viernes, 11 de diciembre de 2015

Perón vs. la Iglesia Católica

Mientras que el cristianismo sugiere a todo individuo acatar las leyes naturales existentes, asociadas simbólicamente al Dios Creador, el peronismo le propone al hombre-masa aceptar la “doctrina justicialista”. Los individuos que conforman una sociedad se unen teniendo presente el espíritu de la ley natural, compartiendo penas y alegrías de sus semejantes, mientras que el hombre-masa, carente de individualidad, se une sólo a los adeptos al líder populista, o totalitario, marginándose del resto de la sociedad (sus enemigos). El cristianismo rechaza el gobierno del hombre sobre el hombre, ya que esa dependencia se opone a lo establecido por la religión, ya que sólo ha de ser gobernado por Dios a través de sus leyes. Por el contrario, el gobierno del líder político, a través del Estado, tiende a reemplazar y a oponerse a aquel gobierno. Perón expresó: “El individualismo es amoral, predispuesto a la subversión, al egoísmo, al retorno a los estados inferiores de la evolución de la especie”.

Los gobiernos totalitarios, especialmente en el caso de los comunistas, advirtieron que la religión era el mayor opositor que tenían, por cuanto el cristianismo siempre ha rechazado todo gobierno humano que no contemple las leyes naturales. Sin embargo, los hombres-masa fueron convencidos para apoyar a los políticos que intentaban reemplazar y destruir la religión. Raúl Damonte Taborda escribió: “Hitler y Mussolini, como los dictadores rusos, llegaron a la perfección de obtener cifras favorables superiores al noventa y cinco por ciento del electorado alemán, italiano y soviético, en un panorama de represión totalitaria exactamente igual al argentino”. “Perón estréllase ante el muro espiritual de la mitad de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, donde la represión es más bárbara, cruel y activa” (De “Ayer fue San Perón”-Ediciones Gure-Buenos Aires 1955).

Luego del ascenso de Perón al gobierno, desde la Iglesia se trató de cristianizarlo, aunque finalmente se advirtió que el peronismo quería reemplazar al catolicismo. Susana Bianchi escribió: “Tanto la Iglesia como el gobierno hacían gala de sus cordiales relaciones. Sin embargo, muy pronto se advirtió que la tarea de «cristianizar al peronismo» no iba a ser sencilla. Ya desde comienzos del gobierno de Perón, numerosos miembros de la institución eclesiástica habían comenzado a observar con preocupación lo que consideraban avances del Estado sobre ciertas áreas de la sociedad que la Iglesia consideraba de su particular incumbencia. De allí que muy pronto comenzaron las denuncias católicas contra el «estatismo»” (De “Lo mejor de Todo es Historia” (4)-Taurus-Buenos Aires 2002).

El primer conflicto serio aparece en el campo de la educación, en donde la infiltración peronista va ocupando lugares antes ocupados por la religión. La citada autora agrega: “El principal límite a la enseñanza religiosa podía encontrarse en el mismo carácter que pronto asumió la política educativa: los avances de la creciente «peronización» de la enseñanza, que sin negar los contenidos católicos los relegaba en función de la prédica oficialista. Los textos escolares eran explícitos en su glorificación del peronismo y en la comparación entre Perón y los próceres más caros a la historia nacional. Un buen ejemplo de la tónica que tomaría la educación se puede encontrar ya en 1947: «Así como tu sueñas en las glorias pasadas de la Patria, así también otros niños, en los siglos venideros, soñarán con la gloria del presente y envidiarán tu suerte. Porque tú estás viviendo en los años del Gobierno del GENERAL PERÓN, que es como Belgrano, un patriota cristiano; como San Martín, un libertador preclaro; como Rivadavia, un genial propulsor del progreso; como Sarmiento, un apóstol de la cultura. Pero hay algo en lo que no tiene antecesor. Es, como nadie, el DEFENSOR de los trabajadores y el PALADIN DE LA JUSTICIA SOCIAL. Abre tus ojos, niño, para ver la gloria presente de tu Patria hermosa»”.

Daniel D. Lurá Villanueva escribió: “Sobre todo, hay dos aspectos que yo creo que no se pueden dejar de reconocer, y que hay que mencionar. Uno es el culto idolátrico al jefe del partido y del Estado y a su esposa, lo cual, desde el punto de vista cristiano, está en flagrante contradicción con el mandamiento: «No tendrás dioses ajenos delante de mí»; y otro elemento que no se puede desconocer, el odio que se pregonó contra el adversario político, que está en contra del mandamiento de «Amar al prójimo como a uno mismo». Para mí, estos dos elementos son vitales, y me parece, como hecho, que la Iglesia debió haberse manifestado en forma clara, definida y constante para impedir que nuestro pueblo y, sobre todo, los miembros de la Iglesia, pudieran mantener ese culto y permitieran ese odio” (De “La naturaleza del peronismo” de Carlos S. Fayt-Viracocha Editores SA-Buenos Aires 1967).

Mientras que los Evangelios sugieren realizar ayudas anónimas al necesitado, el peronismo, a través de la Fundación Eva Perón, hacía ostentación de los beneficios que otorgaba, usando la asistencia social como propaganda política. La mayor parte del presupuesto destinado a la educación, por ejemplo, era desviado hacia dicha Fundación, de manera que los impuestos recaudados por el Estado se transformaban en beneficencia que el pueblo peronista atribuía a la bondad de Eva Perón; aunque nunca a quienes contribuían pagando sus impuestos, sustentando económicamente tales ayudas.

“Muchas sociedades de beneficencia se «llamaron a silencio» durante el régimen peronista. El temor a ser intervenidas por la Fundación Eva Perón, las obligó a manejarse sin publicidad alguna de sus actos, ni siquiera para campañas para recolección de fondos” (De “En defensa de los más necesitados” de Alberto Benegas Lynch (h) y Martín Krause-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1998)

Va creciendo la figura de Eva Perón en la estimación de las masas; incluso la gran redistribuidora de lo ajeno se considera a si misma como un personaje digno de culto. Susana Bianchi escribió: “Pero Santiago Luis Copello tampoco despertaba las simpatías de Eva Perón. Se decía que ella no perdonaba al arzobispo no haber intervenido para que el Vaticano le otorgara durante su visita a Roma el título de Marquesa Pontificia. Incluso algunos encuentran allí el origen de los desaires de Evita hacia el cardenal”.

“En síntesis, si el peronismo había comenzado presentándose inspirado en el catolicismo, ya a comienzos de la década de 1950 se presentaba como equivalente, frente a la irritación eclesiástica”.

Félix Luna escribe: “Muchas veces el líder justicialista comparó su doctrina con la de Cristo y se manifestó un continuador de su prédica”.

El dictador no admitía competencia por parte de institución alguna, ya que toda manifestación pública debía quedar bajo el control estricto del Estado. El deterioro final entre Perón y la Iglesia comienza con una exitosa reunión de jóvenes en Córdoba, seguida de detenciones de sacerdotes no alineados con el peronismo. Félix Luna escribe al respecto: “El 19 de septiembre de 1954 fue para Córdoba una jornada muy especial. Se festejaba el Día del Estudiante, pero esta vez la celebración desbordó sus dimensiones habituales: más de 200 carrozas alegóricas desfilaron por el centro de la ciudad, aplaudidas por casi 400.000 personas”. “Era algo nunca visto. No solamente por su magnitud sino por esta particularidad: no había sido organizada por el gobierno ni por entidad oficialista alguna, sino por el Movimiento Católico de Juventudes”.

“Se trataba de una iniciativa lanzada por el arzobispo de Córdoba, monseñor Fermín Lafitte, con el propósito de neutralizar las actividades de la UES [oficialista], que desde el año anterior estaba realizando un activo proselitismo en los colegios”.

“La demostración de Córdoba no tenía el propósito de medir fuerzas con la UES sino de comprobar su capacidad de movilización. Era la uniformidad requerida por el régimen justicialista, su concepción absoluta del poder, lo que dio a aquellos actos el carácter de un enfrentamiento, una provocación”.

“Dentro de la concepción del Estado que sustentaba el líder justicialista, ningún poder podía oponérsele, ningún estamento, corporación o institución podía colocarse en una posición siquiera independiente. Todo debía estar supeditado al Estado dentro de una organización de la comunidad donde cada expresión sectorial tenía prevista su colocación y su función previamente determinada, salvo los partidos políticos a quienes, por una concesión a las formalidades democráticas, se les toleraba el reducido espacio para existir. La Iglesia, pues, no podía escapar a este ordenamiento”.

“Raramente Perón pudo hacerla peor…En el momento de su máximo poder había inventado un conflicto gratuito y artificial, un enfrentamiento innecesario, para echarse encima un poder temible que potenciaba, por acción de presencia, a todas las fuerzas dispersas del anti-peronismo” (De “Perón y su tiempo” (III)-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).

El odio peronista, promovido desde el líder, conduce a sus seguidores a incendiar varios templos católicos de Buenos Aires y algunos del interior. Por esta razón, desde el Vaticano se excomulga a Perón. Sigue con la etapa poco “cristiana” de la venganza. “La ofensiva peronista se trasladó entonces al Congreso, donde muy pronto se aprobaron una serie de leyes que afectaban los principales intereses de la Iglesia, como la supresión de la enseñanza religiosa y la implantación del divorcio, al mismo tiempo que presentaban un proyecto de ley que proponía modificar la Constitución para establecer el principio de separación entre la Iglesia y el Estado. Además, un decreto establecía que los actos religiosos serían permitidos únicamente en lugares cerrados. Indudablemente la Iglesia quedaba fuera del espacio público”.

“Muy pronto los acontecimientos se volvieron ingobernables, incluso para las autoridades eclesiásticas. Los congregados [en la celebración de Corpus Christi] se lanzaron por las calles de Buenos Aires: apedrearon sedes de diarios oficialistas, destrozaron vidrios de edificios públicos, con pinturas de alquitrán escribieron las consignas «Muera Perón» y «Viva Cristo Rey», y llegaron al Congreso, arrancaron una placa de homenaje a Eva Perón y arriaron la bandera nacional para enarbolar la bandera papal” (Susana Bianchi).

Perón no tuvo mejor idea que hacer quemar una bandera argentina para culpar por ello a los manifestantes católicos. E.F. Sánchez Zinny escribió: “Nada, ni lo más sagrado, suponía un obstáculo en el juego sucio practicado por el dictador para cumplir sus perversos designios. Así, una hora después de finalizada la manifestación, se puso en obra un incalificable artificio a fin de comprometer a los católicos. Es cuando aparecen en la escalinata del Congreso Perón y su lugarteniente Borlenghi, exhibiendo, para los fotógrafos, una bandera argentina quemada. Se supo que desde el ministerio del Interior se urdió este sacrilegio, que no pudo cumplirse sin la autorización del único responsable de este tipo de ejecuciones totalitarias” (De “El culto de la infamia” (I)-Buenos Aires 1958).

Para abandonar la etapa del subdesarrollo, la acción prioritaria, de la mayor parte de los argentinos, debe ser la conversión al cristianismo, previo abandono del peronismo.

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