En el ámbito de la política y la economía, varios autores tratan de encontrar un criterio orientador respecto de la "justicia social" o "justicia distributiva", llegando de esa forma a sugerir una "igualdad de resultados" o bien "una igualdad en el punto de partida". La igualdad de resultados implica un sistema cercano al socialismo en el cual el Estado se encarga de redistribuir ganancias o bien de distribuir la propiedad privada, de manera de establecer cierta igualdad social o económica. 
En cuanto a la igualdad en el punto de partida, también se propone que sea el Estado quien la establezca, como es el caso de promover la educación pública a tal efecto. En realidad, como la educación pública tiende a generar capital humano, que beneficiará a toda la sociedad, no debería ser considerada como un gasto sino como una inversión; si bien tampoco resulta siempre un elemento igualador, por cuanto su aprovechamiento ha de ser bastante distinto entre los distintos individuos que la reciben. 
 
Lo que llama la atención es el hecho de considerar como algo "injusto" ciertas ventajas de origen genético, o hereditario en general, por lo que debería ser el Estado el que habría de "compensar" tal injusticia. Axel Kaiser escribió al respecto: "De ahí que también sea absurdo hablar de que quienes nacen en familias de más dinero en sociedades abiertas son «privilegiados». El concepto de «privilegio» tiene una connotación de inmoralidad precisamente porque se supone que es asignado de manera arbitraria, y no ganado en condiciones de igualdad ante la ley". 
 
"Ser hijo de un duque y recibir el título y toda la riqueza de parte del Estado es un privilegio. Ser hijo de un empresario exitoso que trabajó para crear su riqueza y beneficiar a sus hijos con los frutos de su trabajo no es un privilegio, sino un legítimo derecho". 
"La pregunta decisiva es la siguiente: si, como dice Rawls y creen los progresistas, el ideal de un orden socialmente justo es aquel en que todos tienen exactamente las mismas oportunidades, ¿acaso no significa esto que sería ideal eliminar todas las diferencias entre seres humanos que pueden afectar esa igualdad de oportunidades, incluyendo diferencias genéticas, educativas, geográficas, de salud, familiares y así sucesivamente?".
 
"Según Thomas Nagel,la igualdad de oportunidades supone que la sociedad debe compensar aquellas desigualdades que surgen de factores «más allá del control del individuo»: «Desde un punto de vista moral es hasta cierto punto arbitrario el modo en que los beneficios -inteligencia, educación, genética, etcétera- están distribuidos y, por tanto, no hay nada de malo en que el Estado intervenga en esa distribución»". 
"El filósofo Ronald Dworkin, siguiendo la misma lógica, sostuvo que los igualitaristas no deben aceptar desigualdades en la distribución de riqueza como justas si estas han resultado de diferencias en capacidades heredadas o han sido el producto de ventajas derivadas del azar. Tanto para Nagel como para Rawls y Dworkin, todo aquello que las leyes del universo hayan creado beneficiando a unos sobre otros es «arbitrario» moralmente y el Estado debe corregirlo" (De "Parásitos mentales"-Ariel-Buenos Aires 2024).  
En primera instancia se advierte que el conocimiento por parte de quienes, desde el Estado, intentarán reducir las ventajas "inmerecidas" que algunos poseen, o han heredado, requiere de capacidades más allá de cualquier persona de inteligencia normal. Kaiser agrega: "Ya en el siglo XVIII el filósofo escocés David Hume observó que un orden social en que la propiedad se distribuyera en proporción al virtuosismo o mérito de sus miembros requeriría de un ser superior omnisciente con inteligencia infinita y que sólo actuara buscando el bien".
"La aparentemente sofisticada teoría de justicia social de Rawls, complementada por Nagel y Dworkin, y que, como hemos dicho, ha sido sin duda la más influyente en Occidente en más de medio siglo, no pasa de ser un constructo parcialmente arbitrario, con serior errores, incoherencias y pretensiones totalmente imposibles de satisfacer. Y, sin embargo, este parásito de la meritocracia subjetiva se ha instalado en todo el debate público occidental como justificación para un incremento sostenido del poder del Estado sobre la vida de los ciudadanos bajo el pretexto de conseguir igualdad «real» o sustantiva de oportunidades por razones de justicia social". 
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