Para describir las diferencias existentes entre las posturas deístas y teístas, dentro del cristianismo, resulta conveniente hacer una analogía entre las posturas liberales y socialistas en cuanto al rol del Estado y del individuo. Así, mientras que el liberalismo propone un Estado mínimo que establezca y garantice las reglas para la actividad económica promovida por los individuos, el socialismo propone un Estado poderoso que monopolice totalmente las actividades económicas reduciendo significativamente el accionar individual. Luego, la postura deísta se asemeja al liberalismo por cuanto sostiene que las leyes naturales que rigen todo lo existente hacen innecesaria la intervención de un Dios exterior al mundo, mientras que la postura teísta supone que un Dios personal interviene en la humanidad a través de la revelación e incluso en forma casi cotidiana a través de los milagros. 
También la analogía se mantiene en cuanto a la posible influencia que ambas posturas producen en el comportamiento individual, ya que, cuando todo depende del Estado, o de las decisiones de Dios, menor predisposición tendrá todo individuo a tratar de realizar acciones creativas predominando una actitud contemplativa. Por el contrario, si está convencido que todo su futuro depende de sus acciones, tratará de adaptarse lo antes posible a las leyes naturales dejando de esperanzarse en las posibles respuestas que dará Dios a sus pedidos y ofrendas.
De todas formas, mientras que la elección entre una economía de mercado o una de tipo socialista depende de las decisiones de los hombres, la forma en que funciona el Universo, ya sea cercano a la visión deísta, o a la teísta, no depende de nuestras decisiones, mientras que su conocimiento implica uno de los grandes objetivos de la humanidad. Es oportuno tener en cuenta que la economía de mercado ha dado mejores resultados que la de tipo socialista, por lo cual ésta fue abandonada en la mayor parte de los países. Quizás sea también la postura deísta la que más convenga al hombre, por lo cual podemos suponer que el mundo está hecho de tal manera que de dos alternativas posibles, la naturaleza ha elegido la que mejor conviene al desarrollo pleno del hombre.
Puede establecerse una definición breve de ambas posturas de la siguiente forma:
Deísmo: Universo = Dios = Naturaleza
Teísmo: Universo = Dios + Naturaleza
Mientras que el teísmo se basa esencialmente en la fe, el deísmo se basa en la razón. De ahí que tenga importancia para el teísta la creencia en un Dios personal, ya que, por lo general, asocia la creencia a la virtud. Por el contrario, para el deísta tiene mayor importancia saber cómo funciona el mundo real para una adaptación al mismo. Además, el teísta tiende a someterse intelectualmente a la tradición religiosa y a la jerarquía eclesiástica, mientras que el deísta tiende a ser un librepensador.
Si llegamos a definir en una forma concreta a la religión, existirá la posibilidad de ponernos de acuerdo. Tal definición ha de responder a algunas de las siguientes preguntas:
I) ¿Es la religión una competencia de misterios e irracionalidad; y una disputa respecto de la habilidad para conquistar adeptos transmitiendo y convenciendo a la población acerca de la validez de los mismos?
II) ¿O es acaso la religión un camino para “unir a los adeptos” despertando en ellos una actitud cooperativa para consolidar tal vínculo?.
La disputa entre deísmo y teísmo surge bajo la primera posibilidad mencionada, mientras que deja de existir en cuanto se considera la segunda posibilidad, por cuanto no existe una estrecha relación entre creencia religiosa y comportamiento ético. Una postura filosófica de validez personal o sectorial nunca debería considerarse una “religión”, ya que para ello debería tener un carácter y una validez universal. El establecimiento de tal religión universal ha de consistir en encontrar y transmitir la información necesaria para el resurgimiento ético del hombre, siendo el deísmo, o religión natural, la que presenta una mayor sencillez conceptual y compatibilidad con la ciencia experimental. Miguel de Unamuno escribió: “Creer en Dios es anhelar que le haya y es además conducirse como si le hubiera”.
A partir de la prioridad ética sobre la creencia o el razonamiento, podemos interpretar los mandamientos de Cristo considerando que contemplan tanto el aspecto racional del hombre como el aspecto vinculado a su aspecto emocional. Así, el amor a Dios puede identificarse con el “amor intelectual de Dios” propuesto por Baruch de Spinoza, posiblemente el deísta más influyente en la historia del pensamiento. En cuanto al amor al prójimo, debería interpretarse en base a la empatía, como una sugerencia a compartir las penas y las alegrías ajenas como si fuesen propias. De ahí que en base a este último requisito debemos discernir si una persona trata de ser cristiana, al menos, o no. Martín Buber escribió respecto de Spinoza: "En su teoría de los atributos divinos, parece haberse empeñado en el mayor esfuerzo anti-antropomórfico que haya intentado alguna vez el espíritu humano. Spinoza califica de infinito el número de los atributos de la sustancia divina. Sin embargo, asigna nombre sólo a dos de ellos, «extensión» y «pensamiento» -en otras palabras, el cosmos y el espíritu” (De “Eclipse de Dios”-Ediciones Galatea-Buenos Aires 1955).
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