El objetivo común a todos los hombres es el logro de la felicidad. Tenemos la necesidad de encontrar imperiosamente el camino que nos conduzca hacia esa meta, ya que nuestro tiempo de vida es limitado y, por lo tanto, escaso y valioso. Tal sendero se considera también como “el sentido de la vida”, y debemos encontrarlo atendiendo a nuestra propia personalidad individual como a nuestra común naturaleza humana. William James escribió: “Cómo conseguir, conservar y recuperar la felicidad es de hecho la motivación secreta de todo lo que han realizado todos los seres humanos en todos los tiempos” (Citado en “Psicología” de David G. Myers-Editorial Médica Panamericana SA-Madrid 2006).
Los psicólogos sostienen que nuestro nivel de felicidad no cambia esencialmente aun cuando ocurran en nuestra vida algunos acontecimientos importantes, de ahí que no debemos tratar de realizar proyectos que pongan en riesgo nuestra seguridad y tengamos más probabilidades de perder lo que tenemos que de ganar lo que poco nos beneficiará en el futuro. David G. Myers escribió: “La realidad es sorprendente: sobreestimamos el impacto emocional de las noticias muy malas en el largo plazo y subestimamos nuestra capacidad de adaptación. Este hallazgo, que indica que sobreestimamos la duración de las emociones, nos sacude. Incluso en menos tiempo que lo que la mayoría de las personas supone, el impacto emocional de los acontecimientos significativos se disipa. El efecto de los acontecimientos notablemente positivos también es temporario. Una vez que el ataque de euforia se esfuma, los ganadores de la lotería suelen darse cuenta de que, en general, su felicidad no ha cambiado”. Resulta oportuno mencionar una caricatura que aparece en el libro mencionado y en donde aparece un hombre rico confiándole a un amigo: “Me pondría a llorar cuando pienso en los años que perdí acumulando dinero, sólo para saber que mi disposición jovial es genética”.
Es importante dejar de tener ambiciones económicas excesivas ya que, a la larga, el ambicioso cometerá errores que tienden a perturbar el bienestar general de la sociedad. Ya en la época en que se inicia la ciencia económica (siglo XVIII), Adam Smith escribía: “La mente de cada hombre, en un tiempo largo o corto, vuelve a su estado de tranquilidad natural y habitual. En la prosperidad, después de cierto tiempo, se vuelve a caer en ese estado; en la adversidad, después de cierto tiempo, se asciende a ese estado” (De “La teoría de los sentimientos morales”).
Nuestros pensamientos condicionan nuestras emociones, que serán positivas si positivos son aquéllos. Al existir una mentalidad generalizada de la sociedad, influirá en sus integrantes y de ahí que el nivel de felicidad individual tenga relación con las ideas dominantes en la sociedad, por lo que la felicidad personal resulta ser también un fenómeno social.
Por lo general, asociamos el bien a la felicidad y a nuestra capacidad para compartir las penas y las alegrías de los demás como si fuesen propias. De ahí que tal aspecto de nuestra personalidad, cuando es auténtico, se lo puede transmitir a los demás; de lo contrario, sólo se lo podrá mostrar. Myers escribió: “La felicidad no es sólo sentirse bien, es hacer el bien”. “Entre los estudiantes universitarios de todo el mundo, aquellos que dicen que tienen un alto nivel de satisfacción en la vida le dan más importancia al amor que al dinero”.
Para lograr un aceptable nivel de felicidad es necesario saber valorar lo que se tiene; consiste en ser una persona agradecida antes que exigente. Implica ponerse metas accesibles de manera de vivir siempre con la sensación de haberlas cumplido, mientras que quien se impone metas inaccesibles, ha de vivir siempre con la sensación de haber fracasado. Es frecuente el caso de científicos, artistas, empresarios, etc., que logran destacarse en sus respectivas actividades sin lograr un aceptable nivel de felicidad, por lo que resulta importante tener presente la existencia de la inteligencia emocional, como una aptitud mental favorable para ese logro. Arthur Schopenhauer escribió: “Nunca pensamos en lo que tenemos, sino siempre en lo que nos falta”.
Podemos sintetizar la secuencia que va desde las actitudes individuales erróneas hasta la crisis social:
1- El hombre ignora tanto su aspecto emocional como el intelectual, por lo cual busca la felicidad en el bienestar y en las comodidades para su cuerpo.
2- Surge el consumismo, o la sociedad de consumo.
3- El que mucho consume y tiene bastante dinero, hace ostentación de su alto grado de “felicidad”.
4- El que poco consume y tiene una insuficiente cantidad de dinero, siente envidia del ostentoso.
5- El líder populista obtiene los votos de los envidiosos por cuanto promete repartir las ganancias de los ricos en forma equitativa.
Adam Smith escribió: “La humanidad está más dispuesta a simpatizar con nuestra alegría que con nuestra tristeza. Por ello, hacemos parada de nuestra riqueza y ocultamos nuestra pobreza. Si no ¿por qué nos tomaríamos tanto trabajo para parecer o ser ricos? ¿Es acaso para abastecer las necesidades de nuestra naturaleza? El salario del más modesto trabajador puede hacerlo. ¿Acaso creen los ricos que sus estómagos son mejores o que duermen mejor? No, es la vanidad y no el afecto concreto del placer lo que les interesa. En cambio, el hombre pobre se avergüenza de su pobreza. La oscuridad lo cubre pese a que está a la luz del día y nada le duele más que sentir que nadie toma noticia de él”.
En una sociedad en la que predomina la vida ética, no existe la envidia, por cuanto el logro de satisfacciones morales está al alcance de todos. Por el contrario, en la sociedad en la que predomina la vanidad y la vida estética, se supone que sólo puede ser feliz el que posee medios materiales suficientes, y por ello la envidia, con la violencia asociada, son algo corriente. En la sociedad estética, no sólo debe considerarse “materialista” al que busca al dinero como fuente de la felicidad, sino que también lo es quien se menosprecia por no disponerlo en cantidad suficiente.
La mayor parte de los pensadores concuerdan en que la felicidad depende esencialmente de los afectos antes que del dinero. De ahí que podamos mencionar una síntesis que aparece en el libro de David G. Myers:
“Las investigaciones han descubierto que las personas felices tienden a: tener una autoestima alta (en los países individualistas), ser optimistas, demostrativos y agradables, tener amigos íntimos o un matrimonio satisfactorio, tener trabajo y tiempo libre de acuerdo con sus capacidades, tener una fe religiosa importante, dormir bien y hacer ejercicios físicos”. “No obstante, la felicidad parece que no está muy relacionada con otros factores como: la edad, el sexo, los niveles de educación, la paternidad (tener hijos o no), el atractivo físico”.
Existe una descripción detallada del proceso por el cual compartimos las penas y las alegrías de los demás que conviene tener presente. Mariano Grondona escribió citando a Adam Smith: “Smith comienza por considerar, primero, el sentimiento de la «simpatía». ¿Por qué habla de «sentimientos»? Esto coincide con la «escuela escocesa del sentido común», que afirma que el hombre tiene un sentido moral («moral sense») intuitivo, no «racional». Para Smith, el primero de esos sentimientos es la «simpatía». «La simpatía es aquella facultad por la cual podemos entrar en los sentimientos de otro». Por ejemplo, si yo veo a alguien que le cometen una injusticia, él siente un sentimiento de indignación y yo lo comparto, salvo que él exagere ese sentimiento, pues entonces ya no podría «entrar» ahí. Si yo experimento una sensación aguda de dolor, nada me es más grato que tú simpatices conmigo. El espectador que no padece el drama puede imaginariamente simpatizar con el verdadero actor del drama y éste recibe un consuelo, un apoyo de «simpatía». Es decir que el primer sentimiento que Smith advierte es un sentimiento de solidaridad en el hombre, que sale de sí mismo para compartir la situación de otro. ¿Cómo compatibilizar esta premisa con su presunta adhesión al egoísmo del «homo economicus»?”.
“Entonces, si yo tengo un sentimiento agudo que me aqueja, que me perturba, cuando lo expreso ante el grupo social con el cual convivo, tengo que bajar el tono de ese sentimiento porque si no lo hago los demás no pueden entrar en él. Si yo expreso «todo» el sentimiento que tengo, te impido entrar. He de expresarlo hasta donde te sea posible acompañarme. A la vez, a ti el sentimiento de simpatía te hará salir de tu indiferencia para «subir» a la altura hasta la cual yo «bajé». Esto se llama «concordia». La con-cordia (es decir, «corazones con…» otros) es un doble movimiento –de subir y bajar- hasta que se produce la armonía. Por eso dice Smith que generalmente «los hombres de mundo» son «apropiados», ya que están acostumbrados a compatibilizar sus estados de ánimo, a lograr el común denominador de la armonía. Por ello, «…es raro que la compañía de los hombres no nos ayude a aliviar nuestros dolores»”.
“Esta es la conclusión de Smith: «Por lo tanto, sentir mucho por los otros y poco por nosotros mismos, contener las afecciones egoístas e impulsar las benévolas, constituye la perfección de la naturaleza humana y es lo único que puede producir esa armonía de sentimientos y pasiones que constituye la gracia de la relación social. Y así como debes querer más a tu prójimo, debes quererte menos a ti mismo; hasta donde el prójimo te pueda querer” (De “Los pensadores de la libertad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).
Los marxistas, por el contrario, no sólo predican el odio entre sectores sociales y naciones, sino que también difaman a quienes promueven actitudes cooperativas, como en el caso de Adam Smith, el realizador de “La riqueza de las naciones”, el primer tratado de economía política. En el escrito previo se advierte la postura ética básica que dicho pensador sugiere para el desarrollo posterior del proceso del mercado; actitud que no difiere esencialmente del camino a la felicidad propuesto por la mayor parte de los filósofos y científicos sociales. Mariano Grondona agrega: “«La teoría de los sentimientos morales» refuta esa imagen según la cual Smith alaba el «homo economicus»”.
Debido a una errónea interpretación del significado del amor, hay quienes suponen que debemos acostumbrarnos al sacrificio cotidiano de ayudar a los demás. En realidad, quien posee atributos favorables a la tendencia a compartir las penas y las alegrías de sus semejantes, sentirá felicidad al hacer el bien, y por ello lo hará con frecuencia. Por el contrario, para quien sea un sacrificio, es posible que con el tiempo desestime su poco efectiva tarea emprendida para lograr la felicidad. De ahí la esencial diferencia entre el altruismo (sacrificio al hacer el bien) y el amor (felicidad al hacer el bien); de donde se explica por qué el socialismo altruista no tuvo éxito mientras que el mercado solidario sí lo tiene.
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