de una evolución hacia la sociedad libre que promete” (De “Reflexiones sobre el fracaso del socialismo”-Ediciones La Reja-Buenos Aires 1957).

Como el marxista adhiere al relativismo moral, en cuanto se le critica alguna acción negativa, como los asesinatos masivos de Stalin, supone que basta con “demostrar” que el bando enemigo también los comete para justificar tal catástrofe social. Y si el bando enemigo no los ha cometido, fácilmente se miente al respecto para buscar el equilibro. Frederic Joliot-Curie expresó en el Congreso del Partido Comunista Francés de 1956: “Los hombres no son perfectos, ciertamente. Se han cometido errores y algunos muy graves. Todo hombre debe reprobarlos. Y todos pueden ver cómo los juzgamos cuando corresponden a un hombre tan importante como el camarada Stalin. Pero éstas son cosas que no conciernen ni a la doctrina marxista-leninista ni al sistema socialista”.

“Esto no es una excusa ni mucho menos; pero quiero preguntar: ¿Cuántos crímenes son cometidos todos los días en los países que dicen hablar en nombre de la libertad y que, por ejemplo, so pretexto de pacificación hacen matar a millares de seres humanos?” (De “Trabajos fundamentales”-Editorial Platina-Buenos Aires 1960).

El científico mencionado, casado con Irene (hija de los Curie), ganador con su esposa del Premio Nobel de Química, aun con una mente apta para la creatividad científica, no pudo liberarse del adoctrinamiento totalitario, como también les sucedió a algunos científicos nazis. Intenta desligar al sistema de terror impuesto por Lenin de sus consecuencias previsibles, mientras que toda persona razonable abandona sus simpatías y su apoyo a los regímenes que cometieron millones de asesinatos.

No sólo se justifica la violencia en base a la hipótesis de una legítima defensa, sino también se justifica el robo partidario considerando que todo propietario, en un régimen no socialista, adquirió lo que tiene mediante alguna forma de explotación laboral. Mientras que el socialismo teórico considera la “propiedad colectiva de los medios de producción”, en Cuba se procedió a la expropiación de la mayor parte de la propiedad privada. Hilda Molina escribió: “Desde el comienzo, los líderes de la revolución se distinguieron por su permanente irrespeto a las propiedades privadas excepto, obviamente, a las muchas que ya iban engrosando sus patrimonios personales y familiares. Primero se produjeron los saqueos y otros actos vandálicos. Después se sucedieron las expropiaciones o «nacionalizaciones», como eufemísticamente las llamaban. Y no me refiero a las confiscaciones de monopolios extranjeros, transnacionales y otros intereses foráneos; ni a la estatización de los grandes latifundios y de poderosas empresas nacionales, sino a la incautación de miles y miles de pequeños negocios en todo el país”.

“Nuestra familiar casa de modas no se libró de ese proceso, a pesar de que en la misma no había asalariados ni explotación del hombre por el hombre ni plusvalía ni ninguno de esos nuevos y extraños conceptos que nos repetían hasta el cansancio. El robo institucionalizado, absurdo e inútil del taller donde desarrollaba sus obras de arte resultó demoledor para mi madre” (De “Mi verdad”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2010).

Para mantener a los cubanos bajo una constante presión psicológica, el gobierno utilizaba el complejo de persecución inducido a gran escala. La citada autora escribió: “Las calles de mi ciudad y las de Cuba entera, no obstante los años transcurridos, seguramente conservan aún sus huellas y los recuerdos de las constantes, intensas e interminables sesiones de marcha a las que estuvimos sometidos los milicianos en los primeros años de la revolución. Imposible calcular el número de horas que yo desperdicié marchando. Noche tras noche, semana tras semana. Fue una época de verdadera locura. Muchos cubanos gastaron sus pobres y escasos zapatos en aquellas marchas inútiles. Después llegaron las terribles botas soviéticas que nos llenaban los pies de llagas y que en algunos casos provocaron lesiones irreversibles. Pueden escribirse cientos de miles de cuartillas sólo dedicadas a relatar las dolorosas y al tiempo risibles historias vividas por los milicianos cubanos en los tristemente célebres ejercicios de marcha”.

Como el creyente socialista acepta sin discusión las promesas de Marx consistentes esencialmente en que, con la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, se llega fácilmente a una sociedad ideal, en la cual reina la dicha y la felicidad, opone esta sociedad ideal a toda sociedad real, por lo cual afirma la superioridad del socialismo. Y si se entera que el socialismo real presenta serios defectos, dirá que con el tiempo tales defectos serán solucionados.

En quienes ejercen el derecho penal argentino predomina el abolicionismo, el cual propone la aplicación de penas leves, o nulas, incluso para peligrosos delincuentes. Ello se debe a que se supone que tal infractor de la ley fue “marginado previamente por la sociedad” debido al “sistema económico injusto” que está vigente, por lo que, al delinquir, está cometiendo una “justa venganza”, lo que coincide con la “guerra justa” antes considerada. Luego, cuando ocurre algún linchamiento como consecuencia de la “justicia por mano propia”, surgen acaloradas voces socialistas criticando tal incivilizada práctica, mientras que callan totalmente ante las decenas de asesinatos diarios que ocurren a lo largo y a lo ancho del país.

El símbolo más representativo del socialismo fue el Muro de Berlín, construido para evitar el éxodo diario y permanente del sector socialista al occidental, o capitalista. Ello mostraba que un socialismo sin controles y con libertad para elegir el lugar de residencia y de trabajo resultaba insostenible. Aunque ello no resulta convincente para quienes todavía creen que hay que seguir intentado lo que Marx prometió en su momento. Alain Decaux escribió: “Recorrí muchas veces el Muro de Berlín. Deteniéndome ante las cruces, siempre con flores, que recuerdan los puntos donde tantos hombres y mujeres cayeron por el solo crimen de haber osado ejercer ese derecho fundamental que los constituyentes franceses de 1789 quisieron erigir en ley imprescriptible: el derecho de todos y cada uno a vivir libremente donde lo desee” (De “La historia secreta de la historia”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1987).

Cuando alguien recomienda el diálogo, para superar las distancias ideológicas, no tiene en cuenta que es imposible llegar a un acuerdo con quienes tergiversan lo evidente y niegan la verdad elemental. Además, porque razonan en base a la dialéctica mientras que la mayoría de los mortales utilizamos la lógica natural. Víctor José Llaver menciona la siguiente cita de “La Nación” (13/Ago/86): “Por supuesto, cuando quienes se refieren a la muralla son funcionarios comunistas, los adjetivos difieren. El premier de la República Democrática Alemana, Erich Honecker, fue, además, quien supervisó en 1961 la construcción del muro, por lo que su opinión debe parecer muy clara a quienes comparten su ideología: «Se trata de un muro protector antifascista y antiimperialista. Un escudo contra las actividades hostiles del revanchismo y las fuerzas militares occidentales»” (De “La URSS hoy”-Editorial Plus Ultra-Buenos Aires 1989).

En cuanto a la ceguera ideológica de una guía de la Alemania Oriental, Llaver comenta: “Entre sus exageraciones nos llamó la atención, desde el principio, la forma en que denostaba a Alemania Federal, donde, entre otras cosas, «la vida resultaba muy difícil, no existía moral ni patriotismo, el flagelo de la droga destrozaba la juventud y la desocupación alcanzaba ya a más de 2 millones de habitantes». Al mismo tiempo, comparaba, en la República Democrática Alemana no sólo «no existía desocupación, sino que tenían necesidad de cubrir 400.000 puestos de trabajo, el dinero no interesaba sino los valores espirituales, la moral era ideal y el pueblo vivía feliz»”.

Sin embargo, la gente siempre prefirió huir del “paraíso socialista” para refugiarse en el “infierno capitalista”.

lunes, 24 de abril de 2017

Las guerras y las causas que las provocan

Si describimos la historia de la humanidad en función de la conducta social del hombre, encontraremos etapas de salvajismo, barbarie y civilización, no advirtiéndose un progreso sostenido en ese sentido, ya que las guerras mantienen su vigencia. Si existe algún acontecimiento opuesto al proceso evolutivo, este ha de ser el conflicto armado, ya que una guerra se caracteriza por generar fenómenos antinaturales como que los hijos mueran antes que los padres, o que los aptos mueran con preferencia a los ineptos, o bien porque todos los hombres buscamos la felicidad y huimos del dolor, mientras que la guerra es la mayor causa de dolor. Charles Richet escribió: “Individuos y sociedades viven para ser felices. La cosa es tan evidente que parece una ingenuidad decirla. Si algún ilustre pensador predicase una doctrina que mostrara al hombre el dolor como fin de la existencia, tendríamos el derecho de considerar a ese gran filósofo como un bromista. La felicidad; este es el ideal de todos. Mas para que tal aspiración no esté manchada por un sombrío egoísmo, debemos generalizar la fórmula, y decir que no se trata de nuestra felicidad exclusiva, sino también de la felicidad de los demás”.

Lo irónico de todo esto es que las guerras se producen a pesar de sus resultados negativos y que la gente las apoya adhiriendo a ideas que las promueven. El citado autor agrega: “Estupidez no quiere decir que no se tenga comprensión, sino que se obra como si no se tuviese. Saber distinguir el bien y practicar el mal; infligirse dolor a sabiendas, conocer la causa de la desgracia y arrojarse a la misma: esto es ser estúpido”.

De la misma forma en que los jugadores de fútbol, que obtienen un campeonato mundial, resultan ser los héroes de un país, en otras épocas se consideraba como héroes a los que triunfaban en la mayor justa deportiva: la guerra, aunque esa “competencia” se cobrara miles de muertos de uno y otro bando. Para Napoleón, el número de victimas se podría compensar fácilmente con los nacimientos que vendrían. Charles Richet escribió: “El heroísmo desplegado por una tontería, es, en claro lenguaje, la apoteosis de la estupidez humana”.

“Admiro sin reservas al soldado noble y valiente que da su vida en aras de la patria escarnecida. En cambio, que millones de hombres se maten por conferir algún fragmento de gloria a un Napoleón, admiro su valor, pero no su inteligencia”.

Con cierta ironía agrega: “Nuestra magnífica guerra de 1914-1918 no ha conseguido matar más que a quince millones. Poca cosa: quince millones no representan más que una pequeña fracción de humanidad, una centésima, casi nada. Dos años de fecundidad aumentada compensarían la hecatombe. Y estaría muy cerca de hablar como Napoleón la tarde de la batalla de Eylan, contemplando los cadáveres que su orgullo había amontonado en el sangriento campo: «Una noche de París reparará todo eso»” (De “El hombre estúpido”-Editorial Araluce-Barcelona 1930).

En cuanto a las causas concretas que las provocan, Aldous Huxley escribió: “La guerra existe porque la gente quiere que exista. Quiere que exista por varias y diversas razones”. “A muchas personas les agrada la guerra, porque les parece que sus ocupaciones, en tiempos de paz, son humillantes, los frustran, o tienen simplemente un carácter negativo y aburridor. En sus estudios relativos al suicidio, Durkheim, y más recientemente Halbwachs, han demostrado que el índice de suicidios entre los no combatientes tiende a disminuir en los tiempos de guerra, hasta los dos tercios de su cifra normal. Esta declinación debe atribuirse a las causas siguientes: a la simplificación de la vida en los tiempos de guerra (el índice de los suicidios es más elevado en las sociedades complejas y en donde la civilización ha alcanzado mayor desarrollo)”.

“La vida, en tiempos de guerra es…sumamente atrayente, por lo menos durante los primeros años. Rumores, corridas, tumultos y los diarios atascados todas las mañanas con las noticias más emocionantes. Debe atribuirse a la influencia de la prensa el hecho de que, mientras durante la guerra francoprusiana el índice de suicidios declinase solamente en los países beligerantes, durante la Guerra Mundial [se refiere a la Primera] se registró, hasta en los países neutrales, una declinación considerable”.

En la actualidad observamos la sustitución del interés por la guerra por el interés por el fútbol, ya que produce similares efectos positivos relegando los negativos a una mínima escala. Recordemos que en épocas del Imperio Romano el pueblo se divertía en el Coliseo contemplando atroces escenas de muerte y violencia, que con el tiempo fue reemplazando el cine y la televisión, si bien queda un largo camino por recorrer y es el que nos falta para llegar a un nivel de civilización en que tales escenas resulten desagradables y pierdan el interés generalizado.

Otro de los causales de guerra es el nacionalismo: “Todo nacionalismo es una religión idólatra en que la divinidad del Estado personificado, representado, a su vez, en muchos casos, por un rey o un dictador más o menos endiosado. Participar en la nación divina ex-hipothesi es considerado como si confiriese cierta preeminencia mística”.

“Cualquier hombre que crea con bastante fuerza en la idolatría nacionalista local puede hallar en su fe un antídoto hasta contra el más agudo de los complejos de inferioridad. Los dictadores alimentan las llamas de la vanidad nacional, y siegan su recompensa en la gratitud de millones de personas, para quienes el convencimiento de que participan en la gloria de la nación divina los alivia de las sensaciones que los corroen y que nacen de su propia pobreza, su poca importancia social, o su insignificancia” (De “El fin y los medios”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2000).

Uno de los principales alegatos contra la guerra fue divulgado por Juan B. Alberdi, quien escribió: “El crimen de la guerra. Esta palabra nos sorprende, sólo en fuerza del grande hábito que tenemos de esta otra, que es realmente incomprensible y monstruosa: el derecho de la guerra, es decir, el derecho del homicidio, del robo, del incendio, de la devastación en la más grande escala posible; porque esto es la guerra, y si no es esto, la guerra no es la guerra”.

“Estos actos son crímenes por las leyes de todas las naciones del mundo. La guerra los sanciona y convierte en actos honestos y legítimos, viniendo a ser en realidad la guerra el derecho del crimen, contrasentido espantoso y sacrílego, que es un sarcasmo contra la civilización”.

“Esto se explica por la historia. El derecho de gentes que practicamos, es romano de origen como nuestra raza y nuestra civilización. El derecho de gentes romano, era el derecho del pueblo romano para con el extranjero. Y como el extranjero para el romano, era sinónimo del bárbaro y del enemigo, todo su derecho externo era equivalente al derecho de la guerra”.

“El acto que era un crimen de un romano para con otro, no lo era de un romano para con el extranjero. Era natural que para ellos hubiese dos derechos y dos justicias, porque todos los hombres no eran hermanos, ni todos iguales. Más tarde ha venido la moral cristiana, pero han quedado siempre las dos justicias del derecho romano, viviendo a su lado, como rutina más fuerte que la ley”.

“La moral cristiana es la moral de la civilización actual por excelencia; o al menos no hay moral civilizada que no coincida con ella en su incompatibilidad absoluta con la guerra. El cristianismo como ley fundamental de la sociedad moderna, es la abolición de la guerra, o mejor dicho, su condenación como un crimen”.

“Ante la ley distintiva de la cristiandad, la guerra es evidentemente un crimen. Negar la posibilidad de su abolición definitiva y absoluta, es poner en duda la practicabilidad de la ley cristiana. El evangelio es el derecho de gentes moderno, es la verdadera ley de las naciones civilizadas, como es la ley privada de los hombres civilizados”.

