viernes, 7 de noviembre de 2014

La ciencia como filosofía

Las distintas visiones de la realidad, que constituyen las distintas posturas filosóficas, pueden agruparse bajo diversas denominaciones. Es conveniente para el pensador original identificarse con alguna de ellas por cuanto, de esa forma, le será posible realizar progresos adicionales conociendo la obra de autores que han recorrido un sendero similar. J. O. Urmson escribió: “Se puede dar cierta información de las principales respuestas a las cuestiones filosóficas, existiendo posiciones estandar que son mantenidas con la suficiente frecuencia como para que se les dé un nombre como realismo, idealismo, monismo, dualismo, nominalismo, conceptualismo, racionalismo y empirismo; estos «ismos» son esqueletos de posiciones más que respuestas completas y de ningún filósofo digno de consideración puede decirse adecuadamente que mantiene combinación alguna de estos «ismos» pues siempre tendrá su propia contribución peculiar que hacer; pero es imposible la lectura de la filosofía sin el entendimiento de estos términos, por peligrosos y equívocos que sean muchos de ellos” (De “De Filosofía y Filósofos”-Ediciones Cátedra SA-Madrid 1979).

Las distintas actitudes mostradas por los científicos pueden calificarse bajo alguno de los agrupamientos mencionados, aunque también es posible agregar un agrupamiento a los anteriores para ubicar la tendencia imperante en la ciencia experimental como una postura filosófica adicional. Mario Bunge escribió: “El conocimiento científico no contiene supuestos filosóficos. De esto se infiere frecuentemente que la investigación científica no tiene ni presupuestos filosóficos ni alcance filosófico, y que, por tanto, la ciencia y la filosofía serían compartimientos impermeables. Pero ésa es una conclusión precipitada. Tal vez no se encuentre la filosofía en los edificios científicos terminados (aunque incluso esto es discutible), pero en todo caso es sin duda parte del andamiaje utilizado en su construcción. Y, a la inversa, la filosofía puede y debe construirse con el método de la ciencia y sobre la base de los logros y los fracasos de la investigación científica. No podemos argüir aquí ese último punto: lo que nos va a ocupar aquí es sustanciar la tesis de que la investigación científica presupone y controla ciertas importantes hipótesis filosóficas. Entre ellas destacan las siguientes: la realidad del mundo externo, la estructura de muchos niveles que tiene la realidad, el determinismo en un sentido amplio, la cognoscibilidad del mundo y la autonomía de la lógica y de la matemática”.

Lo esencial, en ciencia, es la predisposición antes que el método, ya que, disponiendo de la actitud favorable, el método se dará como una consecuencia inmediata, mientras que la inversa es poco probable que se establezca. Mario Bunge escribió: “La ciencia es un estilo de pensamiento y de acción: precisamente el más reciente, el más universal y el más provechoso de todos los estilos” (De “La investigación científica”–Siglo XXI Editores SA-Barcelona 2000).

Una vez que las hipótesis filosóficas, adoptadas implícitamente, son puestas a prueba y verificadas experimentalmente, puede decirse que van conformando cierto sistema filosófico, que es justamente el sistema filosófico asociado a la ciencia experimental. Louis De Broglie manifestaba que “entre los principios de la mecánica cuántica aparecen postulados arbitrarios; el éxito posterior legitima su empleo”, mientras que Michael Polanyi escribió: “Las proposiciones de la ciencia natural no se han obtenido mediante ninguna regla determinada de los datos de la experiencia. Primeramente han surgido por una forma de presentimiento basado en premisas que, de ningún modo, son inevitables y que, incluso, no pueden ser claramente definidas: después de esto son comprobadas a través de un proceso. de consolidación de observaciones que siempre deja espacio libre al juicio personal del científico. En todo juicio de validez científica permanece así implícito el supuesto de que nosotros aceptamos las premisas de la ciencia y de que la conciencia del científico puede confiar en ella” (De “Ciencia, fe y sociedad”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1961).

Entre los principios tácitos adoptados, se pueden mencionar: a) Se supone que todo es cognoscible, b) Existen aspectos observables y contrastables con la propia realidad, c) Existen leyes naturales invariantes que rigen todo lo existente, d) El orden y conexión de las ideas es el mismo orden y conexión de las cosas (Spinoza), e) Realismo y objetividad: se supone que el universo y sus leyes existirán aun cuando el hombre no las observe, f) Racionalismo: el método inductivo-deductivo lleva implícita cierta coherencia lógica (a veces coherencia matemática) que sería un segundo requisito de validez luego de la compatibilidad experimental.

De ahí que pueda hablarse de una filosofía implícita aceptada por la mayoría de los científicos, que rechaza la existencia de interrupciones de la ley natural (milagros), incluso rechaza la posibilidad de un universo dual en el cual una parte del mismo estaría regido por leyes sobrenaturales (teísmo), o bien por ausencia de leyes (ateísmo), lo que cuesta mucho imaginar. También puede decirse que la ciencia es incompatible con las posturas idealistas, subjetivistas, irracionalistas, etc. Ello no significa que los científicos no adhieran individualmente a tales posturas filosóficas “prohibidas”, sino que existe una que resulta ser la predominante.

Otro aspecto interesante implica que la actitud científica, y su filosofía implícita, puede llevarse hasta el ámbito de la religión, lo que da lugar a la religión natural, o deísmo. La aceptación de los postulados básicos de la ciencia, tales como la existencia de leyes naturales invariantes, el sentido aparente del universo, etc., trae implícita una actitud cercana a la religión natural. Ernest Renan escribió: “Mi religión es, ahora como siempre, el progreso de la razón; en otras palabras, el progreso de la ciencia”.

Uno de los intentos de unificar ciencia y religión fue establecido por Pierre Teilhard de Chardin. Basándose en conocimientos puramente científicos establece el Principio de Complejidad-consciencia, que deriva de la tendencia que conduce tanto a la materia como a la vida a lograr mayores niveles de complejidad (secuencia que va desde las partículas fundamentales, átomos, moléculas, hasta la vida inteligente). También la evolución biológica se interpreta como una tendencia que lleva a mayores niveles de consciencia. Por lo que sólo nos queda a los hombres adaptarnos, a través de la adaptación cultural al orden natural, a esa tendencia que nos ha impuesto el universo.

La propuesta de Teilhard, que puede ser aceptada por tener cierta compatibilidad experimental, establece los lineamientos básicos de una religión natural autónoma, ya que de ella puede establecerse un sentido del universo, un sentido de la humanidad, e, incluso, un sentido de la vida de cada ser humano. Teilhard vincula esta postura con el cristianismo, dándole una nueva significación o una nueva interpretación (que resultó sacrílega o herética para varios cristianos).

Es evidente que existe una única verdad, respecto de cierto aspecto de la realidad, por lo que la verdad científica ha de ser coincidente con la verdad filosófica y con la religiosa. Esto deriva de suponer la existencia de una realidad objetiva, independiente del hombre que la observa. De ahí que el grado de aproximación respecto al conocimiento de la realidad no dependa del método empleado, sino del error, o del grado de aproximación a esa realidad. Walter Kaufmann escribió: “Verdad «subjetiva» significa que algo es «verdadero para mí». Verdad «subjetiva» es un sobrenombre indulgente para el autoengaño”.

Respecto de la forma para llegar a la verdad, existen criterios que separan la religión de la ciencia. Así, para el Islam, la sabiduría (el Corán) es superior al conocimiento (ciencia). Con el cristianismo sucede otro tanto. Walter Kaufmann escribe: “Una distinción entre tipos de verdad es casi tan antigua como la filosofía misma: desde los tiempos de Parménides y Platón, los filósofos han distinguido conocimiento y creencia; y originalmente se creyó que éstos diferían en sus objetos. Al conocimiento se le consideró la aprehensión de lo eterno e inmutable, mientras que a la creencia se la identificó con la aprehensión de los objetos cambiantes de nuestra experiencia sensorial. Esta distinción fue acompañada por la convicción de que la creencia es inferior al conocimiento porque éste es cierto, mientras la creencia no lo es”.

“El cristianismo invirtió este argumento; afirma que el conocimiento es aprehensión de objetos sensorios cambiantes, mientras que sólo la creencia puede captar lo eterno e inmutable; y a la creencia se la considera superior porque sólo ella es cierta” (De “Crítica de la Religión y la Filosofía”–Fondo de Cultura Económica-México 1983).

La creencia religiosa, al estar fundamentada por la revelación, origina preguntas como las que se formulaba John Locke: ¿Cómo sabemos en un caso dado si estamos ante una revelación verdadera? ¿Y cómo sabemos que la comprendemos bien? Podemos preguntarnos porqué debemos aceptar a Cristo, y no a Mahoma, o a la inversa, siendo que a los dos se les reveló la verdad, aunque difieren en sus enseñanzas. En este caso, sólo el criterio de la verdad aceptado por la ciencia experimental puede darnos la respuesta: una descripción es verdadera en cuanto es compatible con la ley natural. Incluso Cristo dijo: “…por sus frutos los conoceréis”, indicando que la verdad depende del grado de adaptación de una descripción a la realidad antes que por el carácter sagrado de un libro o de un enviado de Dios. La religión, por lo general, está asociada a conceptos oscuros, que son considerados elevados o profundos, resultando inaccesibles al hombre común y, por lo tanto, inutilizables. Por el contrario, a partir de las definiciones que del amor y del odio estableció Baruch de Spinoza, pudo intuirse una ética natural lograda mediante “métodos terrestres”, siendo similar a la ética cristiana. De ahí que ambas puedan orientar al hombre en aquello que es accesible tanto a su razonamiento como a sus decisiones. Sydney Hook dijo: “La diferencia entre religión y ciencia implica que, mientras que la primera adora sus misterios, la segunda trata de sacárselos de encima”.

La dedicación de tiempo y esfuerzo intelectual al conocimiento filosófico o religioso, presenta dudas debido al carácter subjetivo de los mismos, mientras que el conocimiento científico ya verificado ofrece la ventaja indiscutible de asegurarnos una inversión de tiempo y esfuerzo intelectual que se traducirá en una transferencia desde el conocimiento universal al de cada individuo en particular. Además, el sistema cognitivo de la ciencia otorga un marco adecuado para la incorporación de nuevos conocimientos de tal manera que el conocer se transforme en un saber, es decir, que deja de ser un conocimiento aislado para insertarse en un sistema organizado que le dará pleno sentido.

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