Los siguientes escritos, atribuidos a Jorge Luis Borges, aparecen en "El mundo de Borges"-Ediciones especiales-Diario Ámbito Financiero-Buenos Aires 1985).
El error del nacionalismo
En el mundo hay, actualmente, un error al que propendemos todos. Un error del que yo también he sido culpable; ese error se llama nacionalismo y es el causante de muchos males. Todos pensamos, tal vez demasiado, en la parcela de tierra en que hemos nacido, en la sangre de nuestros mayores.
Yo, por ejemplo, hasta hace poco tiempo, me sentía orgulloso de mis ascendientes militares; ahora no, ahora ya no me siento orgulloso. Cuando yo empecé a escribir se me conocía como el nieto del coronel Borges; felizmente ahora el coronel Borges es mi abuelo.
El nacionalismo es uno de los peores males de nuestra época. Para qué conformarnos con un territorio si existe el mundo. Los estoicos amonedaron en la antigüedad una palabra de la cual, me parece, aún no somos dignos; me refiero a la palabra cosmopolitismo. Yo creo que uno debe aspirar a ser ciudadano del mundo o, como traduciría Goethe esa palabra weltburguer que es la misma idea. Si hay algo que puede salvar a la humanidad son las afinidades, los puntos de coincidencia que nos unen a los demás hombres, y evitar por todos los medios de acentuar las discrepancias.
(Declaraciones al diario Clarín en 1980)
Borges y el comunismo
En mi juventud, en los años que vivimos en Europa, yo adherí a la revolución comunista. Mi padre también; él era anarquista, pero estuvo de acuerdo con esa revolución. Inspirado por ese cambio que se producía en el mundo yo escribí algunos poemas que he preferido juiciosamente olvidar. Eran cantos de esperanza bastante ingenuos. Después, no diría que me avergoncé de haber sostenido esas ideas, pero me sentí muy poco inteligente por haber creído en esas utopías.
Los comunistas son en el fondo nacionalistas y algunos de ellos declaran que ser anticomunista es ser fascista. Algo tan incomprensible como decir que no ser católico es ser mormón. Los comunistas suelen ser intelectuales que lo pregonan, que hacen alarde de ello, y en el fondo se sienten distintos a la gente del pueblo. Creo que esa adhesión mía al comunismo fue una de las mayores tonterías de mi vida. Cuando yo he hablado sobre estos temas, mucha gente se ha ofendido conmigo; me ha tratado de reaccionario, de conservador. Eso es lo que yo pienso.
Borges y el radicalismo
Confieso que alguna vez fui radical, cosa que hoy me avergüenza, aunque nunca me afilié a ese partido. Simpaticé con el gobierno de Yrigoyen. En 1916 nosotros estábamos en Europa, ganó Yrigoyen las elecciones y mi padre dijo: “La primera vez que un muerto gana una elección”. “¿Por qué?”, le dije yo. “Bueno –me contestó él- porque el que ha ganado realmente es Leandro Alem”.
Es decir que la gente lo había votado por Alem. Yrigoyen era un hombre probo. Vivía en la calle Brasil, en Constitución, una casa humilde. Tenía una hija que hubiera podido figurar en sociedad, pero al contrario de Eva Perón, que aspiraba a ser recibida en Palermo, digamos, la hija de Yrigoyen se mantuvo siempre en el anonimato, siguiendo la conducta de su padre, que era una persona austera.
Hay unos versos muy lindos, que me enseñó Ernesto Palacio, referidos a Yrigoyen: “Vos fuiste en Balvanera/de gallos el cuidador/te gustaban las sirvientas/Les hacía la pasada/con botines de charol…” Pero claro, la gente que lo rodeó a Yrigoyen era una manga de sinvergüenzas, le escribían un diario para él sólo. Cuando lo derrocó Uriburu, recibió un anónimo que constaba de dos palabras: “Cagaste maula”, qué raro ¿no?
(De un diálogo con Roberto Alifano)
El escritor y el peronismo
Yo sigo creyendo que Perón estaba loco, completamente loco; él y Eva Perón, su mujer. Perón estableció el aguinaldo; un disparate, una rarísima medida económica -aclaro que yo de economía no entiendo, sé más o menos como saben todos los economistas de economía: absolutamente nada-. Pero me parece un disparate imitado por todos los gobiernos posteriores. Me parece una barbaridad que una persona trabaje doce meses y se le paguen trece. Ese regalo exagerado de fin de año me parece absurdo.
El peronismo fue terrible. Nadie se acuerda de la quema de las iglesias ni de las personas que Perón metió presas; mi madre y mi hermana entre ellas. A mí me echaron de un puesto mínimo que ocupaba en una biblioteca del barrio de Almagro y me nombraron inspector de aves y huevos. Cuando fui presidente de la Sociedad de Escritores, en la época de Perón también, un policía me seguía a todos lados. Las persecuciones eran un hecho indudable, junto con el soborno: obligaban a la gente a que se afiliara al partido peronista para darles trabajo.
Fue una especie de segundo Rosas. Se designó a sí mismo “el primer trabajador”, y reunía a las personas en la Plaza de Mayo obligadas a cantarle: “Perón, Perón, que grande sos”. Una persona que actúa así, está completamente loca. Yo pienso en Perón con horror, como pienso en Rosas con horror.
(De declaraciones a la revista “Siete Días” en 1974)
Ideologías, líderes y partidos
Recuerdo las melancólicas celebraciones del día 17 de octubre. El dictador traía a Plaza de Mayo camiones abarrotados de asalariados y adictos, por lo común de tierra adentro, cuya misión era aplaudir los toscos discursos; los cuales eran tremebundos cuando todo estaba tranquilo, o conciliadores y pacíficos si las cosas andaban mal.
El 17 de octubre, los almacenes recibían orden de cerrar para que los devotos no se distrajeran en ellos y arribaran sin tentaciones a la Plaza de Mayo. Ahí coreaban servilmente "Perón, Perón, que grande sos", y otras efusiones obligatorias. Solían vociferar "La vida por Perón", decisión retórica que olvidaron, como el propio Perón, en cierta mañana lluviosa de 1955. Diríase que el triste destino de Buenos Aires -conste que soy porteño- es engendrar cada cien años un tirano cobarde, del cual nos tienen que salvar las provincias.
El dictador fue un nuevo rico. Dada su casi omnipotencia, hubiera podido instaurar una rebelión de las masas, enseñándoles con el ejemplo ideales distintos; pero se redujo a imitar de manera crasa y grotesca los rasgos menos admirables de la oligarquía ilustrada que simulada combatir: la ostentación, el lujo, la profusa iconografía, el concepto de que la función política debe ser también una función pública, el amor de los deportes británicos y el culto literario del gaucho. En todo esto abundó la exageración característica del guarango. Inundó el territorio del país con imágenes suyas.
Lo anterior es meramente personal y baladí, si lo comparamos con la corrupción de las almas, con el robo para el cual se prefiere el nombre eufemístico de negociado, con la picana eléctrica aplicada a los opositores y a toda persona sospechosa de ser "contrera", con la confiscación de bienes, con las pobladas cárceles políticas, con la censura indiscriminada, con el incendio de archivos y de iglesias, con el fusilamiento de obreros en la secreta soledad de los cementerios y con la abolición de la libertad, ¡ tantas atroces y sonrientes efigies y ni una sola caricatura; tantos interesados panegíricos y ni una sola sátira !
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