miércoles, 9 de mayo de 2012

Los efectos de la inflación

Con la palabra inflación se designaba originalmente a la propia acción del Estado por la cual emitía dinero a un ritmo mayor al del crecimiento de la producción, de ahí que lo que se “infla” es la cantidad de circulante. Luego, el aumento de precios subsiguiente es la primera consecuencia de tal decisión. Ludwig von Mises escribió: “La inflación es el proceso mediante el cual la cantidad de moneda aumenta considerablemente a espaldas del mercado. El principal medio del que se vale la inflación en Europa continental es la emisión de billetes de curso legal no convertibles. En este país (EEUU) la inflación se nutre fundamentalmente de los préstamos que el gobierno obtiene de los bancos comerciales, como también del incremento de la cantidad de papel moneda de diferentes tipos y de monedas divisionarias. El gobierno financia su gasto deficitario a través de la inflación”.

“La inflación tiene como consecuencia una tendencia general hacia la suba de los precios. Aquellos que se benefician con el flujo adicional de moneda pueden aumentar su demanda de bienes y servicios vendibles. Si las restantes variables permanecen constantes, este aumento de la demanda debe provocar un alza de precios. Ninguna filosofía o silogismo puede evitar esta consecuencia”.

“La revolución semántica, que es uno de los rasgos característicos de nuestros días, ha oscurecido y distorsionado este hecho. El término inflación es usado con un sentido diferente. Lo que la gente llama actualmente inflación no es inflación, es decir, un aumento de la cantidad de moneda y sustitutos de moneda, sino el alza general de precios y salarios que, en realidad, es la consecuencia inevitable de la inflación. Esta innovación semántica es peligrosa y requiere nuestra atención”.

“En primer lugar, no existen más términos disponibles para referirse a la inflación, entendida ésta como lo que antes significaba. Es imposible combatir un mal que no se puede nombrar. Los estadistas y políticos ya no tienen la posibilidad de recurrir a una terminología aceptada y entendida por el público cuando quieren describir la política financiera que combaten. Deben realizar una descripción y un análisis detallados de esta política, mencionando todas sus peculiaridades y brindando explicaciones minuciosas cada vez que hacen referencia a este fenómeno. Al no poder asignar un nombre a la política que incrementa la cantidad de moneda circulante, el problema persiste indefinidamente”.

“El segundo mal es causado por aquellos que realizan intentos desesperados e inútiles para combatir las inevitables consecuencias de la inflación (es decir, el aumento de precios), ya que disfrazan sus esfuerzos de manera tal que parecen luchar contra la inflación. Mientras enfrentan los síntomas pretenden estar combatiendo las raíces del mal, y al no comprender la relación causal entre el aumento de la circulación monetaria y de la expansión de crédito por un lado, y el alza de los precios por el otro, de hecho agravan la situación”.

“Los subsidios son el mejor ejemplo. Como ha sido señalado, los precios máximos reducen la oferta porque los productores marginales incurren en pérdidas si continúan produciendo. Para evitar esta consecuencia, los gobiernos ofrecen frecuentemente subsidios a los granjeros que operan con costos más elevados. Estos subsidios se financian con una expansión del crédito adicional. De este modo, la presión inflacionaria se ve incrementada. Si los consumidores tuvieran que pagar precios más altos por los productos en cuestión no existiría ningún efecto inflacionario. Los consumidores podrían utilizar sólo el dinero que ya había sido puesto en circulación, para efectuar esos pagos adicionales. Por eso la supuestamente brillante idea de combatir la inflación a través de subsidios provoca, en los hechos, más inflación”.

“El peligro real no reside en lo ya acontecido, sino en las falsas doctrinas provenientes de estos hechos. La superstición según la cual el gobierno puede prevenir las inevitables consecuencias de la inflación a través del control de precios constituye el principal peligro. Esto se debe a que dicha doctrina distrae la atención pública del fondo del problema. Mientras las autoridades están empeñadas en una lucha inútil contra el fenómeno que acompaña a la inflación, sólo unas pocas personas están atacando el origen del mal, es decir, los métodos que el tesoro emplea para solventar los enormes gastos. Mientras la burocracia ocupa las primeras planas de los periódicos con sus actividades, los datos estadísticos referidos al aumento de la circulación monetaria de la nación son relegados a un espacio secundario en las páginas financieras de los periódicos” (De “Planificación para la libertad”-Centro de Estudios Sobre la Libertad-Buenos Aires 1986).

Recordemos que el “modelo económico” vigente en la Argentina, luego de la severa crisis del 2001, se basa esencialmente en los excesivos gastos del Estado (que favorece el consumo y no tanto la inversión) y que disimula los aumentos de precios falseando los índices estadísticos oficiales publicados (algo “novedoso”, que no fue citado por von Mises). Lo que llama la atención es que la ayuda masiva a los sectores necesitados, que en todas partes se tomaría como un síntoma de la existencia de una persistente pobreza generalizada, es interpretada como una virtud de la política económica vigente. Por el contrario, si no se necesitara tanto de tal ayuda, por disponer la población de empleo efectivo, sería un indicio de que la economía va por un buen camino. Si bien tal modelo ha recibido un gran apoyo por parte del electorado nacional, es conveniente tener presente las opiniones de importantes economistas, basadas, sobre todo, en experiencias históricas producidas a lo largo y a lo ancho del mundo.

