lunes, 21 de noviembre de 2022

Los límites sociales de la razón

Se acepta, en general, que los seres humanos tenemos desarrollada equitativamente nuestra capacidad razonadora como para permitir adaptarnos adecuadamente al orden natural, incluso al orden social establecido bajo lineamientos culturales. Rene Descartes escribió: "El buen sentido es la cosa mejor distribuida en el mundo, pues cada cual piensa estar tan bien provisto de él que aun aquellos que son más difíciles de contentar en cualquier otra cosa, no suelen desear más del que tienen".

"No es verosímil que todos se equivoquen en eso, antes bien, eso acredita que la potencia de juzgar bien y distinguir lo verdadero de lo falso -que es propiamente lo que se denomina buen sentido o razón- es por naturaleza igual entre todos los hombres, y así la diversidad de nuestras opiniones no viene de que unos sean más razonables que los demás, sino solamente de que conducimos nuestros pensamientos por caminos diferentes, y no consideramos las mismas cosas" (Del "Discurso del Método"-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1959).

Aquella expresión bíblica asociada a los imperios humanos: "gigantes con pies de barro", puede trasladarse a diversos pensadores con importantes habilidades cognitivas y deductivas, como es el caso de Platón, ya que, entre sus deducciones y planteos aparece el germen de los totalitarismos, que produjeron importantes catástrofes sociales durante el siglo XX. Descartes escribió al respecto: "En efecto, no basta tener un buen entendimiento, sino que lo principal es aplicarlo bien. Las almas más grandes son capaces de los más grandes vicios, como también de las más grandes virtudes; y los que no caminan sino muy lentamente, si siguen siempre el camino recto, pueden adelantar mucho más que los que corren y se apartan de él".

Además, se sabe que existe un control recíproco entre emociones y razonamientos, por lo que cabe la optimista posibilidad de que tal control sirva alguna vez para reencauzarnos por el camino de la paz y la concordia. De ahí que no debemos olvidar un detalle importante; y es que los razonamientos se desarrollan a partir de una creencia o de un conocimiento básico. Es decir, si bien tal proceso racional es similar en la mayoría de las personas, el punto de partida no suele serlo. Así, el religioso parte del conocimiento brindado por un libro sagrado, el científico razona en base a la información que posee acerca de determinado experimento, y así sucesivamente. Claude Bernard escribió: "El intelecto razona siempre igual. El fisiólogo y el médico parten siempre de una proposición general. Pero el matemático dice: «Siendo así»; y el fisiólogo: «Si fuese así». Se comprende entonces que la conclusión elija la experiencia en el segundo caso y que, en el primero, la lógica baste y se prescinda de la prueba experimental" (Del "Diccionario del lenguaje filosófico" de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

En cuanto a las referencias adoptadas como puntos de partida para todo razonamiento, podemos distinguir entre las siguientes posibilidades:

a) La realidad, con sus leyes naturales invariantes
b) Lo que cree, piensa o conoce otro ser humano
c) Lo que cree, piensa o conoce uno mismo
d) Lo que cree, piensa u opina la mayoría

Mientras que lo ideal es la primera opción, asociada al pensamiento científico, el caso mayoritario parece ser el último, el del hombre-masa, que carece de opinión propia y tiende a aceptar y a compartir todo lo que se generaliza y lo que repite la "opinión pública".

Cuando se habla de "los límites sociales de la razón", se advierte que, aun cuando la mayoría disponga de una aceptable capacidad biológica para el razonamiento, de poco valdrá cuando sólo esté dispuesto a acatar lo "políticamente correcto" e, incluso, a pretender imponerlo a quienes mantengan ciertas intenciones de desarrollar un pensamiento propio ligado a la realidad.

El peligro del pensamiento masificado ha sido advertido en algunos experimentos efectuados por psicólogos sociales. Uno de los experimentos de mayor trascendencia en Psicología Social fue el realizado por Stanley Milgram en su afán por investigar los efectos negativos derivados de una excesiva obediencia ante autoridades o jerarquías superiores. Tal experimento requirió de unos 1000 participantes que recibieron una retribución monetaria por su participación. Se les informó que se trataba de una investigación acerca de la influencia del castigo en el ámbito educativo, mientras que, en realidad, lo que quería verificarse era el límite que cada participante se impondría a sí mismo cuando el nivel de sufrimiento inflingido a otro individuo fuera considerable.

El experimento consistía en que cada participante (como “profesor”) debía aplicar una breve y progresiva descarga eléctrica (que iba desde los 15 voltios hasta una tensión máxima de 450 voltios) cada vez que el “alumno” respondía erróneamente cuando se le requerían ciertas palabras que debía memorizar. En realidad, el “alumno” era un actor que fingía y exteriorizaba el sufrimiento mediante expresiones adecuadas al nivel de tensión eléctrica supuestamente recibido, estando ubicado en otra habitación, pero permitiendo hacer conocer sus reacciones al participante. También la elección del rol de “profesor” y “alumno” estaba establecida de tal manera que al encuestado siempre le tocaba “por azar” el lugar del “profesor”.

Cuando estaban interactuando solamente “profesor” y “alumno”, el porcentaje de participantes que llegaba a aplicar el máximo nivel de tensión fue bastante reducido. Sin embargo, cuando el “profesor” estuvo en presencia de un instructor que lo alentaba a seguir, asumiendo la total responsabilidad por la situación, el porcentaje subió hasta un sorprendente 65%, algo que fue bastante más allá de todas las expectativas. Experimentos similares fueron realizados posteriormente en otros países, dando resultados similares. Stanley Milgram dijo: “Diría, luego de haber observado a miles de personas, que si en EEUU se estableciera un sistema de campos de exterminio del tipo que vimos en la Alemania nazi, se encontraría suficiente personal para operarlos en cualquier pueblo mediano” (Citado en “Psicología social”-David G. Myers-McGraw-Hill Interamericana-México 2007).

Otro de los experimentos consistía en establecer ciertas preguntas simples a un grupos de personas, varias de ellas (menos una) estando previamente dispuestas a falsear una respuesta evidentemente simple (Conformidad de Solomon Asch). Por ejemplo, la expresión "Las hojas de los árboles son cuadradas" fue confirmada como "verdadera" por la mayoría. Cuando le toca el turno al individuo bajo estudio, en muchos casos contestó lo mismo que la mayoría, aún cuando era una respuesta errónea. David G. Myers escribió: "Sin duda habrá experimentado el fenómeno: cuando acaba un conferencista controvertido, o un concierto de música, los seguidores entrenados de las primeras filas se ponen de pie para aplaudir".

"Los espectadores de las filas siguientes, que simplemente aprueban, les imitan, se ponen de pie y se unen a la oración. Ahora, las personas que se levantan son aquellas que, por propia decisión, se hubieran limitado a dar un aplauso cortés desde la comodidad de sus asientos. Sentado entre ellos, parte de usted quiere permanecer sentado («este conferencista no representa mi punto de vista en absoluto»). Pero, a medida que le alcanza la oleada de gente de pie, ¿se quedará sentado solo? No resulta fácil ser una minoría de uno solo".

"Los investigadores que estudian la conformidad construyen mundos sociales en miniatura: micro-culturas de laboratorio que simplifican y simulan características importantes de las influencias sociales cotidianas" (De "Exploraciones de la Psicología Social"-McGraw-Hill Interamericana de España-Madrid 2007).

Ante el auge de los medios de comunicación y de su masiva influencia, es fácil advertir que la opinión pública, rectora del pensamiento y la acción de las masas, puede ser fácilmente orientada y dirigida por mentes poco aptas para conducir a la sociedad por el buen camino.

1 comentario:

agente t dijo...

Los medios de comunicación de masas si no tuvieran ningún límite legal (sistemas penal y sancionador) o fáctico, como por ejemplo la influencia de personajes bien considerados socialmente y con capacidad de hacer llegar su punto de vista a grupos sociales amplios, podrían hacer lo que quisiesen con el público si previamente se pusiesen de acuerdo entre ellos para llevar a cabo esa acción manipuladora de forma coordinada. Y es que las personas somos muy influenciables como demuestran los efectos limitados pero muy amplios de la retórica de los políticos y los de la publicidad. Sólo una cultura extensa y extendida podría en tal caso contrarrestar con su influencia ese efecto gregarizante de los medios.