martes, 21 de mayo de 2019

Capitalización vs. Redistribución

En una socialdemocracia, se advierten dos actitudes opuestas en el comportamiento económico, ya sea que se trate de individuos o bien de gobiernos. En el primer caso aparece el individuo ahorrativo, que prioriza el futuro al presente. Por ello trata de capitalizarse de alguna manera mientras que su ascenso social dependerá principalmente de sus aptitudes laborales. En el segundo caso tenemos al individuo consumidor, que prioriza el presente al futuro, mientras que su ascenso social quedará supeditado, no a sus aptitudes laborales, sino a la “redistribución de la riqueza ajena” realizada por el gobierno de turno; es decir, al reparto de lo producido por los individuos ahorrativos quienes, vía impuestos, serán obligados a compensar el trabajo y la capitalización deficitarios de los consumistas.

Como ejemplo de individuo consumidor, puede mencionarse el caso de un estudiante universitario, de ciencias de la computación, quien luego de disponer de cierta cantidad de dinero, debió elegir entre comprarse una computadora (principal herramienta para su trabajo futuro) o bien realizar un viaje de turismo a Miami, eligiendo esta última alternativa.

Un alumno con mentalidad capitalista, por el contrario, hubiese priorizado la compra de la computadora. Con el tiempo, este último habrá logrado un mejor nivel económico que el alumno consumista. Incluso es posible que haya podido crear una empresa con algunos empleados a cargo. Sin embargo, gran parte de la sociedad atribuirá su éxito económico a la “explotación laboral” de esos empleados y no a sus aptitudes empresariales. De ahí que la izquierda política proponga la expropiación de su empresa (o bien de sus ganancias) como el sumo acto de “justicia social”.

Los políticos redistribuidores de riquezas ajenas, afirman abiertamente que su función principal implica promover la “justicia social”, entendida como una igualdad económica establecida de la forma mencionada. Es por ello que el mayor porcentaje del presupuesto nacional sea destinado, especialmente en países subdesarrollados, a la “ayuda social” (y no a la ayuda a la producción). Es oportuno señalar que en países con mediana corrupción, como EEUU, de cada dólar destinado como “ayuda social”, sólo le llegan 0,30 centavos de dólar al necesitado; de ahí que uno puede imaginarse lo que le ha de llegar en países con elevada corrupción.

Con la redistribución de lo ajeno, proceso utilizado por sucesivos gobiernos argentinos, hemos llegado al borde del abismo. Los candidatos con mayor intención de voto, para las elecciones de 2019, parecen no advertir la situación y ninguno habla de cómo hará para revertir la decadencia, ya que, haciendo lo mismo de siempre, ningún cambio esencial podrá observarse.

Habiendo individuos con mentalidad capitalista e individuos con mentalidad consumista, tanto en la población como en el gobierno, resulta imprescindible que la sociedad se prepare mentalmente para la primera alternativa, siendo ésa la única forma de promover la creación de riquezas previamente al consumo, mientras que, por el contrario, si se mantiene la mentalidad consumista, se desalienta la creación de riquezas por cuanto se promueve el consumo previo a la creación de lo consumido (o por consumir).

La creación de nuevos puestos de trabajo está detenida desde hace varios años debido a la “trampa populista”. El sector productivo, al tener que mantener indirectamente a gran cantidad de ineptos y vagos, a través del pago de elevados impuestos, no dispone de los medios económicos necesarios para realizar inversiones productivas y así ofrecer nuevos puestos de trabajo. La pequeña industria, en cuanto tiene algún empleado, es pronto elevada de categoría para cobrarle mayores impuestos. Además, gran parte de los “trabajadores” tienen más interés en hacerle un juicio laboral a su empleador que mantener el puesto de trabajo. Con el tiempo, si el empleador quiere reducir su personal, deberá vender su empresa para poder afrontar las elevadas indemnizaciones establecidas, aumentado con ello la poca predisposición a agrandar su empresa.

Esta realidad es conocida por los políticos, pero pocas veces será comunicada a los sufrientes ciudadanos, ya que la mayoría de los gobernantes prioriza todo tipo de ambición personal dedicándose a embaucar a la población promoviendo el reemplazo del “Dios proveedor” de otras épocas, por el “Estado proveedor” de la actualidad. Mientras que ese Dios tendría posibilidades infinitas, el Estado se encuentra limitado por la acotada producción del sector empresarial, que es el que finalmente provee al resto de la población. Sin embargo, el político le hace ver a la gente que el “Estado todopoderoso” es capaz de brindar satisfacción a todas las necesidades de la población, y que si no lo logra, ello se debe a que los empresarios se oponen a compartir sus riquezas con los demás.

El colmo de la ignorancia, en la Argentina, implica considerar como un acierto social de gran alcance, y no como la destrucción de la economía por muchos años, la concesión kirchnerista de millones de jubilaciones sin aportes (a muchos que no las necesitan), casi un millón de pensiones por “invalidez” (a muchos que pueden trabajar), cientos de miles de nuevos puestos de trabajo estatales (prescindibles en su mayoría), millones de planes sociales y de “ayuda universal por hijo”. Para cubrir esos enormes gastos, se ha esquilmado al sector productivo reduciéndolo sustancialmente; incluso durante la continuidad establecida por la gestión macrista, que ha intentado financiar el derroche en lugar de reducirlo.

Un destacado político del siglo XX (por su capacidad para dirigir a las masas) pareciera haber asesorado, a través de sus libros, a los políticos argentinos, escribiendo: “La psicología de las multitudes no es sensible a lo débil ni a lo mediocre; se asemeja a la de la mujer, cuya emotividad obedece menos a razones de orden abstracto que a la tendencia instintiva hacia una fuerza que complemente su naturaleza, y de ahí que prefiera someterse al fuerte, mejor que dominar al débil”.

“Del mismo modo, la masa se inclina más fácilmente hacia el que domina que hacia el que suplica, y se siente íntimamente más satisfecha con una doctrina intransigente que no admita paralelo con el disfrute de una libertad que, por lo general, de poco le sirve… Lo que la masa quiere es el triunfo del más fuerte y la destrucción del débil o su incondicional sometimiento”.

“Toda propaganda ha de ser necesariamente popular y su nivel intelectual debe adaptarse a la capacidad receptiva del más limitado de aquellos a quienes va destinada. Por consiguiente, cuanto mayor sea la masa humana a la que se trata de llegar, más bajo habrá de ser su nivel puramente intelectual. Pero cuando se pretende extender su influencia a todo el pueblo, como sucede cuando hay que sostener una guerra, nunca será exagerada la prudencia para evitar que las formas de la propaganda sean excesivamente intelectuales”.

“Cuanto más modesto sea su lastre intelectual, cuanto más tenga en cuenta la emoción de las masas, tanto más efectiva será la propaganda. Y ésta es la mejor prueba de la fuerza de una campaña de propaganda, y no su éxito con unos cuantos eruditos o jóvenes estetas”.

“El arte de la propaganda reside en percatarse de las ideas emocionales de las masas y hallar, mediante una forma psicológicamente correcta, el modo de llegar a la atención y de ahí al corazón de las masas”.

“Una vez que hemos entendido la necesidad de que la propaganda se adapte a las grandes masas, podemos enunciar la siguiente regla: Es un error hacer una propaganda multilateral, como la instrucción científica, por ejemplo”.

“La receptividad de la gran masa es muy limitada, su facultad de comprensión es muy pequeña, pero es enorme su capacidad de olvido. Teniendo en cuenta estos hechos, toda propaganda eficaz debe concretarse en muy pocos puntos y saberlos explotar como convenga, hasta que el último hijo del pueblo pueda formarse una idea de lo que se pretende hacerle comprender con un slogan. En el momento en que la propaganda sacrifique este principio y trate de ser múltiple, se debilitará su eficacia, porque la masa no es capaz de retener ni asimilar todo lo que se le ofrece. Con ello disminuyen los resultados y acaban por ser enteramente nulos”.

“Una mentira contiene siempre un cierto factor de credibilidad, puesto que la gran masa del pueblo, más que ser malvada conscientemente, tiende a dejarse corromper, y, debido a la simplicidad de su inteligencia, es más fácilmente víctima de un engaño considerable que de una pequeña mentira. Todo el mundo miente en cosas sin importancia, pero se avergonzaría de mentiras demasiado grandes. Tal falsedad es inimaginable para la masa, que no piensa en la posibilidad de un descaro semejante en los demás; sí, aun cuando lleguen a conocer la verdad, dudarán y vacilarán, y siempre creerán que hay algo de cierto en lo que se les dijo. Así, pues, siempre quedará algo de la mentira más descarada, hecho que conocen y explotan bien todos los virtuosos de la mentira y los grandes mixtificadores de este mundo” (Citado en “Pensamiento político moderno” de William Ebenstein-Taurus Ediciones SA-Madrid 1961).

El autor del mencionado artículo es Adolf Hitler, en su libro “Mi Lucha”, y tales tácticas las hemos sufrido en la Argentina principalmente durante el peronismo y el kirchnerismo. Incluso algunos aparentes opositores han utilizado procedimientos similares ante la posibilidad de lograr mayor cantidad de votos. Puede decirse que, con slogans, mentiras y odio, puede destruirse una sociedad, una nación y hasta la humanidad entera.

1 comentario:

Jose Ramon dijo...

No podemos cambiar la naturaleza humana
No seguimos códigos éticos para preservar la vida.
Cooperamos en grupo para una tarea específica que beneficie a un grupo, no así a una sociedad politica o Nación, donde seguimos el curso activo y concertado de varios órganos para realizar una función (organización social). Se trata de la acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales (sinergia del mercado, o libre economía).
Ahorrar es guardar ahora para gastar después.
B. Pero sí podemos cambiar la organización social.
La sociedad necesita mucha inversión para multiplicar el dinero que necesitan las nuevas generaciones para una existencia digna (capitalismo, o economía no controlada por el Estado).
Eso se resuelve de manera natural con la sinergia Inversión-Empleo, sin la mano perversa de los políticos.
Por lo tanto, no debemos permitir que los políticos utilicen el Monopolio de la Ley para modificar la sinergia natural que se cumple con la Libre Economía.
C. Advertencia.
La Democracia no es por sí misma la organización social, es parte de ella, pero es solo un acuerdo entre políticos para no pisarse la manguera.