Muchas veces se da el caso en que buenas intenciones producen malos resultados, por lo que surge la duda acerca de la bondad supuesta, ya que resulta conveniente considerar la eficacia de una acción según los efectos producidos; todo esto aplicado a las decisiones de tipo social que afectan a un gran número de personas. También ocurren hechos, dentro del ámbito familiar, en el que intenciones y deseos no se traducen en los efectos deseados, no formando parte del planteo aquí esbozado.
En un anuncio periodístico reciente (Diario Uno, 1/7/2013), se afirma que desde el 2003 al 2011, en las escuelas públicas argentinas, hubo una reducción del 11% de la cantidad de inscriptos. Si bien la cifra resulta sorprendente, o parece excesiva, la realidad es que existe una tendencia de los padres a enviar a sus hijos a establecimientos educativos privados. Ello se debe, entre otros aspectos, al hecho de que el alumno indisciplinado o violento, no es separado o expulsado de la escuela pública, para evitar que se convierta en un marginado social y pierda su condición igualitaria. Al menos éste parece ser el argumento “bien intencionado” de las autoridades de la Educación.
En algunas escuelas primarias estatales, el buen alumno debe soportar diariamente las burlas y agravios de otros no tan buenos; tal el caso de quien tuvo que asistir dos veces a un hospital, en los primeros tres meses del periodo escolar, para ser atendido por lesiones ocasionadas por un compañero violento. Incluso sus padres consideraron oportuno renunciar a una posible designación como abanderado por cuanto ese hecho podría favorecer una reacción agresiva en el alumno violento temiendo por la seguridad personal de su hijo.
Las autoridades educativas provinciales de Mendoza conocen el caso, pero el agresor sigue asistiendo sin haber cambiado en lo más mínimo. Incluso la maestra del curso recomienda a los padres que traten de que sus hijos no luzcan vestimentas nuevas ni lleven útiles caros porque ello podría molestar al niño envidioso. En una palabra, se considera que no es el alumno violento el que debe adaptarse a los demás, sino que los demás deben adaptarse al violento. La escuela se resiste a expulsarlo, pero no tiene inconveniente alguno en “expulsar” a los buenos alumnos, ya que, si no existe un traslado masivo de éstos, desde la escuela Guillermo Cano, de Guaymallén, seguramente ha de ser porque las condiciones económicas de sus padres resultan insuficientes para enviarlos a algún establecimiento privado.
A través de tales medidas pseudo-igualitarias, no sólo se perjudica a los buenos alumnos, sino al sistema educativo en general e incluso al niño violento, ya que, al estar acostumbrado a someter mediante la violencia y el terror a sus compañeros (alguna vez asistió a clases con un cuchillo, otra vez amenazó con “matarlos a todos”) es posible que adopte posteriormente el “oficio de la delincuencia”, promovido, evidentemente, por el propio sistema educativo estatal.
Algunas maestras sugieren a los alumnos de buen comportamiento que “deben ser solidarios” con el alumno violento, siendo éste un reconocimiento implícito de que se supone que el culpable de la situación no es el agresor sino el alumno que “previamente lo marginó”, es decir, se utiliza el mismo argumento empleado para justificar las penalidades mínimas que se dan a peligrosos delincuentes por cuanto se considera que fueron “previamente marginados por la sociedad”.
El criterio igualitario mal entendido domina a un importante sector de la sociedad, aun cuando produzca resultados negativos en todos los ámbitos de aplicación. Si uno le pregunta a un niño bien intencionado respecto a lo que él haría para resolver el problema de la pobreza, seguramente dirá que habría que imprimir muchos billetes para repartirlos entre los pobres. Tal “solución” es también recomendada por algunos sectores izquierdistas. Además, se propone la “solución” de quitarles a los ricos gran parte de sus bienes para repartirlos entre los pobres. En todo caso, la “generosidad” siempre consiste en distribuir lo de todos (lo del Estado) o lo de los demás (lo del empresariado), pero nunca de lo propio, algo que podríamos denominar “generosidad con lo ajeno”.
La impresión monetaria produce inflación mientras que la expropiación mencionada reduce la inversión y la producción, por lo cual aumenta la pobreza en lugar de disminuirla; las “buenas intenciones”, en apariencia, produjeron malos resultados, u opuestos a lo que aparentemente se buscaba. Mostrando “buenas intenciones” los partidos políticos inflacionistas y confiscadores ganan votos y elecciones, mientras que los opositores son calificados con el peor de los insultos: “neoliberales”. Alejandro Rozitchner escribió:
“Uno de los peligros de no comulgar con la idea de que ser de izquierda es ser bueno –al cual me expongo al decir estas cosas- es que inmediatamente quien lo dice es acusado de ser un hombre de derecha. Y la palabra cae como si fuera una maldición: de derecha”.
“¿Qué quiere decir ser de derecha? La acepción más frecuente es que se trata de alguien malo, personas a las que no les importa el sufrimiento ajeno y que sólo piensan en sí mismas. Lo que hay que considerar, si queremos hacer las cosas más completas y más verdaderas (y aceptar la complejidad que la realidad vista de cerca suele tener), es que el deseo de un sistema social más competitivo y volcado al reconocimiento del mérito individual, es decir, menos asistencial y más exigente, suele tener el mérito de elevar el nivel de vida de la totalidad de las personas. Paradójicamente, un sistema no populista, no deseoso de ayudar de manera directa o programática al caído suele ser más beneficioso para el mismo caído que un sistema asistencial, que bajo la impresión de estar haciendo algo por los pobres en realidad lo que hace es multiplicar su número”.
“Este tipo de pensamientos, de reflexiones, de exámenes de la realidad, es cuestión de debate, pero suele estar obstaculizado por el ritual de adjudicarle a toda posición no izquierdista el sentido de una militancia en el mal y en la derecha, lo cual es desde todo punto de vista absurdo. Es bueno tener planes sociales, pero no es bueno no tener planes productivos, no es bueno no cuidar también a aquel capaz de arriesgar y producir, a aquel que quiere y sabe generar riqueza para beneficiarse con ella. Estos generadores de riquezas, que la izquierda ve con mala conciencia como si fueran los causantes de los problemas, son justamente aquellos que hacen posible que un país tenga riquezas con las que elevar su nivel de vida. Antes de repartir riqueza es bueno saber cómo se genera, porque si no lo que se reparte es pobreza”. (De “Ideas falsas”-Editorial del Nuevo Extremo SA-Buenos Aires 2004).
Podemos distinguir las actitudes cognitivas que caracterizan a la izquierda, por una parte, y al liberalismo, por la otra. En el primer caso, puede observarse que sus adeptos se guían por una ideología y no tanto por la realidad. Al confiar ciegamente en lo que dicen los intelectuales que los orientan, adoptan una actitud similar a la del creyente religioso cuando se fanatiza y valora más la letra escrita en el Libro Sagrado que la propia realidad. De ahí cierta uniformidad en las distintas posturas individuales. En el caso del que adhiere al pensamiento liberal, tiende a tomar como referencia a la propia realidad por cuanto los intelectuales respectivos adoptan como fundamento a la ciencia económica, si bien tampoco puede afirmarse que en todos los casos ha de ser así, ya que muchas veces se adopta cierto “fundamentalismo de mercado”, cuando se supone que la sociedad se arregla sólo mediante la economía libre.
Existe, además, un importante factor a tener en cuenta y es el de la falsa motivación, es decir, por alguna causa psicológica el individuo necesita mostrarse sociable ante la sociedad y ante sí mismo, para esconder su verdadero desinterés por lo que le sucede a los demás. Esto no es otra cosa que la hipocresía compensadora del egoísta. Cree que mayor es su mérito mientras más critica y difama al sector productivo porque éste “no reparte sus riquezas” cayendo en la absurda situación de combatir al reducido sector productivo, mientras que, si existe pobreza, debemos mirar sobre todo al que no produce. Paul Diel escribió: “La imaginación exaltada, causa de la deformación psíquica, se compone de los deseos exaltados y de sus falsas justificaciones. Mediante estas dos funciones, la imaginación exaltada y su contenido quedan definidos por entero. El trabajo intrapsíquico, bajo su forma destructiva, consiste por una parte en la evasión ante la realidad, debida al juego imaginativo con los deseos exaltados (materiales, sexuales y seudoespirituales) y, por otra, en la justificación de la tendencia a la evasión. Esta justificación de los deseos exaltados crea la falsa motivación”.
El pensamiento alejado de la razón y fundamentado en los aspectos emocionales o afectivos, no resulta ser el adecuado para resolver conflictos y con mayor razón cuando los afectos son negativos, como el odio. El citado autor escribe: “Con ayuda del pensamiento afectivo, el hombre consigue probar todo lo que desea. No juzga sino que prejuzga. No produce argumentos objetivos sino argucias falsamente justificadoras. Pedantea. Esta forma desgastada de la función comprensiva y valorada es la forma más frecuente y más habitual del pensamiento. En la mayoría de los hombres, las formas superiores del pensamiento, el intelecto lógico y el espíritu, sólo se encuentran poco o no del todo desarrolladas; no piensan sino afectivamente. Sería vano hablar de manera lógica a la multitud; ella no comprende sino el pensamiento afectivo. El pensamiento afectivo tiene por ello importancia predominante en la vida cotidiana. La vida está infestada por él. Las opiniones públicas son prejuicios, posiciones tomadas, supersticiones, dogmas, ideologías probadas o discutidas por el pensamiento afectivo. Son admitidas o rechazadas por cada uno según su orientación afectiva. Su discusión sólo es un pretexto para desencadenar y exaltar las afecciones. Como consecuencia de su arraigo en la afección, sus contradicciones no pueden hallar solución lógica. Sólo son imaginaciones exaltadas. Disfrazadas de argumentos, se exaltan hasta el fanatismo y constituyen la materia de querellas incesantes que devastan la vida. La imaginación exaltada, bajo la forma de pensamiento afectivo, es causa de destrucción, no sólo de la vida individual, sino de la vida pública” (De “Psicología de la motivación”-Ediciones Troquel SA-Buenos Aires 1971).
Puede decirse que el comportamiento racional es la condición necesaria, aunque no suficiente, para que los errores puedan superarse, ya que tal comportamiento implica la posibilidad de aprender de ellos modificando las causas que los produjeron. Por el contrario, el comportamiento irracional es la condición necesaria y suficiente para que los errores persistan por cuanto la fe inquebrantable en una ideología espera que la gente se adapte finalmente a la situación errónea, que se supone opuesta sólo circunstancialmente a lo que se pretendía lograr. De ahí que pareciera que las autoridades educativas mencionadas esperan que el niño agresivo alguna vez dejará de serlo aunque ello se logre a pesar de los inconvenientes ocasionados a sus victimas ocasionales.
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