Con la palabra "alienación" se entiende el caso de una persona marginada de la sociedad. Por lo general, se supone que tal persona no se automarginó, sino que existe un marginador, que puede ser algún sector de la sociedad o bien ha sido el propio sistema político y económico. Al presuponer que en este proceso hay culpables e inocentes, se establece en forma disimulada la existencia de motivos de conflictos y luchas sociales futuras.
Existe un importante sector de la sociedad que nunca se ha preparado para ganarse la vida, ya sea estudiando o aprendiendo un oficio, por cuanto el ocio y la diversión han sido prioritarios durante la mayor parte de su vida. Los sectores productivos poca predisposición tendrán por contratar a alguien con muy poca capacitación previa y con una pobre predisposición para el trabajo. Luego, no es el sector productivo el que "margina" a algunos integrantes de la sociedad sino que existe una previa automarginación. Esta forma de interpretar la realidad es rechazada por quienes promueven los conflictos y las luchas sociales por diversos motivos. Demás está decir que el capital humano es el más valioso en toda empresa y que los empresarios no tendrían mayores inconvenientes en incorporar a sus empresas a personas con capacidad inventiva y laboral.
Jorge Bosch escribió: “Uno de los argumentos favoritos de los ideólogos de la desestructuración en el ámbito de la justicia, consiste en afirmar que el delincuente no es el verdadero culpable, sino que siempre hay alguien detrás de él, alguien más poderoso y en consecuencia perteneciente a clases sociales más altas, y además detrás de éste hay otro, y finalmente se llega a la estructura social propiamente dicha. Así, la culpabilidad del delincuente se diluye en el océano de un orden social supuestamente injusto”.
“Llamo contrajusticia al conjunto de normas legales, procedimientos y actuaciones que, bajo apariencia de un espíritu progresista interesado en tratar humanitariamente a los delincuentes, conduce de hecho a la sociedad a un estado de indefensión y propicia de este modo un trato antihumanitario a las personas inocentes. Muchas veces este «humanitarismo» protector de la delincuencia es una expresión de frivolidad: «queda bien» hacer gala de humanitarismo y de preocupación por los marginados que delinquen, sin mostrar el mismo celo en la defensa de las víctimas y sin siquiera preocuparse por reflexionar seriamente y profundamente sobre el tema”. (De “Cultura y contracultura”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).
Los sectores de izquierda consideran que el delincuente es alguien que ha sido marginado previamente por la sociedad y que, por lo tanto, el delito es una justa venganza hacia esa sociedad. El apoyo evidente y decisivo a favor de la delincuencia proviene, además, de la misma legislación vigente, ya que se considera inimputables a los menores de edad por los delitos cometidos, aun si son de extrema gravedad. De ahí que la propia ley constituya una especie de invitación a los mismos para que delincan tranquilamente. Gran parte de la sociedad, para fingir cierto interés social, se muestra preocupada por la “reinserción social” del delincuente, mientras poco se interesa por la desdicha de las victimas, y futuras victimas. Abel Posse escribió: “El gatillo fácil lo tienen en nuestro país los delincuentes. La recuperación social y moral del delincuente es en todas partes (salvo en la Argentina) un episodio posterior al de desactivar su peligrosidad con la energía suficiente para que el representante del Estado y los ciudadanos o bienes amenazados no corran riesgos” (De “Criminalidad y cobardía”-Diario La Nación-10/Dic/2009).
La base de todo error y de todo conflicto radica en el alejamiento de cada individuo respecto de las leyes naturales, es decir, de aquellas leyes que apuntan a favor de la supervivencia plena de individuos y sociedades. De ahí que toda marginación social, establecida por sectores o bien autoinfligidas, derivan de una previa anomia respecto de la ley natural y también de las leyes humanas, principalmente por un desconocimiento de tales leyes o bien por una predisposición a ignorarlas.
La principal forma de anomia es la auto-impuesta; la que impide el autogobierno individual, y es la que surge de quienes se sienten por encima o bien por fuera de la sociedad y hacen lo que les viene en ganas. Si, por el contrario, existe una especie de pacto interior del que surge la norma elemental que nos sugiere, por ejemplo, “debo tratar de no molestar ni perjudicar a los demás”, entonces la persona admite cierta moral que favorecerá el posterior establecimiento de un orden social aceptable.
La ausencia de acatamiento, como se dijo, se debe a que tales normas no tienen vigencia ya sea por ser desconocidas por el grupo, o bien porque el individuo las conoce y finge cumplirlas para quedar bien con los demás (hipocresía) o bien trata de hacer lo contrario a tales normas para escandalizar a los demás (cinismo).
Algunas calificaciones internacionales respecto de la mala conducción de vehículos, nos ubica a los argentinos en el sexto lugar a nivel mundial. Esta pobre calificación se debe esencialmente a la falta de respeto por las normas de tránsito, lo que deriva de la falta de respeto de toda norma, ya que quien conduce como le viene en ganas, la misma actitud o predisposición la aplicará en el resto de sus acciones. Luego, la decadencia económica, política, social y todo lo demás, se debe esencialmente a tal egoísmo intenso generalizado.
La anomia viene ligada al relativismo moral. Este relativismo parte de la idea básica de que no existe el bien ni el mal ya que ambos serían conceptos subjetivos. Alexander Solyenitzin escribió: “El comunismo nunca ocultó su negación de los conceptos morales absolutos. Se mofa de las nociones de bien y mal como categorías absolutas. Considera la moralidad como un fenómeno relativo a la clase. Según las circunstancias y el ambiente político, cualquier acción, incluyendo el asesinato, y aún el asesinato de millares de seres humanos, puede ser mala como puede ser buena. Depende de la ideología de clase que lo alimente”.
“¿Y quién determina la ideología de clase? Toda la clase no puede reunirse para decidir lo que es bueno y lo que es malo. Pero debo decir que, en este sentido, el comunismo ha progresado. Logró contagiar a todo el mundo con esta noción del bien y del mal. Ahora no sólo los comunistas están convencidos de esto. En una sociedad progresista se considera inconveniente usar seriamente las palabras bien y mal. El comunismo supo inculcarnos a todos la idea de que tales nociones son anticuadas y ridículas”.
“Pero si nos quitan la noción de bien y mal, ¿qué nos queda? Nos quedan sólo las combinaciones vitales. Descendemos al mundo animal.” (De “En la lucha por la libertad”–Emecé Editores SA–Buenos Aires 1976).
La idea del relativismo moral promueve, entre otros aspectos, la creciente inseguridad urbana y rural. Y ello se debe a que, se acepta tácitamente, que el culpable de las acciones delictivas no es el delincuente, sino el “sistema socioeconómico”. La Gran Enciclopedia Soviética afirma: “El crimen constituye la característica de las sociedades basadas en la propiedad privada, la explotación y la desigualdad social”. Como la explotación y la desigualdad social también forman parte de los sistemas socialistas, tal afirmación queda sin sentido y pasa a ser una simple creencia.
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