sábado, 5 de abril de 2014

El comportamiento colectivo

Cuando se habla del comportamiento colectivo, se tiende a veces a pensar en el hombre-masa de José Ortega y Gasset, aunque este no es el caso, por cuanto tal individuo, caracterizado por ciertos atributos típicos, actúa en forma individual, mientras que, mediante la denominación mencionada, se hace referencia principalmente a grupos formados espontáneamente cuyos integrantes responden de manera semejante ante un estímulo determinado; respuestas que por lo general difieren de aquellas que hubiesen surgido en otras circunstancias. Paul B. Horton y Chester L. Hunt escribieron:

“Una multitud es una reunión temporal de personas que reaccionan juntas a un estímulo”. “Al contrario que la mayoría de los demás grupos, una multitud es siempre temporal. Sus miembros raramente se conocen entre sí. La conducta masiva carece de estructura, esto es, no tiene normas, ni tradiciones, ni controles formales, líderes establecidos, o pautas determinadas. El comportamiento de masas puede ser, a primera vista, espontáneo e impredecible; pero no es únicamente cuestión del azar o del impulso. Forma parte de la cultura. Los tipos de multitudes y las cosas que se harán o no, difieren de una cultura a otra. El comportamiento de masas puede ser analizado y comprendido, y, en cierta medida, predicho y controlado” (De “Sociología”-McGraw de México SA-México 1970).

Mientras que el individuo perteneciente a un grupo trata de responder a la mentalidad dominante, de manera de sentirse integrado al mismo, el individuo que actúa en una muchedumbre se siente amparado por el anonimato, por lo cual es posible que se desinhiba de todos los frenos morales que su racionalidad le impone en otras circunstancias. “Los miembros de las multitudes rara vez confiesan tener ninguna sensación de culpabilidad, después de haber participado en las atrocidades más inimaginables, y parte de la explicación a este hecho, estriba en la transferencia de responsabilidad moral al grupo”.

Otra de las características de tal comportamiento proviene de la impersonalidad, o renuncia a todo reconocimiento de la individualidad del “enemigo” ocasional. “El soldado no tiene ninguna animosidad personal contra el soldado enemigo contra quien dispara, ni importa tampoco que el jugador de fútbol de un equipo contrario sea un amigo personal. La impersonalidad de la conducta multitudinaria, se revela en los disturbios raciales, donde un miembro de la raza enemiga es tan bueno o malo como otro”.

También el estimulo reciproco de actitudes caracteriza el accionar de la muchedumbre, por lo cual aumenta el peligro potencial de sus acciones. “El fenómeno denominado amplificación interaccional [que puede denominarse más fácilmente] contagio social, consiste en el proceso, en virtud del cual, los miembros de una multitud se estimulan y responden unos a otros incrementando así su intensidad emocional y receptividad sensitiva. Este proceso ayuda a explicar por qué el comportamiento de una multitud va a veces más allá de lo que pretendían sus integrantes”.

Debido a la pérdida de toda individualidad y a la posibilidad de participar en actividades reñidas con la moral elemental, una posible integración a una muchedumbre es rechazada por quienes tienen una personalidad definida y un aceptable nivel cultural. Por el contrario, el hombre-masa y el que carece de todo tipo de aspiración ética o intelectual, no tiene inconvenientes en formar parte de una muchedumbre, incluso la puede encontrar “excitante” o “divertida”. “El comportamiento multitudinario expresa las necesidades emocionales, resentimientos y prejuicios de sus miembros. En una situación multitudinaria, la gente puede hacer cosas que, por lo común, no haría”.

El estado de creciente salvajismo que padece la sociedad argentina se advierte en el accionar de las hinchadas de fútbol y en la aparición de grupos que realizan ajusticiamientos por “mano propia” ante la creciente inseguridad que provoca la delincuencia urbana. Como ocurre en toda acción que pretenda establecer justicia por mano propia, es posible que se cometan asesinatos de personas recuperables o bien el de inocentes que por error cayeron en alguna confusa situación.

Puede decirse que la inseguridad, promovida por la ineficacia conjunta de los poderes del Estado, ha puesto a la población en una seria disyuntiva: o sigue viviendo aterrorizada ante el avance de la delincuencia, o trata de defenderse mediante “linchamientos” a los delincuentes. El ciudadano común advierte que las leyes vigentes son favorables a quienes delinquen, y que son promulgadas por el Poder Legislativo, aplicadas con el mismo criterio por el Poder Judicial, mientras que la inseguridad es ignorada por un Poder Ejecutivo que ha dado muestras evidentes que no le interesa en lo más mínimo lo que le suceda al habitante común.

Se escucha decir, a políticos, jueces, fiscales y gobernantes, que el ciudadano no debe participar ni realizar ajusticiamientos de ese tipo, pero en ningún momento proponen ponerle fin a la violencia urbana decidiéndose a combatirla como corresponde a sus funciones y responsabilidades. Incluso un proyecto de reforma del Código Penal consideraba que debían reducirse las penas a los delincuentes respecto a las impuestas por el Código vigente en la actualidad, lo que resulta ser una burla a la población y una forma indirecta de sugerirles que, para seguir siendo ciudadanos libres (y ciudadanos vivos), sólo les queda la opción de establecer linchamientos selectivos, por cuanto ni siquiera a la policía se le ha otorgado el poder legal suficiente para combatir el delito. William F. Ogburn y Meyer F. Nimkoff escribieron:

“Individuos que jamás pensaron en cometer un crimen, no dudan en unirse para un linchamiento. La explicación parece estar parcialmente en el hecho de que la acción resulta más defendible cuando ha sido llevada a cabo en grupo, y parcialmente en el de que la responsabilidad se esfuma. Los participantes permanecen en el anonimato y no hay ninguno en el que la autoridad pueda localizar la ofensa” (De “Sociología”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1959).

Por otra parte, Francis E. Merrill escribió: “La multitud ha sido definida como «reunión fortuita de individuos cuando entre ellos se ha producido una circunstancia de ‘rapport’». El término rapport «implica la existencia de un contagio mutuo por el que cada miembro del grupo reacciona inmediata, espontánea y favorablemente a los sentimientos y actitudes de todos los demás». La proximidad material y el rapport constituyen, por tanto, los elementos básicos de la multitud. Ese contagio mutuo de sus miembros se debe a la familiaridad de todos ellos con los mismos símbolos y la consiguiente tendencia a reaccionar de forma muy similar ante los mismos estímulos. Para que un grupo de personas pueda constituir multitud es preciso que exista un mismo fondo cultural, puesto que los símbolos tienen que ser lo suficientemente conocidos para que produzcan una acción colectiva”.

“También la multitud ha sido considerada expresión colectiva de muchas de las fuerzas inconscientes ocultas en las personalidades de sus componentes. No quiere esto decir que haya una «mente colectiva» independiente de las individuales, sino simplemente que en la excitación de la masa desaparecen momentáneamente algunas de las barreras sociales y los individuos dejan en libertad sus deseos, odios y temores inconscientes. Cada miembro de la multitud es perfectamente consciente de lo que está haciendo, pero su interpretación de sus actos está dominada por factores inconscientes. La acción parece exigida por las circunstancias y de ahí que sea para él perfectamente lógica y justa” (De “Introducción a la Sociología”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1967).

La ciudadanía tampoco está exenta de culpa por cuanto ha sido capaz de votar masivamente, e incluso reelegir, a candidatos que, en forma evidente, muestran un total desinterés por la creciente inseguridad producida por la violencia urbana, e incluso por el creciente accionar de grupos violentos asociados al narcotráfico. Si se ignoran los mecanismos propios que brinda la democracia y se eligen a quienes provocan intencionalmente serios deterioros a la sociedad, resulta ser un caso similar al cliente que va a un negocio en donde lo estafan y vuelve al otro día, al mismo lugar, a realizar sus compras.

Es posible que el primer eslabón de la cadena de causas y efectos sea la mentalidad predominante en una sociedad. Se advierte en la Argentina, como en toda sociedad masificada, el predominio de los derechos propios sobre los deberes que tenemos respecto de los demás. Es la desigualdad básica que tarde o temprano conduce a la destrucción del orden social. Así, se tiende a equiparar deseos con derechos, y de ahí la necesidad de imponer la voluntad propia, de cualquier manera, ante toda una serie de deseos insatisfechos que van apareciendo a lo largo de la vida de cada individuo.

Existe una descripción alternativa de la delincuencia, además de la establecida por los sociólogos, y es la adoptada por algunos economistas. En ella se consideran los “costos” de la actividad y los “beneficios” posteriores, por lo cual, se desalienta toda actividad delictiva elevando los costos, como puede ser el caso de la elevación de las penas. Richard B. McKenzie y Gordon Tullock escriben al respecto: “El delito constituye tanto un problema económico como sociológico y psicológico. La actividad delictiva lleva aparejados unos determinados beneficios (para el delincuente, cuando menos), y ciertos costes. Los delincuentes tiene la posibilidad de aumentar la renta que perciben, a lo largo de su vida, aunque en alguna ocasión puedan ser encarcelados”.

“La opinión convencional sostiene que los delincuentes, o son enfermos que requieren tratamiento, o son el resultado de la degradación del entorno social (lo cual, operativamente, parece que viene a ser casi lo mismo), y que la posibilidad de castigo –que juega un papel tan importante en los cálculos del delincuente-tiene, de hecho, muy poca importancia a la hora de determinar si una persona comete, o no, un delito. Se afirma que la gente delinque, no porque descubra una oportunidad de obtener beneficios, sino porque están, de algún modo, socialmente deformados. Aún más, se piensa que la forma de tratar el problema es la modificación del entorno social básico, de modo que nadie resulte deformado por él, o la «rehabilitación» del delincuente, una vez que se le ha capturado. Ésta es una de las dos hipótesis predominantes en relación con la delincuencia”.

“La otra, la que inmediatamente se le ocurre a un economista, es la de que los delincuentes son, sencillamente, gente que aprovecha las oportunidades de beneficio que proporciona la violación de la ley. Bajo esta hipótesis, la modificación de los costes de la delincuencia –es decir, el aumento de la probabilidad de ser encarcelado, la prolongación de las condenas, o el endurecimiento de las condiciones carcelarias- tendería a reducir el nivel de actividades delictivas” (De “La nueva frontera de la Economía”-Espasa-Calpe SA-Madrid 1980).

A quienes argumentan que endureciendo las penas, o elevando los costes del delito, no se lo logra eliminar, se les puede decir que bajando las penas, o reduciendo tales costos, tampoco se lo logra eliminar, incluso se lo promueve.

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