lunes, 29 de febrero de 2016

La tecnología y los valores espirituales

Un error que se comete a diario consiste en considerar que los hechos que suceden en forma simultánea deben estar ligados mediante una relación de causa y efecto. Sin embargo, muchas veces no puede mostrarse o verificarse tal conexión, tal lo que ocurre con el progreso tecnológico que coincide con un retardo del crecimiento moral, lo que se describe generalmente afirmando que la crisis moral es el efecto necesario del auge tecnológico y científico.

Existe también cierta correlación entre observar televisivamente un partido del Mundial de Fútbol, en determinado lugar, y asociarlo al triunfo del equipo nacional. Luego, al considerar que el triunfo fue el efecto de haberlo observado desde ese lugar, existe la tendencia a repetir, para un próximo partido, las mismas condiciones iniciales para que se produzcan los mismos efectos, lo que resulta absurdo y que se conoce como una “cábala”.

En realidad, aparece una predisposición a ocupar gran parte de nuestra mente y de nuestro tiempo destinándolos a los últimos avances tecnológicos, lo cual distrae la atención de aquellos aspectos de la vida que resultan de mayor importancia. Pero la solución de ese inconveniente no radica en culpar a la tecnología y a la ciencia, ya que quien tiende a ignorar los aspectos inherentes a nuestra esencia humana, lo hará aún cuando no exista el auge antes considerado.

En la década del 30, el físico Robert A. Millikan se refería a estos aspectos: “Si hemos de hacer un inventario exacto del progreso realizado por el mundo durante el año 1934, tendremos que hacer primero un examen de nosotros mismos”. “La acostumbrada estadística sobre la mercadería transportada por nuestros ferrocarriles, la producción metalúrgica y la construcción de nuevos edificios, podrían servir sólo para ocultar de nosotros los elementos fundamentales que constituyen el verdadero progreso humano. Los métodos de transporte son importantes, pero no tan importantes como el saber si, durante el año recién transcurrido, los hombres que han aprovechado nuestros modernos medios para tragar el espacio y suprimir las distancias, han sido más bondadosos, más reflexivos y más considerados los unos con los otros que en el año anterior. Podríamos jactarnos de la rapidez con que nos movemos de un lugar a otro, mientras que nos olvidamos cómo andar pacífica y reflexivamente con nosotros mismos”.

“El número de kilómetros recorridos en automóvil no es tan importante como el saber lo que vimos, qué sentimientos abrigamos y cómo nos conducimos en el trayecto. ¿Habremos procedido como si fuésemos los únicos dueños del camino? ¿Estábamos dispuestos a librar batalla con todo aquel que encontráramos en la encrucijada de los caminos? ¿O fuimos corteses como aquellos caballeros andantes de otra época? ¿Cuántas atenciones concedimos con nuestro automóvil a los ancianos, a los cojos y a los que estaban físicamente incapacitados para salir de la prisión de su aposento? ¿Y cuántas veces habremos subido solos en automóvil hasta la cima de algún cerro para leer y meditar, ansiosos de mejoramiento espiritual? Puesto que los valores humanos trascienden las estadísticas, debemos usar la regla de oro para medir el verdadero progreso”.

“Los plausibles progresos que hemos hecho en las vías de comunicación, sea por la radio, el telégrafo o el teléfono, no constituyen en sí, necesariamente, una civilización superior. La pregunta fundamental con respecto a esos medios de comunicación sería: ¿qué fue lo que comunicamos? ¿El miedo y los prejuicios? Nuestras maravillosas facilidades para la locomoción, ¿habrán fomentado el odio, el egoísmo, ideas viles y sentimientos falsos? ¿o sirvieron para la expresión de un más sólido pensar, de impulsos más generosos y humanos?”.

“El hecho de que algunos de nuestros altos edificios estén oscuros y sólo a medio ocupar, se convierte en verdadera tragedia cuando las inteligencias de los que habitan esos edificios también están despiertas y sumidas en la lobreguez. Lo de vital importancia no es el número de nuevas construcciones que se levante, sino lo que sucede dentro de ellas”.

“No nos dejemos engañar por la producción de nuestras granjas y fábricas. La cuestión suprema es el saber si nosotros hemos aumentado en estatura mental y moral. No es tan importante saber con qué rapidez giraron las ruedas durante el año 1934, sino con cuánta mesura y firmeza lograron los hombres reflexivos enderezar sus pies por las sendas de la tierra. Es menos importante el progreso hecho en la construcción de motores que el mejoramiento en el motor que mueve el espíritu de los hombres, -la dinámica de los conocimientos, el resorte de la comprensión y el impulso de los nobles propósitos-” (Citado en “Nuestra civilización apóstata frente al cristianismo” de Jorge P. Howard-Editorial Círculo de Estudios Cristianos-Buenos Aires 1935).

El filósofo Henri Bergson mostraba que el avance tecnológico amplía los alcances de nuestras habilidades y aptitudes corporales y mentales, pero no aquellas de origen moral, como lo son nuestros sentimientos y afectos. Jorge O. Howard escribe al respecto: “Los maravillosos progresos y los descubrimientos del siglo XIX de los cuales tanto esperábamos, no han podido salvarnos de las consecuencias desastrosas de una civilización basada en la fuerza, la competencia y el egoísmo. Como causa de toda nuestra confusión y perturbación, el filósofo francés Bergson ha indicado el hecho de que nuestros cuerpos han llegado a ser demasiado grandes para nuestras almas. Dice que la principal obra de la ciencia ha sido la de agrandar el cuerpo del hombre: el telescopio ha dilatado sus ojos, el teléfono pone lo que se susurra en lejana tierra, al alcance de su oído; los ferrocarriles, los automotores y los aeroplanos han multiplicado la velocidad de sus pies, y los cañones han aumentado de un metro a cuarenta kilómetros el alcance de sus puños. «¿Y qué de su alma?», exclama el profesor, y lamenta el hecho de que todas estas espléndidas fuerzas y conquistas de la ciencia estén aun en manos de una generación que, en su desarrollo moral, ha alcanzado sólo la estatura de un enano. «La necesidad más apremiante de la humanidad –termina diciendo el gran filósofo francés- es la de una vida espiritual que esté a la altura de la responsabilidad que implica la posesión de tan bellas conquistas materiales»”.

Cuando los noticieros actuales nos informan acerca de hechos que surgen del vandalismo y del salvajismo existente en la sociedad, resulta fácil advertir que estamos lejos todavía de alcanzar una etapa de civilización plena. Incluso no faltan quienes aprovechan las circunstancias para justificar tales enfermedades sociales culpando al “capitalismo” como su causa. La economía de mercado ha posibilitado superar etapas en que la mayor parte de los hombres vivía en la miseria, no alcanzando todavía desterrar dicho flagelo precisamente por el atraso moral existente en las sociedades actuales, que poco o nada tiene que ver con tal sistema de producción y distribución de bienes y servicios. “H.G. Wells acaba de decir que la clave que nos abre el secreto del descontento y malestar actuales, está en que en las vías de comunicación y transporte hemos progresado maravillosamente, mientras en los medios de aproximación humana por medio de la cultura mundial y de relaciones morales entre los hombres, vivimos todavía en la Edad Media o en épocas paganas”.

El conocimiento disponible actualmente le permite al hombre realizar una vida plena, que involucra incluso lo moral y lo intelectual. Sin embargo, son los propios intelectuales los que han introducido masivamente conceptos tales como el relativismo moral, cognitivo y cultural, que tiende a promover un deterioro espiritual en la sociedad. Incluso desde la religión ya no se divide a la gente entre justos y pecadores, para que éstos se conviertan en aquéllos, sino que se los divide en pobres y ricos, asociando todas las virtudes a los primeros y todos los defectos a los segundos, como lo hace tanto el marxismo-leninismo como la Iglesia Católica.

Adviértase la enorme diferencia de los primeros cristianos con la actual dirigencia sacerdotal; mientras que en el pasado se oponían al poder de quienes pretendían la destrucción de la, entonces, nueva religión, en la actualidad se trata de lograr una alianza ideológica con quienes siempre trataron de destruirla. “En el Coliseo de la antigua Roma, un grupo de cristianos esperaba ser devorado por las fieras, mientras ochenta mil espectadores contemplaban la escena. Aquellos cristianos pertenecían al pueblo común, y cada uno de ellos podía haber escapado a ese final brutal con sólo quemar un poco de incienso al emperador; pero no se doblegaron ante tan trivial exigencia, prefiriendo morir antes que renunciar a sus convicciones”.

Cuando el hombre se aleja de la religión, ya que no logró atraerlo ni retenerlo, tiende a llenar su tiempo y sus días mediante el materialismo asociado a las comodidades del cuerpo y a la distracción de la mente. El conde Keyserling expresó: “El mundo occidental ha perdido la religiosidad, y cuando una época pierde el instinto religioso, ha perdido las raíces de la vida. Nuestra existencia se va mecanizando, va perdiendo su espiritualidad, y, como dice una antigua sentencia, cuando un pueblo pierde sus dioses, ese pueblo muere. Hoy lo sabemos todo, y no comprendemos nada. La salvación no puede venir del saber. El saber corresponde a los hechos, la comprensión a su significado. Comprender es más necesario que saber”.

Puede decirse que la tecnología resulta éticamente neutral, ya que puede utilizarse tanto para el bien como para el mal. O bien, conviene decir que el carácter ético no debe asociarse a los objetos o a las realizaciones humanas, sino a las acciones y emociones asociadas a los hombres. Además, debe tenerse presente que las fallas y los conflictos humanos están en la base de toda crisis que ocurra. J. P. Howard escribió: “Nuestra crisis no es en primer término crisis económica, ni política, ni social. Es crisis del individuo, crisis del hombre. La miseria, antes de manifestarse en el cuerpo social, estaba ya en las entrañas del individuo”.

domingo, 28 de febrero de 2016

San Martín, mendocino por elección

Los historiadores concuerdan acerca de la mutua aceptación que hubo entre el General José de San Martín y el pueblo de Mendoza. Este vínculo de amistad y comprensión propició el ambiente adecuado para que se gestara exitosamente el Ejército de Los Andes y la posterior consolidación de la Independencia. Puede decirse que San Martín fue un mendocino, no por nacimiento, sino porque eligió serlo, o bien un cuyano que recordó también con afecto a los pueblos de San Juan y San Luis. Bartolomé Mitre escribió: “El grande hombre de guerra, admirado en el Plata y aceptado como una necesidad fatal en Chile, nunca fue amado y verdaderamente popular en dos grandes centros de ambas sociabilidades –Buenos Aires y Santiago-. No existió entre él y ellos esa corriente de simpatías, cuyas vibraciones ponen en comunicación las almas de todos y cada uno”.

“Amaba a la República Argentina, como su patria, y a Chile como colectividad, pero sólo se sentía amado y feliz en el punto medio que había sido el vínculo de alianza entre ambos países: -En Mendoza-, donde había deseado vivir y morir, y donde estaría bien su sepulcro para dormir el sueño eterno a la sombra de las verdes alamedas que él mismo plantó, a la vez que forjaba las armas de la revolución sudamericana”.

“San Martín no tuvo en Buenos Aires sino un amigo –Pueyrredón- en Chile no tuvo sino uno también: -O’Higgins-. Estos dos amigos, públicos y privados a la vez, magistrados supremos de uno y otro lado de Los Andes, lo sostuvieron con su poder y lo amaron como hombre; pero no recibieron todas sus confidencias íntimas. Su amigo de corazón, el confidente de las expansiones de su alma silenciosa, estaba allí donde estaba su corazón, -en Mendoza-, y era éste don Tomás Godoy Cruz” (Citas en “El General San Martín y Mendoza” por Ricardo Videla-Gobierno de la Provincia de Mendoza 1936).

Ricardo Videla escribió: “Mendoza fue la provincia predilecta de San Martín y San Martín el héroe máximo para Mendoza. Él seduce, encanta, fascina, a sus habitantes, y éstos le retribuyen generosamente su afecto, sin medir ni mezquinar esfuerzos”. “Aquí fue la cuna de su ejército y de su gloria, aquí nace su hija, forma chacra, comienza a levantar casa, cuenta con amigos de corazón –de esos que no fallan en la adversidad- y halla el único lugar, para usar sus palabras, «que ha podido decidirlo, por el buen carácter de sus habitantes, para elegir allí un rincón en qué dedicarse a romper el campo y cultivarlo» para retirarse «en la cansada época de la vejez». No sin razón se declara el mismo «Ciudadano de Mendoza»”.

“La vida del héroe, tan noble y pura, vióse desgraciadamente ensombrecida por vicisitudes de todo género, que le impidieron realizar su decidido propósito de instalarse en Mendoza, pero el recuerdo cariñoso para ella aparece jaloneando el camino todo de su vida, ya sea desde los campos de batalla de Chacabuco y Maipú, como desde Lima y el ostracismo, en Bruselas, Grand Bourg o Boulogne”.

Los planes de San Martín se vislumbran en una carta dirigida en 1814 a Rodríguez Peña: “Ya le he dicho a Ud. mi secreto: un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólidos, para acabar también con los anarquistas que reinan; aliando las fuerzas pasaremos por mar a tomar Lima; ese es el camino y no éste, mi amigo. Convénzase usted, que hasta que no estemos sobre Lima la guerra no se acabará. Deseo mucho que nombren ustedes alguno más apto que yo para este puesto (Ejército del Norte): empéñese Ud. para que venga pronto ese reemplazante y asegúreles que yo aceptaré la Intendencia de Córdoba. Estoy bastante enfermo y quebrantado; más bien me retiraré a mi rincón y me dedicaré a enseñar reclutas para que los aproveche el gobierno en cualquier otra parte”.

“Lo que yo quisiera que ustedes me dieran, cuando me restablezca, es el gobierno de Cuyo. Allí podría organizar una pequeña fuerza de caballería para reforzar a Balcarce en Chile, cosa que juzgo de grande necesidad si hemos de hacer algo de provecho, y le confieso que me gustaría pasar montando ese cuerpo”.

E. García del Real describe el espíritu de colaboración existente en Mendoza para la formación del Ejército de Los Andes: “San Martín refería emocionado, en sus últimos años, muchos casos extraordinarios de espontánea abnegación de los vecinos de Mendoza. Los carreteros se negaban a cobrar el importe de sus viajes desde Buenos Aires, en los que gastaban diecinueve días, transportando armas. Los labradores sembraban parte de sus campos para el ejército, o partían sus cosechas con el general. Llevaban el correo desde Buenos Aires a los puestos avanzados de la cordillera, o a Tucumán, residencia del Congreso, personas animosas que realizaban prodigios de celeridad en sus viajes. Las damas no vivían más que cosiendo ropas o haciendo hilas para el ejército, y durante los tres años de preparación, Mendoza, San Juan y San Luis fueron verdaderos arsenales de guerra, ocupado todo el mundo en el servicio del ejército. La Maestranza de Mendoza, bajo la dirección de Beltrán fabricaba fusiles, fundía balas, confeccionaba cohetes, morriones y todo cuanto necesitaba un ejército” (De “José de San Martín”).

Ricardo Rojas escribió: “El General don Gerónimo Espejo, que sirvió desde 1815 en el Ejército de Los Andes, consigna en sus memorias algunos rasgos de San Martín: llamaba a sus oficiales «mis muchachos», con afecto de padre o de maestro y estaba orgulloso de ellos: «jamás se le escapó una palabra que pudiese humillar el amor propio individual»; poseía el don difícil de hablar a cada hombre en su lenguaje, sin perder el rango y así fuera su interlocutor un gaucho. Todos creían ciegamente en él. A estas virtudes agregaba sus prendas físicas: «su mirada de águila» su gallardía. «Tan bien plantado a caballo como a pie», recorría a veces las calles en un hermoso alazán. «Ese genio extraordinario para dominar a los hombres –dice Espejo- parecía haber hechizado a los mendocinos»” (De “El santo de la espada”).

José P. Otero escribió: “…Pero la solicitud de San Martín no se reduce a lo económico y a lo militar, problemas a no dudarlo los más apremiantes. Sabe él que la educación es el fundamento de la libertad y si el despotismo prospera, lo es porque en parte coexiste a su lado la ignorancia. Para combatirlo interesóse por que la educación no fuese un privilegio, sino un deber tanto de la niñez como de la juventud, y así comenzó por prestar su apoyo a la fundación de un establecimiento educacional que a su llegada a Mendoza ya estaba en proyecto y cuyo promotor principal era el presbítero Don José Lorenzo Guiraldes”.

“El edificio no fue terminado sino a fines de 1817; pero mucho antes, el establecimiento educacional denominado Colegio de la Santísima Trinidad de Mendoza, comenzó a funcionar. La intervención de San Martín en los preparativos de esta fundación permitió la rápida recolección de fondos…El rector de este colegio, por resolución del Congreso de Tucumán, tenía el título y las atribuciones de cancelario, y por gestiones de San Martín y del diputado de Cuyo ante aquel Congreso, Don Tomás Godoy Cruz, su certificado de estudios servía para que sus egresados pudiesen matricularse en las universidades de Córdoba y de Santiago de Chile”.

“El sentido del patriotismo era tan hondo en San Martín, que no ocultó la pena que lo embargaba de no hallarse en Mendoza, cuando estando en Córdoba supo que el Congreso de Tucumán acababa de declarar la Independencia. «La maldita suerte, dijo él en ese entonces, no ha querido que yo me hallara en mi pueblo para el día de la celebración de la Independencia. Crea usted que hubiera echado la casa por la ventana». Pero lo que no pudo hacer en Julio de 1816, por encontrarse lejos de su ínsula cuyana, lo hizo en el mes siguiente a su regreso de Córdoba, y el 8 de Agosto la juró solemnemente en la capital de su mando” (De “Historia del Libertador don José de San Martín”).

Bartolomé Mitre escribió: “Era madrugador, y se desayunaba ligeramente. Empleaba toda la mañana en su despacho, recibiendo partes, dando audiencia, expidiendo órdenes o trabajando solo o con su secretario, que lo era a la sazón un joven oficial de su ejército. Infatigable en el trabajo, era avaro del tiempo, y contaba los minutos, consultando siempre su cronómetro. Llevaba personalmente su correspondencia, y dictaba o redactaba los despachos oficiales, que escribía él mismo cuando era reservada, atendiendo a la vez a un cúmulo de pequeños detalles, que asustan cuando se compulsan sus papeles, y explican, como en la vida de todos los grandes capitanes, el éxito de sus empresas”.

“En su mesa era muy parco y sobrio. A medio día, dirigíase a la cocina y elegía dos platos –generalmente puchero o asado- que a veces despachaba de pie, y por postre dulce mendocino, tomando dos copas de vino”.

“En seguida daba un corto paseo fumando un cigarrillo de tabaco negro, si era invierno, y volvía luego a su tarea. En verano dormía una siesta de dos horas sobre un cuero tendido en el corredor de su casa. En ambas estaciones, su bebida habitual era el café, que él mismo preparaba. Después volvía al trabajo, y por la tarde inspeccionaba los establecimientos públicos. Por la noche recibía visitas con las que tertuliaba en variada conversación, de la cual estaba excluida la política, o echaba una partida de ajedrez, juego en que era fuerte, y a las diez en punto las despedía. A esa hora tomaba una ligera colación, descansaba o continuaba su trabajo interrumpido, pasándose muchas noches en vela y sin acostarse por efecto de las dolencias que le aquejaban. Formal en todas sus acciones y palabras, guardaba siempre compostura, y no hacía promesa que no cumpliera, aún cuando alguna vez se dejase llevar en sus propensiones epigramáticas, prorrumpiendo en chistes o redactando decretos humorísticos que revelaban su equilibrio moral” (De “Historia de San Martín”).

El ideal sanmartiniano ha sido sucesivamente ultrajado por varios gobiernos nacionales posteriores, hasta llegar al extremo de que un gobierno populista, para perjudicar seriamente al gobierno siguiente, dejó al país como “tierra arrasada” esperando que fracase estrepitosamente, utilizando un táctica similar a la empleada por los rusos ante las invasiones de Napoleón y luego de Hitler. Esta vez tratando de que pocos dólares quedasen en el Banco Central vendiendo incluso tal moneda para el futuro, es decir, vendiendo dólares que en ese momento no estaban en posesión de dicho Banco. Lo grave del caso no radica en que traidores a cargo del gobierno hayan actuado de esa forma, sino del apoyo incondicional que importantes sectores de la población otorgan a tales politiqueros.

Mientras que San Martín resultó ser un vínculo de unión para la población, los políticos populistas se destacaron por sembrar el odio y el rencor entre los argentinos. Mientras que en la unión del pueblo radica su fortaleza, en su desunión anida su debilidad. El Libertador de América expresó: “Este pueblo cada vez más recomendable por sus sacrificios y virtudes: la tranquilidad y el orden reinan por toda la provincia y la unión entre sus vecinos es de admirar”.

jueves, 25 de febrero de 2016

Dos formas para combatir la desigualdad económica

Estamos habituados a escuchar cifras acerca de la desigualdad económica existente en el mundo, mediante las cuales se pone de manifiesto que un reducido porcentaje de la población posee un gran porcentaje de la riqueza mundial. Como una gran parte de la población supone que las riquezas ya están disponibles y vienen otorgadas por la naturaleza, y no creadas por el hombre, esto implicaría una injusticia que debería resolverse cuanto antes. Sin embargo, poco se tiene en cuenta que tiene más riqueza quien más produce (por lo general), y que, si se procediera a “redistribuir” esa riqueza entre los pobres, el sector productivo quedará imposibilitado de seguir generándola.

De ahí que deba tenerse presente, en cada caso, cómo obtuvo su patrimonio económico determinado individuo; es decir, si lo obtuvo mediante el trabajo, la innovación y la inversión, como lo han hecho muchas empresas, o bien si se trata de alguien que pertenece a un grupo guerrillero que por las armas se apoderó de una nación y la sometió durante varios años. Ludwig von Mises escribió: “Dentro de la economía de mercado a nadie empobrece la riqueza ajena. La riqueza de las clases acaudaladas no provoca pobreza. Antes al contrario, la mecánica que enriquece a unos deriva de haber satisfecho las necesidades de muchos de sus semejantes. Los empresarios, los capitalistas y los técnicos prosperan en tanto y en cuanto consiguen aplacar, de la mejor manera posible, las apetencias de los consumidores”.

“La filosofía popular del hombre corriente deforma estas realidades del modo más lamentable. Juan Pérez se halla convencido de que las nuevas industrias, gracias a las cuales disfruta de una vida cómoda que sus padres no sospechaban, son obra de un ente mítico llamado progreso. La acumulación de capital, el espíritu de empresa y el ingenio técnico no tienen nada que ver con la prosperidad, que, en su opinión, surge por generación espontánea” (De “La mentalidad anticapitalista”-Fundación Ignacio Villalonga-Valencia 1957).

En primer lugar, debe considerarse que el problema a resolver es el de la pobreza, y no tanto el de la desigualdad económica. Si alguien tiene medios económicos suficientes para llevar una vida normal y se amarga la vida comparándose con el vecino que posee mejor automóvil o se siente despreciable ante un acaudalado empresario, no debemos olvidar que la envidia es un problema tan viejo como el mundo y que no es aconsejable cambiar un proceso productivo eficaz para compensar los serios defectos personales que deben resolverse a nivel psicológico o psiquiátrico.

Una persona que no sea envidiosa, pensará mejorar su situación económica ganando hoy algo más que ayer, sin tener en cuenta al vecino, mientras que el envidioso deseará que al vecino le ocurra algo malo para, de esa forma, sentirse “igual”, socialmente hablando. Tales actitudes se reflejan en un caso imaginado como el siguiente:

a) En la China comunista, todos los obreros ganaban 100 unidades monetarias al mes.
b) En la actual China, algunos obreros ganan 300, y otros hasta 1.000 unidades monetarias al mes.

El envidioso dirá que existía mayor “igualdad social” en la China socialista de Mao y la preferirá a la actual China con economía de mercado, por cuanto, la desigualdad le resulta un infierno, ya que se verá superado por millones de personas. De ahí que las soluciones propuestas surgen de dos formas de pensar y de sentir distintas e incompatibles, y son las siguientes:

Socialismo: se trata de igualar económicamente a la población, aun en la pobreza, para evitar el sufrimiento de los envidiosos.
Liberalismo: se trata de elevar socialmente a la población permitiendo que todos puedan llegar a un nivel económico alto.

Por las razones expuestas, el socialista combate al empresario porque produce “desigualdad social”, mientras que el liberal lo valora porque crea riquezas. El socialista aspira a que el Estado confisque las empresas, o sus ganancias, para redistribuirlas pensando en la tan ansiada “igualdad”, mientras que el liberal propone que haya cada vez más empresarios buscando el desarrollo del mercado y de la nación.

La mentalidad anti-empresarial constituye la base ideológica de la única forma discriminatoria considerada legal y “políticamente correcta”. Ayn Rand escribió: “Si un pequeño grupo de hombres fuera siempre considerado culpable, en cualquier enfrentamiento con algún otro grupo sin considerar las cuestiones o circunstancias involucradas, ¿llamaría a eso acoso? Si a ese grupo se le obligara a pagar siempre por los pecados, errores, o fracasos de cualquier grupo, ¿llamaría a eso acoso? Si ese grupo tuviese que vivir bajo un silencioso régimen de terror, bajo leyes especiales, a las cuales todas las otras personas fueran inmunes, leyes que el acusado no puede comprender o definir con anticipación y que el acusador siempre puede interpretar de la manera que a él le guste ¿llamaría a eso acoso? Si este grupo fuera penalizado, no por sus fallas, sino por sus virtudes, no por su incompetencia, sino por su habilidad, no por sus fracasos, sino por sus logros y mientras mayor el logro, mayor la penalidad, ¿llamaría a eso persecución?”. “Si su respuesta es «sí», entonces pregúntese qué clase de injusticia monstruosa usted disculpa, soporta, o está perpetrando. Ese grupo es el de los empresarios estadounidenses”.

“La defensa de los derechos de las minorías hoy es aclamada virtualmente por todos, como un elevado principio moral. Pero este principio, que prohíbe la discriminación, es aplicado por la mayoría de los intelectuales «socialdemócratas» de una manera discriminatoria: es aplicado sólo a las minorías raciales o religiosas. No es aplicado a esa minoría pequeña, explotada, denunciada, indefensa, que conforman los empresarios” (De “Capitalismo. El ideal desconocido”-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2008).

Por lo general, la gente asocia la palabra “empresario” a una persona exitosa, económicamente hablando, olvidando a todos los pequeños empresarios que quedaron en el camino. De ahí que no resulte exagerada la anterior exposición de Ayn Rand, por cuanto la mentalidad anti-empresarial es una de las razones por las cuales algunos países transitan por la etapa del subdesarrollo, con pocas posibilidades de superarlo en el futuro. Se estima que en la Argentina, al cabo de 10 años de fundadas, sólo sobrevive el 2% de las empresas.

Luego de la caída del comunismo, se pensaba que la mentalidad anti-capitalista habría de debilitarse. Sin embargo, el socialismo supo adaptarse a las épocas y, en lugar de tratar de expropiar empresas desde el Estado, se propone expropiar sus ganancias, ya que el político socialdemócrata se atribuye, como redistribuidor de lo ajeno, cierta superioridad moral respecto del productor de riquezas. La citada autora agrega: “Considere la maldad de juzgar a las personas con un doble estándar y de negar a algunos los derechos concedidos a otros. Los «socialdemócratas» de hoy reconocen el derecho de los trabajadores (la mayoría) a su subsistencia (sus sueldos) pero niegan el derecho de los empresarios (la minoría) a su subsistencia (sus ganancias). Si los trabajadores luchan por sueldos más altos, esto es aclamado como «ganancias sociales», si los hombres de negocio luchan por ganancias más altas, esto es condenado como «codicia egoísta»”.

“Si el nivel de vida de los trabajadores es bajo, los «socialdemócratas» culpan a los empresarios; pero si los hombres de negocios tratan de mejorar su eficiencia económica, para expandir sus mercados y ampliar los ingresos económicos de sus empresas, haciendo posibles sueldos más altos y precios más bajos, los mismos «socialdemócratas» los denuncian como «mercantilistas»”.

Gran parte de quienes promueven una mayor igualdad social, o bien la reducción de la pobreza en el mundo, dirigen la totalidad de sus sugerencias a las grandes empresas. Creen que una “redistribución de la riqueza” producirá grandes cambios, a pesar de que la cantidad de empresarios ha de ser, en ese caso, igual o menor. Los propios socialdemócratas, que poco o nada producen, no se sienten responsables por la situación. Incluso en sus mensajes parecen decir a la mayoría de la población, constituida por empleados y obreros: no cambien absolutamente en nada ya que ustedes no son en nada culpables por la situación. Justamente, al existir pocos empresarios y muchos empleados, en una sociedad, resulta imposible establecer mercados desarrollados que darán lugar, luego, a países desarrollados.

Todo parece indicar que la ambición del socialdemócrata sigue siendo la búsqueda, consciente o subconsciente, de la caída del capitalismo y la consiguiente destrucción de la civilización occidental, fines promocionados abiertamente por el marxismo-leninismo. “Siempre, en cualquier época, en cualquier cultura, o sociedad, se encuentra el fenómeno del prejuicio, la injusticia, la persecución y el odio ciego irracional hacia alguna minoría, la búsqueda de la pandilla que tiene algo que ganar con esa persecución, la búsqueda de aquellos que tienen un interés oculto en la destrucción de estas particulares victimas del sacrificio. Invariablemente, encontrará que la minoría acosada cumple la función de chivo expiatorio de algún movimiento que no quiere que se divulgue la naturaleza de sus fines personales. Todo movimiento que busca esclavizar a un país, toda dictadura o toda dictadura en potencia, necesita alguna minoría como chivo expiatorio, a la cual poder culpar por los problemas de la nación y usarla como justificación de sus propias demandas de poderes dictatoriales. En la Rusia Soviética, el chivo expiatorio fue la burguesía; en la Alemania Nazi, fueron los judíos, en Estados Unidos, son los empresarios”.

La reciente aparición, en los EEUU, de algunos pre-candidatos socialdemócratas, para las próximas elecciones presidenciales, está indicando que los temores o presunciones de Ayn Rand pueden llegar a confirmarse en los próximos años. “Estados Unidos aún no ha alcanzado el grado de una dictadura. Pero, preparando el camino, por muchas décadas pasadas, los hombres de negocio han servido de chivo expiatorio para toda clase de movimiento estatista: fascista, comunista, o asistencialista. ¿Por los pecados y males de quién se culpó a los empresarios Por los pecados y males de los burócratas”.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Acerca de la ley de Say

Entre los economistas existen desacuerdos acerca de la denominada “ley de Say”, que hace referencia a las causas y efectos generados por la oferta y la demanda. Incluso Keynes rechaza la versión popular de dicha ley. Enrique Ballestero escribe al respecto: “El conocimiento insuficiente de la ley de Say y de su alcance para explicar las crisis ha perjudicado a la teoría económica. Por otra parte, es un caso notable. Los primeros en no conocer profundamente a Say fueron, aunque parezca paradójico, los economistas franceses”.

“Los ingleses popularizaron la receta «Suply creates its own demand», llamándola ley de Say (una ley mutilada, no completa). Esta ignorancia parcial (peor a veces que la total ignorancia) se transmitió a Keynes. En la «Teoría general del empleo, el interés y el dinero», Keynes se atrevió a refutar a Say sin haberlo leído, como se desprende, no sólo de la falta de referencias bibliográficas, sino del contexto mismo de la refutación”.

“Malthus pertenece, junto con Keynes, al grupo de economistas del subconsumo (grupo que atribuye a una insuficiente demanda efectiva el parón del crecimiento y el deterioro del empleo en los países industriales), puso objeciones a la ley de Say. Esta ley representaba una posición diametralmente opuesta a la suya: la economía se deprime, no porque falle la demanda, sino porque en algún lugar falla la oferta”.

“Malthus propondrá medidas de estímulo al consumo para combatir la crisis; Say, medidas de saneamiento y desarrollo en los sectores retrasados de la producción” (De “Introducción a la teoría económica”-Alianza Editorial SA-Madrid 1988).

Intuitivamente nos parece que la demanda de bienes y servicios resulta, potencialmente, ilimitada. Casi todos quisiéramos tener un automóvil deportivo si tuviésemos los medios necesarios para poseerlo. Sin embargo, son pocos los que realizan el esfuerzo laboral requerido para disponer del dinero necesario para adquirirlo; de ahí que, detrás de los deseos y de las necesidades, debemos considerar que la demanda efectiva debe asociarse a la capacidad económica y productiva de quienes están en condiciones de establecer la compra correspondiente. Jean-Baptiste Say escribió: “El hombre cuyo trabajo se aplica a conferir un valor a las cosas, al crearles un uso cualquiera, sólo puede esperar que dicho valor sea apreciado y pagado allí donde otros hombres tengan los medios para adquirirlos. ¿En qué consisten esos medios? En otros valores, otros productos, fruto de su trabajo, de sus capitales, de sus tierras. De donde resulta lo que a primera vista parece una paradoja: la producción es lo que facilita la salida de los productos”.

“Si a un comerciante de telas se le ocurriese decir: «yo no pido otros productos a cambio de los míos, yo pido dinero», sería fácil demostrarle que su comprador sólo está en condiciones de pagarle con dinero porque él vende mercancías a su vez. Se le podría responder: «Este agricultor le comprará a usted telas si su cosecha ha sido buena; le comprará más o menos si su cosecha ha sido abundante o magra. Si no cosecha nada, no podrá comprar nada»”.

“«Usted mismo sólo está en condiciones de adquirirle su trigo y su lana en la medida en que usted produce telas. Alega usted que lo que le hace falta es dinero; yo replico: lo que usted necesita son otros bienes. En efecto: ¿por qué desea el dinero? ¿No es acaso su objetivo comprar materias primas para su industria o comestibles para alimentarse? Ve usted que lo que necesita no es dinero sino otros bienes»” (De “La Economía en sus textos” de Julio Segura y Carlos Rodríguez Braun-Taurus-Buenos Aires 1998).

David Ricardo escribió al respecto: “Nadie produce con otro fin que el de consumir o vender, y vende con la exclusiva intención de comprar otra mercadería que pueda serle útil, o que pueda contribuir a la producción futura. Al producir, por lo tanto, uno se convierte necesariamente o en un consumidor de sus propios bienes o en comprador y consumidor de bienes de alguna otra persona…Las producciones son siempre compradas por producciones y servicios; el dinero es sólo el medio mediante el cual se efectúa el cambio” (Citado en “Critica de la economía clásica”-J.M. Keynes y otros-Editorial Ariel SA-Madrid 1968).

Hasta el momento todo parece simple y obvio. Sin embargo, la “ley de Say” implica algo más. Enrique Ballestero escribe: “En la literatura, son frecuentes las interpretaciones sesgadas de la ley de Say. La famosa frase con que se resume esta ley en los manuales («la oferta crea su propia demanda») es ambigua. Sugiere que cualquier incremento de la oferta encontrará automáticamente su mercado y que, por tanto, no habrá crisis en una economía donde se respeta el laissez-faire. Pero Say no hizo afirmaciones tan ingenuas, ni creo que la frase en cuestión haya salido nunca de sus labios. La idea de Say fue: para que aumente la demanda, las áreas (o sectores) de productividad retrasada deben aumentar su oferta”.

Ballestero ejemplifica la situación: “Llamemos A y B a dos áreas económicas, término de amplio significado que puede designar a países, bloques de países, espacios continentales o sectores de la producción. El área A produce lámparas, mientras que B está especializada en la fabricación de cuchillos. Cada una de estas áreas vende a la otra un output (oferta) que se paga con mercaderías”.

“El área A emplea durante el año 1992 a 200 trabajadores y lanza 400 lámparas con destino al mercado B. por su parte, B pagó las lámparas con su oferta de 600 cuchillos, producidos también para el intercambio”.

“Tres años después, en 1995, el área B, más eficiente que A, aumenta su productividad; ello le permite incrementar su oferta hasta 1.200 cuchillos que sigue intercambiando por 400 lámparas (la oferta de lámparas ha quedado estancada, por el retraso del área A). La consecuencia es que la relación real de intercambio (RRI) mejora para A pero empeora para B”.

“La eficiente área B sufre una especie de castigo y pronto se encontrará envuelta en una crisis, no por su culpa, sino por las culpas económicas de los demás. La ineficacia de A (las masas eslavas, latinas y tercermundistas de tiempos de Say) repercute negativamente sobre la economía de Inglaterra, como país innovador”.

“La idea de Say fue: para que aumente la demanda, las áreas (o sectores) de productividad retrasada deben aumentar su oferta”.

“Como no era un soñador, Say se daba perfecta cuenta de las dificultades para lograr que las áreas retrasadas aumenten su oferta. «Por desgracia –escribe- esto sucede muy difícilmente, pues los hombres educados en las costumbres de la bohemia y la ociosidad, trabajan con poco entusiasmo». El saneamiento liberal de la economía (libre competencia, circulación libre de capitales, empresas transnacionales, reformas profundas de las instituciones, clima ético, extensión de la técnica, anticorporativismo, eliminación pura y simple del gasto público poco rentable, capital humano para las empresas, no para una Administración estatal parasitaria, etc.) contribuirá a una mayor oferta en las áreas retrasadas”.

“Desde luego, el progreso será forzosamente lento. Mientras no se llegue a un ideal lejano, como es la economía liberal perfecta en todos los países del mundo, los diferenciales de crecimiento, y con ellos las crisis y el paro, continuarán sin paliativos posibles. Pero se irá avanzando si caminamos en la dirección correcta: una cooperación internacional para liberalizar la economía e inyectar eficacia en los países menos desarrollados”.

Debido a que el diagnóstico keynesiano difiere del establecido por Say, las “recetas” propuestas serán esencialmente diferentes. En lugar de transitar el pesado camino de la innovación, la inversión, el trabajo y el ahorro, como únicos medios eficaces para la mejora de la economía, Keynes propone una expansión artificial, es decir, fuera del mercado y realizada por el Estado, tanto de la masa monetaria y del crédito, lo que acentúa los problemas económicos. Luis Pazos escribió: “Al invertir y gastar dinero, el gobierno va a aumentar la demanda efectiva y los fabricantes tendrán a quien vender. Al ver aumentadas sus ventas, los fabricantes aumentarán la producción, lo que traerá como consecuencia una ocupación mayor y una solución al problema del desempleo. Parece como si Keynes hubiera descubierto una solución muy sencilla que acaba con todos los problemas de una economía. Si eso fuera cierto, ya se hubiera acabado con la pobreza en los países subdesarrollados; pues la solución sería que el gobierno emitiera billetes, los repartieran y todos ejercieran su poder de compra, y al ver los productores la rápida venta de sus productos, produjeran más, con el consiguiente aumento en la ocupación de mano de obra”.

“Las teorías de Keynes tratan de solucionar, principalmente, el problema del desempleo y lograr la ocupación plena. El desempleo, dice Keynes, se debe a la insuficiencia de la demanda efectiva. Lo que frena el aumento de producción es la falta de consumo”.

“El desempleo surge cuando las personas no gastan su ingreso al mismo tiempo que crece (la propensión a consumir). Cuando una persona disminuye su consumo y ahorra, y ese ahorro no es invertido, no crea demanda. Se debe estimular el consumo y la inversión para crear demanda efectiva y lograr pleno empleo, lo cual para Keynes es uno de los principales objetivos económicos”.

“La creación de demanda efectiva, que es la solución del desempleo y la forma de salir de una crisis económica, según Keynes, puede hacerse:

1- Mediante el aumento del gasto público y la creación de un déficit presupuestario.
2- La política monetaria de aumentar el circulante. Según Keynes, al ver la gente que baja el poder adquisitivo del dinero, prefiere invertir que ahorrar.
3- Mediante el dinero barato: bajar las tasas de interés”.
(De “Ciencia y teoría económica”-Editorial Diana SA-México 1981).

Todo parece indicar que lo más aconsejable resulta adaptarse al sistema autorregulado constituido por el mercado, en lugar de distorsionarlo de manera que sea el “mercado” el que se adapte a los gustos y deseos humanos.

domingo, 21 de febrero de 2016

Ética, sentido de la vida y felicidad

Es conveniente describir el comportamiento humano teniendo presentes, y juntas, tanto a la ética, como al sentido de la vida y a la felicidad resultante, poniendo en evidencia la relación entre tales conceptos. En cambio, si nos referimos a uno de ellos sin tener en cuenta los restantes, resultarán descripciones incompletas, quizás con poco sentido práctico.

Todo individuo tiende a vislumbrar una vida futura orientándola hacia objetivos más o menos definidos, si bien existe también un elevado sector de la población que la ignora completamente. En función del objetivo a lograr, calificamos como “bueno” todo lo que favorece su logro, y “malo” todo lo que lo imposibilita. Una vez definidos el bien y el mal, se tiene una ética elemental, aunque parcial, asociada a tal objetivo particular. Finalmente, el camino emprendido para llegar al objetivo, como el logro del mismo, permiten que el individuo alcance cierto grado de felicidad.

En caso de que, persiguiendo cierto objetivo, advierta que el grado de felicidad no es el esperado, posiblemente lo ha de cambiar por otro, estableciendo luego una secuencia similar. También en la historia de los pueblos se advierte tal secuencia, ya que se establecen objetivos, de donde derivan los valores que favorecen su logro, como los valores negativos que los impiden y finalmente cierto grado de felicidad asociado a tal empresa:

Objetivos -> Sentido de la vida -> Valores -> Ética -> Nivel de felicidad

Puede argumentarse que existe una variedad muy grande de objetivos particulares que han de conducir también a una variedad igualmente numerosa de sentidos de la vida, valores, éticas propuestas y niveles de felicidad logrados, de donde resulta difícil hallar aspectos comunes. Sin embargo, tal diversidad tiende a confluir en una ética de validez objetiva, ya que todo objetivo personal tiende a producir algún efecto social, y de ahí que ese efecto deba ser favorable, o no perjudicial, al grupo social, para que tal objetivo pueda ser repetido por otros individuos.

Como ejemplo tenemos a quienes tienen vocación de políticos y orientan su vida a lograr éxito en ese ámbito. Mientras algunos de ellos piensan en beneficiar al resto de la sociedad, otros buscan dominarla, o bien lograr poder para satisfacer un egoísmo personal extremo. De ahí que todo individuo que persiga un objetivo particular deba tener presente cierta ética natural para que tal objetivo sea favorable al resto de la sociedad o, al menos, no perjudicial. Por lo tanto, los objetivos personales beneficiosos para la sociedad serán compatibles con la ética natural y estarán fundamentados en una actitud cooperativa subyacente.

La verdadera felicidad es la que puede compartirse con los demás, contrastando con el placer individual que sólo permite aliviar momentos de tristeza. Nunca los placeres disociados del vínculo afectivo permitirán lograr un adecuado nivel de felicidad. Justamente, al compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, veremos a los demás seres humanos como “reservas de felicidad”, por cuanto potencialmente dispondremos de su amistad. Todo parece indicar que el mundo está hecho de tal manera que el camino para el logro de la felicidad propia implica una felicidad compartida.

Alguien podrá decir que existen seres humanos que “son felices haciendo el mal”. Tal afirmación sería verdadera si el que hace el mal puede inducir o contagiar a los demás aquella supuesta felicidad. De ahí que resulta dudosa la validez de tal afirmación, por cuanto la actitud de quienes hacen mal a los demás impide que puedan transmitir estados positivos de felicidad, aun sin que conozcamos previamente las malas acciones de quien es “feliz haciendo el mal”.

Will Durant describe el caso de algunos pueblos de la antigüedad: “Muchos pueblos han buscado la felicidad, y la han tenido por algún tiempo en modos y lugares distintos. Egipto la buscó en la grandeza de sus empresas y de sus monumentos: rigió pueblos poderosos, tuvo muchos esclavos y levantó piedras enormes con que construir para sus reyes y sacerdotes cosas eternas. China la buscó en la sabiduría y la delicadeza, mostrando la fragilidad del poderío y del sufrimiento de los hombres, sus sabios se situaron al margen de la guerra y del poder y amaron la simplicidad y la paz…”.

“Judea la buscó en una limitación austera, desafiando la energía impetuosa de sus hombres orgullosos y de sus mujeres apasionadas con una regla despiadada y sin válvulas de escape y que se preservaba a sí misma contra toda vicisitud mediante tal disciplina, que podrían romperse los corazones, si fuera necesario, pero nunca se rompería la Ley. La India, después de gastar su alma en ascensiones, cesó en todos sus empeños y buscó la felicidad o la paz en el Nirvana de las voluntades reprimidas y de los deseos acallados”.

“Grecia, tan pequeña y tan compleja, ¿dónde escondió sus tesoros?”. “Quizás los griegos mismos no lo sabían hasta que Pericles desvió el oro de su Confederación, destinado a la guerra, y lo puso al servicio del arte”.

“Los sabios de Atenas, desde Solón a Aristóteles, predicaron moderación y restricciones, pero su pueblo se entregaba al placer con loco abandono….Al final, hasta llegó Grecia a compartir las perspectivas indias y denunció al deseo como un círculo fútil de satisfacciones y de nuevas ansias”.

“Cuando todo el mundo mediterráneo vino a ser señorío de Roma o esclavos romanos, el estoicismo supo complacer a todos: a los esclavos, porque la solución más tranquila de sus problemas era no tenerlos, matar sus deseos; y a los señores, porque, embebidos como estaban en la guerra y en los ejercicios más brutales, les convenía desprenderse de todo sentimiento para no vacilar en llevar adelante su norma conquistadora, pues los señores romanos buscaban la felicidad en el poderío, rechazando el placer desdeñosamente o cediendo a él con bárbara inmoderación en los intervalos de sus campañas…” (De “Filosofía, cultura y vida”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1945).

De todos los objetivos propuestos, con sus éticas asociadas, habrá alguno que produce el mayor nivel de felicidad. Puede decirse que, en principio, es posible establecer en forma empírica el sentido de la vida óptimo, que incluso tendrá validez similar para todos los hombres, siendo la actitud que adopta cada individuo respecto de los integrantes de su medio social. Por ello se habla de la existencia de una ética natural u objetiva.

Sin embargo, es muy común la opinión de que no existe tal ética, ni tampoco el bien y el mal, en un sentido objetivo, por lo cual no tendría sentido buscarlos. Tal postura se conoce como relativismo moral, que descarta la posibilidad de optimizar las distintas éticas particulares propuestas. Se olvida que el hombre posee una naturaleza humana, asociada a leyes psicológicas que nos rigen. De ahí que no todo objetivo, con su ética asociada, permite alcanzar un aceptable nivel de felicidad.

Si no existiese un camino mejor hacia la felicidad, el mundo no se parecería a un hogar que permite lograr una vida satisfactoria, sino que sería como un laberinto en el que los seres humanos intentan llegar con éxito a la salida, generalmente sin lograrlo.

Baruch de Spinoza llega a la conclusión de que el mejor camino es el asociado a lo eterno y a lo indestructible, a la ley natural o ley de Dios. Al respecto escribió: “Después de que la experiencia me enseñó que todas las cosas que ocurren frecuentemente en la vida ordinaria son vanas y fútiles; cuando vi que todas las cosas de las que recelaba y las que temía no contenían en sí nada de bueno ni de malo sino en la medida en que el ánimo era movido por ellas, tomé al fin la decisión de investigar si existía algo que fuese un bien verdadero, capaz de comunicarse y que fuese el único que –desechados todos los demás- actuase sobre el ánimo; más aún: si existía algo con cuyo descubrimiento y adquisición yo gozara eternamente de continua y suprema alegría”.

“Digo que tomé al fin la decisión: en efecto, a primera vista parecía imprudente querer abandonar una cosa cierta por algo todavía incierto; naturalmente, veía las ventajas que se consiguen con el honor y la riqueza y que si quería entregarme seriamente a algo nuevo y distinto, quedaba obligado a no buscarlas; y me daba cuenta de que, si por acaso la felicidad suprema se fundaba en esas cosas, debería verme privado de ella; si, en cambio, no residía allí y yo me entregaba solamente a la búsqueda de tales ventajas, tampoco entonces gozaría de la felicidad suprema”.

“Se hacía entonces evidente que todos estos males [riqueza, honor, libido] nacían del hecho de que toda la felicidad o la infelicidad se fundan sólo en la cualidad del objeto al que adherimos con amor. De hecho, nunca surgirán peleas por lo que no se ama; si desaparece, no habrá tristeza; ni envidia si es poseído por otro; ningún temor, ningún odio y, para decirlo en una palabra, ninguna conmoción del ánimo. En cambio, todo eso sucede en el amor de las cosas que pueden desaparecer, como son todas aquellas de las que hace poco hemos hablado”.

“Pero el amor hacia una cosa eterna e infinita alimenta el ánimo sólo con una alegría pura, exenta de toda tristeza. Eso es lo que hay que desear y buscar con todas las fuerzas” (Del “Tratado de la reforma del entendimiento”-Editorial Tecnos SA-Madrid 1989).

Mediante tal razonamiento, Spinoza sugiere el “amor intelectual de Dios” como el mejor camino hacia la felicidad, o bien como el complemento necesario del mandamiento cristiano que nos sugiere compartir las penas y las alegrías ajenas como propias.

A una conclusión similar se llega teniendo presente aquello de que “El Reino de Dios está dentro de vosotros”, ya que las componentes cognitivas de nuestra actitud característica son cuatro y debemos elegir una, siendo las mismas: la realidad (con su ley natural), la opinión de otra persona, la opinión propia y lo que dicen los demás. También son cuatro las componentes afectivas, de las cuales debemos elegir una, siendo las mismas: amor, odio, egoísmo e indiferencia, de la que elegimos la actitud cooperativa del amor.

