sábado, 16 de noviembre de 2019

Instancia superior absoluta y solución de conflictos

En todo pueblo y en toda época, han existido conflictos surgidos de las distintas opiniones sobre algún hecho o situación que afecta a dos o más individuos. Este es el caso de dos vecinos que discuten acerca de los deberes y derechos que les corresponden luego de iniciarse un conflicto de intereses. La única alternativa para la solución de este tipo de conflictos implica recurrir a una instancia superior (ley municipal, en este caso). Si una, o ambas partes, desconocen tal instancia superior, el conflicto no tiene solución y es posible que se inicie una etapa de violencia, ya sea verbal o material.

En todos los órdenes de la vida ocurre algo similar. De ahí que en toda época hayan surgido líderes que, "generosamente", se ofrecieron a unificar a la humanidad bajo una sola ley y bajo un solo mando, como ocurrió con Alejandro Magno, Julio César, Napoleón...hasta llegar a la época de Hitler y Stalin. El problema adicional de tal tipo de "instancia superior" radica en que sólo es reconocida por una parte de la humanidad, ya que sólo servirán las instancias superiores reconocidas por todas las partes en conflicto.

De la misma manera en que los líderes militares o políticos intentaron constituir instancias superiores a nivel mundial, imponiendo por la fuerza su voluntad sobre los sectores rebeldes, las diversas religiones intentaron universalizar a Dios como la instancia superior que habría de permitir la solución de todos los conflictos. Sin embargo, el Dios invisible sólo se revela a los hombres mediante enviados, o bien mediante "descubridores" de ese Dios. Al surgir distintos "enviados" o "descubridores" se llegó a la situación indeseada de que la aceptación de los mismos sólo fue parcial, impidiendo la solución de conflictos y generando otros de mayor envergadura.

En los ultimos tiempos ha aparecido un "candidato" a ocupar el lugar de referencia y vínculo objetivo para la solución de conflictos: el orden natural (y el conjunto de leyes naturales que lo constituyen). Como dichas leyes rigen todo lo existente, incluso a todos y cada uno de los integrantes de la humanidad, reúnen las condiciones exigidas para constituir una instancia superior absoluta, estable e invariante.

Este vínculo invariante, sin embargo, es descalificado mediante adjetivos despectivos tales como "naturalismo", "panteísmo", "ateísmo", etc., por quienes pretenden mantener la supremacía del sobrenaturalismo, que presenta la falla de tener validez para sólo un sector de la sociedad y de la humanidad. Mientras que el cristianismo es rechazado por muchos al estar asociado al sobrenaturalismo (el Dios que interviene en los acontecimientos humanos), no lo sería tanto si se lo asociara al naturalismo, o bien se lo habría de aceptar mucho más, ya que la ética cristiana resulta compatible con las leyes psicológicas que rigen las conductas individuales.

Jean Ousset expresa su descontento con la competencia naturalista escribiendo: "El naturalismo, hijo de la herejía, es mucho más que una herejía; es el puro anticristianismo. La herejía niega uno o varios dogmas, el naturalismo niega que haya dogmas o que pueda haberlos. La herejía deforma más o menos las revelaciones divinas; el naturalismo niega que Dios sea revelador. La herejía arroja a Dios de tal o cual parte de su reino; el naturalismo lo elimina del mundo y de la creación" (De "Para que Él reine"-Ediciones del Cruzamante-Buenos Aires 1980).

Según el citado autor, quien no acepta lo sobrenatural, aún cumpliendo con los mandamientos bíblicos, sería "anticristiano", mientras que el propio Cristo indicó la prioridad de la conducta a la creencia, por lo que el sobrenaturalismo prioritario niega la preeminencia de lo ético sobre lo filosófico, negando la esencia del cristianismo. Mientras que los dogmas pertenecen a la Iglesia Católica, los mandamientos bíblicos surgen de las propias leyes naturales que rigen al ser humano, que son las leyes de Dios. De ahí que deben ser prioritarias las leyes de Dios a las leyes de los hombres (dogmas de la Iglesia).

De la misma manera en que el Estado totalitario tiende a inducir cierta inactividad y negligencia en quienes dependen enteramente de ese Estado, quienes creen en la existencia de un Dios que interviene en cada acontecimiento cotidiano, tienden a adoptar una actitud similar. Por el contrario, tanto el Estado democrático como la religión natural favorecen la acción y la iniciativa individual. Jean Ousset es, justamente, uno de los que reconoce tal deficiencia de la forma religiosa que él mismo apoya, escribiendo al respecto: "Es odioso el engaño de ese pietismo, que se cree sobrenatural, porque está desencarnado, en el que la oración lejos de esclarecer, lejos de fortificar la acción se convierte en argumento de negligencia, de pasividad, de inconsecuencia. Actitud que tiene tanto éxito porque favorece una tendencia natural a la pereza, al esfuerzo efímero, quizá, pero elemental, superficial, sin resultados duraderos y serios".

"Sobrenaturalismo siempre dependiente de lo que es camino extraordinario en la piedad. Espera en un milagro, en la realización de una profecía según la cual todo se arreglará algún día por simple intervención divina, sin que haya necesidad de entremezclarse en ello" (De "La Acción"-Ediciones del Cruzamante-Buenos Aires 1979).

El liberalismo, por otra parte, adopta como punto de partida, o postulado fundamental, la libertad individual respecto de los demás seres humanos. Pero tal libertad, o no dependencia, no ha de implicar sólo la libertad material sino también mental. Sin embargo, en lugar de adoptar como referencia la ley natural (los atributos de todo lo existente), algunos sectores "liberales" adoptan como referencia la opinión de otra persona, como es el caso de Ayn Rand que poco o nada tiene en cuenta tal ley. Esto implica una contradicción esencial ya que se supone que el liberal no debe nunca someterse al gobierno mental de otro ser humano.

1 comentario:

agente t dijo...

Ese pietismo que se cita no es más que una de las versiones del sempiterno irracionalismo al que la especie gusta tanto de abonarse porque es más cómodo y, sobre todo, más gratificador al dar rienda suelta a nuestras pasiones sin exigirnos coherencia o empatía.