Las distintas religiones nos ofrecen un panorama poco alentador por cuanto persisten inconvenientes en aquellos lugares en donde conviven dos o más grupos religiosos. La adaptación recíproca y la convivencia se tornan a veces poco factibles. De ahí que debamos establecer algún criterio para la aceptación, o el rechazo, de las distintas propuestas que surgen desde ese ámbito. Para que exista unión entre los diversos sectores es necesario buscar aquellos aspectos que sirvan de vínculo, es decir, debemos buscar aspectos de coincidencia superiores que permitan establecer acuerdos mínimos y durables. Es un caso parecido al del tradicional antagonismo existente entre clubes de fútbol cuya rivalidad da lugar a diversos enfrentamientos. En ese caso, la instancia superior es el seleccionado nacional, el cual se conforma con los aportes de jugadores de varios clubes y se consigue así la unión de todos los simpatizantes, actuando como un vínculo de unión por cuanto es compartido y aceptado por todos.
En el caso de las religiones, sólo existe como fundamento una tradición oral y escrita que ha de aceptarse mediante la fe. Varias de ellas parten de la certeza de que hubo una previa alianza entre Dios y algún profeta, siendo su contenido distinto a la establecida entre Dios y otros profetas. De ahí que el camino de la tradición y de la fe resulta insuficiente para llegar a algún tipo de acuerdo. Sin embargo, llega a nuestra ayuda la visión del mundo que disponemos a partir de la ciencia experimental, la que puede considerarse como una instancia superior para dirimir conflictos religiosos.
En realidad, la instancia superior no es la ciencia en sí, sino el concepto de ley natural. Todo lo existente se encuentra regido por algún tipo de ley, ya se trate del mundo material o bien sea de los propios seres humanos. Los libros sagrados, al ser escritos por hombres, llevan cierto subjetivismo implícito, por lo que resultan insuficientes para el propósito unificador. Por el contrario, las leyes naturales tienen un carácter objetivo por cuanto no son hechas por el hombre, sino que vienen de Dios, o de la naturaleza.
A partir de ahí, todo resulta más sencillo por cuanto tenemos un marco de referencia objetivo respecto del cual podremos convalidar todo contenido religioso de la misma manera en que se verifica una teoría científica; es aceptada aquella que concuerda en mayor grado con las leyes naturales que trata de describir, siempre que el error sea menor que el admisible en su propio ámbito del conocimiento.
Si el contenido de alguna religión resulta incompatible con alguna ley natural elemental, debemos suponer que falló la religión, y no la propia ley, que viene de Dios. Así como las distintas teorías científicas, referidas a un mismo tema, se adaptan en mayor o menor grado a las leyes naturales, las distintas religiones también se adaptarán de esa forma. De ahí que les otorguemos una presunción de veracidad diciendo que son todas verdaderas hasta que se demuestre lo contrario.
Cuando una religión produce resultados poco deseables por cuanto da lugar a antagonismos irreconciliables, decimos que resulta incompatible con el espíritu de la religión, o que ha sido adaptada a los gustos particulares de las distintas personas o grupos, es decir, a la religión moral se la ha distorsionado hasta convertirla en una religión pagana; o que se la ha paganizado.
Recordemos que las religiones politeístas eran denominadas “paganas” por los cristianos, por cuanto se basaban en la creencia en la existencia de dioses especializados en alguna de las fuerzas de la naturaleza, mientras que las religiones reveladas habrían de ser consideradas, con el tiempo, compatibles con las leyes naturales, y de ahí su carácter esencialmente moral, es decir, mientras que en el caso de la religión pagana es el dios especializado quien actúa favoreciendo a quienes le piden algún favor, en las religiones morales los favores se logran luego de un comportamiento ético adecuado consistente en el cumplimiento de los mandamientos establecidos al respecto.
Si bien, puede argumentarse, la ciencia experimental describe los aspectos evidentes y comprobables de la realidad, se le sugiere no inmiscuirse en aquellos poco evidentes e incluso poco accesibles a la razón, atribuidos al contenido de la religión. Sin embargo, es evidente que toda religión termina definiendo una actitud a adoptar, siendo accesibles a la observación tanto los seres humanos como sus actitudes, las que, justamente, son accesibles a nuestras decisiones por cuanto admiten cambios favorables (y también desfavorables).
A partir del conocimiento disponible en la actualidad, podemos establecer una religión natural que ha de ser compatible con la ley natural y con la ciencia experimental. Luego, se podrá intentar buscar cierta compatibilidad de alguna de las religiones tradicionales con la religión natural. De esa forma podremos convalidar o fortalecer a la religión tradicional con la esperanza de que ello permita lograr algún tipo de mejoramiento en las relaciones entre individuos y entre pueblos. Si bien esta postura puede ser rechazada por muchos adherentes a las creencias tradicionales, debe recordarse que esta propuesta trata de salvar los serios conflictos producidos por aquéllas y que, si se la rechaza, simplemente seguiremos como hasta ahora con los conflictos de siempre. Si el conflicto es mayoritariamente deseable, en lugar de la paz, poco podrá hacerse para revertir la situación.