Cuando el hombre logra vincularse a los demás, tanto intelectual como afectivamente, se siente totalmente involucrado e identificado con la humanidad, compartiendo con ella su importancia y su destino.

sábado, 20 de febrero de 2016

Opinión pública y liberalismo

Por lo general, quienes adhieren al liberalismo, tienen poca predisposición a difundir sus ideas, confiados en la eficacia que históricamente ha presentado en relación con el socialismo. Por otra parte, los difusores del socialismo se han encargado de deformar las ideas liberales hasta el punto de hacerlas irreconocibles. Los totalitarismos del siglo XX, derrotados en cuanto a su eficacia, se muestran triunfadores a nivel ideológico, en algunos países, debido a la difamación que realizan del liberalismo y al silencio de quienes deberían defenderlo. Ludwig von Mises escribió: “La supremacía de la opinión pública determina no sólo el extraordinario papel que la economía desempeña dentro del conjunto del pensamiento y el conocimiento humano. Determina todo el proceso de la historia de la humanidad”.

“Las nuevas ideas y las innovaciones son siempre logros de hombres singulares. Pero estos grandes hombres no pueden lograr ajustar las condiciones sociales a sus planes, si antes no convencen a la opinión pública”.

“El capitalismo le dio al mundo lo que necesitaba, un nivel de vida más elevado para un número continuamente creciente de individuos. Pero los liberales, los pioneros y defensores del capitalismo, pasaron por alto un punto esencial. un sistema social, no obstante ser beneficioso, no puede funcionar si no recibe el apoyo de la opinión pública. No previeron el éxito de la propaganda anti-capitalista” (De “La acción humana”-Resumen en “Ideas sobre la libertad” Nº 41-Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires Abril 1982).

Por otra parte, Alberto Benegas Lynch (h) escribió: “Algunos liberales mantienen que «no debemos estar hablando entre nosotros», que el contenido de la filosofía liberal debe dirigirse a otras audiencias fuera de los que «ya la conocemos». Esto, así, está mal planteado. Debe comprenderse que las cosas están como están debido a que nosotros, los liberales, no somos lo suficientemente idóneos en la transmisión de principios. Tenemos que hacer mejor nuestro «home-work». Tenemos que «quemarnos más las pestañas». Tenemos que modificar el lenguaje. En resumen, somos ineficientes. Para revertir esto, resulta un buen camino hacernos la autocrítica en lugar de criticar a los demás porque no entienden”.

“No son los demás que no entienden, somos nosotros que no entendemos lo suficiente y, por ende, no nos hacemos entender en el grado necesario. Esta autocrítica tiene dos ventajas: primero, calma nuestro fastidio porque siempre tendemos a ser más benévolos con nosotros mismos que con el prójimo y, segundo, nos obliga a «sacarle mejor la punta al lápiz», a afinar la puntería. Es un error adoptar la política del erudito que sabe y sólo mira a su costado diciendo que son los otros los que no comprenden. Tenemos que mirar adentro nuestro y, dadas nuestras limitaciones, corregir nuestros defectos”.

“Este proceso nunca debe abandonarse. Cuando estemos en condiciones, nuestra luz brillará y el brillo siempre llama la atención en la oscuridad, atrae, señala el camino e ilumina a otros. Permanentemente debemos prepararnos y capacitarnos, el resto se da por añadidura. Si nuestras luces no atraen quiere decir que la luz es tenue y nuestros focos son opacos” (De “Liberalismo para liberales”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1986).

Debe intentarse la difusión de los principios liberales entre la gente no contaminada por alguna ideología totalitaria; de lo contrario, sólo se logrará perder el tiempo, además de sentir cierta indignación por encontrar respuestas uniformes que poco tienen en cuenta la realidad y de soportar cierto cinismo que soslaya las decenas de millones de víctimas inocentes que fueron asesinadas luego de haberse intentado instalar alguna forma de socialismo. Mientras desde el liberalismo se considera esencial la existencia del empresario, como pilar de la economía, desde el socialismo se responderá que se trata de gente que “explota laboralmente al trabajador” y que por ello mismo no debería existir. Se aduce también que el empresario genera “desigualdad social” ya que incrementa su patrimonio cuando logra cierto éxito empresarial.

No cuesta mucho imaginar a una persona, X, que posee un capital 10 veces superior a otra, Y, que ha de favorecer a toda la sociedad cuando realice nuevas inversiones, creando fuentes de trabajo adicionales, incrementando su capital que podrá ahora ser 12 veces mayor al poseído por Y. Desde el sector socialista se dirá que el señor X ha “aumentado la desigualdad social” y que, por lo tanto, resulta ser alguien negativo para la sociedad.

Las distintas formas de socialismo implican diversas maneras en que distintos sectores de la sociedad pretenden vivir a costa del trabajo ajeno disponiendo del Estado como intermediario. Pocas veces alguien se define como “socialista” para dar algo de lo suyo, sino para reclamar que el Estado le quite a alguien el fruto de su trabajo, para que sea redistribuido gratuitamente entre quienes poco o nada producen. Polibio escribió: “Cuando los demagogos infunden al populacho la idea y el afán de dejarse sobornar, se arruina la virtud de la democracia y ésta se convierte en un gobierno de fuerza y violencia. Pues la plebe acostumbrada a vivir a expensas de otros y a poner sus esperanzas de subsistencia en la propiedad del vecino, en cuanto encuentra un caudillo lo bastante ambicioso y osado, entroniza el reinado de la violencia. Y luego sobrevienen las asambleas tumultuosas, las matanzas, los destierros y los repartos de tierra”.

Por otra parte, Ludwig von Mises escribió: “Los hombres nacen desiguales y es precisamente su desigualdad lo que genera la cooperación social y la civilización. La igualdad ante la ley no fue concebida para corregir los hechos inexorables del universo ni para hacer desaparecer la desigualdad natural. Por el contrario, fue el mecanismo utilizado para asegurar a toda la humanidad un máximo de beneficios derivados de ella”.

“La desigualdad de rentas y patrimonios es un rasgo inherente a la economía de mercado. Su eliminación destruiría por completo la economía de mercado”.

“Lo que tienen en mente aquellos que reclaman igualdad económica, es siempre un aumento de su propio poder de consumo. Al abogar por el principio de igualdad como un postulado político, nadie desea compartir sus propios ingresos con los que tienen menos. Cuando el asalariado estadounidense se refiere a la igualdad, quiere decir que deberían dársele los dividendos de los accionistas. No sugiere que se le reduzcan sus propios ingresos para beneficiar a aquel 95 por ciento de la población del mundo que posee ingresos menores a los suyos” (“La acción humana”).

“No vale la pena hablar demasiado del resentimiento y de la envidiosa malevolencia. Está uno resentido cuando odia tanto que no le preocupa soportar daño personal grave con tal de que otro sufra también. Gran número de los enemigos del capitalismo saben perfectamente que su personal situación se perjudicaría bajo cualquier otro orden económico. Propugnan, sin embargo, la reforma, es decir, el socialismo, con pleno conocimiento de lo anterior, por suponer que los ricos, a quienes envidian, también, por su parte, padecerán. ¡Cuántas veces oímos decir que la penuria socialista resultará fácilmente soportable ya que, bajo tal sistema, todos sabrán que nadie disfruta de mayor bienestar!” (De “Liberalismo”-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1994).

Se ha dicho que el liberalismo busca que todos sean ricos, aunque en forma desigual, mientras que el socialismo busca que todos sean pobres, aunque en forma igualitaria. En el socialismo real, sin embargo, se puede advertir que una clase dirigente logra un nivel de vida mucho mejor que el resto. Son todos iguales, en teoría, aunque algunos “son más iguales que otros”.

Entre los difusores del socialismo se encuentran algunos sectores de la Iglesia Católica, la “Iglesia de los pobres”; ya que si no existiesen pobres, quedaría sin adeptos. Monseñor Justo Oscar Laguna escribió: “Pablo VI condena concretamente aquel sistema económico liberal que reúne las siguientes condiciones:

- que tiene al lucro como motor principal de la actividad económica.
- que tiene a la ley de la oferta y la demanda como ley suprema de la economía, a la que todo debe ser subordinado.
- que afirma que la propiedad privada de los medios de producción es absoluta, sin admitir excepciones”.
(De “Luces y sombras de la Iglesia que amo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1996).

Generalmente se piensa que las personas exitosas, económicamente hablando, son seres absolutamente egoístas, que tienen en la mente sólo la recompensa del dinero. Sin embargo, debe advertirse que un empresario, un artista o un deportista destacados, tienen una vocación muy definida por la actividad que realizan. El éxito y el dinero resultan ser consecuencias necesarias de esa vocación. Al menos resulta difícil imaginar que alguien puede suplir una auténtica vocación con excesivas ambiciones monetarias.

Si se pretende anular el estimulo de las ganancias, se logrará una sociedad con mayor pobreza, llegando incluso a la miseria. Se obtienen mejores resultados cuando la gente tiene ambiciones de lucro, realizando intercambios que beneficien a ambas partes, antes que buscar la felicidad compartiendo, sin esas ambiciones, bienes materiales y trabajo (como las abejas y las hormigas), en lugar de vincularse con los demás a través de los afectos, compartiendo penas y alegrías.

En cuanto a la ley de la oferta y la demanda, ésta surge de un orden económico que se establece en forma espontánea cuando los individuos disponen de libertad para producir y consumir. Resulta ser la mejor guía para productores y consumidores, si bien los distintos totalitarismos pretenden abolirla para reemplazar la democracia económica (mercado) por las decisiones unilaterales de los líderes políticos que conducen al Estado.

La existencia de la propiedad privada resulta esencial para la libertad del hombre por cuanto, de no existir, cada individuo queda ligado a la propiedad estatal, ya se trate de vivienda o de lugar de trabajo, impidiendo incluso el elemental derecho de trasladarse a vivir a otra parte, dependiendo de la voluntad del líder político de turno que decide la vida de todos y de cada uno de los desdichados integrantes de la sociedad comunista. De todas maneras, desde el liberalismo se acepta la propiedad estatal de los medios de producción siempre que se atengan a las leyes del mercado, para que el resto de la sociedad no deba soportar las pérdidas económicas de tales empresas si ello llega a ocurrir.

La tarea de desmentir a los ideólogos totalitarios resulta prioritaria, ya que, de no hacerlo, será en vano el conocimiento económico adquirido por la humanidad, así como lo serán las diversas experiencias sufridas por muchos pueblos, ya que siempre queda la posibilidad de seguir transitando la senda del error.

martes, 16 de febrero de 2016

El sentido de la vida a través de la historia

El hombre busca un sentido para su vida para darle significado a sus acciones y a sus pensamientos. Mientras mayor sea la importancia que otorgue a sus proyectos, mayor será el empeño y el esfuerzo que dispondrá para conseguirlos.

Las distintas etapas por las que ha transitado la humanidad están caracterizadas por una visión particular del mundo y, como consecuencia, de un sentido de la vida asociado a esa visión. Luc Ferry escribió: “Todas las grandes filosofías se preguntan cuál es el sentido de nuestras vidas, qué puede constituir, desde dentro, su finalidad última. Spinoza, principalmente, nada sospechoso de ceder a las ilusiones de un sentido trascendente a la vida, insiste en ello sin cesar: existe un objetivo último que los hombres pueden proponerse gracias a la filosofía, a saber, la salvación y la alegría a través de la sabiduría y la inteligencia”.

“Porque la filosofía, en última instancia, no es el arte de disertar, sino una doctrina de la salvación laica, una sabiduría sin Dios, o en todo caso sin Dios en el sentido en que lo entienden las grandes religiones monoteístas, y sin el apoyo de la fe, puesto que es con la lucidez de la razón, con los medios que nosotros tenemos a mano, por decirlo así, debemos alcanzar la verdadera sabiduría” (De “Sobre el amor”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2013).

Para el citado autor, el sentido de la vida actual tiende a establecerse a través de la “revolución del amor”, que emerge de otros grandes principios que le antecedieron. “El primero de esos principios aparece con la Odisea de Homero y el relato de los viajes de Ulises. Podríamos decir que es el principio cósmico o cosmológico. Por decirlo claramente: la finalidad de la vida humana, la finalidad de las aventuras de Ulises es ir del caos inicial a la reconciliación del Cosmos. Ulises va de la guerra (la famosa guerra de Troya) a la paz, del caos a la armonía, del exilio fuera de Ítaca, la ciudad de la que es rey, al regreso «a casa»”.

“Durante todo el tiempo de su vagabundeo, Ulises se ve privado de esa existencia reconciliada con su mundo; se ve obligado a no vivir, por decirlo así, más que en el futuro y en el pasado, en la nostalgia o la esperanza de Ítaca, nunca en el presente de Ítaca, nunca en el amor y el goce de su isla y de los suyos”. “Sólo al recobrar el lugar natural en el orden cósmico puede el héroe, por fin, habitar el presente y abandonar esa tiranía de la nostalgia y la esperanza que, para los griegos, es la negatividad misma, pues el pasado ya no existe y el futuro aún no ha llegado, son figuras de la nada…”.

“Como signo del poder de esta sabiduría, Ulises rechaza la inmortalidad y la eterna juventud que le promete la bella Calipso para que se quede con ella…Prefiere una vida mortal exitosa que una vida inmortal «postiza», «desplazada»…lejos de ver la inmortalidad como una tabla de salvación, lo que Ulises quiere salvar es su vida de mortal y su lugar en el orden del Cosmos”.

El segundo principio es el teológico, el de quienes encuentran el sentido de sus vidas en la religión, siendo guiados por la moral biblíca. Gilles Lipovetsky escribió: “En el principio la moral era Dios. En el Occidente cristiano hasta el alba de la Ilustración, son raros los espíritus que recusan este axioma: Dios es el alfa y el omega de la moral; sólo por su voz se conocen los mandamientos últimos, sólo por la fe reina la virtud. Sin el auxilio de las Sagradas Escrituras y el temor de Dios, no puede haber más que extravíos y vicios, ya que la virtud puramente profana es inconsistente y falsa: la moral, en las épocas premodernas, es de esencia teológica, no se concibe como una esfera independiente de la religión” (De “El crepúsculo del deber”-Editorial Anagrama-Barcelona 1994).

El tercer principio es el humanista, que deja un tanto de lado los dos anteriores. Lipovetsky escribe al respecto: “Los modernos han rechazado esta sujeción de la moral a la religión. El advenimiento de la modernidad no coincide sólo con la edificación de una ciencia liberada de la enseñanza bíblica y un mundo político-jurídico autosuficiente, basado sólo en las voluntades humanas, sino también con la afirmación de una moral desembarazada de la autoridad de la Iglesia y de las creencias religiosas, establecida sobre una base humano-racional, sin recurrir a las verdades reveladas. Este proceso de secularización puesto en marcha en el siglo XVII que consiste en separar la moral de las concepciones religiosas, pensarla como un orden independiente y universal que sólo remite a la condición humana y que tiene prioridad sobre las otras esferas, en especial religiosas, es, sin duda alguna, una de las figuras más significativas de la cultura democrática moderna”.

Para Luc Ferry al humanismo le sigue el principio de la deconstrucción, que implica en realidad una tendencia a alejarse de un sentido de la vida objetivo, escribiendo al respecto: “El cuarto periodo se abre con Schopenhauer y culminará con Nietzsche y Heidegger: es la época de la deconstrucción, de la sospecha radical respecto a todas las ilusiones metafísicas y religiosas en que se basaban, por lo menos a ojos de los «deconstruccionistas», los demás principios”. “¿Qué sentido podemos darle a la vida cuando todos los valores que pretendían asignarle una finalidad superior y exterior a ella han sido demolidos?”.

Ya en pleno siglo XX se instala la mentalidad posmoderna, caracterizada esencialmente por la ausencia de grandes objetivos e ideales favoreciendo la época del vacío existencial, si bien el autor citado supone, en forma optimista, que es una etapa en que el amor constituye el principio imperante; o bien que es el principio propuesto que debería imperar. Lipovetsky escribe al respecto: “La civilización del bienestar consumista ha sido la gran enterradora histórica de la ideología gloriosa del deber. En el curso de la segunda mitad del siglo, la lógica del consumo de masas ha disuelto el universo de las homilías moralizadoras, ha erradicado los imperativos rigoristas y ha engendrado una cultura en la que la felicidad predomina sobre el mandato moral, los placeres sobre la prohibición, la seducción sobre la obligación. A través de la publicidad, el crédito, la inflación de los objetos y los ocios, el capitalismo de las necesidades ha renunciado a la santificación de los ideales en beneficio de los placeres renovados y de los sueños de la felicidad privada. Se ha edificado una nueva civilización que ya no se dedica a vencer el deseo sino a exacerbarlo y desculpabilizarlo: los goces del presente, el templo del yo, del cuerpo y de la comodidad se han convertido en la nueva Jerusalén de los tiempos posmoralistas”.

En la actualidad sigue vigente la afirmación de Marx de que la estructura y la mentalidad adoptada por una sociedad depende del sistema económico de producción y distribución. De ahí que todos los problemas morales asociados a nuestra época deberían ser atribuidos al capitalismo. En realidad, la economía de mercado es la mejor forma de responder y satisfacer a las demandas establecidas por el consumidor. Por ello, si predomina el consumismo y la superficialidad, debemos reprochar más bien a la intelectualidad y a las religiones por no ser capaces de orientar debidamente al individuo permitiéndole encontrar el verdadero sentido de la vida que nos impone el orden natural.

Si la ética es el medio que disponemos para orientarnos hacia determinado sentido de la vida, asociado a una ética de validez objetiva ha de existir también un sentido de la vida objetivo. Y este sentido objetivo puede extraerse de la visión aportada por la ciencia experimental, que Julian Huxley califica como “transhumanismo”, escribiendo al respecto: “Como resultado de mil millones de años de evolución, el universo empieza a tener conciencia de sí mismo y es capaz de comprender algo de su historia pasada y de su posible futuro. Este autoconocimiento cósmico se está realizando en una pequeñísima porción del universo, en unos pocos de nosotros, los seres humanos. Tal vez se haya realizado también en otra parte, como resultado de la evolución de seres vivos conscientes en los planetas de otros sistemas estelares, pero en nuestro planeta nunca se realizó antes”.

“El nuevo modo de comprender el universo ha resultado de la acumulación de nuevos conocimientos, durante los últimos cien años, por psicólogos, biólogos y otros hombres de ciencia, por arqueólogos, antropólogos e historiadores. De acuerdo con él, se han definido la responsabilidad y el destino del hombre considerándolo como un agente, para el resto del mundo, en la tarea de realizar sus potencialidades inherentes tan completamente como sea posible”.

“Es como si el hombre hubiese sido designado, de repente, director general de la más grande de todas las empresas, la empresa de la evolución, y designado sin preguntarle si necesitaba ese puesto, y sin aviso ni preparación de ninguna clase. Más aún: no puede rechazar ese puesto. Precíselo o no, conozca o no lo que está haciendo, el hecho es que está determinando la futura orientación de la evolución en este mundo”.

“Este es su destino, al que no puede escapar, y cuanto más pronto se dé cuenta de ello y empiece a creer en ello, mejor para todos los interesados. A lo que esa ocupación se reduce, es realmente a la realización más completa de las posibilidades humanas, sea por el individuo, sea por la comunidad, o sea por la especie en la aventura de su marcha a lo largo de los corredores del tiempo”.

“La primera cosa que la especie humana tiene que hacer para prepararse para el cargo cósmico a que se encuentra llamada, consiste en explorar la naturaleza humana, en descubrir cuáles son las posibilidades que se le ofrecen, incluyendo, por supuesto, sus limitaciones, sean inherentes o impuestas por hechos de índole externa. Hemos dado fin, o poco menos, a la exploración geográfica de la Tierra; hemos llevado la exploración científica de la naturaleza, inerte o viva, a un punto en el que sus lineamientos principales ya son claros; pero por lo que a la exploración de la naturaleza humana y sus posibilidades atañe, apenas se ha comenzado. Un vasto Nuevo Mundo de posibilidades inexploradas está esperando su Colón” (De “Nuevos odres para el vino nuevo”-Editorial Hermes-Buenos Aires 1959).

El transhumanismo incorpora parcialmente los distintos principios mencionados, como ocupar nuestro lugar en el cosmos, adoptar la actitud cooperativa del amor, encontrar una ética objetiva conociendo nuestra naturaleza humana, que en realidad ya fue encontrada por el cristianismo, aunque interpretando al amor como la actitud que nos ha de permitir compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, constituyendo la base de la cooperación que imprescindiblemente necesitamos para mantener y afianzar nuestra supervivencia.

domingo, 14 de febrero de 2016

Acción humana y economía

La descripción del comportamiento económico incluye dos aspectos bien diferenciados; por una parte, considera los efectos económicos de la acción humana, tales como la producción y el consumo, y por la otra, tiene presente las causas o motivaciones que generan tales efectos. En el primer caso se establecen modelos matemáticos cuantitativos por cuanto resulta posible asociar entes matemáticos a las diversas variables económicas, mientras que en el segundo caso se hace innecesaria su utilización por cuanto se busca describir los aspectos emocionales y cognitivos individuales que los motivan.

La Escuela Austriaca de Economía es la que presenta una menor predisposición para el uso de las matemáticas por cuanto es también la que mayor predisposición tiene para describir los aspectos psicológicos que subyacen a todo intercambio económico. Ludwig von Mises escribió: “La deficiencia fundamental de todo enfoque cuantitativo de los problemas económicos consiste en desatender el hecho de que no existen relaciones constantes entre las llamadas dimensiones económicas. No existe ni constancia ni continuidad en las evaluaciones y en la formación de las relaciones de intercambio entre varios productos”.

“Aquellos economistas que quieren sustituir la «economía cualitativa» por la «economía cuantitativa» están completamente errados”. “El economista matemático, cegado por la convicción de que la economía se debe interpretar de acuerdo al modelo de la mecánica newtoniana, y de que está abierta al tratamiento por medio de métodos matemáticos, interpreta en forma totalmente errónea el tema de sus investigaciones. Ya no trata sobre la acción humana, sino sobre un mecanismo sin alma misteriosamente impulsado por fuerzas que no permiten un análisis ulterior”.

“El economista matemático elimina de su pensamiento al empresario. No necesita de este promotor y agitador cuya intervención incesante evita que el sistema llegue al estado de perfecto equilibrio y condiciones estáticas”.

“Tal como lo ve el economista matemático, los precios de los factores de producción están determinados por la intersección de dos curvas, no por la acción humana”. “Los economistas matemáticos substituyen los términos definidos de dinero por símbolos algebraicos, tal como se utilizan en el cálculo económico y creen que este procedimiento hace más científico su razonamiento. Tratan sobre el equilibrio de varios símbolos matemáticos como si fuera una entidad verdadera y no una noción limitativa, una simple herramienta mental. Lo que hacen es vano al jugar con símbolos matemáticos, un pasatiempo poco apropiado para transmitir conocimiento alguno. Impresionan profundamente al crédulo profano. De hecho, sólo confunden y embarran lo que los libros de texto de aritmética comercial y contabilidad explican en forma satisfactoria” (De “La acción humana”-Resumen en “Ideas sobre la libertad” Nº 41-Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires Abril 1982).

El valor que el consumidor otorga a un producto, no depende del tiempo de trabajo necesario para su realización ni de su costo total, sino de la posible utilidad o conveniencia personal. De ahí que, para la descripción del comportamiento económico, el valor subjetivo se adapta mejor a la realidad que considerar un valor objetivo, o de producción. Este resulta ser un indicio elocuente de la importancia que se le debe dar a los aspectos psicológicos en la ciencia económica.

Si se considera que las diversas ramas de las ciencias sociales deben ser coherentes y compatibles entre ellas, debe encontrarse una teoría de la acción humana de alcance general, que involucre tanto a la ética como a la economía, o al comportamiento ético del agente económico. Tal teoría puede surgir tanto de la psicología social como de la propia ciencia económica, recordando que el libro básico de Ludwig von Mises se titula precisamente “La Acción humana”, siendo un intento en ese sentido. Jesús Huerta de Soto escribió: “Cabe resaltar el importante resurgir de la ética y del análisis de la justicia como campo de investigación de excepcional trascendencia en el ámbito de los estudios sociales”.

“Quizá una de las aportaciones más importantes de la teoría de la libertad en este siglo haya sido el poner de manifiesto que el análisis consecuencialista de costes y beneficios no es suficiente para justificar la economía de mercado”.

“Desde un punto de vista estratégico, básicamente son las consideraciones de tipo moral las que mueven el comportamiento reformista de los seres humanos, que en muchas ocasiones están dispuestos a realizar importantes sacrificios para perseguir lo que estiman bueno y justo desde el punto de vista moral, comportamiento que es mucho más difícil de asegurar sobre la base de fríos cálculos de costes y beneficios, que poseen además una virtualidad científica muy dudosa” (Del Estudio Preliminar en “Creatividad, capitalismo y justicia distributiva” de Israel M. Kirzner-Ediciones Folio SA-Barcelona 1997).

Es oportuno señalar sintéticamente la visión que desde la psicología social se tiene tanto de la acción humana como de la ética asociada. En primer término se advierten dos tendencias principales que son la cooperación y la competencia. Como el hombre dispone de una respuesta, o actitud, característica, entre sus componentes emotivas se encuentra el amor, que le permite adoptar la tendencia cooperativa, siendo el amor la predisposición a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias. Las actitudes competitivas son el egoísmo y el odio, siendo la restante la indiferencia o negligencia. De ahí que el intercambio comercial que perdura es aquel por el cual se busca un beneficio simultáneo de ambas partes. Luego, la optimización de la actividad económica coincide con la optimización ética (o mejoramiento personal). La competencia en el mercado, por lo tanto, no implica una competencia basada en el egoísmo, sino que surge en quien busca ser más cooperador que los demás.

Generalmente se aduce que el capitalismo se basa en el egoísmo y, por lo tanto, que lo promueve. En realidad, debe decirse que la economía de mercado puede funcionar adecuadamente a pesar del egoísmo de sus actores, lo que es algo diferente. Por ejemplo, si un empresario egoísta trata de pagar salarios muy bajos (inferiores a los del mercado), podrá perder su capital humano ya que sus empleados podrán irse a otra empresa. De ahí que le resulte económicamente más beneficioso elevarlos. De esa manera, el sistema económico tiende a compensar parcialmente los defectos morales. La existencia de valoraciones subjetivas en economía no implica que ellas provengan de un subjetivismo o relativismo moral subyacente. “Una cosa es que las valoraciones, utilidades y costes sean subjetivas, como correctamente pone de manifiesto la ciencia económica, y otra bien distinta es que no existan principios morales de validez objetiva. Es más, estimamos que no sólo es conveniente sino también perfectamente posible el desarrollo de toda una teoría científica sobre los principios morales que hayan de guiar el comportamiento humano en la interacción social”.

Los principios subyacentes a la acción humana fueron considerados por Ludwig von Mises como principios no verificables experimentalmente. Sin embargo, las actitudes básicas del hombre, señaladas antes, son relativamente fáciles de advertir en la vida cotidiana. Al respecto escribió: “El hombre cuenta con una sola herramienta para combatir el error: la razón. El hombre utiliza la razón a fin de elegir entre las satisfacciones incompatibles de los deseos en conflicto”.

“El criterio último para determinar la exactitud o inexactitud de un teorema económico, es únicamente la razón sin ayuda de la experiencia”. “Ya no es posible definir claramente los límites que existen entre el tipo de acción correspondiente al campo mismo de la ciencia económica en el sentido más estricto y otro tipo de acción”. “La teoría general de la acción humana, la praxeología, emerge de la economía política de la escuela clásica. Los problemas económicos o catalácticos se encuentran unidos a una ciencia más general y ya no pueden desligarse de esta conexión. Ningún tratamiento adecuado de los problemas económicos, puede evitar el hecho de partir de actos electivos; la economía se vuelve una parte, si bien la parte más desarrollada hasta la fecha, de una ciencia más universal, la praxeología”.

“La praxeología –y en consecuencia también la economía- es un sistema deductivo. Toma impulso desde el comienzo mismo de sus deducciones, a partir de la categoría de la acción”. “La praxeología es una ciencia teórica y sistemática, no histórica. Sus enunciados y proposiciones no derivan de la experiencia. Son, como aquellas de la lógica y las matemáticas, apriorísticas. No están sujetas a la verificación o falseación en base a la experiencia o a los hechos”.

Puede decirse que, si la economía adoptara como base la teoría de la acción de la psicología social, podrá ser considerada también como una rama integrante de las ciencias sociales, lo que no resulta ser una novedad, aunque la anterior opinión de Mises la dejaba alejada del ámbito de la ciencia experimental.

Para evitar este inconveniente, desde la economía se ha propuesto un principio ético aplicable a toda actividad económica ejercida con libertad. Jesús Huerta de Soto escribió: “El planteamiento ético fundamental deja de consistir en cómo distribuir equitativamente «lo existente», pasando más bien a concebirse como la manera más conforme a la naturaleza humana de fomentar la creatividad. Es aquí donde la aportación de Kirzner en el campo de la ética social entra de lleno: la concepción del ser humano como un actor creativo hace inevitable aceptar con carácter axiomático que «todo ser humano tiene derecho natural a los frutos de su propia creatividad empresarial». No sólo porque, de no ser así, estos frutos no actuarían como incentivo capaz de movilizar la perspicacia empresarial y creativa del ser humano, sino porque además se trata de un principio universal capaz de ser aplicado a todos los seres humanos en todas las circunstancias concebibles”.

“Parece evidente que si alguien crea algo de la nada, tiene derecho a apropiarse de ello, pues no perjudica a nadie (antes de que se creara no existía aquello que se creó, por lo que su creación no perjudica a nadie y, como mínimo, beneficia al actor creativo, si es que no beneficia también a otros muchos seres humanos)”.

En realidad, el principio de Kirzner ha de ser aplicado a la acción económica y productiva, mientras que el “Amarás al prójimo como a ti mismo” sigue siendo el principio ético de mayor generalidad y que, incluso, orienta también las actividades económicas (o debería orientarlas), esta vez interpretándolo como la actitud por la cual intentamos compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, incluyendo por ello como “prójimo” a quien establece con nosotros algún tipo de intercambio económico.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Auges y crisis en economía

El auge de la economía y la crisis posterior (el ciclo económico), aparecen secuencialmente, como causa y efecto, siempre que el auge haya sido consecuencia de una expansión crediticia “artificial”, es decir, fuera del proceso autorregulado del mercado. Esta es la conclusión a la que arriban los economistas de la Escuela Austriaca. De ahí que recomiendan a los bancos prestar dinero solamente en la cantidad disponible, dejando de lado las posibilidades estadísticas.

Los ciclos económicos han sido definidos como: “Periodos alternantes de alza y baja en los niveles de actividad económica con características similares en la producción, los precios, etc., fluctuantes de un «ciclo» a otro. Estas variaciones cíclicas pueden remontarse a finales del siglo XVIII y, posiblemente, a fechas anteriores. Un ciclo típico consistía en un periodo de expansión, un cambio de tendencia o recesión, un periodo de contracción y un cambio de tendencia hacia arriba o recuperación. Todo el ciclo duraba, generalmente, de cinco a once años. Durante la contracción («depresión») bajaban los precios, la renta nacional y el empleo, y durante la expansión («prosperidad») aumentaban”.

“Han aparecido numerosas y variadas teorías para explicar los ciclos económicos y toda la materia ha sido objeto de un fuerte debate entre los economistas. Una explicación «ecléctica» podría presentarse así: siempre que la demanda total de bienes y servicios sea inferior a la necesaria para mantener la producción a los niveles existentes, el nivel de producción y, por tanto, el empleo, descenderán. Esto puede ser debido a una tendencia de la economía a ahorrar demasiado (a subconsumir), o a crear una escasez del gasto de inversión para cubrir la brecha de la demanda agregada causada por los ahorros planeados (subinversión)” (Del “Diccionario de Economía” de A. Seldon y F.G. Pennance-Ediciones Orbis SA-Barcelona 1983).

Recordemos que los bancos reciben dinero en forma de ahorro, por el cual el ahorrista recibe un interés. Luego el banco otorga préstamos, con ese dinero, cobrando un interés algo mayor, de donde el banco obtiene su ganancia por la intermediación. Como la mayor parte de los ahorristas depositan su dinero a largo plazo, los bancos tienden a prestar una cantidad mayor de dinero que la que realmente ha recibido, ya que pocas veces ocurre que todos los ahorristas concurrirán juntos a retirar sus depósitos, lo que provocaría el quebranto del banco, hecho que sólo ocurre cuando una severa crisis financiera ha llegado. Para evitar estos inconvenientes, los distintos países tienen un Banco Central que apoya a los bancos poco solventes, pero a costa de inyectar dinero que de esa forma perjudica a otros sectores de la economía.

El capital prestado mediante los créditos bancarios es un importante factor de la producción. Si en lugar de ser el producto del esfuerzo y del ahorro, se lo crea prácticamente de la nada, estaríamos en una situación parecida a crear energía en lugar de transformarla a partir de alguna otra forma previamente existente. De ahí que, posiblemente, el proceso autorregulado del mercado tienda a reaccionar ante las perturbaciones ajenas a su funcionamiento de una manera similar a la evidenciada cuando se imprimen billetes a un ritmo superior al del crecimiento de la producción (inflación).

Como ejemplo puede citarse la crisis del 2008 producida esencialmente por el otorgamiento de créditos para la compra de viviendas, en EEUU, cuyos beneficiarios no podían devolver a los bancos. En España, por otra parte, al existir créditos baratos, es decir, con intereses menores a los de un mercado no perturbado o intervenido, permitió el auge de la construcción de viviendas para las cuales no existía la demanda correspondiente, promoviendo de esa forma la severa crisis posterior.

Veamos lo que dice Ludwig von Mises al respecto: “La demanda de créditos por parte del público es una magnitud que depende de la disposición de los bancos para prestar dinero, y los bancos que no se preocupan por su propia solvencia están en posición de expandir el crédito disponible bajando el interés a una tasa menor que la del mercado. Bajar la tasa de interés equivale a aumentar la cantidad de crédito a niveles que erróneamente se consideran justos y normales en las operaciones mercantiles”.

“Los billetes de banco se convierten en medios fiduciarios dentro de una economía de mercado libre de trabas. Los depósitos a la vista son sustitutos monetarios y en tanto su monto exceda las reservas retenidas, son instrumentos fiduciarios y en consecuencia, constituyen un vehículo de expansión crediticia no menor que los billetes de banco. El causante de la expansión crediticia fue el banquero, no la autoridad, pero hoy en día es una práctica del gobierno exclusivamente”.

“Mientras la cuantía de la expansión crediticia que los bancos privados y los banqueros pueden manejar en un mercado libre de trabas se encuentre estrictamente limitada, los gobiernos tendrán como objetivo el mayor monto posible de expansión crediticia. Esta es la principal herramienta en su lucha contra la economía de mercado libre”. “Lo que se necesita para evitar una mayor expansión crediticia es colocar a las operaciones dentro de las reglas dictadas por las leyes civiles y comerciales, obligando a todo individuo o firma cumplir con todas las obligaciones de acuerdo con los términos establecidos en el contrato”.

“Una banca libre es el único método para evitar los peligros inherentes a la artificial expansión crediticia. Sólo una banca libre hubiera protegido a la economía contra las crisis y las depresiones”.

“En la actualidad no hay ningún gobierno que quiera considerar la creación de un programa de banca libre, porque ningún gobierno desea renunciar a lo que estima una fácil fuente de ingresos. Aquellos estadounidenses que lograron deshacerse en dos oportunidades de un banco central tenían conciencia de los peligros de dichas instituciones; fue demasiado desastroso el hecho de no haber visto que los males que ellos trataban de eliminar estaban presentes en todo tipo de injerencia gubernamental en las operaciones bancarias” (De “La acción humana”-Resumen en “Ideas sobre la libertad” Nº 41-Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires Abril 1982).

Si no existiese el Banco Central, los bancos que expanden artificialmente el crédito, podrían terminar cerrando sus puertas ante la imposibilidad de devolver el dinero de los ahorristas. Si bien el Banco Central estatal protege a los ahorristas al auxiliar a los bancos mencionados, permite también que tales prácticas crediticias se mantengan y de esa manera se siga promoviendo la existencia de auges artificiales con las posteriores crisis financieras, que por cierto también producen serios inconvenientes, aunque esta vez involucrando a prácticamente toda la población, y no sólo a los ahorristas de un banco.

Se ha diferenciado el auge artificial (burbuja financiera), creado por la expansión crediticia excesiva, del auge natural, que implica que el crédito bancario está consolidado en base a ahorros concretos y reales. De la misma manera en que un proceso inflacionario enmascara las señales que el mercado brinda a empresarios e inversores, la expansión crediticia artificial tiende también a confundirlos.

Ludwig von Mises agrega: “Para que surja un auge artificioso es condición indispensable un aumento de la cantidad de instrumentos fiduciarios. La reaparición de los periodos de auge seguidos por periodos de depresión, es el resultado inevitable de los repetidos intentos de bajar las elevadas tasas de interés del mercado por medio de la expansión crediticia. No hay forma de evitar el colapso final del auge originado por tal expansión. Entonces existen dos posibilidades, a saber, que la crisis sobrevenga más pronto como resultado del abandono voluntario de una nueva expansión crediticia, o más tarde, como una catástrofe final y total del sistema monetario en cuestión”.

“El fracaso se percibe en cuanto los bancos se atemorizan ante el ritmo acelerado del auge y comienzan a reducir la expansión crediticia. El cambio en la conducta de los bancos no crea la crisis. Simplemente pone de manifiesto el estrago causado por los errores que cometieron las empresas durante el periodo de auge. La escasez de créditos que marca la crisis no es causada por la reducción de la actividad comercial sino por la abstención de una ulterior expansión crediticia. Esto afecta a todas las empresas; no sólo a las que están definitivamente predestinadas al fracaso, sino también y no en menor grado, a aquellas que se hallan en estado de solvencia y podrían florecer si hubiera un sistema crediticio sano. Como las deudas pendientes no se saldan, los bancos carecen de medios para otorgar créditos aun a las firmas más sólidas. La crisis se generaliza y obliga a todas las ramas de la actividad económica y a todas las firmas a restringir sus operaciones. Pero no hay forma de evitar estas consecuencias, producto del auge precedente”.

“Los precios de los factores de producción –tanto materiales como humanos- han alcanzado un nivel excesivo durante el periodo de auge. Primero deben bajar para que las operaciones comerciales puedan volver a arrojar ganancias. La recuperación y la vuelta a la «normalidad» sólo pueden comenzar cuando los precios y los salarios estén tan bajos que un número suficiente de individuos dé por sentado que ya no bajarán más. Por lo tanto, el único medio de acortar el periodo de mal funcionamiento de las operaciones, es evitar cualquier intento de retrasar la baja de precios y salarios. Todo intento por parte del gobierno o de los sindicatos para evitar o retrasar esta adaptación saludable, solamente prolonga el estancamiento”.

“Fuera del colapso posterior al auge, hay sólo una manera de volver atrás. Debe descender el nivel de los salarios; la gente debe restringir el consumo temporariamente, hasta que sea restituido el capital gastado en malas inversiones. Es totalmente falsa la creencia sustentada por los defensores de la expansión crediticia y la inflación, de que la abstención de una mayor expansión crediticia y de la inflación, perpetuarían la depresión. Los remedios sugeridos por estos autores no harían que el auge durara para siempre. Simplemente perturbarían el proceso de recuperación y agravarían el colapso final”.

“El auge sólo puede mantenerse en tanto la expansión crediticia progrese a pasos cada vez más acelerados y finaliza cuando no se inyectan cantidades suplementarias de medios monetarios en el mercado. Pero no podría durar eternamente, aun cuando la inflación y la expansión crediticia continuaran sin cesar. Tropezaría entonces con las inevitables barreras que impiden la expansión ilimitada del crédito y conduciría al colapso y a la total destrucción del sistema monetario”.

Finalmente se sugiere escuchar la conferencia de Jesús Huerta de Soto ubicada en la siguiente dirección de Internet: https://www.youtube.com/watch?v=puBNiGxDt5g

martes, 9 de febrero de 2016

Argentina-Inglaterra: una relación conflictiva

La época en que se produce el mayor crecimiento de la Argentina está asociada al vínculo comercial establecido con Inglaterra. Sin embargo, un gran sector de la población argentina ve en tal vínculo algo negativo por cuanto también se beneficio Inglaterra. Tal sector, posiblemente, lo hubiese visto como positivo si las ventajas hubiesen sido sólo para nuestro país. En cierta forma se mantiene una actitud similar a la de quienes sostenían que debía exportarse lo más posible importando del exterior lo menos posible buscando un aparente beneficio unilateral. David Downing escribió: “El ferrocarril facilitó el desarrollo de las Pampas, una extensa zona de suelo fértil sin plantaciones que conforma la mayor reserva de riqueza natural de la Argentina. En la década de 1860 se plantaron cosechas de algodón para compensar la escasez provocada por la Guerra Civil Norteamericana, que posteriormente dieron lugar a la lana y los granos. Recién a principios de 1900 se realizaron avances en las técnicas de refrigeración que permitieron el inmenso desarrollo del comercio de carne congelada, que sería el sustento de la economía durante los siguientes cincuenta años”.

“Los británicos compraron gran parte de estos productos agrícolas. Los llevaban hasta muelles británicos en trenes británicos y los transportaban en buques de carga británicos. Por supuesto, entregaban a cambio mercaderías británicas. Los argentinos que querían participar del negocio acudían a bancos británicos en busca de préstamos, volvían a sus hogares en tranvías británicos y bebían agua que les proporcionaba la empresa británica a cargo del servicio. Para 1913 el sesenta por ciento de las inversiones extranjeras en la Argentina eran británicas. No habían podido conquistar el país, pero de esta forma adquirían mayores ganancias y menores inconvenientes”.

“Para el inglés victoriano promedio (de hecho, también para la mentalidad corporativa del siglo XIX), éste era un buen negocio: obtenían los granos y la carne que necesitaban y que los EEUU, con sus crecientes niveles de población, ya no podían proveer. Por su parte, la Argentina conseguía los bienes industriales que no era capaz de producir por sí misma. Los ingleses aumentaban las ganancias y los argentinos, el nivel de infraestructura y la economía. ¿Qué había de malo en esto?” (De “Argentina vs. Inglaterra”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 2006).

Puede decirse que la decisión de establecer tales intercambios fue bastante más acertada que la de seguir siendo una atrasada población asediada por malones indígenas que vivían del saqueo, la rapiña y la delincuencia. Sin embargo, posteriormente se advirtió que el comercio internacional resulta más beneficioso cuando se establece en el marco del mercado internacional, en lugar de la cómoda dependencia establecida respecto de un solo país. Luis Alberto Romero escribió: “A lo largo de cuatro décadas, y aprovechando una asociación con Gran Bretaña que era vista como mutuamente beneficiosa, el país había crecido de modo espectacular, multiplicando su riqueza. Los inmigrantes, atraídos para esa transformación, fueron exitosamente integrados en una sociedad abierta, que ofreció abundantes oportunidades para todos, y si bien no faltaron las tensiones y los enfrentamientos, éstos fueron finalmente asimilados y el consenso predominó sobre la contestación”.

“Si las ganancias de los socios extranjeros fueron elevadas –a través de los ferrocarriles y frigoríficos, del transporte marítimo, de la comercialización o del financiamiento-, también lo fueron las del Estado, provenientes fundamentalmente de impuestos a la importación, y las de los terratenientes, quienes, dadas las ventajas comparativas con respecto a otros productores del mundo, optaron por destinar una porción importante de éstas al consumo. Ello explica en parte la magnitud de los gastos realizados en las ciudades, que unos y otros se ocuparon en embellecer imitando a las metrópolis europeas, pero cuyo efecto multiplicador fue muy importante”.

“El ingreso rural se difundió en la ciudad multiplicando el empleo y generando a su vez nuevas necesidades de comercios, servicios y finalmente de industrias, pues en conjunto las ciudades, sumadas a los centros urbanos de las zonas agrícolas, constituyeron un mercado atractivo. El sector industrial alcanzó una dimensión significativa y ocupó a mucha gente. Algunos grandes establecimientos, como los frigoríficos, molinos y algunas fábricas grandes, elaboraban sus productos para la exportación o el mercado interno” (De “Breve historia contemporánea de la Argentina”-Fondo de Cultura Económica-Buenos Aires 2001).

Es oportuno mencionar que los vínculos comerciales fueron establecidos esencialmente con empresas e inversores británicos, y no con el Estado respectivo. H. S. Ferns escribió: “En la solución, o presunta solución, de los problemas creados por la gran afluencia de capital que ya estaba en marcha en 1881, las autoridades políticas londinenses y sus representantes de Buenos Aires no tuvieron ninguna participación. Las autoridades argentinas trataban directamente con los banqueros europeos y con los propietarios de ferrocarriles y empresarios de la Argentina. Cuando la afluencia de capital empezó a disminuir en 1885, la administración del general Roca decidió que debía tomarse alguna medida para restaurar la confianza tan necesaria para inducir a los inversores a comprar títulos argentinos, acciones ferroviarias y documentos similares. Carlos Pellegrini fue enviado a Europa, donde negoció directamente con un comité de banqueros…Ni el gobierno británico ni el Banco de Inglaterra tuvieron injerencia alguna en el acuerdo firmado por Pellegrini para hipotecar los ingresos aduaneros argentinos y no pedir más préstamos monetarios sin el consentimiento de los bancos”.

En cuanto a una crisis que afectó a uno de tales bancos, el Baring Brothers, el citado autor escribe: “La crisis financiera fue obviamente de gran importancia tanto para la comunidad argentina como para la británica. Pero no fue una crisis entre los gobiernos argentino y británico. Estuvieron íntimamente comprometidos en la crisis, pero cada cual contribuyó a la solución dentro de su propia comunidad, y no mediante la confrontación o la negociación recíproca en tanto autoridades soberanas”.

“Ya en 1848 lord Palmerston, en una circular dirigida a las misiones británicas en el extranjero, había afirmado el derecho y la determinación del gobierno británico de proteger a los súbditos británicos contra las injusticias perpetradas por gobiernos extranjeros, pero también aclaró que los súbditos británicos que optaban por prestar dinero a gobiernos extranjeros o invertir en comunidades extranjeras antes que prestar e invertir en Gran Bretaña y sus dependencias lo hacían por su propia cuenta y que «las pérdidas de hombres imprudentes que han depositado una equivocada confianza en la buena fe de gobiernos extranjeros, sería una saludable advertencia para otros»”.

“Más tarde, en 1861, Granville hizo más explícita la política sobre el cobro de deudas: «El gobierno de Su Majestad no está de ninguna manera involucrado en las transacciones privadas con Estados extranjeros. Los contratos de esta índole sólo se conciertan entre la potencia deudora y los capitalistas que se comprometen en estas empresas especulativas y se contentan con afrontar riesgos extraordinarios con la esperanza de grandes ganancias contingentes, el riesgo de complicaciones internacionales, medidas de fuerza, si se adoptaren contra Estados pequeños…sometería a este país a ofensivas acusaciones»” (De “Las relaciones anglo-argentinas 1880-1910” en “La Argentina del ochenta al centenario” de Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1980).

El comercio internacional, cuando se realiza con otro país solamente, se establece una dependencia anormal por cuanto si el país poderoso entra en crisis, la traslada inmediatamente al más débil. Luis Alberto Romero agrega: “Por otra parte, la Primera Guerra Mundial, que había estallado en 1914, permitía vislumbrar el fin del progreso fácil, crecientes dificultades y un escenario económico mucho más complejo, en el que la relación con Gran Bretaña no bastaría ya para asegurar la prosperidad”.

Para superar tales situaciones de dependencia económica, no sólo debe esperarse una mejor actitud del país fuerte, sino que el país débil abandone sus debilidades y defectos. Así como la sobreprotección del niño y del adolescente tiende a limitar su desarrollo futuro, la dependencia económica muy acentuada tiende a limitar las aptitudes para establecer el desarrollo económico pleno. Mahatma Gandhi escribió respecto de los ingleses y del dominio que ejercieron en la India: “Los ingleses no se apoderaron de la India; fuimos nosotros los que se la dimos. No es por sus propias fuerzas como se mantuvieron en la India, sino porque nosotros los retuvimos”.

“En un principio, los ingleses llegaron a la India por razones comerciales. Recuerde usted la Compañía Bahadur. ¿Quién hizo de ella lo que fue después? En esa época, no tenían el menor propósito de establecer un reino. ¿Por quienes fueron ayudados los funcionarios de la Compañía? ¿Quién fue tentado a la vista de su dinero? ¿Quién compró sus bienes? La historia demuestra que fuimos nosotros quienes hicimos todo eso. La perspectiva de hacernos ricos demasiado rápidamente nos hizo recibir con los brazos abiertos a los funcionarios de la Compañía. Les hemos ayudado”.

“Supongamos que yo tuviese el hábito del alcohol y que un comerciante viene a vendérmelo; ¿será a éste o a mí a quien debe acusarse? ¿Perderé el hábito por el hecho de acusar al comerciante? Y si arrojo a uno de ellos ¿no vendrá otro a ocupar su lugar?”.

“Las mismas circunstancias que les dieron la India, les permitieron mantenerse en ella. Algunos ingleses sostienen que ellos han tomado la India por las armas y que la conservan por los mismos medios; ambas afirmaciones son falsas. Somos nosotros los que hemos conservado a los ingleses, y las armas no tienen en eso ningún papel. Se dice que Napoleón llamaba a los ingleses un pueblo de mercachifles. Nada los pinta mejor. Ellos no conservan sus dominios más que para finalidades comerciales; su ejército y su flota, para proteger sus intercambios” (De “La civilización occidental y nuestra independencia”-Editorial Sur SRL-Buenos Aires 1959).

El analista internacional Andrés Cisneros, manifestaba en un programa televisivo que no habrá cambios significativos respecto del conflicto de las Islas Malvinas hasta que la Argentina pueda llegar a ser un país importante en el concierto de las naciones y que convenía, mientras tanto, mantener con Gran Bretaña la mejor de las relaciones posibles.