“Maquiavelo vino en pos del renacimiento de las letras romanas y griegas, y lo que se llama maquiavelismo no es más que el derecho público romano restaurado. No se dirá que Maquiavelo tuvo otra fuente de doctrina que la historia romana, en cuyo conocimiento era profundo. El fraude en la política, el dolo en el gobierno, el engaño en las relaciones de los Estados, no es invención del republicano de Florencia, que, al contrario, amaba la libertad y la sirvió bajo los Médicis en los tiempos floridos de la Italia moderna”.

“Todas las doctrinas malsanas que se atribuyen a la invención de Maquiavelo, las habían practicado los romanos. Montesquieu nos ha demostrado el secreto ominoso de su engrandecimiento. Una grandeza nacida del olvido del derecho debió necesariamente naufragar en el abismo de su cuna, y así aconteció para la educación política del género humano”.

“El olvido franco y candoroso del derecho, la conquista inconsciente, por decirlo así, el despojo y la anexión violenta, practicados como medios legales de engrandecimiento, la necesidad de ser grande y poderoso por vía del lujo, invocada como razón legítima para apoderarse del débil y comerlo, son simples máximas del derecho de gentes romano, que consideró la guerra como una industria tan legítima como lo es para nosotros el comercio, la agricultura, el trabajo industrial. No es más que un vestigio de esa política, la que la Europa sorprendida sin razón admira en el conde de Bismark” (De “El crimen de la guerra”-Editorial Molino-Buenos Aires 1943).

Alberdi distingue entre el causante de la guerra y el bando que debe defenderse. Al respecto escribió: “Conviene no olvidar que no siempre la guerra es crimen; también es la justicia cuando es el castigo del crimen de la guerra. En la criminalidad internacional sucede lo que en la civil o doméstica: el homicidio es crimen cuando lo comete el asesino, y es justicia cuando lo hace ejecutar el juez”.

“La guerra no puede tener más que un fundamento legítimo, y es el derecho de defender la propia existencia. En este sentido, el derecho de matar se funda en el derecho de vivir, y sólo en defensa de la vida se puede quitar la vida”. “Basta eso solo para que todo el que hace la guerra pretenda que la hace en su defensa. Nadie se confiesa agresor, lo mismo en las querellas individuales que en las de pueblo a pueblo. A oír de los beligerantes se diría que todos se defienden y ninguno ataca, en cuyo caso los gobiernos vendrían a ser en blandura más semejantes al cordero que al tigre. Sin embargo, ninguno quiere ser simbolizado por un cordero o una paloma; y todos se hacen representar en sus escudos por el león, el águila, el gallo, el toro, animales bravos y agresores. Esos símbolos son en sí mismos una instrucción”.

De la misma forma en que la civilización avanza en cuanto se prohíbe la “justicia por mano propia” en los conflictos personales, será también un avance en ese sentido cuando se acepte la abolición de la guerra entre naciones, previo reconocimiento de una instancia superior, que no necesariamente ha de estar constituida por un organismo supranacional, sino tan sólo por la masiva conciencia de que existe un orden natural del cual debemos ser dignos y respetuosos adherentes.

sábado, 22 de abril de 2017

La dignidad del hombre

Una de las formas en que podemos expresar la decadencia moral que nos afecta, consiste en afirmar que el individuo ha perdido su dignidad; que ha relegado su esencia y naturaleza priorizando los instintos y el placer. No faltan, por cierto, los espíritus optimistas que aducen que, de la misma forma en que a una tormenta le sigue la calma, a una grave crisis moral le ha de seguir una etapa de resurgimiento. W. H. Van de Pol escribió: “Se pueden diferenciar una serie de periodos culturales de una duración relativamente larga, cortados por periodos de corta duración, en los que, aparentemente, se produce súbitamente una revolución espiritual que pone fin definitivo a un periodo cultural caduco y preanuncia un periodo cultural joven y nuevo. Todo indica que, por primera vez en la historia de la humanidad, toda ella se encuentra en un periodo de total reorientación y renovación, cuyo significado es la transición de una civilización decadente a una cultura mundial nueva, aún en formación”.

“La crisis en que se encuentra la humanidad actual en todo el mundo, es una crisis de una amplitud, profundidad y alcance desconocidos. Tiene un carácter radical. También tiene un carácter tal, que abarca a todos y a todo. Nada ni nadie pueden sustraerse a ella. La humanidad que surge de esta crisis será una humanidad nueva y distinta en lo que respecta al pensamiento y la acción. La manera de pensar, la experiencia del propio ser y de toda la realidad y, junto a ello, también el aspecto religioso del ser-hombre, están sujetos en nuestra época a una revolución radical” (De “El final del cristianismo convencional”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1969).

Desde el punto de vista religioso, puede observarse el predominio de una actitud pasiva y contemplativa por la cual el individuo espera que todo cambio o toda mejora provengan de Dios. En este caso, la dignidad del hombre se asocia a su carácter de observador de la obra de Dios, considerando que es tan importante la obra como el espectador, ya que la primera tendría poco sentido sin alguien que la observara. Pico Della Mirandola escribió: “El hombre, familiar de las criaturas superiores y soberano de las inferiores, es el vínculo entre ellas; que por la agudeza de los sentidos, por el poder indagador de la razón y por la luz del intelecto, es intérprete de la naturaleza…”.

“Consumada la obra [la Creación de Dios], deseaba el artífice que hubiese alguien que comprendiera la razón de una obra tan grande, amara su belleza y admirara la vastedad inmensa. Por ello, cumplido ya todo…pensó por último en producir al hombre” (Del “Discurso sobre la dignidad del hombre”-Editorial Concourt-Buenos Aires 1978).

El cambio esencial, que podría establecerse, implica el cambio desde la actitud pasiva y contemplativa a una actitud activa e indagatoria, tal la que proviene de considerar al hombre como un partícipe esencial y necesario en el proceso de la evolución cultural de la humanidad. Se advierte que el puesto del hombre en el mundo es el de un colaborador directo de Dios, o del orden natural, y cuya misión esencial consiste en llevar a buen término la finalidad implícita en el espíritu de la ley natural. Julian Huxley escribió: “Se han definido la responsabilidad y el destino del hombre, considerándolo como un agente, para el resto del mundo, en la tarea de realizar sus potencialidades inherentes tan completamente como sea posible. Es como si el hombre hubiese sido designado, de repente, director general de la más grande de todas las empresas, la empresa de la evolución, y designado sin preguntarle si necesitaba ese puesto, y sin aviso ni preparación de ninguna clase”.

“Más aún: no puede rechazar ese puesto. Precíselo o no, conozca o no lo que está haciendo, el hecho es que está determinando la futura orientación de la evolución en este mundo. Este es su destino, al que no puede escapar, y cuanto más pronto se dé cuenta de ello y empiece a creer en ello, mejor para todos los interesados. A lo que esta ocupación se reduce, es realmente a la realización más completa de las posibilidades humanas, sea por el individuo, sea por la comunidad, o sea por la especie en la aventura de su marcha a lo largo de los corredores del tiempo” (De “Nuevos odres para el vino nuevo”-Editorial Hermes-Buenos Aires 1959).

La dignidad del hombre ha sido asociada a la respuesta que ofrece ante las exigencias que le son impuestas por el orden natural, o por el Dios Creador, como una forma de reconocer su esencia y su naturaleza. Mientras el hombre digno tiene por ello un alto valor, el hombre indigno es el que relega su dignidad para lograr alguna ventaja económica o social perjudicando a otro. Jean Lacroix escribió: “La dignidad es el carácter de lo que tiene valor de fin en sí, y no solamente de medio. No hay que confundir precio y dignidad. Una cosa tiene precio cuando puede ser reemplazada por otra equivalente, pero lo que no tiene equivalente, y por tanto, está por encima de todo precio, tiene una dignidad. Sólo las personas tienen una dignidad o valor; las cosas sólo tienen un precio” (Citado en el “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

Una ética de tipo cooperativo se caracteriza por considerar a todo hombre como un fin en sí mismo, por ser un integrante de la humanidad, y no como un medio que permite lograr objetivos circunstanciales o cotidianos. Immanuel Kant escribió: “Obra siempre de tal suerte que trates a la humanidad, en tu persona tanto como la persona del prójimo, como un fin y no como un simple medio”.

En los años sesenta, Gianni Morandi cantaba: “No soy digno de ti/no te merezco más”, aludiendo a alguien que se “portó mal” con una mujer, considerando no merecer su afecto. La actitud del creyente respecto de Dios es similar; cuando el hombre incumple los mandamientos bíblicos, deja de merecer la estima de Dios. Desde el punto de vista de la religión natural, que tiene presente al proceso evolutivo por el cual constituimos la única forma de vida inteligente conocida, dejamos de ser dignos del orden natural cuando ignoramos nuestras facultades intelectuales y morales, rechazando además el denodado esfuerzo que a lo largo de los siglos ha ocupado la mente y la vida de numerosos reformadores sociales que fueron artífices de la evolución cultural cuyos objetivos no difieren esencialmente de los de la evolución biológica.

La crisis actual se debe, entre otros aspectos, a que la religión sólo ofrece una serie de misterios que ocultan lo simple y lo accesible a nuestras decisiones, o bien a la prédica intensiva de un absurda y destructiva lucha de clases que nos aleja completamente de los objetivos que nos impone el orden natural. Tal crisis, asociada a una indignidad generalizada, puede resumirse en el predominio de una actitud que legitima el egoísmo y el odio, exagerados ambos, propios del hombre-masa, que siente que sus derechos no son atendidos por los demás como consecuencia de haber olvidado que también él tiene deberes que cumplir.

El hombre indigno, que impone un precio a su dignidad, es el que, una vez alcanzado ese precio, renuncia a su dignidad, no teniendo inconvenientes en estafar y traicionar a quien sea con tal de obtener una ventaja personal. Se ha llegado al extremo de que muchos adhieren fanáticamente a un delincuente, o a un líder político perverso, si previamente recibieron de ellos alguna ventaja económica, desatendiendo los efectos que puedan haber causado en otras personas. Este es el caso de Pablo Escobar, quien es admirado por aquellos a quienes benefició de alguna manera sin apenas importarles las miles de víctimas inocentes a quienes les quitó la vida.

Mientras que en la Biblia aparece un mandamiento que nos sugiere “honrar padre y madre”, advertimos que algunas personas, de apariencia “normal”, estafan a cualquiera si la circunstancia se presenta favorable, evidenciando que no tienen inconveniente en que la memoria de sus padres, ya fallecidos, caiga también en el descrédito de toda la familia. Tampoco les importa que sus propios hijos adviertan la conducta poco ética que reciben como ejemplo.

La persona digna trata de tener, y de mostrar, una buena imagen de sí mismo; ante sus amigos, para no decepcionarlos, e incluso ante sus enemigos, si los tuviera, para no darles la oportunidad de que adviertan sus debilidades. La persona indigna, por el contrario, poco o nada piensa en la opinión de los demás, ya se trate de amigos o de enemigos. El mundo de los indignos se reduce a objetos que tienen un precio, mientras que el mundo de los dignos se reduce a valores afectivos e intelectuales.

Esta dualidad, que caracteriza a toda sociedad, fue descrita por San Agustín simbolizando como la Ciudad de Dios a la habitada por las personas justas, en oposición a la Ciudad del Hombre formada por personas injustas y sin dignidad; pero ambas en un estado de superposición que impide distinguir a simple vista quienes pertenecen a una y quienes a la otra. La primera, Jerusalén, formada por los descendientes espirituales de Abel; la segunda, Babilonia, formada por los descendientes de Caín. Charles Dickens describe tal superposición geográfica y temporal: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y de la locura; era la época de las creencias y la época de la incredulidad, la estación de la luz y de las tinieblas, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto”.

La descripción de San Agustín parte de los atributos morales individuales, mientras que la descripción de los individuos según los atributos de clase, social o económica, lleva a un callejón sin salida, debido a su grosera inexactitud. E. A. Dal Maschio escribió: “A pesar de ser materialmente indistinguibles, para San Agustín es posible caracterizar a cada una de ellas a partir de su contraposición sobre tres ejes diferenciadores: el principio que las rige, la orientación de su voluntad y el carácter de sus miembros. En cuanto al primero de estos elementos, Babilonia es la patria de «los hombres que pretenden vivir según la carne», Jerusalén la de «aquellos que pretenden vivir según el espíritu»”.

“Estos dos principios rectores…orientan la voluntad de sus integrantes en direcciones opuestas. La de los habitantes de Babilonia está embebida del amor a sí. Cree que ella misma se basta para lograr la felicidad y se dirige orgullosa en pos de los bienes de este mundo: el placer, la sed de dominio, la sabiduría idólatra. La voluntad de los ciudadanos de Jerusalén reconoce su insignificancia y absoluta dependencia de Dios, al que antepone por encima de todo, y no tiene otra sabiduría ni venera otra verdad que no sea la del Señor” (De “San Agustín”-EMSE EDAPP SL-Buenos Aires 2015).

El orden natural nos impone una “presión” para que logremos mayores niveles de adaptación; tendencia que ha sido descrita mediante el principio de complejidad-conciencia. En lo que respecta al individuo, para responder a tal tendencia, debemos tratar de incrementar nuestro nivel de dignidad. A través de la historia tenemos muchos ejemplos de que la falta de dignidad conduce a la decadencia y que su posesión conduce a los objetivos implícitos en el espíritu de la ley natural.

martes, 18 de abril de 2017

Socialismo y ruleta rusa

Se denomina ruleta rusa a un juego mortal practicado con un revolver cargado parcialmente. Si el tambor cilíndrico, en donde se ubican las balas, admite hasta seis proyectiles, y se carga con una sola bala, quedan vacíos los otros cinco. El juego consiste en hacer girar el cilindro como si fuese una ruleta para, luego, gatillar el revolver colocado en la sien, en forma alternativa entre dos jugadores, hasta que el azar determina quien pierde y quien salva su vida.

La semejanza que existe entre este juego y el socialismo consiste en que, entre varios gobiernos socialistas que logran acceder al poder, existe cierta probabilidad de que uno de ellos se convierta en una tiranía feroz y convierta a la sociedad en un verdadero infierno. Este ha sido un caso frecuente ocurrido en la URSS, China y otros países.

Cierto analista político comentaba que no era peligroso que un gobierno socialista accediera al poder por cuanto pronto sería derrocado en el proceso eleccionario siguiente si su gestión no era la esperada. Sin embargo, una vez en el gobierno, y disponiendo de un amplio poder político, económico y militar, es bastante posible que permanezca por bastantes años en esa función, ya sea manipulando las elecciones o bien anulándolas.

