domingo, 14 de septiembre de 2014

Violencia y desigualdad

La violencia depende de varias causas, de ahí que sea un fenómeno complejo y multidisciplinario. Es también un fenómeno social por cuanto casi siempre depende del vínculo entre individuo y sociedad. Adquiere gran importancia cuando la violencia es estimulada desde las instituciones políticas, religiosas o ideológicas. Leemos en un libro de John Gunn: “Soy un primate masculino. Pertenezco al género homo sapiens. Una de mis características especiales es que soy capaz de engendrar mayor violencia y destrucción que cualquier otro tipo de criatura viviente y responsabilizarme por ello. No soy el único responsable de la muerte y destrucción provocada por la violencia que veo a mi alrededor, sino que necesito de ayudantes. Sin el resto de ustedes sólo podría alcanzar un grado mínimo de horror, pero juntos, usted, yo y unos pocos compañeros más, podemos causar, y lo hacemos, verdaderos estragos. Somos destructores, destructores magníficos, repugnantes, poderosos y sin remedio. ¿Por qué?” (De “Violencia en la sociedad humana”-Editorial Psique-Buenos Aires 1978).

La violencia urbana ha adquirido una dimensión preocupante siendo la resultante de una profunda crisis moral que afecta a toda la sociedad. Incluso se observa el caso de padres que castigan severamente a sus pequeños hijos, aumentando notablemente el maltrato infantil. El libertinaje creciente hace que muchos niños nazcan como consecuencia de encuentros fortuitos y ocasionales con la posterior “desaparición” de quien debería hacerse cargo de la paternidad. El niño que no recibe de la sociedad lo que tampoco recibió de su hogar, puede adoptar posteriormente una actitud agresiva hacia el medio social.

También existe una violencia sin otra causa aparente que no sea la necesidad de burlarse y de agredir a otros por el simple “espíritu deportivo”. Desde los medios masivos de comunicación se ha ido avanzando por el camino de la “tinellización” de la sociedad, es decir, de la introducción de la burla a nivel masivo, que es la principal causa de violencia espontánea, no asociada al robo. Quien se burla de todos, se siente por un momento en la cima del mundo, aunque el posterior contacto con la realidad le ha de resultar bastante doloroso.

Otros sostienen que la pobreza es la causa de la violencia. Si ello fuera cierto, todos los pobres deberían ser violentos en tanto que los ricos deberían ser virtuosos, algo que poco tiene que ver con la realidad. Por el contrario, mucha gente pobre, como una respuesta compensatoria, desarrolla valores morales e intelectuales que los hace crecer interiormente. Recordemos, además, que la pobreza voluntaria ha caracterizado la vida de muchos santos, quienes, justamente, optaron por la sencillez material para acentuar sus valores espirituales. San Francisco de Sales escribió: “Dos grandes ventajas tiene tu pobreza, que pueden acrecentar en gran manera su mérito. La primera, es que no te ha venido por elección propia, sino por voluntad de Dios únicamente, pues Él te ha hecho pobre sin que tú lo hayas querido, y es muy agradable a Dios que lo recibamos con gusto y por amor de su voluntad santísima, y cuanto menos hay de nuestro caudal más hay del de Dios, por lo cual una simple y mera aceptación hace que sea sumamente puro cualquier sufrimiento”.

“El segundo privilegio de esta pobreza es ser verdaderamente pobre. Cuando la pobreza es alabada, acariciada, estimada, socorrida y amparada, tiene algo de riqueza, o a lo menos no es enteramente pobre; pero cuando es despreciada, despedida, reprochada y abandonada, entonces es verdaderamente pobre. Tal es, por lo común, la pobreza de los seglares, porque como no son pobres por su elección, sino por necesidad, no se hace mucho caso de su pobreza, y por eso mismo es más pobre que la de los religiosos; bien que ésta tiene, por otra parte, una grande excelencia y es muy apreciable por razón del voto y del fin con que la han abrazado” (De “Introducción a la vida devota”-Ediciones Paulinas-Santiago de Chile 1980).

Desigualdad no es lo mismo que pobreza, ya que, quien se siente inferior a otros, económicamente hablando, es el que siente envidia. Quienes predican la igualdad económica para liberar a muchos del sufrimiento que les impone ese defecto, pretenden que la sociedad cambie de tal manera que los justos se adapten a los pecadores, es decir, a los que incurren en uno de los pecados capitales, como es la envidia. Quienes asocian la felicidad a los valores morales, o afectivos, encuentran que son bastante ricos por cuanto existen unos siete mil millones de seres humanos con los que, al menos potencialmente, pueden establecer algún vínculo afectivo.

Por lo general, quienes asocian la violencia urbana a la desigualdad social, entendida esta última como una desigualdad económica, son los que adoptan la visión marxista de la realidad. René Bertrand-Serret escribió: “Para los sembradores de división que han jurado la ruina de la sociedad, el mito de las clases representa, en efecto, un medio cómodo y un instrumento eficaz y poderoso con vistas a convertir las diferencias en antagonismos y a exacerbarlos en hostilidades irreductibles. Por su intermedio, los burgueses son responsabilizados colectivamente de las faltas presentes y pasadas de algunos de entre ellos; y, a la vez, los obreros son calificados colectivamente por la miseria pasada o presente de una parte de ellos para reclamar de cualquier burgués un crédito eterno. Aquellos cuyo sistema comporta la destrucción de la sociedad y de la civilización actuales, ven su empresa grandemente facilitada por esta división de la sociedad en dos campos opuestos entre los cuales será despedazada para enseguida derrumbarse”.

