domingo, 3 de noviembre de 2019

Pobreza vs. Acatamiento a las leyes de la economía

En la actualidad, tendemos a interpretar toda forma de sufrimiento humano como una desadaptación respecto del orden natural y de sus leyes. De ahí que, en el ámbito social, se interpreta la pobreza como la consecuencia directa e inmediata de no haber respetado las leyes de la economía. Tales leyes, que no están escritas en ninguna parte, son descubiertas por el hombre mediante la observación de las acciones humanas y la posterior formulación de hipótesis descriptivas.

El punto de vista que prioriza la adaptación del hombre a las leyes naturales, con la felicidad o el sufrimiento como medidas del éxito o del fracaso en tal proceso, surge también en el caso de algunos economistas. Se menciona a continuación uno de ellos (algunos datos o cifras están desactualizados ya que fue escrito hace algunas decenas de años).

UN MUNDO HAMBRIENTO

Por Hans F. Sennholz

La vida del ser humano se halla dentro de la órbita de tres áreas: la ley natural, la ley moral y la ley de la acción y asociación humanas.

Cuando Dios creó el universo le procuró orden y ley. Estableció la ley natural que gobierna la realidad física. El hombre con su investigación científica trata de comprender ese orden para adaptarse a él inteligentemente y beneficiarse de su regularidad. El ser humano se empeña en comprender la naturaleza e interpretar los fenómenos naturales. Busca descubrir las relaciones entre causas y efectos e investiga hechos y principios para aplicarlos a la solución de los problemas.

El documento fundamental de la moralidad hebrea-cristiana es el Decálogo mosaico -los Diez Mandamientos- que Moisés reveló a su pueblo hace unos 3.500 años. La llamada segunda tabla de la ley es una guía sobre cuestiones prácticas y contiene las reglas del hombre sobre la conducta ética.

El hombre está sujeto además a las leyes inexorables de acción y asociación humanas. Las leyes económicas o principios son una parte esencial de ellas. Son lo que son y se cuidan por sí mismas. Si el ser humano las viola sufre la pena del fracaso. Esas leyes son independientes de la voluntad humana y no deben confundirse con las leyes y regulaciones hechas por el hombre. Que estas últimas sean o no efectivas depende enteramente que estén o no en armonía con las leyes inexorables. Si están conformes con estas últimas, el hombre logra sus objetivos. Si las violan, el hombre fracasa en sus empeños económicos.

Miremos una sola de las leyes económicas: la ley de la riqueza o pobreza, o sea el principio de la productividad como la llaman los economistas. El trabajo humano es más efectivo en la producción de bienes económicos necesarios para mantener la vida humana cuando las tareas se realizan con herramientas y equipos de maquinarias que cuando no se cuenta con ellos. El poder y la eficiencia de las herramientas del hombre determinan su productividad y sus ingresos. Un trabajador norteamericano operando maquinaria moderna produce en ocho horas más que cien obreros indios en dos semanas trabajando a mano. El trabajador medio norteamericano está equipado con aproximadamente 40.000 dólares de maquinaria que lo hace el más productivo y mejor pagado de los obreros del mundo. El ingreso por habitante en los EEUU asciende aproximadamente a 6.000 dólares por año, mientras en la India es de menos de 100 dólares por persona.

Pero, ¿por qué los trabajadores norteamericanos están tan bien equipados mientras los países pobres siguen trabajando con herramientas manuales primitivas y con energía animal? Son necesarios ahorros e inversiones para fabricar maquinarias de alto rendimiento. Las personas individualmente consideradas deben sacrificar sus consumos para invertir en equipos productivos. La tasa neta de los ahorros de una sociedad determina la tasa de crecimiento económico, lo cual explica la relativa riqueza del pueblo norteamericano; en doscientos años de desarrollo económico ahorraron e invirtieron más que cualquier otro país de la tierra.

Cada generación trabajó fuerte e invirtió para un futuro mejor, de modo que la generación siguiente estuvo mejor equipada y fue más productiva. En un sistema de libertad individual y de respeto a la propiedad privada y a las ganancias personales, los norteamericanos se orientaron con vistas al futuro. Hoy, nosotros somos los beneficiarios de aquellos esfuerzos e inversiones. En términos de la ley económica, el pueblo norteamericano fue el más obediente a la inexorable ley de la productividad y el que tuvo más fe en ella.

Si la riqueza nacional es el resultado de la obediencia a la ley económica, la pobreza nacional debe ser la inevitable consecuencia de sus violaciones crónicas. La pobreza de la India, China, varios países de África y de América Latina debe ser la consecuencia de ello. Una sociedad que está orientada con vistas sólo al presente, que siempre consume la totalidad de sus ingresos, no procura los recursos para el crecimiento económico y el progreso futuro.

Donde el gobierno consume el ahorro del pueblo para financiar programas populares e improductivos, la economía se estanca. Y una sociedad no puede salir del nivel de pobreza y hambre cuando ella está motivada por consideraciones de envidia y de igualdad económica, que no permiten a sus miembros superarse con sus ahorros e inversiones. En resumen, donde la envidia dicta la política, donde no se toleran inversiones millonarias, prevalece la lúgubre pobreza.

Aunque la pobreza nacional sea fruto de la propia culpa, un cristiano siempre encuentra lugar para la caridad. La caridad para mitigar toda clase de miserias es algo peculiar del cristianismo. Ningún otro sistema de orden civil o religioso la ha originado. Y aunque, según un antiguo aforismo, la caridad empieza en la propia casa, no hay razón para que no salga al exterior. El hombre debe vivir con el mundo como un ciudadano del mundo.

Debemos guardarnos de la caridad que se apresura a proclamar sus buenas acciones hacia todo el mundo, porque deja entonces de ser caridad. Es sólo orgullo y ostentación. Y debemos cuidarnos de la caridad que priva a quienes la reciben de autonomía, haciéndolos dependientes de quien la prodiga. La mayor caridad económica es la que hace al que la recibe completamente independiente. Démosle trabajo más que otra ayuda a los pobres.

Y, aún así, pueden haber situaciones de miseria humana en las que debemos compartir nuestro pan diario con los pobres del mundo para mantenerlos con vida. Pero entonces debemos cuidar de no consumir las semillas del trigo capaces de producir adicionales tajadas de pan para el futuro. La generosidad caritativa debe provenir de nuestra voluntaria contracción del propio consumo, y no de los ahorros que proveen las herramientas para producir más pan.

Aquel que reduce sus ahorros para ser caritativo está sacrificando herramientas y trabajo que podrían mantener más vidas humanas en el futuro. No es entonces caritativo, puesto que meramente le quita algo a futuras generaciones para dárselo a la propia generación. Contribuye a lo que generalmente se denomina "superpoblación", es decir, un desequilibrio entre el número de personas que viven y sus medios de subsistencia.

¿Afronta el mundo superpoblación y, en consecuencia, hambre e inanición? Evidentemente sí, donde quiera que el hombre viola las leyes económicas y, por lo tanto, es incapaz de producir más bienes económicos. Pero en donde el hombre es libre y obediente a las inexorables leyes de la productividad, siempre tendrá medios abundantes para mantenerse.

Con seguridad, durante los últimos 150 años hubo un explosivo incremento de las poblaciones de Europa y en Norteamérica, mucho mayor que cualquiera de los experimentados en el mundo de hoy. Solamente la población de los EEUU creció cerca de 3 millones en 1776 a 75 millones en 1900. Y, aún así, los norteamericanos en 1900 vivían mucho mejor que en la época de los Padres Fundadores. Con cada agregado de pobladores se agregaba todavía más producción, de modo que tenían más alimentos y más cosas para hacer agradable la vida que lo que tuvieron sus antecesores. Los niveles de vida se elevaron en tanto las poblaciones se multiplicaban. Este fue el gran milagro del orden de libertad individual y la propiedad privada. El hombre occidental era entonces libre para producir y crear, para ahorrar e invertir, y ser obediente a la ley económica.

Actualmente, el mundo está sufriendo una explosión demográfica de muchos que "no producen" y que violan la ley económica. Incapaces de producir para su propio sustento, nos exigen a nosotros, los productores del mundo, que restrinjamos el crecimiento de nuestra población para que haya más para ellos. Obviamente, semejante política sólo servirá para avenirse al hambre y la miseria del mundo, ya que los violadores de las leyes económicas se multiplicarán mientras la producción económica declinará.

El hambre y la miseria del mundo sólo pueden mitigarse y desaparecer, mediante la obediencia en todo el mundo a la ley económica. Si el mundo que sufre, aprendiera de las experiencias del hombre occidental y comprendiera e imitara los métodos de producción del sistema de libertad individual y propiedad privada, el hambre y la pobreza masivos pronto desaparecerían. Pero donde quiera el hombre, de cualquier credo, raza o color, elige la actitud de ubicarse por encima de las leyes inexorables de Dios, debe sufrir las inevitables consecuencias.

(De "Problemas Económicos de Actualidad"-Centro de Estudios Sobre la Libertad-Bolsa de Comercio de Buenos Aires 1977).

3 comentarios:

Fernando dijo...
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Fernando dijo...
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agente t dijo...

Asimismo existen multitudes que entienden que pueden formar parte, de forma inmediata y fuera de los cauces legalmente establecidos, de esos países desarrollados que acumulan en su historia generaciones de inversores y ahorradores que les permiten tener un nivel de vida muy superior al medio que se da en los de esos migrantes irregulares. Y es el hecho de ser multitudes, con toda probabilidad dirigidas y orquestadas por fuerzas oscuras, lo que hace inasumible su pretensión, pues en caso de triunfar en su anhelo harían zozobrar las economías en las que aspiran a integrarse.