Podemos considerar las distintas economías nacionales según el grado de adaptación que presentan respecto de la economía de mercado. En uno de los extremos ubicamos al socialismo, como una forma de economía que rechaza al mercado (desadaptación total), mientras que otras formas de intervención, por parte del Estado sobre el mercado, reflejan el objetivo de adaptarlo a las decisiones políticas en lugar de que sea a la inversa (adaptación parcial). Finalmente, las modalidades de capitalismo implican a distintas sociedades que tratan de adaptarse al mercado, pero de diferentes maneras. Si consideramos al capitalismo como un proceso económico que busca satisfacer de la mejor manera las distintas demandas de los consumidores, queda fuera de tal proceso toda actividad rentable que no evidencie como contrapartida la producción de algún bien o servicio, ya que sólo se trataría de simple especulación.
Entre las diferencias más notables que dan lugar a las modalidades aludidas, se destacan las actitudes favorables hacia el ahorro y la inversión o bien la tendencia inversa hacia el consumo. Quien opta por el ahorro sobre el consumo prioriza el futuro al presente, mientras que, quien opta por el consumo sobre el ahorro, prioriza el presente sobre el futuro. Y ahí tenemos uno de los aspectos que diferencian a los diversos capitalismos, o mejor dicho, a las distintas formas en que la sociedad se adapta a la economía de mercado descripta por la ciencia económica. La tendencia a consumir antes que a ahorrar, en cierta forma se opone al espíritu del capitalismo tradicional, por cuanto la gran innovación del capitalismo consistió en el ahorro y en la formación posterior de capital acumulado, siendo considerado como el factor esencial de la futura riqueza material de una sociedad. Michel Albert escribe:
“En Alemania o en Japón, el ahorro se considera una virtud nacional ampliamente favorecida por la legislación fiscal. Son, por excelencia, los países hormiga. EEUU es, por el contrario, el país cigarra. Los símbolos del éxito personal se expresan mediante signos externos de riqueza, sobre todo desde la «nueva revolución conservadora». Esta es la razón por la que la legislación fiscal favorece el endeudamiento: cuanto más se endeude usted, menos impuestos pagará, entonces, ¿por qué privarse de algo?” (De “Capitalismo contra capitalismo”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 1993).
También pueden advertirse diferencias respecto a la actitud dominante frente a la pobreza y a la posible ayuda desde el Estado hacia los sectores más vulnerables. El citado autor escribe: “En la mayoría de las sociedades humanas, y desde todas las épocas de la historia, el pobre ha sido muy a menudo considerado y tratado como un pobre desgraciado, un inútil, un fracasado, un haragán, un sospechoso, y hasta un culpable. ¿Cuál es, todavía hoy, el país del que se pueda decir que en él sus privilegiados con puesto de trabajo no tienen tendencia a ver en el desocupado, si no un incorregible perezoso, al menos un individuo a quien ha faltado el coraje para adaptarse a las condiciones del mercado de trabajo? Esta es, en todo caso, la opinión ampliamente dominante en los dos países capitalistas más poderosos, EEUU y el Japón”.
“Consecuencia: ninguno de esos dos países está dotado -¡ni considera la idea de dotarse!- de un sistema de seguridad social comparable a los que fueron establecidos en Europa hace cerca de medio siglo, cuando nuestro ingreso per capita era inferior en dos terceras o tres cuartas partes al del estadounidense o al japonés de hoy”. “¿De donde viene una diferencia tan radical en la organización de las sociedades? Quizá del hecho de que cierta tradición europea considera al pobre más victima que culpable, y en una percepción multidimensional que abarca la ignorancia y la indigencia, la desesperanza personal y la impotencia social”.
En la actualidad, bajo la presidencia de Barack Obama, se está revirtiendo la tendencia mencionada en los EEUU, con intentos de mejorar el sistema de ayuda social, si bien algunos economistas señalan que tal ayuda generalmente va a parar, no a los sectores más pobres, sino a sectores de clase media que trabajan en el Estado para distribuir con justicia tal ayuda, de ahí que sugieren que la mejor ayuda es la de otorgarles un trabajo genuino. En cuanto al hábito por el trabajo, es congruente con la mentalidad dominante respecto de la pobreza, es decir, si se considera a la pobreza como la consecuencia de una falla moral, se considerará necesariamente al trabajo como una virtud, por lo cual no resulta extraño escuchar que “el norteamericano (y el japonés) viven para trabajar, mientras que el europeo trabaja para vivir”.
Generalmente se dice que el sistema capitalista determina el comportamiento de la sociedad, en lugar de decir que, en realidad, es la sociedad la que lo va conformando según su propia cultura. En última instancia, la adaptación del individuo al mercado no difiere esencialmente de su previa adaptación a la ética natural elemental. De ahí que no debe ser el mercado la guía para nuestras vidas sino nuestra previa adaptación al orden natural. Lester C. Thurow escribió:
“Históricamente las amenazas militares exteriores, los disturbios sociales internos y las ideologías alternativas han sido utilizados como justificativos para contener los intereses creados en el status quo. Son los que ha permitido al capitalismo sobrevivir y tener éxito. Los ricos fueron más astutos de lo que Marx pensaba. Comprendieron que su propia supervivencia en el largo plazo dependía de eliminar las condiciones revolucionarias y lo lograron. Un conservador aristocrático de Alemania, Bismarck, introdujo las pensiones estatales para la vejez y la asistencia pública en las últimas décadas del siglo XIX. En 1911 el hijo de un duque británico, Winston Churchill, promovió el primer sistema público de seguro por desempleo a gran escala. Un presidente patricio, Franklin Roosevelt, concibió un Estado de bienestar social que salvó al capitalismo después de su colapso en los EEUU. Ninguna de estas cosas habría sucedido si el capitalismo no se hubiera visto amenazado” (De “El futuro del capitalismo”-Javier Vergara Editor SA-Buenos Aires 1996).
