lunes, 7 de diciembre de 2015

Yrigoyenismo

Con el ascenso al poder del radicalismo, se inicia una etapa de gobiernos que estiman que la economía debe subordinarse a la política, algo afín a los populismos. James Neilson escribió: “La frontera fue alcanzada hacia 1916, año del triunfo del radicalismo, movimiento basado en la convicción de que el crecimiento sin esfuerzo formaba parte del orden natural de suerte que la misión del político era repartir los frutos. Cerrados poco a poco los grifos por los cuales había corrido el torrente de dinero fácil, las contradicciones entre el pragmatismo liberal y el principismo nacionalista se hicieron cada vez más manifiestas, redundando en la alternancia de regímenes resueltos a reencauzar la economía, «ajustándola» a la realidad, y gobiernos, algunos muy populares –lo cual no es sorprendente- decididos a «subordinar lo económico a lo político»” (De “El fin de la quimera”-EmecéEditores SA-Buenos Aires 1991).

Con el yrigoyenismo se inicia la etapa de la “reparación radical”, que habría de corregir los males de la política anterior: conocida como el «régimen»; periodo que produjo el mayor crecimiento, tanto económico como territorial, de toda la historia argentina. Jorge Calle escribió: “Se sienta el señor Yrigoyen en el alto sitial de la presidencia, no tanto para cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes, -despojos del régimen abolido- cuanto para realizar, aunque sea al margen del orden legal establecido, una misión providencial, dijérase ultraterrena, la cual, a lo que parece, responde al designio loado de redimirnos, de purificarnos”.

“Puesto que el radicalismo llega al gobierno en faz de regeneración, fuerza es convenir en que lo primero que se debe hacer es uniformar las opiniones –las que se están dividiendo al calor de una mala entendida libertad…”.

“Sustituye el señor Yrigoyen en el gobierno a los hombres que durante muchos lustros detentaran el poder y realizaran desde él –justo es reconocerlo- la grandeza moral y material de la Nación. Esto lo niega la reparación, pero no hay duda de que no lo piensa. Por lo demás, los políticos desplazados son hombres escépticos, que no dan crédito ni reconocen eficacia alguna –acaso tengan la razón terminal- a las peroratas de los redencionistas de populachos”.

“Mientras tanto, el radicalismo seducía a las masas justamente por su programa negativo. Lo propio sucediera en Rusia con el famoso programa bolchevique. La estupenda fórmula de Lenin, de «róbese lo robado», debía tener éxito acá en el terreno político-electoral, y quien sabe en qué otros importantes respectos”. “Es bien simplista el programa radical. Redúcese a destruir, a acabar con el oprobioso pasado” (De “Los iluminados”-Agencia General de librería y publicaciones-Buenos Aires 1922).

Los movimientos de tipo populista poco respetan sienten por las leyes, mientras que exaltan los derechos negando los deberes. “A la proclamación de derechos es preciso agregar una proclamación de obligaciones. Los espíritus más destacados de nuestros tiempos, ahitos de no ver en torno suyo sino agentes que blanden amenazadores sus derechos, empiezan a buscar algún reposo en la contemplación de la Edad Media que antepuso a la idea de derecho la idea de obligación”. “Y entre nosotros la masa electora no tiene ni siquiera, para ejercer sus derechos, la obligación de saber leer y escribir”.

Uno de los hábitos del yrigoyenismo fue la tendencia a la intervención de gobiernos provinciales; especialmente aquellos que mostraban diferencias con el gobierno central. “Hoy se regenera en el país sometiendo las provincias al poder federal. La reparación comporta, tal como se va realizando, la desnaturalización del régimen federal argentino…El unicato yrigoyenista deja disminuido al unicato del «régimen», aquel unicato que dicen produjo la crisis del año 90 y los motines cuarteleros del 93 y 95, untados de sangre”. “Se manda hoy a cada provincia, para reemplazar a los gobernadores, un procónsul, y estos dignos agentes son los que van aplanando, en nombre del nuevo credo, mediante los recursos del recetario intervencionista y la mansedumbre evangélica de los pueblos, las libertades públicas”.

Los gobernadores alineados con Yrigoyen tienden a adoptar sus actitudes. “Un gobernador de provincia, el de San Juan, el amable señor Jones, mandatario típicamente radical, impone la reparación institucional en el territorio de su mando, metiendo entre rejas a los diputados y senadores. Estos le han formado juicio político por haber violado la Constitución con una serie de actos inenarrables. Y el ejemplar mandatario contesta el oficio de su remoción, decretada legalmente por las cámaras legislativas, disponiendo el arresto y encarcelamiento de los legisladores”.

El mencionado gobernador fue luego asesinado. Irigoyen, en lugar de regirse por las leyes vigentes, envía a San Juan a un experto policía quien, mediante tortura, impone una “justa venganza” a los asesinos. Tal es la forma de “resolver” problemas en su gobierno. “Yrigoyen, único responsable de la situación de fuerza y oprobio que en nombre de la reparación estuvo sosteniendo en San Juan, no ya sólo contra las expresas decisiones del Congreso, que había dado tres meses antes del asesinato del gobernador la ley de intervención, sino también en contra de las propias confesiones de su gobierno, que reconociera la existencia en la provincia de una situación intolerable”.

“¿Y por qué el señor Yrigoyen mantenía al gobernador Jones, a pesar de haber sido suspendido en la Cámara? ¿Por qué no mandaba la intervención votada por el Congreso? Porque con el gobierno del señor Jones el señor Yrigoyen contaba en la provincia con un gobierno de pura cepa presidencial, con un gobierno amigo, en el concepto que utilizaba el término Facundo o el Chacho…”.

