Existen dos formas principales de socialismo. Una forma es la propuesta por Karl Marx e implica la expropiación de los medios de producción. La restante implica la expropiación de gran parte de las ganancias producidas por tales medios (vía impuestos), que siguen como propiedad privada. A esta segunda forma se la conoce como el Estado benefactor o Estado de bienestar. 
Uno de los objetivos buscados en esta segunda forma es la protección social de todo integrante de la sociedad, produciendo por lo general los mismos efectos que produce la sobreprotección de un niño por parte de sus padres, es decir, se lo acostumbra a que le resuelvan todos sus problemas incapacitándolos para la lucha que presenta la vida cotidiana.  
Los socialdemócratas, promotores del Estado benefactor, aducen que debe evitarse la "marginación social" de cada integrante de la sociedad. Sin embargo, cuando la sobreprotección pasa de cierto límite, se convierte a muchos en parásitos sociales acostumbrados a vivir a costa del trabajo ajeno, siendo de esta forma efectivamente "marginados de la sociedad" por el Estado benefactor. 
Se ha llegado al extremo de que muchos políticos muestran como un gran logro el hecho de "proteger" a varios sectores de la sociedad y que, debido a una excesiva sobreprotección, se los ha convertido en ineptos sociales. Mientras que el éxito de la sociedad libre implica la existencia de ciudadanos que pueden valerse por sus propios medios, sin ayuda de nadie. Wilhelm Röpke escribió: “Si tomamos en serio el respeto a la dignidad humana, lo razonable sería proceder a la inversa y medir el progreso por la capacidad que podemos atribuir a amplias masas populares de solucionar el problema de su seguridad existencial con sus propias fuerzas, bajo su propia responsabilidad, mediante el ahorro, los seguros y otras numerosas formas de ayuda voluntaria entre grupos. Sólo esto es, en definitiva, digno de un hombre libre y adulto, y no estar mirando siempre al Estado en espera de una ayuda que, en definitiva, sale de los bolsillos de los contribuyentes o de las limitaciones impuestas a los afectados por el proceso de deterioro del valor de la moneda”.
“Entre los lentos cánceres de nuestra economía y sociedad occidentales se destacan dos: el avance al parecer incontenible del Estado de beneficencia o Benefactor y la erosión del valor del dinero, lo que se denomina inflación reptante. Existe entre ambos un estrecho vínculo nacido de sus causas comunes y de su esfuerzo recíproco. Los dos se inician lentamente, pero al poco tiempo el ritmo se acelera hasta que cuesta detener el deterioro, lo cual multiplica el peligro. Si los afectados supieran lo que les aguarda al final, tal vez se detendrían a tiempo. La dificultad estriba en que es extraordinariamente difícil lograr que se oiga la voz de la razón mientras todavía se está a tiempo”.
“Los demagogos sociales emplean las promesas del Estado Benefactor y de la política inflacionaria para seducir a las masas y cuesta advertir a la gente de modo convincente acerca del precio que todos deberán pagar al final. Tanto mayor razón para que aquellos cuya visión es más equilibrada y extensa redoblen sus esfuerzos por desengañar a los demás, sin atender a los violentos ataques de los demagogos sociales, poco escrupulosos para escoger sus medios, y de los funcionarios del propio Estado Benefactor”.
“Otra característica común del Estado Benefactor y de la inflación crónica es que ambos fenómenos demuestran, en forma clara y aterradora, de qué manera ciertas fuerzas políticas socavan los cimientos de una economía y una sociedad libres y productivas. Ambos son los resultados de opiniones masivas, reclamos masivos, emociones masivas y pasiones masivas, y a ambos los dirigen esas fuerzas en contra de la propiedad, de la ley, la diferenciación social, la tradición, la continuidad y el interés común. Los dos convierten al Estado y al voto en medios para hacer que una parte de la comunidad avance, a expensas de las otras, hacia donde la mayoría del electorado empuja por la fuerza de su solo peso. Los dos son expresión de la disolución de aquellos principios morales firmes que antaño se aceptaban como incuestionables” (De “Una economía humana”).
