Las reglas morales promovidas desde tiempos inmemoriales se basan todas en los efectos producidos por nuestras acciones; denominando "buenas" a las acciones que producen efectos favorables al individuo y a la sociedad, y "malas" a las que producen efectos desfavorables. Las reglas morales tienden a promover las buenas acciones y a rechazar las malas. 
La mentira ha sido siempre considerada como una mala acción, ya que proviene de una mala actitud. Ello se debe a que toda mentira tiende a cambiar la realidad, ya que los efectos dependen de nuestras opiniones antes que de la realidad misma, como es el caso de las opiniones basadas en mentiras ajenas. 
El proceso de la evolución cultural tiende a entorpecerse cuando predomina la mentira respecto de los efectos producidos por la adopción de cierto sistema político, económico o religioso, ya que, en vez de advertir a los demás acerca de los efectos negativos producidos por tal sistema, se lo encubre diciendo todo lo contrario, sin advertir a los demás acerca de los efectos verdaderos. De ahí, posiblemente, surja aquello de que "el hombre es el único animal capaz de tropezar más de una vez con la misma piedra".  
Por lo general, respecto de un acontecimiento histórico, es posible disponer de dos posturas opuestas. De ahí que, para saber la verdad acontecida, no nos servirá ninguna en forma directa, ya que deberemos tratar de deducir lógicamente cuál de las dos posturas presenta una mayor coherencia lógica, entre otros aspectos. 
Las mentiras asociadas a los gobernantes de un país son tan viejas como el mundo. Aldo Ottolenghi escribió: "Los antiguos eran por lo menos tan mentirosos como nosotros. En el año 1296 antes de Cristo, el rey de los hittitas, Muwatallu, se enfrentó, a la cabeza de sus tropas y las de sus aliados, con las del faraón Ramsés II, en la famosa batalla de Kadesh". 
"Los egipios hablaban con entusiasmo de la arrolladora victoria del faraón: Ramsés es «el bien amado de Ra», «el toro poderoso amado por la verdad», «el impávido cuyo prestigio es grande en todo el país», «el que suprimió al país de Etiopía, el que acabó con las balandronadas del país de Hatti»". 
"Ahora bien, Ramsés II perdió la batalla de Kadesh; pero consiguió engañar a la posteridad durante unos tres mil años, hasta que el descubrimiento de la civilización de Hatti y el de su escritura permitió rectificar las desvergonzadas mentiras de los sacerdotes egipcios". 
"Evidentemente, el papel de los sacerdotes que celebraban la victoria del faraón en sus jeroglíficos, era el mismo de la mayoría de los periodistas modernos que exaltaban a los dictadores de los países totalitarios. Demostrando su fidelidad al régimen trataron de conseguir, a cambio de sus mentiras interesadas, la mayor cantidad posible de ventajas para sí mismos". 
"El hecho de traicionar la verdad histórica no les preocupó en absoluto, como no preocupó tampoco a los sacerdotes egipcios".
"Sin embargo, examinando esas mentiras con espíritu científico, vemos que de ellas surgen varios hechos reales; el primero, es que existió efectivamente un faraón que se llamó Ramsés II. Los sacerdotes egipcios no habrían sacado ningún provecho alabando exageradamente a un monarca inexistente". 
"El segundo es que los sacerdotes egipcios (por lo menos los del templo de Abu-Simbel, de Luksor y de Abidos, sobre cuyas paredes están escritas las alabanzas de la victoria de Ramsés) eran amigos del faraón". 
"El tercero, es que tuvo lugar una batalla en Kadesh, entre los egipcios y los hittitas". 
"Ramsés pudo salvar la vida gracias a la intervención de soldados recién llegados de Amurru". 
"¿Cómo pudimos darnos cuenta de que la historia relatada por los sacerdotes egipcios había sido falsificada? Porque en el tratado de paz el país de Amurru (aliado del Faraón) fue entregado a los hittitas". 
"Si el faraón hubiese ganado la batalla de Kadesh, es evidente que no habría cedido al enemigo el país de uno de sus vasallos". 
"Nos encontramos, por lo tanto, frente a una falsificación de la historia, deliberada y consciente. Es posible que la misma se haya hecho también para mantener elevado el prestigio del faraón frente al pueblo egipcio" (De "Orígenes de la civilización occidental"-Hachette-Buenos Aires 1952).
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