Es indudable que el proceso inflacionario presenta un gran atractivo para el ciudadano común por cuanto asocia el dinero con la riqueza, por lo cual, imprimir billetes sería, para él, algo similar a producir riquezas. Henry Hazlitt escribió: “La inflación cubre cualquier proceso económico con un velo de ilusión. Confunde y engaña a la inmensa mayoría, e incluso a quienes sufren sus consecuencias. Estamos todos acostumbrados a medir nuestros ingresos y riqueza en términos monetarios. Este hábito mental es tan poderoso que incluso economistas y estadísticos profesionales no pueden deshacerse de él. Es difícil estar atentos siempre en las relaciones económicas a los bienes y bienestar reales que las suscitan”.

“¿Quién de nosotros no se siente más rico y satisfecho cuando oye decir que la renta nacional se ha duplicado (en dólares, por supuesto), en comparación con la de algún periodo preinflacionario? Incluso el empleado que percibía 25 dólares y ahora gana 35, cree que ha mejorado de situación, aunque ahora todo le cueste el doble que cuando ganaba 25 dólares”.

“No es que permanezca ciego al alza experimentada en el costo de la vida. Pero no advierte tan claramente su situación real actual como lo hubiera hecho si, permaneciendo inalterado el actual costo de vida, le hubiera sido reducido el salario al objeto de asignarle el mismo poder adquisitivo más reducido que ahora posee como consecuencia del alza en los precios y aun a pesar del aumento conseguido en términos monetarios. La inflación es la autosugestión, la hipnosis o anestesia que amortigua el dolor de la operación. Es el opio del pueblo” (De “La economía en una lección”-Union Editorial SA-Madrid 1981).

Si algún funcionario propone, como un gesto patriótico hacia el mejoramiento de la economía nacional y la reducción del desempleo, que los trabajadores admitan una reducción de sus salarios, ello significará, seguramente, el fin de su carrera política. Pero, si la efectiva reducción del poder adquisitivo de los salarios, se debe a la “noble intención del redistribuidor de riquezas” (a través de emisión monetaria), tal político será aclamado por el pueblo. En cuanto al proceso de la elevación de precios, podemos citar un ejemplo dado por Ludwig von Mises:

“El gobernante que quiere hacer algo que estima beneficioso para el bien general –construir un hospital, por ejemplo- lo primero de que debe preocuparse es de conseguir los oportunos medios financieros a través de las consecuentes cargas fiscales. Si así procede, no provoca «problema de precios» alguno, pues, al haber sido forzadas las gentes, por la carga tributaria, a restringir las propias adquisiciones, el Estado puede permitirse esos dispendios que tan útiles considera. La administración, con sus compras, simplemente desplaza al particular. El ente público gasta más; el contribuyente, menos. Tal vez el gobierno compre cosas que las gentes no adquirirían. Pero, en el conjunto, la variación es mínima y los precios sustancialmente no cambian”.

“He tocado el tema del hospital por salir al paso de quienes argumentan diciendo que el gobierno puede hacer inversiones malas, pero también buenas. Prefiero suponer, para simplificar el planteamiento, que los proyectos y decisiones de quien se halla en el poder son siempre excelentes, pues lo que me interesa destacar es que, a efectos inflacionarios -precisamente lo que a las gentes tanto aterra- para nada cuenta en qué se invierte el dinero, sino en cómo el correspondiente numerario llega a las manos del sujeto gastador”.

“Cuando la administración, para pagar los gastos de construcción del hospital, en lugar de acudir a la vía fiscal, crea moneda, quienes la reciben, efectivamente gastan más, pero sin que se haya reducido la capacidad de compra de los contribuyentes. Quienes reciben los nuevos medios de pago se lanzan al mercado donde compiten por las existentes mercancías con los anteriores adquirientes de las mismas que conservan suficiente dinero para seguir comprando. Ahora bien, como quiera que la cuantía de mercancías no ha crecido por el simple aumento de la masa dineraria, la presión compradora sobre los diferentes bienes y servicios se refuerza, lo que desata una tendencia alcista de los precios. Y esto no se evita por bueno o encomiable que pueda juzgarse el destino que se dé a los nuevos medios de pago” (De “Seis lecciones sobre el capitalismo”-Unión Editorial SA-Madrid 1981).

Quienes reciben el dinero extra, producido por la emisión de billetes, como es el caso de los constructores de ese hospital, no sufrirán las consecuencias de la suba de precios que ocurrirá en el futuro. Si ellos gastan, por ejemplo, en alimentos, en tal sector del mercado, al aumentar la demanda sin hacerlo la oferta, aparecerá una tendencia alcista. La suba se irá generalizando a otros sectores del mercado, mientras que los últimos en recibir el aumento de sus salarios, serán los que verán reducido su nivel de vida por la suba de precios.

Puede decirse que el proceso del mercado es menos malo que el del mercado intervenido (intervencionismo) o que el del mercado abolido (socialismo). Si tuviésemos que sintetizar el pensamiento liberal, en cuanto a la economía, podríamos reducirlo a la siguiente expresión: Toda decisión gubernamental que distorsione el proceso del mercado tiende, en el largo plazo, a producir peores resultados que aquellos que se hubiesen alcanzado a través del libre desarrollo del tal proceso.

No hay comentarios: