viernes, 12 de enero de 2024

El poder de la plegaria

Es posible que la creencia en la existencia de Dios o la evidencia de la existencia de un orden natural, sea una condición necesaria, pero no suficiente, para una adecuada adaptación al orden natural. Ello se debe a que de tales creencias es posible extraer el necesario sentido de la vida básico, común a todos los habitantes del planeta. Sin embargo, es posible advertir que existen muchas personas, creyentes en Dios o en el orden natural, que presentan un nivel ético deplorable, lo que implica que tales creencias no siempre serán suficientes para producir resultados positivos.

Sobre estos temas es oportuno mencionar la opinión de un Premio Nobel de Medicina que estudió con interés este aspecto del comportamiento humano.

Los efectos de la plegaria

Por Alexis Carrel

La plegaria actúa sobre el espíritu y sobre el cuerpo de manera tal que parece dependiera de su calidad, su intensidad y su frecuencia. Resulta fácil saber cuál es la frecuencia de la plegaria y, en cierta medida, cuál es su intensidad. Su calidad sigue siendo desconocida, porque no tenemos manera de medir la fe y la capacidad de amor de los demás.

Sin embargo, la manera de vivir del que ora nos permite discernir la calidad de las invocaciones que ofrece Dios. Aun cuando la plegaria tenga escaso valor y consista principalmente en el recitado maquinal de fórmulas, ejerce aquélla determinados efectos sobre el comportamiento. Fortifica a la vez el sentido de lo sagrado y el sentido moral.

Los ambientes donde se ora se caracterizan por tener cierta persistencia del sentimiento del deber y la responsabilidad, porque no hay allí tanta envidia y maldad, por cierta bondad respecto al prójimo. Está demostrado que, a igual desarrollo intelectual, el carácter y el valor moral están más elevados en quienes oran, aun cuando lo hagan mediocremente, que en los individuos que no oran.

Cuando la plegaria es habitual y realmente fervorosa, su influencia se torna muy clara. En parte es comparable a una glándula de secreción interna, tal como la tiroides o las glándulas suprarrenales, por ejemplo. Esta transformación se opera de manera progresiva. Se diría que en la profundidad de la conciencia se enciende una llama. El hombre se ve tal como es. Descubre su egoísmo, su codicia, sus errores de juicio, su orgullo. Se pliega al cumplimiento del deber moral. Procura adquirir humildad intelectual. De esta manera se abre ante él el reino de la Gracia…

Poco a poco se produce un apaciguamiento interior, la armonía entre las actividades nerviosas y morales, una mejor resistencia respecto a la pobreza, la calumnia, las zozobras, la capacidad de soportar sin flaquezas la pérdida de familiares, el dolor, la enfermedad, la muerte. Así, el médico que ve a un enfermo se pone a orar para tener éxito. La calma engendrada por la plegaria constituye una poderosa ayuda para la terapéutica.

Sin embargo, no debe asimilarse la plegaria a la morfina. Porque aquélla determina, junto con la calma, la integración de las actividades mentales, una especie de floración de la personalidad. A veces el heroísmo. La oración marca a sus fieles con un sello particular. La fuerza de la mirada, la tranquilidad del porte, la serena alegría de la expresión, la virilidad de la conducta y, cuando es necesario, la simple aceptación de la muerte del soldado o del mártir, traducen la presencia del tesoro oculto en el fondo de los órganos y del espíritu.

Bajo esta influencia incluso los ignorantes, los retardados, los débiles, los mal dotados utilizan mejor sus fuerzas intelectuales y morales. Pareciera que la plegaria elevara a los hombres por encima de la estructura mental que es la suya por herencia y por educación. Ese contacto con Dios los impregna de paz. Y la paz irradia de ellos. Y llevan paz dondequiera que van. Mas, por desgracia, no hay al presente sino una ínfima cantidad de individuos que sepan orar de manera efectiva.

Significación de la plegaria

En suma, las cosas ocurren como si Dios escuchara al hombre y le respondiera. Los efectos de la plegaria no son una ilusión. No hay que reducir el sentido de lo sagrado a la angustia experimentada por el hombre frente a los peligros que lo rodean o ante el misterio del universo. Ni hacer simplemente de la plegaria una pócima tranquilizante, un remedio contra nuestro miedo al sufrimiento, las enfermedades y la muerte.

¿Cuál es entonces el significado del sentido de lo sagrado? ¿Y qué lugar la naturaleza le asigna a la plegaria en nuestra vida? De hecho, ese lugar es muy importante. En casi todas las épocas, los hombres de Occidente han orado. La Ciudad era antiguamente sobre todo una institución religiosa. Los romanos elevaban templos por doquier. Nuestros antepasados de la Edad Media cubrieron de catedrales y de capillas góticas el suelo de la cristiandad. Aun en nuestros días por sobre la altura de todos los pueblos se destaca un campanario. Por medio de las iglesias así como mediante universidades y fábricas, los peregrinos llegados de Europa instauraron en el nuevo mundo la civilización de Occidente.

En el curso de nuestra historia, orar ha sido una necesidad tan elemental como la de trabajar, la de conquistar, construir o amar. En realidad, el sentido de lo sagrado parece ser un impulso venido de lo más profundo de nuestra naturaleza, una actividad fundamental. Sus variaciones en un grupo humano están casi siempre unidas a las de otras actividades básicas, el sentido moral y el carácter, y a veces el sentido de lo bello. Esta parte tan importante de nosotros es la que hemos permitido que se atrofiara y a menudo que desapareciera.

Es preciso recordar que el hombre no puede sin peligro conducirse según le plazca a su fantasía. Para salir triunfante, la vida debe ser llevada de acuerdo a las reglas invariables que dependen de su estructura misma. Corremos un grave riesgo cuando dejamos morir en nosotros alguna capacidad fundamental, sea ésta de orden físico, intelectual o espiritual. Por ejemplo, la falta de desarrollo de los músculos, del esqueleto y de las capacidades no racionales del espíritu de algunos intelectuales es tan desastrosa como la atrofia de la inteligencia y del sentido moral de ciertos atletas.

Existen innumerables ejemplos de familias prolíficas y fuertes que no produjeron más que degenerados o se extinguieron tras la desaparición de las creencias ancestrales y del culto del honor. Hemos aprendido, merced a una dura experiencia, que la pérdida del sentido moral y del sentido de lo sagrado en la mayoría de los elementos activos de una nación conduce a la decadencia de esa nación y a la sujeción al extranjero. La caída de la antigua Grecia fue precedida de un fenómeno análogo. Desde todo punto de vista, la supresión de las actividades mentales queridas por la naturaleza es incompatible con el triunfo de la vida.

En la práctica, las capacidades morales y religiosas van unidas unas a otras. El sentido moral se desvanece poco después que el sentido de lo sagrado. El hombre no ha logrado construir, como lo quería Sócrates, un sistema moral independiente de toda doctrina religiosa. Las sociedades en que la necesidad de orar desaparece no están por lo general muy alejadas del comienzo del proceso de degeneración. Por ello, todos los seres civilizados –tanto los no-creyentes como los creyentes- deben interesarse en ese grave problema del desarrollo de cada una de las actividades básicas de las que el hombre es capaz.

¿Por qué razón el sentido de lo sagrado juega un papel tan importante en el triunfo de la vida? ¿Por medio de qué mecanismo actúa la plegaria sobre nosotros? Aquí dejamos el terreno de la observación para adentrarnos en el de la hipótesis. No obstante la hipótesis, por aventurada que sea, es necesaria para el progreso del conocimiento.

Debemos recordar en primer lugar que el hombre es un todo indivisible compuesto de tejidos, de líquidos orgánicos y de conciencia. Este hombre se cree un conjunto independiente de su medio material, es decir, del universo cósmico, aun cuando en realidad sea inseparable. Lo es porque está ligado a ese medio por su necesidad incesante del oxígeno del aire y de los elementos que proporciona la tierra.

Por otra parte, el cuerpo viviente no queda comprendido por entero en el continuo físico. Se compone de espíritu tanto como de materia. Y el espíritu, aun cuando reside en nuestros órganos, se prolonga más allá de las cuatro dimensiones del espacio y del tiempo. ¿No nos ha sido dado creer que habitamos a la vez un mundo cósmico y un medio intangible, invisible, inmaterial, de naturaleza semejante a la conciencia, pero que no logramos transitar sin peligro más que el mundo material y humano?

Ese medio no sería otro que el ser inmanente en todos los seres, lo que a todos nos trasciende y que llamamos Dios. Se podría así comparar el sentido de lo sagrado a la necesidad de oxígeno. Y la plegaria tendría cierta analogía con la función respiratoria. Aquélla debiera entonces ser considerada como el agente de las relaciones naturales entre la conciencia y su medio propio. Como una actividad biológica dependiente de nuestra estructura. En otras palabras, como una función normal de nuestro cuerpo y nuestro espíritu.

(De “El poder de la plegaria”-Editorial Leviatán-Buenos Aires 1985)

1 comentario:

agente t dijo...

La introspección (orando o de otra forma) es una actividad mental benéfica y necesaria, desde el punto de vista personal y colectivo, porque consiste en un pensamiento concentrado y perspicaz hecho con mayor calma de lo que es habitual en el uso del cerebro/mente.