Entre las actitudes dominantes, bajo las diversas formas de capitalismo, encontramos la tendencia individualista en la que se busca con preponderancia el éxito personal en lugar del éxito del conjunto de la sociedad. Así, mientras que el individualismo favorece en forma indirecta al resto, en algunas sociedades se busca acentuar la cooperación aludida para que se establezca en una forma directa. Michel Albert escribió:
“El hundimiento del comunismo pone en evidencia la oposición entre dos modelos de capitalismo. Uno, «neoamericano», está fundado sobre el éxito individual y el beneficio financiero a corto plazo. El otro, «renano», está centrado en Alemania, y admite muchas semejanzas con el Japón. Como éste, valora el éxito colectivo, el consenso, la inquietud a largo plazo”. “Será una guerra subterránea, violenta, implacable, pero amortiguada e incluso hipócrita, como lo son, en una misma Iglesia, todas las guerras entre bastidores. Una guerra entre hermanos enemigos, armados de dos modelos surgidos de un mismo sistema, portadores de dos lógicas antagónicas del capitalismo en el seno de un mismo liberalismo”. “Y quizá incluso, como veremos, de dos sistemas de valores opuestos sobre el lugar del hombre en la empresa, el lugar del mercado en la sociedad y el papel del orden legal en la economía internacional”. “Nos quejábamos, desde el fin de las ideologías, de carecer de debates. No vamos a ser decepcionados”.
Ante la existencia de estos dos modelos de capitalismo, surge la pregunta acerca de cual de ellos es “el mejor” según sus resultados. La respuesta es requerida para ser adoptado por otros países, surgiendo un gran interrogante por cuanto los países involucrados bajo ambas modalidades no están exentos de sufrir alguna crisis. Incluso los EEUU tienen una gran deuda nacional a pesar del poderío de su economía. De ahí que, en cualquiera de los casos, resulta siempre conveniente no perder de vista los objetivos básicos que debe orientar la vida de todo individuo; la tendencia hacia la cooperación social, el hábito al trabajo y al ahorro buscando seguridad para el futuro, etc. Recordemos que la felicidad del hombre depende no sólo de los valores económicos, sino principalmente de aquellos de tipo afectivo e intelectual, de ahí que no resulte conveniente dedicar toda nuestra mente y todo nuestro tiempo a la obtención de valores materiales, a menos que las circunstancias nos impongan tal accionar.
Entre las sugerencias que brindan los moralistas de todas las épocas, aparecen aquellas que apuntan hacia la moderación en las ambiciones materiales individuales que, desde luego, también habrá de tener influencia en el comportamiento empresarial y de toda una nación. Michel Albert escribe: “La ganancia puede también debilitar la empresa, castigar la economía, entorpecer el desarrollo. Lo mismo que «demasiado impuesto mata el impuesto», se podría decir que «esforzarse demasiado para la ganancia de hoy perjudica la ganancia de mañana»”.
Quienes sostienen que el sistema económico es el causante de la crisis social y de la decadencia del hombre, abogan por la caída final del capitalismo para ser reemplazado por el socialismo, como si éste hubiese sido exitoso en alguna parte. Por el contrario, si aceptamos que las crisis sociales derivan de la crisis del individuo que ha olvidado consolidar sus atributos humanos esenciales, entonces podrá esperarse el resurgimiento del capitalismo como una consecuencia del previo resurgimiento del propio individuo. La crisis moral del hombre se refleja, en el plano económico, en la tendencia hacia la vagancia, a esperar que la sociedad, a través del Estado, lo mantenga, a especular en lugar de producir, a buscar riquezas como objetivo final de la vida, etc. Mariano Grondona escribió:
“La felicidad consiste en la tranquilidad y el goce. Sin tranquilidad, no puede haber goce. Y cuando hay una perfecta tranquilidad, casi todo interesa y divierte. En cada situación permanente, cuando no hay una expectativa desmesurada de cambio, la mente del hombre regresa a un estado de natural tranquilidad. La gran fuente de la miseria y el desorden en el hombre viene de exagerar la diferencia entre una situación permanente y otra. El avaro exagera la diferencia entre la riqueza y la pobreza. El ambicioso, la diferencia entre la vida privada y la vida pública. El vanidoso, entre la vida tranquila y la gran reputación. La persona que está bajo alguna de esas extravagantes pasiones, no solamente es miserable, sino que perturba a los demás y se convierte en un factor de penuria social. Sin embargo, una mínima observación bastaría para hacerle ver que una mente bien preparada puede encontrar calma, puede ser alegre o animosa, en cualquier situación”.
“Adam Smith cuenta un cuento: «Cuando el rey del Epiro le contó a su consejero todas las conquistas que pensaba hacer, el consejero le preguntó: ¿Y que piensa hacer su majestad cuando haya terminado con todas esas proezas? Dijo el rey: me propongo gozar de la vida en buena compañía con mis amigos y alrededor de una botella. El consejero preguntó otra vez: ¿Por qué no empieza entonces su majestad desde ahora?»”. “Cuenta luego Smith que halló en una tumba un epitafio que decía: “Estaba bien, pero quise estar mejor. Ahora estoy aquí” (De “Los pensadores de la libertad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).
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