martes, 2 de julio de 2013

Cesarismo

Se designa con la palabra “cesarismo” al gobierno autoritario que tenga alguna semejanza con el establecido por Julio César hace unos 2.000 años atrás. Tal forma de gobierno se basa en el vínculo establecido entre el gobernante y las masas, motivado principalmente por el carisma o atractivo personal mostrado por aquél. En lugar de democracia, tal gobierno puede denominarse como una monocracia, es decir, todas las decisiones del Estado recaen en una sola persona. Max Weber escribió al respecto: “La autoridad carismática se basa en la «creencia» en el profeta o en el «reconocimiento» que encuentran personalmente el héroe guerrero, el héroe de la calle o el demagogo, y cae con éstos. Y, sin embargo, no deriva en modo alguno su autoridad de dicho reconocimiento por parte de los sometidos, sino que es al revés: la fe y el reconocimiento se consideran como deber, cuyo cumplimiento exige para sí el que se apoya en la legitimidad carismática, y cuya negligencia castiga. Sin duda, la autoridad carismática es uno de los grandes poderes revolucionarios de la historia, pero, en su forma absolutamente pura, es por completo autoritaria y dominadora”.

Adviértase que el caudillo así descrito no siente que su autoridad le ha sido concedida a través del apoyo incondicional de sus seguidores, ya que en ese caso habría de surgir cierta actitud de agradecimiento, sino que, en lugar de agradecer, exige. Recordemos que José Ortega y Gasset, al referirse a la rebelión de las masas, afirmaba que el hombre-masa nunca agradece, sino que exige, por lo cual el cesarismo no es otra cosa que la materialización del fenómeno social mencionado, que no es privativo de estas épocas.

Entre los distintos tipos de autoritarismo, encontramos aquellos en los que el líder absoluto toma decisiones personales dentro del marco democrático, mientras que la actitud cesarista implica una toma de decisiones que desconoce toda retribución hacia quienes lo eligieron. Max Weber agrega: “La diferencia entre un caudillo elegido y un funcionario elegido ya no es más, en esas condiciones, que la del sentido que el propio elegido dé a su actitud y –de acuerdo con sus cualidades personales- pueda darle frente al cuerpo administrativo y a los súbditos: el funcionario se comportará en todo como mandatario de su señor –aquí, pues, de los electores-, y el caudillo, en cambio, como responsable exclusivamente ante sí mismo, o sea, mientras aspire con éxito a la confianza de aquéllos, actuará por completo según su propio arbitrio (democracia de caudillo) y no, como el funcionario, conforme a la voluntad, expresada o supuesta (en un «mandato imperativo»), de sus electores” (De “Economía y Sociedad”-Fondo de Cultura Económica-México 1996).

El hombre-masa no concibe la existencia de leyes naturales, sino que aspira a que una divinidad protectora favorezca a sus intereses decidiendo en cada momento los hechos cotidianos de su vida. Tampoco concibe necesario un orden legal que regule las decisiones de quienes están a cargo del Estado, sino que aspira a que un líder protector decida las cosas en cada momento, sin apenas importarle aquellas leyes, ya sean políticas, sociales o económicas. Gustav Bychowski escribió: “A medida que las grandes masas populares pierden la fe en su propia fuerza y en sus privativas instituciones democráticas, aumenta su necesidad de ser dirigidas por un padre poderoso. La mentalidad popular realiza una regresión progresiva hacia la infancia, con todos los sentimientos de sumisión y dependencia, de desamparo y debilidad, propias de aquella edad, cayendo en la adoración de aquellas personalidades que pueden prestar ayuda y sostén y, sobre todo, fuerza. Cuanto más débil es el yo, más fuerte es el anhelo y la necesidad de apoyo”.

“Un retorno de esta naturaleza produce forzosamente al originarse otro tipo específico de regresión, que puede observarse en la mentalidad colectiva en determinadas circunstancias. Tanto el pensamiento como el sentimiento descienden desde el elevado nivel de lo abstracto a lo concreto, esto es, hacia una posición más primitiva. En lugar del ideal de la República se vuelve a lo anterior, al tiempo antiguo, al patriarca, al monarca, al general, al emperador…en una palabra, al padre con todas sus características, buenas y malas”.

El autor citado prosigue su análisis respecto de Julio César luego de su asesinato y posterior cremación de sus restos: “La muerte de este personaje, sustitutivo de la imagen paternal, merece una mayor atención. De nuevo sobreviene un trastorno poderoso en el espíritu colectivo, que había empezado a estabilizarse. La desesperación producida por la pérdida del padre amado no puede menos de originar un sentimiento de debilidad e indefensión. La melancolía, que no puede anidar durante mucho tiempo en el alma de las masas, se desvanece en dos direcciones y por dos medios distintos. Uno, por las llamas que simbolizan, de una parte, el amor hacia el muerto, y por otra el ansia de destrucción de sus asesinos, que son considerados como traidores y rivales despreciables. De aquí la posibilidad de un estallido revolucionario e incluso anárquico. El otro medio es la extraordinaria idealización del César desaparecido, y se manifiesta en la erección de un mausoleo dedicado no sólo al recuerdo de su persona, sino también a su situación en el mundo de la realidad, completándose así el proceso de su deificación que había comenzado durante su vida. En consecuencia, se siente la necesidad de no perder la esperanza puesta en un hombre que ha sido elevado a la altura de la divinidad”.

“De esta fuente profunda se originó el creciente absolutismo de la monarquía romana. Todos los emperadores fueron objeto de adoración como dioses, y su gloria y su majestad fueron una expresión natural de su posición en la mente popular, en la que sus imágenes se integraron en el ego-ideal, reuniéndose con la figura, más antigua, del padre divinizado”.

Algunos especialistas políticos caracterizan al actual gobierno kirchnerista como un cesarismo y ello se debe a varias coincidencias entre ambos sistemas, tal el desconocimiento de la Constitución y de las leyes vigentes. Sir Charles Oman escribió sobre Julio César: “Su consulado era una especie de carnaval de ilegalidad y ley del populacho, digno broche de toda su carrera demagógica. Violaba toda regla constitucional con una jovial indiferencia, que sorprendió aun a sus propios lugartenientes. Desplegaba ostensiblemente hombres armados en los comicios; no sólo arrojó por la fuerza a los partidarios del partido senatorial –era entonces la regla en política interna- sino que arrestó y expulsó bajo escolta a todo aquel que se atrevía a hablar contra sus proposiciones –aun al mismo respetable Catón”.

“Su acto culminante de ilegalidad tuvo lugar en la aprobación de su ley agraria; cuando Bibulo presentó tres tribunos para ponerle el veto, César los desatendió tranquilamente y siguió con su asunto. El cónsul optimate saltó a sus pies y empezó a declamar al pueblo que todas las actuaciones eran nulas y sin validez, y que su colega estaba violando las leyes más fundamentales de la constitución. César hizo que le cogiesen sus lictores y, atado, le echasen de la tribuna”.

“Si alguna vez el majestas, la descarada y deliberada comisión de delito de alta traición, tuvo lugar en Roma, ésta fue. Un magistrado había desatendido el veto de su propio colega y de tres tribunos, y, finalmente, había puesto las manos violentamente sobre sus sacrosantas personas, expulsándolas de la asamblea”. “Todos los proyectos que se aprobaron durante el resto del año 59 AC eran nulos y sin validez. Pero ¿qué iba a hacerse si los proyectos no sólo se habían aprobado, sino que eran obedecidos? Los ingenios de Roma llamaron a aquel tiempo «el consulado de Julio y de César» como burla del desgraciado Bibulo. Hubiera sido más correcto no llamar a aquello consulado, sino una muestra de tiranía" (De “Siete estadistas romanos”-Ediciones Pegaso-Madrid 1944).

Los gobernantes autoritarios y ególatras, por lo general sólo se admiran a si mismos y se rodean de colaboradores mediocres para que en todo momento resalte la superioridad del líder. Gustav Bychowski escribió: “-La República- solía decir César- es un nombre sin cuerpo ni forma, y Sila fue un mentecato cuando renunció a la dictadura”. “Enmascarándose con estas cínicas críticas, los actos de César tendían exclusivamente a consolidar y a robustecer su poder absoluto. En estos esfuerzos nunca podía quedar satisfecho, pues, como dice Plutarco, estaba impulsado por «una emulación de sí mismo» (magnífica definición de su insaciable ego-ideal)”.

“Su partido se componía, en gran parte, de bribones. Cicerón les tuvo verdadero miedo cuando César llegó a Formia con su séquito para visitarle. «No hay un solo bribón en toda Italia –dijo Cicerón- que no esté con él». Ático denominaba a la comitiva de César «una banda infernal»”.

De la misma manera en que Julio César avanzaba sobre el senado romano, el kirchnerismo avanza para someter a la Constitución, la Justicia y a otras instituciones de la República. El citado autor agrega: “César fue, efectivamente, un verdadero dictador. Poco a poco fueron siendo destruidas y degradadas todas las instituciones en torno a las que giraba la vida política, mientras se concentraba toda la autoridad en su persona, rodeando a ésta de una aureola de omnipotencia. Ambos procesos se complementaron mutuamente. Una vez que se aplastaron las instituciones antiguamente reverenciadas fue más fácil adscribir el poder y la autoridad a la única persona que había llevado a cabo esa labor destructora, y, por otra parte, cuanto más elevada en la jerarquía social fue la posición del personaje dominante, más fácil le fue a éste triturar los restos de las antiguas tradiciones y costumbres” (De “Dictadores”-Editorial Mateu-Barcelona 1963).

En forma similar a la proliferación de estatuas erigidas en honor a Julio César, el kirchnerismo ha impuesto el nombre de su fundador, luego de su fallecimiento, a una gran cantidad de calles, edificaciones e instituciones públicas. Gustav Bychowski escribió: “El remate de las alabanzas tributadas al dictador fue la idolatría, que, entre otras cosas, le convirtió en el creador de la verdadera libertad. Entre las estatuas erigidas en la colina del Capitolio a los reyes romanos se alzó la del César el Libertador”. “En seguida empezaron a levantarse estatuas a César en todos los templos del ámbito romano, ofreciéndose sacrificios ante ellas y nombrándose para su culto a una clase especial de sacerdotes”.

Algunos siglos después del cesarismo, Roma da lugar al cristianismo. Esta es una enseñanza que debemos considerar en la Argentina, ya que, nuestro cesarismo (peronismo + kirchnerismo) debería darle paso nuevamente al cristianismo, al menos si pretendemos que las cosas mejoren notablemente.

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