viernes, 1 de mayo de 2009

¡ Pobre patria mía !

Por Marcos Aguinis

Venimos soportando un lustro de perpetua confrontación, desprecio, venganza, inequidad, abuso y grosería, sin advertir que nuestro país resucitó de la casi muerte que lo invadió a fines de 2001. En 2002, gracias a inesperados vientos de popa, más algunas medidas oportunas como la devaluación (hecha con defectos), el Diálogo Argentino y subsidios que debían ser transitorios (pero se convirtieron en un cáncer), las cosas mejoraron.


El “yuyito” de la soja completó el milagro. Pero tomó el poder un autoritario y rencoroso Kirchner que llevó adelante una política errática, de pelea, de odio y expulsión de capitales. Creó una Kaja sometedora y corrupta, violó las instituciones, se mofó del poder judicial, jibarizó el Congreso, saboteó el desarrollo de los partidos políticos e hizo trizas la estructura federal. Puso trabas a las exportaciones que dañaron por mucho tiempo la credibilidad de los mercados y le hizo perder al país reservas de petróleo y gas como nunca en su historia, pese a haber gobernado una provincia que vivía de las regalías producidas por esos bienes.

Su espíritu destructor fue disimulado por la transitoria bonanza económica: los electrodomésticos se podían comprar en 24 cuotas sin intereses y llegó un tsunami turístico atraído por la devaluación que había realizado Duhalde. Algunos, alarmados por la agresividad de Néstor, pensaron que bastaría con cambiar un populismo rústico y maleducado por otro más elegante. Pero no se daban cuenta de que jamás sería suficiente, mientras no se respetaran sin concesiones la Constitución y todas las leyes que contribuyen a la estabilidad jurídica.Tampoco será suficiente mientras no se ponga límites al Ejecutivo, cosa que no ocurre desde hace tiempo. Parecemos la Inglaterra anterior a su Revolución gloriosa en 1688, cuando se establecieron las bases de una democracia en serio basada en los límites del rey y se desataron las fuerzas creadoras de una sociedad libre y más segura, volcada a la producción.

Nunca el matrimonio K entendió que el mundo es una inmensa oportunidad, donde nuestros productos serían devorados con fruición. Que no daríamos a basto. Nunca entendió que se deben respetar los derechos de la propiedad privada porque, al revés de lo que suponía el desubicado Proudhon, constituyen la raíz de la riqueza y un estímulo al respeto por el otro y por uno mismo. Aristóteles demostró que “lo que es de todos, no es de nadie”. La carencia de jerarquía de la propiedad privada permite el ingreso de la depredación.

El famoso “modelo K”, todavía oscuro, por lo menos deja entrever que ama la depredación.Para atraer el inmenso ahorro argentino depositado en el extranjero y convencer a nuestros ciudadanos de que paren de fugar sus ganancias no hace falta la varita del mago Merlín. Sólo bastaría con leyes claras, sensatas, estables y confiables. Y un acatamiento irrestricto a la Constitución. Los impuestos deben bajar hasta convertirse en tributos racionales, sin la actual mentira de la “coparticipación federal”.

Los salarios deberían ajustarse a la productividad de cada empresa, como se hace en los países inteligentes: a más ganancias, todos ganan más, desde el gerente hasta el portero. A menos ganancias, todos ganan menos, desde el gerente hasta el portero. De esa forma los mismos trabajadores, capataces y gerentes se estimulan entre sí para cumplir sus roles, entrenarse y acceder a un mejor nivel de vida.Debería realizarse una profunda reforma del Estado para que deje de ser una máquina de impedir, llena de funcionarios incapaces y aburridos, con una solución efectiva para la viveza criolla de ese ente llamado “ñoqui”, tan costoso y estéril.

Es preciso volver al brillo, a la calidad y a la buena remuneración de quienes transitan la carrera de la Administración Pública. Los políticos vienen y van, pero los funcionarios de carrera son quienes garantizan la continuidad de las políticas de Estado y quienes estarían mejor armados para impedir los zafarranchos de los delirantes que ingresan y pretenden comenzar de cero poniéndose una corona de laureles antes de merecerla.

(Extraído de “¡Pobre patria mía!” de Marcos Aguinis – Editorial Sudamericana SA – Abril/2009)
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