martes, 28 de julio de 2020

Factores de seguridad en política y economía

En las distintas ramas de la ingeniería y de la industria, se establecen normas de seguridad que, por lo general, encarecen los productos; pero brindan al usuario cierta certeza respecto de la confiabilidad de los mismos. Así, entre las normas establecidas para la construcción de viviendas en zonas sísmicas, se encuentra aquella que exige que cada columna y cada viga sean calculadas para soportar un peso cuatro veces mayor al peso real que deban soportar.

En el caso de la economía, se hace evidente la necesidad de establecer algunos criterios de seguridad, principalmente para evitar la pobreza generalizada y la riqueza desmedida de unos pocos. Este es el caso de los países en que se observan muy pocas empresas, o bien unos pocos monopolios privados o, principalmente, un gran monopolio estatal. Para evitar esos males, el liberalismo propone la economía de mercado establecida bajo la competencia de muchas empresas. De esa manera se evitan los inconvenientes que pueden presentar los grandes monopolios. Es oportuno destacar que existen monopolios privados "naturales" que no son los culpables de que no se les haga competencia, especialmente en países en donde la mayoría prefiere ser empleado estatal.

Por el contrario, los sistemas socialistas no buscan una distribución de la responsabilidad productiva ni tampoco una división de poderío económico; poderío que puede a veces ser negativo para la sociedad. Por el contrario, al proponer la estatización de los medios de producción, favorece la creación de un gran monopolio estatal, que acentúa todos y cada uno de los defectos que los socialistas critican de las economías capitalistas; en realidad, pseudocapitalistas en el caso de existir monopolios dominantes. Si uno le pregunta a un socialista la razón por la cual los monopolios privados son "malos" mientras que un gran monopolio estatal es "bueno", dirá seguramente que en el primer caso será dirigidos por "explotadores" laborales mientras que ellos, los socialistas, al poseer cierta "superioridad moral", no cometerán tal abuso.

En el caso de la política ocurre algo similar. Así, para evitar los posibles excesos asociados a un poder ilimitado de los gobernantes, el liberalismo propone la división de poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo, Judicial) como también la renovación de los gobiernos mediante elecciones periódicas. Por el contrario, los socialistas proponen un poder centralizado y un partido político único, sin elecciones en las que participen los gobernados, creando todas las condiciones propicias para el surgimiento de verdaderas catástrofes sociales, como las acontecidas en Rusia, China y otros países durante el siglo XX.

Si bien el mando político centralizado no necesariamente ha de conducir a una catástrofe social, las condiciones establecidas brindan pocas garantías para evitarla en casos extremos, como aquel en que accede al poder alguien mentalmente perturbado. Tampoco los sistemas democráticos brindan garantías de seguridad inobjetables, ya que el sistema es pervertido por políticos con fallas morales. En todos los casos, se advierte que no existe el "sistema económico y el sistema político perfectos", que aseguren el éxito esperado, ya que siempre influyen los aspectos éticos asociados tanto a gobernantes como al pueblo.

Para ilustrar las posturas de los promotores de ambos sistemas, es decir, del inseguro y del seguro, se transcribe un diálogo imaginario entre la figura más representativa del primero (Maquiavelo) y la del segundo (Montesquieu):

MAQUIAVELO:

El hombre experimenta mayor atracción por el mal que por el bien; el temor y la fuerza tienen mayor imperio sobre él que la razón. Todos los hombres aspiran al dominio y ninguno renunciaría a la opresión si pudiera ejercerla. Todos o casi todos están dispuestos a sacrificar los derechos de los demás por sus intereses.

¿Qué es lo que sujeta a estas bestias devoradoras que llamamos hombres? En el origen de las sociedades está la fuerza brutal y desenfrenada, más tarde, fue la ley, es decir, siempre la fuerza, reglamentada formalmente. Habéis examinado los diversos orígenes de la historia; en todos aparece la fuerza anticipándose al derecho.