La tiranía y el despotismo absolutos se establecen cuando el líder totalitario está plenamente convencido de su misión “liberadora del pueblo” y que toda oposición resulta ser el enemigo al que hay que combatir y destruir. El tirano adopta como referencia sus propias ideas y establece una lógica dialéctica inaccesible al sentido común ya que la obediencia exigida a todo ciudadano puede ser malinterpretada pagando ese error con su propia vida. Arthur Koestler escribió: “El Partido negaba la libre voluntad del individuo, y al mismo tiempo le exigía un autosacrificio voluntario. Negaba su capacidad para escoger entre dos alternativas, y al mismo tiempo le exigía que constantemente eligiese la legítima. La negaba la facultad de distinguir entre el bien y el mal, pero al mismo tiempo hablaba prácticamente de crimen y traiciones. El individuo estaba colocado bajo el signo de la fatalidad económica, era una rueda en un engranaje del mecanismo de un reloj al que se había dado cuerda para toda la eternidad y que no podía ser detenido ni influido; y el Partido pedía que la rueda girase en contra del mecanismo y cambiase de sentido. Evidentemente, había algún error en los cálculos, y la ecuación no cuadraba” (De “El cero y el infinito”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1998).

El socialismo consiste esencialmente en la abolición de la propiedad privada de los medios de producción; proceso que habría de solucionar todos los problemas sociales ya que éstos eran producidos, según el marxismo, por la explotación laboral ejercida por la burguesía contra el proletariado. Como la mayoría de los propietarios se opone a que le quiten sus posesiones, hay mucha resistencia, por lo cual la táctica inicial, empleada por los socialistas, fue implantar la violencia y el terror. Zbigniew Brzezinski escribió: “La titánica guerra que más tarde se desarrolló entre la Alemania nazi de Hitler y la Rusia soviética de Stalin ha hecho que muchos olvidaran que la lucha entre ellas fue una guerra fraticida entre dos ramas de una fe común. Por cierto que la una se proclamaba opuesta en forma inconmovible al marxismo y predicaba un odio racial sin precedentes, y la otra se veía como el único vástago verdadero del marxismo en la práctica de un odio de clases sin precedentes. Pero ambas elevaron al Estado al rango del más alto órgano de acción colectiva, las dos usaron el terror brutal como medio para imponer la obediencia social, y ambas se dedicaron a asesinatos en masa, sin paralelo en la historia de la humanidad”.

“Las dos organizaron su control social con medios similares, que iban desde los grupos juveniles hasta los informantes de vecindario y hasta los medios de comunicación de masas centralizados y totalmente censurados. Y por último, ambas afirmaban que se encontraban dedicadas a construir Estados «socialistas» todopoderosos”.

“En el plano filosófico, Lenin y Hitler fueron defensores de ideologías que necesitaban de la ingeniería social en gran escala, se arrogaron el papel de árbitros de la verdad y subordinaron a la sociedad a una moral ideológica, basada en la guerra de clases, la una, y la otra en la supremacía racial, y justificaron toda acción que llevase hacia adelante las misiones históricas que habían elegido. Hitler fue un estudioso del concepto bolchevique de partido militarizado de vanguardia y del concepto leninista de adaptación táctica al servicio de la victoria estratégica final, tanto para adueñarse del poder como para remodelar la sociedad. En términos institucionales, Hitler aprendió de Lenin a construir un Estado basado en el terror, completo, con su complejo aparato de policía secreta, su recurso al concepto de la culpabilidad del grupo en la administración de la justicia y sus juicios espectaculares, orquestados” (De “El gran fracaso”-Javier Vergara Editor SA-Buenos Aires 1989).

Puede describirse el socialismo soviético en base a tres etapas: la primera, la de Lenin y Stalin, caracterizada por el terror y los asesinatos masivos; la segunda, luego de la muerte de Stalin, en la cual predomina la “tecnología de la represión”; y la última, la perestroika, sin terror y casi sin represión, que permite la caída final. El citado autor agrega: “La disposición a usar el terror contra los oponentes reales e imaginarios, incluido el uso deliberado, por Lenin, de la culpa colectiva como justificación para la persecución social en gran escala, convirtió la violencia organizada en el medio central para solucionar los problemas, primero los políticos, después los económicos y por último los sociales o culturales”.

“La tecnología de la represión se ha vuelto más refinada en los últimos años –comentaba Roy Medvedev-. Antes, la represión iba siempre más allá de lo necesario. Stalin mató a millones de personas cuando la detención de 1.000 personas le hubiera permitido controlar al pueblo. Nuestros dirigentes nunca han sabido quedarse en el punto justo y evitar ir demasiado lejos. Pero a la larga han descubierto que no es necesario enviar gente a la cárcel o a un hospital psiquiátrico para silenciarlas. Existen otros medios” (De “Los rusos” de Hedrick Smith-Librería Editorial Argos SA-Barcelona 1977).

Durante la segunda etapa se destacan los disidentes, cuyas figuras destacadas fueron el físico Andrei Sajarov, el escritor Alexandr Solyenitsin y el biólogo Roy Medvedev. Para silenciarlos, el gobierno soviético no pudo utilizar el método del asesinato por cuanto el avance tecnológico en materia de comunicaciones habría permitido la divulgación interna y externa del hecho, perjudicando la imagen soviética. De ahí que se recurrió a la difamación pública de los disidentes y luego a encarcelar a quienes tuviesen algún contacto con ellos. Hedrick Smith escribió acerca de Andrei Sajarov: “Los portavoces del Partido le han ridiculizado en charlas privadas a científicos, presentándole como un ingenuo excéntrico, como un pensador bien intencionado pero como un caso perdido debido a su falta de realismo”.

Como, bajo el socialismo, existe un solo dueño de todos los medios de producción, el Estado puede echar del trabajo tanto a los disidentes como a sus allegados, convirtiéndolos prontamente en un paria social. Quienes se arriesgaban a la protesta, ponían en riesgo la seguridad y el bienestar de su propia familia, haciendo sentir culpables a los disidentes por esa situación. La concentración total y absoluta de poder, por parte del Estado, es lo que hace que el sistema sea vulnerable en cuanto aparece un líder violento, y por lo cual el suicido colectivo tiene bastantes probabilidades de acontecer. “Para las figuras de la clase dirigente, el contacto privado con Sajarov llegó a convertirse en un veneno. Sus propios amigos y partidarios sufrieron los efectos de esta campaña. V. Chaldize y A. Tverdoljhebov, los dos físicos más jóvenes que se habían unido a él para formar el Comité de Derechos Humanos, fueron despedidos de sus empleos”.

En cuanto a la “tecnología de la represión”, el científico Valentin Turchin afirmó: “Existe en las personas un cinismo increíble. El hombre honrado hace que los que permanecen en silencio se sientan culpables por no haber hablado. No pueden comprender cómo ha tenido la valentía de hacer aquello de lo que ellos no han sido capaces. Así, se sienten impulsados a hablar en su contra para proteger sus propias conciencias. En segundo lugar sienten que todos, en todos sitios, engañan a todos, basándose en su propia experiencia. El «Homo Sovieticus» es como una prostituta que piensa que todas las mujeres son putas porque ella lo es”.

“El hombre soviético piensa que el mundo entero se halla dividido en dos partidos y que todo hombre forma parte ya sea de uno o de otro y que la verdadera honradez no existe. Nadie está en posesión de la verdad. Y si alguien afirma estar por encima del Partido e intenta decir sólo la verdad, es que está mintiendo. Este cinismo ayuda enormemente a las autoridades a mantener a la intelectualidad a raya y a excluir a los «opositores furiosos» de la sociedad. La gente viaja a Occidente y escucha programas de radio occidentales, pero esto no cambiará las cosas, mientras persista el cinismo de creer que sólo se trata de la voz del partido opuesto. Este cinismo proporciona la estabilidad al Estado totalitario actual en lugar del temor de los años del estalinismo”.