Los promotores del Estado de bienestar no buscan solamente sobreproteger individuos, sino también dominarlos desde el Estado, imponer una igualdad social, entendida como igualdad económica, a fin de evitar la envidia generalizada. Axel Kaiser escribió: "La figura del Estado de bienestar encuentra su origen en tiempos del canciller alemán Otto de Bismarck, décadas antes de la Primera Guerra Mundial. Bismarck definió su sistema benefactor como «socialismo de Estado», agregando que los alemanes debían acostumbrarse a más socialismo". 
"Su propósito, además de competir políticamente por la derecha con las promesas del movimiento socialista, era convertir a los alemanes en dependientes del Estado para que estuvieran más dispuestos a ir a la guerra y peler por él y su proyecto imperial. El mismo Bismarck declaró que «cualquiera que tenga una pensión del Estado se encuentra más satisfecho y es más fácil de manejar que quien no tiene esa expectativa. Mire la diferencia entre un empleado privado y uno en la cancillería o la corte; el último aceptará mucho más porque tiene una pensión que recibir». Y también diría: 
«Será una gran ventaja cuando tengamos setecientos mil pensionados pequeños obteniendo sus ingresos del Estado, especialmente si provienen de esas clases que de otro modo no tienen mucho que perder en una revuelta y erróneamente creen que tienen mucho que ganar de ella»" (De "Parásitos mentales"-Ariel-Buenos Aires 2024).
Resulta fácil advertir que es el Estado de bienestar el camino previo al totalitarismo, tal como lo expuso Friedrich Hayek en su libro "Camino de servidumbre". Wilhelm Röpke escribió: “La verdad es que este moderno Estado benefactor o Estado-providencia, que a la luz de estas reflexiones se nos presenta como un anacronismo, resultaría incomprensible si no tuviéramos en cuenta el hecho de que en la actualidad tiene otro sentido. Su meta auténtica ya no es ayudar a los débiles y necesitados de ayuda, a aquellos cuyos hombros son demasiado débiles para soportar la carga de la vida y las vicisitudes del destino. Estos problemas le ocupan cada vez menos. La realidad es que con suma frecuencia son los necesitados de todo los que menos reciben de él. El Estado benefactor no es hoy la expansión de las antiguas instituciones de la seguridad y la previsión social tal como las creó por ejemplo, en Alemania, Bismarck. Mientras tanto, se ha ido convirtiendo en un número creciente de países en un instrumento de la revolución social, cuya meta consiste en lograr la más perfecta igualdad posible de ingresos y bienes, con lo que la envidia ha desplazado a la compasión como motivo predominante”.
"Así pues, el quitar se ha convertido en algo tan importante al menos como dar, y si llegara a ocurrir que no hubiera ya un número suficiente de gentes auténticamente necesitadas de ayuda, habría que inventárselas, para justificar la tendencia a rebajar a los más ricos hasta el nivel medio, en nombre de altisonantes frases morales, para dar satisfacción al resentimiento social. Se sigue hablando aún el viejo lenguaje de la antigua previsión social, se sigue pensando con aquellas viejas categorías, pero esto no es sino el telón que encubre la nueva campaña que se extiende a todo cuanto supera el nivel medio de ingresos, bienes y rendimiento. Y dado que no se conseguirán los nuevos objetivos de esta revolución social hasta que todo haya quedado nivelado; dado que las pequeñas diferencias que aún subsisten seguirán despertando el resentimiento social; dado que, por otra parte, es inimaginable una situación que no ofrezca ya pábulo al resentimiento social, la conclusión final es que no cabe esperar que se detenga esta evolución mientras no se acierte a ver la perversa filosofía social en que se apoya el moderno Estado de bienestar y se la rechace en consecuencia como uno de los más funestos errores de nuestra época” (De “Más allá de la oferta y la demanda”-Unión Editorial SA-Madrid 1979).
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