La libertad política es sólo una idea relativa; la necesidad de vivir es lo dominante en los Estados como en los individuos.

En algunas latitudes de Europa, existen pueblos incapaces de moderación en el ejercicio de la libertad. Si en ellos la libertad se prolonga, se transforma en libertinaje; sobreviene la guerra civil o social, y el Estado está perdido, ya sea porque se fracciona o se desmembra por efecto de sus propias convulsiones o porque sus divisiones internas los hacen fácil presa del extranjero. En semejantes condiciones, los pueblos prefieren el despotismo a la anarquía. ¿Están equivocados?

¿Podemos conducir masas violentas por medio de la pura razón, cuando a éstas sólo las mueven los sentimientos, las pasiones y los prejuicios?

Que la dirección del Estado esté en manos de un autócrata, de una oligarquía o del pueblo mismo, ninguna guerra, ninguna negociación, ninguna reforma interna podrán tener éxito sin ayuda de estas combinaciones que al parecer desaprobáis, pero que os hubieran visto obligado a emplear si el rey de Francia os hubiese encomendado el más trivial de los asuntos estatales.

¡Pueril reprobación la que afecta al Tratado del Príncipe! ¿Tiene acaso la política algo que ver con la moral? ¿Habéis visto alguna vez un Estado que se guiase de acuerdo con los principios rectores de la moral privada? En ese caso, cualquier guerra sería un crimen, aunque se llevase a cabo por una causa justa; cualquier conquista sin otro móvil que la gloria, una fechoría...¡Únicamente lo fundado en el derecho sería legítimo! La fuerza es el origen de todo poder soberano o, lo que es lo mismo, la negación del derecho. ¿Quiere decir que proscribo a este último? No; mas lo considero algo de aplicación limitada en extremo, tanto en las relaciones entre países como en las relaciones entre gobernantes y gobernados.

Por otra parte, ¿no advertís que el mismo vocablo «derecho» es de una vaguedad infinita? ¿Dónde comienza y dónde termina? ¿Cuándo existe derecho y cuándo no? Daré ejemplos: Tomemos un Estado: la mala organización de sus poderes públicos, la turbulencia de la democracia, la impotencia de las leyes contra los facciosos, el desorden que reina por doquier, lo llevan al desastre. De las filas de la aristocracia o del seno del pueblo surge un hombre audaz que destruye los poderes constituidos, reforma las leyes, modifica las instituciones y proporciona al país veinte años de paz. ¿Tenía derecho a hacer lo que hizo?

Con un golpe de audacia, Pisistrato se adueña de la ciudadela y prepara el siglo de Pericles. Bruto viola la constitución monárquica de Roma, expulsa a los Tarquinos y funda a puñaladas una república, cuya grandeza es el espectáculo más imponente que jamás haya presenciado el universo. Empero, lucha entre el patriciado y la plebe, que mientras fue contenida estimuló la vitalidad de la república, lleva a esta a la disolución y a punto de perecer. Aparecen entonces César y Augusto. También son conculcadores; pero gracias a ellos, el Imperio romano que sucede a la república perdura tanto como esta; y cuando sucumbe, cubre con sus vestigios al mundo entero.

Pues bien ¿estaba el derecho de parte de esos audaces? Según vos, no. Y sin embargo, las generaciones venideras los han cubierto de gloria; en realidad, sirvieron y salvaron a su país y prolongaron durante siglos su existencia. Veis entonces que en los Estados el principio del derecho se halla sujeto al del interés y de estas consideraciones se desprende que el bien puede surgir del mal; que se llega al bien por el mal, así como algunos venenos nos curan y un corte de bisturí nos salva la vida. Menos me he cuidado de lo que era bueno y moral que de lo útil y necesario; tomé las sociedades tal como son y establecí las normas consiguientes.