Las autoridades soviéticas no sólo utilizaban el castigo amedrentador, sino también el premio a la delación. Smith agrega: “Un guionista cinematográfico…que no había logrado autorización para viajar a Occidente, comentó sarcásticamente: «Conozco escritores que firmarían cualquier declaración, harían cualquier denuncia contra Sajarov o contra quien quiera que deseen las autoridades para conseguir que se les publique alguna obra o lograr un viaje al extranjero –y añadió con enfado-: Conozco un científico que no se detendría ante nada por conseguir un viaje a Japón. Comprenderá usted lo insidioso de todo este asunto. Un noventa por ciento estarían dispuestos a hacer lo mismo. Darían información incluso contra sus mismos colegas por un viaje de tres semanas al Japón»”.

La cantidad de personas destinadas a vigilar a sus compatriotas se estimaba en unas 500.000. Smith escribió: “Tuve la visión más impresionante de los temibles recursos humanos de los servicios de seguridad soviéticos durante la llegada a Moscú del presidente Nixon en 1972. Aterrizó en el aeropuerto de Vnukovo, situado a unos 30 km del centro de Moscú. Miles de policías con uniforme gris bordeaban el camino que conducía a los límites de la ciudad. Detrás podía observarse una segunda fila de hombres vestidos de paisano cuyas filas se extendían más allá de los uniformes, a lo largo de todo el camino hasta el aeropuerto. Kilómetro tras kilómetro estas sombrías figuras se agrupaban entre los árboles cada dieciocho metros. No pude dejar de preguntarme qué hacía este enorme potencial humano en tiempos normales: era lógico suponer que su trabajo consistía en seguir a la gente, intervenir teléfonos, confeccionar informes, interrogar, chantajear, registrar, arrestar”.

domingo, 16 de abril de 2017

La ciencia como herejía

Desde el punto de vista católico, el deísmo entra en el conjunto de las posturas heréticas cuando está asociado al cristianismo; o bien como una falsa religión si no lo está. Como la visión deísta coincide con la perspectiva científica de la realidad, se considera a la ciencia experimental como una herejía en cuanto contradice algún dogma de la Iglesia.

Resultan llamativos los ataques que recibe el deísta por el sólo hecho de diferir de la interpretación que de la Biblia hace la Iglesia, aun cuando acepte y ponga en práctica la moral cristiana. Incluso se justifican y encubren los desvíos morales de algunos sacerdotes aduciendo que “somos todos pecadores”, o que “son humanos”, mientras que resulta imperdonable todo desvío a la ortodoxia católica. José León Pagano (h) escribió: “Un Dios creador, sí, pero desentendido después de su obra que no gobierna a través de la Providencia, sino que deja librada al régimen de las leyes de la naturaleza. Por cierto no se explica en qué consiste esa naturaleza ni quien ha dictado las leyes que la rigen y ordenan. Es como si las leyes naturales se engendran a sí mismas. De ahí al relativismo media un breve paso”.

“Kant marcará a su turno la distinción entre teísmo y deísmo. Considera al primero como la creencia en una divinidad independiente y creadora del universo sobre el cual ejerce su providencia; y entiende por deísmo la simple creencia en una fuerza infinita y ciega, inherente a la materia y responsable de todos los fenómenos que provienen de ella. Esto último linda con el materialismo, para el cual todo se origina en la materia, por vía de la evolución, desde el big bang inicial. Claro es que esta teoría adolece de una pequeña falla: no nos dice dónde se engendró la materia…” (De “Veinte siglos de herejías”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2004).

Si se afirma que Dios creó la materia en base a ciertas leyes naturales, entonces el teísta quedará satisfecho. Si se le pregunta acerca de dónde surgió Dios, seguramente responderá que Dios es el punto de partida de todo razonamiento al respecto. Sin embargo, si se toma al orden natural y a las leyes que lo rigen, como punto de partida, las cosas no cambian demasiado, ya que el mundo seguirá consistiendo en una totalidad gobernada por leyes naturales invariantes, que son las que describe la ciencia experimental.

En realidad, la pregunta esencial implica la posibilidad de que Dios interrumpa o cambie tales leyes, o bien que no intervenga en el desarrollo del universo por cuanto todo está previsto e implícito en las mismas, haciendo innecesaria su intervención. De ahí que el teísmo, entonces, es la postura que admite intervenciones de Dios en nuestra vida cotidiana (a través de los milagros) mientras que el deísmo supone innecesaria tales intervenciones. Recordemos que Cristo advertía que Dios “ya sabe que os hace falta antes que se lo pidáis” y que, respecto de los milagros, afirmaba que era la fe del individuo quien obraba sin mencionar que fue Dios quien interrumpió la ley natural o quien cambió las condiciones iniciales en una secuencia de causas y efectos.

En cuanto a la expresión “De ahí al relativismo hay un solo paso”, pareciera que el autor no trata de desaprovechar la oportunidad para tergiversar una postura a la que no adhiere, por cuanto las leyes naturales que nos imponen un absolutismo moral, cognitivo y cultural, es el mismo para el teísta que para el deísta, siendo la única diferencia, como se dijo, la posibilidad de la interrupción de dichas leyes.

Otro de los ataques que recibe el deísmo, o religión natural, consiste en ser identificado con el panteísmo (todo es Dios), en donde tanto una serpiente como una piedra son consideradas como formas de Dios, algo que poco o nada tiene que ver con la creencia (o evidencia) de la existencia de leyes naturales que rigen todo lo existente, siendo la ley natural el vínculo invariante entre causas y efectos. El citado autor escribió: “El mismo pontífice [se refiere a Pío IX] había rechazado las proposiciones: no existe ser divino alguno, distinto de esta universidad de las cosas, y Dios es lo mismo que la naturaleza, y por lo tanto sujeto a cambios y que, en realidad, Dios se está haciendo en el hombre y en el mundo, y todo en Dios, y una sola y misma cosa son Dios y el mundo y, por ende, el espíritu de la materia, la necesidad y la libertad, lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, lo justo y lo injusto. De acuerdo con esto debe negarse toda acción de Dios sobre los hombres y sobre el mundo. Como se ve, estos principios del naturalismo están emparentados también con el panteísmo”.

Con cierta animosidad difamatoria, el citado autor supone que el deísta es un relativista cognitivo y moral, al no distinguir entre verdadero y falso y entre el bien y el mal, cuando, por el contrario, la descripción de las componentes afectivas y cognitivas de la actitud característica de todo hombre, desde la Psicología social, descarta con elocuente evidencia tales supuestos relativismos asignados gratuitamente a la religión natural.

Los ataques al deísmo se hacen extensivos a la Ilustración y, como se dijo, a la propia ciencia experimental, bajo una general denominación de naturalismo. Pagano agrega: “La Ilustración llevó, como consecuencia natural, a desembocar en el naturalismo, que no es un sistema o una doctrina concreta, sino una tendencia, orientada a no aceptar nada que esté más allá de la naturaleza, por lo cual nada puede explicarse sino a través de las leyes que la gobiernan. En materia religiosa, el naturalismo rechaza lo sobrenatural y explica los hechos religiosos por la acción de las leyes naturales o por el influjo de lo divino, inmanente a la naturaleza”.

Si consideramos que el amor al prójimo propuesto por Cristo no es otra cosa que una propuesta a acentuar el proceso de la empatía, por medio de la cual debemos intentar compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, se observa que tal mandamiento es algo simple y observable, accesible a nuestras decisiones y a nuestro entendimiento, y que atribuirle un origen sobrenatural, sólo sirve para alejar al hombre de la moral natural cuyo cumplimiento fue el principal objetivo de las predicas cristianas.

No todo científico ha de ser necesariamente deísta, por cuanto los hay también ateos y teístas. Incluso Isaac Newton no descartaba la posibilidad de una intervención de Dios en el sistema planetario solar para corregir ciertas irregularidades en las órbitas de Júpiter y Saturno, escribiendo al respecto: “Un destino ciego no habría podido nunca hacer mover a todos los planetas de manera tan regular, excepto por ciertas desigualdades que pueden provenir de la acción mutua entre los planetas y los cometas, desigualdades que probablemente irán en aumento por mucho tiempo, hasta que finalmente el sistema tendrá necesidad de ser puesto de nuevo en orden por su creador”.

