viernes, 24 de octubre de 2014

La cultura de la diversión

Las acciones humanas pueden calificarse bajo un criterio que contemple, o no, el proceso de adaptación cultural al orden natural. Así, tendremos acciones que lo favorecen, por lo que serán partes de la cultura universal, mientras que las acciones que se opongan serán partes de la contracultura. Este criterio se opone al empleado por los antropólogos y que consiste en denominar “cultura” a todo lo que hace una comunidad o un pueblo, sin contemplar el criterio mencionado. Puede decirse que este “populismo cultural” se caracteriza por rebajar al pueblo culto para igualarlo al inculto, sin que éste haya debido hacer el menor esfuerzo por dejar de serlo. Mario Vargas Llosa escribió: “Bajtín y sus seguidores (conscientes o inconscientes) hicieron algo más radical: abolieron las fronteras entre cultura e incultura y dieron a lo inculto una dignidad relevante, asegurando que lo que podía haber en este discriminado ámbito de impericia, chabacanería y dejadez estaba compensado por su vitalidad, humorismo y la manera desenfadada y auténtica con que representaba las experiencias humanas más compartidas”.

“De este modo han ido desapareciendo de nuestro vocabulario, ahuyentados por el miedo a incurrir en la incorrección política, los límites que mantenían separadas a la cultura de la incultura, a los seres cultos de los incultos. Hoy ya nadie es inculto o, mejor dicho, todos somos cultos. Basta abrir un periódico o una revista para encontrar, en los artículos de comentaristas y gacetilleros, innumerables referencias a la miríada de manifestaciones de esa cultura universal de la que todos somos poseedores, como por ejemplo «la cultura de la pedofilia», «la cultura de la marihuana», «la cultura punk», «la cultura de la estética nazi» y cosas por el estilo”. “La cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a ese vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer”. (De “La civilización del espectáculo”-Aguilar-Buenos Aires 2014).

Cada época y cada pueblo han sido caracterizados por alguna postura filosófica o religiosa dominante. La búsqueda de la felicidad se ha restringido a la exaltación de placeres y comodidades, o a la búsqueda prioritaria de la fe o la razón, o bien al equilibrio de tales aspectos. Fulton J. Sheen escribió: “Dos errores existieron en la antigüedad relativos a las pasiones: el de los estoicos, que creían que las pasiones eran siempre malas; y el de los epicúreos, que creían que las pasiones eran lo único que de bueno había en el hombre, por cuya razón debían ser siempre satisfechas”. “Estos dos errores se han repetido posteriormente. Los modernos estoicos son aquellos que creen que jamás debemos mostrar pasión o entusiasmo por ninguna causa; la pasión es algo de lo que uno ha de avergonzarse. Si alguna pasión es acaso permitido exteriorizar, son generalmente la ira y la tristeza. En este sentido, la generación victoriana fue algo así como un grupo de chiquillos reprimiéndose la risa”.

“Los modernos epicúreos son aquellos que creen que la pasión es lo mejor y más alto que hay en el hombre, debiendo, por tanto, satisfacerse siempre. Afirman que si el hombre es psicótico o neurótico, o no es feliz en la vida, o fracasa en los negocios, o no hace un buen promedio en el golf, se debe a que nunca se ha entregado a sus pasiones ni ha sido autoexpresivo” (De “La vida hace pensar”-Juan Flors Editor-Barcelona 1956).

Si a la época actual debemos caracterizarla por la búsqueda de aquello por lo que parece orientarse, puede decirse que es la época de la diversión, ya que la diversión parece ser el valor predominante que orienta las acciones y la vida individual. Sin embargo, como han señalado algunos autores, la necesidad de diversión se intensifica cuando el individuo carece de un sentido definido de la vida. Víktor E. Frankl escribió: “Uno de los postulados básicos de la logoterapia estriba en que el interés principal del hombre no es encontrar el placer, o evitar el dolor, sino encontrarle un sentido a la vida, razón por la cual el hombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de que ese sufrimiento tenga un sentido” (De “El hombre en busca de sentido”-Editorial Herder SA-Barcelona 1986).

Por otra parte, el sinsentido y el tedio se oponen al proceso de adaptación cultural; por lo cual podemos hablar de una “contracultura” de la diversión. Claude Tresmontant escribió: “Según la expresión de Julian Huxley, el hombre no es otra cosa que la evolución hecha consciente de sí misma. El hombre toma conciencia de la corriente ontológica que le arrastra y tiene en su mano ciertas palancas de mando”. “La condición primera para que el hombre acabe la obra cósmica emprendida, es que la evolución (o en términos metafísicos, la Creación) descubra que tiene un sentido”. “Si hay fracaso, la culpa no deberá ser imputada al Universo, ni a la Creación, sino al hombre. Y Teilhard veía en las filosofías del absurdo y en la derelicción los signos inquietantes de un «aburrimiento» que, para él, es el más grande, el único peligro que puede amenazar a la evolución” (De “Introducción al pensamiento de Teilhard de Chardin”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1966).

Puede decirse, entonces, que la sociedad de la diversión es un efecto de la ausencia de un sentido de la vida compatible con nuestra naturaleza humana. De lo contrario, si tuviese validez el relativismo cultural, no debería surgir inconveniente alguno luego de que el hombre elige cualquier forma de vida o cualquier finalidad para la misma. Mario Vargas Llosa escribió: “¿Qué quiere decir la civilización del espectáculo? La de un mundo donde el primer lugar en la tabla de valores vigente la ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Este ideal de vida es perfectamente legítimo, sin duda. Sólo un puritano fanático podría reprochar a los miembros de una sociedad que quieran dar solaz, esparcimiento, humor y diversión a unas vidas encuadradas por lo general en rutinas deprimentes y a veces embrutecedoras. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias inesperadas: la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo”.

Si hemos de definir a la cultura como la actividad del hombre que favorece el proceso de adaptación al orden natural, debemos contemplar tanto nuestras aptitudes cognitivas como aquellas afectivas, o morales. De ahí que pueda expresarse de la siguiente forma:

Cultura = Conocimientos + Ética + Estética (arte)

En cuanto a la estética, se la ha considerado como la forma subjetiva disponible para la transmisión de los valores culturales objetivos asociados al conocimiento y a la ética, siendo una actividad complementaria. El conocimiento, cuando está disociado de los valores morales, no puede ser considerado como parte de la cultura. El citado autor agrega: “La posmodernidad ha destruido el mito de que las humanidades humanizan. No es cierto lo que creyeron tantos educadores y filósofos optimistas, que una educación liberal, al alcance de todos, garantizaría un futuro de progreso, de paz, de libertad, de igualdad de oportunidades, en las democracias modernas: «..las bibliotecas, los museos, los teatros, las universidades, los centros de investigación por obra de los cuales se transmiten las humanidades y las ciencias pueden prosperar en las proximidades de los campos de concentración» (Steiner). En un individuo, al igual que en la sociedad, llegan a veces a coexistir la alta cultura, la sensibilidad, la inteligencia y el fanatismo del torturador y el asesino. Heidegger fue nazi «y su genio no se detuvo mientras el régimen nazi exterminaba millones de judíos en los campos de concentración»”.

Mientras que en otras épocas la religión daba al individuo un sentido a su vida, en la actualidad la propia religión ha caído bajo el intempestivo avance de la contracultura de la diversión. Santiago Kovadloff escribió: “El afán de entretenimiento parecería haber desplazado a la fe en lo que hace al interés por la religión. Por lo menos en los sectores económicos y socialmente mejor posicionados. «El Código Da Vinci» lleva vendidos más de 40 millones de ejemplares. Merma el número de fieles en los templos mientras crece en las librerías la demanda de obras de ficción con temática religiosa administrada por la intriga, el suspenso y la aventura. Para no hablar de ensayos con hipótesis exitosas, tales como las que proponen explorar una eventual naturaleza femenina de Dios, la inesperada santidad de Judas o los turbulentos conflictos psicológicos que podrían haber afectado a Jesús en el seno de su familia de origen”.

“El filósofo italiano Gianni Vattimo afirma que la secularización del pensamiento ha ganado la partida. El porvenir del cristianismo, augura, estará seriamente comprometido si la caridad y la solidaridad no desplazan al dogma en la transmisión de la fe. Cabe, no obstante, preguntarse si es posible disociarlos sin afectar el núcleo de la identidad cristiana. ¿Qué sentido tendría perdurar si la identidad preservada al hacerlo no fuera ya la que resulta doctrinariamente indispensable? Ni qué decir tiene que todas estas alteraciones no afectan únicamente al cristianismo. En el mundo judío, las cosas no son distintas: indiferencia creciente ante el estudio de la Ley, languidecimiento de las vocaciones religiosas y de la educación, acatamiento puramente formal, por no decir exterior, de una tradición que pierde riqueza interpretativa y sentido en más y más corazones. Las festividades comunitarias cuentan hoy con mayor apego convencional pero con escasa comprensión por parte de quienes cumplen con ellas. El antisemitismo real o virtual aglutina a los judíos mucho más que la fe” (De “Los apremios del día”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 2007).

La otra “víctima” importante de la sociedad de la diversión es la educación. Si, para la mayor parte de los adolescentes, es la diversión la meta de sus vidas y el valor predominante, todo lo que no sea diversión resulta ser un escollo o un impedimento que se opone a su meta más deseada. Posiblemente ésta sea la principal causa del serio deterioro educativo que se manifiesta, no sólo en la indisciplina escolar, sino en la apatía y el desgano crónicos que muestran los estudiantes cuando sólo predisponen de un mínimo esfuerzo por elevar su nivel cultural.

La “cultura” de la diversión es también la “cultura” de la ausencia de valores, no sólo de aquellos de carácter ético, sino contemplada desde el punto de vista de las recompensas anímicas que se reciben por cada logro individual, por cuanto, a lo que poco cuesta adquirir, poco valor se le ha de dar. Tom Paine escribió: “Lo que obtenemos a muy poco costo, lo estimaremos muy poco; el costo es lo que da a todo su valor”.

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