Hablando en términos abstractos, la violencia y la astucia ¿son un mal? Sí, pero es necesario para gobernar a los hombres, mientras los hombres no se conviertan en ángeles.

Cualquier cosa es buena o mala, según se la utilice y el fruto que dé; el fin justifica los medios; y si ahora me preguntáis por qué yo, un republicano, inclino todas mis preferencias a los gobiernos absolutos, os contestaré que, testigo en mi patria de la inconstancia y cobardía de la plebe, de su gusto innato por la servidumbre, de su incapacidad de concebir y respetar las condiciones de una vida libre; es a mis ojos una fuerza ciega, que tarde o temprano se deshace si no se halla en manos de un solo hombre; os respondo que el pueblo, dejado a su arbitrio, sólo sabría destruirse; que es incapaz de administrar, de juzgar, de conducir una guerra. Os diré que el esplendor de Grecia brilló tan sólo durante los eclipses de la libertad; que sin el despotismo de la aristocracia romana, y más tarde el de los emperadores, la deslumbrante civilización europea no se hubiese desarrollado jamás.

MONTESQUIEU:

Nada de nuevo tienen vuestras doctrinas para mí, Maquiavelo; y si experimento cierto embarazo en refutarlas, se debe no tanto a que ellas perturban mi razón, sino a que, verdaderas o falsas, carecen de base filosófica. Comprendo perfectamente que sois ante todo un hombre político, a quien los hechos tocan más de cerca que las ideas. Admitiréis, empero, que, tratándose de gobiernos, se llega necesariamente al examen de los principios. La moral, la religión y el derecho no ocupan lugar alguno en vuestra política. No hay más que dos palabras en vuestra boca: fuerza y astucia.

Si vuestro sistema se reduce a afirmar que la fuerza desempeña un papel preponderante en los asuntos humanos, que la habilidad es una cualidad necesaria en el hombre de Estado, hay en ello una verdad de innecesaria demostración; pero si erigís la violencia en principio y la astucia en precepto de gobierno, el código de la tiranía no es otra cosa que el código de la bestia, pues también los animales son hábiles y fuertes y, en verdad, solo rige entre ellos el derecho de la fuerza brutal. No creo, sin embargo, que hasta allí llegue vuestro fatalismo, puesto que reconocéis la existencia del bien y del mal.

Vuestro principio es que el bien puede surgir del mal, y que está permitido hacer el mal cuando de ello resulte un bien. No afirmáis que es bueno en sí traicionar la palabra empeñada, ni que es bueno emplear la violencia, la corrupción o el asesinato. Decís: podemos traicionar cuando ello resulta útil, matar cuando es necesario, apoderarnos del bien ajeno cuando es provechoso. Me apresuro a agregar que, en vuestro sistema, estas máximas sólo son aplicables a los príncipes, cuando se trata de sus intereses o de los intereses del Estado. En consecuencia, el príncipe tiene el derecho de violar sus juramentos, puede derramar sangre a raudales para apoderarse del gobierno o para mantenerse en él; le es dado despojar a quienes ha proscripto; abolir todas las leyes, dictar otras nuevas y a su vez violarlas; dilapidar las finanzas, corromper, oprimir, castigar y golpear sin descanso.

(Extractos del "Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu" de Maurice Joly-Editorial Seix Barral SA-Barcelona 1977).

1 comentario:

agente t dijo...

El Estado, el Príncipe, es quien defiende a los individuos de su país de los enemigos exteriores y también del peligro que representan para ellos otros individuos del mismo país. Para cumplir eficazmente esa misión se necesitan unos poderes que difícilmente podrán ser fácilmente controlados o que perderán su eficacia si se sujetan a las reglas del derecho y la moral. Es un dilema clásico, no resuelto y que se complica cuando la clase política se autoerige en guía de la sociedad sin que ésta de consentimiento expreso o tenga conciencia de esos fines superiores a los que es dirigida desde las alturas.