La importancia que presenta el vínculo entre cultura y personalidad radica en la dependencia recíproca existente entre un aspecto social, como es la cultura, con otro individual, como es la personalidad. Implica, además, un vínculo entre lo que es esencialmente de origen biológico; tal la base genética de nuestra personalidad, con todo lo que ella recibe y produce, que es la cultura. A.F.C. Wallace escribió: “En este breve estudio sobre cultura y personalidad nos guiarán dos supuestos acerca del campo mismo de la antropología: primero, que el objeto de la antropología es desarrollar una teoría científica de la cultura; y segundo, que toda teoría que pretende explicar o predecir fenómenos culturales debe incluir en sus formulaciones fenómenos no culturales. Muchos de estos subsecuentes fenómenos no culturales pueden ser incluidos en el nombre general de «personalidad»”.
Desde el punto de vista de la Psicología Social, el vínculo existente entre individuo y sociedad está materializado en el concepto de actitud, de ahí que deberá, en principio, desempeñar un papel importante en la descripción del vínculo entre cultura y personalidad. Jean Maisonneuve escribió: “La aparición del concepto de actitud significa un progreso muy importante, porque la actitud, intermediaria entre el plano psicológico y el plano social, traduce la posición de un individuo, miembro de un grupo, frente a un problema colectivo” (De “Psicología Social”- Editorial Paidós-Buenos Aires 1967).
En cuanto a la definición de ambos conceptos, podemos citar a Víctor Barnouw: “Una cultura es el sistema de vida de un grupo de personas, la configuración de todas las normas más o menos estereotipadas de comportamiento aprendido que son transmitidas de una generación a la siguiente por medio del lenguaje y la imitación”, mientras que, para Gordon Allport, “La personalidad es la organización dinámica dentro del individuo de los sistemas psicofísicos que determina sus ajustes particulares a su medio ambiente” (De “Cultura y personalidad”-V. Barnouw-Editorial Troquel SA-Buenos Aires 1967).
Cuando se busca la manera de lograr el mejoramiento de una sociedad en crisis, surgen dos posturas extremas. En una de ellas se recomienda mejorar la sociedad en su conjunto mediante un sistema económico adecuado, por una parte, o bien se recomienda una gradual mejora individual para que luego mejore la sociedad. Bajo la primera postura aparece la sugerencia socialista y también la del liberalismo extremo, mientras que, bajo la segunda postura, aparece la expresión de Cristo: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”.
En realidad, todo individuo influye en la sociedad mientras que, a su vez, la sociedad influye, para bien o para mal, sobre sus integrantes. De ahí que la sociedad ha de mejorar cuando se adopte el sistema económico y político más eficaz, aunque para ello deba comenzarse con una mejora ética a nivel individual, ya que de lo contrario será imposible vislumbrar y apoyar la elección del mejor sistema social a adoptar. Y aquí se advierte la importancia del concepto de actitud característica de las personas ya que, prioritariamente, debemos proponernos adoptar una actitud cooperativa. De lo contrario, poco efectiva será la tarea que lleva a la superación de la crisis social. Así como el ahorro diario y la inversión, como acumulación de capital, nos han de ayudar a lograr el bienestar económico futuro, las actitudes individuales, en forma de acciones cooperativas diarias, nos ayudarán a lograr el bienestar espiritual, no sólo en el futuro, sino en el presente inmediato.
Entre los términos controvertidos asociados a los estudios culturales aparece el de “naturaleza humana” que, por lo general, es desestimado por cuanto, desligado de los aspectos básicos de la personalidad, no tiene un significado objetivo. De ahí que adquiera tal significado cuando se lo considera como un atributo objetivo del hombre asociado a su personalidad básica y a los procesos estudiados principalmente por la neurociencia. A.F.C. Wallace escribió:
“La «naturaleza humana» dista mucho de ser un parámetro constante en los acontecimientos culturales; en realidad, el mecanismo biológico del que depende la cultura es sumamente variable en respuesta a los procesos genéticos y ecológicos que en parte son radicalmente independientes de la cultura en sí misma”. “Sugerimos, más bien, que cultura y personalidad reconoce que la cultura es un sistema abierto y que si cultura y personalidad no la conectan al resto de las ciencias, la culturalogía sólo puede internarse equivocadamente en uno de esos estériles terrenos en los que eventualmente terminan todas las teorías que forman sistemas cerrados” (De “Cultura y personalidad”-Editorial Paidós-Buenos Aires 1963).
La influencia de la sociedad sobre el individuo ha sido comprobada en muchas circunstancias diversas, tal el caso del suicidio, estudiado por Émile Durkheim. Así como los individuos más influyentes cambian al medio social, para bien o para mal, los más influenciables recibirán tal influencia en una forma decisiva. John Monaghan y Peter Just escribieron:
“Los antropólogos, al igual que otros pensadores sociales, oscilan entre una visión de la sociedad en la que ésta constituye lo que Durkheim llamó «conciencia colectiva» y una visión del comportamiento social que considera a la «sociedad» a lo sumo como una descripción estadística de las elecciones y acciones individuales. Ciertamente, en ocasiones nos referimos a la «sociedad» como si fuera un organismo vivo con mente propia, un todo que es mayor que la suma de sus partes. Culpamos a la «sociedad» por todos los problemas imaginables, desde el embarazo de una adolescente hasta una depresión. Sin embargo, si se nos pidiera que señaláramos dónde se ubica la «sociedad», seríamos tan capaces de hacerlo como si se nos solicitara que dijéramos dónde vive Dios”.
