domingo, 5 de octubre de 2025

La renuncia estética

Los gustos y afinidades estéticas, asociadas al arte y a las modas, seguramente están vinculadas a los aspectos psicológicos de individuos y sociedades. Incluso podría establecerse una especie de análisis de la personalidad de un individuo a partir de sus gustos musicales.

En la actualidad resulta llamativo el síntoma generalizado por el cual se hace evidente una tendencia a la renuncia de lo que antes se consideraba bello, apuntando por el contrario a exaltar lo carente de atractivo, al menos respecto de tendencias anteriores.

Se menciona un artículo al respecto:

LA REVOLUCIÓN DE LA FEALDAD

Lorenzo Bernaldo de Quirós considera que la "revolución de la fealdad" no es una rebelión creativa, sino una rendición a la apatía y al conformismo.

En los últimos años, se ha producido una metamorfosis cultural que ha elevado lo que, en otro tiempo, se consideraba feo, vulgar o grotesco a la categoría de vanguardia estética. Lo que en su momento era un distintivo marginal, hoy se exhibe en pasarelas, inunda las redes sociales y define la moda de la élite. Esta "revolución de la fealdad", palpable en la vestimenta deconstruida, en la proliferación de tatuajes o en los cortes de pelo que evocan referencias tribales no es un mero capricho estético. Es el síntoma de una profunda crisis de las formas y, en última instancia, de la civilidad, porque es una manifestación de las religiones seculares postmodernas que han florecido en el mundo contemporáneo.

Sin duda los valores estéticos y la concepción de la belleza sufren mutaciones, a veces radicales, a lo largo del tiempo y, en ocasiones, la fealdad es una forma de rebelión del individuo frente al statu quo dominante. Sin embargo, en la mayoría de las sociedades occidentales se ha transformado en un culto, se ha institucionalizado y se ha convertido en una nueva Forma Dominante. Quienes antes se rebelaban han terminado por adherirse al credo y a las normas del “buen feísmo”. Se está creando una nueva prisión estética para una "moda" que exige conformidad.

La “religión de la fealdad y su culto sólo no suponen la ausencia o el rechazo de la belleza. Para Rosenkranz, la fealdad no es simplemente la falta de belleza, sino su negación activa y dialéctica y refleja el nihilismo y la desesperanza de una sociedad que ha perdido sus valores fundamentales, optando por la destrucción de los ideales y sin tener interés alguno en construir otros y sustituirlos por éstos. En consecuencia, el movimiento “feista" tiene poco de liberador. Es una expresión de la desilusión y del vacío cultural muy parecido al de la contracultura en los años 60 y 70 del siglo pasado.

En el ámbito de la vestimenta, la “revolución de la fealdad” es producida y vendida por las mismas élites que antes dictaban el canon de la belleza. Las grandes casas de moda, que una vez vistieron a la burguesía y a la aristocracia en busca de la elegancia, ahora venden jerséis rotos y carísimos, transformando la marginalidad en un producto de consumo de lujo. Lo que antaño era la señal de un verdadero rechazo al sistema, hoy es una mercancía para aquellos que pueden permitirse pagar altos precios para aparentar que no les importa nada su aspecto.

El traje y la corbata o ese horror del primero sin la segunda son dos de las bestias negras de la “revolución de la fealdad”. Pues bien, ambos son la manifestación de una filosofía que valora la estructura, el respeto y la elegancia. Ofrecen una imagen de orden, de control y de seriedad. Son un lenguaje sin palabras y comunican respeto por la ocasión, por los demás y por uno mismo. No son reliquias de una época pasada. Son herramientas vivas para resistir la marea de la uniformidad; representan una defensa activa de la elegancia, de la disciplina y del respeto frente a la “revolución de la fealdad”. Pero ahí no termina la historia.

La proliferación masiva de tatuajes es otra manifestación de ese mismo fenómeno. Lo que hace apenas unas décadas era un distintivo de tribus, marineros, presos, bandas o marginales se ha convertido en una moda omnipresente. El cuerpo se ha transformado en un lienzo para la expresión de una identidad a menudo efímera y contradictoria. Más allá de su valor artístico, el tatuaje ha perdido su significado ritual, el ser una expresión de la individualidad o de transgresión para diluirse en la uniformidad del colectivo.

En su versión más extrema, esta tendencia se asemeja a una regresión tribal. Los cortes de pelo asimétricos, rapados por los lados y con una cresta en el centro, los aros en la nariz y las perforaciones faciales recuerdan a las prácticas de tribus ancestrales. Sin embargo, lo que en el contexto de una cultura tribal tenía un profundo significado social o religioso, en el mundo moderno es una imitación vacía, una especie de disfraz de barbarie con pretensiones cutres de modernidad.

La belleza, en su sentido clásico, ha estado históricamente asociada con la búsqueda de la armonía, del orden y de la perfección. La "revolución de la fealdad" rompe con estos ideales, promoviendo lo grotesco, lo distorsionado y lo imperfecto. Esta ruptura es un síntoma de una sociedad que ha perdido la conexión con sus valores fundamentales y su herencia cultural. El arte, la moda y la arquitectura han buscado trascender la realidad, elevando lo humano a un nivel superior. En la actualidad, el “culto a la fealdad” es un espejo de la desintegración social, la alienación y la ansiedad existencial, mostrando una incapacidad para encontrar significado en un mundo que se percibe como caótico.

Por último, la belleza ha sido a menudo considerada como un concepto universal, aunque con variaciones culturales. La "revolución de la fealdad", sin embargo, promueve una visión puramente subjetiva del gusto, donde no existen reglas ni verdades objetivas. Todo se reduce a una cuestión de "me gusta o no me gusta". Esta falta de estándares compartidos debilita el tejido social y cultural, ya que una sociedad que no puede ponerse de acuerdo sobre lo que es bello, o incluso sobre lo que es arte, puede estar perdiendo la capacidad de unirse en torno a valores o ideales comunes. La exaltación de lo feo puede ser una manifestación de una sociedad que ha caído en el relativismo absoluto, donde todo es igualmente válido y, por lo tanto, nada tiene un valor real.

La "revolución de la fealdad" no es una rebelión creativa, sino una rendición a la apatía y al conformismo. Al glorificar lo burdo y lo vulgar, se renuncia a aspirar a la belleza o, para ser precisos, se pretende destruirla. Al abandonar las formas, se abandona también la disciplina que éstas conllevan. La civilización no es un estado natural; es un esfuerzo constante por domar los instintos primarios, por construir un mundo de orden y armonía. La moda, en su versión más superficial, y la estética en su sentido más profundo, son un reflejo de ese esfuerzo. Cuando la apariencia se vuelve desordenada y caótica, no es descabellado pensar que el alma de la sociedad, de los individuos que la integran también se ha vuelto desordenado y caótico.

(De www.elcato.org)

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