La religión natural, como se dijo, describe y busca adaptarse a las leyes naturales, mientras que el adepto a la religión tradicional, por lo general, pide a Dios que interrumpa las leyes naturales por él establecidas, lo que es visto desde la religión natural como una forma de rebelión contra tales leyes y de ahí, hacia el propio Dios. En la postura deísta, como también se denomina a la que adhiere a la religión natural, se excluye el milagro estricto, como una intervención de Dios que interrumpe sus propias leyes, por cuanto la idea esencial radica en nuestra posible adaptación a las mismas, que encuadra en el proceso general de adaptación provisto por la propia naturaleza en el proceso de evolución y posterior adaptación. De ahí que la religión natural consista esencialmente en un medio que explícitamente busca establecer nuestra adaptación cultural al orden natural.
Podemos decir que dos religiones son equivalentes cuando sugieren mandamientos similares, por lo que han de inducir similares comportamientos en sus receptores. De ahí que si podemos, en el marco de las ciencias sociales, establecer sugerencias de tipo ético y también de tipo cognitivo, y si esas sugerencias han de coincidir con los mandamientos asociados a alguna religión tradicional, entonces podremos afianzar la religión moral ya que será accesible no sólo a quienes basan sus vidas en la fe, sino también en quienes lo hacen a partir del razonamiento y de la observación directa de la realidad.
Desde la Psicología Social se considera a la actitud característica como la resultante de toda herencia biológica y de toda influencia social recibida por el individuo. Tal tipo de respuesta individual, que caracteriza a todo individuo, habiendo tantas actitudes posibles como individuos existan, puede clasificarse, sin embargo, en base a unos pocos componentes que son como los “ingredientes” básicos de los cuales todos tenemos, aunque en distintas proporciones.
Como en la Psicología Social se establecen descripciones que involucran a las dos tendencias principales, como la cooperación y la competencia, las componentes afectivas de nuestra actitud característica responderán a esas tendencias, es decir, para responder eficazmente a la tendencia a la cooperación, disponemos del amor, como la aptitud para compartir las penas y las alegrías de los demás como si fuesen propias, lo que también se conoce como empatía. Por otra parte, quienes adoptan una actitud competitiva disponen del egoísmo y del odio, siendo el egoísmo la tendencia a interesarnos sólo por cada uno de nosotros mismos mientras que el odio transforma las alegrías ajenas en tristeza propia y la tristeza ajena en alegría propia. Para completar el espectro de las respuestas afectivas posibles, tenemos a la indiferencia que se manifiesta como una negligencia afectiva.
En cuanto a nuestro proceso cognitivo, es posible describirlo en base al mismo método utilizado por la ciencia experimental, tal el de “prueba y error”. Para poder establecerlo, necesitamos una referencia para poder hacer comparaciones y para adaptarnos luego, paulatinamente, a esa referencia, tratando de hacer más pequeño al error, especialmente el asociado a las ideas que nos permiten formar una imagen general del mundo que nos rodea. De ahí que las referencias posibles podrán sintetizarse en la propia realidad, en uno mismo, en otra persona y en lo que piensa la mayoría.
Una vez que disponemos de una descripción acerca de “cómo es” el hombre, llegamos al “cómo debe ser” mediante un proceso de optimización. Y tal optimización simplemente consiste en la elección de la componente afectiva que nos lleva a la cooperación y de la componente cognitiva que nos lleva a una adaptación a la ley natural. De ahí que se opta por el amor como componente afectiva, mientras que, como componente cognitiva, adoptamos a la realidad como referencia para toda comparación.
Puede comprobarse que ambas componentes elegidas coinciden con los dos mandamientos enunciados por Cristo y que, incluso, ya aparecen, aunque algo dispersos, en el Antiguo Testamento. Tal coincidencia surge de la interpretación hecha desde la visión que nos da la descripción del hombre antes mencionada. Así, cuando Cristo sugiere (u ordena): “Amarás a Dios tu Señor con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu inteligencia”, puede interpretarse como una sugerencia a adoptar a la ley de Dios, la ley natural, como referencia para una posterior adaptación, por cuanto también sugiere “Busca el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”, considerando como el Reino de Dios al gobierno de Dios sobre el hombre luego de una plena aceptación a sus leyes y al orden natural respectivo.
Para convalidar tal interpretación, viene “en nuestra ayuda” Baruch de Spinoza con su “amor intelectual de Dios”, por cuanto el amor, definido como nuestra capacidad para compartir las penas y las alegrías de los demás, resulta imposible de compatibilizar con nuestro vínculo hacia un ente invisible que sólo se manifiesta a través de sus leyes. De ahí que, si interpretamos tal mandamiento como algo que tiene que ver con nuestro aspecto cognitivo, antes que afectivo, resulta algo comprensible y razonable.
Finalmente, el “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” es la sugerencia afectiva que generaliza la moral, identificando la moral social con la individual, ordenando adoptar una actitud que nos permita compartir las penas y las alegrías de los demás como si fuesen propias, algo que cuesta bastante lograr. Es de esperar que así pueda el cristianismo ampliar su influencia social permitiendo llegar no sólo al que tiene cierta postura filosófica respecto del mundo, sino a quienes adopten posturas filosóficas distintas a la predominante y tradicional.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario