En las economías libres se admite el crédito como un medio que facilita los intercambios en el mercado, apareciendo como una innovación comercial, ya que, en épocas previas a su surgimiento, los pagos se efectuaban estrictamente al contado. La historia de la economía nos recuerda la forma en que James Watt y sus socios logran introducir en el mercado la máquina de vapor concediéndoles a los compradores la posibilidad de pagarlas en cuotas cuyo monto era equivalente al ahorro mensual en combustible que les permitía la nueva máquina al reemplazar a la anterior de Thomas Newcomen. Puede decirse que la Revolución Industrial no sólo fue favorecida por la innovación tecnológica asociada a dicha máquina, sino también a la previa innovación comercial constituida por el crédito.
Los historiadores afirman que el surgimiento del Imperio Británico estuvo también asociado a los préstamos, esta vez los recibidos por el Estado inglés desde el siglo XVII. Niall Ferguson escribió: “Hubo en concreto una institución que alteró decididamente la trayectoria de la historia inglesa. En un importante artículo publicado en 1989, North y Weingast argumentaban que la verdadera trascendencia de la Revolución Gloriosa reside en la credibilidad que otorgó al Estado inglés como prestatario soberano. A partir de 1689, el Parlamento controló y mejoró la tributación, supervisó los gastos de la realeza, protegió el derecho a la propiedad privada y prohibió en la práctica el impago de deudas”. “Como resultado, el Estado inglés pudo pedir dinero prestado a una escala que antes habría sido imposible debido al hábito de los soberanos de incumplir sus pagos o de gravar o expropiar arbitrariamente a sus súbditos. Así, al final del siglo XVII y el comienzo del XVIII inauguraron un periodo de rápida acumulación de deuda pública sin que se incrementaran los costes crediticios, sino más bien lo contrario”.
“Al acostumbrar a los ricos a invertir en valores de papel, también sentó las bases de una revolución financiera que canalizaría los ahorros ingleses hacia todo un abanico de cosas, desde canales hasta ferrocarriles, desde el comercio hasta la colonización, desde fundiciones hasta fábricas textiles. Aunque la deuda nacional creció enormemente…..tuvo un rendimiento sustancial, puesto que en la otra columna del balance general, adquirido en gran medida con una armada financiada por la deuda, había un imperio global. Además, en el siglo posterior a Waterloo se logró reducir la deuda gracias a una combinación de crecimiento sostenido y superávits presupuestarios primarios. No hubo ningún impago. No hubo inflación. Y Gran Bretaña pasó a dominar el mundo”.
Esta política contrasta con la adoptada por el kirchnerismo, ya que el Estado argentino, al recibir préstamos de particulares a cambio de bonos estatales cuyos intereses se ajustarían según la inflación, se tomó la decisión de falsificar el índice respectivo para pagar menos intereses estafando de esa manera a quienes decidieron prestar su dinero al Estado. Tal decisión recibió el apoyo de un sector importante de la sociedad y es el que tiende a pensar, al igual que el gobierno, en “el corto plazo”. Como era de esperar, los préstamos que se otorgan tanto al Estado como a particulares, si son en dólares y provienen del exterior, se otorgan a tasas de interés bastante mayores que las solicitadas a otros países de la región, por lo cual el país ha quedado prácticamente sin financiación. Tal es así que se ha abierto un blanqueo de capitales que incluso permite la legalización (o blanqueo) de dinero que puede provenir de actividades ilícitas, y hasta delictivas. Al hacer trampas a la gente honesta, se termina negociando con posibles delincuentes. Pedir al pueblo que deje de apoyar decisiones tramposas parece pedir demasiado, de ahí que debemos, al menos, considerar las desventajas económicas que tales decisiones acarrean en el mediano y en el largo plazo.
Los Estados actúan en forma similar a las personas, de ahí que, al igual que éstas, pueden pedir préstamos para utilizarlos bien o mal, para cumplir o para estafar al prestamista, pueden pedir sin saber si podrán devolverlos, y todas las posibilidades restantes. Los políticos a cargo del Estado son quienes toman las decisiones al respecto, por lo general pensando más en futuras elecciones que en el bienestar y la seguridad de la población. Si sus decisiones son erróneas, o nefastas, la sociedad culpará a los bancos, o al “sistema capitalista”, pero nunca al político que previamente la convenció de su “honestidad”.
Luego de la severa crisis que asoló a varios países desarrollados, aparecieron distintas explicaciones sobre un proceso que aun a los especialistas les resulta difícil describir. La crisis, o inestabilidad, sin embargo, ha sido el efecto tardío de una situación que se viene gestando desde antes. De ahí que sea de mayor interés conocer las causas primeras antes que sus consecuencias necesarias que tarde o temprano aparecerán. Tal causa parece ser el endeudamiento crónico que padecen los distintos países centrales y la posterior imposibilidad de cumplir con sus compromisos. Pero no son solamente los Estados los que se encuentran endeudados excesivamente, como una situación habitual de la economía, sino que los propios habitantes lo están a nivel particular. De ahí, posiblemente, la inestabilidad esencial que resta todo margen de error a las posibles decisiones que se tomarán en el futuro.
Para tener una idea adecuada de la magnitud del endeudamiento, debe tomarse como referencia, en el caso de los particulares, a sus entradas de dinero mensuales. Si un deudor tiene que afrontar mensualmente el pago de deudas por un monto similar al que recibe como sueldo, decimos que su deuda es del 100%, sin que necesariamente sepamos cual es el monto mencionado. En forma similar, se evalúa la magnitud de las deudas nacionales tomando como referencia el PBI (Producto bruto interno) anual. De ahí que un país cuya deuda sea similar al de su PBI, se dice que tiene una deuda del 100% del PBI, lo que implica, como en el caso del particular, una deuda poco fácil de saldar. Niall Ferguson escribió: “Si las sumamos [a las deudas privadas en las que han incurrido tanto las familias como las sociedades financieras y no financieras] a las deudas públicas, obtenemos unas cargas sin precedentes en la historia: Japón, el 512% del PBI, Gran Bretaña, el 507%, Francia, el 346%, Italia, el 314%, EEUU, el 279%, y Alemania, el 278%” (De “La gran degeneración”-Debate-Buenos Aires 2013).
Una elevada deuda implica dos posibilidades: si es usada bien, puede permitir grandes realizaciones sociales y económicas, hasta saldarse completamente, mientras que usada mal, puede generar crisis severas con difícil salida, “contagiando” además a los acreedores que no podrán recuperar el dinero invertido.
La diferencia esencial entre empresas y naciones es que las primeras son dirigidas por empresarios mientras que los Estados lo son por políticos. Si bien éstos disponen de asesores capaces, debe considerarse que tienen intereses predominantemente políticos, o electorales, por lo cual sus decisiones son “contaminadas” por ese hecho, favoreciendo los nefastos resultados que debe padecer un sector importante de la población. En cuanto a las posibles salidas a las abultadas deudas, el citado autor escribe: “Cualquier economía fuertemente endeudada se enfrenta a una limitada gama de opciones. En esencia son tres: 1) Aumentar la tasa de crecimiento por encima del tipo de interés gracias a la innovación tecnológica y (quizá) a un uso juicioso del estímulo monetario. 2) Incumplir el pago de una gran proporción de la deuda pública y declararse en quiebra para eludir la deuda privada; y 3) Saldar las deudas por medio de la depreciación monetaria y la inflación”. “Pero nada en la teoría económica establecida puede predecir cuál de las tres –o qué combinación de ellas- elegirá un país concreto”.
Recordemos que la hiperinflación de Alemania, que se inicia a partir de 1918, fue promovida por la necesidad de pagar la abultada deuda que le impusieron los países vencedores en la Primera Guerra Mundial. Además, cuando alguien pretende reducir la deuda, es posible que no reciba el apoyo necesario por parte de la población. El citado autor escribió: “La experiencia parece indicar que cualquier gobierno que trata con seriedad de reducir su déficit estructural termina expulsado del poder”.
Entre las causas que llevan a los países a contraer abultadas deudas, encontramos la decisión política de promover objetivos sociales sin tener en cuenta suficientemente el proceso económico, careciendo el Estado de bienestar de un sólido fundamento y de ahí las consecuencias indeseables que necesariamente se producirán. Niall Ferguson escribe: “Si retomamos el paralelismo con las abejas, el Estado de bienestar parece crear un número cada vez mayor de zánganos dependientes a los que las abejas obreras tienen que mantener. Asimismo, emplea a un gran número de abejas solo para transferir recursos de las obreras a los zánganos. Y trata de beneficiarse acumulando promesas de futuro en forma de deuda pública”.
A pesar de las crisis severas que padecen varios países, las sociedades persisten en descalificar al liberalismo por cuanto éste recomienda atenerse estrictamente a las recomendaciones de la ciencia económica, entre ellas la de no gastar más de lo que se dispone y de lo que se puede, y si se adquiere una deuda, debe asegurarse que su utilización será positiva para la sociedad como si se la podrá devolver en el futuro.
Asociado a cada error económico es posible encontrar, en principio, algún error ético. Además de los señalados respecto de los políticos y de las sociedades que los promueven, debe considerarse el hecho de que, al priorizar el presente antes que el futuro, como consecuencia de pedir préstamos, se transfieren los problemas a las generaciones que vendrán, mientras que los beneficios serán disfrutados por quienes asisten a la “fiesta del consumo”. Los efectos negativos recaerán en seres que todavía no han nacido, sin que por ello deje de ser una actitud egoísta e irresponsable. El citado autor escribe: “Lo esencial del asunto es el modo en que la deuda pública permite a la generación actual de votantes vivir a expensas de los que todavía son demasiado jóvenes o aún no han nacido”.
El conflicto generacional aludido ya fue tenido en cuenta por Edmund Burke en sus “Reflexiones sobre la Revolución en Francia”, de 1790, escribiendo al respecto: “Uno de los primeros y más importantes principios en los que se consagran la república y las leyes, a fin de que los poseedores temporales y rentistas vitalicios en ella, inconscientes de lo que han recibido de sus antepasados o de lo que es debido a su posteridad, actúen como si fueran los amos absolutos, es que no deben pensar que entre sus derechos figura el de cortar el vinculo o derrochar la herencia destruyendo a su placer todo el tejido original de su sociedad, aventurándose a dejar a los que vienen después de ellos una ruina en lugar de una morada, y enseñando a tales sucesores a respetar sus invenciones tan poco como ellos mismos han respetado las instituciones de sus antepasados. La sociedad es de hecho un contrato. El Estado es una asociación no solo entre quienes viven, sino entre quienes viven, quienes han muerto y quienes han de nacer”.
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