“Por una parte, bajo el nombre de «clase obrera» está la fracción apta para proporcionar los «grandes batallones» que en razón de su papel es necesariamente el campo de los buenos y de los justos, y debe, además, estar animado por un espíritu de reivindicación implacable. Del otro lado aparece la otra fracción, representada por una colectividad «consciente y organizada» ella también, enemiga jurada y hereditaria de la «clase obrera», y que personifica al mismo tiempo que las imperfecciones e injusticias presentes y pasadas de la sociedad, los principios y valores que importa desacreditar, a fin de eliminarlos después con más facilidad; y el nombre de «clase burguesa» se aplica al campo de los malos, atávica e irremediablemente corrompidos, que nada ni nadie debe salvar de un aniquilamiento merecido, lo cual es, además, condición necesaria para la edificación de la nueva sociedad”.

“Así comprendida y utilizada, la «clase obrera» asume el carácter de una máquina de guerra montada para destruir la forma de sociedad que se ha tenido cuidado de identificar con una burguesía convencional, degradada y corrompida, sin remisión, debido a sus taras incurables. Esta personificación del burgués en el egoísta rico y sibarita, y del obrero en el miserable; esta vocación asignada a una «clase» de gobernar el mundo en nombre de un derecho superior fundado en una fatalidad histórica, no son más que absurdos sofismas que desafían tanto a la verdad y al buen sentido como a la justicia y a la buena fe. Tan groseros como son, sin embargo, cuentan con el favor de algunos que deberían reconocer su impostura y su perversidad para denunciarlas. Llevados por una inclinación enfermiza hacia doctrinas «avanzadas» o por la vana esperanza de amansar al adversario, reservan su hostilidad para los que rechazan esos sofismas”.

“No se contribuye al advenimiento de una sociedad mejor y más justa aceptando la escisión completa y definitoria de la sociedad en dos bloques antagonistas, uno de los cuales –a pesar de su indeterminación-, la «clase obrera», forma una colectividad homogénea a la que reconoce el derecho de mayorazgo sobre el conjunto de la humanidad y se pretende hacer prevalecer por la violencia. Por el contrario, se precipita al mundo en convulsiones y se favorece la instauración de un régimen inhumano y totalitario, acompañado por una civilización pesadamente unitaria, mecanicista y cuantitativa. Es también aceptar, conscientemente o no, los dogmas y los métodos del marxismo, puesto que en la doctrina marxista la pretendida «clase obrera» encuentra, a la vez, su principio de existencia, su misión y los medios de realizarla” (De “El mito marxista de las clases”-Editorial Huemul SA-Buenos Aires 1967).

Al prevalecer en la sociedad el pensamiento marxista, se promueve luego la disminución, o la quita, de penas a los delincuentes por considerar que han sido excluidos previamente de la sociedad por un sistema injusto. El delincuente común pasa así a reemplazar el trabajo sucio que en los setenta realizaban los guerrilleros. En el caso de Montoneros, el “ritual de iniciación” consistía en asesinar a traición a un policía, en la vía pública, para luego robarle el arma y el uniforme, cayendo de esa forma (hasta 1977) unos 372 uniformados en todo el país.

A pesar de la violencia urbana creciente, desde el Estado poco y nada se hace por limitarla por cuanto, se supone, caen muchas personas pertenecientes a la «burguesía», cuya vida es de escaso valor. También caen muchos obreros; sin embargo, como el marxista en realidad trata de utilizarlos para llevar a cabo su labor destructiva, tampoco valora esas vidas. Jorge Bosch escribió: “Llamo contrajusticia al conjunto de normas legales, procedimientos y actuaciones que, bajo apariencia de un espíritu progresista interesado en tratar humanitariamente a los delincuentes, conduce de hecho a la sociedad a un estado de indefensión y propicia de este modo un trato antihumanitario a las personas inocentes. Muchas veces este «humanitarismo» protector de la delincuencia es una expresión de frivolidad: «queda bien» hacer gala de humanitarismo y de preocupación por los marginados que delinquen, sin mostrar el mismo celo en la defensa de las víctimas y sin siquiera preocuparse por reflexionar seriamente y profundamente sobre el tema” (De “Cultura y contracultura”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).

Algunos autores estiman que la ampliación de nuestra aptitud empática favorece la erradicación de la violencia, lo que implica adoptar la tendencia promovida por el mandamiento cristiano del amor al prójimo. Steven Pinker escribió: “La capacidad humana para la compasión no es un reflejo provocado automáticamente por la presencia de otro ser vivo. Aunque personas de todas las culturas pueden reaccionar solidariamente ante parientes, amigos y niños pequeños, tienden a contenerse cuando se trata de círculos más amplios de vecinos, desconocidos, forasteros y otros seres sensibles….El filósofo Peter Singer sostiene que, a lo largo de la historia, las personas han ampliado el abanico de personas cuyos intereses valoran como propios. Una cuestión interesante es saber qué amplió el círculo empático. Y una buena hipótesis es la expansión de la cultura” (De “Los ángeles que llevamos dentro”-Paidós-Barcelona 2012).

No hay comentarios: