martes, 28 de agosto de 2018

Regimentación del pensamiento

En la tarea emprendida por imponer el socialismo en diversos países, el marxismo-leninismo tiende a emplear ideas y consignas ya empleadas en la Unión Soviética. La similitud puede provenir del hecho de partir de una misma base ideológica o bien por intentar aplicar métodos suficientemente probados. Alguien podrá decir que el régimen soviético fue un fracaso y que por ello fue abandonado en casi todo el mundo. Sin embargo, debe tenerse presente que, para la mayoría de sus adeptos, no fue así. Y si alguien les recuerda el muro de Berlín, responderán tranquilamente que con ese muro se trataba de “impedir el ingreso” de burgueses extranjeros para evitar que, con sus costumbres “contaminaran la sociedad comunista”.

La característica esencial del ideólogo o el militante marxista, consiste en su actitud permanente de creer que está inmerso en una guerra, ideológica y material, en contra de un enemigo al que quiere destruir y que, a su vez, pretende destruirlo. De ahí la necesidad de unificar todas las actividades en el Estado, como ocurrió en la Unión Soviética. Tanto la política, como la economía, cultura, educación, deporte, arte, ciencia, filosofía, etc., debían ser compatibles con la ideología filosófica que sustentaba al sistema colectivista. De ahí la adopción del marxismo-leninismo, y no la propia realidad, como referencia para la validación de hipótesis propuestas.

Julian Huxley describe la situación existente en épocas de la posguerra, aunque no fue distinto a lo ocurrido en otras épocas: “Las autoridades soviéticas consideraron que era necesario y deseable movilizar y regimentar no solamente la opinión pública en el sentido corriente, sino todas las actividades superiores del espíritu, tanto intelectuales como estéticas, desde las ciencias naturales hasta el arte y la música, y desde la filosofía hasta la literatura y la historia. El pensamiento y la expresión creadora tenían que convertirse en armas de la política exterior y en instrumentos de la política interna en la lucha del Estado soviético por sobrevivir y realizar sus fines en el difícil mundo de la posguerra. Con esta intención se ha hecho la tentativa de cementar las actividades mentales del pueblo de la URSS –sus ideas y emociones, sus intelectos y sus aspiraciones- en un todo monolítico, un instrumento para alcanzar una meta definida, pero difícil” (De “La genética soviética y la ciencia mundial”-Editorial Hermes-México 1952).

Resulta sorprendente que los marxistas sigan burlándose de la Iglesia, criticando el atraso científico que ésta produjo al adoptar la Biblia, y no la realidad, como referencia para valorar los descubrimientos realizados en otras épocas, mientras que, hace apenas unas decenas de años, los soviéticos adoptaron una postura similar al considerar que tal referencia debía ser la ideología marxista-leninista. Julian Huxley agrega: “La cuestión principal es la condena oficial de resultados científicos, hecha en otros terrenos que el científico, y por lo tanto el repudio por la URSS del concepto de método científico y actividad científica compartido por la gran mayoría de los hombres de ciencia de los otros países”,

En cuanto a la genética, escribió: “En 1948, la disputa quedó terminada –al menos por el momento- con la completa derrota del neomendelismo y la entronización del michurinismo como doctrina oficial en el campo de la genética y la evolución. Ahora ha llegado el momento para que quienes viven en otros países hagan un inventario de la situación y sus consecuencias. Ahora existe una «línea» partidaria en genética, lo cual significa que el principio científico básico de recurrir a los hechos ha sido pisoteado por consideraciones ideológicas”.

Recordemos que, según el marxismo, la influencia social es determinante en cuanto a los atributos personales de cada ser humano, restando importancia a los aspectos hereditarios. Tal influencia social dependería esencialmente del sistema económico vigente en la sociedad. De ahí que en la URSS se le haya dado tanta importancia a teorías de tipo lamarckiano (Michurin, Lysenko) en las cuales se acepta la herencia de los caracteres adquiridos por la influencia del medio, mientras que se rechazaba la genética mendeliana que sostiene que la herencia depende esencialmente de cuestiones estrictamente genéticas. “Nos dicen que las ideas de los neomendelistas son místicas, metafísicas, burguesas, pseudocientíficas y hasta anticientíficas”. “Además el michurinismo es calificado habitualmente con el adjetivo científico, materialista o progresista. El término genética soviética es utilizado con bastante frecuencia, y Lysenko emplea la frase darwinismo creativo soviético”.

La intromisión en la historia también resulta llamativa, ya que no sólo se ha empleado la mutilación de la realidad histórica, como en el caso de León Trotsky, cuyo nombre desapareció de los libros rusos por decisión de Stalin, sino que se promueve una interpretación ajustada a las necesidades ideológicas del momento. “Se afirma que la actual posición es que «el historiador ideal debe ser formado para que obtenga generalizaciones teóricas» en línea con las doctrinas del partido, y debe estar libre de un «excesivo amor por los hechos». Porque, como recientemente se ha declarado en Moscú, «cuando la teoría deja de desempeñar un papel predominante en la investigación, inevitablemente aparecen vicios –tales como el liberalismo podrido, el debilitamiento ideológico y la falta de espíritu crítico y de autocrítica»”.

“En filosofía, la restricción parece actuar respecto a una tradición de autoridad y ortodoxia….Se tiene hasta cierto punto la sensación de haber sido transportado hacia uno de los concilios del cristianismo primitivo, salvo que las autoridades con las que hay que estar de acuerdo no son los Padres de la Iglesia, sino con los Padres de la Revolución: Marx, Engels, Lenin y Stalin”.

Respecto a las artes y la literatura, Huxley escribió: “En las artes, el criterio positivo al que deben conformarse es el «realismo socialista», en oposición al criterio negativo del formalismo…Se puede decir, de una manera bastante grosera, que el «realismo socialista» está propuesto como justificación de la creencia en que las artes deben ser fácilmente inteligibles a todo ciudadano, y deberían tener como única, o por lo menos principal, función social la de proporcionar un desahogo emocional, una meta y un impulso para las actividades de la sociedad en la guerra y en la paz, por oposición a la creencia en la nueva exploración o en la expresión por medio del artista individual, o en la satisfacción privada del ciudadano individual”.

“Las autoridades del partido destacan continuamente dos puntos principales: la literatura tiene que ser optimista y debe demostrar la superioridad de la manera de vivir soviética sobre la del Occidente. Esta última exigencia implica la presentación del mundo no soviético como moralmente decadente e ideológicamente confuso”.

A mediados de la década de los 70, las cosas no cambiaron demasiado. Andrei D. Sajarov escribe acerca de la URSS: “Las consecuencias del monopolio del Partido y el Estado son especialmente destructivas en el ámbito de la cultura y la ideología. La unificación total de la última exige cada día a cada ciudadano –desde el pupitre de la escuela hasta la cátedra universitaria- hipocresía, conformismo, mediocridad y autoembrutecimiento. Este ciudadano se ve obligado a representar, sin solución de continuidad, la tragicómica farsa ritual del juramento de fidelidad, relegando al segundo plano toda consideración hacia lo concreto, el sentido común y la dignidad. Escritores pintores, artistas, pedagogos, humanistas, todos se hallan sometidos a tan monstruosas presiones que no pueden por menos de admirarle a uno que el arte y las letras no hayan desaparecido por completo de nuestro país” (De “Mi país y el mundo”-Editorial Noguer SA-Barcelona 1976)

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