El radicalismo de Yrigoyen constituye la realización de los ideales de Leandro Alem. “El radicalismo debe ser una fuerza, una voluntad indomable: ¡Que se rompa, pero que no se doble –proclama el prócer”.

“He aquí el lema de la «causa», la razón de ser de su intransigencia, de su intolerancia, de la falta de flexibilidad de la política radical, de su incapacidad para la gestión gubernativa. El radicalismo, con arreglo a la irreductibilidad del lema del primer apóstol, no permite la oposición en sus ideas. ¡Es el único depositario de la verdad política! En el gobierno, como en la oposición, debe aventar toda disidencia”.

El radicalismo, en sus inicios, pretendió llegar al poder, no mediante elecciones, sino por medio de las armas. Una vez en el poder, utilizó tanto la policía como el ejército para favorecer la acción partidaria, en forma ilegal. “El partido gobernante conmemora todos los años, pirotécnicamente, el 4 de Febrero, la efemérides gloriosa por excelencia del esforzado partido. En ese día los cañones del Ejército argentino tronaron contra la autoridad constituida. Este acto de indisciplina militar es lo que celebra el radicalismo gobernante. ¡Ay de una nación, decía Pellegrini, en la Cámara de diputados, que debilite la disciplina del ejército, pues ese día se habrá convertido esta institución, que es garantía de las libertades del país y de la tranquilidad pública, en un verdadero peligro y una amenaza nacional!”.

“El señor Yrigoyen, que durante toda su vida de opositor consagrase su actividad a introducir entre los oficiales del ejército el espíritu de la indisciplina y de la rebelión, ¿ha variado de conducta después de ser presidente de la Nación?”. “Si corrompía al ejército antes de llegar al gobierno, concitando a su oficialidad a la revuelta armada, ahora le corrompe y le anarquiza mediante una política de ascensos y de postergaciones arbitrarias”.

Las dictaduras, tanto las que acceden legítimamente al poder, como las que no, se caracterizan por la anexión, por parte del Poder Ejecutivo, tanto del Legislativo como del Judicial. “En 1922, después de tantos años de práctica de la Constitución, que da al Poder Legislativo una posición preeminente en el sistema, el único que ordena y manda en la República es don Hipólito Yrigoyen, por medio de decretos. El Congreso Nacional está sojuzgado. Otro tanto sucede a las legislaturas de provincias”.

El doctor Carlos M. Puebla, ministro de José Néstor Lencinas, gobernador de Mendoza, yrigoyenista, expresó: “La Constitución y la ley son obstáculos insuperables para los gobiernos que, como todos los que responden a los principios del radicalismo, son bien intencionados”.

Una vez que se advierte la existencia de un gobierno populista, es de esperar el resto de las acciones típicas de tales gobiernos, como la confiscación de propiedades privadas para beneficio de quienes ejercen el poder desde el Estado. “Pocos días después….el Poder Ejecutivo [de Mendoza] expidió un decreto interviniendo la Compañía Vitivinícola, dirigido a adueñarse de la potente asociación que tenía en sus manos la dirección integral de la vitivinicultura, y que, en tal virtud, manejaba enormes sumas de dinero”. “El gobierno, al decretar la intervención de la Compañía, convertía en un mito la libertad industrial. De la fecha en adelante, ya no iban a ser los viñateros y elaboradores de vino los que manejasen sus negocios, sino el Poder Ejecutivo”.

“A la sociedad cooperativa fueron a dar todos los radicales que quedaron sin puesto, aunque la mayoría de ellos no sirviese para nada. Cualquiera tenía derecho al ingreso, siempre que acreditase servicios electorales al partido triunfante. El certificado de un comité oficialista, o el consabido «carnet» de afiliado a la causa….constituía una patente de idoneidad para ser empleado en la compañía”.

Los ataques a la libertad de prensa tampoco faltaron en la época yrigoyenista, como las detenciones policiales fuera de la ley. “Transcurridos dos meses desde la iniciación del gobierno de Lencinas, la opinión fue sorprendida por un hecho gravísimo. La policía había detenido al director de “La Tarde”, deportándolo del territorio de la provincia sin forma legal alguna”. “La deportación de ciudadanos constituía un recurso no ejercido por los gobiernos desde las épocas lejanas de la anarquía política que precedió a la organización nacional. Ninguno se había valido de él; tenía que ser uno radical, venido de faz de reparación, el primero que lo adoptase para deshacerse de los periodistas”.

El yrigoyenismo resultó ser el “ilustre antecesor” de otros populismos, como el peronista y el kirchnerista, inaugurando una etapa en que la Argentina adopta conscientemente el camino del subdesarrollo. Jorge Calle agrega: “Hemos llegado a la fórmula humanista del doctor Costa, el viejo y sutil parlamentario, quien dijo que, los radicales eran como los perros de las estancias; pelean entre ellos por el hueso que se les arroja, pero se lanzan con una fiereza sin igual contra el can de afuera que, herrabundo y famélico, pretende participar de su merienda”.

“Los radicales están unidos, ciertamente, por el cordón umbilical del presupuesto. Por eso, invariablemente, coinciden todos ellos en el vértice de la presidencia, que en estos tiempos de inefables purificaciones dispone de los presupuestos del país, merced a la panacea maravillosa de las intervenciones a las provincias por simples decretos”.

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