martes, 18 de abril de 2017

Socialismo y ruleta rusa

Se denomina ruleta rusa a un juego mortal practicado con un revolver cargado parcialmente. Si el tambor cilíndrico, en donde se ubican las balas, admite hasta seis proyectiles, y se carga con una sola bala, quedan vacíos los otros cinco. El juego consiste en hacer girar el cilindro como si fuese una ruleta para, luego, gatillar el revolver colocado en la sien, en forma alternativa entre dos jugadores, hasta que el azar determina quien pierde y quien salva su vida.

La semejanza que existe entre este juego y el socialismo consiste en que, entre varios gobiernos socialistas que logran acceder al poder, existe cierta probabilidad de que uno de ellos se convierta en una tiranía feroz y convierta a la sociedad en un verdadero infierno. Este ha sido un caso frecuente ocurrido en la URSS, China y otros países.

Cierto analista político comentaba que no era peligroso que un gobierno socialista accediera al poder por cuanto pronto sería derrocado en el proceso eleccionario siguiente si su gestión no era la esperada. Sin embargo, una vez en el gobierno, y disponiendo de un amplio poder político, económico y militar, es bastante posible que permanezca por bastantes años en esa función, ya sea manipulando las elecciones o bien anulándolas.

La tiranía y el despotismo absolutos se establecen cuando el líder totalitario está plenamente convencido de su misión “liberadora del pueblo” y que toda oposición resulta ser el enemigo al que hay que combatir y destruir. El tirano adopta como referencia sus propias ideas y establece una lógica dialéctica inaccesible al sentido común ya que la obediencia exigida a todo ciudadano puede ser malinterpretada pagando ese error con su propia vida. Arthur Koestler escribió: “El Partido negaba la libre voluntad del individuo, y al mismo tiempo le exigía un autosacrificio voluntario. Negaba su capacidad para escoger entre dos alternativas, y al mismo tiempo le exigía que constantemente eligiese la legítima. La negaba la facultad de distinguir entre el bien y el mal, pero al mismo tiempo hablaba prácticamente de crimen y traiciones. El individuo estaba colocado bajo el signo de la fatalidad económica, era una rueda en un engranaje del mecanismo de un reloj al que se había dado cuerda para toda la eternidad y que no podía ser detenido ni influido; y el Partido pedía que la rueda girase en contra del mecanismo y cambiase de sentido. Evidentemente, había algún error en los cálculos, y la ecuación no cuadraba” (De “El cero y el infinito”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1998).

El socialismo consiste esencialmente en la abolición de la propiedad privada de los medios de producción; proceso que habría de solucionar todos los problemas sociales ya que éstos eran producidos, según el marxismo, por la explotación laboral ejercida por la burguesía contra el proletariado. Como la mayoría de los propietarios se opone a que le quiten sus posesiones, hay mucha resistencia, por lo cual la táctica inicial, empleada por los socialistas, fue implantar la violencia y el terror. Zbigniew Brzezinski escribió: “La titánica guerra que más tarde se desarrolló entre la Alemania nazi de Hitler y la Rusia soviética de Stalin ha hecho que muchos olvidaran que la lucha entre ellas fue una guerra fraticida entre dos ramas de una fe común. Por cierto que la una se proclamaba opuesta en forma inconmovible al marxismo y predicaba un odio racial sin precedentes, y la otra se veía como el único vástago verdadero del marxismo en la práctica de un odio de clases sin precedentes. Pero ambas elevaron al Estado al rango del más alto órgano de acción colectiva, las dos usaron el terror brutal como medio para imponer la obediencia social, y ambas se dedicaron a asesinatos en masa, sin paralelo en la historia de la humanidad”.

“Las dos organizaron su control social con medios similares, que iban desde los grupos juveniles hasta los informantes de vecindario y hasta los medios de comunicación de masas centralizados y totalmente censurados. Y por último, ambas afirmaban que se encontraban dedicadas a construir Estados «socialistas» todopoderosos”.

“En el plano filosófico, Lenin y Hitler fueron defensores de ideologías que necesitaban de la ingeniería social en gran escala, se arrogaron el papel de árbitros de la verdad y subordinaron a la sociedad a una moral ideológica, basada en la guerra de clases, la una, y la otra en la supremacía racial, y justificaron toda acción que llevase hacia adelante las misiones históricas que habían elegido. Hitler fue un estudioso del concepto bolchevique de partido militarizado de vanguardia y del concepto leninista de adaptación táctica al servicio de la victoria estratégica final, tanto para adueñarse del poder como para remodelar la sociedad. En términos institucionales, Hitler aprendió de Lenin a construir un Estado basado en el terror, completo, con su complejo aparato de policía secreta, su recurso al concepto de la culpabilidad del grupo en la administración de la justicia y sus juicios espectaculares, orquestados” (De “El gran fracaso”-Javier Vergara Editor SA-Buenos Aires 1989).

Puede describirse el socialismo soviético en base a tres etapas: la primera, la de Lenin y Stalin, caracterizada por el terror y los asesinatos masivos; la segunda, luego de la muerte de Stalin, en la cual predomina la “tecnología de la represión”; y la última, la perestroika, sin terror y casi sin represión, que permite la caída final. El citado autor agrega: “La disposición a usar el terror contra los oponentes reales e imaginarios, incluido el uso deliberado, por Lenin, de la culpa colectiva como justificación para la persecución social en gran escala, convirtió la violencia organizada en el medio central para solucionar los problemas, primero los políticos, después los económicos y por último los sociales o culturales”.

“La tecnología de la represión se ha vuelto más refinada en los últimos años –comentaba Roy Medvedev-. Antes, la represión iba siempre más allá de lo necesario. Stalin mató a millones de personas cuando la detención de 1.000 personas le hubiera permitido controlar al pueblo. Nuestros dirigentes nunca han sabido quedarse en el punto justo y evitar ir demasiado lejos. Pero a la larga han descubierto que no es necesario enviar gente a la cárcel o a un hospital psiquiátrico para silenciarlas. Existen otros medios” (De “Los rusos” de Hedrick Smith-Librería Editorial Argos SA-Barcelona 1977).

Durante la segunda etapa se destacan los disidentes, cuyas figuras destacadas fueron el físico Andrei Sajarov, el escritor Alexandr Solyenitsin y el biólogo Roy Medvedev. Para silenciarlos, el gobierno soviético no pudo utilizar el método del asesinato por cuanto el avance tecnológico en materia de comunicaciones habría permitido la divulgación interna y externa del hecho, perjudicando la imagen soviética. De ahí que se recurrió a la difamación pública de los disidentes y luego a encarcelar a quienes tuviesen algún contacto con ellos. Hedrick Smith escribió acerca de Andrei Sajarov: “Los portavoces del Partido le han ridiculizado en charlas privadas a científicos, presentándole como un ingenuo excéntrico, como un pensador bien intencionado pero como un caso perdido debido a su falta de realismo”.

Como, bajo el socialismo, existe un solo dueño de todos los medios de producción, el Estado puede echar del trabajo tanto a los disidentes como a sus allegados, convirtiéndolos prontamente en un paria social. Quienes se arriesgaban a la protesta, ponían en riesgo la seguridad y el bienestar de su propia familia, haciendo sentir culpables a los disidentes por esa situación. La concentración total y absoluta de poder, por parte del Estado, es lo que hace que el sistema sea vulnerable en cuanto aparece un líder violento, y por lo cual el suicido colectivo tiene bastantes probabilidades de acontecer. “Para las figuras de la clase dirigente, el contacto privado con Sajarov llegó a convertirse en un veneno. Sus propios amigos y partidarios sufrieron los efectos de esta campaña. V. Chaldize y A. Tverdoljhebov, los dos físicos más jóvenes que se habían unido a él para formar el Comité de Derechos Humanos, fueron despedidos de sus empleos”.

En cuanto a la “tecnología de la represión”, el científico Valentin Turchin afirmó: “Existe en las personas un cinismo increíble. El hombre honrado hace que los que permanecen en silencio se sientan culpables por no haber hablado. No pueden comprender cómo ha tenido la valentía de hacer aquello de lo que ellos no han sido capaces. Así, se sienten impulsados a hablar en su contra para proteger sus propias conciencias. En segundo lugar sienten que todos, en todos sitios, engañan a todos, basándose en su propia experiencia. El «Homo Sovieticus» es como una prostituta que piensa que todas las mujeres son putas porque ella lo es”.

“El hombre soviético piensa que el mundo entero se halla dividido en dos partidos y que todo hombre forma parte ya sea de uno o de otro y que la verdadera honradez no existe. Nadie está en posesión de la verdad. Y si alguien afirma estar por encima del Partido e intenta decir sólo la verdad, es que está mintiendo. Este cinismo ayuda enormemente a las autoridades a mantener a la intelectualidad a raya y a excluir a los «opositores furiosos» de la sociedad. La gente viaja a Occidente y escucha programas de radio occidentales, pero esto no cambiará las cosas, mientras persista el cinismo de creer que sólo se trata de la voz del partido opuesto. Este cinismo proporciona la estabilidad al Estado totalitario actual en lugar del temor de los años del estalinismo”.

Las autoridades soviéticas no sólo utilizaban el castigo amedrentador, sino también el premio a la delación. Smith agrega: “Un guionista cinematográfico…que no había logrado autorización para viajar a Occidente, comentó sarcásticamente: «Conozco escritores que firmarían cualquier declaración, harían cualquier denuncia contra Sajarov o contra quien quiera que deseen las autoridades para conseguir que se les publique alguna obra o lograr un viaje al extranjero –y añadió con enfado-: Conozco un científico que no se detendría ante nada por conseguir un viaje a Japón. Comprenderá usted lo insidioso de todo este asunto. Un noventa por ciento estarían dispuestos a hacer lo mismo. Darían información incluso contra sus mismos colegas por un viaje de tres semanas al Japón»”.

La cantidad de personas destinadas a vigilar a sus compatriotas se estimaba en unas 500.000. Smith escribió: “Tuve la visión más impresionante de los temibles recursos humanos de los servicios de seguridad soviéticos durante la llegada a Moscú del presidente Nixon en 1972. Aterrizó en el aeropuerto de Vnukovo, situado a unos 30 km del centro de Moscú. Miles de policías con uniforme gris bordeaban el camino que conducía a los límites de la ciudad. Detrás podía observarse una segunda fila de hombres vestidos de paisano cuyas filas se extendían más allá de los uniformes, a lo largo de todo el camino hasta el aeropuerto. Kilómetro tras kilómetro estas sombrías figuras se agrupaban entre los árboles cada dieciocho metros. No pude dejar de preguntarme qué hacía este enorme potencial humano en tiempos normales: era lógico suponer que su trabajo consistía en seguir a la gente, intervenir teléfonos, confeccionar informes, interrogar, chantajear, registrar, arrestar”.

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