Posteriormente, Pierre Simón de Laplace, basándose en las leyes de Newton, comprobó que tales irregularidades se corregirían sin la intervención supuesta, respondiendo a Napoleón ante una pregunta sobre el tema: “No he tenido necesidad de esas hipótesis”.

Recuérdese que la Biblia describe la lucha histórica entre el Bien y el Mal, y no es un tratado de filosofía que trata de imponer determinada visión sobre el mundo. Galileo Galilei decía que “la Biblia indica cómo ir al Cielo y no cómo está compuesto el Cielo”. Aun cuando el sistema heliocéntrico de Copérnico desmintió algunos pasajes bíblicos, al igual que la teoría de Darwin, muchos católicos todavía parecen no advertir que la religión es una cuestión de moral y no de ciencia ni de filosofía.

No debe pensarse que la postura deísta busca reemplazar al cristianismo original en la búsqueda de una especie de nueva religión científica, sino que trata de fortalecerla compatibilizándola con la ciencia experimental a través de una posible reinterpretación a la luz de la visión que nos brinda el progreso científico. Intentos tales como los de Auguste Comte no son aconsejables. Camile Flammarion escribió: “No podemos dejar de confesar que el día en que hemos leído en Auguste Comte que la ciencia había concedido el retiro al Padre de la Naturaleza, y que acababa de acompañar a Dios hasta sus fronteras, dándole las gracias por sus servicios interinos, nos hemos sentido algún tanto lastimados por la vanidad del dios Comte, y nos hemos dejado llevar del deseo de discutir el fondo científico de semejante pretensión” (Citado en “Veinte siglos de herejías”).

La Iglesia actual en cierta forma hace recordar el caso del médico que no es capaz de curar al paciente e impide que otros médicos lo hagan, por cuanto se considera más importante que el enfermo desvirtuando su profesión. Se ha llegado así al extremo de que resulta más importante lo que la Iglesia dice sobre Cristo que lo que Cristo dijo a los hombres. Incluso muestra cierta tibieza cuando trata el tema de la economía y la política, al situarse distante tanto de la democracia política y económica (liberalismo) como del totalitarismo político y económico (socialismo), aun cuando en la actualidad se dispone de suficiente información sobre los resultados logrados por ambos sistemas.

Cuando ataca a ambos, se suma a la actitud destructiva socialista en contra del capitalismo, mientras que, de mala gana, critica a las tendencias socialistas, llegando a identificarse con ellas a través de la Teología de la Liberación, cuyos máximos difusores reciben el beneplácito del Papa Francisco. En este caso se rechaza la ciencia económica, con la cual se identifica el liberalismo, para promover un totalitarismo pseudo-democrático que ha fallado en todas partes y que poco o nada tiene de científico. Juan Pablo II escribió: “El problema del trabajo ha sido planteado en el contexto del gran conflicto, que en la época del desarrollo industrial y junto con éste se ha manifestado entre «el mundo del capital» y el «mundo del trabajo», es decir, entre el grupo restringido, pero muy influyente, de los empresarios, propietarios o poseedores de los medios de producción y la más vasta multitud de gente que no disponía de esos medios, y que participaba, en cambio, en el proceso productivo exclusivamente mediante el trabajo. Tal conflicto ha surgido por el hecho de que los trabajadores, ofreciendo sus fuerzas para el trabajo, las ponían a disposición del grupo de empresarios, y que éste, guiado por el principio del máximo rendimiento, trataba de establecer el salario más bajo posible para el trabajo realizado por los obreros. A esto hay que añadir también otros elementos de explotación, unidos a la falta de seguridad en el trabajo…” (De “Laborem Exercens”-Ediciones Paulinas-Santiago de Chile 1988).

En este caso, no se tiene en cuenta la movilidad social existente en las economías de mercado desarrolladas, por lo cual algunos trabajadores pueden convertirse en empresarios. En cuanto al pago de mínimos salarios, debe advertirse que el capital humano (empleados) es muchas veces el mayor capital que posee una empresa, no estando interesada en perderlo por pagar sueldos insuficientes. Además, la explotación laboral no es algo propio de todos los empresarios, tal como lo afirma el marxismo-leninismo, con el pretexto de establecer posteriormente, bajo el socialismo, la explotación del hombre por el Estado.

viernes, 14 de abril de 2017

La religión de los ateos

La palabra “ateo” (no Dios) implica la negación de Dios. Si bien se atribuye tal calificativo a quien adopta a nivel individual una visión del mundo que descarta la existencia de un Dios que interviene en los acontecimientos humanos, y aun excluye la posibilidad de un orden natural con cierta finalidad implícita, reservaremos, en nuestro caso, la denominación de ateo a quien no sólo busca activamente destruir toda religión existente sino también reemplazarla por alguna otra ideología, cayendo en sus intentos en una especie de “religión atea”, como ha sido el caso del marxismo-leninismo.

La existencia de un sentido de la vida impuesto por el orden natural podemos evidenciarla en que no todas las conductas humanas conducen a iguales resultados. Todo indica que el sendero de la vida es como un angosto camino que nos lleva a la felicidad y permite nuestra supervivencia, que tiene una flecha que indica una dirección determinada. Quienes lo transitan en el sentido opuesto, promueven conflictos y sufrimientos, tanto para ellos como para quienes transitan por el buen camino. La religión es la que tiene como misión orientar al hombre por el buen camino.

Por el contrario, quienes creen que el orden natural es un caos y que no existe tal camino, tienden a proponer uno. De ahí que el ateismo práctico surge de la creencia en ese caos esencial y de la posterior propuesta de un camino de diseño humano. En lugar de seguir el hombre la voluntad de Dios, o la voluntad implícita en el orden natural, se le propone seguir la voluntad de un hombre. El siglo XX ha sido una ardua disputa entre los buscadores del Reino de Dios en oposición a los buscadores del Reino del Hombre. Nicolás Berdiaev escribió: “Que el comunismo se haya mostrado irreconciliablemente hostil con respecto a toda religión no puede ser una manifestación del azar; es un hecho que pertenece a la misma esencia de su concepción del mundo. La construcción comunista es un estatismo hasta el extremo, en el que el poder total, absoluto, exige la unificación obligatoria del pensamiento. Los comunistas han decretado la persecución contra todas las iglesias, sobre todo contra la Iglesia ortodoxa, en razón del papel histórico que ésta ha desempeñado”.

“Ateos militantes se han visto obligados a realizar una vasta propaganda antirreligiosa. Pero en realidad, si el comunismo se opone a toda religión, lo hace menos en nombre del sistema social que encarna que porque él mismo representa una religión. Pues quiere ser una religión capaz de reemplazar al cristianismo, pretende responder a las aspiraciones religiosas del alma humana, dar un sentido a la vida. El comunismo quiere ser universal, quiere dirigir toda la existencia y no solamente algunos de sus momentos”.

“Por eso era inevitable el conflicto que le debía enfrentar con las otras doctrinas religiosas. La intolerancia y el fanatismo ¿no tienen siempre a la religión como origen? Rara vez los suscitarán una doctrina científica o puramente intelectual. El comunismo es exclusivo porque es una creencia. Y en ello desempeñan un gran papel el temperamento religioso de los rusos, su psicología de cismáticos y de sectarios. Una posición de hostilidad declarada con respecto a toda religión se hallaba incluida claramente en la doctrina de Marx…” (De “Las fuentes y el sentido del comunismo ruso”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1939).

Las religiones bíblicas consideran una lucha entre el Bien y el Mal; que surgen de las virtudes y defectos, respectivamente, asociados a todo individuo, de donde surge una lucha interna en cada uno de nosotros buscando hacer prevalecer una actitud cooperativa sobre el egoísmo. De ahí los mandamientos con contenido moral que son dirigidos a cada individuo. Por el contrario, en la religión atea se considera la existencia de clases sociales en conflicto, estableciéndose una lucha entre opresores y oprimidos. Se asocian todos los defectos a una clase social y todas las virtudes a la otra, promoviendo la revolución y la “dictadura del proletariado” para solucionar los conflictos sociales.

Mientras que el cristianismo propone una solución fácil de entender y difícil de poner en práctica, tal de adoptar una actitud que nos permita compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, constituyendo tales sentimientos el vínculo de unión entre los hombres, el marxismo propone la sencilla solución de socializar los medios de producción, con la abolición de la propiedad privada, constituyendo tales medios el vínculo de unión entre los hombres y la base de la sociedad colectivista.

El hombre nuevo propuesto por el cristianismo es aquel que cumple con los mandamientos bíblicos, por lo que se trata de establecer una religión universal, entendiendo como religión a la unión de los adeptos en base a una actitud cooperativa. Por el contrario, el hombre nuevo soviético es el que está dispuesto a trabajar bajo el lema: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”, es decir, sin fines de lucro y sin ambiciones ni metas materiales individuales, con un desarrollado sentido de la obediencia a la voluntad de quienes dirigen al Estado.

El Dios del cristianismo impone leyes naturales a todo lo existente, por lo que se lo puede identificar con el propio orden natural. Luego, el objetivo de la religión moral es el de adaptar al hombre a dicho orden, tal el sentido del Reino de Dios. El sufrimiento es una medida del grado de desadaptación respecto de tales leyes, mientras que la felicidad es una medida de la adaptación lograda. Por el contrario, en la religión atea es el Estado el nuevo Dios que establece las leyes que deben cumplir sus súbditos, recibiendo castigos quienes las desobedecen y premios a quienes las cumplen.

El cristianismo tiene a los profetas como intérpretes de la voluntad de Dios, o del orden natural, previendo la aparición del ungido (el Cristo) que nos ha de liberar de nuestros pecados. La religión atea tiene a Karl Marx como al profeta que escribe el antiguo testamento ateo (“El capital”) y también el nuevo testamento ateo (“El manifiesto comunista”, junto con F. Engels). El ungido no ha de ser un individuo sino toda una clase social (el proletariado), eso sí, tipificada en la figura representativa de la revolución: Lenin.

El culto de la personalidad de Cristo, cuando predomina sobre el cumplimiento de los mandamientos, genera severas distorsiones de la religión moral. Por el contrario, el culto a Valdimir Lenin resulta esencial para difundir el ateismo en los pueblos regidos por el totalitarismo. Mientras que toda herejía es castigada por la Iglesia, con la correspondiente excomunión, todo desvío de la ideología marxista-leninista es castigada mediante destierros en campos de trabajos forzados.

Así como el cristianismo tiene sus mártires, que entregaron su vida en defensa de la fe, los comunistas tienen a sus mártires revolucionarios, que perdieron su vida ante quienes defendieron su libertad y su dignidad al impedir ser esclavizados por los representantes de la religión atea y del Anticristo.

Mientras que el cristianismo establece una profecía y promesas venturosas para el futuro, a través del Apocalipsis, el marxismo-leninismo promete a sus fieles el triunfo final y definitivo del socialismo a nivel mundial, finalizando prácticamente la historia de la humanidad al haberse llegado a la meta óptima que ya no resultaría necesario cambiar. Mientras que el cristianismo primitivo, al tratar de insertarse en los pueblos que constituían el Imperio Romano, adopta rituales y costumbres propias de las religiones paganas, la religión atea utiliza ciertos rituales o ceremonias utilizadas por las iglesias cristianas.

Cuando el reemplazo de la religión moral por la religión atea no logra el éxito esperado, se recurre a los tradicionales métodos revolucionarios. Víctor José Llaver escribió: “El especialista en asuntos religiosos del Comité Central, Leonid Illichev, recibió consignas de drásticas medidas para resolver el fracaso de la erradicación religiosa. Este fiel funcionario puso en juego toda su capacidad y, contando con el poder del Estado, entre 1961 y 1964, parte final del periodo de Kruschev, logró cerrar 10.000 de las 20.000 iglesias existentes, a un promedio de 150 clausuras por día. ¿Cómo lo hizo? Incrementó los métodos de sojuzgamientos compulsivos que se venían utilizando desde 1917. Los ministros y pastores de distintas confesiones recibieron tratamientos violentos, terminaron trágicamente sus días, debieron exiliarse interna o externamente o fueron forzados a no practicar sus cultos”.

“El culto a Lenin reemplaza en boato e intensidad al de cualquier deidad religiosa, y muy bien puede ser comparado con el culto a Jesucristo por parte de los cristianos. Con la diferencia a favor de Lenin de que, si para un católico por ejemplo, «Dios está en el cielo, en la Tierra y en todo lugar», su imagen es puramente espiritual e imprecisa, y su presencia puede ser y es soslayada a conveniencia; para un soviético, en cambio, soslayar la presencia de Lenin es imposible: lo acompañará de alguna forma mucho más concreta todo el tiempo, probablemente toda su vida. La historia oficial soviética ha sido escrita y reescrita cuantas veces ha sido necesario para destacar de Lenin su predestinación, su inteligencia casi sobrenatural, su infalibilidad, hasta hacerlo un visionario, deshumanizarlo y transformarlo en un profeta y en el ejemplo en el que tiene que reflejarse todo ciudadano soviético que se precie, hasta niveles de consideración religiosa” (De “La URSS hoy”-Editorial Plus Ultra-Buenos Aires 1989).

En forma similar a la de los niños católicos que hacen la primera comunión, y que, de adultos, celebran su casamiento en la Iglesia, en la era soviética se hacían rituales semejantes bajo la religión atea. “Los niños en edad escolar con méritos adecuados ingresan a una entidad precursora del Partido llamada «Pioneros de Lenin», y se distinguirán por un pañuelo rojo anudado al cuello y un birrete del mismo color. Coincidimos en un parque de Kiev…lo que nos permitió ser testigos de la importancia que se otorga a este acto, de la emoción con que los niños reciben sus atributos, la de sus padres e invitados…Esta ceremonia impregnada de solemnidad…bien puede equivaler a la confirmación de los católicos o al Bar Mitzva de los judíos”.

“En la URSS los enlaces se llevan a cabo en los «Palacios de los Matrimonios»”. “La oficiante…lucía un vestido verde largo como una túnica, sobre el que se destacaba destellando una ancha cadena que, colgando de su cuello, sostenía sobre el pecho un enorme medallón dorado con la imagen de Lenin, quien además fiscalizaba todo lo que se hacía bajo su advocación desde su busto, ubicado en el lugar más destacado del fondo del salón cerca de la funcionaria-sacerdotisa”.

Mientras que el emperador Constantino introduce el cristianismo en el Imperio Romano, posiblemente por la influencia recibida de su madre, convertida al cristianismo, es posible que el desarme del Imperio Soviético se haya debido a la influencia recibida por Mijail Gorbachov de su madre, al menos educándolo como una persona normal, que no inspiraba terror desde su liderazgo, y que por ello mismo favoreció la inevitable caída. “Mijail Gorbachov, nacido catorce años después de la revolución bolchevique, parece que fue bautizado por insistencia de su madre María Panteleyevna, quien aún concurre a los oficios de la Iglesia Ortodoxa Rusa”.