viernes, 19 de enero de 2024

Robert Nozick y el Estado mínimo

Por Mariano Grondona

Anarquía, Estado y Utopía

El libro de Nozick, Anarquía, Estado y Utopía, comienza con una frase que parece ser continuación del libro que escribiría después: “Las personas tienen derechos, que no les pueden ser violados legítimamente”. Aquí se resume la perspectiva de Nozick. Ese tipo de personas que él ha descripto en Explicaciones filosóficas son seres tan valiosos que, por serlo, han de ser respetados, sin que ningún argumento pueda ir contra esto. Aquí resuena la concepción de Kant: el hombre es un fin en sí mismo.

La dignidad del hombre es tal, que no puede aceptar de ninguna manera que se violen sus derechos. Esta es la premisa. En el prefacio de Anarquía…, además, se dicen algunas cosas que son dignas de atención. Por ejemplo, que no se puede usar coerción para hacer a alguien mejor de lo que es, ni para obligarlo a ayudar a los demás.

A estas alturas debe llegar cada persona. Mortimer Adler, que ha escrito acerca de la idea de la libertad, dice: “…lo que puede hacer el individuo, nadie lo debe hacer por él”. A cada individuo se lo debe ayudar en lo que no puede hacer, pero él no tiene el derecho de reclamar que se lo sustituya en lo que puede hacer.

En la primera parte del libro, Nozick discute con los anarquistas. Él es casi anarquista, pero ese “casi” tiene que probarlo. Parafraseando a Heidegger, que se asombra ante el ser y empieza a razonar desde la nada, Nozick se pregunta: ¿Por qué el Estado y no más bien la anarquía? Esta es una pregunta liberal; lo asombroso es el Estado, no la libertad. La pregunta de un totalitario es: ¿Por qué el individuo y no más bien el Estado?

Aquello ante lo cual uno se asombra, es aquello cuya existencia le tienen que probar. Es lo que llamamos en derecho el “onus probandi”. En este caso el “onus probandi” recae sobre el Estado. Tiene que demostrarme a mí por qué ha de existir. Porque lo natural es la anarquía. Si uno reflexiona, Locke dice lo mismo: primero, el estado de naturaleza, que es una anarquía (no-gobierno). La anarquía no tiene para los anglosajones los ribetes siniestros que tiene entre nosotros, porque hemos vivido en ella mucho tiempo. Para los anglosajones, lo peor es la tiranía, no la anarquía, porque confían en la autodisciplina individual.

En la tiranía hay reglas. En cambio, en la anarquía todos son tiranos. Nozick, siguiendo una complicada explicación, dice que el Estado nace en definitiva de un monopolio del poder. A nosotros nos explicaron que el Estado es la comunidad políticamente organizada, algo muy semejante a una “polis” englobante y totalitaria. Para Weber, en cambio, es una agencia que reclama con éxito el monopolio de la coacción legal.

¿Cómo llega Nozick, siendo liberal, a aceptar esa agencia? Supone un estado de naturaleza en donde las personas, libradas a su autodefensa, van formando agencias de protección recíproca. Cuando hay varias agencias en un mismo espacio, es posible la lucha entre ellas. La única solución será que una de ellas se convierta en dominante e imponga la paz al resto. Ha nacido un Estado, un monopolio en ciernes.

Nozick distingue entre un “ultramínimo” y un “mínimo” Estado. En el ultramínimo mi agencia (dominante) me protege a mí y a los míos pero, como no todo el mundo es socio de ella, no protege a los otros. Este sería un Estado, por ejemplo, que sólo protegería a los contribuyentes y no a los no contribuyentes. Pero aquí falta justicia. Nozick rechaza el concepto de redistribución. Si la agencia distribuye su protección entre los no asociados, que no pagaron, ¿es esto redistribución? No, dice Nozick, pero de todos modos sería injusto imponerle reglas al resto de la sociedad, cuando no se la compensa con la protección.

Finalmente, los demás también entran en la agencia dominante porque reciben una compensación –bajo la forma de protección que también se extiende a ellos- por la restricción que se les exige en sus comportamientos. Nozick elude así la trampa de la “redistribución” y se salva manteniéndose en el límite de la justicia conmutativa: los que han quedado afuera de la agencia dominante de protección (y no pagan por ella), también son protegidos por ella en virtud de que se les debe algo a cambio de restricciones que les impone la agencia dominante. El Estado que protege a sus contribuyentes y extiende su protección a los no contribuyentes, ya no es “ultramínimo” sino “mínimo”, porque a todos abarca.

“Cualquier Estado más extenso que éste –nota Nozick- viola derechos personales”. “No hay redistribución, porque nunca hubo distribución”. En Nozick no hay pacto sino lo que él llama la “teoría del título”. “Toda distribución es justa, si cada uno obtuvo lo que tiene a través de un justo título”. Recordemos a Locke; si tú haz ganado lo que tienes de una manera legítima, es tuyo. Rawls, en cambio, diría que es tuyo si lo obtienes de tal manera que se beneficien los demás.

¿Y qué pasa si no lo haz adquirido legítimamente? Corresponde lo que Nozick llama el principio de rectificación: “Si bien caer en el socialismo sería un castigo excesivo por nuestros pecados, el principio de rectificación podría llegar a tremendas transferencias de riqueza”. Es la teoría del justo título, llevada a su extremo rigor.

Nozick refuta largamente a Rawls, especialmente su teoría del “velo de ignorancia”. Como Locke, Nozick piensa que todos llegamos a la sociedad con algo, y no “ignorantes y desnudos, sin saber qué nos va a pasar”, como en Rawls. Y agrega: “…la compasión debe ser aceptada –si es libre- como un agregado a la justicia”. Esto es igual a Smith: la justicia la impone el Estado mínimo; la compasión o benevolencia forma parte del desarrollo personal de cada uno.

Habíamos visto en Rawls que la falta de envidia es la condición indispensable para el pacto social. En el fondo de esta filosofía –también en Nozick- reposa la idea de que los millonarios son socialmente útiles. La aceptación social del millonario impulsa a la sociedad. Una sociedad empeñada en que no haya millonarios, se bloquea a sí misma.

Nozick también rechaza la envidia, pero llega a una nueva conclusión: “La envidia es una agresión a mi autoestima, que otro –sin querer- produce por efecto de la comparación entre los dos”. El éxito del otro disminuye mi autoestima. Si yo podía hacer diez e hice seis, que podía hacer diez lo aprendo cuando el otro los hace. Cuando el otro hace diez, sé que mi seis es insignificante. Aquí disminuye mi autoestima y aquí siento un impulso de venganza contra aquel que disminuyó mi autoestima con su éxito.

Esto está en el fondo del “antiimperialismo”. Estados Unidos no nos explotó, pero nos demostró que no habíamos llegado. Es esto lo que no fue perdonado. Siempre alguien tiene la culpa, porque el que bate el “record” es quien disminuye “mi record”. En una sociedad mediocre, donde nadie se eleva, nadie se subestima. Por eso la envidia trata de promoverla, anulando el esfuerzo de los excelentes.

Mientras haya comparación, habrá envidia. La única superación de la envidia es que no puede haber comparación. Si cada unidad orgánica se considera un valor original, y si cada persona cuenta como algo único, una sociedad superdesarrollada llegaría a destruir las pautas de comparación. Entonces, el señor que lanzó un cohete a la Luna no tiene nada que envidiarle al presidente, porque él en lo suyo ha logrado lo máximo que podría lograr. A medida que se van especializando las funciones y las vocaciones, finalmente se logra una sociedad en que cada uno, siendo único, solamente puede compararse consigo mismo. Pero aun si sabe que no logró lo que debía, no hay quién origine esta subestimación salvo su propia biografía.

En esa sociedad, todos pueden sentirse realizados o, en todo caso, únicos culpables por no haberlo conseguido plenamente; la envidia desaparece. En sociedades muy desarrolladas, se ve que en parte esto ocurre. En cambio, en sociedades muy estancadas, subdesarrolladas, se divide tan poco el trabajo que son muy pocos los cargos que conllevan la idea del éxito. Por ello, solamente el rol político es aquel que sigue brillando, el de Jefe de Estado. Lo cual, tarde o temprano, genera universal envidia. Tal es la pasión política que brota en las sociedades estancadas, que exaltan al político en el momento del triunfo y muy poco tiempo después lo culpan por todo.

Nozick termina con esta frase: “¿No es entonces el Estado mínimo, este marco para la utopía, una visión inspiradora? El Estado mínimo nos trata como individuos inviolables, que no pueden ser usados por otros como medios. Nos trata con respeto porque respeta nuestros derechos y nos permite a cada uno de nosotros, individualmente y con aquellos que escojamos, elegir nuestra vida y realizar nuestros fines y nuestra concepción de nosotros mismos, junto con aquellos que tienen la misma dignidad que nosotros. ¿Cómo puede atreverse cualquier Estado o grupo de individuos a negar esto, a procurar más o menos que esto?”.

En Nozick encontramos una percepción muy clara del “para qué” la libertad. Esta era la dimensión que faltaba al mensaje liberal. Sin esta contrapartida ética, el ideal político y económico de la libertad queda como una cáscara vacía. Lo que realmente hace brillar los ojos de la gente no es la libertad externa que les da, sino advertir lo que se puede hacer con ella.

Cuando se tiene la impresión de lo que se puede hacer con ella, entonces se exige la libertad. Nozick ofrece esta dimensión. ¿Qué puedo hacer con mi libertad? ¿Por qué es importante que me la den? Todo esto latía en Kant, pero de forma más severa y rigurosa, correspondiendo a un siglo más severo y riguroso. La visión de Nozick, en cambio, es un canto a la vida muy en el tono del hombre contemporáneo. Nos muestra cuán atractiva es la vida en libertad. Pero también, cuán cooperativa, cuán respetuosa del otro, cuán abierta al otro es la vida en libertad. Es que la solidaridad se realiza mucho mejor a partir del perfeccionamiento individual que a partir de la coacción estatal.

(De “Los pensadores de la libertad” de Mariano Grondona-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986)

1 comentario:

agente t dijo...

Todas estas consideraciones no pueden considerarse, vistas en conjunto, correctas, pero sí coherentes, y su principal característica común es que adolecen de academicismo. La realidad social y la antropológica las desmienten a poco que se contrasten con ellas.