“El problema es que cada persona es única, distinta de todas las demás, y sus decisiones son producto de procesos mentales exclusivos y privados. ¿Cuántos de nosotros no hemos observado las diferencias que existen en nuestros hijos? Sin embargo, nuestras decisiones y los logros que ellos conforman, al mismo tiempo, patrones claros y a veces predecibles que se correlacionan con otros fenómenos colectivos. Quizá el ejemplo más conocido de esta paradoja sea el planteado por Émile Durkheim en su extraordinario «El suicidio» de 1897. El acto de tomar la propia vida parecería ser la más personal y privada de todas las decisiones, y cada una de éstas sería única. No obstante, Durkheim demostró que, en Francia, los habitantes de las urbes eran más propensos a cometer suicidios que quienes vivían en áreas rurales, y que había más suicidios entre protestantes que entre católicos y judíos. Él afirmaba que, en conjunto, las tasas de suicidio correspondían al grado en que los individuos se integraban a sus comunidades y al grado en que sus comunidades les proporcionaban un sentido de valor y propósito. Los individuos que se apartaban de su ámbito social tenían más probabilidades de recurrir al suicidio, y algunas comunidades eran más propensas que otras a marginar a sus miembros” (De “Antropología social y cultural”-Editorial Océano de México SA-México 2006).
Adviértase que la causa esencial de tal fenómeno es atribuida a la falta de integración social, que no es otra cosa que la ausencia de la actitud cooperativa del amor. Mientras que el sufrimiento moral ha de ser una medida del grado de desadaptación del hombre al orden natural, e incluso al orden social, puede afirmarse que la felicidad será la medida del grado de adaptación a ambos órdenes. Y el camino hacia una mayor adaptación provendrá, como se dijo, de la adopción de una predominante actitud cooperativa, algo que no constituye, especialmente para los cristianos, novedad alguna.
Nuestra capacidad para compartir emociones ajenas depende de nuestra herencia genética, aunque no exclusivamente. La psicóloga e investigadora Uta Frith afirmó: “Lo que no se puede aprender es, empero, la emoción, la empatía” (De “Mente y cerebro” Nº 58-Prensa Científica SA-Barcelona 2013). Quizás de ello dependa el hecho de que el nivel de felicidad adquirido por un individuo tienda a permanecer constante a través del tiempo, aun cuando las circunstancias se presenten muy favorables. Sin embargo, mediante la introspección es posible discernir cuál es la mejor actitud a adoptar de manera de permitir el predominio de la tendencia a la cooperación sobre las restantes. Al respecto, Federico Fros Campelo escribió: “«Se cambia el modo de sentir al cambiar el modo de pensar», este es el lema de los terapistas cognitivo-conductuales, cuyas prácticas siguen teniendo mucho éxito en la actualidad. Ellos manejan dos principios simples:
a) Si hemos aprendido varias reacciones emocionales por condicionamiento del entorno, ¿por qué no habrían de condicionarnos nuestros propios pensamientos? Lo que pensamos puede habituar respuestas emocionales tanto de manera positiva como negativa.
b) Si lo que pensamos se repite una y otra vez, estaremos configurando las conexiones sinápticas como plastilina, inscribiendo creencias que quedan «arraigadas». Forjaremos un reticulado neuronal que nos hace automatizar formas de pensar y de sentir, o sea, recurrentes y sin prestarles atención consciente”.
(De “Ciencia de las emociones”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2013).
Lo anterior confirma en cierta forma que el Bien y la Verdad van siempre juntos (al igual que el mal y la mentira). También confirma la necesidad de disponer de descripciones del comportamiento humano cercanas a la verdad y de fácil acceso para el ciudadano común. La existencia de una ideología de adaptación es un paso necesario para emprender toda acción con posible trascendencia social.
Es oportuno mencionar el principio de complejidad–conciencia en el cual se contempla la primera etapa del desarrollo humano, a través de la evolución biológica, que consiste esencialmente en una tendencia hacia la obtención de mayores niveles de complejidad, involucrando una secuencia que va desde las partículas fundamentales, núcleos, átomos, moléculas, células, hasta llegar a la vida inteligente. La segunda etapa contempla el desarrollo humano a través de la evolución cultural que consiste esencialmente en una tendencia hacia la obtención de mayores niveles de conciencia. Ello implica conocer detalladamente nuestro comportamiento básico para lograr mayores niveles de adaptación. Bryan Magee escribió refiriéndose a Friedrich Schelling:
“La vida es una creación de la naturaleza, la cual en su día sí que fue un mundo de materia inerte. La naturaleza aparece como el conjunto de la realidad, que se encuentra en perpetua evolución. De este modo, si al principio no había nada más que materia muerta, en un momento dado aparece la vida”. “El hombre forma parte de la naturaleza, por lo que la creatividad humana es una parte de la productividad de la naturaleza. Con el hombre, la naturaleza ha alcanzado la autoconsciencia” (De “Historia de la Filosofía”-Editorial La Isla-Buenos Aires 1999).
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